Historia. Libros VI-VII - Marco Tulio Cicerón - E-Book

Historia. Libros VI-VII E-Book

Marco Tulio Cicerón

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Beschreibung

Heródoto es el primer escritor en prosa con una obra extensa conservada: su Historia, en nueve libros. Es además el fundador de la Historia como género literario y como perspectiva intelectual, lo que lo convierte en uno de los mejores representantes de la época dorada del siglo V a. C. Con un estilo directo y claro, nadie duda hoy de su amenidad, su inteligencia y su enorme capacidad para recoger, recontar y criticar los hechos más diversos. Este volumen recoge tanto de la Primera Guerra Médica (con pasajes tan célebres como el de la batalla de Maratón) como de la Segunda Guerra Médica (que narra detalladamente el avance militar persa y la batalla de las Termópilas). Publicados originalmente en la BCG con el número 39 (que incluye el libro VI) y 82 (libro VII), este volumen continúa con la traducción de Historia de Heródoto realizada por Carlos Schrader. Carmen Sánchez-Mañas (Universidad Pompeu Fabra, Barcelona) ha revisado las notas para esta edición.

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La Biblioteca Clásica Gredos, fundada en 1977 y sin duda una de las más ambiciosas empresas culturales de nuestro país, surgió con el objetivo de poner a disposición de los lectores hispanohablantes el rico legado de la literatura grecolatina, bajo la atenta dirección de Carlos García Gual, para la sección griega, y de José Luis Moralejo y José Javier Iso, para la sección latina. Con 415 títulos publicados, constituye, con diferencia, la más extensa colección de versiones castellanas de autores clásicos. Publicados originalmente en la BCG con el número 39 (que incluye el libro VI) y 82 (libro VII), este volumen continúa con la traducción de Historia de Heródoto realizada por Carlos Schrader. Carmen Sánchez-Mañas (Universidad Pompeu Fabra, Barcelona) ha revisado las notas para esta edición.Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.

La traducción de este volumen ha sido revisada

por Montserrat Jufresa Muñoz.© de la traducción: Carlos Schrader.

© de esta edición: RBA Libros, S.A., 2021.

Avda. Diagonal 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en la Biblioteca Clásica Gredos:

1981 (Libro VI) y 1985 (Libro VII).

Primera edición en este formato: enero de 2021.

RBA • GREDOS

REF.: GEBO548

ISBN: 978-84-249-9982-7

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

LIBROVI ÉRATO

SINOPSIS

FINDELAREVUELTA JONIA (1-42)

Histieo regresa a Jonia, entrevistándose con Artáfrenes (1).

Intrigas de Histieo en Quíos y Sardes (2-4).

Los milesios se niegan a admitir de nuevo a Histieo, que parte hacia el Bósforo, dedicándose a la piratería (5).

Los persas concentran sus efectivos contra Mileto (6).

Los jonios determinan enfrentarse a los persas con la flota. Batalla naval de Lade (7-17).

Orden de batalla de los jonios (8).

Maquinaciones persas para inducir a los jonios a la defección (9-10).

Los jonios sometidos a duro entrenamiento por Dionisio de Focea (11-13).

Victoria persa gracias a la deserción de parte de la flota jonia (14-17).

Los persas conquistan Mileto, cuyos habitantes son esclavizados (18-20).

Reacción en Atenas ante la noticia (21).

Excurso sobre la migración de los samios a Sicilia (22-25).

Captura y muerte de Histieo (26-30).

Sumisión definitiva de Jonia. Conquistas persas en las islas y el Helesponto (31-33).

Digresión sobre la presencia de Milcíades I y sus sucesores en el Quersoneso (34-41).

Reorganización de la administración persa en Jonia (42).

LA PRIMERA GUERRA MÉDICA (43-140)

Primera expedición persa contra Grecia (43).

Fracaso de la campaña de Mardonio por el naufragio de la flota en el Atos (44-45).

Darío frustra una posible sublevación en Tasos (46-48).

Ultimátum de Darío a Grecia (48).

Sumisión simbólica de muchos pueblos griegos. Atenas acusa a Egina de traición (49-50).

Digresión sobre la historia contemporánea de Esparta (51-86).

Origen de la doble monarquía en Lacedemonia (51-55).

Privilegios de los reyes espartanos (56-58).

Costumbres espartanas similares a las de otros pueblos no griegos (59-60).

Cleómenes, con el apoyo de Leotíquidas, consigue destronar a Demarato (61-70).

Leotíquidas, rey de Esparta. Su posterior destino (71-72).

Cleómenes entrega rehenes eginetas a Atenas (73).

Descubrimiento del complot urdido contra Demarato (74).

Locura y suicidio de Cleómenes. Versiones sobre las causas de ello (75).

Excurso sobre la sacrílega campaña de Cleómenes contra Argos (76-83).

Versión espartana sobre la locura de Cleómenes (84).

Egina reclama la devolución de los rehenes. Historia de Glauco (85-86).

Guerra entre Atenas y Egina (87-93).

Segunda expedición persa contra Grecia, dirigida por Datis yArtáfrenes (94-95).

Toma de Naxos, las Cícladas —respetando Delos—, Caristo y Eretria (96-101).

Operaciones preliminares a la batalla de Maratón (102-110).

Los persas desembarcan en el Ática (102).

Excurso sobre Milcíades, uno de los estrategos atenienses (103-104).

Atenas solicita ayuda a Esparta (105-106).

La visión de Hipias (107).

Los plateos acuden en apoyo de los atenienses (108).

Milcíades convence al polemarco Calímaco para atacar a los persas (109-110).

Batalla de Maratón (111-117).

Retirada persa. Deportación de los eretrieos (118-119).

Los lacedemonios llegan al Ática (120).

Apología de los Alcmeónidas en relación con la batalla (121-124).

Historia de los Alcmeónidas (125-131).

Milcíades ataca infructuosamente Paros. Su condena y muerte (132-136).

Digresión sobre la toma de la isla de Lemnos por obra de Milcíades (137-140).

VARIANTES RESPECTO A LA EDICIÓN OXONIENSIS DE HUDE

PASAJE

TEXTODEHUDE

LECTURAADOPTADA

10

˜wutoĩs… te

˜wutoĩsi d1 (A B C).

13, 1

tДn Sam…wn, ™nqaЙta

tДn Sam…wn ™nqaЙta

13, 2

toÝj lÒgouj ™dškonto

toÝj lÒgouj ™dškonto o… S£mioi (A B C).

18

ØporÝssontej t¦ te…cea

ØporÝssontej 5te6 t. t. (addidit Legrand).

23, 3

t¾n pÒlin [˜wutДn]

t¾n pÒlin ˜wutДn

25, 2

[tДn] ™n tG naumac…Æ

t¾n ™n tG naumac…Æ(Reiske).

32

¢ntˆ e2nai ™norcšaj

¢ntˆ 5toЙ6 e2nai ™norcšaj (addidit Valckenaer).

32

dˆj d1 ™pexÖj

dˆj d1 kaˆ ™pexÖj(D).

33, 1

e„sˆ d1 [aƒ]

e„sˆ d1 aƒ

35, 1

paidÒj, genomšnou

paidÒj genomšnou

40, 1

tДn katecÒntwn prhgm£twn

tДn katalabÒntwn prhgm£twn (A B C).

