Historias y recetas de familias - Cristina Tillan - E-Book

Historias y recetas de familias E-Book

Cristina Tillan

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Beschreibung

Historias y recetas de familia es una respuesta a los miles de preguntas que la autora siempre se hizo: por qué nuestros ancestros, nuestros abuelos y padres, dejaban su lugar de nacimiento, su patria, y emigraban a América, dejando padres, hijos, comida, culto y lo más preciado, su tierra, el terruño que los vio nacer; cómo fue su llegada a Argentina, al puerto de Buenos Aires; cuáles fueron sus expectativas; y por qué eligieron a la Estación Fernández, a fines del siglo XIX y durante las seis primeras décadas del siglo XX. Españoles, italianos, libaneses, sirio-libaneses, ucranianos, polacos, daneses e ingleses buscaron asentarse en suelo santiagueño y armar su historia en Argentina. Estas familias traían consigo sus danzas, sus recetas de cocina, su religión y sobre todo su capacidad para trabajar. Su llegada a la Estación Fernández dio pie para el inicio de la vida institucional y comercial. Además, ocupaban protagonismo en la educación, la cultura, el deporte, el comercio, la salud y cargos en el municipio. Historias y recetas de familias relata la vida de algunas de estas familias desde que salieron de su tierra hasta la vida de sus descendientes en este siglo XXI. Todo quedó plasmado en estas páginas. En ellas nuestros ancestros hablan, trabajan, cocinan y buscan dejar su legado a hijos y nietos.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Tillan, Cristina Teresa

Historias y recetas de familias / Cristina Teresa Tillan. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

196 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-649-9

1. Relatos Históricos. 2. Inmigración. 3. Historia Regional. I. Título.

CDD 929.2

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Tillan, Cristina Teresa

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Historias y recetas de familias

Introducción

Mirando atrás, puedo visualizar un pasado lleno de anécdotas y narraciones de mis padres en tierras lejanas y su llegada a la Argentina. Observo alrededor de mi profesión en la música, y la historia se repite con instituciones creadas por personas que vinieron de otras regiones.

Partir de puertos desconocidos, oír lenguajes extraños, buscar en pasillos oscuros o divisar un horizonte lejano e incierto fueron experiencias que soportaron para lograr su cometido, con la esperanza de concretar sus sueños y la incertidumbre de no hacerlos realidad.

El entorno cercano a su llegada fue una estación de trenes, más allá de todo lo que significó la construcción de esa estación, la nostalgia de verla o el costado oculto del por qué está allí.

Hay un antes y un después de esta estación. Un antes en otras estaciones de trenes con otros nombres.

Sería una utopía contar que nuestros abuelos llegaban solo por esta estación ya que, muchos años antes de ella, nuestra tierra había dado frutos con personas que habían tratado de reivindicar a sus primeros pobladores: los aborígenes.

Imagino a nuestros abuelos, las peripecias que pasaron desde que decidieron salir de su tierra, los desórdenes al embarcarse, la paciencia por las largas estadías en barcos con miles de personas que tenían el mismo objetivo: buscar nuevos horizontes y tener la esperanza de un rumbo diferente para sus vidas.

Encontrarse con distintos lenguajes, distintos silencios, solos en la multitud y rodeados de gente en la soledad, resaltar los minúsculos destinos de aquellos inmigrantes que contribuyeron a hacer de la Argentina lo que es en la actualidad: todo habla de la tierra que dejaron, de sus costumbres, sus vestimentas, sus comidas, y ese lenguaje se trasladó a sus hijos y sus nietos

Crecí en aquel pueblo de calles sombrías, rodeada de imágenes que tenían que ver con tierras lejanas: apellidos que no se podían pronunciar correctamente, abuelas que hablaban otro idioma o tíos que usaban su lengua para tratar cuestiones de mayores, así los niños no podían escuchar o comprender lo que estaban diciendo.

Éramos muy chicos para saber su verdadera idiosincrasia, pero entrar en un templo al que solo iban «ellos» los hizo distintos, o asistir a un evento en la casa de un cónsul para celebrar un nuevo aniversario de la independencia de Líbano fue rever la historia de mis abuelos.

