Manual de campaña electoral - Marco Tulio Cicerón - E-Book

Manual de campaña electoral E-Book

Marco Tulio Cicerón

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Beschreibung

Quinto Tulio Cicerón escribió en el 64 a. C. una carta a su hermano mayor Marco a modo de breve tratado sobre cómo presentarse a las elecciones al consulado. Poco podía imaginarse que ese texto pasaría a la posteridad, no solo por su valor histórico, sino también por la sorprendente actualidad que siguen teniendo sus acertados consejos, más allá de otras consideraciones éticas. Nos encontramos, por un lado, ante un valioso testimonio sobre la manera de concebir una campaña electoral durante la República romana, que no dudaron en aprovechar sus contemporáneos, con Julio César a la cabeza. Pero también tenemos en Quinto Tulio Cicerón a una especie de hábil director de campaña que sabe cuáles son las claves para ganar las elecciones, dejando en un segundo plano el debate ideológico o los programas políticos, para centrarse en la lucha por el poder y en los mecanismos para conseguirlo, como ofrecer una buena imagen, buscar apoyos, adaptarse a lo que quiere el público o atacar a los rivales.

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Volumen original: Cartas V, Biblioteca Clásica Gredos.

Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.

© del prólogo: José Miguel Baños Baños, 2023.

© de la traducción y notas: Miguel Rodríguez-Pantoja Márquez.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2023.

Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona

www.rbalibros.com

Primera edición: octubre de 2023.

RBA · GREDOS

REF.: GEBO651

ISBN: 978-84-2499-968-1

EL TALLER DEL LLIBRE • REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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Todos los derechos reservados.

PRÓLOGO por JOSÉ MIGUEL BAÑOS

Creo que Quinto Tulio Cicerón, cuando escribió el Commentariolum petitionis (ese breve manual de propaganda electoral para su hermano Marco Tulio, candidato al consulado en el año 63a.C.), nunca imaginó que su breve escrito podría ser leído más de dos mil años después y resultar extraordinariamente interesante, no sólo como documento histórico y literario, sino también, y quizá sobre todo, por una especie de imprevisible actualidad de las situaciones que describe.

Con estas palabras Giulio Andreotti (1919-2013), el político italiano más influyente en la segunda mitad del siglo XX (tres veces primer ministro y líder destacado del entonces Partido Demócrata Cristiano), inicia su prólogo a la traducción italiana que Paolo Fedeli (1987) realizó del Commentariolum petitionis o «Breve manual de campaña electoral», escrito por Quinto Tulio Cicerón, el hermanísimo del gran orador. En él, Andreotti destaca dos de los aspectos más relevantes de una obra en apariencia menor en su dimensión literaria: su valor histórico y su rabiosa actualidad.

Antes de profundizar en ambos aspectos, para entender en su justa medida la finalidad, alcance y actualidad del Commentariolum, es preciso detenerse mínimamente en la relación entre el autor (Quinto Tulio Cicerón) y su destinatario (Marco Tulio Cicerón), en el momento histórico y en el género literario en el que se inscribe la obra. Como documento histórico, el Commentariolum ofrece una valiosa información sobre las luchas políticas en la Roma republicana y, más específicamente, sobre los entresijos de una campaña electoral, lo que nos llevará inevitablemente, por comparación y paralelismo, a valorar la actualidad de algunas de sus enseñanzas a veces, todo sea dicho, éticamente cuestionables.

I.DOS VIDAS PARALELAS: MARCO Y QUINTO TULIO CICERÓN

Marco Tulio Cicerón y Quinto Tulio Cicerón mantuvieron a lo largo de sus vidas una relación fraternal intensa, no exenta —como toda relación familiar— de desencuentros, pero también de intereses compartidos (culturales, económicos y políticos), como compartido fue su trágico final. Una relación, con todo, desigual: siempre en segundo plano, la trayectoria vital de Quinto resultó desde un primer momento eclipsada por el brillo oratorio y el prestigio político de su hermano mayor, Marco Tulio Cicerón.

Marco y Quinto nacen, con cuatro años de diferencia (en el 106 y 102a.C., respectivamente), en Arpino, a medio camino entre Roma y Nápoles, aunque pronto se trasladaron a la capital a instancias de su padre, un terrateniente rural y en la escala social un caballero romano convencido de que, a falta de la nobleza de cuna, una educación exquisita podría permitir a sus hijos el acceso al cursus honorum, la carrera política.

En Roma, Marco y Quinto compartirán los mejores maestros de retórica, filosofía y derecho, una formación cultural que se va a convertir en uno de los lazos más sólidos de comunicación entre ellos. Así se explica, por ejemplo, que, durante la dictadura de Sila, Quinto acompañara a su hermano en un «viaje de estudios» de casi dos años (79-78a.C.) por Grecia y Asia Menor que aprovecharán para profundizar en la filosofía y perfeccionar su formación oratoria.