40, 1

œte3 toÚtwn

œte 5prÕ6toÚtwn (addidit Stein).

40, 2

œfeuge [CersÒnhson]

œfeuge ¢po Cerson»son (A B).

45, 1

oÙ m1 n oÙd1

oÙ mšntoi oÙd1 (A B C P).

49, 2

™pˆ sf…si œcontaj

™pˆ sf…si ™pšcontaj (A B C).

64

†di¦ tÕ† Kleomšne3

diÒti Kleomšne3 (Richards).

69, 4

g¦r [toÝj dška mÖnaj]

g¦r toÝj dška mÖnaj

73, 1

ædèqh

çrqèqh (S. Vide quae ad versionem gallicam adnotavit Legrand).

76, 2

met¦ d1 [taüta]

met¦ d1 [taüta]

102

katšrgontej

katorgДntej (Legrand)

108, 1

[oƒ] 'AqhnaИoi

oƒ'AqhnaИoi

111, 3

™g…neto toiÒnde ti

™gšneto toiÒnde ti(A B C).

125, 2

proqÚmwj, ka…

proqÚmwj: ka…

125, 4

plhs£menoj crusoЙ

plhs£menoj [crusoЙ] (secl. Stein).

137, 3

foitГn g¦r d¾

foitГn g¦r a„eˆ(A B C P).

138, 1

nemÒmenoi kaˆ boulÒmenoi

nemÒmenoi, [kaˆ] boulÒmenoi (om. DRSV; delevit Legrand).

1

Histieo regresa a Jonia

Así fue, en suma, como murió Aristágoras, el autor de la sublevación de Jonia. Entretanto Histieo, el tirano de Mileto1, se presentó en Sardes con la anuencia de Darío. A su llegada de Susa, Artáfrenes, el gobernador de Sardes, le preguntó que cuál era, a su juicio, la razón de que los jonios se hubieran sublevado. Histieo aseguró que no lo sabía y aparentó sorprenderse ante lo ocurrido, como si, de hecho, no estuviera al corriente de los últimos acontecimientos. Pero Artáfrenes, 2 que conocía la verdadera causa de la sublevación, al ver que Histieo estaba fingiendo, le dijo: «Fíjate bien, Histieo, la realidad sobre el particular es la siguiente: esta sandalia la has cosido tú y quien se la ha calzado ha sido Aristágoras2».

2

En estos términos se expresó Artáfrenes a propósito de la sublevación. Por su parte Histieo, alarmado al sospechar que Artáfrenes estaba enterado de la verdad, a la caída de aquella misma noche huyó en dirección al mar (con lo que consumaba su engaño hacia el rey Darío; pues, pese a que le había prometido conquistar Cerdeña, la isla más grande del mundo, trató de ponerse al frente de los jonios en su guerra contra 2 el monarca). Pasó entonces a Quíos, pero fue encarcelado por los quiotas, al suponer los habitantes de la isla que pretendía organizar una revolución en su patria a instancias de Darío3. No obstante, cuando se enteraron de todo el asunto —es decir, de que era enemigo del rey—, los quiotas lo dejaron en libertad.

3

Como es natural, los jonios le preguntaron entonces qué razones había tenido para ordenarle con tanto empeño a Aristágoras que se sublevase contra el rey y para ocasionar tamaña calamidad a los jonios. Pero Histieo se cuidó muy mucho de revelarles el verdadero motivo, y les aseguró que el rey Darío había decidido deportar a los fenicios, e instalarlos en Jonia, y hacer lo propio con los jonios en Fenicia, lo cual le había inducido a transmitir aquella orden. (Histieo pretendía asustar a los jonios, ya que el monarca en ningún momento había proyectado semejante medida.)

4

Poco después Histieo, por mediación de Hermipo, un sujeto natural de Atarneo, que actuó como mensajero, envió unas cartas a los persas que se encontraban en Sardes, dado que con anterioridad ya habían mantenido con él conversaciones tendentes a una sublevación. Sin embargo, Hermipo no entregó las cartas a sus destinatarios, sino que 2 se las llevó a Artáfrenes, dándoselas en mano. Este último, entonces, al enterarse de todo lo que ocurría, ordenó a Hermipo que fuera a entregar las cartas remitidas por Histieo a los interesados y que luego le facilitase las respuestas que, por su parte, los persas dirigiesen a Histieo. El complot quedó al descubierto y, con tal motivo, Artáfrenes hizo ejecutar a un elevado número de persas.

5

Pues bien, mientras en Sardes se producía cierto revuelo, los quiotas, a petición del propio Histieo, que había visto frustrado el plan que abrigaba, trataron de repatriarlo a Mileto. Sin embargo, los milesios, que estaban encantados por haberse desembarazado ya de Aristágoras, no tenían —dado que habían saboreado la libertad— el más mínimo deseo de admitir en su patria a un nuevo tirano. Y, en ese 2 sentido, comoquiera que Histieo intentase, al amparo de la noche, regresar a Mileto por la fuerza, fue herido en el muslo por un milesio. Al verse, pues, expulsado de su patria, regresó a Quíos; y, desde allí, como no lograba convencer a los quiotas para que le proporcionasen naves, pasó a Mitilene y persuadió a los lesbios para que se las facilitasen. Estos últimos equiparon ocho trirremes y 3 zarparon con Histieo rumbo a Bizancio, donde establecieron su base y se dedicaron a capturar todas las naves procedentes del Ponto, a excepción de aquellas cuyas tripulaciones se declaraban dispuestas a seguir las órdenes de Histieo.

6

Los persas concentran

sus efectivos

contra Mileto

Esto es, en suma, lo que hacían Histieo y los mitileneos. Entretanto, era inminente la llegada de numerosas fuerzas, navales y terrestres, para atacar la propia Mileto, pues los generales persas habían reunido sus efectivos y, con un único cuerpo de ejército, se dirigían contra Mileto, concediendo menos importancia a las demás ciudades. En la flota, por cierto, quienes más ardor demostraban eran los fenicios; y, con ellos, tomaban también parte en la campaña contingentes de chipriotas —que poco antes acababan de ser sometidos—, así como de cilicios y de egipcios.

7

Los jonios determinan enfrentarse a los persas con la flota. Batalla naval de Lade

Tales fuerzas marchaban, pues, contra Mileto y el resto de Jonia. Por su parte los jonios, al tener conocimiento de ello, enviaron a sus delegados al Panionio. Y, a su llegada a dicho lugar, estudiaron la situación y determinaron no movilizar ningún ejército de tierra para enfrentarse a los persas (sino que los propios milesios defendiesen sus murallas), pero sí equipar la flota, sin prescindir de ninguna nave, y, una vez dispuestos sus efectivos, que se reuniera lo antes posible en Lacte a fin de presentar batalla en el mar para tratar de salvar Mileto. (Lade es un islote situado frente a la ciudad de Mileto4.)