Aquel pueblo llamado Los Castillos, mezcla de aborígenes y foráneos, terminó de poblarse cuando se transformó en estación Fernández y muchos inmigrantes lo eligieron y brindaron prosperidad y crecimiento con la riqueza de su esencia. La ciudad también se nutrió de descendientes de inmigrantes que llegaron de otras provincias para realizar actividades rurales e industriales.

Muchos arribaron y luego migraron hacia su tierra nuevamente porque habían dejado sus afectos o, simplemente, no se acostumbraron a la nueva vida.

Imaginar que conocieron otros países antes de pisar el suelo argentino y estancarse en él es saberlos pujantes, llenos de esperanza para un futuro próspero.

En las primeras páginas, relato, en la voz de mi abuelo Santiago, lo que fue la partida de la tierra natal, el viaje y la llegada describiendo el paisaje preparado por el Gobierno para recibir al inmigrante: las oficinas de la aduana, el Hotel de Inmigrantes y, luego, la marcha hacia las diferentes provincias.

El testimonio de mi familia me permitió trasladarlo a las diversas colectividades y dar vida a cada una de ellas a través de las familias que llegaron desde fines del siglo xix hasta mediados del siglo xx.

La similitud de los hechos fue idéntica para cada una de ellas y todas fueron construyendo su vida, mezclándose entre pares y apostando a la comunidad insertándose en la vida pública, la educación, la salud, la agricultura, el deporte y el esparcimiento.

Algunos fueron desplazándose por varias localidades hasta llegar a Fernández, y su asentamiento implicó la riqueza de la zona.

Españoles, italianos, ucranianos, árabes, franceses y daneses, junto con los que habían nacido en esta tierra fértil, fueron los mentores y hacedores de este crecimiento.

Aquella travesía que debieron pasar durante el viaje en barcos a vapor, su llegada al puerto de Buenos Aires o a otros países limítrofes, su paso por la aduana sin entender el idioma, los horarios o los nuevos hábitos y comidas son parte del paisaje de este libro.

Cada colectividad fue construyendo su vida, compartiendo sus recetas de cocina, su música y adaptándose entre sí para lograr difundir su esencia.

Con la colaboración de hijos, nietos y bisnietos de algunas familias, pude reconstruir algunas historias de ellas.

Dedicatoria

Dedico estas páginas a nuestros ancestros de toda nacionalidad que llegaron al pueblo Los Castillos y, luego, a la estación Fernández, que año tras año, con sus oficios y su trabajo, fueron construyendo el futuro de los que hoy, hijos y nietos, hacen esta ciudad.

A aquellos que forjaron las instituciones entregando su tiempo, trasmitiendo y enseñando su cultura y sus comidas, integrándose entre todos para fraguar el futuro de la ciudad.

A mi familia, que trasmitió la magia de su colectividad, sus recuerdos, su música, sus bailes, sus recetas de cocina.

Agradecimientos a las familias

Boronat

Castillo

Cazzaniga

Chacón

Chemez

D’ Angelo

Darchuck

Duran

Díaz De Prados

Saade

Fabrini

Fernández

Fortuna

Franceschini

García Méndez

Juricich Pezzini

Khairallah

Lettari

Mayuli

Mikkelsen Loth

Monti

Pappalardo Robles

Prados

Rodríguez

Sayago

Scaglione

Tayah

Torrens

CAPÍTULO 1

Decisiones de vida

“Migrar” es cambiar el lugar donde uno vive.

Un “inmigrante” es una persona que llega a un país diferente al de su origen para vivir en él.

-Castedo et al., 2016.

Buscar el motivo justo para emprender un viaje a tierras lejanas no era fácil, pues involucraba a toda una familia y eran épocas en las que tener información de los lugares destinados y contactos resultaba muy difícil.

Las cartas eran el principal medio para saber del destino sea porque ya vivía algún pariente o para preservar vínculos con las familias de su país de origen. Los barcos llevaban esa correspondencia y, del otro lado del océano, respondían acerca de sitios para asentarse, de trabajo y lugar para vivir, de maneras de comunicarse con el idioma de origen. La carta era el principal modo de solicitar información de cómo vivían parientes y paisanos que estaban en la Argentina. Las misivas eran transportadas en los vapores que cruzaban el océano a través de conocidos que viajaban o del correo postal.

