Historia de Ediciones Rialp - Mercedes Montero Díaz - E-Book

Historia de Ediciones Rialp E-Book

Mercedes Montero Díaz

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Beschreibung

"El objetivo de este libro es hacer la historia de una editorial nacida en los años cuarenta del siglo XX, y que permanece hasta nuestros días -son pocos los casos- como sello independiente. Es además indudable el impacto que causó con sus primeras colecciones en la vida cultural y política de España. A eso se añade que sus directivos fueron en muchos casos personas del Opus Dei, y que la idea partía del fundador de esta institución, deseoso de brindar a los lectores buenos libros, en el fondo y en la forma, que guardaran una coherencia con el pensamiento cristiano desde los más variados ámbitos de la cultura. No se trataba, por tanto, de publicar solo libros de espiritualidad, sino toda clase de libros". (M. Montero) Los años de la posguerra española fueron difíciles, también para la edición. La autora analiza el panorama editorial, el nacimiento de Minerva -génesis de Ediciones Rialp-, y la consolidación de nuestro sello en poesía, humanidades, ensayo y espiritualidad. No tardan en llegar las primeras dificultades, desde la obtención de papel hasta las tensiones con el poder y la censura. Luego llegaron los premios, la democracia, las enciclopedias, los coleccionables... y también las crisis y las supervivencias.

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MERCEDES MONTERO

HISTORIA DE EDICIONES RIALP

Orígenes y contexto, aciertos y errores

EDICIONES RIALP, S.A.

MADRID

© 2019by MERCEDES MONTERO

© 2019 by EDICIONES RIALP, S. A.

Colombia, 63, 8.º A - 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Este libro es resultado del proyecto de investigación DER2016-76619-P.

NARRATIVAS EN CONFLICTO: LIBERTAD RELIGIOSA Y RELACIONES IGLESIA-ESTADO. EN LOS SIGLOS XIX Y XX.

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5202-3

ISBN (versión digital): 978-84-321-5203-0

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

I. LA EDITORIAL MINERVA Y LA COLECCIÓN “ADONAIS” EN EL ORIGEN DE EDICIONES RIALP (1943-1946)

1. EL MUNDO DEL LIBRO EN ESPAÑA DESPUÉS DE LA GUERRA CIVIL: EL CONTEXTO EDITORIAL DE MINERVA Y “ADONAIS”

2. LA EDITORIAL MINERVA. GRANDES OBJETIVOS, POCOS RESULTADOS

a) María Jiménez Salas

b) Victoria del Amor, el primer libro de Minerva (1944)

c) La colección literaria “Ayer y Hoy”

d) El gran proyecto: la Guía de Lecturas

e) Se abre camino un nuevo proyecto editorial

3. LA COLECCIÓN “ADONAIS”

II. EN LA LÍNEA DE SALIDA (1947)

1. LOS PROTAGONISTAS

a) Florentino Pérez-Embid, fundador y director gerente de Ediciones Rialp

b)Rafael Calvo Serer, director de la colección “Biblioteca del Pensamiento Actual” (BPA)

c) Tercer personaje: la propia editorial

2. LOS PLANES EDITORIALES

a) Los primeros libros con la marca Rialp

b) Los primeros pasos de la colección “Patmos”

c) Las primeras propuestas de Calvo Serer para la “Biblioteca del Pensamiento Actual”

d) “El carro de estrellas” y la colección “Adonais”

e)Los proyectos que se quedaron por el camino

3. PÉREZ-EMBIDA CALVO SERER: «LA EDITORIAL NO VA A ENTRAR EN EL JUEGO DE NADIE»

a) El sentido de la BPA en la mente de Calvo Serer: una herramienta más de la nueva generación española

b) Los problemas económicos

c) La implicación de Eugenio Vegas Latapié

d) La aceleración de la BPA

e) Algunas valoraciones sobre la prehistoria de Rialp

III. CONSTITUCIÓN Y PRIMERA EXPANSIÓN DE EDICIONES RIALP, SOCIEDAD ANÓNIMA (1948-1949)

1. LOS PRIMEROS LIBROS DE LAS NUEVAS COLECCIONES DE RIALP

a) Eugenio Zolli, el P. Bruckberger y Jesús Urteaga en “Patmos”, libros de espiritualidad

b) La polémica en torno al primer libro de la BPA

2. LA CONSTITUCIÓN DE EDICIONES RIALPCOMO SOCIEDAD ANÓNIMA (14 DE JUNIO DE 1948)

a) Una empresa más del tejido editorial español

b) La búsqueda de dinero para la BPA (1948-1949)

c) Las primeras escaramuzas ideológicas: el problema o no problema de España y el Premio “Adonais” de 1949

3. ALGUNAS VALORACIONES SOBRE LA NUEVA SOCIEDAD ANÓNIMA Y SUS PRIMEROS LIBROS

IV. LOS PROBLEMAS CON LA IGLESIA Y EL ESTADO (1950-1953)

1. LA RELACIÓN DEL OPUS DEI CON EDICIONES RIALP

a) El itinerario jurídico de la Obra y su influencia sobre la editorial

b) Las relaciones de Rialp con el Opus Dei

c) Raimundo Paniker en Salamanca (1951-1953)

2. RAFAEL CALVO SERER Y EL DESARROLLO DE LA BPA (1950-1953)

a) La búsqueda de medios económicos

b) Florentino Pérez-Embid y la censura

c) Las vicisitudes de Calvo Serer: autores, gestiones económicas, enfermedades (1951-1952)

d) La BPA alcanza velocidad (1952-1953)

3. EL ANNUS HORRIBILIS: 1953

a) El affaire Guitton (1952-1953)

b) El affaire Paniker

c) El affaire Calvo Serer

V. APRENDER DE LA EXPERIENCIA (1954-1957)

1. TIEMPO DE SILENCIO (1954)

a) Paralización de los órganos de gobierno de Ediciones Rialp

b) La “Biblioteca del Pensamiento Actual” sigue adelante (1954-1957)

c) Los planes de edición en “Patmos”

d) La revisión de los escritos de espiritualidad

2. OBJETIVOS EMPRESARIALES MÁS ALTOS (1955-1956)

a) Suscripción completa de las acciones fundacionales (1955)

b) La primera ampliación de capital (1956)

3. EL RETORNO DE FLORENTINO PÉREZ-EMBID (1957)

a) Cambios en el consejo de administración y primera expansión en América

b) Las editoriales semejantes a Rialp en Europa y América

c) La supervisión económica

4. BALANCE DE LA PRIMERA GRAN CRISIS DE EDICIONES RIALP

VI. TIEMPO DE EXPANSIÓN EDITORIAL (1958-1964)

1. EL CRECIMIENTO DE EDICIONES RIALP

a) Nueva ampliación del capital (1958-1960)

b) La orientación intelectual de Florentino Pérez-Embid

c) Años de zozobra para la “Biblioteca del Pensamiento Actual”

d) El éxito creciente de “Patmos”

e) Los primeros competidores de ‘‘Adonais’’

2. NUEVO EDIFICIO EN MADRID Y NUEVO MERCADO EN AMÉRICA

a) En pleno crecimiento y en fuerte competencia (1961-1964)

b) La protección del capital social

c) La expansión en América

VII. LOS AÑOS DE LA GRAN ENCICLOPEDIA RIALP (GER) (1965-1977)

1. UN PROYECTO AMPLIO, LARGO Y EN PROFUNDIDAD

a) La GER y otras Enciclopedias en el contexto editorial español

b) Los problemas de financiación de la GER

c) Las estructuras de trabajo

d) El equipamiento de la redacción

e) El trabajo de la redacción: rigor, sentido del humor y mente abierta

f) El fin de la Gran Enciclopedia Rialp

2. La estrategia empresarial de Ediciones Rialp

a) Los planes editoriales y las sucesivas ampliaciones de capital

b) La expansión de Camino y los problemas de “Adonais”

c) Las editoriales de la competencia

d) Los accionistas de Rialp

VIII. DE CAMINO A LA QUIEBRA (1978-1986)

1. TIEMPO DE DESCONCIERTO

a) Un contexto de crisis

b) La producción editorial de Rialp: grandes obras y malos resultados; pequeños libros y ventas disparadas (1978-1983)

c) Años de números rojos

2. UNA QUIEBRA DOLOROSA (1984-1986)

a) El descubrimiento de la verdad contable

b) Debacle y vuelta a empezar

IX. LOS HOMBRES QUE NO ENTENDÍAN DE LIBROS (1987-1996)

1. LOS EDITORES CAMBIAN DE PIEL

a) Transformaciones radicales en la industria del libro

b) Los hombres ajenos a la edición llegan a Rialp (1986-1992)

