Infidelidad: 5 cuentos para adultos - Alexandria Varg - E-Book

Infidelidad: 5 cuentos para adultos E-Book

Alexandria Varg

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
Beschreibung

En la comuna no existen las reglas. Nadie le pertenece a nadie, no hay derechos exclusivos. Entre los residentes hay incluso algún matrimonio, pero eso no significa que estén atados el uno al otro. Esta besa a aquel, este puede acostarse con aquella y esa puede satisfacer a la otra al igual que este lo hace con aquel otro. Todos destilan amor: amor por la ausencia de normas restrictivas y amor por las personas con las que conviven. 5 historias de deseo prohibida y sexo fuera de la pareja: La comuna Siempre fiel El concierto La casa de verano ¡A sus órdenes!

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Seitenzahl: 126

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Infidelidad: 5 cuentos para adultos

LUST

Infidelidad: 5 cuentos para adultos

 

Translated by LUST Translators

Copyright © 2018 B. J. Hermansson, 2021 LUST, SAGA Egmont, Copenhagen.

All rights reserved ISBN 9788726273533

 

1st ebook edition, 2021. Format: Epub 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

La comuna

La comuna

 

Prólogo

 

En una comuna a las afueras de Berlín conviven siete personas que no se conocían hasta que se fueron a vivir juntas. En la comuna no existen las reglas. Muchos de los residentes proceden de un entorno en el que terceras personas ejercían control sobre ellos. Tenían sus propios deseos, necesidades y creencias, pero no les estaba permitido desarrollarlos: los demás se encargaban continuamente de decirles cómo actuar y cómo vivir la vida. A algunos se les prohibía expresar sus ideas artísticas, pues resultaban extrañas y el arte no se consideraba una forma respetable de ganarse el pan, una forma de vivir normal y corriente.

Otros no tenían elección sobre a quién (o a cuántas personas) besar, y a otros ni siquiera se les permitía amar porque alguien había decidido por ellos que eso no estaba bien. Pero en la comuna no están sujetos a este tipo de límites. No existen los prejuicios. Nadie juzga a nadie, nadie te dice lo que tienes que hacer ni espera nada de ti. En la comuna todo se comparte. Nada de lo que hay aquí me pertenece y, de igual modo, nada es de tu propiedad. Todo es de todos. Es posible que te estés preguntando si conocen la envidia.

Es de lo más normal tener al menos un par de objetos con un significado muy especial a los que no quieres renunciar por nada del mundo, y esa es otra de las bellezas de la comuna: aquí no hay cabida para este tipo de pensamientos. Pero lo más peculiar de este lugar, el concepto que pocos pueden (o quieren) comprender, es el funcionamiento de las relaciones entre los residentes, si bien lo cierto es que las relaciones interpersonales se rigen por los mismos principios que las relaciones con los objetos: nadie le pertenece a nadie, nadie tiene derechos exclusivos.

Todo el mundo es libre. Entre los residentes hay incluso algún matrimonio, pero eso no significa que estén atados el uno al otro. Esta besa a aquel, este puede acostarse con aquella y esa puede satisfacer a la otra, al igual que este lo hace con aquel otro. Todos destilan amor: amor por la ausencia de normas restrictivas y amor por las personas con las que conviven. Y todos hacen el amor con todos.

 

F y R

 

Un rayo de sol consigue abrirse camino a través de las persianas. Algo aburrida, F está tumbada boca abajo sobre la mullida cama con las sábanas ligeramente arrugadas, pensando en lo que le deparará el día. A pesar de estar desnuda, siente el cuerpo caliente. Hoy hace sol, y ese es parte del motivo, pero son sus entrañas en particular las que arden y piden más: está cachonda. F está cachonda la mayor parte del tiempo, según dicen los demás continuamente, lo cual no es mentira. Sería capaz de follar a cualquier hora y de cualquier manera. Está dispuesta a lo que haga falta y cuando haga falta con tal de experimentar esa dulce y festiva sensación que denominan orgasmo.

Lo daría absolutamente todo por experimentar ese placer que proporciona la satisfacción absoluta. F vive por y para el placer. Ni por un hombre, ni por una mujer, ni por nada en este mundo: ella vive por y para el orgasmo. Cuando R entra en el dormitorio, no sabe de quién se trata, pero oye entrar a una persona e inmediatamente vislumbra la oportunidad.

 —Quienquiera que seas, ¿podrías hacer el favor de follarme? —pregunta en tono suave y ligero.

Podría tratarse de R, E, E, D, O o incluso de M, pero también de alguien completamente diferente, porque a veces (con más frecuencia de lo que pueda parecer) se acercan desconocidos a la comuna, curiosos por descubrir cómo funciona. Algunos simplemente quieren hacer preguntas y recabar información, pero otros llegan dispuestos a participar. Nadie pertenece a nadie y todo se comparte en igualdad de condiciones, y la misma norma rige para las personas que no pertenecen a la comuna: no hay ningún problema si vienes con idea de tomar parte en la acción; siempre que te comportes con educación y seas mayor de edad puedes hacer lo que te venga en gana. Pero esta vez en cuestión, el que entra en el dormitorio es R.