O algunos, más osados, salían solos de su lugar de origen, llegaban a ese sitio y buscaban algún trabajo para sobrevivir por un tiempo y, así, traer a su familia. Otros, como mis abuelos maternos, recorrían varios países, regresaban a su tierra y emprendían viaje nuevamente.

Variados eran los motivos por los cuales tomaban la decisión de migrar; entre ellos, la falta de trabajo, conflictos de estado, guerras, según la nación o Estado al que pertenecían, conforme a la década en que lo hacían.

En cada país existía una realidad distinta, y el malestar con el que algunos vivían los llevaba a buscar nuevas realidades. Algunos lo hacían solos y, luego, llevaban a sus parientes. También familias enteras se largaban a la odisea de lo desconocido. Hombres, mujeres y niños sostenían esa esperanza de encontrar mejor vida en el viaje que emprendían.

Y llegó el día en que esa decisión fue irreversible. No se podía volver atrás.

Cruzar el océano era soñar que pronto el destino los esperaría, pero para esa esperanza había que anclar en varios puertos.

Muchos realizaron varios intentos de migrar. Salieron de su país y luego volvieron, otros continuaron solos y los que quedaron los siguieron después.

Las decisiones de querer cambiar de hábitos, de clima, de paisaje, de culto, quizás de comidas, llevaron a cientos de ciudadanos a dejar sus tierras. Así se poblaron distintos países de América. Primero, el norte; luego, el centro y, al final, el sur.1

Cada uno tomó la identidad que iba surgiendo de la convivencia con los nativos y, así, todos apostaron a hacer grandes esas naciones.

Brasil, Chile y la Argentina se aventuraron a implementar políticas para atraer ciudadanos trabajadores europeos a fines de reactivar la economía. Los dirigentes políticos y los grandes terratenientes estaban satisfechos con la llegada en abundancia de nuevos trabajadores que les permitirían concretar sus planes económicos.

La Argentina apostó a que los seis millones que habían venido desde distintas ciudades de Europa y de Oriente encontraran su identidad y trasmitieran a sus hijos ese sentimiento de pertenencia pese a no ser su lugar de nacimiento.

A menudo nos preguntamos por qué nuestros abuelos o nuestros bisabuelos dejaron la tierra donde nacieron; los motivos que los llevaron a abandonar su paisaje, sus costumbres y sus sueños. Un desarraigo que nació con las carencias que cada país atravesaba, o con las ansias de buscar mejores horizontes y cumplir sueños.

Diversas preguntas me hacía al escuchar a mi familia hablar en otro idioma o cocinar recetas que solo nosotros comíamos. Quizás por ello buscar por qué dejaron sus tierras es responderles los miles de preguntas.

Y la nueva tierra que adoptaron y donde luego nacimos todos nosotros se convirtió en un colorido muestrario de razas y nacionalidades que supieron convivir todas juntas.

La Argentina, uno de los países de América que eligieron millones de familias para afincarse. Cada provincia recibía a españoles, italianos, franceses, griegos, ucranianos, sirios y libaneses.

El proceso de colonización política y religiosa había terminado. Los frutos de las familias mixtas, en aquellos años del siglo xix, dieron paso a otra realidad, y surgió otro protagonista: el inmigrante que apareció en la nueva tierra como un nuevo personaje que enriqueció más el hábitat trayendo su cultura, sus recetas, su religión, su idioma.

Es a partir de la década de 1880 cuando se desata la llamada “emigración en masa” a ultramar, que se prolongará con altibajos hasta la crisis de 1929 y alcanzará su cota más alta de salidas en los años inmediatamente anteriores a la Gran Guerra de 1914. (Luxán Azcárate y Rodríguez Hernández, 2017, p. 9)

El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes. (Const. 1994, art. 25)

... “los argentinos descendemos de los barcos”, entendiendo por “barcos” sólo aquellos que entre 1880 y 1950 trajeron desde Europa a cientos de miles de inmigrantes a un país visto como prácticamente carente tanto de población originaria como de descendientes de africanos esclavizados. (Télam, 15 de diciembre de 2013)

Pasajeros de tercera clase o clase ordinaria fueron los protagonistas de la emigración, personas con escasa instrucción (Luxán Azcárate y Rodríguez Hernández, 2017).

