Inquebrantable - Sabine Inge Kuhn Ardt - E-Book

Inquebrantable E-Book

Sabine Inge Kuhn Ardt

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Beschreibung

"Todas las mujeres tienen sueños, ilusiones y metas por perseguir." Patrizia Sander es una de ellas, joven, atractiva, de buenos sentimientos, con virtudes y defectos como cualquier mujer. Ella buscará cumplir sus sueños, ilusiones y proyectos, sin imaginar todos los obstáculos a los que tendrá que enfrentarse tanto profesionales como personales. "La vida le dará grandes aprendizajes, golpes y desilusiones. Sólo Patrizia decidirá si se dejará caer ante las adversidades o si luchará contra ellas."

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© Sabine Inge Kuhn Arndt

©Grupo Rodrigo Porrúa Ediciones, S.A. de C.V.

Río Tiber No. 99, interior 103, Col. Cuauhtémoc

C.P. 06500, Del. Cuauhtémoc

México, Distrito Federal

(55) 6638 6857

5293 0170

[email protected]

1a. Edición, junio 2016

ISBN: 978-607-8466-09-2

Impreso en México - Printed in Mexico

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Caracteristicas tipográficas y de edición

Todos los derechos conforme a la ley

Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar

Corrección ortotipográfica y de estilo: Graciela de la Luz Frisbie y Rodríguez /

Rodolfo Perea Monroy

Diseño de portada: Mauricio Castillo Pernas

Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa

Agradecimiento

Este libro se lo dedico con todo mi corazón y agradecimiento a mi madre porque siempre y sin dudarlo estuvo a mi lado en los momentos y tropiezos más difíciles de mi vida. Gracias de corazón a esta mujer maravillosa que siempre será mi ejemplo a seguir.

También quiero agradecer a mi hermano y a su familia todo su apoyo de lejos porque aunque viven en Alemania siempre estuvieron para mi.

De corazón gracias a Lina, quien siempre fue como mi nana y es parte de nuestra familia, gracias por esos consejos tan valiosos que siempre me han ayudado para tomar decisiones.

Agradezco de corazón a Claudia y a Zozer por darme la oportunidad de ingresar a la familia de Grupo Rodrigo Porrúa, pero sobre todo al Señor Rodrigo Porrúa por confiar en este nuevo proyecto que es la realización de mi sueño de toda la vida: la publicación de uno de mis libros.

Gracias a todo el equipo de Grupo Rodrigo Porrúa por su dedicación y apoyo con las correcciones y diseños.

El último agradecimiento se lo dedico a todas las personas que me hicieron tropezar porque gracias a ellas hoy soy quien soy y vivo la vida con más plenitud, agradecimiento y alegría. Gracias por hacerme inquebrantable.

PRIMERA

PARTE

Patrizia Sander era una mujer de treinta y dos años, mexicana por nacimiento pero de padres alemanes; rubia, con ojos verdes, alta, delgada, una mujer guapa, con un corazón noble, buenos sentimientos y pensando siempre en los demás antes que pensar en ella misma. Una mujer luchadora y fuerte por fuera, pero frágil, vulnerable y en ocasiones insegura por dentro. Una mujer que finalmente había decidido dar el paso de vivir sola al darse cuenta de que su sueño de salir vestida de blanco de la casa de sus padres no se había realizado. Pero una mujer que también había aprendido a no permitir que ese sentimiento le siguiera afectando.

Afortunadamente había encontrado una casa acogedora cerca del fraccionamiento de sus padres, y a partir de ese momento esa casa sería su nido, su refugio.

Después de una semana de intenso trabajo, el sábado en la tarde se dispuso a desempacar la última caja de mudanza que quedaba. Era una caja llena de libros. Patrizia los sacó, sacudió y acomodó en el librero del estudio. Acomodó todos, a excepción de uno, mismo que colocó sobre la mesa de la sala.

Aquel libro era su diario.

Patrizia decidió ir a la cava por una botella de ”Shiraz“, la abrió y se sirvió una copa.

Patrizia se sentó en la sala con su copa de vino y empezó a leerlo. Cuando vio la fecha se dio cuenta una vez más de lo rápido que pasaba el tiempo, ya que de esa fecha a la actualidad habían pasado ocho años.

30 de octubre del 2000

Este mes me llena de alegría, ya que además de ser mi cumpleaños, lo voy a pasar en México. Realmente siento una gran emoción, volveré a ver a mis padres y a mis amigos.

Cómo ha pasado el tiempo pues ya sólo estoy a un año de terminar la carrera. Estos años han sido un gran aprendizaje y no los cambiaría por nada. Cinco años han pasado desde que decidí hacer mi práctica empresarial y mis estudios en Alemania.

Hoy sé que me va a dar tristeza dejar Mannheim, la ciudad en la que estoy estudiando, porque he hecho grandes amigos. Pero sobre todo me va a doler dejar mi departamento, mi nido en el que pasé tantos momentos felices, también con mis amigos, disfrutando de las cenas mexicanas que me encantaba prepararles.

No sé por qué en medio de la alegría de irme a México, estoy empezando a sentir esa melancolía cuando todavía falta casi un año para mi regreso definitivo. Tal vez porque voy a extrañar mucho a mis sobrinos. Ha sido un privilegio verlos nacer y crecer en los años que he estado aquí. Afortunadamente me queda tiempo suficiente para seguir yendo a Hannover todos los fines de semana que pueda.

En Hannover está nuestro hogar en Alemania, la casa de mis padres, donde mi hermano con su familia, mis padres y yo tenemos nuestro propio departamento, nuestro propio espacio.

He sido muy afortunada de contar con mi hermano Tom y mi cuñada Julia durante todos estos años. Eso me ayudó a no sentirme sola. Ha sido un privilegio tener a una parte de la familia cerca, eso no se compara con nada.

Y qué decir de mis sobrinos, Kevin de tres años y Felix de ocho meses, mi pedacito de cielo. Siempre he intentado tratarlos de igual forma pero tengo que aceptar que Felix me robó el corazón desde el día que nació.

Pase lo que pase, regresaré a México y un día seré la sucesora de mi padre en la empresa familiar que mis padres levantaron con tanto esfuerzo y cariño.

Hoy sé que puedo lograrlo porque gracias a estos años de formación me he convertido en una mujer independiente, fuerte y con metas y perspectivas muy claras.