2. La segunda quiebra de Rialp (1992-1996)

a) La incorporación de Jesús Domingo y Miguel Arango

b) Cambiar las ruedas del tren sin detener su marcha (1992-1996)

X. UNA EDITORIAL PEQUEÑA EN UN SECTOR DE GIGANTES (SIGLO XXI)

1. DE LA EDICIÓN PRECARIA A LOS GRUPOS MULTIMEDIA

2. EDICIONES RIALP LLEGA AL SIGLO XXI... Y SIGUE

CONCLUSIONES.DEL ESTEREOTIPO A LA NARRATIVA DEL SILENCIO

1. UNA PROPUESTA SOBRE CÓMO CONTAR LA HISTORIA DE EDICIONES RIALP

2. LA NARRATIVA DEL ESTEREOTIPO

3. LA NARRATIVA DEL SILENCIO

FUENTES

ANEXO I.LISTA DE AUTORES PARA LA BIBILIOTECA DEL PENSAMIENTO ACTUAL (BPA) 1947

ANEXO II.DIRECTIVOS DE EDICIONES RIALP, S. A.

ANEXO III.ACCIONISTAS MAYORITARIOS DE EDICIONES RIALP S. A. DURANTE EL PERIODO 1965-1977

ÍNDICE ONOMÁSTICO

AUTOR

INTRODUCCIÓN

EL OBJETIVO DE ESTE LIBRO ES HACER LA HISTORIA de una editorial nacida en los años cuarenta del siglo xx, y que permanece hasta nuestros días —son pocos los casos— como sello independiente. Es además indudable el impacto que causó con sus primeras colecciones en la vida cultural y política de España. A eso se añade que sus directivos fueron en muchos casos personas del Opus Dei, y que la idea partía del fundador de esta institución, deseoso de brindar a los lectores buenos libros, en el fondo y en la forma, que guardaran una coherencia con el pensamiento cristiano desde los más variados ámbitos de la cultura. No se trataba, por tanto, de publicar solo libros de espiritualidad, sino toda clase de libros.

He querido hacer un trabajo que abarcara desde los comienzos hasta nuestros días. Sólo así puede verse en conjunto la trayectoria de una empresa que muchos se han empeñado en dejar anclada en los años 40 y primeros 50, atribuyéndole un marcado sabor tradicionalista. Avanzando en el tiempo puede observarse que Ediciones Rialp sacó adelante importantes proyectos editoriales, como la Gran Enciclopedia Rialp, la Historia General de España y América, o colecciones de libros que fueron los primeros de España en su especialidad (la colección “La Empresa y el Hombre”, es una muestra de ello). Observando la trayectoria de Rialp en su conjunto se advierte además una gran cantidad de re-ediciones. Hay pocas editoriales en España que puedan contar libros con 45 ediciones, como El valor divino de lo humano, de Jesús Urteaga, o las 19 de Fundamentos de Filosofía, de Antonio Millán Puelles. Los directivos de Rialp han cambiado con el tiempo, pero siempre se han empeñado en estar muy al día de los problemas y las preguntas del mundo, para intentar orientar a su público. Es, por tanto, una editorial generalista, de libro de ensayo, de alta divulgación histórica, filosófica, sociológica…Y también la editora de las obras del fundador del Opus Dei, de algunos de sus sucesores (que también han publicado obras suyas en otros sellos) y, últimamente, de las ediciones críticas de los escritos de Josemaría Escrivá de Balaguer.

El método cronológico tiene la ventaja de no repetir lo que ya se ha dicho: afronta de forma directa el tratamiento de un tema, situándolo en un contexto —o en varios— mucho más amplio. Es el método adoptado en este trabajo. En nuestro caso, Rialp es el centro de una serie de círculos concéntricos en los que primero se encuentra la situación del sector editorial de España, luego el desarrollo del Opus Dei en el mundo, a continuación la evolución de la Iglesia y —conteniéndolos a todos— la España de cada momento, desde los años cuarenta hasta la segunda década del siglo XXI. Esto permite que el objeto de estudio no quede aislado, sino situado siempre en el corazón de los problemas que le atañen tanto a él como a la sociedad, y en relación constante con unos y otros.

Las fuentes para realizar este trabajo han sido abundantes. En primer lugar el archivo de la propia empresa, con sus libros de actas de los consejos de administración y de las juntas generales de accionistas, completos, desde 1948 —cuando se constituye en empresa mercantil—, hasta 1996, cuando quedó con un administrador único. Cuenta también el archivo de Rialp con un apartado perfectamente ordenado y abundantísimo material acerca de una de sus obras magnas, la Gran Enciclopedia Rialp. Igualmente el archivo fotográfico es de una gran riqueza. Gracias a Miguel Arango ese archivo fue donado a la Universidad de Navarra, y por ello ha sido posible realizar este trabajo de investigación. Sin él, la historia de la editorial habría quedado desequilibrada y con demasiados huecos en blanco.

Hay materiales sobre Rialp en otros archivos. Es necesario citar el Archivo General de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei (AGP), donde se puede encontrar una documentación muy completa de los primerísimos tiempos de Rialp, hasta 1947. Después hay un vacío hasta el año 1954, cuando la condena del libro La Virgen María por parte del cardenal Segura, en unos momentos muy delicados para el Opus Dei, tiene como consecuencia que la editorial pase diez años enviando a Roma informes económicos y de contenido un par de veces al año. Eso terminó en 1964 de manera abrupta.

Pero en ese momento está a nuestra disposición el Archivo General de la Administración, de España (AGA), donde se guardan todos los fondos del antiguo INLE (Instituto Nacional del Libro Español). Esto nos ha permitido acceder a las relaciones de accionistas desde 1967 hasta 1977, pudiendo comprobar cómo era el accionariado: cantidad de las inversiones, origen geográfico, capitales mayoritarios… y todo tipo de cambios producidos en este aspecto, pues según la Ley de Prensa e Imprenta de 1966 cada modificación debía ser comunicada al negociado correspondiente.

En las actas de la empresa también constan los accionistas, pero no siempre. Solamente se incluyen en el primer momento y luego muchos años después, en los 80 y 90, cuando ya no se hallaba constituido por personas particulares sino por diversas compañías centradas en actividades ajenas a la edición.

El segundo grupo de material importante en cuanto a documentación han sido los archivos personales de Rafael Calvo Serer y Florentino Pérez-Embid, directivos en Rialp durante los primeros años. Más interesante el primer archivo. El segundo, en cambio, contiene poco material, pero ha resultado clave para entender algunas lagunas. Ambos fondos se encuentran en el Archivo General de la Universidad de Navarra (AGUN).

Del archivo de la Prelatura (AGP) ha resultado esencial la correspondencia del fundador del Opus Dei, donde se encuentran documentos interesantes respecto a la condena del cardenal Segura, y los diarios de los centros del Opus Dei, de hombres y mujeres. En el caso del diario del centro de Salamanca se hace muy fácil poder seguir la pista de Raimundo Paniker en los momentos decisivos de la historia de Rialp. En los diarios de los dos centros de mujeres (Jorge Manrique y la residencia Zurbarán) descubrimos la historia de una editorial anterior a Rialp, Minerva, que sacaron adelante un grupo de mujeres del Opus Dei, lideradas por una que no lo fue nunca, María Natividad Jiménez Salas. Precisamente, el último archivo consultado fue el del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), al que Jiménez Salas legó sus papeles. Entre ellos, una carpeta con el nombre de “Editorial Minerva” nos ha dado todo el material necesario para poder reconstruir la rica vida de esta breve editorial, que solo publicó tres libros pero que se encuentra en los orígenes de Ediciones Rialp.

La bibliografía consultada ha sido muy abundante, ya que hacer la historia de una editorial es similar a una biografía y, por lo tanto, se tocan muchos temas y muy variados, como ocurre en la vida de cualquier ser humano. Ha habido que introducirse en cuestiones muy diversas, desde la nouvelle theologie, hasta el mundo de las enciclopedias o la formación de los conglomerados multimedia que han ahogado en el siglo XXI a las editoriales como Rialp, aunque no a ella.

