Historia de sor María de la Visitación - Luis de Granada - E-Book

Historia de sor María de la Visitación E-Book

Luis de Granada

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Beschreibung

En Historia de sor María de la Visitación Luis de Granada hace un relato apasionado de la vida de esta religiosa portuguesa. La historia ha sido referida también por Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles y por Antonio Mira de Amescua en su obra La vida y la muerte de la monja de Portugal.

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Luis de Granada

Historia de sor María de la visitación

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Historia de sor María de la visitación.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail:[email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-380-1.

ISBN rústica: 978-84-9816-344-5.

ISBN ebook: 978-84-9897-982-4.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 11

La vida 11

Prólogo 13

I. [Responde a algunas cuestiones] 16

II.[División y argumento de esta historia] 20

Libro primero 21

Capítulo I. En el cual se declara cuán admirable sea Dios en sus Santos, esto es, en los grandes favores que les hace, y cómo, aunque ellos sean admirables, no por eso son increíbles 21

[I. En los Santos del Viejo Testamento] 23

II. [En los Santos del Nuevo Testamento: Los Apóstoles; La Magdalena; San Clemente Romano; Los Padres del Yermo] 26

III. [San Luis, Rey de Francia y San Alejo] 28

IV. [Santo Domingo y San Francisco] 30

V. [San Vicente Ferrer] 33

VI. [Santas: Cecilia, Catalina de Alejandría y Catalina de Sena] 34

Copia del Breve de Su Santidad en respuesta de la relación que se le envió sobre las llagas de la priora de la Anunciada 46

Capítulo II. De los milagros que se coligen de esta relación susodicha 47

Capítulo III. Del fructo principal que de esta escriptura se debe sacar 50

[I Familiaridad y regalos del Señor] 50

II. [Ejemplos de la familiaridad que Nuestro Señor tuvo con algunos santos] 53

Libro segundo 57

Capítulo I. De los indicios de santidad que precedieron en esta virgen 57

[Condición natural] 57

[Su hermana] 58

I. [Indicios de santidad] 60

Capítulo II. De la profesión de esta virgen y de una visión que tuvo después de ella 64

Capítulo III. Del dolor y vergüenza que esta virgen tuvo con la memoria de sus pecados y cómo el salvador la Consoló 66

I. [Consolación] 69

Capítulo IV. De las tentaciones con que Nuestro Señor quiso ejercitar y probar la fe y constancia de esta virgen 71

Capítulo V. De las oraciones y vigilias y otros ejercicios con que esta virgen se desponía para agradar al Esposo 73

I. [El ayuno, compañero de la oración] 76

Capítulo VI. De la humildad de esta virgen 78

Capítulo VII. De la mansedumbre de esta virgen 84

Capítulo VIII. De la simplicidad de esta virgen 86

Capítulo IX. De la grande obidiencia de esta virgen 89

Capítulo X. De la pureza virginal de esta esposa de Cristo 91

Capítulo XI. De la caridad de esta virgen con los prójimos y para con Dios 95

[El amor de los prójimos. Algunos ejemplos] 95

I. [Caridad para con el Esposo. Ejemplos] 101

Síguense unos coloquios amorosos que esta virgen escribió por su mano, con que se ejercitaba en el amor del Esposo 105

Otro coloquio amoroso 107

Coloquio amoroso más breve 110

Capítulo XII. De la paciencia y fortaleza a que el Esposo exhortaba a esta virgen 110

I. [Diversos aparecimientos] 111

II. [Paciencia y fortaleza, necesarias para la perfección] 113

III. [Difícil vencimiento del amor propio. Un caso en la vida de esta virgen] 115

IV. [Otra prueba] 118

V. [Sequedades y desamparos] 119

VI. [Mérito y excelencia] 123

Libro tercero 125

Capítulo I. Cómo Nuestro Señor señaló a esta su esposa con las insignias de su sagrada pasión 125

I. [Por qué sigue ahora la impresión de las llagas] 126

II. [La corona de espinas] 127

III. [El costado. Preparación y anuncios divinos] 128

IV. [Impresión de las llagas] 129

Capítulo II. De lo que debemos filosofar sobre la imprisión de estas llagas 131

[Luz del cielo para considerarlas] 131

[Memoria del mayor beneficio del Señor] 133

I. [Honra y beneficio grande] 134

II. [Los dolores de las llagas no impiden la devoción ni el alegría de la suavidad espiritual] 138

Capítulo III. De otros favores que hizo nuestro señor a esta virgen tocantes a la Sagrada Pasión 139

[Los clavos] 139

[Cinco gotas de sangre] 139

[Vestidura colorada] 140

I. [Recapitulación. La transformación del espíritu por la meditación de la Pasión] 141

Capítulo IV. De la causa de la publicación de las llagas de esta virgen 143

[Una gran dificultad] 143

[Renovar en este tiempo la memoria de su Pasión por los pecados] 145

[Las cinco gotas de sangre en figura de cruz] 146

Capítulo V. De los grandes favores que Nuestro Señor hizo a esta virgen, [a]cerca del Santísimo Sacramento 148

[Suavidad del manjar divino] 149

[Visión en el Corpus de 1583] 150

[Visión en la fiesta de San Agustín] 152

[Más favores divinos] 153

Capítulo VI. De algunos raptos y aparecimientos notables que tuvo esta virgen 156