31 de octubre del 2000

A pesar del viaje y el cambio de horario, necesitaba poner hoy mismo en papel la alegría que siento de estar en mi casa, en mi tierra.

El viaje fue agradable y en el avión tomé una copita de champagne para brindar por una estancia inolvidable. Y mientras la tomaba pensé en los últimos años nuevamente. Yo había aprendido a ganar mi propio dinero y a administrarlo durante los años de la práctica empresarial. De pronto pensé en mis amigas y caí en cuenta de que para ellas nada había cambiado, más que el hecho de ir a la universidad todas las mañanas, en vez de ir al colegio. Y fue ahí que me surgió la duda de si todavía podía tener algo en común con ellas.

Sin embargo y con tristeza, tuve que admitir que en algo mis amigas sí me llevaban una gran ventaja: la experiencia de tener un novio, una pareja.

A pesar de tener veinticuatro años no había vivido la experiencia de un novio formal. Sí había tenido pretendientes, pero ninguno me había hecho experimentar un sentimiento más profundo. Aunque tenía que reconocer que esa no era la verdadera razón. Yo misma había puesto barreras para evitar salir con alguien por temor a que eso llegara a impedir mi regreso a México. Bajo ninguna circunstancia me veía viviendo en Alemania. Pero de todas formas a veces he sentido tristeza por esa soledad.

Tal vez vivía equivocada soñando con el gran amor, con el hombre perfecto, con quien compartiría mi vida; soñaba con salir vestida de blanco de casa mis padres. Mis padres siempre habían sido un ejemplo a seguir para mí, habían logrado formar un matrimonio sólido y sobre todo, habían logrado vencer todos los obstáculos que se les habían presentado.

Pero bueno, ya no quiero ponerme triste. El recibimiento de mis padres fue maravilloso y cuando me vieron me llenaron de halagos. Pasamos una velada hermosa platicando hasta altas horas de la noche.

Eso es algo que siempre he disfrutado mucho, que a mis padres y a mí nunca se nos acaban los temas de conversación.

6 de noviembre del 2000

Los días han pasado tan rápido que no había tenido tiempo de escribir. Hoy volví a ver a todas mis amigas y confirmé lo que ya había temido. A excepción de Catherine, con las demás ya no había ese entendimiento. O tal vez nunca lo hubo.

Catherine siempre ha sido mi mejor amiga, tal vez porque somos muy parecidas: tranquilas y honestas. Catherine, al igual que yo, siempre fue muy aplicada y ahora disfrutaba su trabajo, el de ser arquitecta. Yo la admiro mucho porque su infancia no fue fácil; sin embargo había encontrado el amor en Rodolfo y eso me daba mucha tranquilidad.

Cuando saludé a mis amigas, todas me abrazaron efusivamente.

Damiana era abogada. Se caracterizaba por su extrema delgadez, sus facciones eran toscas pero con su arreglo lucía atractiva. Ella llevaba medio año trabajando en un reconocido bufete de abogados donde había conocido a Héctor, su actual pareja. Damiana tenía carácter fuerte pero era bondadosa.

Inés era una mujer poco atractiva empezando por su figura algo corpulenta. De carácter era parecida a Damiana. Inés era psicóloga especializada en relaciones laborales. Meses atrás había sufrido la separación de sus padres.

Andrea era guapa, aunque no era muy alta. No me acuerdo cómo había entrado al grupo años atrás y mi relación con ella siempre había sido muy distante, tal vez porque en el colegio siempre había buscado motivos para molestarme. Desde la preparatoria, Andrea se enamoró de Saúl y desde entonces estaban juntos.

Josephine era bonita, con una figura poco favorable, algo reventada pero de buen corazón. No tenía pareja y había estudiado la carrera de Marketing.

Marie era una mujer muy sincera. Con ella siempre me llevé muy bien. Siempre estaba de buen humor, decía las cosas de frente y era muy honesta. Marie era alta, delgada y bonita. Años atrás había vivido la pérdida de su padre y yo sentía una gran admiración por ella por haber salido adelante con tanta valentía. Con su carrera en administración de empresas había logrado conseguir un buen trabajo en una empresa alimenticia.

Por último estaba Claudine. Ella era superficial, muy guapa pero en ocasiones tremendamente arrogante, con la misma carrera que Andrea. Jamás hubiera pensado que por envidias nuestra amistad se vería afectada. Algo que siempre le reproché fue su trato déspota con personas de bajos recursos.

Me sorprendió mucho que durante el café hubiera sido justo Andrea la que me dijera:

—Patrizia, qué bueno que ya estás aquí de nuevo.

Yo amablemente le respondí:

—Yo también estoy contenta y más porque ya falta menos de un año para estar de regreso definitivamente.

Y Andrea continuó:

—Oye, Patrizia, ¿qué tienes pensado para tu cumpleaños?

—Lo único que sé es que quiero festejar con ustedes, así que vayan pensando en el lugar indicado —contesté con una sonrisa tenue.

Y Andrea con una dulzura falsa y evidente sugirió:

—Perfecto, se me ocurre la “Bodeguita Cubana”, es divertida y hay buena música.

Yo le sonreí:

—Me parece muy bien.

7 de noviembre del 2000

Me siento feliz de estar en nuestra casa de Tequesquitengo donde vamos a pasar cuatro días. Esta casa me trae recuerdos de mi infancia, hermosos y felices. Esta casa siempre había sido la mejor escapadita de la ciudad porque quedaba a escasas dos horas.

Ya anhelo dar la vuelta al lago en nuestra lancha, esquiar y disfrutar de ese ambiente mágico que sólo tiene este lugar.

Los horarios aquí son otros. Es increíble despertar oyendo las primeras olas de las lanchas, disfrutar el desayuno en la terraza con vista a todo el lago. Terminando el desayuno la anhelada vuelta al lago en lancha y luego otra vuelta esquiando. Aproximadamente a las dos de la tarde una rica botanita con la copita para disfrutar la tarde en el sol. Y para cerrar con broche de oro una deliciosa cena en la terraza con un buen vino.

No me imagino la vida sin esta casa, sin Tequesquitengo.

10 de noviembre del 2000

Hoy es el día del prefestejo de mi cumpleaños. Les había pedido a mis amigos adelantarlo y brindar a la medianoche por mi cumpleaños, ya que el día de mi cumpleaños, el once de noviembre; era mi último día antes de mi regreso a Alemania y tenía una cena con mis padres y unos amigos.