8

Poco después, cuando la flota estuvo aparejada, acudieron allí los jonios; y con ellos lo hicieron también los eolios que habitan Lesbos. Y por cierto que el orden de combate que adoptaron fue el siguiente: el ala oriental la ocupaban los propios milesios, que aportaban ochenta naves; a su lado figuraban los de Priene, con doce naves, y los de Miunte con tres naves; al lado de estos últimos figuraban los de Teos con diecisiete naves; al lado de los de Teos figuraban 2 los quiotas con cien naves; junto a estos últimos se alineaban eritreos y foceos, aquellos con una aportación de ocho naves, y estos con tres; al lado de los foceos figuraban los lesbios con setenta naves; finalmente, el ala occidental la ocupaban los samios, que se alineaban con sesenta naves. La suma total de todos esos efectivos ascendía a trescientos cincuenta y tres trirremes.

9

Tal era el potencial de la flota jonia, mientras que el número de las naves bárbaras ascendía a seiscientas.

Cuando, por su parte, la flota de los bárbaros llegó a las inmediaciones de Mileto, donde ya se encontraban todas sus fuerzas terrestres, los generales persas, en aquellos momentos —al conocer el número de los navíos jonios—, temieron seriamente no poder derrotarlos y, por consiguiente, no lograr apoderarse de Mileto al no ser dueños del mar, con lo que se exponían a sufrir alguna represalia por parte 2 de Darío. Ante estas consideraciones, reunieron a los tiranos jonios que, al ser depuestos de sus cargos por Aristágoras de Mileto, se habían refugiado entre los medos, y que a la sazón figuraban entre los integrantes de la expedición contra Mileto; los generales, repito, convocaron a aquellos tiranos que se encontraban entre los expedicionarios y les 3 dijeron lo siguiente: «Jonios, en este trance todos debéis hacer gala de vuestra fidelidad a la causa del rey; concretamente, cada uno de vosotros ha de procurar apartar a sus conciudadanos del grueso de la coalición. En vuestras proposiciones, hacedles saber que no sufrirán castigo alguno por haberse sublevado, que ni sus santuarios ni sus posesiones serán pasto de las llamas, y que no estarán en peores 4 condiciones de sumisión de lo que estaban antes. Ahora bien, si no deponen su actitud y se empeñan en presentar batalla, amenazadlos detallándoles sin ambages las calamidades que, indefectiblemente, se cernirán sobre ellos; es decir, que, como secuela de su derrota en la batalla, serán esclavizados, que castraremos a sus hijos, que deportaremos a sus doncellas a Bactra5, y que entregaremos su territorio a otras gentes».

10

Eso fue, en suma, lo que manifestaron los generales persas. Y, por la noche, los tiranos jonios despacharon emisarios para transmitir dicha proposición a sus respectivos compatriotas. Sin embargo, los jonios a quienes, en concreto, se formularon las citadas ofertas, se reafirmaron en su insensato propósito y se negaron a consumar la traición (cada comunidad jonia, por otra parte, creía que los persas les hacían esas proposiciones a ellos solos). Esto es, en definitiva, lo que ocurrió nada más llegar los persas a Mileto.

11

Poco después los jonios concentrados en Lade mantuvieron una serie de reuniones; y, ante los asistentes, debieron de hacer uso de la palabra diversos oradores, entre quienes, concretamente, intervino Dionisio, el general foceo, que dijo lo siguiente: «No hay duda, jonios, 2 de que nuestro destino se halla sobre el filo de una navaja6: nos jugamos ser libres o esclavos; y, en este último caso, ser considerados esclavos fugitivos. Pues bien, si, en esta tesitura, estáis dispuestos a afrontar ciertas penalidades, de momento lo pasaréis mal, pero conseguiréis imponeros a vuestros adversarios y alcanzar la libertad. En cambio, si procedéis con indolencia e indisciplina, no abrigo para vosotros la menor esperanza de que logréis sustraeros al castigo del rey por haberos sublevado. 3 Hacedme caso, pues, y poneos a mis órdenes; que yo os prometo que, si los dioses se mantienen imparciales, los enemigos no presentarán batalla o, si lo hacen, sufrirán una severa derrota».

12

Al oír esto, los jonios se pusieron a las órdenes de Dionisio. Este hacía que las naves ganaran todos los días mar abierto en columna; y, tras ejercitar a los remeros —realizando con las naves la maniobra de evolucionar unas por entre las otras— y adiestrar con las armas en la mano a los soldados de a bordo, mantenían anclados los navíos durante el resto de la jornada, de manera que obligaba a los jonios a trabajar todo el día. Pues bien, por espacio de una 2 semana le obedecieron e hicieron lo que se les ordenaba; pero, a los ocho días, los jonios, como no estaban acostumbrados a sufrir semejantes fatigas, y agotados por la dureza de los entrenamientos y los rigores del sol, empezaron a 3 murmurar entre sí en los siguientes términos: «¿A qué divinidad hemos ofendido para tener que soportar estas penalidades? Desde luego, estábamos locos, estábamos fuera de nuestros cabales, cuando nos pusimos a las órdenes de un foceo charlatán, que solo coopera con tres naves7; porque, desde que se ha hecho cargo de nosotros, nos mortifica con implacables atropellos, hasta el punto de que muchos de nosotros han caído ya enfermos y otros muchos se hallan expuestos a sufrir la misma suerte. Antes que seguir con estas calamidades, es preferible, por nuestro propio bien, sufrir cualquier otra cosa, incluso arrostrar la esclavitud que nos espera, sea la que sea, en lugar de continuar siendo víctimas de la actual. ¡Ea, en lo sucesivo rehusémonos a obedecerle!».

Tales 4 eran los comentarios que hacían; y, desde aquel mismo instante, nadie quería obedecer sus órdenes; todo lo contrario, como si constituyeran un ejército de tierra, plantaron tiendas de campaña en la isla y se dedicaron a gozar de la sombra, negándose a embarcar en las naves y a efectuar maniobras.

13

Al advertir la actitud que adoptaban los jonios, fue cuando los generales samios decidieron aceptar, a instancias de Éaces, hijo de Silosonte, la proposición que he citado y que, por orden de los persas, les había hecho llegar poco antes dicho sujeto, rogándoles que abandonaran la coalición jonia; los samios, repito, decidieron aceptar la proposición, al ver la gran indisciplina que reinaba entre los jonios; pero es que, además, se les antojaba realmente imposible lograr imponerse al poderío del rey, pues, en su fuero interno, sabían perfectamente que, aun cuando consiguieran vencer a la flota anclada en las inmediaciones, arribaría para hacerles frente 2 otra cinco veces superior. Así pues, en cuanto vieron que los jonios se negaban a cumplir con su deber, contaron con un pretexto y se consideraron muy afortunados por poder salvar sus santuarios y sus posesiones. (Por cierto que Éaces, el sujeto cuya proposición aceptaron los samios, era hijo de Silosonte, el hijo de Éaces. Y, en su calidad de tirano de Samos, se había visto privado del poder, igual que los demás tiranos de Jonia, por obra de Aristágoras de Mileto8.)