Sin articular palabra, se encamina hacia F, que tiene las piernas ligeramente separadas y apoya la cabeza sobre uno de los brazos, que ha dispuesto a modo de almohada entre su rostro y las sábanas. De constitución menuda, tiene una piel perfecta, ligera, casi marmórea. Por otra parte, tiene una melena larga y rebelde que le desciende desde el cuello hasta la zona lumbar. R percibe en ella un ligero estremecimiento y el movimiento de su cuerpo al respirar. Comprende lo que busca y se quita la ropa. Ella puede oír a alguien quitarse la camiseta (aunque bien podría tratarse de una camisa, pues las camisas que usan en la comuna no suelen ser de telas rígidas sino del mismo algodón suave que las camisetas) y dejándola caer al suelo.

La acción se repite con los calcetines y los pantalones. No lleva ropa interior porque dice que le hace sentir aprisionado. Todos lo entienden y de hecho allí nadie usa ropa interior. Ya desnudo, se arrodilla con cuidado en la cama. F siente el peso de su cuerpo sobre el colchón, que se amolda a la forma de sus rodillas. Se le incendia la vagina al sentir su proximidad, sabedora de que el placer que sentirá cuando él frote sus genitales contra ella está cada vez más cerca. R le envuelve las pantorrillas con las piernas, enmarcándola con su cuerpo, de tal modo que F queda resguardada entre sus piernas, bajo su vientre y su pecho.

La excitación y el deseo la inundan al tratar de anticipar sus acciones, se pregunta si pensará follársela directamente o si tendrá planes preliminares. Jugar. Provocarla. Aunque… ¿es realmente R quien se encuentra detrás de ella o es una mujer? El pensamiento le cruza la mente, causándole confusión y poniéndola cachonda a la vez. ¡Quién sabe! Él se encorva y acerca los labios al delicioso y agradable cuerpo de F, besándola con aquellos labios húmedos y cálidos que le dejan huellas en la piel. La marca con su saliva. Le da calor. Puede ver cómo se le pone la piel de gallina. Y entonces traslada los labios a su trasero.

Le va besando las nalgas alternativamente, primero una y luego la otra, para luego alcanzar el centro. Ella arquea la espalda, permitiendo que él se acerque más. Su respiración se vuelve más rápida y profunda. La vagina se le dilata y se contrae, crece, estalla. A él lo domina el deseo y le palpita la sangre. La presión hace retroceder el prepucio, que poco a poco va cediendo ante el miembro que protege y que pugna por salir disparado hacia ella. Por la punta del pene le chorrean unas gotas de líquido preseminal; ha pasado mucho tiempo desde que se corrió por última vez y siente que la polla le va a reventar. F tiene la vagina rosada, suave como el terciopelo, agradable y cálida.

Al colocar la mano entre las piernas se nota mojada. Introduce dos dedos en la vagina, todavía un poco tirante. Con los dedos va ampliando el tamaño de la entrada; está cachonda y la carne está blanda, así que cada vez le supone menos esfuerzo introducir los dedos. Se estira y se prepara para recibir a R. La sensación es impresionante, absolutamente increíble.

 

E

 

Aunque nadie repara en su presencia, E observa desde la puerta cómo él se la folla por detrás, martilleándola. Como un animal, una serpiente, pega su vientre a la zona lumbar de ella, con gotas de sudor recorriéndole los muslos y las pantorrillas. La cabeza de ella se mueve en busca de los labios de él, e intercambian saliva entre gemidos y jadeos. Ávidos. Hambrientos. La voz de ella suena amortiguada, a medio camino entre el deseo y el éxtasis. —¡Más, más, más! —susurra en un tono de voz que no es capaz de mantener hasta el final.

La polla de él entra y sale a un ritmo que alterna entre una velocidad vertiginosa que la golpea con fuerza y unas embestidas más lentas, casi delicadas. Una cosa es segura: sabe muy bien lo que hace. A ella no le pasó desapercibida la sincronía de sus movimientos, y ahora sabe que folla como un dios. La coloca en la postura perfecta, atrayéndola hacia sí de un modo que les provoca a ambos espasmos de placer. E se dedica a observar mientras F y R follan. Se acerca los labios a la boca y los humedece, combinando lo dulce y lo salado, el deseo y sus propios espasmos.

Se levanta el dobladillo de la falda y comienza a acariciarse la vulva. Puede sentir los jugos vaginales anunciando su presencia. Introduce la mano que tiene libre por debajo de la camiseta de tirantes y se masajea los pechos. Verlos follar de esa manera la satisface por completo, ¿y si se uniera a ellos? ¿O es mejor mantenerse al margen como expectadora? Mira el reloj y apoya el cuerpo contra el marco de la puerta para no perder el equilibrio. Traslada la mano izquierda del pecho a la entrepierna y, con las dos manos y muchos más dedos, empieza a masturbarse con ansia ante la imagen de los dos amantes.