Sin llegar a la altura intelectual de Cicerón, Quinto se revela en la correspondencia conservada con su hermano como un hombre amante de la cultura y con evidentes aspiraciones literarias, de las que el Commentariolum no deja de ser una muestra. Compuso, por ejemplo, una obra histórica y varias tragedias, adaptaciones fundamentalmente de Sófocles, su autor favorito, un género para el que pareció mostrar una especial facilidad: en apenas dieciséis días (A su hermano Quinto 2,11,4; 3,5,7) escribió nada menos que cuatro tragedias mientras participaba, en el 54a.C. y a las órdenes de César, en la conquista de las Galias. De su interés por la filosofía o la retórica son también buena prueba el hecho de que Cicerón lo convirtiera en uno de los interlocutores de diálogos filosóficos como Las leyes y Sobre la adivinación, o que le dedicara el tratado Sobre el orador. En cambio, Quinto no manifestó un excesivo interés por la oratoria, sabedor sin duda de que poco tenía que hacer ante la brillantez de su hermano mayor: «bastante hay —dirá— con un orador en la familia y aún en Roma» (Sobre el orador 2,3).

De regreso a Roma tras la muerte de Sila, Cicerón, casado ya con Terencia, inicia su cursus honorum, la carrera para alcanzar, en un orden y con unos plazos determinados, las distintas magistraturas, todas ellas colegiadas: cuestor (encargados sobre todo del control del tesoro público, las arcas del ejército y la administración provincial), edil (a cargo específicamente de la administración municipal: abastecimiento de Roma, organización de fiestas, etc.), pretor (responsables de la jurisdicción civil, de presidir los tribunales, convocar los comicios, etc.) y cónsul, la más alta magistratura: con poder legislativo, tomaban las decisiones políticas más importantes, entre ellas la dirección de la guerra, con mando (imperium) sobre las legiones. En la carrera de Cicerón va a resultar a la postre decisivo su ejemplar mandato como cuestor en Sicilia (75a.C.): cinco años después, los sicilianos le encargarán la acusación contra Verres, antiguo gobernador de la provincia, un proceso que supuso su consagración definitiva en los tribunales y, con ello, su lanzamiento político.

Durante esta época, los destinos de los dos hermanos se hallan indisolublemente unidos. En el plano personal, el matrimonio en el 68a.C. de Quinto con Pomponia, la hermana del banquero y editor Pomponio Ático, sirvió para consolidar más si cabe la amistad de este último con Cicerón, pero también fue desde sus inicios motivo de múltiples quebraderos de cabeza, porque, si difícil era el carácter de Quinto, con arrebatos violentos, Pomponia (varios años mayor) no le iba a la zaga.

En el plano político, la ascensión de Cicerón facilitó también la de Quinto, siempre uno o dos peldaños por detrás en el cursus honorum. Así, coincidiendo con la pretura de Marco (66a.C.), Quinto será elegido edil al año siguiente; y, al abrigo del consulado de Cicerón (63a.C.), Quinto logrará ser pretor un año más tarde, compartiendo por cierto ambas magistraturas con César. Una coincidencia de la que nacerá una amistad que supuso al final un motivo de desencuentro entre los dos hermanos: llegará un momento —la guerra civil— en que Quinto tendrá que elegir entre su hermano o César.

Quinto, al concluir la pretura, partió hacia Asia Menor como gobernador de la provincia, una estancia prolongada durante tres años y que aprovechará Cicerón para dirigirle una extensa carta (A su hermano Quinto 1,1), sobre la que volveremos, paralela en cierto modo al Commentariolum de Quinto, y que constituye una suerte de tratado epistolar sobre el buen gobierno de las provincias.

El regreso de Quinto a Roma no pudo ser más doloroso, ya que coincidió con el destierro de su hermano Marco. Desde finales del 59a.C. se cernía la amenaza de Clodio, elegido tribuno de la plebe, de llevar a juicio a Cicerón por su actuación, dudosamente legal, contra los partidarios de Catilina en Roma. Una amenaza que se hizo realidad en febrero del 58a.C.: mediante un proyecto de ley, Clodio estableció la proscripción y confiscación de los bienes de quienes dieran o hubieran dado muerte a ciudadanos romanos sin juicio previo. Cicerón se dio por aludido y, abandonado por todos, acabó huyendo de Roma camino del exilio con una precipitación que lamentará después toda su vida.

Al enterarse de que una nueva ley, ya nominal (lex Clodia de exsilio Ciceronis), le prohibía permanecer a menos de 500 millas de suelo itálico, Cicerón se quedó en Tesalónica con la intención de encontrarse con su hermano Quinto, que regresaba de su gobierno en Asia.