14

Pues bien, en el momento en que los fenicios zarparon para romper las hostilidades, los jonios, por su parte, hicieron que sus naves ganaran mar abierto en columna a fin de hacerles frente9. Y, cuando estuvieron lo suficientemente cerca, los efectivos de una y otra flota pasaron al ataque. A partir de ese instante, no puedo precisar con exactitud qué contingentes jonios se comportaron cobarde o valientemente en el curso de dicha batalla naval, ya que se acusan unos 2 a otros. Pero, según cuentan, fue entonces cuando los samios, conforme a lo estipulado con Éaces, izaron velas10 y abandonaron la formación poniendo rumbo a Samos, a excepción de once navíos, cuyos trierarcos permanecieron en sus puestos y tomaron parte en la batalla, desobedeciendo las 3 órdenes de sus estrategos11. (Precisamente, para conmemorar su gesto, el gobierno samio les concedió, en reconocimiento a su arrojo, el honor de que sus nombres y los de sus padres figurasen inscritos en una estela; estela que se halla situada en el ágora.) Entretanto, cuando los lesbios vieron que sus vecinos12 emprendían la huida, imitaron a los samios; y otro tanto fueron haciendo también la mayoría de los jonios.

15

De entre aquellos que, durante la batalla naval, permanecieron en sus puestos, quienes salieron peor librados fueron los quiotas, ya que llevaron a cabo gloriosas gestas y no dieron muestras de una premeditada cobardía. Como ya he indicado anteriormente, los de Quíos habían aportado cien naves, a bordo de cada una de las cuales figuraban cuarenta soldados de élite reclutados entre los ciudadanos.

Pues bien, al ver que la mayor parte de los aliados desertaban, se negaron 2 a imitar a aquellos cobardes por considerarlo una vileza; y, pese a que los habían dejado solos, apoyados por un exiguo número de aliados, prosiguieron la lucha maniobrando por entre las líneas enemigas, hasta que, tras haber capturado numerosas naves del adversario13, perdieron la inmensa mayoría de las suyas. En ese momento, los de Quíos, con las naves que les quedaban, abandonaron aquellas aguas con rumbo a su patria.

16

Ahora bien, todos aquellos quiotas cuyas naves, debido a los daños sufridos, se hallaban averiadas, ante la persecución de que fueron objeto, se refugiaron en Mícala14. Acto seguido, abandonaron en dicho lugar sus navíos, tras haberlos hecho encallar, y emprendieron el regreso a pie a través 2 del continente. Pero he aquí que, durante el viaje, cuando los quiotas irrumpieron en el territorio de Éfeso (como llegaron a la citada región de noche y, además, lo hicieron mientras las mujeres del lugar estaban celebrando las Tesmoforias), los efesios, que todavía no se hallaban al corriente de la suerte que habían corrido los de Quíos, al ver que un grupo armado había irrumpido en su territorio, plenamente convencidos de que se trataba de una banda de ladrones y de que iban a por sus mujeres, acudieron en tropel a socorrerlas y acabaron con los quiotas. Tal fue, en suma, el triste sino de que fueron víctimas dichos sujetos.

17

Por su parte, el foceo Dionisio, al percatarse de que la causa de los jonios estaba perdida, se hizo a la vela, después de haber capturado tres naves enemigas, pero no con rumbo a Focea —pues sabía perfectamente que dicha ciudad, al igual que el resto de Jonia, iba a ser esclavizada—, sino que, con los efectivos de que disponía y sin perder un instante, puso proa a Fenicia. En aquellas aguas hundió varios gaulos, haciéndose con un cuantioso botín, y, posteriormente, se dirigió a Sicilia, donde estableció su base y estuvo dedicado a la piratería en detrimento de cartagineses y tirrenos15, pero no de los griegos.

18

Los persas conquistan Mileto, cuyos habitantes son esclavizados

Tras haber vencido a los jonios en la batalla naval, los persas sitiaron Mileto por tierra y por mar, minaron las murallas, emplearon toda suerte de ingenios militares y, cinco años después de la rebelión de Aristágoras, se apoderaron enteramente de la ciudad, reduciendo a sus habitantes a la condición de esclavos, con lo que el desastre vino a dar la razón al oráculo que se había referido a Mileto. Resulta que, 19en cierta ocasión en que los argivos estaban formulando una consulta en Delfos a propósito de la salvación de su ciudad, recibieron un oráculo de más amplio contenido, ya que, si bien el vaticinio hacía alusión a los argivos propiamente dichos, la respuesta oracular incluía una predicción dirigida a los milesios. En fin, el vaticinio relativo 2 a los argivos lo citaré cuando, en el curso de mi narración, llegue al pasaje correspondiente. Por su parte, las palabras del oráculo referentes a los milesios —que no se encontraban presentes— rezaban como sigue:

Y justo entonces, tú, Mileto, artífice de inicuas vilezas,

de muchos serás festín y espléndida presa.

Tus matronas lavarán los pies a muchas gentes intonsas,

y de nuestro templo en Dídima16 se ocuparán otras personas.

Pues bien, 3 precisamente por estas fechas fue cuando esas calamidades se abatieron sobre los milesios: la inmensa mayoría de los hombres fueron asesinados por los persas, un pueblo que lleva el pelo largo; las mujeres y los niños pasaron a engrosar el número de sus esclavos; y el santuario de Dídima, tanto el templo como la sede del oráculo, fue saqueado e incendiado. (A los tesoros de dicho santuario he aludido varias veces en otros pasajes de mi obra17.)

20

Acto seguido, los cautivos milesios que quedaron con vida fueron conducidos a Susa. El rey Darío, entonces, no les causó el menor daño, limitándose a instalarlos a orillas del mar que recibe el nombre de Eritreo18, en la ciudad de Ampe, en cuyas inmediaciones desemboca en el mar el curso del río Tigris. En cuanto al territorio de Mileto, los persas conservaron en su poder la ciudad y sus alrededores, así como la llanura, y concedieron la posesión de las tierras altas a los carios de Pedasa19.

21

Reacción en Atenas

ante la noticia

Y por cierto que, ante las desgracias de que fueron víctimas los milesios a manos de los persas, los sibaritas —que, por haberse visto despojados de su ciudad, residían en Lao y Escidro20— no les mostraron la debida gratitud; pues, cuando Síbaris cayó en poder de los crotoniatas, todos los milesios adultos se raparon la cabeza y se impusieron un luto riguroso (de hecho, estas dos ciudades han sido, que nosotros sepamos, las que más estrechos lazos de amistad han mantenido entre sí).

Bien 2 distinto fue el comportamiento de los atenienses. Estos últimos, en efecto, pusieron de relieve, de muy diversas maneras, el gran pesar que sentían por la toma de Mileto; y, concretamente, cabe señalar que, con motivo de la puesta en escena de La toma de Mileto, drama que compuso Frínico21, el teatro se deshizo en llanto, y al poeta le impusieron una multa de mil dracmas22 por haber evocado una calamidad de carácter nacional; además, se prohibió terminantemente que en lo sucesivo se representara dicha obra.

22

Excurso sobre la

migración de los

samios a Sicilia

Mileto, en suma, quedó desierta de milesios. Entretanto, a los hacendados samios no les agradó lo más mínimo la medida que, con respecto a los medos, habían tomado sus generales23, por lo que, nada más librada la batalla naval, estudiaron la situación y, antes de que llegara a su isla el tirano Éaces, decidieron hacerse a la mar para fundar una colonia, con objeto de no verse bajo el yugo de los medos, y de Éaces, si permanecían en sus tierras. Por aquellas 2 mismas fechas, precisamente, los habitantes de Zancle, en Sicilia, estaban enviando emisarios a Jonia para invitar a los jonios a que se trasladaran a Caleacte, ya que en dicho lugar deseaban fundar una ciudad jonia (el paraje que recibe el nombre de Caleacte se encuentra en territorio de los sículos, en la costa de Sicilia que mira a Tirrenia). Pues bien, los samios fueron los únicos jonios que, ante la invitación de los zancleos, se pusieron en camino; y con ellos lo hicieron los milesios que habían conseguido escapar.