Debo agradecer mucho a muchas personas. Al profesor José Luís Illanes, que me sugirió el tema, y a los prelados Javier Echevarría y Fernando Ocáriz, que me han dado la confianza de poder entrar sin condiciones en el archivo del Opus Dei. También a todas las personas que en Roma me han facilitado la tarea, especialmente a Marlies Kücking. En la Universidad de Navarra todo mi agradecimiento a Yolanda Cagigas, a Inés Irurita y al personal del archivo que me ha fotocopiado cientos de páginas. También me encantaría agradecer su amabilidad a los funcionarios que me han atendido, tanto en el AGA como en el CSIC. A todos mis colegas del Centro de Documentación y Estudios San Josemaría Escrivá, de Pamplona. Y naturalmente, a la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra y a sus decanas sucesivas, Mónica Herrero y Charo Sádaba, que me han concedido un año sabático para que pudiera comenzar y terminar este libro que amenazaba con no ser escrito nunca. Este año sabático, pasado en el Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la misma Universidad de Navarra, gracias al empeño indomable de Montserrat Herrero, ha sido para mí el regalo más inesperado y feliz de mi vida académica.

Pamplona, 30 de mayo de 2018

I.

LA EDITORIAL MINERVA Y LA COLECCIÓN “ADONAIS” EN EL ORIGEN DE EDICIONES RIALP (1943-1946)

EL AÑO 1943 VIERON LA LUZ DOS INICIATIVAS editoriales de carácter muy distinto, la editorial Minerva y la colección de poesía “Adonais”[1]. Sin embargo, ambas tienen en común que estarían tres años después en el origen de Ediciones Rialp, sociedad anónima que ya ha cumplido siete décadas de historia. Acaso este hecho constituya en sí mismo un acontecimiento relevante en el panorama editorial español, tan acostumbrado a ver nacer y morir empresas, como a contemplar su absorción por algún gigante multimedia, también cuando han llegado a tener éxito.

La editorial Minerva se distinguió por dos rasgos particulares: el primero es que fue gestionada sólo por mujeres; y el segundo es que su origen hay que buscarlo en algunas aspiraciones o ideales que llevaba dando vueltas, desde hacía tiempo, Josemaría Escrivá de Balaguer, por entonces un sacerdote de 41 años que había fundado el Opus Dei en 1928[2].

La primera circunstancia —una empresa femenina en el ámbito socio-cultural— resultaba tan extraña en los años cuarenta como lo había sido previamente, pues no se conocen casos similares con anterioridad. Ni siquiera tenemos noticia de algo parecido durante la segunda república española, cuando se proclamó la igualdad jurídica entre hombres y mujeres y se reconoció a estas el derecho a ejercer una profesión.

El que se tratara de un proyecto femenino en su concepción cultural, producción y gestión comercial resultaba novedoso, debido al estrecho marco jurídico, político y social en el que se desenvolvió la acción pública de las mujeres en los años cuarenta. La Ley de 12 de marzo de 1938 había proclamado la vigencia del título IV del libro I del Código Civil de 1889, que entronizaba como principio general la discapacidad jurídica de las mujeres. La mayoría de edad se situaba en los 25 años, no pudiendo una joven abandonar el hogar paterno si no era para casarse. Se les negó el acceso al ejercicio de profesiones liberales y a otros empleos dentro de la administración pública, como abogado del estado, diplomático, registrador, juez, magistrado… Pero las que contraían matrimonio sufrían aún más restricciones que las que permanecían solteras, pues pasaban directamente de la potestad del padre a la del marido. Para todo se hacía necesaria la llamada licencia marital. Sin ella, las casadas no podían «ejercer actividades comerciales, a tenor de lo dispuesto en los artículos 6 a 9 del Código de Comercio. Ni tan siquiera realizar pagos en obligaciones de dar» (Moraga García 2008, 232). Por ejemplo, les estaba vetado comprar o vender acciones, aunque estas últimas fueran de su propiedad. La situación, evidentemente, no favorecía que las mujeres casadas pudieran o quisieran desarrollar de manera autónoma una actividad empresarial.

El régimen franquista aceptaba sin embargo el trabajo de la mujer soltera y mayor de edad. Ese fue el caso de las editoras de Minerva. En esas circunstancias tenían plena capacidad de obrar libremente, aunque siempre con limitaciones: aquellos trabajos ya indicados a los que no podían acceder por su condición femenina y la prohibición de abandonar el hogar paterno sin permiso.

Resulta más que probable que esta situación jurídica sea la responsable de la mínima presencia femenina en el ámbito editorial de los años cuarenta. Sabemos que entre 1944 y 1946 (Conversaciones con editores 2006, 19 y 26; Sánchez Vigil 2009, 109; Martínez Martín 2015, 377), la valenciana Amparo Soler, hija y nieta de impresores, se hizo cargo con su hermano Vicente del negocio familiar. Su padre creó un sello de imprenta, Castalia, que, al morir, quiso dejarle a ella. En aquel momento se separaron de facto imprenta y editorial y esta última, en manos de Amparo, se trasladó a Madrid en 1962, donde logró arraigar gracias a sus cuidadas colecciones de clásicos y libros universitarios. Pero en 1962 ya se había modificado de manera importante el Código Civil (Ley de 24 de abril de 1958), de tal modo que la capacidad jurídica y de obrar de las mujeres se había ampliado[3].

En 1948 otra mujer, Teresa Pérez Gardeta, fundó con su marido, Ramón Lorente, la editorial Castilla, S.A., orientada a la edición de libros turísticos. En 1959, asociados con José Ortega Spotorno y su mujer, ambos matrimonios formaron Alianza Editorial. También por los años cincuenta se produjeron iniciativas femeninas muy concretas en el ámbito que nos ocupa, como la de Yvonne Espaltac Deltour en Barcelona, que registró una empresa para editar un método de francés, o Amelia Bravo Nogales, que llevó a cabo la misma acción con el objeto de sacar al mercado álbumes de labores y bordados. Pero habría que esperar hasta los años sesenta para asistir a la entrada de mujeres en esta actividad en relativa igualdad con los hombres (Martínez Martín 2015, 376-377).

La segunda circunstancia, la relación de Minerva con el Opus Dei, es puesta de manifiesto por María Jiménez Salas, la mujer que llevó en buena medida el peso de la editorial. Según el testimonio de la propia interesada:

Como yo era amiga de libros y de trabajos de investigación, sin duda para darme un trabajo a mi gusto, [Escrivá] me habló del interés que tenía por conseguir una editorial de libros de formación doctrinal religiosa. Era consciente de que mucha gente inteligente, que hubiera leído libros de espiritualidad bien presentados y normales, sentían malestar ante los que solían editarse: con tapas negras y malas ilustraciones. Había que hacer esta literatura atractiva, también en la presentación, pensando en hacerlos no demasiado arduos, ni interminables; que, al mismo tiempo, fueran sólidos, con doctrina.

Me puse a trabajar en este proyecto del Padre con ganas. Pensé en el nombre de la editorial Minerva que luego resultó ser nombre repetido y hubo que cambiarlo, y comenzamos una colección que se llamaría Neblí y tendría como lema el de San Juan de la Cruz: «Volé tan alto, tan alto»[4].

La editorial Minerva, por tanto, iba a ser la primera formulación práctica de esa idea que Escrivá llevaba tiempo considerando, con el objetivo de difundir libros de orientación cristiana entre mucha gente. En la primavera de 1943, Jiménez Salas ya había empezado a dar forma a la futura editorial[5]. Esta joven, que por entonces tenía 33 años, nunca fue del Opus Dei, pero frecuentó el primer centro de mujeres de la Obra en Madrid, llamado Jorge Manrique por estar ubicado en la calle de ese nombre.

El dueño de la marca “Minerva” fue Álvaro del Portillo[6], el más estrecho colaborador de Escrivá. A efectos legales esto significaba que su uso únicamente le estaba permitido a él o a quien él autorizara debidamente. Llama la atención que María Jiménez Salas —“inventora” además del nombre— no fuera la dueña de la marca, sino que esta se registrara a nombre de Del Portillo, que en aquellos momentos era ya secretario general del Opus Dei. No existe rastro documental que explique los motivos de esta decisión, pero puede sugerirse que Escrivá deseaba salvaguardar de cara al futuro la idea y la orientación primigenia de la editorial. De este modo podían cambiar las personas al frente de Minerva, pero no el objetivo con el que esta había nacido.