Catherine y Rodolfo pasaron por mí para irnos juntos a la “Bodeguita Cubana.” Yo había optado por un pantalón negro con un top negro de noche y un juego de joyas en oro blanco. Me miré al espejo contenta, había logrado un excelente bronceado durante los días que habíamos estado en Tequesquitengo.

A las nueve y media llegamos al lugar y al verlo por fuera, honestamente no me gustó mucho. Pero con los años que llevaba fuera de México no conocía otro lugar que hubiera podido sugerir cuando se planeó el festejo de mi cumpleaños.

Cuando entré con Catherine y Rodolfo, ya habían llegado todos a excepción de Andrea y Saúl. Unos minutos más tarde llegaron en compañía de un amigo de Saúl de nombre Eugenio y de inmediato Saúl me lo presentó. Era un hombre alto, de aproximadamente veintisiete años, muy bien vestido y con facciones muy marcadas. Tal vez sin la calvicie pronunciada, Eugenio hubiera lucido más atractivo. Aun así no me llamó mucho la atención y decidí disfrutar la noche con todos mis amigos.

Sin embargo, no pude evitar que Andrea se sentara conmigo para pedirme que estuviera un rato con ella, Saúl y Eugenio:

—Patrizia, ya era necesario sentarnos a platicar contigo. Eugenio ya estaba ansioso por conocerte.

—Perdón, pero quise estar con todos, porque pasado mañana regreso a Alemania y vendré hasta abril —comenté con amabilidad.

Eugenio me preguntó sorprendido:

—¿No vives en México?

—No, vivo en Alemania porque estoy estudiando allá. Mi idea es poder apoyar a mi papá en el negocio cuando termine la carrera.

—¿Y de qué es el negocio? —preguntó Eugenio con interés.

Yo le contesté:

—Distribuimos refacciones y partes de motor para equipo pesado, camiones y tractores.

—¿Y tienen producción propia?

—No. Sólo importamos los productos y hacemos la distribución en toda la República Mexicana —aclaré.

Eugenio siguió con sus preguntas:

—¿Y de qué países importan?

Saúl lo interrumpió:

—Eugenio, vas a marear a Patrizia con tantas preguntas.

Yo les sonreí:

—No te preocupes, Saúl. Y tú Eugenio, ¿a qué te dedicas?

En tono de broma Saúl contestó por él:

—Eugenio se la pasa montando sus caballos todo el día.

Eugenio disimuló y replicó:

—No es cierto. Tengo un negocio de asesoría financiera con mi padre. Estamos asociados con unos italianos.

Saúl insistió:

—Pero la mayor parte del tiempo se la pasa con sus caballos.

—Bueno, los caballos son mi pasión, después del trabajo, por supuesto —agregó Eugenio.

Yo lo miré y comenté:

—A mí me dan miedo los caballos, son animales bellísimos, pero les tengo mucho respeto.

Eugenio le sonrió:

—Yo te voy a quitar ese miedo. ¿Tú no practicas ningún deporte?

—Sí, el esquí acuático, el tenis y acabo de empezar con el golf.

Eugenio se puso feliz:

—Pues la próxima vez que vengas a México jugamos juntos, yo también practico el golf.

En punto de las doce de la noche se oyeron los mariachis que empezaron a cantar ”Las Mañanitas“ y todos mis amigos me aplaudieron. Además me entregaron un ramo de rosas rojas enorme.

Cuando me despedí de todos, Eugenio me pidió mi número telefónico de Alemania y por cortesía se lo di.

El festejo me había hecho sentir muy contenta y a pesar de ya no tener tantas cosas en común con mis amigas de la escuela, por un momento sentí un poco de envidia, ya que ellas veían la vida de una manera más relajada.

11 de noviembre del 2000

Mi última noche la pasé con mis padres para festejar mi cumpleaños con ellos y una pareja de amigos en ”La Hacienda Monasterio“.

La verdad sentí mucha nostalgia, ya tenía todo mi equipaje listo.

Esa noche llegando a la casa después de la cena, tomamos una copa de champagne y les platiqué a mis padres de Eugenio. Y mi mamá comentó:

—No te oigo muy convencida, no te veo emocionada.

Miré a mi mamá. Ella me conocía mejor que nadie. Con toda honestidad le dije:

—Pues no, pero tal vez el haber conocido a Eugenio sirva para ampliar mi círculo de amistades. Eugenio es muy educado y culto.

Mi mamá notó mi tristeza:

—Patrizia, no estés triste. No falta mucho para que estemos contigo en Alemania. La Navidad está muy cerca. Además falta poco para que estés de regreso en México, ya es menos de un año.

—Sí, mami tienes razón. Vamos a disfrutar la última noche. Gracias por todo el apoyo que siempre me dan y por estos días tan hermosos que pasé con ustedes. Como siempre fue mágico y esos recuerdos me van a dar el ánimo necesario para no sentir tristeza.

Brindé con mis padres y dirigiéndome a mi padre dije:

—Papi, mil disculpas que esta vez no pude estar en la empresa.

—Hija, no te preocupes. Tu estancia esta vez fue muy corta, sólo estuviste diez días y además ya necesitabas descansar.

Abracé a mis padres con amor y brindé con ellos.

Finales de noviembre del 2000

A mi regreso en Alemania, los días pasaron volando por los exámenes que tenía que presentar.

Un día, al regresar de la academia a casa, encontré un fax de Eugenio. La verdad el contenido me hizo sentir bien. Eugenio me escribió que se sentía feliz de haberme conocido. También me dijo que el tiempo pasaría rápido para volvernos a ver.

La verdad no pude evitar una sonrisa, pero nada más. Al querer recordar a Eugenio me sentí mal al darme cuenta de que ya no recordaba ni su rostro.

Diciembre 2000

Finalmente había llegado mi mes favorito del año: diciembre. Los días pasaron rápidamente con todos los preparativos, entre ellos la repostería navideña, la organización de los regalos y la decoración.

El departamento se había convertido en un pequeño sueño navideño y al darme cuenta de que sería la última vez que lo decoraría para Navidad, sentí algo de añoranza.

El fin de semana del segundo domingo de adviento aproveché para ir a Hannover a decorar la casa para que estuviera lista para recibir a mis padres.