23

Por cierto que, en dicha expedición, tuvo lugar cierto incidente que se desarrolló como sigue. En el transcurso de su viaje a Sicilia, los samios se encontraban en el territorio de los locros epicefirios24, al tiempo que, por su parte, los zancleos, en unión de su rey, cuyo nombre era Escita, estaban sitiando una ciudad de los sículos25 con ánimo de conquistarla. Al 2 tener noticia de ello, Anaxilao, el tirano de Regio, que a la sazón mantenía ciertas diferencias con los zancleos, se puso en contacto con los samios e intentó persuadirlos de que debían renunciar a Caleacte, la meta de su viaje, y apoderarse de Zancle, que en aquellos momentos carecía de defensores. Los samios se dejaron convencer y se 3 apoderaron de Zancle, por lo que, al tener conocimiento de la toma de su ciudad, los zancleos acudieron en su auxilio y solicitaron la ayuda de Hipócrates, el tirano de Gela26, pues resulta que este último era aliado suyo. Pero, 4 cuando Hipócrates se presentó a la cabeza de sus tropas para socorrerlos, dicho sujeto, alegando que Escita, el soberano de Zancle, había abandonado la ciudad a su suerte, mandó encadenarlo en compañía de su hermano Pitógenes y los envió a la ciudad de Ínix; por otra parte, mantuvo con los samios una serie de conversaciones y, tras un mutuo intercambio de juramentos, les entregó vilmente al resto de 5 los zancleos. En pago a sus servicios, los samios habían llegado con él a un acuerdo en el sentido de que Hipócrates pasaría a ser dueño de la mitad de todos los enseres y esclavos existentes en la ciudad, y de que recibiría todo 6 lo que hubiese en los campos. Este individuo, además, mandó cargar de cadenas a la mayor parte de los zancleos, a quienes incluyó entre sus esclavos, y entregó a los samios a los trescientos ciudadanos más destacados de Zancle para que los mataran. Sin embargo, los samios decidieron no hacerlo.

24

Escita, el soberano de Zancle, consiguió huir de Ínix a Hímera27; y, desde dicha ciudad, se dirigió a Asia, subiendo hasta la corte del rey Darío, quien, por cierto, lo consideró la persona más honesta de todas aquellas que, desde Grecia, habían subido hasta su corte; pues, concretamente, pudo 2 trasladarse a Sicilia con la anuencia del monarca y, desde la isla, regresó nuevamente a la corte, hasta que, colmado de riquezas, murió en Persia a una edad avanzada.

Entretanto, los samios que habían escapado de los medos se vieron dueños de Zancle, una ciudad bellísima, sin haber realizado el menor esfuerzo.

25

Después de la batalla naval que decidió la suerte de Mileto, los fenicios, por orden de los persas, repatriaron a Samos a Éaces, el hijo de Silosonte, por el profundo reconocimiento a que se había hecho acreedor ante ellos y por los grandes servicios que les había prestado. Y, debido a la defección 2 de sus navíos durante la batalla, los samios fueron los únicos sublevados contra Darío que no vieron su ciudad ni sus santuarios incendiados.

Inmediatamente después de la toma de Mileto, los persas se apoderaron asimismo de Caria, algunas de cuyas ciudades se sometieron voluntariamente, en tanto que a otras tuvieron que reducirlas por la fuerza.

26

Captura y muerte

de Histieo

Así fue, en definitiva, como sucedió este episodio. Mientras tanto, Histieo de Mileto, que se encontraba en las inmediaciones de Bizancio dedicándose a apresar los mercantes jonios procedentes del Ponto, recibió la noticia de lo ocurrido en Mileto. Confió, entonces, la dirección de los asuntos que le retenían en el Helesponto a Bisalta de Abido, hijo de Apolófanes, y él zarpó en compañía de los lesbios con rumbo a Quíos; pero, en vista de que una guarnición de quiotas se negaba a aceptar su presencia, se enfrentó con ellos en un lugar de la isla denominado 2 «Las Cárcavas28». Pues bien, acabó con numerosos componentes de la guarnición y, con el concurso de los lesbios, Histieo se impuso a los demás quiotas (puesto que, como es natural, habían sufrido graves pérdidas a consecuencia de la batalla naval), tomando como base para sus operaciones Policna, una localidad de Quíos.

27

Y cabe deducir que, cuando sobre una ciudad o una nación van a abatirse grandes calamidades, la divinidad suele presagiarlas con antelación; y, de hecho, los quiotas, antes de sufrir aquellas desdichas, habían asistido a notables presagios. A este respecto, en cierta ocasión en que enviaron a 2 Delfos un coro de cien muchachos, tan solo regresaron a su patria dos integrantes del mismo, ya que a los noventa y ocho restantes se los llevó una epidemia que los atacó de improviso. Además, por esas mismas fechas —poco antes de la batalla naval—, en la capital de la isla, a unos niños que estaban aprendiendo las primeras letras se les cayó encima el techo, de manera que, de ciento 3 veinte que había, solo uno escapó con vida. Estos fueron los presagios que les anticipó la divinidad, pues, poco después, tuvo lugar la batalla naval que hizo doblar la rodilla a la ciudad; y, tras la batalla, se presentó, al frente de los lesbios, Histieo, que logró someter fácilmente a la población de la isla por las graves pérdidas que habían sufrido los quiotas.

28

Desde Quíos, Histieo realizó una incursión contra Tasos, al frente de un nutrido contingente de jonios y eolios. Pero, mientras se hallaba sitiando Tasos, le llegó la noticia de que los fenicios estaban zarpando de Mileto para atacar el resto de Jonia. Al tener conocimiento de ello, renunció a tomar Tasos y se dirigió apresuradamente 2 a Lesbos con todos sus efectivos. No obstante, como sus tropas pasaban hambre, desde Lesbos se trasladó al continente para recolectar el trigo de Atarneo y, de paso, el de la llanura del Caico, en territorio misio29. Dio la casualidad, sin embargo, de que en aquellos parajes se encontraba, al mando de un numeroso ejército, el persa Hárpago, que atacó a Histieo, cuando este había desembarcado, y lo hizo prisionero, al tiempo que diezmaba al grueso de su ejército.

29

Y por cierto que Histieo cayó prisionero de la siguiente manera. En el curso de la batalla que los griegos libraron con los persas en Malene, localidad de la comarca de Atarneo, los contendientes estuvieron combatiendo durante mucho tiempo; pero, finalmente, intervino la caballería, que cargó contra los griegos. La obtención de la victoria fue, en definitiva, obra exclusiva de la caballería. Y, ante la desbandada que se había producido entre los griegos, Histieo, confiando en que el rey no lo haría ejecutar por la traición que le era imputable, dio muestras de un 2 considerable apego a la vida: cuando, en su huida, se vio alcanzado por un soldado persa, en el momento en que su captor iba a atravesarlo con su arma, se puso a hablar en persa manifestando que era Histieo de Mileto.