Tampoco la editorial se constituyó en ningún momento como sociedad anónima, probablemente porque lo impidió su corta vida. De cualquier forma, no era necesario que lo hiciera. Funcionar como empresa individual era una práctica extendida en aquellos momentos entre las iniciativas editoriales. Apenas existían entonces sociedades anónimas entre las empresas de este tipo, tan solo algunas de mucha tradición, que lograron sobrevivir a la guerra civil. No fue raro que las editoriales fundadas en los primeros años cuarenta, y aun después, adoptaran la fórmula de empresa individual. Así ocurrió con Gredos, José Jané Editor o Luis de Caralt Editor, por nombrar sólo algunas que tuvieron largo recorrido (Escolar 1999, 74; Martínez Martín 2015, 250; Lago Carballo y Gómez Villegas 2006, 40).

Por su parte, la colección “Adonais” de poesía se gestó de manera muy distinta. Sin embargo, puede encontrarse algún rasgo común con Minerva, y es que en 1943 era tan difícil para una mujer ser editora como para un joven poeta publicar un libro. A pesar de la guerra civil, un terrible acontecimiento poco afín a la lírica, había brotado en España una generación de jovencísimos poetas. Se trataba de chicos y chicas entre dieciocho y veinte años que llegaban a ver impreso algún trabajo suyo en diversas revistas, como la valenciana Corcel nacida en 1942, pero que no lograban un editor para sus poemarios. En este contexto surgió la figura de José Luis Cano, joven poeta algecireño de pasado republicano, perteneciente a la llamada generación de 1936 y amigo personal de varios poetas del 27, como Luis Cernuda y Vicente Aleixandre[7] (Cano 1996, 13-14; Gracia García 2015, 643; Guillén 2016, 16). Vicente Aleixandre, quizá el más significativo del grupo, definió del siguiente modo la poesía de esos años de postguerra y el importante papel que correspondió a Cano (Aleixandre 1996, 248-249):

La primera oleada de poesía después de 1939 parecía a la sazón encarnizada en un formalismo insistido, preciosista, que si en su origen había producido versos bellos, estaba ya convirtiéndose en una fórmula, repetible en cadena sin fin. Y, como toda fórmula mecanizada, dispuesta a durar hasta la consumación de los tiempos. Recuerdo, entonces, haber oído a jóvenes impacientes tristes vaticinios sobre la continuidad de nuestra poesía […]. Este es, entre otros, un mérito de José Luis Cano: concebir su colección en el instante justo. Presentir el nacimiento de la nueva lírica y adelantarse a darle su continente y su órgano: una fresca, valiente colección de poesía que quería alimentarse y servir a las obras futuras de los jóvenes poetas. Y esto sin ningún prejuicio de escuela, pidiendo sólo autenticidad y limpieza; dispuesta a abrirse, representativamente, a todo el posible ámbito de la actividad.

Siguiendo esta opinión de Aleixandre, otro autor afirma:

Los fundadores de la colección querían ante todo abrir caminos para los jóvenes poetas y ofrecerles nuevas formas de darse a conocer en aquel ambiente cerrado y asfixiante de la inmediata postguerra: querían crear un clímax más apto y, también, más libre para el florecimiento de la poesía en un mundo francamente hostil […]. Con la colección se quería crear un ámbito más aireado, menos vigilado y más libre que el que ofrecían las corrientes surgidas al amparo de la protección oficial, entre ellas el movimiento garcilasista. Se pretendía —como el propio José Luis Cano constata— poner en paridad de circunstancias a otros posibles gustos o tendencias, como la neorromántica, la tremendista y otras que con el tiempo iban a surgir (Cano Ballesta 2003, 131-132).

Tres maestros de la generación del 27, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, apoyaban sin reservas esta rehumanización de la poesía (Benito de Lucas 1993, 95). Hay que reconocerle a José Luis Cano el don de la oportunidad. Gracias a sus buenos contactos y tras varias conversaciones adecuadas logró por fin tener, en la primavera de 1943, el nombre de la colección y la editorial dispuesta a embarcarse en la aventura. Así lo contaba el protagonista (Cano 1993, 14-15):

Mi idea era hacer algo semejante a lo que había logrado Emilio Prados con los suplementos de su revista Litoral en la Málaga de los años 20, o Manuel Altolaguirre, con su linda colección Héroe, que la guerra civil cortó casi en flor, pues solo pudo vivir de enero a julio de 1936.

No eran buenos aquellos momentos de 1943 para editar libros de poesía, pero a mí me parecía tan necesario mi proyecto poético que lo preparé con todo entusiasmo, y le puse ya nombre: colección “Adonais”, por sugerencia de Rafael Montesinos, en recuerdo de la famosa Elegía, de Shelley a la muerte de su amigo Keats, que llevaba ese mismo nombre. Por cierto que cuando fui a ver al Director General de Información, que era a la sazón Juan Aparicio, a fin de conseguir que autorizara la publicación, puso objeciones al título, porque Adonai —sin la ‘s’ final— era, según me dijo, yo entonces lo ignoraba, uno de los nombres hebreos de Dios. Tuve que llevarle la edición inglesa del “Adonais”, de Shelley para que viera que mi proyecto no tenía nada que ver con lo judaico.

Pero si yo tenía el título, e incluso los nombres de los primeros poetas que iban a iniciar la colección, me faltaba lo principal: el editor. Fue entonces cuando Vicente Aleixandre, a quien yo visitaba con frecuencia y que estimulaba mi proyecto, me aconsejó: «¿Por qué no hablas con Juan Guerrero? Precisamente acaba de fundar una editorial». Yo tenía alguna amistad con el “Cónsul General de la Poesía”, como le llamó García Lorca, y conocía bien su fervor y su devoción por la poesía. Fui, pues, a verle a su piso de la calle Hermosilla […]. La acogida que encontré en Juan Guerrero no pudo ser más entusiasta. Aceptó, en seguida, el proyecto que le expuse incorporando la colección a su Editorial Hispánica, fundada por él para editar libros de poesía. Con esta facilidad, que parecía mágica, nacía a la luz “Adonais”, en la primavera de 1943.

Juan Guerrero era un alto funcionario del Ministerio de Gobernación, con gusto por la poesía. En su Editorial Hispánica habían salido antologías de José Manuel Blecua sobre los pájaros, el mar y las flores en la lírica española (Mainer, 2003, 15). Gracias a la acogida que recibió “Adonais” en Editorial Hispánica pronto salió al mercado el primer volumen de la colección: Poemas del toro, un librito breve de Rafael Morales, joven poeta de 24 años. Pero tanto los bellos y sobrios poemarios de “Adonais”, como los futuros libros de Minerva se iban a encontrar con un ambiente editorial cerrado a sus aspiraciones.

1. EL MUNDO DEL LIBRO EN ESPAÑA DESPUÉS DE LA GUERRA CIVIL: EL CONTEXTO EDITORIAL DE MINERVA Y “ADONAIS”

La guerra civil había provocado el colapso y la desorganización del mercado editorial español. Entre 1940 y 1942 se registró un pasajero crecimiento de la capacidad de consumo, lo cual animó al gremio a recuperar el tiempo perdido. Se produjo de este modo un auge desmesurado y ficticio en la producción de libros. Además, nacieron nuevas empresas: los 250 editores que en 1936 operaban en el sector, habían doblado su número hasta 500 en 1944. La edición aumentó de un modo tan considerable que se podía hablar de una indudable superproducción (Difusión del libro español 1944, 7-8).

Pero una cosa era producir libros y otra muy distinta conseguir venderlos. Los libros editados en España alcanzaban escasa difusión, una vez superado el corto periodo de demanda que caracterizó los primeros años de la posguerra. A partir de 1943 el negocio comenzó a resentirse. Ese año, el promedio de venta de los libros de mayor éxito (literatura) sufrió una contracción de más del 40%. Por lo tanto en 1943, fecha de comienzo de la editorial Minerva y de la colección “Adonais”, la industria española del libro no pasaba por su mejor momento.