I. Síguese otro aparecimiento 159

II. Síguese otro aparecimiento 160

III. Síguese otro que ella explicó por estas palabras: 160

Capítulo VII. De otros aparecimientos que esta virgen tuvo en diversas fiestas del año 160

Libro cuarto 167

Capítulo I. Que es como preámbulo y aviso para saber leer con más frutos los milagros que Nuestro Señor hace para gloria suya y de sus siervos 167

Capítulo II. Síguense los milagros 169

[Los clavos] 169

[Las cinco gotas de sangre] 169

De un milagro notable que se hizo en una brava tormenta 170

[El pan quemado] 172

[Un enfermo curado] 173

[Sacerdotes a Malaca] 174

Otro [milagro] 175

Milagro de la conversión de un moro 175

Otro 176

Otro 177

Otro 177

Otro 177

Otro 179

Otro[s diez milagros] 179

Libros a la carta 185

Brevísima presentación

La vida

Luis de Granada (1504-1588). España.

Fray Luis de Granada ingresó en la orden dominica a los veinte años. Y pronto adoptó el nombre de su ciudad natal y allí estuvo durante varios años en el convento de Santa Cruz. También fue prior del convento de Scala-Coeli en la serranía de Córdoba.

Hacia 1547 escribió su Guía de pecadores, en la que fray Luis recoge un tratado escrito por Savonarola, y una antología de fragmentos del Nuevo Testamento, que comprende el Sermón del Monte, tres capítulos del evangelio de Juan y una paráfrasis de las cartas de Pablo.

Sus últimos años fueron duros, marcados por el escándalo del suceso de la monja de Portugal, en el que defendió a una monja iluminada, que después se descubrió que había mentido.

Murió a los ochenta y cuatro años en Portugal.

Prólogo

En el cual se declara el argumento y materia de lo contenido en esta historia y de los fundamentos que hay para dar crédito a las cosas que en ella se escriben

Costumbre fue de muchos insignes autores escribir las vidas de algunas personas notables que florecieron en sus tiempos, como lo hizo San Hierónimo, y San Gregorio en sus Diálogos, y Teodoreto en la Historia religiosa, y Paladio en la suya, y otros que sería largo de contar; y, si éstos no usaran de esta diligencia, careciera hoy la Iglesia de la edificación y fruto que de estas historias se recibe. Movíme por este ejemplo (aunque mi autoridad sea tan desigual), a escribir las vidas de algunas personas de gran virtud que en mi tiempo conocí y traté familiarmente, pareciéndome que, no lo haciendo, cometía hurto contra la sangre de Cristo (de la cual proceden todos estos bienes) y contra la gloria de Nuestro Señor cuyas obras y maravillas dijo el ángel San Rafael a Tobías que debían ser publicadas.

Y no faltan en nuestros tiempos por la bondad y providencia de Nuestro Señor, en diversas partes de la cristiandad, algunas personas de notable santidad que han dado y pueden dar materia de escribir a los que tovieren celo de la gloria de Nuestro Señor y de sus siervos. Porque en la ciudad de Valencia han florecido agora dos grandes varones, uno de la orden de nuestro padre Santo Domingo por nombre fray Luis Bertrán y otro de la orden del glorioso padre San Francisco, por nombre fray Nicolás Factor, cuyas vidas ordenó Nuestro Señor que se escribiesen, y así se leen no sin mucho fructo y edificación de los fieles. Y el mismo Señor, que honró a Valencia con estos dos santos varones, honró también a Lisboa con dos señaladas mujeres, una dominica, por nombre soror María de la Visitación, y otra de la tercera regla del glorioso padre San Francisco, por nombre Ana de las Llagas; y, lo que más es, a ambas señaló Nuestro Señor con las insinias de su sagrada pasión. Porque la dicha madre soror María de la Visitación tiene impresas en pies y manos y costado las señales de cinco llagas del Salvador, y la otra religiosa tiene encima del pecho esculpido a Cristo puesto en una cruz y el nombre de Jesús al lado, perfetísimamente fabricado de la misma carne, con letras grandes y bien figuradas, y esto de tal manera que, puesta una pasta de cera blanda encima de este lugar, queda lo uno y lo otro figurado, como por autoridad del Santo Oficio se verificó. De manera que Nuestro Señor, que en un mismo tiempo quiso que se hallasen juntos en la ciudad de Roma dos tan grandes santos como fueron Santo Domingo y San Francisco, fundadores de dos órdenes tan principales, quiso también que se hallasen en las dos ciudades susodichas, dos hijos y dos hijas ligítimos de ellos, que representasen muy bien la santidad de sus padres.

He dicho esto para que se entienda, que, pues agora es el mismo Dios que era entonces, no se haga increible a los hombres hacer Él agora lo que entonces hizo, pues no hay agora menor necesidad de hacer milagros y maravillas, en tiempo que la fe está tan menoscabada con tantes herejías y las vidas de muchos hombres estragadas con tantos vicios como lo estaban en aquel tiempo. Y costumbre es de Nuestro Señor acudir a su Iglesia en tiempo de la mayor necesidad, pues ella ha de durar hasta la fin. De esta manera acudió a su Iglesia en tiempo de la ley (cuando las cosas estaban más caidas) con profetas santísimos y con Reyes religiosísimos como fueron David, Miqueas y Josías y otros semejantes. Y por esto no es cosa extraña criar Nuestro Señor personas tales que con su mérito y oraciones detengan su ira y con el ejemplo de sus vidas despierten los negligentes y con la virtud de sus milagros sustenten la fe.