30

Pues bien, si, al ser hecho prisionero, lo hubieran conducido bien custodiado a presencia del rey Darío, estoy convencido de que Histieo no habría sufrido daño alguno, sino que el monarca le habría perdonado su delito. Pero el caso es que —precisamente para evitar esto y para impedir que, una vez absuelto, volviese a gozar de una posición de privilegio en la corte del rey—, cuando Histieo llegó bien custodiado a Sardes, Artáfrenes, el gobernador de Sardes, y Hárpago, que era quien lo había capturado, ordenaron empalar su cuerpo allí mismo e hicieron embalsamar su cabeza y que la llevaran a la corte del rey Darío, en Susa. Cuando 2 el monarca se enteró de lo ocurrido, reprendió duramente a los responsables de la ejecución por no haberlo conducido con vida ante su presencia; y, en cuanto a la cabeza de Histieo, ordenó que la lavasen y que la amortajasen cuidadosamente, e hizo que la enterraran como correspondía a un hombre que les había prestado grandes servicios tanto a él como a los persas. Tal fue la suerte de Histieo.

31

Sumisión definitiva

de Jonia. Conquistas persas en las islas

y el Helesponto

Al año siguiente, la fuerza naval persa, que había invernado en las inmediaciones de Mileto, volvió a hacerse a la mar, apoderándose con facilidad de las islas próximas al continente: Quíos, Lesbos y Ténedos. Y por cierto que, cada vez que la flota tomaba una isla, los bárbaros, al apoderarse de ella, efectuaban en cada caso una redada 2 para capturar a sus habitantes. (Las redadas suelen efectuarlas de la siguiente manera: los soldados, cogidos entre sí de la mano, forman un cordón desde la costa norte a la costa sur y, acto seguido, recorren toda la isla dando caza a sus moradores.)

Y también se apoderaron con idéntica facilidad de las ciudades jonias del continente; únicamente que no efectuaban redadas para capturar a los habitantes, pues ello no era posible.

32

Entonces los generales persas no dejaron de cumplir las amenazas que habían dirigido a los jonios cuando estos se hallaban acampados frente a ellos: nada más conquistar las ciudades, escogían a los muchachos más apuestos y los castraban, convirtiéndolos en eunucos, con la pérdida de su virilidad; por su parte, a las doncellas más agraciadas las deportaban a la corte del rey. Tales fueron, en suma, las medidas que adoptaron; y, además, se dedicaron a incendiar las ciudades con templos y todo.

Así fue, en definitiva, como los jonios se vieron reducidos por tercera vez a la condición de esclavos; la primera vez habían sido sometidos por los lidios, y dos veces seguidas, incluida la de entonces, lo habían sido por los persas.

33

Entretanto, la fuerza naval abandonó Jonia y se apoderó de todas las plazas del Helesponto situadas a mano izquierda según se entra en el estrecho30 (las que se encuentran a mano derecha ya habían sido sometidas por los propios persas en una operación terrestre). Por cierto que los Estados sitos en la orilla europea del Helesponto son los siguientes: el Quersoneso, en donde hay numerosas ciudades, Perinto, las plazas fuertes de Tracia, Selimbria y Bizancio31.

Pues 2 bien, los bizantinos y, en la orilla opuesta, los calcedonios no aguardaron el ataque de la flota fenicia, sino que abandonaron su patria y se adentraron en el Ponto Euxino, donde se establecieron en la ciudad de Mesambria32. Por su parte los fenicios, tras haber incendiado sistemáticamente esas zonas que acabo de enumerar, se dirigieron contra Proconeso y Ártace33. Y, después de haber arrasado también dichas ciudades, que fueron pasto de las llamas, volvieron a poner rumbo al Quersoneso para destruir todas las ciudades que habían dejado sin saquear en su anterior desembarco. (Contra Cícico, sin embargo, no realizaron 3 el menor ataque, ya que, con anterioridad a la incursión naval de los fenicios, los habitantes de Cícico ya se habían sometido voluntariamente a la autoridad del rey, mediante un acuerdo que concertaron con el gobernador de Dascilio, Ébares, hijo de Megabazo.) Y, a excepción de Cardia, los fenicios conquistaron todas las demás ciudades del Quersoneso.

34

Digresión sobre la

presencia de Milcíades I

y sus sucesores

en el Queroseno

Hasta entonces la tiranía de esas ciudades la había ejercido Milcíades, hijo de Cimón y nieto de Esteságoras, ya que tiempo atrás Milcíades, hijo de Cípselo, había conseguido dicho cargo de la siguiente manera. El Quersoneso que nos ocupa lo habitaban los doloncos, un pueblo tracio. Pues bien, comoquiera que, en el curso de una guerra, los citados doloncos se viesen en dificultades ante los apsintios, enviaron a sus reyes a Delfos para consultar al oráculo a propósito de 2 la contienda. Y la Pitia les respondió que se llevaran a su país, como caudillo de su pueblo, a la primera persona que, al salir del santuario, les brindara hospitalidad. Los doloncos, entonces, echaron a andar por la Vía Sacra34 y atravesaron Fócide y Beocia; pero, en vista de que nadie les brindaba hospitalidad, se desviaron en dirección a Atenas.

35

En Atenas, por aquellas fechas, Pisístrato detentaba el poder absoluto; pero también poseía una gran influencia Milcíades, hijo de Cípselo, que pertenecía a una familia propietaria de cuadrigas35 y cuyos orígenes se remontaban a Éaco y Egina, si bien por sus antepasados más inmediatos era oriundo de Atenas (Fileo, hijo de Áyax36, fue el primer miembro de esa familia que obtuvo la ciudadanía ateniense). El tal Milcíades se encontraba sentado a 2 las puertas de su casa, cuando vio pasar por allí a los doloncos ataviados con una indumentaria que no era la típica de la región y armados con lanzas; así que los llamó para que se acercaran y, cuando lo hicieron, les ofreció albergue, con una afable acogida. Los doloncos aceptaron y, tras haber gozado de su hospitalidad, le revelaron íntegramente la respuesta del oráculo; hecho lo cual, le rogaron que siguiera los 3 dictados del dios. En cuanto la escuchó, la proposición sedujo a Milcíades, dado que se sentía a disgusto con el régimen de Pisístrato y deseaba verse lejos de allí. Sin perder un instante, se dirigió entonces a Delfos para preguntar al oráculo si debía hacer lo que le pedían los doloncos.

36

Como la propia Pitia lo animara a ello, en esa tesitura Milcíades, hijo de Cípselo, que tiempo atrás había obtenido con su cuadriga la victoria en los Juegos Olímpicos, reclutó a todos aquellos atenienses que deseaban participar en la expedición y zarpó en compañía de los doloncos, tomando posesión de la comarca. Y, por su parte, quienes habían propiciado su llegada le concedieron la dignidad de tirano.

Lo primero que hizo entonces fue levantar un muro en el istmo 2 del Quersoneso, desde la ciudad de Cardia hasta la de Pactia37, para impedir que los apsintios pudieran invadir la región y saquear sus posesiones. (Por cierto que el istmo mide exactamente treinta y seis estadios; y, a partir de dicho istmo, la longitud total del Quersoneso, mar adentro, es de cuatrocientos veinte estadios38.)

