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El sorprendente anuncio alteraría su vida para siempre. La joven camarera Skye O'Hara había temido aquel momento. Sabía que era arriesgado, pero era su única oportunidad de decirle al imponente Lázaro Sánchez que su inesperada e intensa noche de pasión había tenido consecuencias. Skye estaba decidida a evitar que su hijo experimentase el caos que ella había sufrido durante su infancia. Pero ¿qué podía esperar de un playboy multimillonario? Cuando por fin pudo contarle la verdad en una exclusiva fiesta en Madrid, la chispeante conexión que seguía habiendo entre ellos la golpeó como un rayo. Y lo que Lázaro sugirió después era aún más sorprendente que su propia confesión.
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Seitenzahl: 193
Veröffentlichungsjahr: 2022
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Abby Green
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Inesperada noche de pasión, n.º 2924 - mayo 2022
Título original: Confessions of a Pregnant Cinderella
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-688-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
LÁZARO Sánchez observaba con satisfacción el elegante salón de baile de uno de los hoteles más selectos de Madrid, un hotel de su propiedad.
Era un momento importante para él. Aquel había sido el objetivo durante toda su vida, estar allí, frente a sus colegas, aquellos cuya aprobación anhelaba.
Pero no siempre habían sido sus colegas. Aquella gente no habría reconocido al adolescente que vivía en las calles, limpiando ventanillas de coches en los semáforos, mostrando a los turistas cómo colarse en las filas de los museos y sobreviviendo como podía.
Lázaro experimentó la familiar quemazón de rabia e injusticia al recordar esos días desesperados. Se había escapado de la última casa de acogida a los trece años y había tenido que cuidar de sí mismo desde entonces. La cruel ironía era que él no era huérfano como otros niños que terminaban en centros de menores o casas de acogida. No, sencillamente sus padres lo habían abandonado.
Y su padre estaba en el salón en aquel momento. Aunque nunca lo miraría a la cara. Nunca admitiría que era su padre.
En cuanto a su madre, solo la había visto en un par de ocasiones, de lejos. Lázaro Sánchez era el resultado de una aventura ilícita entre un hombre y una mujer que pertenecían a dos de las familias más antiguas e ilustres del país. Lo más cerca que se podía estar de la monarquía sin ser miembro de la realeza.
Lo había descubierto por casualidad. Había oído hablar a dos trabajadoras sociales sobre el rumor de quiénes eran sus auténticos padres y se había quedado atónito. Incluso siendo un niño había oído hablar de los Torres y los Salvador, dos de las familias más importantes del país.
Cuando tuvo oportunidad, indagó para buscar más información. Y, aunque solo era un rumor, supo en cuanto vio la fotografía de su padre que era cierto porque eran como dos gotas de agua. Además, había heredado los inusuales ojos verdes de su madre.
Había merodeado por las propiedades palaciegas de las familias Torres y Salvador en una exclusiva zona de Madrid, viéndolos entrar y salir, viendo a sus hermanastros. Uno en particular, Gabriel Torres, había llamado su atención. Tal vez porque eran de edades y aspecto parecidos.
Un día los había visto sentados en un restaurante en el centro de Madrid, celebrando el cumpleaños de Gabriel. Lázaro había esperado fuera y cuando salieron, las mujeres enjoyadas, los hombres con elegantes trajes de chaqueta, se había plantado delante de su padre.
–¡Soy tu hijo! –le había gritado, temblando, mientras todos lo miraban como si fuera un extraterrestre.
Todo ocurrió rápidamente. Unos hombres lo agarraron del brazo y Lázaro se encontró en un callejón al lado del restaurante.
–Tú no eres hijo mío –le había dicho su padre, mirándolo con desprecio–. Y si vuelves a acercarte a mí o a mi familia pagarás por ello.
Fue entonces cuando nació su ambición de tener algún día la misma categoría que su padre, de poder mirarlo a los ojos y mofarse de él, sabiendo que había triunfado.
Y allí estaban, en el salón del hotel, su padre y su hermanastro, Gabriel, con quien mantenía una implacable batalla para hacerse con el mercado más antiguo de Madrid.
Gabriel seguía negándose a reconocer que Lázaro pudiera ser su hermano…
–¿Lázaro?
Él giró la cabeza.
Leonor Flores de la Vega.
Con su exquisita belleza, su largo pelo negro, sus ojos de color gris oscuro y un cuerpo esbelto con delicadas curvas, era una de las mujeres más bellas de España.
Su familia no era rica. De hecho, esa era una de las razones por las que iban a casarse, pero el apellido Flores de la Vega era tan antiguo y venerado como el de los Torres y los Salvador y eso no tenía precio.