Pues, por ser tan grande el fructo de semejantes leturas, confiado en la misericordia de Nuestro Señor, tomé a cargo escribir la historia de nuestra virgen, así por razón de ser de mi orden como por haber tenido yo particular noticia de sus cosas, y porque las que de ella hay que escribir son muy grandes y muy extraordinarias, mayormente para la condición de nuestros tiempos en los cuales no hay tanta santidad como en los pasados.

Para que no tropiecen aquí los que esto leyeren, diré de la manera que supe todo lo que aquí escribo. Porque primeramente el Padre Fray Pedro Romero que era su confesor (a quien ella como a su ligítimo juez daría cuenta de los favores que de Nuestro Señor recibía) me la daba también a mí y yo la asentaba por memoria para escribirla más de propósito en su lugar. Después de esto el Padre Provincial de esta provincia mandó a esta virgen por obidiencia escribiese por su mano todos los favores que de Nuestro Señor había recibido, lo cual ella mucho tiempo rehusó, recelando que esta escriptura se había de publicar; mas, todavía apretada por el perlado, hizo lo que le mandaban y así escribió un cuaderno de tres o cuatro pliegos de estas cosas, el cual después se me entregó y las cosas de él puse en los lugares de esta historia, a que pertenecían. Después de esto, porque era muy penoso a esta virgen escribir por su mano, por razón de la llaga y clavo que en ella tiene, diose esta orden por el perlado: que ella diese cuenta a su confesor de estas cosas, el cual las escribe fielmente de la manera que las oyó a ella y, para ratificarse en lo escripto, las vuelve a leer a esta virgen y ella borra cualquier palabra o cosa que desdiga de lo que pasó. Y es cosa notable ver el sentimiento y alegría que recibe, cuando con esta letura le remueven la memoria de estas cosas, de las cuales no tenemos otro testimonio sino habellas ella testificado y ratificado de la manera que decimos; y cuán firme sea este testimonio adelante se declarará. Y es cosa muy notable ver la simplicidad y llaneza y cuán sin encarecimiento, da cuenta esta virgen a su confesor de los favores que recibe de Nuestro Señor, porque, aunque a los principios recibía gran pena y vergüenza de esto, pero después, con la familiaridad y confianza que tenía del secreto de su confesor, comenzó a declararse más; pero esto como dije, tan sin engrandecer sus cosas y los favores que de Dios recibía, como si contara otra cualquiera cosa en que fuera poco. De suerte que, como el santo José contaba con grande simplicidad los sueños que había soñado, mas el padre tácitamente consideraba lo que aquello pesaba, así también cuenta ella con toda simplicidad sus cosas, mas los padres espirituales ponderan lo que aquello es. Lo cual me parece que procede, o de haberle dado Nuestro Señor esta simplicidad y humildad, o de la costumbre tan frecuentes que tiene de andar siempre transportada de Dios gozando tan a la continua de estos favores. Y así me parece que le acaeció como a un hombre pobre que, cuando llega a la casa de algún príncipe, si acaso le dan algunos relieves de los majares y del vino de la mesa del señor, no se harta de alabar el gusto y precio de lo uno y de lo otro mas los señores que están acostumbrados a estos regalos no hacen ya caso de ellos. Lo mismo en su manera podemos decir de esta virgen, por estar acostumbrada de muchos años a gozar de tan grandes favores, que a otros serían materia de grande y nueva admiración, mas a ella no lo son por la costumbre, y así da tan llanamente cuenta de sus cosas como si la diese de las ajenas.

I. [Responde a algunas cuestiones]

Agora me pareció satisfacer a algunas dubdas o preguntas que los letores podrán hacer acerca de lo que aquí leyeren. Y primeramente porque aquí se escribe que muchas veces el Esposo Celestial aparecía a esta virgen y rezaba alguna hora del Oficio divino familiarmente con ella, como se escribe de Santa Catalina de Sena, dubdaría alguno si realmente era la persona del mismo Cristo, porque por alguna parte parece que sería algún ángel que representase la persona del mismo Señor, como en los tiempos pasados apareció a los Padres antiguos. Porque, aunque el que dio la ley en el monte Sinaí, puesto caso que se llama Dios, no era sino ángel que representaba la majestad y persona de Dios y así era tratado y reverenciado como tal, de la manera que vemos hablar por alteza a los oidores cuando están en sus estrados porque representan la persona real; mas por otra parte, considerando que ya el Hijo de Dios humanado tiene verdadero cuerpo puédese decir que Él mismo sea el que aparece, porque no es cosa nueva haber aparecido Él, después que subió al cielo, a algunos santos, como apareció a San Pablo, según él lo testifica. Y este aparicimiento no fue con visión imaginaria, sino con la real y verdadera presencia del cuerpo de Cristo, ca por este aparecimiento pretende el apóstol probar la verdad de la resurrección del Salvador y por ella la de nuestros cuerpos. Esto dice Santo Tomás, y Cayetano en el mismo lugar.