Que era muy buena persona,honesto y trabajador,y tenía la ilusiónde que iba a ayudara que un día tambiénllegara a ser patrón.Como cuando él llegó de España,jornalero y labrador.

-Rodríguez, 2013, p. 86.

El viaje

«... es posible entender las palabras finales de D’ Ozouville [inspector de inmigración]: “Los emigrantes no han de olvidar que están todos unidos por la misma suerte, y a bordo deben considerarse como verdaderos hermanos”» (Luxán Azcárate y Rodríguez Hernández, 2017, p. 20).

«¿Es verdad que por allí corren los miles como por aquí las centenas, que hay tantas riquezas inexplotadas que aprovechar, tantos negocios lucrosos que emprender, tantos medios de hacer fortuna en un dos por tres?» (Castedo et al., 2016).

-Lorenzo Scatola (Italia).

Bajo el poderoso impulso de la miseria que querían dejar atrás y de la búsqueda de bienestar para el futuro, entre tres y medio y cinco millones de españoles, «en su mayoría, “varones jóvenes solteros”, jornaleros procedentes de los secarrales castellanos, campesinos de remotas aldeas de Galicia y Asturias, braceros de los latifundios extremeños» (Luxán Azcárate y Rodríguez Hernández, 2017, p. 26) embarcaron hacia ultramar desde 1882 (año en que comenzaron a tomarse datos estadísticos). Los siguientes fueron sus destinos preferentes: Cuba (beneficiada por la ley para el fomento de la emigracióna las Antillas de julio de 1884) Argentina, Brasil y Uruguay.

Imaginarse un largo viaje a fines del siglo xix o principios del xx y remontarse a la actualidad es ver lo complicado que fue vivir desde que salieron de sus casas para convivir, en un barco, con cientos de personas de distintas nacionalidades que tenían en común llegar a tierra americana, instalarse y trabajar.

El itinerario comenzaba desde su tierra natal hasta algún puerto donde un barco partía al destino elegido.

Si vivían en Italia, llegaban hasta el puerto de Génova, donde tomaban un vapor que llevaba siempre un nombre. Mafalda, La Veloce, Lloy Sabaudo (Turín), Navigazione Generale Italiana (Roma), Lloyd Italiano (Génova), Societá Di Navigazione Á Vapore (Génova). Desde España: Compañía Trasatlántica Española (Barcelona), Pinillos, Izquierdo y Compañía (Cádiz), Sociedad Anónima de Navegación (Barcelona), el vapor Alfonso xiii de la Compañía Trasatlántica Española, el vapor Nord América, Vapor Anselmol, Vapor Habana. El barco La Lorraine, de la compañía francesa Générale Transatlantique. El vapor alemán Kaiser Wilhelm der Grossvapor Nord América.

El destino eran los puertos de Brasil, de Montevideo, de Valparaíso y de Buenos Aires. Otros barcos llegaban a la isla de Cuba o al estado de Florida en el norte.2

Desde puertos españoles los barcos con destino al puerto de Arica o de Valparaíso, en Chile, llegaban a la isla de Cuba y retomaban por el Pacífico. El país vecino recibía inmigrantes de todas las naciones de Europa occidental y, también, de la Europa del Este.

La guerra civil española motivó a inmigrantes españoles —la mayoría, de origen vasco y catalán— a desembarcar en Chile. Uno de los promotores de auspiciar este destino fue el escritor chileno Pablo Neruda, que se desempeñaba como delegado chileno en Francia.

Desde 1900, muchos de estos inmigrantes de origen francés emigraron a la Argentina. Su destino fue Mendoza, donde impulsaron la actividad vitivinícola, lo que produjo un cambio socioeconómico en la provincia y se instaló una nueva industria.

Mendoza fue pionera en esta actividad con la llegada, en 1853, del francés Miguel Pouget, que trajo cepas francesas. Durante las primeras décadas del siglo xx, estas cepas arribaron a Santiago del Estero, a la zona de El Zanjón, y se llevaron a cabo las primeras plantaciones de vid en esa provincia. Proveniente de Mendoza, se radicó en el Departamento Robles el que sería el primer enólogo de Santiago del Estero de origen español.