Su matrimonio con Leonor lo llevaría al círculo del que nunca había podido formar parte, por muchos millones que hubiese ganado, y lo acercaría a su objetivo: hacer sufrir a su familia y obligarlos a aceptarlo como uno de los suyos.
–¿Te encuentras bien? –le preguntó ella–. Estás muy tenso.
Lázaro tomó su mano. Nada. Ni una sola chispa. Pero no iba a casarse con ella por deseo. Iba a casarse con Leonor por algo mucho más duradero, para asegurar su legado y para obligar a aquellos que lo habían ignorado a reconocerlo y respetarlo.
–Estoy bien, tranquila. ¿Y tú, estás bien? –le preguntó.
Ella lo miró, esbozando una sonrisa.
–Sí, sí, estoy bien.
–Me alegro de que hayas aceptado casarte conmigo. Creo que seremos felices.
Una sombra pareció oscurecer el bello rostro de Leonor.
–Sí, eso espero –murmuró, apartando la mirada.
Apenas conocía a aquella mujer, pensó Lázaro. La había buscado por su apellido y habían salido juntos un par de veces, pero no la deseaba. No era un secreto que su familia tenía problemas económicos y él había visto la oportunidad de acercarse un poco más al círculo del que quería formar parte. Cuando sugirió casarse y pagar las deudas de su familia, ella había aceptado.
Lázaro soltó su mano y le pasó un brazo por la cintura. Un gesto de intimidad, un gesto posesivo.
Y seguía sin sentir nada.
Pero la atracción física no lo era todo. El deseo era una emoción primaria y nadie en el mundo de Leonor se casaba por eso. Él era la prueba viviente de que se casaban por razones más prácticas y ocultaban el deseo como un pecado.
Pero Lázaro no era como ellos. Él no perdería la cabeza por nadie.
De repente, una imagen apareció en su mente. Un recuerdo que lo había perseguido con irritante frecuencia, aunque no había ninguna razón para sentirse culpable.
«¿Entonces por qué no puedes dejar de pensar en ella?».
«Ella» era una mujer a la que había conocido tres meses antes en otra ciudad. Antes de comprometerse con Leonor. Una mujer pequeña de rizado pelo rojo y pecas por todas partes. Una mujer de pechos generosos con túrgidos pezones rosados y un triángulo de rizos entre las piernas que él había…
Lázaro se quedó sorprendido por lo vívido que era ese recuerdo y por el exasperante efecto que ejercía en su cuerpo cuando la guapísima mujer que tenía al lado no lo excitaba en absoluto.
–Me haces daño –dijo Leonor en voz baja.
Lázaro aflojó la presión de la mano en su cadera.
–Lo siento –murmuró, avergonzado y furioso.
Esa mujer no era nadie. Sí, la había deseado más que a ninguna otra, pero solo había sido un momento, una sola vez. En otra ciudad, donde nadie lo conocía.
Esa mujer, la extraña, no sabía quién era. Tal vez por eso la intensa e inmediata atracción que había sentido por ella fue tan irresistible y explosiva.
Era virgen. Virgen. Aún no podía creerlo. No lo esperaba, pero había sido la experiencia más erótica de su vida.
Leonor señaló a su ayudante con la cabeza.
–Está haciendo señas, así que ha llegado el momento de hacer el anuncio. ¿Estás listo?
Lázaro miró a su futura esposa, la mujer que le abriría las puertas de un mundo que le había sido negado desde el día que nació.
–Sí –respondió–. Vamos a hacerlo.
Skye O’Hara sentía náuseas. Literalmente. Estaba enferma de nervios desde que entró en el salón de baile del hotel, con sus paredes forradas de pan de oro y sus enormes lámparas de cristal.
Nunca había visto tanta gente guapa, alta o elegante. Los hombres con esmoquin, las mujeres con preciosos vestidos de noche. Incluso el olor era especial, selecto, la clase de aroma que no podía ser embotellado.
El olor de la riqueza.
Llevaba una camisa blanca y una falda negra con la intención de pasar desapercibida entre los otros camareros y había sujetado su rebelde melena en un moño. No iba a intentar competir con las invitadas. Para empezar, apenas medía metro y medio y era la única pelirroja. Además, tenía muchas pecas. Vulgares imperfecciones físicas que gente como aquella encontraría intolerables.
Skye se puso de puntillas para mirar alrededor.