37

Pues bien, después de haber levantado un muro en el punto más estrecho del Quersoneso, logrando de esta manera contener a los apsintios, Milcíades a los primeros habitantes de la zona a quienes declaró la guerra fue a las gentes de Lámpsaco39; pero estos últimos le tendieron una emboscada y lo hicieron prisionero. Sin embargo, Milcíades se había granjeado la amistad del lidio Creso, por lo que, cuando este se enteró de lo ocurrido, envió emisarios conminando a los lampsacenos a poner en libertad a Milcíades, ya que, de lo contrario —los amenazó—, iba a exterminarlos como a un pino.

En 2 sus cavilaciones, los de Lámpsaco no atinaban con lo que quería decir la afirmación, que en son de amenaza les había dirigido Creso, de que iba a exterminarlos como a un pino. Finalmente, un anciano consiguió comprender su verdadero significado, diciéndoles que el pino es el único árbol del mundo que, una vez talado, no vuelve a retoñar, sino que se pierde definitivamente. En suma que, por temor a Creso, los lampsacenos pusieron en libertad a Milcíades y dejaron que se marchara.

38

Milcíades, pues, pudo escapar gracias a la intervención de Creso. Pero, poco después, murió sin dejar hijos, por lo que legó su cargo y sus bienes a Esteságoras, el hijo de su hermano uterino Cimón. A raíz de su muerte los habitantes del Quersoneso —como suele hacerse para recordar al fundador de una ciudad— ofrecen en su honor sacrificios, y en su memoria celebran un certamen ecuestre y atlético en el que no puede participar ningún natural de Lámpsaco.

Pero resulta 2 que, durante una guerra librada contra los lampsacenos, el propio Esteságoras, que carecía de hijos, encontró la muerte, cuando, en el pritaneo, recibió en la cabeza un hachazo que le propinó un pretendido desertor, que en realidad era un enemigo, y bastante fanático, por cierto.

39

Una vez muerto el propio Esteságoras de la manera que he relatado fue cuando los Pisistrátidas enviaron al Quersoneso, a bordo de un trirreme, para que se hiciese cargo de la situación, a Milcíades, hijo de Cimón y hermano del difunto Esteságoras, a quien ya en Atenas habían testimoniado una gran consideración, como si en realidad no hubiera tenido nada que ver con el asesinato de su padre [Cimón], 2 cuyos pormenores expondré en otro pasaje de mi obra40. Al llegar al Quersoneso, Milcíades se recluyó en su residencia, so pretexto de que deseaba guardarle luto a su hermano Esteságoras. Cuando tuvieron noticias de ello, los principales personajes de todo el Quersoneso abandonaron sus respectivas ciudades para reunirse y acudir en comité, a fin de darle el pésame, momento en el que, a una orden suya, fueron encarcelados. Por otra parte, Milcíades contrató los servicios de quinientos mercenarios, con lo que, como es natural, se hizo con el control del Quersoneso; y, además, contrajo matrimonio con Hegesípila, hija de Óloro, el rey de los tracios.

40

Pues bien, el tal Milcíades, el hijo de Cimón, acababa de llegar al Quersoneso cuando, a su llegada, se vio amenazado por nuevos peligros, más graves incluso que los que ya le habían amenazado. (Pues, dos años antes de los hechos a que me refiero, tuvo que huir de los escitas. Resulta que los escitas nómadas, ante la provocación que les había inferido el rey Darío, reunieron sus fuerzas y avanzaron hasta el 2 Quersoneso que nos ocupa. Sin aguardar su ataque, Milcíades huyó de la zona hasta que los escitas se retiraron y los doloncos propiciaron nuevamente su regreso. Esto, repito, había ocurrido dos años antes de los avatares en que, por esas fechas, se veía inmerso.)

41

Al recibir, en aquellos momentos41, noticias de que los fenicios se encontraban en Ténedos, Milcíades cargó cinco trirremes con las riquezas que tenía a mano y zarpó con rumbo a Atenas. Como partió de la ciudad de Cardia, la travesía la efectuaba por el golfo de Melas. Sin embargo, mientras costeaba el Quersoneso, los fenicios se lanzaron al abordaje de sus naves. Pues bien, por lo que al propio Milcíades 2 se refiere, consiguió refugiarse en Imbros42 con cuatro de sus navíos; pero los fenicios se dirigieron en persecución de su quinto trirreme, capturándolo.

Se daba la casualidad de que al mando de dicha nave se hallaba Metíoco, el mayor de los hijos de Milcíades, que no había sido alumbrado por la hija del tracio Óloro, sino por otra mujer. Los fenicios lo atraparon al apresar la nave y, cuando 3 se enteraron de que era hijo de Milcíades, lo condujeron a presencia del rey, en la creencia de que obtendrían una cuantiosa recompensa, ya que, como es sabido, Milcíades, en la sesión que mantuvieron los jonios, se había mostrado partidario decidido de seguir las indicaciones de los escitas, cuando estos últimos les pedían que destruyeran el puente de barcas y que regresaran con sus naves a su patria. Sin embargo, al llevarle los fenicios a Metíoco, el hijo de Milcíades, Darío no le hizo daño alguno, sino que lo colmó de bienes; pues le dio una casa, un patrimonio y una esposa de raza persa con la que tuvo hijos que fueron considerados persas de pleno derecho. Por su parte Milcíades, desde Imbros, se trasladó a Atenas.

42

Reorganización de la

administración persa

en Jonia

Durante el año en curso los persas no llevaron a cabo ninguna operación que, para los jonios, representara un recrudecimiento de las hostilidades realizadas hasta el momento. Todo lo contrario, en dicho año, adoptaron una serie de medidas que beneficiaron mucho a los jonios; fueron las siguientes. Artáfrenes, el gobernador de Sardes, ordenó que acudieran representantes de las ciudades y obligó a los jonios a concertar tratados entre sí, para que resolviesen sus diferencias legalmente y evitar sus mutuos saqueos y pillajes. Tras imponerles la negociación de tales acuerdos, 2 hizo medir sus tierras en parasangas —así denominan los persas al equivalente a treinta estadios— y, una vez terminada la medición con arreglo, insisto, a ese sistema, fijó los tributos de las distintas ciudades, tributos que, desde entonces, han seguido perdurando ininterrumpidamente en la región, incluso hasta mis días43, tal y como los fijó Artáfrenes (la carga tributaria venía a representar la misma suma que ya rigiera con anterioridad).

43

Primera expedición

persa contra Grecia

Tales fueron las medidas de carácter pacífico que los persas impusieron a los jonios. Pero, al llegar la primavera, todos los generales quedaron relevados del mando por orden del rey salvo Mardonio, hijo de Gobrias, que bajó a la costa acompañado de un numerosísimo ejército de tierra y de abundantes tropas de marina. (El tal Mardonio era un individuo joven y acababa de contraer matrimonio con Artozostra, una hija del rey Darío.)

Cuando, 2 al frente de esas fuerzas, llegó a Cilicia, el propio Mardonio embarcó en un navío y se hizo a la mar con el resto de la flota, mientras que otros oficiales conducían hacia el Helesponto a las tropas de tierra. Costeando el litoral 3 de Asia, Mardonio se presentó en Jonia y entonces —voy a decir algo que causará una profunda extrañeza a los griegos que se niegan a admitir que Ótanes, en la sesión que mantuvieron los siete persas, se mostrara partidario de que en Persia había que instaurar un régimen democrático— destituyó personalmente a todos los tiranos jonios y estableció en 4 las ciudades gobiernos democráticos. Hecho esto, se dirigió a marchas forzadas al Helesponto. Una vez que se hubo concentrado un cuantioso número de naves, así como un nutrido ejército de tierra, los persas cruzaron el Helesponto a bordo de sus navíos y emprendieron la marcha a través de Europa, teniendo como objetivo Eretria y Atenas.