El siguiente cuadro nos muestra de modo gráfico lo que venimos diciendo:

Producción editorial española durante los años 1942 a 1947 clasificada por materias

Clasificación

1942

1943

1944

1945

1946

1947

Obras Generales

168

664

304

333

118

129

Filosofía

52

91

81

74

54

43

Religión

271

297

344

298

139

179

CC Jurídicas y Sociales

522

610

625

635

512

488

Filología-Lingüística

113

145

123

107

87

89

Ciencias puras

176

197

165

174

136

129

Ciencias aplicadas

403

465

450

422

333

310

Bellas Artes

228

320

184

203

181

191

Literatura

1.242

1933

1.623

1.506

1322

1.186

Historia y Geografía

314

557

628

511

361

355

TOTAL

3.489

5.279

4.527

4.263

3.243

3.101

Fuente: Anuario Español e Hispanoamericano del libro y de las artes gráficas, p. 375.

Podemos observar como las abultadas cifras de 1943 comenzaron su caída libre rápidamente. ¿A qué se debía este abrupto cambio de tendencia? El problema fundamental era que el libro español resultaba demasiado caro, sobre todo frente al argentino, que había conquistado el mercado americano y amenazaba ya a la península. Los editores nacionales estaban sometidos a diversas trabas económicas, además de a barreras ideológicas. Era endémica, por ejemplo, la escasez de divisas para poder comprar derechos de traducción de obras extranjeras. Así, en 1942, se otorgaron 237.524 pesetas para el pago de derechos de traducción. Y la cantidad fue creciendo hasta llegar en 1946 a más de dos millones de pesetas (exactamente 2.304.168). Pero era algo que escandalizaba a los elementos más radicales e ideologizados del régimen de Franco (los falangistas), que consideraban las traducciones como un menosprecio a las capacidades creativas de los escritores nacionales. Un autor recuerda el exceso de celo de un articulista de Bibliografía Hispánica que, haciendo balance del año 1942, exclamaba: «El caso más alarmante es el de la literatura. ¡517 libros traducidos! […]. Se traduce a caño abierto del extranjero, sin que exista medio humano de evitar que nos importen un concepto del mundo y de la vida totalmente contrario a la concepción que llamamos nuestra, que nos vanagloriamos de llamar española» (Larraz 2010, 56).

El aumento de divisas para las traducciones conllevaba también un control más estricto de la censura sobre esas obras, que «no serían aceptadas o denegadas únicamente en función de su permisividad moral, religiosa o política, sino también de acuerdo con criterios de calidad», para eludir libros de dudosos atributos estéticos y literarios y apuntar únicamente a las obras cumbres del espíritu humano (Larraz 2010, 57). Todo este tema enervaba a los editores profesionales, y en este sentido merecen ser citadas las palabras de uno de ellos, que escribía:

[…] La autarquía intelectual es un absurdo, y las culturas más ricas son precisamente las que resisten las influencias del extranjero pero no las rehúyen. El editor de obras extranjeras no perjudica a los autores noveles. Por el contrario, con su actividad —aunque parezca paradójico— hace posible a menudo la edición de obras de autores nacionales poco conocidos y, por tanto, de venta incierta. Gracias a la edición de obras extranjeras cuyo éxito ha sido casi siempre experimentado en su país de origen y muchas veces en otros países que se han apresurado a traducirlas, el editor español logra una base económica más amplia para su negocio, que le permite aventurarse a editar obras nacionales de éxito problemático, pero que por su mérito son dignas de ser conocidas (Gili Roig 1944, 113).

Las tiradas de los libros eran cortas. En los de literatura —los más vendidos— casi ningún autor lograba llegar a los cinco mil ejemplares, siendo lo habitual cantidades entre dos mil y tres mil. Por otra parte, la vida media de una edición podía llegar a ser demasiado larga. Con enorme fortuna, un título quizá quedaría agotado en un año. Pero lo habitual era una media de tres. Y mucho más que eso. Gustavo Gili aseguraba que la mayor parte de las ediciones de cualquier catálogo no llegaban a estar totalmente vendidas hasta después de diez años de su publicación. En el catálogo de su misma empresa existían 107 obras que habían salido al mercado entre 1905 y 1930, y de las cuales seguían existiendo ejemplares en los almacenes. La vida lánguida que arrastraban estos títulos demostraba su escaso éxito. Y si el total del catálogo contenía 350 obras, era necesario concluir que una tercera parte de los fondos editoriales de Gustavo Gili habían resultado un fracaso (Gili Roig 1944, 54-55).

Además del acierto o desacierto a la hora de editar un libro, estaba el problema del precio de venta. Producir libros en España era extraordinariamente caro. Por ejemplo, entre 1943 y 1949 los libros de la colección Áncora y Delfín, pasaron de oscilar entre quince y veinte pesetas, a costar cuarenta y cinco. Como se ha dicho, «la evolución de los precios de la colección es un buen indicador de la inflación del libro a lo largo de la posguerra» (Larraz 2010, 71). En contraste, la editorial Espasa-Calpe Argentina, vendía en España sus volúmenes de la colección Austral por cuatro pesetas y media. Y eso debido a que los gastos de transporte eran elevados y los trámites comerciales excesivamente premiosos, porque, en caso contrario, hubieran sido aún más baratos. Además si esa colección se editara en España en vez de en Argentina, el precio del libro no hubiera podido bajar de las ocho-nueve pesetas (Difusión del libro español 1944, 11). ¿Motivos? El precio del papel. España tenía una menguada producción de esta materia y dependía casi totalmente de la importación, sobre todo de los países del norte de Europa. Pero el estallido de la segunda guerra mundial había reducido enormemente las posibilidades de obtener papel por esta vía, al igual que cambiar de proveedor y abastecerse de Canadá. Por otra parte, las naciones escandinavas se vieron obligadas a reducir a la mitad su producción, por lo que las menguadas cantidades que —a pesar de todo— se llegaban a obtener, resultaban enormemente caras: en 1944 el cuádruplo que en 1936. Cien kilos de papel, en 1944, se pagaban en España a 547 pesetas, mientras que en Argentina se hacía a 291. Otro aspecto del mismo problema era el de la encuadernación. Podía afirmarse que solo existía una empresa en España que produjera telas para este menester, pero su actividad se dirigía a otros sectores que aportaban más beneficios, no precisamente al mercado editorial. Además no podían competir ni en calidad ni en colorido con las telas británicas o norteamericanas… Pero de nuevo la guerra mundial hacía imposible el abastecimiento por estas vías tradicionales (Larraz 2010, 61; Gili Roig 1944, 68, 79-80).

Si los problemas meramente técnicos de la producción de libros eran ya grandes, la entera industria se hallaba bajo el yugo de la censura, tremendamente impopular entre los profesionales. Entre 1941 y 1945 Falange se encargó directamente de ella, a través de la Vicesecretaría de Educación Popular. Todos los libros —aunque fueran religiosos y tuvieran ya su propia censura eclesiástica— debían pasar por una censura estatal arbitraria, sin criterios fijos, sin derecho de consulta en casos dudosos, lenta y que, además, no evitaba que el libro pudiera ser retirado o prohibido una vez ya en el mercado. Gustavo Gili afirmaba que esta práctica desprestigiaba a España ante el mundo exterior, restaba a nuestros libros enormes posibilidades de difusión y, en el intermedio, los competidores aprovechaban estas dificultades para copar los mercados de habla hispana. Y añadía, con argumentos “patrióticos” para impresionar a la autoridad:

[…] si la censura española resulta, además de inconsecuente, excesivamente rigurosa, en contradicción con el espíritu de nuestra época, las armas de que disponen, no ya los enemigos de nuestro libro, sino los mismos enemigos de España, son de un alcance incalculable (Gili Roig 1944, 116-117).