Cuéntase también en esta historia, después de haber tratado de las virtudes y ejercicios espirituales de esta virgen, muchos y diversos aparecimientos de Nuestro Señor y de su bendita Madre y de algunos santos, las cuales señaladamente acaecieron en las fiestas principales que celebra la Iglesia. Porque como en los tales días esta virgen se dispone a celebrarlas con mayor devoción y recogimiento, así Nuestro Señor, que nunca niega su favor y gracia a quien se dispone para ella, le correspondía con alguna especial visitación con que le representaba alguna cosa notable del misterio de aquella fiesta, con que encendía el corazón de esta virgen en su amor. Mas en otros aparecimientos (demás de éstos) pretendía este Esposo, como maestro de las virtudes, inducirla a alguna de ellas, como a la virtud de la humildad, de la paciencia, del amor de la cruz y de los trabajos y a la desconfianza en sí y confianza en Dios, del conocimiento de su propria vileza, lo cual sirve grandemente para el provecho de los lectores; por lo cual tuve más cuidado de escribir estos aparecimientos que los otros, porque sirve más para la edificación de nuestras ánimas.

Mas, para entender de la manera que son estos aparecimientos y visiones, es de saber que unas veces se hacen interiormente, infundiendo Dios en el ánima las especies e imágenes de las cosas de que quiere representar, lo cual se hace en los raptos; otras veces, estando la persona en su acuerdo, se forman estas mismas especies e imágenes exteriormente en el aire, mediante las cuales la persona ve lo que Nuestro Señor le quiere representar. Algunos habrá que extrañen tanta manera de aparecimientos como en esta historia se cuenta. A esto fácilmente respondemos que Nuestro Señor comenzó a hacer especiales favores y mercedes a esta virgen dende la víspera de su profesión (como adelante veremos) y de esta manera ha continuado con ella, dende este tiempo, que fue dende los diecisiete años de su edad; y, siendo ella agora, al tiempo que esto se escribe, de treinta y siete, son ya pasados veinte años en que estos favores y mercedes se han continuado, unas veces más frecuentemente y otras menos, como Él era servido. Y, como se lee en dos horas lo que pasó en tantos años, parece mucho; lo cual, mirado cuando ello acaeció, no lo es; y por esta causa, en algunas cosas de esta historia, procuraremos señalar, cuanto nos sea posible, los años en que algunas de estas cosas acaecieron.

Otros habrá que, considerando lo dicho, no extrañen tanto la muchedumbre de las cosas como la grandeza de algunas de ellas, como son los éxtasis tan frecuentes, los levantamientos en el aire, los milagros que se hacen con cosas suyas y con el agua en que ella mete las manos, y otras cosas semejantes, alegando que no se leen tales y tantas cosas en las vidas que tenemos de los santos pasados. A esto primeramente respondo que en la Iglesia hay muy pocas vidas de santos, aunque sean muy grandes santos, que estén escriptas a la larga. Porque no hay otros mayores santos que los apóstoles y, sacado el apóstol San Pablo, cuya peregrinación se escribe en los Actos de los apóstoles, y un poco del apóstol San Pedro, que ahí también se escribe, casi nada tenemos escripto de ellos, si no es el lugar donde pedricaron y el martirio que padecieron; y es de creer que no padecieron ellos menores trabajos que el apóstol San Pablo. Y de algunos mártires gloriosísimos (como fueron San Lorenzo y San Vicente) no está más escripto que los tormentos que padecieron; y es de creer que estaban ellos antes fundados sobre firme piedra y consumados en toda virtud, pues tan grandes avenidas y crecientes de ríos no fueron parte para irritarlos. Y lo mismo digo de otros mártires fortísimos, porque no hubo quien se aplicase a escribir sus vidas, por las cuales alcanzaron tan grande fe y constancia, y muchas de ellas se perdieron por las persecuciones de los tiranos que mandaban quemar todos nuestros libros. Verdad es que de los santos que fueron fundadores de las religiones (como fueron Santo Domingo, San Francisco, San Benito, San Bernardo y otros), algunos tenemos sus vidas escriptas a la larga dende el principio hasta el fin de ellas, porque sus hijos procuraron saber las virtudes y ejercicios de los padres que habían de imitar, mas en pocos otros se hizo esta diligencia. La vida de Santa Caterina de Sena escribió su proprio confesor y, si él no se despusiera a tomar este trabajo, quedaran sepultadas en perpetuo silencio tantas maravillas como de ella se escribe, que tanto nos declaran la bondad y suavidad de Dios para con las ánimas puras y humildes. Y a esta santa reveló Nuestro Señor que le era igual en la gracia y en la gloria una virgen llamada Inés (cuya sepoltura fue esta virgen a visitar) y, con todo eso, nada sabemos de ella, porque no se ofreció nadie a escribirla; y conforme a esto se suele decir que antes del rey Agamenón hubo hombres esforzados, pero no tenemos noticia de ellos, porque no hubo poetas que escribiesen sus proezas y valentías.

Y demás de esto, para confirmar la fe de las cosas que aquí se escriben, y para que nadie las tenga por increíbles, escribí el primer libro de esta historia, en el cual procediendo por los prencipales santos del Viejo y Nuevo Testamento hasta llegar a Santa Catarina de Sena, reconté las grandes maravillas que Nuestro Señor obró con ellos, las cuales, si no estovieran autorizadas con la Escriptura divina, parecieran increíbles. Para que se entienda que, pues es agora el mismo Dios que era entonces, (el cual no se muda con los tiempos), no se tenga por increíble hacer Él agora algo de lo que hizo entonces, pues no está abreviada su mano con todo cuanto tiene hecho, para no poder hacer mucho más.