Los viajeros alemanes, rusos, austriacos, húngaros y rumanos salían desde el puerto de Hamburgo, en Alemania. Los orientales buscaban llegar al puerto de Tenerife por el mar Mediterráneo, tocando los puertos de Génova, en Italia.

Se llamaban pasajeros directos o indirectos dependiendo de si continuaban el viaje en el mismo barco o trasbordaban a otros por razones económicas. Estas transferencias se realizaban en puertos franceses, ingleses, belgas y holandeses.

Antes de partir eran despedidos en su lugar de origen por sus familiares, que luego esperarían cartas para saber de ellos y poder emprender el mismo itinerario; o, en muchos casos, el inmigrante trabajaba arduamente durante mucho tiempo para poder enviar dinero a su familia.

El contraste entre la elegancia de los pasajeros de primera clase, los guardapolvos, las sombrereras, junto a un perrito, que atravesaban la multitud de miserables: rostros y ropas de todas partes de Italia, robustos trabajadores de ojos tristes, viejos andrajosos y sucios, mujeres embarazadas, muchachas alegres, muchachones achispados, villanos en mangas de camisa. (De Amicis3, 1889)

Los buques contaban con primera, segunda y tercera clase. En esta última viajaba la mayoría de los inmigrantes; en la segunda lo hacían pequeños comerciantes y el clero, y la primera era para los viajeros que regresaban con una mejor posición económica.

Cada buque tenía su reglamento con respecto al mantenimiento de higiene durante el viaje. Debían conservar su lugar de descanso limpio para prevenir enfermedades.

Solo se podía fumar en la cubierta. Los baúles y los cajones grandes debían viajar en bodega y cada equipaje tenía que llevar el rótulo correspondiente. Durante el trayecto, si necesitaban abrirlos, lo podían hacer. El agua potable podía usarse solo para beber y cocinar.

Con el tiempo los Gobiernos procuraron mejorar las condiciones de los viajes.

Muchos barcos no llegaron a destino, lo que acabó con los sueños de aquellos que zarparon. El destino fue el naufragio. Sus nombres: Principesca Mafalda, El Sirio4, el vapor Balbanera, el Príncipe de Asturias, El Dorado o Italie, de nacionalidad francesa, española o italiana, ocurridos entre 1906 y 1927.

Las compañías de navegación iban reconociendo la necesidad de procurar un viaje digno a los pasajeros de tercera y se iban introduciendo paulatinamente las mejoras necesarias que marcaba la normativa. En algunos casos estos requisitos establecidos por laley eran cumplidos (e incluso se mejoraban) pero en muchas otras ocasiones los buques presentaban grandes deficiencias en su cumplimiento, como sucedía, por ejemplo, con la obligación de embarcar, a costa del armador, en los buques extranjeros que no dispusieran de personal que hablara español, a un camarero o bodeguero español por cada 100 emigrantes. (Luxán Azcárate y Rodríguez Hernández, 2017, p. 58)

Durante tres semanas de travesía, nuestros abuelos y nuestros padres convivieron con lo desconocido de un viaje en barco.

Nos preguntamos, en muchas ocasiones, cómo sobrellevaron tanto tiempo en un camarote de tercera clase, con hábitos distintos a su vida en tierra. Mareos, descomposturas, temor y hasta algunos decesos que ocasionaron estas situaciones.

Pasar el tiempo con bailes, cantos, juegos de naipes, lectura eran otros hábitos entre los pasajeros, como la hermandad y solidaridad con personas de otras nacionalidades y credos.

En algunos países la ley de inmigración crea la figura del inspector de inmigración «“por el cumplimiento del contrato de emigración y de las disposiciones relativas al aprovisionamiento y condiciones de las naves”, pudiendo llegar en su labor a “prohibir el embarque u ordenar el desembarque de los infractores de la ley”» (Luxán Azcárate y Rodríguez Hernández, 2017, pp. 17-18).

Estos señores controlaban temas como el equipaje, la limpieza de camarotes y el aseo personal para prevenir enfermedades durante el viaje.