Entre semana organicé varias reuniones con mis amigos para disfrutar por última vez con ellos los mercados navideños, una hermosa tradición alemana.

Desde mi infancia, esta época del año siempre había sido la más feliz y emocionante. Mi mamá siempre se dedicó a llenarla de magia para mi hermano y para mí. Con mucho amor nos hacía el calendario de adviento con veinticuatro regalos para cada uno. Era muy emocionante, sobre todo porque colgaban de un calendario que ella misma había bordado. Yo era tan curiosa, que me subía al sofá que estaba debajo del calendario para tocarlos y adivinar el contenido. Cuántos recuerdos.

Durante todo el mes de diciembre Eugenio estuvo en constante contacto conmigo, pero no logré sentir la misma emoción que él me expresaba.

Por lo tanto, decidí enfocarme en la llegada de mis padres y las fiestas en puerta.

Primavera 2001

Entre más se acercaba la fecha de mi viaje a México, más felicidad sentía, sobre todo porque Eugenio me escribía casi diario expresándome su alegría por mi llegada.

Aun así, yo no había logrado definir mis sentimientos y por ello decidí esperar el reencuentro con él. Sólo ese momento me podría responder las dudas que tenía.

Abril 2001

El día antes de mi viaje a México sentí un nerviosismo inexplicable, sobre todo por la inesperada llamada de Eugenio:

—Eugenio, ¿cómo estás?

—Ya quiero verte —dijo feliz.

Por un momento Eugenio logró contagiarme su alegría y le pregunté:

—¿Vas a ir al aeropuerto?

—No Patrizia, tengo un concurso ecuestre en Monterrey. Pero en cuanto regrese de Monterrey te hablo para ponernos de acuerdo.

—Suerte en el concurso —repliqué.

—Te lo agradezco. Cuídate mucho y que tengas muy buen viaje.

Colgué el teléfono con una sonrisa.

Ya habían pasado tres días desde mi llegada a México y aún no había tenido noticias de Eugenio. Al cuarto día finalmente Eugenio me marcó por teléfono:

—Patrizia, ¿cómo estás? ¿Cómo llegaste?

—Muy bien, y a ti, ¿cómo te fue en el concurso?

—Mal, mi caballo se lastimó y no pude concursar, pero aproveché para ver a unos amigos —comentó Eugenio.

—Siento mucho lo de tu caballo.

—Me gustaría invitarte a comer mañana —dijo Eugenio.

—Perfecto —dije aceptando la invitación.

—¿Te parece si paso por ti a la una?

—Sí, me parece muy bien. Hasta mañana.

Al día siguiente Eugenio pasó puntual por mí. Al verlo no sentí nada a pesar de que Eugenio se veía muy bien.

Después de saludarlo, vi a un hombre de traje parado al lado de Eugenio. Al ver mi cara, Eugenio me explicó:

—Él es Rogelio, mi guardaespaldas.

Lo saludé con amabilidad pero la verdad me sentí rara y muy incómoda.

En el camino al restaurante, Eugenio me platicó que dos años atrás habían intentado secuestrarlo y que por eso sus padres habían decidido contratar a un guardaespaldas. Noté que ese recuerdo lo ponía mal y decidí cambiar de tema. No me imaginaba el sentir de una persona ante una vivencia así.

Media hora después, llegamos a un restaurante llamado ”L’Olivier“. Eugenio pidió champagne para brindar por nuestro encuentro.

Mientras Eugenio platicaba, me di cuenta de lo educado que era. Era un hombre de mundo y un excelente hombre de negocios. Eso me hizo comprender el peligro al que se exponía. Al parecer era muy exitoso, lo concluí por el traje que llevaba, por las cosas que pedía en el restaurante y por los viajes que había hecho.

Tengo que aceptar que disfrutaba escucharlo platicar y no podía explicar la atracción que empezaba a sentir por él.

Dos días después, Eugenio me pidió que nos viéramos para presentarme a unos amigos de los caballos. Cuando Eugenio me marcó un día antes le pregunté:

—¿A qué hora pasas por mí?

—Patrizia, ¿sabes moverte aquí en México? Porque tengo una cita y no creo poder pasar por ti.

Por su tono de voz lo noté molesto y le pregunté:

—¿Te pasa algo?

—Tuve un mal día en el trabajo pero nada de cuidado. Entonces, ¿puedes llegar?

—Claro, dame la dirección y nos vemos mañana en el restaurante —contesté.

Al día siguiente conocí a Maite y a Vicente, los mejores amigos de Eugenio. Eran personas encantadoras. Además de ellos había otros amigos.

La plática durante toda la comida se concentró en el mundo de los caballos y Maite en varias ocasiones me explicó algunos términos. Aun así, me sentí muy incómoda, sobre todo porque Eugenio no me había prestado ninguna atención. Definitivamente los caballos eran su mundo y su pasión.

Un día antes de mi regreso a Alemania, Eugenio me invitó a comer y me citó en un restaurante italiano, el “Alfredos”. La comida fue muy amena.

Cuando nos despedimos Eugenio me dijo:

—Cuídate mucho. Y me hablas en cuanto hayas llegado a Alemania.

—¿Entonces ya no nos vamos a ver? Pensé que ibas a ir al aeropuerto.

—Nosotros no acostumbramos ir al aeropuerto, para eso tenemos al chofer. Las distancias son demasiado largas y pierdes mucho tiempo en esta ciudad.

Eugenio lo dijo con mucha objetividad y evité a toda costa que notara mi decepción. Me subí al coche y sin voltearlo a ver me arranqué con cuidado.

La verdad, sentí una gran molestia y decepción. Y más cuando ya ni siquiera me marcó al día siguiente, que era el día de mi vuelo de regreso. Esa indiferencia que me mostraba era una puñalada en el corazón. ¿Por qué Eugenio podía ser tan cruel cuando ya me había mostrado sus sentimientos?

Mayo 2001

A mi regreso en Alemania decidí no escribirle a Eugenio, ni siquiera para avisarle que había llegado bien. Ya habían pasado quince días de mi regreso y Eugenio me había mandado varios fax.

Yo seguía sin contestarle y eso afortunadamente provocó que Eugenio se alejara.

Un día, regresando de la academia, al entrar a mi departamento sonó el teléfono y al ver el número en el identificador, decidí no contestar. Era Eugenio.