Pero, aunque esta razón sea muy grave otra hay más urgente y perentoria, que son los milagros que esta virgen tiene hechos, los cuales están con toda solemnidad procesados y averiguados. Visto que con solo este argumento y testimonio se satisface la Iglesia para canonizar los santos, mas esta virgen, demás de este testimonio, tiene otro no menor, que es la impresión de las llagas de nuestro Redentor, y en pies y manos y costado. Y las de las manos están patentes a todo el mundo, mas las de los pies y costado han visto los perlados y su confesor, porque para cosa tan grande hubiese testigos de tanta autoridad.

Con este testimonio se junta otro no menor, que son las cinco gotas de sangre que le salen cada viernes de la llaga del costado, puestas en una perfectísima figura de cruz, lo cual consta ser un grande milagro y más tantas veces en cada semana repetido y, lo que más es, no sabido por relación de otros sino por vista de ojos, como lo han visto religiosos y legos y hasta un moro muy principal que quiso saber esto, el cual, dando a esta virgen un pañito delgado y poniéndolo ella en presencia de él, sobre esta llaga, salieron estas cinco gotas en la figura sobredicha, de que el moro quedó espantado, confesando que esta mujer era santa.

Concluyendo, pues, esta parte, digo que, si un solo milagro verdadero es bastante argumento para creer los misterios de la fe, cuánto más debe bastar tantas maneras de milagros para tener por verdad lo que en esta historia se escribe, por nueva y extraordinaria cosa que parezca.

Mas aquí quiero advertir al cristiano letor que no entiendo escribir esta historia secamente y desnuda, sino apuntando, aunque brevemente, los avisos y dotrinas que se sacan de las cosas que se van relatando, porque no es de todos saber filosofar en las cosas que se escriben en las vidas de los santos, por lo cual conviene que el historiador se haya en esto como la madre, que da el manjar mastigado al niño, cuando él no tiene aún dientes para ello. Porque por esta causa son alabados en el libro de los Cantares los dientes de la Esposa que es la Iglesia, porque ella es el ama y la madre que con los dientes espirituales de los santos dotores dá mastigado el manjar de la dotrina a los hijos espirituales que cría.

II.[División y argumento de esta historia]

Esta historia, cristiano letor, va repartida en cuatro libros: en el primero se trata de todo lo que sirve para hacer fe de las cosas que en ella se escriben y juntamente de la edificación y fruto que de ella se debe sacar.

Y, cuanto a lo primero, se pone un memorial de los previlegios y maravillas que Nuestro Señor ha obrado con muchos de los santos pasados, comenzando dende Moisén hasta Santa Catalina de Sena, para que nadie tenga por cosa increíble hacer Dios agora lo que hizo entonces, pues es agora el mismo que entonces era; donde se pone la relación de la vida y milagros de esta virgen que por parte del Príncipe Cardenal y del Santo Oficio fue inviada a Gregorio XIII con los milagros que de esta relación se coligen.

En el segundo libro se trata de los ejercicios espirituales, que son oraciones, vigilias, ayunos, cilicios, disciplinas y otras obras penitenciales con que esta virgen se disponía para recibir acrecentamiento de la divina gracia y de los favores del Esposo; y juntamente se trata de sus virtudes, conviene a saber, de su mansidumbre, humildad, simplicidad, obidiencia, caridad, paciencia y fortaleza para padecer trabajos.

Mas en el tercero se cuentan los grandes favores y mercedes espirituales que por estas virtudes y ejercicios recibió de Nuestro Señor y también de algunas visiones y aparecimientos que tuvo.

En el cuarto libro se escriben los milagros que Nuestro Señor fue servido de hacer por los méritos de esta virgen.

Todo ello va sujeto a la corrección de la Santa Madre Iglesia.

Libro primero

De lo que sirve para hacer fe, en el cual se trata de lo que se escribe en esta historia y aquí también se trata del fruto que se saca de esta piadosa consideración

Capítulo I. En el cual se declara cuán admirable sea Dios en sus Santos, esto es, en los grandes favores que les hace, y cómo, aunque ellos sean admirables, no por eso son increíbles

[Dios es admirable en sus Santos]