44

Fracaso de la campaña

de Mardonio por el

naufragio de la flota

en el Atos

De hecho esas ciudades constituían un pretexto para su expedición; pero, como, en realidad, tenían el propósito de conquistar el mayor número posible de ciudades griegas, ante todo sometieron —naturalmente mediante la intervención de la flota— a los tasios, que no ofrecieron resistencia alguna, mientras que, con las fuerzas de tierra, incorporaron Macedonia a la serie de países que tenían esclavizados (pues todos los pueblos situados al este de Macedonia habían caído ya en sus manos).

Acto 2 seguido, desde Tasos arrumbaron sus naves hacia el vecino continente y, bordeando sus costas, siguieron adelante, hasta Acanto44; posteriormente, partiendo de Acanto, intentaron doblar el Atos45. Sin embargo, mientras lo estaban costeando, se abatió sobre ellos un violento huracán del norte, imposible de capear, que diezmó terriblemente a la flota, pues lanzó a gran parte de las naves contra el 3 Atos. Según cuentan, los navíos que se fueron a pique ascendieron a unos trescientos, mientras que las pérdidas humanas superaron las veinte mil bajas. Pues, como esas aguas del mar que baña el Atos están infestadas de fieras marinas, unos perecieron víctimas de esos animales, y otros despedazados contra las rocas. Había algunos que no sabían nadar, y ello fue lo que les ocasionó la muerte; otros, finalmente, perecieron de frío. Tal fue, en definitiva, la suerte de la fuerza naval.

45

Entretanto, mientras se encontraban acampados en Macedonia, a Mardonio y al ejército de tierra los atacaron durante una noche los tracios brigos, que mataron a muchos soldados e hirieron al propio Mardonio. Ese pueblo, empero, tampoco consiguió escapar al yugo de los persas, ya que, como era de esperar, Mardonio no abandonó esos parajes hasta haberlos sometido. No obstante, una vez que los hubo sojuzgado, 2 ordenó la retirada de las tropas, debido al descalabro que había sufrido con el ejército ante los brigos y al terrible desastre de su flota en las inmediaciones del Atos. Esa expedición, en suma, regresó a Asia tras una desgraciada campaña.

46

Dario frustra una

posible sublevación

en Tasos

Durante el año que siguió a esos acontecimientos46, lo primero que hizo Darío fue despachar un emisario a los tasios (que habían sido acusados por sus vecinos de estar tramando una sublevación), ordenándoles que demoliesen su 2 muralla y que llevasen sus naves a Abdera47. Resulta que los tasios, debido al asedio de que habían sido objeto por parte de Histieo de Mileto, y ante los importantes ingresos con que contaban, estaban empleando esas sumas en la construcción de navíos de combate y en rodearse de un muro defensivo más sólido.

Por 3 cierto que sus ingresos procedían del continente y de sus minas; concretamente, de las minas de oro de Escaptila obtenían, por lo general, ochenta talentos; y de las situadas en la propia Tasos una cifra inferior a la citada, pero lo bastante importante como para que, por lo regular, los tasios —que estaban exentos de pagar impuestos por los productos agrícolas— obtuvieran del continente y de las minas doscientos talentos anuales (y trescientos cuando el rendimiento era óptimo48). Yo he visto 47 con mis propios ojos dichas minas y, entre ellas, eran particularmente curiosísimas las que descubrieron los fenicios que acompañaron a Taso en la colonización de esa isla (que recibe su 2 nombre actual en memoria de Taso, el citado fenicio). Esas minas que se remontan a los fenicios se hallan en Tasos entre dos parajes denominados Enira y Cenira, frente a Samotracia; consisten en un gran monte que, en el curso de las prospecciones, ha quedado derruido. En esto estriba, en definitiva, la cuestión de las minas.

48

Por su parte los tasios, ante la orden del rey, demolieron su muralla y, asimismo, llevaron todas sus naves a Abdera.

Ultimátum de Darío

a Grecia

Acto seguido Darío quiso sondear a los griegos para saber si se proponían luchar contra él o si pensaban someterse. En 2 consecuencia, envió diversos heraldos —que tenían la misión de dirigirse a las distintas regiones de Grecia—, con la orden de exigir, en nombre del rey, la tierra y el agua. A esos heraldos, repito, los envió a Grecia, mientras que a otros los despachó a las diferentes ciudades marítimas que le pagaban tributo, ordenándoles que construyesen navíos de combate y transportes para los caballos.

49

Sumisión simbólica

de muchos pueblos

griegos. Atenas acusa

a Egina de traición

Como es natural las ciudades sometidas se entregaron a tales preparativos. Por su parte, a la llegada de los heraldos a Grecia, muchos pueblos del continente accedieron a las exigencias que presentaba el Persa; y lo mismo hicieron todos los isleños a quienes los heraldos visitaron con dicha finalidad. Pues bien, entre otros isleños que proporcionaron a Darío la tierra y el agua, figuraban concretamente los eginetas49. Frente a esta 2 actitud de los de Egina, los atenienses reaccionaron inmediatamente, en la creencia de que los eginetas habían accedido, por el odio que sentían hacia ellos, a fin de atacar Atenas con el apoyo del Persa; y, encantados por poder contar con un pretexto, se trasladaron repetidas veces a Esparta para acusar a los eginetas de haber traicionado a Grecia con su conducta.

50

Ante esta acusación, Cleómenes, hijo de Anaxándridras, que era rey de los espartiatas, se trasladó a Egina con el propósito de prender a los eginetas más implicados en el asunto. Pero, cuando intentaba proceder a su arresto, hubo varios 2 eginetas que, como es lógico, se opusieron a su pretensión, destacando principalmente Crío, hijo de Polícrito, quien le aseguró que no se iba a llevar así como así a ningún egineta, pues lo que estaba haciendo no contaba con la aprobación del Estado espartiata, sino que había sido sobornado por los atenienses, ya que, de lo contrario, para proceder a la detención de los culpables se habría presentado con el otro monarca (por cierto que Crío se expresó 3 en esos términos a instancias de Demarato. Al verse expulsado de Egina, Cleómenes le preguntó a Crío cuál era su nombre; este último se lo reveló sin rodeos50, y entonces Cleómenes le dijo: «Pues mira, carnero, guarnece ahora mismo tus cuernos con bronce, pues vas a toparte con un serio peligro».

51

Digresión sobre la

historia contemporánea

de Esparta. Origen

de la doble monarquía

Entretanto, por aquellas fechas, Demarato, hijo de Aristón, que se había quedado en Esparta, estaba difamando a Cleómenes. El tal Demarato era también rey de los espartiatas, pero pertenecía a la rama familiar de inferior prestigio, inferioridad que no responde a ninguna diferencia social (pues ambas descienden del mismo antepasado51); lo que ocurre es que la estirpe de Eurístenes goza de una