Las semanas pasaron y yo decidí enfocarme en mis exámenes y presentaciones finales. Por mis padres y por mí misma quería obtener los mejores resultados y calificaciones. El estudio constante me mantuvo ocupada y en las noches acababa tan cansada que sólo disfrutaba darme un largo baño y acostarme para descansar.

Afortunadamente no había llegado a sentir amor por Eugenio y lo mejor era olvidarlo. De todas formas no me explicaba el cambio de actitud de Eugenio. Pensándolo bien, era una persona extraña pero al mismo tiempo había algo en él que me fascinaba y no había podido averiguar a ciencia cierta qué era lo que me llamaba tanto la atención en él.

¿Cómo era posible que este hombre provocara tantas confusiones en mí tomando en cuenta lo poco que lo conocía y lo poco que lo había tratado?

Y para evitar más confusiones, decidí enfocarme en mi tesis sin dejar que la ilusión por mi regreso a México, mi tierra querida, se viera ensombrecida por un hombre como Eugenio.

Verano 2001

El verano era la recta final de la carrera y yo no había parado de estudiar y prepararme para los exámenes finales. Afortunadamente eso hizo que ni me acordara de Eugenio.

Las últimas semanas nos habíamos escrito con poca frecuencia.

A finales de julio llegó mi mamá para apoyarme con la mudanza.

Después de tanta presión, mi mamá me sugirió pasar unos días en los Alpes, en nuestro hotel favorito. Era un hotel hermoso con un SPA enorme. Aparte de las múltiples actividades deportivas que ofrecía el hotel, la comida era excelente y tenía un precioso restaurante en el quinto piso que permitía una vista espectacular sobre los Alpes.

A los pocos días, mi hermano y su familia nos alcanzaron y yo disfruté el poder estar de tiempo completo con mis sobrinos.

Lo único que me entristecía mucho era el hecho de que mi papá no nos había podido alcanzar en Alemania. Tenía fuertes problemas en la empresa con el actual gerente y estaba por despedirlo junto con quince empleados más que al parecer estaban confabulados con el gerente.

Yo ya anhelaba estar en México para apoyar a mi papá en la empresa.

Otoño 2001

Finalmente tenía en mano mi diploma y certificado como Licenciada en Economía Internacional con excelentes calificaciones, eso me hacía sentir muy orgullosa. Ahora ya nada podía impedir mi regreso a México.

La mudanza la habíamos llevado a cabo sin complicaciones y yo siempre le iba a estar agradecida a mi mamá por todo el apoyo y ayuda que me había brindado.

Cada instante que podía, lo pasaba con mis sobrinos.

Pero al mismo tiempo sentía la apremiante necesidad de adelantar el tiempo para estar con mi papá, después de los finiquitos tan desagradables que había llevado a cabo con el apoyo de un bufete de abogados.

Sin embargo, cuando llegó el día de despedirme de mis sobrinos, no pude contener las lágrimas a pesar de saber de que los estaría viendo en vacaciones. Además, faltaban sólo dos meses para la Navidad y estaríamos de regreso.

Qué difícil resultaba el sentir lazos tan fuertes por dos países, que además me habían dado tanto, de manera distinta pero de forma trascendental.

En el avión brindé con mi mamá por un comienzo lleno de éxito y felicidad para mí. Yo estaba por empezar una nueva etapa, un nuevo ciclo y eso me llenaba de emoción y alegría.

Cuando llegamos a México me empecé a sentir mal y con un profundo cansancio. Además mi papá se veía rendido y desmejorado, era evidente que las últimas semanas habían dejado huella y habían sido muy complicadas.

Al llegar a casa me metí a bañar y cuando les di las buenas noches a mis papás, mi mamá me dijo:

—Paty, tienes fiebre.

—No te preocupes Mami, me tomo una pastilla, me acuesto y verás que mañana estaré bien.

A pesar del cansancio que sentía, no pude conciliar el sueño. Miles de cosas cruzaron por mi mente y sobre todo me preocupaba mucho mi papá.

Por eso decidí empezar a trabajar con mi papá ese mismo lunes para apoyarlo lo antes posible. Aunque realmente me sentía cansada.

Toda mi vida había logrado llevar a cabo mis proyectos, aunque me hubiera gustado tener un comienzo en México más tranquilo para poder descansar un mes antes de iniciar este nuevo capítulo de mi vida. Pero mi papá me necesita más que nunca.

Eso ahora era lo único que contaba.

Días después, cual sería mi sorpresa… Eugenio me llamó y me expresó su alegría de que ya estuviera de regreso definitivamente. Me dijo que se acordaba que yo le había comentado que estaría de regreso a finales de Octubre. Yo me porté distante, pero amable y a su vez reservada.

Las últimas semanas Eugenio no había mostrado ningún interés en mí. Además, todos mis pensamientos estaban con mi padre y la empresa, y lo único que me interesaba en esos momentos era apoyarlo en todo.

Durante el primer mes, prácticamente no hubo oportunidad de ver a Eugenio. Eugenio había insistido mucho en conocer a mis padres.

Un viernes organizamos una cena en el restaurante “Bakeira”, misma que transcurrió muy amena. Realmente Eugenio sabía ser muy social y tenía una gran habilidad para hacer sus relatos muy interesantes. Mis padres quedaron encantados con Eugenio. Por ello me aconsejaron darme el tiempo para conocerlo y tratarlo.

Las semanas transcurrieron y después de varias amenazas telefónicas y escritas del ex gerente, mi padre decidió contratar un servicio de seguridad personal para mí y para él.

Jamás me imaginé que mi regreso a México se fuera a dar en esas circunstancias.

Noviembre 2001

Hoy estuve pensando en que ya había pasado un año desde que había conocido a Eugenio. Mi cumpleaños ya estaba cerca.

Para mi cumpleaños decidí invitar a cenar a mis amigas a un restaurante y aunque pasé una noche entre risas, en el fondo tenía que aceptar que no era feliz.

Desde mi llegada a México todo había sucedido de manera muy distinta a lo que me había imaginado. Mi tan deseado y anhelado regreso a México no había sido en ningún sentido como yo lo había imaginado.

El primer mes en la empresa había resultado difícil, ya que mi papá se había dedicado a buscar gente nueva para ocupar los puestos vacantes y por ende, todavía no había tenido tiempo para enseñarme y prepararme.