Y entonces lo vio. ¿Cómo no iba a verlo? Le sacaba una cabeza a los demás, con su pelo rubio oscuro algo largo y elegantemente alborotado. Una tenue sombra de barba destacaba la mandíbula cuadrada y su boca…
No podía verla desde allí, pero la recordaba bien. Esculpida y firme, ardiente. Recordaba esa boca sobre su piel desnuda…
Skye se abrió paso entre la gente, con el corazón acelerado mientras observaba al hombre más atractivo que había visto en toda su vida. El primer hombre que le había parecido sexy y, por tanto, el primer hombre con el que se había acostado.
Llevaba una chaqueta blanca de esmoquin, una corbata blanca de seda y un pantalón negro. Llamaba la atención entre los elegantes invitados, como si fuese diferente a ellos, como si no pudiese esconder una parte primitiva de sí mismo en aquel sitio tan sofisticado.
Primitivo. Así había sido esa noche.
Salvaje, visceral, increíble. Inolvidable.
Skye se llevó una mano al vientre. Inolvidable en muchos sentidos.
Lázaro Sánchez.
Lo había buscado en internet después de la noche que pasaron juntos y estuvo a punto de sufrir un infarto al descubrir que era un financiero multimillonario. Un hombre muy conocido en España, con fama de donjuán.
Había montones de fotografías de Lázaro con mujeres guapísimas, de modo que ella solo era una más. Había sido una ingenua al caer en sus redes y ahora…. ahora estaba a punto de anunciar su compromiso con la mujer más bella del mundo.
Hacían buena pareja, los dos altos y delgados. La joven, de pelo oscuro, llevaba un elegante vestido rojo con escote palabra de honor que se ajustaba a sus proporcionadas curvas.
Skye vaciló. ¿Había hecho bien al ir allí?
Lamentó de nuevo no haber podido hablar con Lázaro antes de la fiesta, pero habría sido más sencillo dejarle un mensaje al Papa. Lo había intentado una y otra vez, pero la habían bloqueado en todas partes.
¿Qué derecho tenía a interrumpir su fiesta de compromiso con aquella belleza?
«Estás esperando un hijo suyo y Lázaro tiene que saberlo», le recordó una vocecita.
En ese momento, alguien golpeó una copa y los invitados se quedaron en silencio, mirando a Lázaro y su prometida.
Skye se sentía enferma. ¿Estaba saliendo con ella cuando se acostaron juntos tres meses antes? ¿Sabía que iba a comprometerse con ella?
Skye imaginaba lo que iba a pasar: Lázaro daría la noticia del compromiso y la gente los rodearía para darles la enhorabuena. Y luego se irían a algún sitio al que ella no tendría acceso.
No podía esperar. Aquella era su única oportunidad de hablar con Lázaro y tenía que aprovecharla. No podía llevar en la conciencia no haberle contado que estaba embarazada, que la asombrosa noche que habían pasado juntos había tenido consecuencias.
Y si salía con ella cuando Lázaro la sedujo, su prometida merecía saber quién era el hombre con el que iba a casarse.
Lázaro se aclaró la garganta, notando que todos los ojos estaban clavados en él. Su padre, que se negaba a reconocerlo como hijo. Su hermanastro, Gabriel, con el ceño fruncido.
–Gracias a todos por venir –empezó a decir, mirando a Leonor de soslayo.
Ella estaba ruborizada, nerviosa. Y era raro porque Leonor siempre se mostraba compuesta y serena.
Nervios de última hora, se dijo.
–Sé que esto no es una sorpresa para nadie, pero me alegra anunciar oficialmente que Leonor Flores de la Vega ha consentido en ser mi esposa y que la boda tendrá lugar muy pronto…
–¡No, espera!
Los invitados se volvieron hacia el fondo del salón, donde dos miembros de su equipo de seguridad sujetaban a una mujer.
Una mujer bajita y pelirroja.
Una mujer que le resultaba familiar. Pero no podía ser.
Tenía unos enormes ojos azules que parecían espantados en ese momento, el pelo sujeto en un moño del que escapaban algunos rizos, el rostro ovalado, la barbilla decidida, la nariz pequeña, los labios gruesos y jugosos.
Sus pechos empujaban contra la camisa blanca y podía entrever el sujetador bajo la tela. Él había acariciado esos pechos, había apretado los sensibles pezones entre los dedos y ella se había estremecido…
Lázaro soltó a Leonor y se dirigió hacia la mujer.
–Tengo que contarte algo. Estoy embarazada… estoy esperando un hijo tuyo.
Todos se quedaron en silencio, helados. Incluso los hombres de seguridad lo miraban con expresión desconcertada.
–¿Qué estás diciendo?
–Es verdad, estoy embarazada y el hijo es tuyo –insistió ella.