Pero Cicerón, que esperaba con ansiedad (A Ático 3,7,3; 3,8,4) el momento del reencuentro, al final cambió de idea porque no quería que su hermano lo viera sumido como estaba en una profunda depresión. Así se lo cuenta a su amigo Ático:

he preferido que [Quinto] se marche rápidamente a Roma antes que venir a verme. Al tiempo —te voy a decir la verdad para que de ella puedas deducir el tamaño de mis desgracias— no he logrado hacerme a la idea de verlo, a él que tanto me quiere, con un corazón tan tierno, en medio de una tristeza de tal magnitud... Incluso temía, algo que sin duda habría sucedido, que no pudiese marcharse de mi lado... La eventualidad de esa amargura la he evitado con otra amargura: la de no ver a mi hermano (A Ático 3,9,1).

Las dos únicas cartas conservadas (A su hermano Quinto, 1,2; 1,3) de las muchas que Cicerón dirigió a su hermano desde el exilio, llenas de emoción y sincero afecto, de desesperación y culpabilidad, resumen muy bien el estado de ánimo del orador: dolido por la traición y el abandono de cuantos le habían prometido su apoyo (empezando por Pompeyo), se siente culpable de que sus desgracias, con la pérdida de su consideración social (dignitas) y de sus posesiones, alcancen también a su familia, y, en concreto, a Quinto. Y lo cierto es que el exilio de Cicerón supuso para Quinto un cúmulo de desgracias y contratiempos: además de renunciar definitivamente al sueño del consulado, su casa en Roma fue incendiada por las bandas de Clodio y, ahogado por las deudas, tuvo además que hacer frente a las necesidades económicas de su hermano mayor en el exilio.

Es en medio de semejantes desgracias cuando el apoyo y el afecto entre los dos hermanos resultaron más intensos y sinceros. Cicerón, tanto en la correspondencia dirigida a su hermano como a Ático, dio continuas muestras de cariño y de preocupación por el estado de ánimo de Quinto, y también de gratitud por su apoyo a todas las iniciativas en favor de su regreso del exilio:

¿Acaso puedo estar un momento sin pensar en ti, o hacerlo alguna vez sin lágrimas en los ojos? Cuando te echo de menos, ¿echo de menos sólo a un hermano? No, en realidad a un hermano por tu afabilidad, casi a un igual por tu edad, a un hijo por tu entrega, a un padre por tus consejos. ¿Qué placer he tenido nunca sin ti o tú sin mí? (A su hermano Quinto 1,3,3).

Un apoyo, el de Quinto, que casi le cuesta vida: a comienzos del 57a.C., para evitar que los comicios populares ratificaran una propuesta del senado en favor de Cicerón, Clodio lanzó contra el Foro sus bandas de gladiadores provocando una masacre en la que a punto estuvo de morir el propio Quinto (Cicerón, En defensa de Sestio 76, 84-88).

Con el regreso triunfal del exilio (septiembre del 57a.C.), Cicerón esperaba recuperar también su protagonismo político, unas expectativas que pronto se vieron frustradas al constatar que las alianzas políticas iban por derroteros muy distintos a sus previsiones. Buena prueba de ello es su sorpresa al conocer los acuerdos de Lucca (56a.C.), que supusieron un nuevo reparto del poder entre los triunviros, con Pompeyo y Craso como cónsules al año siguiente. Dolido porque Pompeyo lo hubiera mantenido al margen, pero consciente también de su debilidad y cansado, en fin, de luchar contra corriente, Cicerón acabará sometiéndose a los triunviros. Prestará incluso su voz y su prestigio para apoyar en el senado la propuesta de prorrogar por cinco años el gobierno de César en las Galias con un discurso (Sobre las provincias consulares) en el que no escatimó elogios a su conquistador.

Unos elogios que reiterará después directamente a César para conseguir que nombre a su hermano Quinto como legado suyo en las Galias (A su hermano Quinto2,11,4-5), con la esperanza de que esa nueva tierra de promisión y la generosidad del conquistador les ayudaran a afrontar la vorágine de gastos y compras inmobiliarias en las que los dos hermanos se habían sumido. Lo que no podía imaginar Cicerón es que su hermano Quinto fuera a revelarse como un militar valiente y disciplinado, protagonista además de uno de los episodios más intensos de la guerra —nos lo cuenta el propio César (Guerra de las Galias 5,38-52)—, al rechazar, con una sola legión, el asedio al que fue sometido su campamento por la tribu gala de los nervios.

La estancia de Quinto en las Galias sirvió para estrechar los lazos entre César y Cicerón, hasta el punto de que, por momentos, da la impresión de que César ha desplazado a Pompeyo en el corazón (o en el interés) de Cicerón. A este acercamiento no fueron ajenos los consejos de su hermano Quinto exhortándole a que dedique todos sus afanes «únicamente» a César (A su hermano Quinto 2,13,1-2) y a que se mantenga al margen de las disputas políticas evitando molestar a nadie. La frustración que toda esta situación provoca en Cicerón se hace patente en las palabras que, en un inusual arrebato de sinceridad, dirige a Quinto:

Es verdad que estoy ajeno a toda actividad política y en