Además, yo me sentía incómoda porque percibía que los empleados me catalogaban como la hija del dueño.

Jamás me hubiera imaginado tener que ir acompañada de un guardaespaldas a cualquier lugar. Y aunque Mateo, mi guardaespaldas, era muy tranquilo y discreto, no me sentía cómoda.

Las pocas veces que había convivido con mis amigas, tristemente tenía que reconocer que prácticamente ya no tenía nada en común con ellas. Y aunque parecía contradictorio, ellas a su vez me llevaban la ventaja de tener una pareja.

Y por último, Eugenio. Varias veces planeamos vernos y en varias ocasiones Eugenio me había cancelado a última hora, principalmente por asuntos de trabajo. Por eso decidí alejarme de él y sentí una gran tranquilidad.

Diciembre 2001

A mediados de diciembre, Eugenio me invitó al hípico para que conociera sus caballos. Al final resultó que Eugenio sólo tenía uno. Los demás eran de Maite y Vicente.

Mientras lo observaba montando, noté que Eugenio no parecía relajado sino todo lo contrario. Posiblemente estaba nervioso porque yo estaba ahí.

Cuando terminó su entrenamiento, me invitó a tomar un café en un lugar llamado ”Kondy“. Era el lugar favorito de Eugenio y siempre pedía su berlinesa rellena de mermelada.

Mientras lo observaba, me pregunté varias veces la razón por la cual seguía saliendo con él. Y llegué a la conclusión de que tal vez lo que necesitábamos era tiempo para tratarnos y conocernos más. Muy en el fondo sabía que yo misma me estaba engañando y sabía también que las condiciones para iniciar una relación con Eugenio no eran precisamente idóneas, ¿pero qué era lo que me ataba a él?

Las semanas de diciembre habían pasado rápidamente y yo ya tenía las maletas listas, estaba a un día de irme a Alemania para pasar la Navidad con mis padres, mi hermano y su familia.

Eugenio me invitó a comer y se portó tan lindo como nunca antes se había portado conmigo. Tuvimos una comida muy agradable.

Cuando Eugenio se despidió de mí, me dio un regalo. Lo abrí con cuidado y encontré un hermoso anillo con dos flores de piedras preciosas.

Me sentí muy feliz por ese detalle que Eugenio había tenido conmigo, no por el valor de la joya sino porque ahora estaba segura de que le importaba a Eugenio y que tal vez este sería el principio de algo maravilloso.

Los quince días que pasé con mis padres en Alemania y con el resto de la familia, nos hicieron mucho bien a todos, sobre todo a mi padre.

Aun así , mi padre y yo nos habíamos llevado trabajo a Alemania, pues a raíz del fraude del gerente, seguían saliendo cosas, por lo que teníamos que revisar varios reportes de cobranzas e inventarios.

En lo que respectaba a Eugenio, únicamente habíamos hablado por teléfono en dos ocasiones y nuevamente sentía más lejos la posibilidad de una relación con él.

Yo traté de tomarlo con mucha filosofía y como señal de que la vida seguramente me tenía preparado algo mejor.

Enero 2002

A nuestro regreso, Eugenio se mostró muy lindo y dedicado. Lograba confundirme constantemente.

El once de enero Eugenio me invitó a comer al “Champs-Elysées” para pedirme que fuera su novia. Fue un momento de sentimientos encontrados. Mientras una voz me decía que lo aceptara, otra voz me sugería darle una respuesta negativa.

Y ganó la voz que me decía que lo aceptara.

De pronto Eugenio parecía otro: cariñoso, comprensivo, y ambos empezamos a hacer planes de viajes juntos para el puente del cinco de febrero y la Semana Santa. Eugenio me tomó de la mano y varias veces me besó.

A la semana de nuestro noviazgo, Eugenio estaba dedicado a sus entrenamientos de equitación y por lo tanto con suerte nos veíamos una vez a la semana.

Diario hablábamos por teléfono, pero a veces me daba la impresión de que Eugenio lo hacía por compromiso y nada más.

Aun así , yo estaba decidida a no darme por vencida y no perdía la esperanza de poderlo cambiar con mi amor, cariño y comprensión.

Sin embargo y a pesar de que mis padres preferían estar al margen de mi relación, me señalaban que justo al principio de una relación la pareja buscaba estar cerca y compartir el mayor tiempo posible.

A finales de enero, Eugenio me invitó a comer a su casa para que conociera a sus padres.

La primera impresión que tuve del padre de Eugenio fue la de un hombre autoritario, dominante y déspota, aunque conmigo se portó encantador. Pero el trato que le daba a la mamá de Eugenio me estremeció, pues era un trato que yo desconocía por completo comparado con el trato que mi padre le daba a mi madre.

La madre de Eugenio era una mujer de complexión muy delgada, vestía muy recatada, no usaba maquillaje y el poder que su marido tenía sobre ella era evidente, porque no la dejaba opinar.

Durante la estancia en la casa de los padres de Eugenio, Eugenio no tomó mi mano ni una sola vez. Me dio la impresión de que no se atrevía por la actitud imponente de su padre.

Cuando mis papás me preguntaron cómo me había ido en la comida, decidí no comentar nada, pero era algo que no podía olvidar tan fácilmente.

Febrero 2002

Este era el mes en el que yo iba a hacer mi primer viaje con Eugenio durante el puente. Mi primer viaje en pareja.

El plan era ir a Ixtapa y tenía que reconocer que estaba nerviosa. Pero al mismo tiempo sentí una gran ilusión, sobre todo porque deseaba esa unión íntima que era natural entre una pareja.

Lógicamente, también sentí nervios por el hecho de que a mis veintiséis años jamás había tenido relaciones. Siempre tuve la ilusión de que fuera un momento especial para entregarme a un hombre que mereciera mi amor, mi cuerpo y todo mi ser.

Eugenio y yo arreglamos nuestros pendientes de oficina de tal forma que pudiéramos quedarnos un día más.

Llegamos a Ixtapa el sábado en la tarde y comimos en un restaurante de mariscos en Zihuatanejo; era muy rústico pero excelente. Eugenio se portó lindo y dedicado. Platicamos de todo, mostrando un entendimiento completo y absoluto. Salimos del restaurante aproximadamente a las cinco de la tarde rumbo al hotel.