Fuente: Pazos, D., 2020, DiarioClarín.

Naufragio del vapor El Sirio

Fuente: Historia y Arqueología Marítima, www.histarmar.com.ar

Según el inspector de inmigración Leopoldo D’ Ozouville, además de «los abusos, vejaciones, injusticias, atropellos y depredaciones que padecen los desheredados emigrantes» (Luxán Azcárate y Rodríguez Hernández, 2017, p. 15), largas odiseas marítimas debían soportar los pasajeros en

. . . condiciones infrahumanas de los buques, la suciedad y el hedor de las bodegas, la humedad de las literas. . ., el ruido continuo e infernal de los motores, el frío en el invierno y el calor asfixiante en cualquier estación. . ., el alimento insalubre [que recibían]. . . (Luxán Azcárate y Rodríguez Hernández, 2017, pp. 16-17)

Durante la Primera Guerra Mundial5, iniciada en 1914, navegar por el océano Atlántico se tornó peligroso. Los barcos eran usados para el transporte de mercancías y de soldados. De treinta y dos compañías navieras, solo veinte fueron autorizadas a transportar inmigrantes.

De Amicis, en su libro de fines del siglo xix, enriquece su relato con descripciones reales de un viaje donde el mar libera o encadena.

El mar movido, pero de hermoso color azul; el tiempo claro. No se veía tierra.

...

Del mar no se gozaba sino al anochecer, cuando los pasajeros (excepto dos o tres amantes de la soledad) se habían retirado, en aquella hora, cuando sobre el cielo, aun con alguna claridad al occidente, se recortaba el mar por una línea negra purísima, y cuando por estar todo oscuro como un mar de pez no llamaba la vista sobre punto determinado, agradaba abandonarse a ese vaivén de pensamientos sueltos o pedazos de pensamiento, que semeja el movimiento de las imágenes del sueño, al compás de los golpes iguales de la hélice. (De Amicis, 1889)

Recepción del nativo al inmigrante extranjero

Pese a tener el Estado nacional políticas receptivas hacia los extranjeros que llegaban, se descalificaba la verdadera identidad de ellos con nominaciones falsas y despectivas. Sentían extraños el «turco», «gallego», «tano». Reacciones de dominio de la tierra tenían los nativos hacia este nuevo segmento de la población que habitaba la Argentina desde 1895.

Asimismo, los censos de 1985 y 1914 ponían calificaciones erróneas a inmigrantes sirios y libaneses: los llamaban «turcos» y «otomanos» pese a salir de su país huyendo de estos regímenes de dominio en sus lugares de origen.

Un hotel para mis ancestros

Cuando supe que existía un hotel de inmigrantes, me pregunté si mis abuelos y mis padres habían estado allí, pero nunca había escuchado hablar de él cuando era niña. Estaba cerca del puerto de Buenos Aires, en aquel espacio que bautizaron Retiro, y aquellos que desembarcaban podían alojarse en ese sitio.

Antes de descender del barco, los pasajeros eran controlados a fin de constatar la documentación para permitir su desembarco o no. Luego, se dirigían a un galpón del mismo desembarcadero para que revisaran su equipaje.

El alojamiento era gratuito por cinco días; ese tiempo se extendía si la persona enfermaba o necesitaba cuidados en el hospital que se encontraba en el mismo edificio. Luego, si no tenían un destino inmediato, se abocaban a conseguir alquiler de cuartos en conventillos6.

Me imagino a algunos de nuestros abuelos llegando al puerto y encontrándose con un edificio poligonal7 construido a fines del siglo xix, cerca del embarcadero del puerto de la ciudad de Buenos Aires.O a aquellos que arribaron en la década de 1920 y se alojaron en el nuevo edificio de cuatro pisos, donde dormían y comían. Este tenía cuatro dormitorios por piso. Cada uno podía albergar a 250 personas y, en total, el hotel podía alojar a 3000 inmigrantes. Construido de cemento, estaba emplazado a orillas del Río de la Plata, donde funcionaba un depósito de equipajes, el hospital, la Oficina de Correos y Telégrafos, una sucursal del Banco Nación y, fundamentalmente, la Oficina de Trabajo.