Mirabilis Deus in sanctis suis. En estas breves palabras nos da el profeta David copiosa materia de consideración y nos declara uno de los principales medios que hay para levantarnos al conocimiento de nuestro Criador. Para cuya declaración presupongo que la más excelente ocupación y más alto ejercicio en que se puede emplear una criatura racional es levantar los ojos a considerar la más alta cosa que hay en el mundo, que es el Sumo Bien, en quien están y de quien proceden todos los bienes. Y, como sea verdad que no pueda nuestro entendimiento en esta mortalidad conocer este sumo bien en sí mismo sino en sus obras, para esto nos sirven dos géneros de obras suyas, que son las obras de naturaleza que sirven para la sustentación de nuestros cuerpos, y las de gracia que se ordenan a la santificación de nuestras ánimas; donde es de saber que los santos varones hacen escaleras de las unas y de las otras obras para levantarse a la contemplación de su Criador, como parece claro en muchos de los salmos donde se trata de las unas y de las otras obras. Pero lo más común es proceder por las obras de gracia, las cuales, cuanto son más excelentes, tanto nos dan mayor luz, para subir al conocimiento del autor de ellas. Porque las obras de naturaleza principalmente nos dan conocimiento de la omnipotencia y sabiduría y providencia que este señor tiene de sus criaturas; mas las obras de gracia, demás de esto, nos dan conocimiento de la bondad, de la caridad, de la misiricordia, de la justicia y de la suavidad y benenidad de nuestro Dios para con los hombres, y señaladamente de la providencia paternal que tiene de sus espirituales hijos, porque éstos dice Él que trae dentro de sus entrañas y que los tiene escriptos en sus manos y que tiene contados sus güesos y cabellos y que si cayeren no se lastimarán porque Él pondrá su mano debajo para que no se lastimen, en éstos dice que tiene puestos sus ojos, y sus oídos en las oraciones de ellos, y de éstos dice que quien los tocare, toca a Él en la lumbre de los ojos y que a los ángeles tiene mandado que los traigan en las palmas de las manos para que no tropiecen sus pies en alguna piedra, y después de todos estos favores, viene finalmente a decir que sus deleites son estar con ellos. ¿Qué cosa se puede decir más tierna y más regalada que ésta? Pues por éstos y otros semejantes favores se ve cuánta razón tuvo el profeta para decir que era Dios admirable en sus santos, pues tal cuidado tiene de ellos y tales regalos les hace. Pues ¿qué diré de las honras con que los honra, aun en este lugar de destierro? Porque no solo los honra en su vida, sino también después de ella; y no solo en sus cuerpos sino también en los andrajos y retazos de sus vestiduras; y no solo en sus personas proprias sino también en sus hijos y descendientes, aunque sean malos, por respeto de sus padres que fueron buenos, como parece en los hijos de Loth y Abrahan, etc.

Pues del conocimiento de Dios que se alcanza por estas obras de gracia se enciende en los corazones devotos la caridad y amor para con Dios; y, vista la bondad y blandura con que trata sus fieles siervos, nace también de aquí una grande confianza, viendo que, pues este señor no es aceptador de personas y que no solo está aparejado para acudir a quien le llama sino que también, como dice San Juan, llama a nuestra puerta, por aquí viene el hombre a confiar que, si él por su parte se dispusiere, no negará a él lo que concede a los otros. También con esto se aviva la fe y el crédito de los favores que Nuestro Señor hace a sus amigos, considerando los muchos que en diversos tiempos les ha hecho. Mas, allende de esto, en las ánimas de los que son verdaderos humildes causan estos favores una grande admiración de aquella Suma Bondad. Porque, como ellos se tienen por unos viles estropajos del mundo y por indignos de toda consolación, cuando ven que aquella altísima majestad se inclina a visitarlos y consolarlos y darles prendas de su amistad, no acaban de maravillarse y espantarse de esta tan grande bondad; y con esto crece en ellos más el amor y reverencia para con Él.

Pues todos estos fructos susodichos se siguen de la consideración de las obras de gracia, las cuales señaladamente resplandecen en las historias y vidas de los santos; y tanto más cuanto ellos fueren más vecinos a nuestros tiempos, porque mucho más nos suelen mover las cosas presentes que las pasadas.

Mas cuanto ellas son más poderosas para movernos, tanto son más dificultosas de creer, mayormente de las personas poco espirituales y devotas. Mas las que no lo son y han ya experimentado cuán suave sea nuestro Dios y cuán bueno para los buenos, no tienen esta incredulidad, porque ya tienen prendas y conjeturas de la amistad de Dios para con sus fieles amigos. Mas los que no han llegado aquí, y juzgan más las cosas por su ciega razón que por espíritu de Dios, no dan crédito a estas cosas. Debrían éstos de humillarse y no querer ser jueces de las cosas que nunca experimentaron y por tales los recusa el apóstol cuando dice que el hombre que es aun animal no entiende las cosas del espíritu de Dios, porque tal espíritu ha de tener el que las ha de juzgar. Si un hombre (como dice san Bernardo) no sabe la lengua griega ¿cómo entenderá al que habla en esa lengua? De donde infiere que tan lejos estará de entender el lenguaje del amor divino quien no lo ha probado como de entender a el que habla en griego quien no aprendió la lengua griega.

Pues ya la grandeza de la dolzura espiritual con que Dios regala a los que se afligen por Él, ¿cómo la conocerá, pues dice David, que la tiene Él escondida para los que le temen? Y la grandeza de la paz interior con que Él da cumplido reposo a los corazones de sus amigos, ¿cómo la conocerá el hombre sensual, pues el apóstol dice que sobrepuja a todo entendimiento y sentido? Pues el nuevo ser y nueva virtud que Dios da con abundante gracia al hombre justificado, ¿cómo éste lo conocerá, pues dice S. Juan que nadie lo conoce sino aquél que lo recibió?

[I. En los Santos del Viejo Testamento]

Y, si todos estos testimonios no bastan para humillar y convencer los incrédulos, debe de bastar el ejemplo de los santos de que hacen mención las Santas Escripturas, donde verán cosas que, a no estar testificadas en ellas, no fueron creídas. Por lo cual no será sin propósito ni sin fruto proponer aquí algunos de estos ejemplos, no solo para hacer fe de las cosas nuevas con el ejemplo de las viejas, mas para que veamos cuán admirable, cuán glorioso y cuán digno de ser amado y alabado sea Dios en todos sus santos.