Cuando llegamos al hotel, nos entregaron las tarjetas y minutos más tarde ya estábamos en la habitación.

Yo empecé a desempacar para disimular mis nervios y Eugenio prendió la televisión.

Yo sentí la mirada de Eugenio sobre mí y él se empezó a reír diciéndome:

—Tesoro, ya deja de ordenar cosas que me pones nervioso.

—No sé en qué te afecta, tú estás viendo la tele. ¿Quieres que acomode tus cosas?

Eugenio me contestó en tono burlón:

—No, gracias, tu orden no me cuadra. Mejor bajemos a la playa.

Decidí cambiarme y opté por un bikini rosa. Cuando salí del baño me amarré un pareo en la cintura. Eugenio me vio, se acercó para abrazarme y me dijo:

—Estás hermosa.

Eugenio me tenía abrazada y bajamos a la playa para dar un paseo, luego él se metió al mar. Decidimos no salir a cenar por haber comido tarde y nos quedamos en la habitación.

Mientras Eugenio vio la tele, decidí meterme a bañar. Me arreglé y me puse un camisón de seda en color marfil.

Cuando salí del baño, miré a Eugenio y él estaba entretenido viendo la televisión con la mirada fija en aquel programa.

Me metí en la cama.

Eugenio apagó la tele, se levantó y desapareció en el baño.

Minutos después salió en pijama, se metió en la cama y se acercó a mí. Me tomó entre sus brazos para besarme suavemente. Cuando quise apagar la luz, Eugenio me lo impidió:

—¿Para qué la quieres apagar?

Lo miré a los ojos:

—Porque es más romántico.

—¡Ay, tesoro, qué cursi eres!

Eugenio me besó suavemente y me empezó a acariciar. Repentinamente me soltó y me dijo:

—No te quiero presionar, ha sido un día cansado por el viaje…, que descanses. Buenas noches.

Eugenio me dio un beso en la mejilla y me dio la espalda quedándose dormido a los pocos minutos.

Yo en cambio, intenté dormir pero no podía. Lo que había pasado no era precisamente lo que había imaginado sobre la primera noche de pareja.

A la mañana siguiente cuando desperté, la cama junto a mi estaba vacía. Me levanté de la cama, me metí a bañar y me arreglé para bajar a buscar a Eugenio. Cuando lo encontré, estaba saliendo de la alberca. Se acercó y me dijo:

—Eres muy dormilona, pero bueno, no te quise despertar.

—Eugenio, no tendría por qué justificarme, pero diario me levanto a las cinco de la mañana y lo hago con gusto para ir a trabajar —repliqué molesta—. Por lo tanto los fines de semana o en vacaciones disfruto no tener que vivir bajo las riendas de un reloj.

—Te lo he dicho muchas veces tesoro, lo que llevas no es vida —replicó él con ironía.

La verdad, no tenía ánimos para discutir y me limité a decirle:

—¿Nos vemos en el restaurante para el desayuno?

—Sí, ahora te alcanzo.

Eugenio pasó a mi lado, sin un beso de buenos días, un ritual que yo conocía de mis padres de toda la vida.

El día transcurrió tranquilo. Eugenio se encontró unos conocidos en la playa y pasó la tarde con ellos viendo béisbol en el bar del hotel. Yo había decidido recostarme, ya que prácticamente no había pegado el ojo durante la noche anterior.

Eugenio llegó a la habitación a las ocho de la noche malhumorado para meterse a bañar. Después me informó que había hablado su papá y que nos teníamos que regresar al día siguiente por un problema de negocios.

La última noche que estuvimos juntos Eugenio no me tocó y ni un beso me dio.

A mi regreso de Ixtapa no quise mostrar mi decepción y disimulé que había sido un puente maravilloso tanto con mis padres como con mis amigas.

Me refugié en el trabajo preguntándome una y otra vez la razón por la cual no terminaba mi relación con Eugenio. Intenté buscar respuestas a todas mis preguntas y llegué a la conclusión de que posiblemente Eugenio había tenido una infancia difícil, sin muestras de afecto y de cariño. Por otra parte, había situaciones en las que Eugenio había mostrado su lado cariñoso y tierno.

Yo estaba segura de que con el tiempo y con mi amor y paciencia iba a lograr que Eugenio expresara sus sentimientos y fuera más humano y sensible.

Aun así , yo misma me desconocía. Yo no tenía necesidad de estar con un hombre que evidentemente no me valoraba. Tampoco podía decir que Eugenio me tratara mal, pero tampoco me estaba dando mi lugar ni mucho menos amor. Tal vez Eugenio no conocía el significado de esa palabra.

Lo único que tenía claro en este momento era que Eugenio no me estaba haciendo feliz y que ya había llegado el momento de recuperar a la mujer segura que había sido durante los años que había pasado en Alemania. Esa mujer que había aprendido a ser fuerte y a tomar decisiones importantes para no pasar por alto y bajo ninguna circunstancia los valores que mis padres me habían inculcado.

Por todo esto, decidí hablar de frente con Eugenio lo antes posible, para aclarar muchas cosas. Ya no podía seguir permitiendo el poco valor que yo misma me estaba dando al estar con un hombre como Eugenio que estaba muy lejos de tratarme como merecía.

Ya era necesario poner las cosas en su lugar.

Durante el resto del mes, por varias circunstancias no fue posible vernos y no pude llevar a cabo la plática que tanto necesitaba tener con Eugenio. Había iniciado la temporada ecuestre y con los concursos en puerta Eugenio constantemente me cambiaba los planes.

Yo estaba consciente de que nuestra relación estaba muy lejos de ser una relación normal de pareja. Mientras que yo soñaba con ir al cine, al teatro, a comer o a cenar; Eugenio anteponía sus propios intereses a nuestra relación.

El último fin de semana del mes, Eugenio me pidió acompañarlo a la despedida del embajador de Italia. Me pidió que nos viéramos directamente en la residencia del embajador para evitar el trayecto en carretera que implicaba ir a mi casa, debido a los peligros de noche.

Yo decidí portar un vestido largo y negro que resaltaba mi esbelta figura. Las últimas semanas había bajado de peso, tenía poco apetito y el estrés en la oficina había sido demasiado. Todos esos factores influyeron. Cuando me miré al espejo me di cuenta de que mis ojos habían dejado de brillar.