Estimulada por el sonido de dos personas haciendo el amor, se deja llevar y experimenta un orgasmo tan salvaje que la envuelve como olas de fuego. Retira los dedos de la vagina y devuelve el dobladillo de la falda a su posición antes de marcharse. Los dos amantes siguen en acción, ajenos al hecho de que los están observando. O quizá no…

 

E y D

 

Aquel iba a ser un desayuno tranquilo. Sin prisas, se comen los cruasanes mientras debaten sobre una pintura al óleo que tienen junto a ellos y que no acaba de funcionar porque no transmite nada en absoluto.

—No dice ni que sí, ni que no, ni día, ni noche, ni tú ni yo. ¡A Van Gogh le daría un ataque si la viera, puede que hasta se cortara la oreja! —E toma un trozo de bollo, D un sorbo de café.

Se hace el silencio y, sentados, tratan de decidir lo que le falta a la pintura. E pinta desde que era niño y el expresionista neerlandés es su principal inspiración.

Su familia ya sabía que su destino era ser pintor mucho antes de que aprendiera a escribir. D había estudiado Ciencias del Arte y Filosofía. En ese sentido, sus profesiones se complementaban. E crea las obras de arte y D trata de describirlas y encontrarles sentido.

—¿No los oyes follar? A lo mejor lo que le falta a este cuadro es sexo… —E levanta la vista y agudiza el oído; no cabe duda alguna de que hay alguien haciendo el amor. Sigue escuchando hasta distinguir las voces, los sonidos y el ritmo de las embestidas, y no tarda en identificar a los amantes. Se lo plantea. Una pintura tiene que transmitir emociones; si no, no es una pintura, sino una burda reproduccíon que no significa nada y que carece de interés. Pensativo, trata de definir lo que el sexo le aportaría a aquel cuadro desde el punto de vista creativo. Porque el sexo es la más excelente de las sensaciones, y si consiguiese integrarlo de algún modo en la pintura, lograría transmitir algo. Más que «algo», lo transmitiría todo. Porque eso es el sexo: todo, todo, absolutamente todo. Con los pantalones ya desabrochados, D se masturba bajo la mesa y la polla no tarda en ponérsele más dura que la propia madera. Al verlo allí sentado, mirándolo desde el otro lado de la mesa mientras estimula su miembro con la mano derecha, E se pone cachondo y sigue sus movimientos.

—Tú lo que quieres es que te folle duro hasta hacerte explotar y salpicar con tu esperma esa mierda de lienzo.

A E, que es un poco más recatado que su amigo, las palabras de D lo cogen por sorpresa, pero tiene razón. Cuanto más lo piensa, más cuenta se da de que eso es exactamente lo que la pintura necesita. Como artista, ha experimentado con todo, pero nunca se le había ocurrido usar el resultado del placer supremo a modo de pincel. Está cachondo y siente cómo su miembro erecto se expande, como un lienzo en el bastidor. Lo único que puede hacer ahora es bajar la mano derecha hasta la polla ya tiesa y seguir el ejemplo de D. Aunque no hace ni una hora que se ha masturbado, no debería tener dificultad para correrse otra vez, y no es solo que le apetezca hacerlo: esta vez tiene que hacerlo.

Al cabo de un rato rompe su silencio:

—Sí, quiero que me folles, quiero que me folles hasta hacer que me corra por todo el lienzo.

No hay ni un ápice de duda en sus palabras. Nunca ha hecho nada por el estilo, pero comprende que esto es exactamente lo que le hace falta. Más rápido y con mayor intensidad, va deslizando la mano por la polla, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Aprieta con más fuerza y siente la presión sobre el miembro erecto mientras lo estimula con la mano. La sangre le bombea más rápido y, definitivamente, nota cómo la presión se va incrementando. Arde de deseo por D pero, por encima de todo, arde por sentir la palpitante erección de su amigo dentro de él.

E se levanta de la silla y se prepara, bajándose los pantalones e inclinándose sobre la mesa, apartando de su camino las tazas y los platos.

D agita la mano más y más rápido. Siente sacudidas en el brazo, unos movimientos eléctricos. Por la forma de mirar, E sabe que su amigo está demasiado exasperado como para no pasar a la acción. Necesita poseerlo, y viceversa. D se incorpora, ya sin pantalones. Camina hasta E y se coloca detrás de él con las piernas muy separadas, para a continuación acoger entre ellas a E. Su polla está a punto de ponerse a bailar al ritmo de sus caderas; una sensación increíble para ambos. D lleva sus manos hasta los hombros de E y los toca con delicadeza. Tiene las manos sudorosas y se le tensan los músculos.

Le da a E un masaje en los hombros, se inclina hacia delante y lo besa en el cuello. Con la piel de gallina, E se estremece y deja escapar un gemido en el que se entremezclan las súplicas y el placer. Entonces D se acerca la mano derecha a la boca y escupe en ella. Aquel basto gesto hace que E gima todavía con más fuerza; le fascina lo prohibido. Antes de darse cuenta, siente la impresionante polla de D dentro de él. Es la sensación más extraordinaria que se pueda experimentar, la más gloriosa mezcla de dolor y de placer. La situación le hace volar, y aquel vacío interior, del que ni siquiera era consciente hasta que lo llenó la fuerza de la erección, ha desaparecido.