No conviene olvidar, por último, la escasa entidad o envergadura material, que acompañaba a muchas editoriales españolas por los años 40. Se trataba en buena parte de proyectos muy personales, dirigidos por un solo individuo, que quizá incluso trabajaba en su propia casa. En otras ocasiones el negocio editorial surgía de otro previo, habitualmente una librería o una imprenta. Algunos se encontraban en mejor situación, pero en general las circunstancias resultaban precarias. Por ejemplo, Cela publicó en 1942 su primera novela (La familia de Pascual Duarte) en editorial Aldecoa porque era amigo del hijo del propietario. Luis de Caralt, que logró fundar la editorial Caralt en 1942 porque era falangista y concejal del ayuntamiento de Barcelona, corregía él mismo las pruebas de los libros. La editorial Noguer nació en 1942 y salió adelante porque la gestión literaria la llevaba José Pardo, delegado de propaganda de Barcelona recién terminada la guerra civil; Aguilar publicó mucho porque lo hacía en papel biblia, no sometido a cupos, y porque se vio obligado a pedir un crédito para volver a empezar: sus antiguos empleados fueron llegando después de la guerra y no podía dejarlos en la calle; Afrodisio Aguado intentó sobrevivir en la posguerra como editorial familiar, primero en Palencia, luego en Valladolid, al amparo de Falange, y por fin en Madrid. Ariel nació muy modestamente como imprenta, en 1941, utilizando la maquinaria de la vieja editorial Montaner y Simón. José Janés empezó solo y sin dinero después de la guerra, con el despacho en su misma vivienda. Se acostumbró a hacer libros con malos papeles o con el único asequible, el papel barba, donde imprimía una obra literaria en vez de estampar una póliza. Gredos nació en 1944, creada por Hipólito Escolar y otros colegas, sacando un libro del que tiró 7000 ejemplares y vendió solamente 600. Casi se hunde la joven editorial con aquello, pero pudo sobrevivir publicando durante un tiempo obras para el Frente de Juventudes. Lumen era una editorial religiosa fundada en Barcelona por el sacerdote Juan Tusquets, en 1939, y que más tarde fue comprada por su hermano Magín Tusquets: corrían ya los años 60, pero las dimensiones de la editorial eran exactamente las de la biblioteca de su propia casa, y a ella se dedicaban los dos hijos de la familia, Oscar y Esther (Moret 2002, 27-28, 35, 40, 59, 61-62, 151, 264-265, 315; González de Cardedal 2004, 108-109).

Todo lo dicho hasta ahora sobre la industria editorial se corresponde con el sector privado. Pero existía también la Editora Nacional, de titularidad pública, cuyos orígenes hay que buscarlos en el bélico Burgos de 1938 con la fundación de la revista Jerarquía (la revista negra de Falange, era su subtítulo). Según un sólido estudio, la Editora Nacional no era más que el «conglomerado propagandístico editorial» del falangismo hegemónico (Iáñez 2011, 89). No estaba bien vista por el resto de los editores, como quedó de manifiesto durante la I Asamblea Nacional del Libro Español, celebrada en Madrid en 1944. Allí afirmó Fernando Rodríguez, de editorial Lis:

El primer derecho que la industria nacional debe reclamar al Estado es que éste no le haga la competencia. He aquí el problema de las editoras nacionales. Que nosotros sepamos, no existen en ningún otro país como tales editoriales propiamente dichas y con funciones comerciales perfectamente concretas. En ninguna industria puede admitirse como competencia leal la del propio Estado, por la enorme desproporción que existe entre los medios y elementos de que dispone, en relación con un industrial particular, e incluso con una poderosa Sociedad Anónima (Derechos y deberes del editor 1944, 5-6).

Pero la Editora Nacional siguió adelante, unas veces publicando pura propaganda y otras veces productos de calado intelectual. Desde su nacimiento, en 1941, y hasta 1952, estuvo dirigida por Pedro Laín Entralgo, procedente del Servicio Nacional de Propaganda, donde había ocupado la Jefatura de Ediciones y Publicaciones desde 1938 (Ruiz Bautista 2005, 115-117). Uno de los éxitos de la Editora Nacional fue la colección “Breviarios del Pensamiento Español”:

Allí estaba la nómina de glorias patrias compendiada, pero también usurpada, raptada simbólicamente, instrumentalizada, asociada a un proyecto nacional, descontextualizada —como acaece con toda antología— de un modo y no de otro […]. Empíreo arsenal se quería formar, pues, con Cervantes, san Juan de la Cruz, Séneca, Don Juan Manuel, Bernal Díaz del Castillo, Feijoo, Jovellanos, Juan Pablo Forner, Larra, Balmes, Donoso Cortés, Aparisi y Guijarro, Benito Pérez Galdós, Juan Varela, Juan Luis Vives, José Antonio Ledesma Ramos, Vázquez de Mella, clásicos y modernos, cimas y figuras menores, rancios e ilustrados, liberales y reaccionarios, hombres del Medievo y de la Edad Moderna allegados a difuntos aún tibios, todos mezclados, todos partícipes de un mismo propósito (Ruiz Bautista, 2005, 199).

Para lograr que el pensamiento de gente tan dispar se encontrara en armonía con el espíritu de la nueva España en su versión falangista, se practicó ampliamente lo que un autor ha denominado «estrategia de la apropiación indebida», o «incursiones en el campo enemigo sin más objeto que el botín». Así, un prologuista entusiasta convirtió a Séneca al carlismo, transmutándolo rápidamente en duro falangista; otro, se ocupó de que el “sospechoso liberal” Mariano José de Larra, debiera todos sus pecados ideológicos a la acentuada inmadurez y puerilidad de su inestable temperamento; autores como Juan Varela, Donoso Cortés y Menéndez Pelayo consiguieron que algún introductor de “Breviario” quitara incluso el interés a los posibles lectores, tachando a estos autores de personajes caducos y prescindibles (Iáñez 2011, 229; Ruiz Bautista 2005, 199-202), puesto que no resultaba nada fácil hacer comulgar su pensamiento con el credo falangista.

2. LA EDITORIAL MINERVA. GRANDES OBJETIVOS, POCOS RESULTADOS

a) María Jiménez Salas

En este panorama de dificultades materiales y barreras ideológicas nació la editorial Minerva. María Jiménez Salas acogió con energía y gran dosis de iniciativa personal una idea que llevaba tiempo madurando en la mente del fundador del Opus Dei. Desde los primeros años treinta Escrivá pensó que una buena manera para dar doctrina y formar el espíritu y la mente de los católicos era difundir escritos. Ya en fecha temprana (1931)dejó constancia de ello en sus apuntes íntimos: «[…] querría escribir unos libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva […]» (Coverdale 2002, 83). Empezó a hacerlo extrayendo de sus propias notas personales textos que pudieran ayudar a los demás. Enseguida redactó unas consideraciones sobre los misterios del rosario y poco después escribió unos cuantos puntos cortos de meditación, todo ello experiencia de su propia vivencia religiosa. Ambas obritas, la primera llamada Santo Rosario y la segunda Consideraciones Espirituales, fueron impresas a velógrafo en 1932, con tiradas mínimas en torno a los cien ejemplares. El primer folleto ocupó diez cuartillas a dos caras y el segundo diecisiete, conteniendo 246 máximas para la meditación. Consideraciones Espirituales logró publicarse en 1934, en la Imprenta Moderna de Cuenca, gracias al obispo de aquella ciudad, el beato Cruz Laplana, pariente de Escrivá (González Gullón 2016, 76-77; Méndiz 2013, 175). De Consideraciones Espirituales saldría después Camino. Y tanto Camino como Santo Rosario fueron dos de los tres libros que editó Minerva entre 1943 y 1946.

María Natividad Jiménez Salas (Zaragoza, 1910-Madrid, 1999), alma y motor de Minerva, era hija de Inocencio Jiménez y Juana Salas. El padre fue buen amigo de Escrivá. Ocupó la cátedra de Derecho Penal y Procesal en la Universidad Central de Madrid y perteneció a la Junta de Ampliación de Estudios antes de la guerra civil. Uno de sus hijos frecuentó en los años treinta la Academia-Residencia DYA, primera iniciativa apostólica puesta en marcha por Escrivá. Terminada la contienda, Inocencio Jiménez formó parte, como presidente, del tribunal académico que juzgó la tesis doctoral en Derecho Civil del fundador del Opus Dei[8]. Falleció en 1941. Por su parte, Juana Salas fue una destacada defensora de los derechos de la mujer desde las organizaciones femeninas cristianas (Blasco 2007, 187-207).

Hacia 1943 Jiménez Salas trabajaba en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), como vicesecretaria de la revista Arbor. Estudió en Zaragoza antes de la guerra civil y se instaló en Madrid con su familia después de la contienda. Escribió el libro Vida y obras de D. Juan Pablo Forner y Segarra (1944), por el que recibió el premio Duque de Alba de la Real Academia Española. Estuvo siempre vinculada al CSIC, donde también publicó Historia de la asistencia social en España en la Edad Moderna (1958) y Santa Teresa de Jesús: bibliografía fundamental. Con Josefina de la Maza dio a la imprenta Vida de San Juan de la Cruz. Conoció a Josemaría Escrivá en 1939, en casa de su familia, y le ayudó casi inmediatamente en cuestiones relacionadas con los libros: le regaló un buen número de obras infantiles para niños de las catequesis que impartían los chicos de la Obra y sus amigos; se preocupó por organizar una pequeña pero escogida biblioteca en Jorge Manrique[9] y ayudó personalmente a Escrivá en la búsqueda de imprenta y corrección de pruebas de su libro La Abadesa de las Huelgas. Es posible que, entre las personas que por entonces conocía y trataba el fundador del Opus Dei, fuera María Jiménez Salas la más indicada para afrontar un proyecto editorial.