Y, dejados los antiquísimos ejemplos de la ley de naturaleza, comencemos por la ley de escriptura en la cual trató Dios más familiarmente con los hombres. El promulgador de esta ley fue Moisén. Pues ¿quién contará las maravillas que obró Dios por este profeta? Y, dejadas aparte las que obró en la tierra de Egipto, ¿qué cosa más admirable que con el golpe de un[a] vara abrir los mares para que pasase a pie enjunto el pueblo de Israel y volvellos a cerrar con ella para ahogar el ejército de Faraón que los siguía, porque por justo juicio de Dios muriesen ahogados en las aguas los que a los niños inocentes ahogaban en ellas? Él mismo, tocando con esa vara en una peña, sacó de ella un río de agua viva. Él mismo, no por una sola vez, sino por dos, estuvo cuarenta días en el monte con Dios, sin comer y sin beber y sin dormir, trayendo consigo dos tablas en que estaba escripta la ley con el dedo de Dios; y del mismo se escribe que conversaba y hablaba con Dios tan familiarmente como un amigo con otro. Pues ¿qué cosa más admirable? Dejo otras muchas grandezas y maravillas que hizo cuarenta años que anduvo con aquel pueblo en el desierto que sería cosa muy larga de contar, mas éstas bastan para que se vea cuan admirable sea Dios en sus santos.

Pues ¿qué diré del criado de este profeta que fue Josué? El cual detuvo las aguas corrientes del río Jordán para que pasase el pueblo a pie enjunto por la madre del río y, corriendo las aguas inferiores para abajo, las que venían de lo alto iban creciendo y haciéndose una grande montaña, hasta que todo el pueblo pasó. Y, si es cosa admirable, ¿cuánto más lo es haber hecho este capitán detener el Sol por espacio de tres horas en medio del cielo, obedeciendo Dios (como dice la Escriptura) a la voz de un hombre? Y no menos lo es sino más lo que leemos del profeta Esaías, porque aquél hizo detenerse el Sol por espacio de estas tres horas, más éste le hizo volver diez horas atrás.

Vengamos, después de Esaías, a los otros profetas entre los cuales era muy señalado Elías, el cual juntamente con Moisén apareció en la transfiguración del Señor con grande resplandor. Pues ¡qué cosas tan admirables cuenta de él la Historia Divina!: él caminó otros cuarenta días sin comer ni beber hasta llegar al monte de Dios; él mandó por dos veces bajar fuego del cielo y quemar a dos capitanes cada uno con cincuenta soldados que le venían a prender, él ardía tanto con el celo de la honra de Dios que, viendo a su pueblo dado al culto de los ídolos, hizo oración a Dios pidiéndole que no lloviese por tres años y seis meses, juzgando por indignos de la vida y del rocío del cielo a los que ofendían al señor del cielo; y entendía el santo profeta que perecían las gentes y se caían los hombres por las calles muertos de hambre, y nunca por eso se dobló a revocar la petición que había hecho; y, en este tiempo en que las gentes perecían de hambre, tenía Dios cuidado de dar de comer a su Profeta enviándole cada día con un cuervo pan y carne a la mañana y pan y carne a la noche. ¿Quién creyera esto, si ahora se dijera? Pues aún más admirable es lo que de él escribe, que lo arrebató Dios con un torbellino, sobre un carro de fuego y no sabemos a dónde lo llevó, con todas las otras circunstancias anejas al hombre que tiene vida, como es de creer que él la tenía.

Ni es menos admirable la vida de su criado Eliseo, pues toda ella está llena de milagros, entre los cuales se refiere uno más admirable y éste fue que, habiendo muerto ciertos ladrones a un caminante y escondiéndolo en la sepultura de este profeta, en tocando el recién muerto a los güesos del Profeta muerto, luego resucitó.

Entre los profetas mayores el cuarto es Daniel cuya historia contiene muchas cosas de grande admiración, mas una sola diré; y es que habiéndolo echado los moradores de Babilonia en un lago donde estaban siete bravos leones para que lo despedazasen y comiesen, porque él había destruido los ídolos de ellos, estuviéronse seis días los leones rabiando de hambre sin tocar en el manjar que tenían delante, y él, en medio de estas bestias, seguro y regalado con esta maravillosa providencia de Dios. Y al sexto día apareció un ángel al Profeta Habacuc, que estaba en Judea y a la sazón llevaba de comer a unos segadores, y dijole el ángel: lleva esa comida a Babilonia, a Daniel, que está en el lago de los leones. Respondió el profeta: Señor, no sé dónde es Babilonia, ni es el lago. Entonces el ángel le tomó por un cabello de la cabeza y en un momento le puso en Babilonia sobre aquel lago. Dijo entonces Habacuc: Daniel, siervo de Dios, toma esta comida, que te envía Dios. Respondió entonces Daniel (creo que con muchas lágrimas y ternura de corazón) diciendo: Acordástete de mí, Señor mío, y no desamparaste a los que te aman. Tomó pues la comida y comió; y el ángel volvió a Habacuc a su lugar. Sabida pues esta maravilla, el rey sacó a Daniel de aquel lago y mandó echar en él a los que habían revuelto aquella tela, los cuales fueron despedazados por los leones en el aire, antes que llegasen al suelo. Pues ¿quién no alabará a Dios, viendo el regalo de esta providencia para con su fiel siervo?