Al llegar a la residencia del embajador, Eugenio me estaba esperando frente a la entrada y al verme me dijo con ternura:

—Estás hermosa, digna de un evento de esta magnitud.

Eugenio portaba un smoking y realmente se veía muy bien. Me dio su brazo y lo tomé para entrar juntos a la residencia.

Ante todos me presentó con orgullo como su novia. Por un momento logré olvidar los malos momentos de las últimas semanas.

Cuando terminó la velada y me acompañó al coche me dijo:

—Tesoro, estuviste a la altura. Gracias, es bueno saber que puedo confiar en ti para estos eventos.

En ese momento le quise contestar pero él se me adelantó con un beso y a los pocos minutos se fue.

Marzo 2002

Después de la cena en la casa del embajador, Eugenio siguió siendo muy lindo y detallista. El lunes después de la cena, recibí un hermoso arreglo de rosas en la oficina. Eran de Eugenio agradeciendo mi porte durante aquel evento.

Mientras leía la tarjeta empecé a sentir mucho coraje y le marqué a Eugenio, pero no lo pude localizar. Así que opté por mandarle un mensaje:

“Te agradezco el arreglo. Te voy a agradecer vernos lo antes posible, creo que tenemos que aclarar varias cosas. Gracias.”

En la tarde Eugenio me habló y me dijo que lo tendríamos que dejar para después de los cumpleaños de mis padres, quienes cumplían un día seguido del otro, ya que se le había presentado un viaje de negocios. Me prometió que estaría de regreso para la cena del cumpleaños de mi papá y al menos eso lo cumplió.

Al día siguiente invitamos a Eugenio y a sus padres a la comida por el festejo del cumpleaños de mi mamá. Yo sabía que Eugenio tenía un concurso ecuestre pero jamás imaginé que él y sus padres llegarían una hora y media más tarde. Ante todo estaba el festejo de mi mamá y traté de ocultar mi enojo para no arruinar el cumpleaños de mi mamá.

Pero esta vez Eugenio había llegado demasiado lejos y yo estaba decidida a terminar mi relación durante el siguiente encuentro que tuviéramos.

A la semana siguiente logré reunirme con Eugenio en “Kondy”.

Eugenio llegó directamente de su entrenamiento y eso hizo que mi enojo fuera en aumento, ya que se me hacía una falta de respeto que se presentara con la ropa sucia, oliendo a establo y caballos. Independientemente de la lejanía a su casa en “Los Encinos”, en el hípico había vestidores.

Eugenio me saludó muy amoroso y cuando vi los catálogos que traía bajo el brazo le pregunté:

—¿Y eso?

—Son catálogos de cruceros para escoger nuestro viaje de Semana Santa. Te he descuidado mucho y es necesario que pasemos más tiempo juntos. Lo escogemos y yo me ocupo de la reservación y todo lo demás.

Con eso, mi intención de terminar mi relación con él se había esfumado, confiando en que realmente las cosas iban a cambiar. Decidí darle otra oportunidad y al cabo de una hora teníamos el crucero escogido.

Una semana antes del crucero, Eugenio me llamó y para no perder la costumbre me citó en “Kondy”.

Eugenio llegó tarde, me saludó fríamente y con mucha seriedad me dijo:

—Tesoro, estoy muy apenado contigo, pero mi mamá está muy deprimida por la salud de mi papá y como nunca sale de la casa te quería preguntar si no te importa que haga el crucero con ella.

Le contesté:

—No te niego que estoy decepcionada y triste. Yo creo que es el mejor momento para poner en una balanza muchas cosas en lo que respecta nuestra relación.

—Paty, no te quiero perder.

—Pues estás a un paso y discúlpame pero me tengo que ir.

Abril 2002

En este mes estábamos por cumplir tres meses de noviazgo y yo seguía confundida. Y finalmente decidí hacer otro intento para terminar mi relación con Eugenio, de frente. Esta vez no me iba a dejar persuadir, pasara lo que pasara.

Eugenio me invitó a comer al “Bellagio” y me recibió cariñosamente. Después de haber pedido los aperitivos, le dije:

—Eugenio creo que nuestro noviazgo…

Eugenio me interrumpió para brindar conmigo:

—Tesoro, no rompas el momento, mejor pensemos en nuestro futuro. ¿Cuando nos casemos van a venir tus sobrinos, tu hermano y tu cuñada?

En ese momento no di crédito a lo que estaba escuchando y le dije:

—¿Perdón?

—¿Por qué te sorprende tanto?

—No pensé que tuvieras planes a futuro conmigo Eugenio. Últimamente has estado tan distante, tan evasivo. Realmente me dejaste sorprendida.

—Tesoro, eres maravillosa y sé que no te he dedicado el tiempo que mereces, pero eso va a cambiar, te lo prometo. No me perdonaría perderte por mi falta de atención.

Mayo 2002

El primero de mayo nos vimos en casa de Saúl para reunirnos con él y Andrea. Yo no estaba muy convencida, pero finalmente la habían hecho de cupido y no quise ser descortés. Nos invitaron a comer con la idea de ir al cine después de la comida.

Desde que Eugenio llegó, estuvo de mal humor y yo no sabía la razón. Durante la comida Eugenio permaneció en silencio hasta que el padre de Saúl le preguntó:

—Bueno, Eugenio, ahora que andas con Patrizia ya no tienes pretexto para no conocer Alemania.

Yo sin pensarlo respondí:

—De hecho estamos planeando eso para verano.

Al escuchar mi respuesta, Eugenio me miró fríamente y replicó:

—Eso, está por verse.

Cuando salimos rumbo al cine, Eugenio seguía muy callado y antes de iniciar la película me dijo:

—Es la última vez que contestas por mí.

Lo miré sorprendida y susurré:

—Discúlpame, no pensé que te molestara cuando ya habíamos hablado de eso.

—Sí, pero no lo habíamos decidido.

—Eugenio, ¿sabes qué me parece injusto? Que todos mis planes al principio los aceptas y luego los tiras por la borda.

—Para ti todo es muy fácil, Patrizia. Tú te puedes tomar los días y vacaciones que quieras. Pero yo no, entiéndelo —dijo Eugenio entre dientes.

—Me parece que te estás pasando, Eugenio. Yo a diferencia tuya sí trabajo todos los días y con horarios completos. No te puedes quejar de tu vida cotidiana, que tú sólo trabajas por las mañanas.