Skye O’Hara. Ese era su nombre. Era camarera en un restaurante de Dublín. Se había fijado en ella en cuanto entró porque había algo especial en cómo se movía, en cómo hablaba con los clientes. Era abierta, simpática, natural.
Había sacado un bolígrafo del bolsillo de la camisa para tomar nota antes de mirarlo a los ojos.
Y ese había sido el momento.
Una chispa, una oleada de deseo instantáneo. Lázaro la había sentido como un rayo y, a juzgar por el brillo de sus ojos y el rubor en sus mejillas, ella había sentido lo mismo.
Lázaro intentó calmarse. Había prensa en el salón cubriendo el evento y no podía arriesgarse a echarla de allí, pero tenía que poner fin a ese numerito.
–He venido a decírtelo porque… porque no he podido ponerme en contacto contigo –dijo Skye entonces–. No tenía tu número de teléfono y…
Le había dado su tarjeta cuando le pidió que tomasen una copa, pero ella la había tirado a la papelera del hotel a la mañana siguiente.
Aún podía verla poniéndose los vaqueros y el jersey ancho que dejaba un hombro al descubierto. Sin una gota de maquillaje y el pelo suelto parecía una despreocupada estudiante…
–¿Dónde vas? –le había preguntado cuando salió de la ducha.
–Tengo que irme. No pasa nada, sé cómo son estos encuentros de una noche –respondió ella–. Tú no eres de aquí y… en fin, yo no esperaba esto –añadió, señalando las sábanas arrugadas.
«Era virgen».
–Espera, voy a pedir el desayuno –dijo Lázaro, impulsivamente–. No tienes por qué irte corriendo.
–No, tengo cosas que hacer. Debo irme.
–¿Por qué?
–No esperaba lo que ha pasado. No esperaba conocer a alguien como tú y, en fin, ha sido encantador.
Cuando salió de la habitación, Lázaro se quedó inmóvil, atónito y excitado como nunca.
«Ha sido encantador».
No, había sido mucho más que eso. Una noche de pasión tan intensa que le sorprendía que las sábanas no se hubieran prendido.
Pero todo había sido una farsa y aquel era el objetivo. Y él había sido un idiota.
Lázaro habló en voz baja con uno de sus hombres:
–Llévala a la oficina y retenla allí hasta que recibas nuevas instrucciones.
Luego se dio la vuelta, intentando esbozar una sonrisa mientras veía de soslayo la expresión horrorizada de Leonor.
–Lamento la interrupción, pero ya está solucionado.
Estaba a punto de decir que todo era un error, que la mujer no podía estar esperando un hijo suyo, pero entonces recordó algo. Estaba a punto de enterrarse en ese cuerpo tan tentador cuando se dio cuenta de que había olvidado ponerse un preservativo.
–¿Tomas la píldora? –le había preguntado.
–No pasa nada –había respondido ella–. Por favor, no pares ahora.
De modo que podría estar diciendo la verdad, pensó, angustiado.
Leonor había dado un paso atrás y lo miraba como si fuera un monstruo.
–Leonor, por favor, deja que te lo explique.
–¿Es verdad? –le espetó ella.
–Tenemos que hablar…
–No puedo casarme contigo, ya no –lo interrumpió Leonor–. ¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Y delante de todo el mundo?
Después se dio la vuelta y corrió hacia la puerta mientras su hermanastro, Gabriel, se abría paso entre la gente con una sonrisa irónica en los labios.
–No esperaba que la noche fuese tan entretenida, Sánchez. Debo reconocer que si alguien sabe cómo hundir una reputación eres tú, pero, francamente, tengo mejores cosas que hacer que presenciar tus morbosos dramas personales.
Lázaro apretó los puños. Nada le gustaría más que darle un puñetazo, pero sabía que no podía hacerlo, de modo que se volvió hacia los invitados, hacia la gente a la que había reunido para compartir ese momento de aceptación, de triunfo.
Todos apartaban la mirada, abochornados. Todos salvo un hombre. Su padre, al fondo del salón, lo miraba con gesto burlón, como diciendo: «has intentado ser uno de nosotros y has fracasado».
El anuncio del compromiso, el momento que debería haber sido la cumbre de su éxito, se había convertido en un escándalo. Todo por culpa de una mujer. Y por su propia culpa.
Porque, por una noche, se había dejado llevar por el deseo y había olvidado el objetivo de su vida.
Skye esperaba sentada en una oficina. El hombre que la llevó allí había ido a buscar su bolsa de viaje y su abrigo al guardarropa, de modo que estaba sola.