Junto a ella, trabajaron en Minerva algunas jóvenes del Opus Dei, de manera fundamental Encarnación Ortega Pardo[10] y sobre todo, a partir de noviembre de 1944, Guadalupe Ortiz de Landázuri[11], aunque la mayor parte de la tarea hubo de pivotar sobre los hombros de Jiménez Salas. Las mujeres de la Obra que existían en España en 1943 no llegaban probablemente a la veintena (29 en 1946) (Fuenmayor 1989, 195) y algunas de ellas vivían aún con sus padres o en otras ciudades de España. En el centro de Jorge Manrique de Madrid hubo siempre un número reducido, alrededor de seis.

b) Victoria del Amor, el primer libro de Minerva (1944)

El diario del centro de Jorge Manrique durante los años 1943 y 1944 está repleto de anotaciones sobre el trabajo en la editorial Minerva. Jiménez Salas, las que vivían en Jorge Manrique y otras chicas que pasaban por allí, confeccionaron durante aquellos meses muchas fichas bibliográficas, en previsión de una Guía de lecturas que se pensaba editar próximamente. Los planes de las promotoras abarcaban varias colecciones, tanto de cuentos y novelas como de libros de espiritualidad. Los trabajos comenzaron con esta última modalidad, encuadrada dentro de una colección que llamaron “Neblí”. El primer libro fue la tercera parte del Abecedario espiritual, del beato Francisco de Osuna. Se le puso libremente el título de Victoria del Amor, y quedó precedido por un breve prólogo que escribió María Jiménez, donde presentaba editorial, colección y obra al público español.

Las editoras estaban muy animadas, esperaban ganar mucho dinero y disfrutaban haciendo planes[12]. El sello de la editorial (una airosa Minerva) y el de la colección concreta (el neblí) fueron dibujados durante el verano de 1944 por el estudiante de arquitectura Luis Borobio[13]. También en aquellos meses se barajó la posibilidad de tener imprenta propia para abaratar costes pues, al parecer, existió la posibilidad de conseguir una en Navarra. Aunque esta idea no llegó a materializarse, las editoras ocuparon el verano y parte del otoño de 1944 en buscar el papel adecuado, corregir pruebas, solicitar la censura eclesiástica, hacer gestiones de encuadernación, presentar el libro a la censura civil, preparar reseñas para la prensa y pensar en la futura distribución del libro. Y entre el abundante trabajo, surgieron también nuevas ideas para futuras publicaciones de la colección “Neblí”:

Empezamos a pensar en otro libro que podría salir para diciembre sobre cosas de Navidad, ya que nos parece convendría intercalar en esta colección de vez en cuando algo también de clásicos pero un poco más ligero, para que la gente no nos tenga por tostones.

Por fin el día 17 de octubre llegaron a Jorge Manrique los dos primeros ejemplares. Y casi un mes más tarde, el 12 de noviembre, podemos leer en el diario: «Tenemos ya en casa los 1000 ejemplares del libro, estamos contentísimas, nos parece mentira verlo. A ver si lo vendemos enseguida»[14].

En la guía Libros publicados en España 1944, la primera de su especie después de la guerra civil, aparecía el siguiente registro en la página 35:

393 OSUNA, Francisco de, Victoria del Amor. Madrid.-Editorial Minerva.- (1944).-156 páginas+2hojas, 13 com.-Tela.- (Colección Clásicos Neblí) 10, 00[15].

Minerva fue una editorial muy similar a las fundadas en su época en cuanto a escasez de medios y personas; igualmente en cuanto a tiradas y precios. Victoria del Amor, con mil ejemplares, se encontraba dentro de los márgenes habituales de un libro que no fuera de literatura. Y lo mismo podemos decir del importe: los libros populares no subían de las 5 pesetas. A partir de esa cantidad se trataba de obras que ya aspiraban a cierta calidad material y de contenido. De ahí que el precio (10 pesetas) parezca razonable. Recordemos que solo las editoriales dedicadas a la ficción se podían permitir el lujo de ‘grandes’ tiradas de cinco mil ejemplares; y que la colección Áncora y Delfín, que era de este tipo, vendía sus publicaciones casi al doble del precio que tenía Victoria del Amor. Esta primera obra de Minerva era una edición cuidadísima. Podemos hablar con toda propiedad de un pequeño y precioso libro. Sus dimensiones eran de 7,5 x 12,5 cm. En el chaleco o sobrecubierta del libro podemos apreciar un dibujo de colores vistosos, realizado por Luis Borobio, con un castillo al fondo y en primer plano un caballero armado, sobre su montura. De hecho, aquel aseguró en su momento, en tono bromista: «Si se trataba de camuflar que era un libro pío, está conseguido…, pero quizás tenga pinta de novela […]». Las de Jorge Manrique pudieron comprobar que efectivamente la tenía. En este sentido, el diario del centro comentaba de manera divertida que en la librería de ferrocarriles se vendían cada mes siete u ocho ejemplares: «Nos hace mucha gracia pensar que la gente al comprarlo (como está presentado tan agradable) creerá que es una novela rosa, pero como durante el viaje se suele leer, se lo leerán y quien sabe el fruto que para alguien puede tener»[16].

El chaleco del libro ofrecía bastante información sobre la editorial. Anunciaba que “Clásicos Neblí” se disponía a editar varias obras religiosas del siglo de oro español. Por orden alfabético de autores, son las siguientes: Arte de bien vivir, de Antonio de Alvarado; Triunfo del Amor de Dios, de Juan de los Ángeles; Consideraciones sobre los Evangelios, de Andrés Capilla; Combate espiritual, de Juan de Castañiza; Meditaciones del Amor de Dios, de Diego de Estella; Ejercicio de la virtud, de Antonio de Guevara; Homilías sobre los evangelios, de Bautista de Lanuza; Subida al Monte Sion, de Bernardino de Laredo; Arte para servir a Dios, de Alonso de Madrid; El Creador y las criaturas, de Raimundo de Sabunde; y El Tránsito del Hombre, de Alejo de Venegas. En el diario de Zurbarán, sin embargo, tan solo existe una breve alusión a uno de estos títulos, Subida al Monte Sion, cuyo prólogo llegó a escribir D. Baldomero Jiménez Duque, un sacerdote muy amigo de Escrivá[17]. De cualquier manera parece que “Neblí” era la colección más trabajada por las editoras hasta ese momento, como indica el elenco que acabamos de citar. No parece una coincidencia que varios de estos libros formaran parte de la biblioteca de trabajo del fundador del Opus Dei: concretamente los de Alonso de Madrid, Diego de Estella, Alejo Venegas, Juan de los Ángeles, Bernardino de Laredo y Antonio de Guevara, además del ya publicado de Francisco de Osuna (Gil Sáenz 2015, pp. 244, 301, 309, 349, 353, 381).

El chaleco de Minerva habla también de dos colecciones de próxima aparición: “Delfín”, para jóvenes y “Ayer y Hoy”, para público más adulto. De la primera no hemos encontrado rastro documental. Sí de la segunda, de la que hablaremos en su momento; pero con unos planteamientos algo distintos a los que pueden leerse en el citado chaleco.