Pues lo que hizo Dios para consuelo y remedio del Santo Tobías fuera increíble, si no estoviera expreso en la Santa Escriptura. Porque, pudiendo él remediar la pobreza y trabajos de este santo por muchas maneras, escogió una tan extraordinaria que fue enviar un ángel, y no cualquiera sino uno de los siete que asisten ante la presencia divina, en figura humana, vestido a modo de caminante, para que fuese con el hijo de este santo varón muchas leguas de camino por ventas y mesones; asentándose con él a la mesa y platicando con él todo el camino. Y, después que llegó a casa de Raquel, pariente del Santo Tobías, y concertó el casamiento del mozo con una hija de él muy honrada, librándola del demonio que le mataba todos los maridos con quien casaba, hecho esto, rogóle el mancebo que tomase cuatro criados de casa y dos camellos y fuese a cobrar el dinero que a su padre se debía. Y, andado este camino con los mozos y con los camellos, volvió al mancebo con el dinero cobrado, y así le acompañó hasta entregarlo en las manos de su padre, dándole la vista que había perdido. Y, acabada esta jornada, descubrió el santo ángel quién era, con lo cual quedaron tan atónitos padre e hijo, que cayeron en tierra y por espacio de tres horas no cesaron de alabar a Dios que por tan nueva manera los quiso remediar.

II. [En los Santos del Nuevo Testamento: Los Apóstoles; La Magdalena; San Clemente Romano; Los Padres del Yermo]

Después de los santos del Testamento Viejo, vengamos a los del Nuevo. Y, comenzando por los apóstoles, ¿qué cosa más admirable y más increíble al juicio humano que lo que se escribe del apóstol San Pedro: que, andando por las calles, la sombra de su cuerpo sanaba a todos los enfermos a quien llegaba?, ¿quién tal virtud pudo dar a la sombra de un cuerpo concibido en pecado y de un hombre que, pocos días antes, había negado a su maestro?

Pero esta maravilla queda vencida con otra mayor, porque mayor cosa fue la conversión de San Pablo que todo lo dicho. Porque ¿quién no queda atónito, viendo que a un hombre que merecía mil infiernos por haber perseguido tan sangrientamente el nombre de Cristo, y caminando furiosamente con nuevas provesiones y poderes para destruir su Iglesia, lo levantase Dios al tercero cielo y le mostrase la esencia divina (como lo sienten Santo Tomás y San Agustín), haciéndolo con esto del mayor persiguidor de la fe el mayor predicador y defensor de ella, por la cual siete veces fue públicamente azotado y muchas más veces encarcelado y por mar y por tierra de judíos gentiles y herejes persiguido?

Después de los apóstoles, vengamos a la Magdalena, la cual llamamos «apóstola de los apóstoles» por haberles denunciado la Resurreción del Salvador. Pues cuán admirables son las cosas que están recibidas de esta santa penitente. Porque ¿qué cosa más admirable que haber estado treinta años en una cueva sin comer ni beber, y sin vista de alguna criatura humana? Y, si esto es mucho, ¿cuánto más es lo que se dice de ella, que siete veces al día la levantaban los ángeles en el aire para oír las siete horas canónicas, cantadas con voces celestiales? ¿Quién dijera ahora esto que no fuera escarnecido y tenido por loco?

Después de los Apóstoles podemos contar por varón apostólico a San Clemente, subcesor del apóstol San Pedro en la cátedra de Roma, el cual, por mandado de Trajano, fue echado en la mar, atado a una áncora; mas Dios, que tanta cuenta ha tenido siempre con los cuerpos de sus mártires y de sus sepulcros, honró este santo con una admirable honra cual jamás fue vista. Porque, no consintiendo que aquel sagrado cuerpo toviese por sepultura los buches de los peces, mandó que por mano de los ángeles se hiciese dentro de la mar un templo de mármol y que en él se fabricase una arca de la mesma piedra y allí depositasen el cuerpo de su mártir con el áncora hallado. Y, no contento con esta maravilla, acrecentó otra no menor. Porque todos los años del día de su pasión se desviaba el agua de la mar por espacio de tres millas para que fuesen los hombres a ver y reverenciar los huesos de un hombre que padeció trabajos por Dios. Pues ¿qué corazón no se regala con la consideración de esta providencia divina?

Después de esto vengamos a las maravillas que Nuestro Señor hubo con algunos de aquellos Santos Padres del Yermo, entre los cuales es admirable la vida de San Simeón, que llaman de la columna, porque moraba en una torre muy estrecha a manera de columna, cuya vida escribió Teodoreto, su contemporáneo y familiar amigo suyo y testigo de sus milagros. Del cual escribe la cosa más admirable que jamás se vio, que fue hacer vida sobre una columna levantada treinta y seis codos en alto, descubierta a todos los calores y fríos y injurias del aire. Y, sobre todo esto, era tan grande su abstenencia que no comía más que una vez en la semana solo pan y yerbas; y, lo que es más admirable, en todas las cuaresmas que vivió, perseveraba sin comer bocado. En la cual columna y abstinencia perseveró por espacio de cuarenta años. Y esta novedad de vida hacía que de todas las naciones viniesen gentes a ver cosa tan extraña; y dende allí hacía infinitos milagros y con ellos convertía a la fe las naciones bárbaras de los infieles. Y, con todo esto, dice el mismo historiador que fue esta columna en aquel tiempo escarnecida de muchos. Pues, según esto, ¿qué santidad habrá que esté libre de las lenguas y juicios del mundo?