No era su intención montar un escándalo, pero había sido imposible ponerse en contacto con él de otro modo. Lázaro Sánchez tenía más anillos de seguridad que un jefe de Estado.
Estaba buscando alguna otra forma de ponerse en contacto con él cuando leyó en internet que al día siguiente tendría lugar su fiesta de compromiso en uno de los mejores hoteles de Madrid.
No podía esperar más, pensó.
Lázaro iba a comprometerse oficialmente con Leonor Flores de la Vega, pero se había acostado con ella unos meses antes y estaba embarazada.
Su madre la había arrastrado de un país a otro cuando era niña y Skye siempre había jurado que tendría hijos solo cuando su vida fuera segura y estable, pero la decisión estaba tomada: iba a tener a su hijo.
El guardia de seguridad asomó la cabeza en la oficina.
–Venga conmigo –le dijo, ofreciéndole su abrigo y su bolsa de viaje.
Tomaron un ascensor para subir a la última planta del hotel y la puerta se abrió frente a un laberinto de pasillos y puertas. Poco después llegaron a un salón con una pared de cristal desde la que podía ver una fabulosa vista de Madrid.
Y allí estaba él.
Había desabrochado los dos primeros botones de su camisa y la corbata colgaba a un lado, como si se la hubiera quitado de un tirón.
Lázaro le dijo al guardia de seguridad que podía irse y Skye oyó el ruido de la puerta a su espalda.
Y luego, con un tono letal, peor que si le hubiese gritado, Lázaro Sánchez le espetó:
–¿Se puede saber a qué demonios estás jugando?
LÁZARO Sánchez tenía un aspecto tan imponente que Skye tuvo que hacer un esfuerzo para disimular, pero le temblaban las piernas.
¿Sus hombros siempre habían sido tan anchos? ¿Sus piernas tan largas?
Estaba furioso, lívido. Nada que ver con el hombre amable y encantador que la había seducido tres meses antes.
«Tú participaste activamente en esa seducción», le dijo una vocecita.
Y, a pesar de su palpable ira, seguía encendiéndola. Solo con mirarlo sentía una oleada de incontrolable deseo.
–Lo siento… de verdad lamento mucho lo que ha pasado. Si hubiera podido ponerme en contacto contigo no habría venido. Llamé a tu oficina varias veces, pero no te pasaban mis mensajes y cuando leí la noticia de tu compromiso, pensé que sería la oportunidad de hablar contigo.
–Qué conveniente que esa «oportunidad» vaya a aparecer mañana en todos los periódicos.
Ella frunció el ceño.
–¿Qué?
–No te hagas la inocente ahora. Tú sabías muy bien que habría prensa en la recepción.
–Pero era la única forma de verte. Nadie te pasaba mis mensajes…
–Esa noche me aseguraste que entendías cómo eran estas cosas, ¿recuerdas? ¿Estabas mintiendo entonces?
–No, lo decía en serio. Evidentemente, no imaginaba que esto iba a pasar.
«Esto» era un embarazo.
–Te pregunté si tomabas la píldora y dijiste que no había ningún problema. Me mentiste.
Skye se mordió los labios. Lo único que recordaba era que estaba desesperada por hacer el amor con él. Todo lo demás le daba igual, no quería que parase.
–No recuerdo bien lo que dije en ese momento, pero no imaginé que esto pudiera pasar. Pensé que estaba en un momento seguro del ciclo.
Él hizo un gesto desdeñoso.
–¿Cómo voy a saber que de verdad estás embarazada? No lo pareces.
–Estoy embarazada de tres meses –dijo Skye, llevándose una mano al vientre–. Me hice una ecografía hace poco para confirmar que todo iba bien, por eso he esperado hasta ahora. A veces los embarazos no progresan…
–¿Y cómo puedo estar seguro de que yo soy el padre?
Ella lo miró, indignada.
–No me he acostado con nadie desde esa noche.
El pulso de Lázaro se había acelerado, pero se dijo a sí mismo que era de rabia, no de deseo. Porque era imposible aceptar que estaba embarazada, que esperaba un hijo suyo.
Siempre había deseado tener hijos, pero no había esperado que fuese tan pronto. Ni con aquella mujer.
Seguía atónito por su repentina y brusca caída en desgracia. Solo había rozado la posibilidad de ser aceptado en el círculo de la alta sociedad. Nada más. Tal vez era algo que nunca estaría a su alcance.
Intentó hablar con Leonor, pero ella había desaparecido y, además, sabía que sería inútil. Todo había terminado porque, en su mundo, esa clase de humillación pública nunca sería perdonada.
Y allí estaba, intentando lidiar con la situación.