Respecto al flamante libro Victoria del Amor, en noviembre y diciembre de 1944 tuvieron lugar las acciones más incisivas de distribución por las librerías de Madrid, que realizaron las propias residentes de Jorge Manrique. Imprimieron una especie de tarjetones publicitarios y también papel para pedidos con el emblema de la editorial. El 18 de noviembre puede leerse en el diario que Jiménez Salas y Ortiz de Landázuri habían estado en la Biblioteca Nacional para realizar el Registro de la Propiedad Intelectual. Visitaron después varias librerías para ofrecer Victoria del Amor y volvieron muy contentas por todas las alabanzas que había recibido la obrita. Según los cálculos de ese día habían logrado vender 46 ejemplares en firme y dejado algunos otros en depósito. Las mañanas y tardes de muchas jornadas de noviembre y diciembre estuvieron dedicadas a esta actividad de distribución y a otras de la editorial[18]. El libro tuvo buenas críticas, siendo la mejor la de la revista Signo (de la Juventud de Acción Católica). A pesar de todo, como dejó escrito María Jiménez, «hubo muchas dificultades económicas y los distribuidores pedían el 30% o más sobre la venta y apenas se vendió»[19]. El reparto directo a cargo de las propias editoras, librería por librería de Madrid[20], es un hecho certificado por el diario desde los primeros días de su salida y durante muchos meses después.

c) La colección literaria “Ayer y Hoy”

Entre finales de 1944 y principios de 1945, sin desanimarse por las dificultades con el primer libro, las editoras trabajaban ya en el segundo, el Santo Rosario de Josemaría Escrivá, que resultó muy laborioso por combinar texto y dibujos[21]. Además Minerva soñaba con su expansión. En octubre de 1944 comenzaron los planes en firme para siguientes publicaciones. Se anotaban en el diario afirmaciones frecuentes como «[…] mucho y muy bueno se hará en nuestra Editorial», «[…] dedicamos mucho rato a buscar título para la colección de lecturas amenas que pronto empezaremos a publicar». Hacia el mes de febrero de 1945 tenían ya más o menos pergeñada una nueva colección, “Ayer y Hoy”, donde querían publicar libros de narraciones cortas, de diversas autoras[22]. El archivo de María Jiménez Salas contiene una relación de estas. Entre las escritoras elegidas y sus narraciones encontramos a Josefina de la Maza, hija de Concha Espina, (Las tres hermanas grises), María de Madariaga (Mes de mayo), Isabel González Ruiz (Concurso literario), Elisa Sancho Izquierdo (Nubes y charcos), Ana María Ullastres (Hoy hace diez años), Rosa Viejo (título ilegible) y La gata que se enamoró de las rosas, de Gracia Quijano. Aunque el apellido no es muy legible, hay una Juanita ¿Espinós? cuyo cuento se titulaba Juan María, y otra autora llamada simplemente Leticia, con el relato María soñó con ser mayor. Parece que les sirvió de guía para organizar este volumen un libro con narraciones cortas, editado en inglés, que consiguió Jiménez Salas[23]. Algunos de estos nombres eran conocidos, como el de Josefina de la Maza, pero el resto debutaban en el mundo de la literatura. Era una idea audaz en los años 40 publicar un libro de relatos cortos escritos todos ellos por mujeres, la mayoría autoras noveles.

Quizá las editoras debieron caer en la cuenta de esta circunstancia, porque apenas un mes después encontramos otro documento en el archivo de María Jiménez titulado “Cuentos, ampliar”. En él aparece un listado de escritoras consagradas, expertas en narraciones cortas, entre ellas varias ganadoras del Premio Nobel de Literatura: Selma Lagerlöf (1914), Grazia Deledda (1926) y Gabriela Mistral (1945); otras dos que fueron candidatas a este galardón: Concha Espina (1869-1955) y Ada Negri (1870-1945)[24]. Y después encontramos los nombres de grandes escritoras como Emilia Pardo Bazán (1851-1921), Blanca de los Ríos (1859-1956)[25], Katherine Mansfield (1888-1923)[26], María de Zayas (1590-1661)[27], George Eliot (1819-1880)[28], George Sand (1804-1876)[29], Fernan Caballero[30], Rosalía de Castro (1837-1885)[31], Matilde Serao (1856-1927)[32], Mme. de Stael (1766-1817)[33], Madame de Sévigné (1626-1696)[34], Mme. de La Fayette (1634-1693)[35], Mademoiselle de Scudéry (1607-1701)[36] y la baronesa de Orczy (1865-1947)[37]. Es evidente que esta segunda lista tiene vuelos literarios más altos que la primera[38].

Sin embargo, parece que enseguida decidieron incluir también novelas en la colección “Ayer y Hoy”, en principio pensada sólo para cuentos, y prescindir de una nómina exclusivamente femenina. El archivo de María Jiménez nos ofrece algunos de los títulos y autores que querían llevar a imprenta. Al igual que la mayoría las editoriales españolas por aquel entonces, contaban con sacar al mercado bastantes traducciones, como The World, the Flesh and Father Smith, de Marshall; otros eran F. Barclay (La aureola rota), R. Bazin (Donaciana), G. H. Benson (La tragedia de la reina), E. Bordeaux (Noviazgo de prueba), Carlès (La prierè de toutes les heures), H. Joly (Psicología de los santos), G. Papini (Los operarios de la mies) y G. K. Chesterton (El candor del Padre Brown). Estaban previstos igualmente autores españoles, unos clásicos, como Lope de Vega o santa Teresa de Jesús, y otros más modernos como Vicente Palacio Valdés (Sinfonía Pastoral), el Padre Coloma (Boy), Concha Espina (La esfinge maragata, Dulce nombre), Félix de Llanos y Torriglia (Isabel Clara Eugenia), Díaz Plaja (Visiones contemporáneas de España) y Pío Zabala (El padre Claret).

En una segunda relación de novelas, todas del siglo XIX, se añaden nuevos autores y obras, algunas numeradas ya con el orden que seguirían en la colección “Ayer y Hoy”: Paul Féval (El jorobado, n.º 190, Memorias de una huérfana, n.º 191), Charles Dickens (La pequeña Dorrit, Historia de dos ciudades, Días penosos), Wilkie Collins (La dama de blanco), Edmon About (El hombre de la oreja rota, 1.ª y 2.ª parte, números 194 y 195), Juan de Ariza (Don Juan de Austria, números 77 y 78), Arthur Conan Doyle (El capitán de la estrella polar), W. M. Thackeray (Historia de un fanfarrón) y Alfred de Vigny (Una historia del terror)[39]. Es decir, en general, novelas francesas e inglesas del romanticismo literario.

d) El gran proyecto: la Guía de Lecturas

Junto con estos planes existió el proyecto de realizar una amplia Guía de Lecturas que aconsejara al público sobre la calidad literaria y la orientación doctrinal-religiosa de obras de ficción y de ensayo. Como en el caso del libro de cuentos, las editoras se hallaban al tanto de las novedades que iban saliendo al mercado y que estaban relacionadas con sus objetivos. Así, el 20 de enero de 1945, el diario de Jorge Manrique indica que les ha llegado desde Valencia una guía de lecturas, editada allí por María Lázaro, que comprendía 800 títulos. El archivo de María Jiménez Salas contiene, además, un amplio despliegue del proyecto. El título iba a ser Mil libros para una muchacha de hoy, con idea de superar las 800 referencias de María Lázaro, pues con algún elemento diferencial debía salir el nuevo libro al mercado. Este título también nos sitúa ante el público objetivo al que se dirigía Minerva, que era preferentemente el de mujeres jóvenes.

María Jiménez explicaba en una cuartilla que los mil títulos previstos debían estar distribuidos por materias y con indicación del carácter de la obra dentro de su género. Por ejemplo: novela de aventuras, libro de cuentos para chicas de 16 a 18 años, o tratado de religión para muchachas instruidas. Existía por otra parte el problema de cómo conseguir los mil títulos: era evidente que, a pesar de su trabajo y el de otras en el fichero, no se había llegado a esa cantidad. Además, posiblemente, no se trataba de incluir cualquier libro, sino aquellos que pudieran aportar ciencia, cultura o doctrina a la potencial lectora. Jiménez Salas pensó que sería factible llegar al número de mil mediante la petición de referencias concretas a personas con criterio y buena formación cultural; o también seleccionándolos en los catálogos de las editoriales católicas (al menos, un número determinado de ellos); o consultando —en última instancia— otras obras publicadas sobre selección de lecturas.

Para Mil libros… María Jiménez diseñó una ficha que contendría el nombre y apellidos del autor, título, lugar de edición, editorial, año, tamaño y páginas, encuadernación, precio y observaciones. Sobre al aspecto material, se trataba de hacer una obra lo más esmerada posible, cuidando tanto el papel como los tipos de letra. La encuadernacióm iría en rústica y el libro llevaría un chaleco dibujado en color. Una vez conseguidos los mil libros, indicaba que quizá fuera necesaria una revisión general realizada por un sacerdote, de manera que se pudiera decidir con mayor seguridad sobre los títulos cuya conveniencia de aparecer en Mil libros…