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El libro Introducción a la apologética cristiana de Antonio Cruz es una respuesta a la tendencia hostil que hay en nuestro mundo y sociedad actual, la cual tiende a ridiculizar a la religión y a la fe cristiana de forma especial, y por supuesto a la existencia de Dios, dando argumentos científicos, filosóficos y sociales para acabar mostrando que la fe cristiana es una fe "no científica, no razonada, etc." La razón principal del libro es, precisamente, responder a cuestiones fundamentales del cristianismo con la intención de proporcionar herramientas apologéticas útiles, no solo para los jóvenes, sino también, para todos aquellos que las requieran y fundamentar científicamente "La evidencia de Dios". Hay trece capítulos que, sin ser exhaustivos, abarcan los principales temas de la controversia entre la fe y la increencia. Temas como: la apologética, la cosmología, el diseño, la moral, el problema del mal, las relaciones entre la ciencia y la teología, el origen del universo y la vida, la teoría de la evolución, la Biblia como inspiración divina, el concepto de milagro, la resurrección de Jesús, la historicidad de Jesús, las principales cosmovisiones religiosas del mundo con el cristianismo, etc. Dando, así, argumentos y respuestas a preguntas tan actuales como: ¿En qué hemos fracasado? ¿Qué fundamentos teológicos y racionales hemos inculcado a las jóvenes generaciones? ¿Por qué abandonan sus creencias cristianas? ¿Cómo es que no saben dar razón de su fe? ¿Acaso se haya insistido demasiado en los sentimientos y poco en los argumentos o la reflexión espiritual? ¿Cómo podemos revertir esta realidad?
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Seitenzahl: 534
Veröffentlichungsjahr: 2021
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INTRODUCCIÓN
A LA
APOLOGÉTICA- CRISTIANA -
La evidencia de Dios
Antonio Cruz Suárez
Editorial CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS
(Barcelona) ESPAÑA
E-mail: [email protected]
http://www.clie.es
© 2021 por Antonio Cruz Suárez
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)».
© 2021 por Editorial CLIE
Introducción a la apologética cristiana
ISBN: 978-84-18204-04-3
eISBN: 978-84-18204-05-0
Teología cristiana
Apologética
Acerca del autor
Antonio Cruz Suárez nacido en Úbeda, Jaén, España. Licenciado y Doctorado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona. Doctorado en Ministerio por la “Theological University of America” de Cedar Rapids (Iowa). Ha sido Catedrático de Bachillerato en Ciencias Naturales y Jefe del Seminario de Experimentales. Ha recibido reconocimientos de la Universidad Autónoma de Honduras, Universidad Autónoma de Yucatán (México) y Universidad Mariano Gálvez de Guatemala. Fue profesor del Centro de Estudios Teológicos en Barcelona. Asimismo trabajó en FLET “Facultad Latinoamericana de Estudios Teológicos” en el área de Maestría. Ha impartido seminarios, conferencias, y predicaciones en centenares de iglesias e instituciones religiosas en España, Canadá, Estados Unidos y toda Latinoamérica.
ÍNDICE GENERAL
Introducción
1.¿Qué es la apologética cristiana?
Los grandes apologistas del Nuevo Testamento
Errores doctrinales de los dos primeros siglos
La apologética que practicaba el apóstol Pablo
Cómo defendió el apóstol Pedro su esperanza cristiana
Las antiguas herejías, hoy
Enemigos de la apologética cristiana
Diversas escuelas apologéticas
2.Breve historia de la apologética cristiana
Período apostólico (Siglo I)
Período patrístico (Siglos II al V)
Período escolástico (Siglos VI al XIII)
Período reformado (Siglo XVI)
Período astronómico (Siglos XVI y XVII)
Período de la crítica ilustrada (Siglos XVIII y XIX)
Período apologético (Siglo XX)
Período científico (Siglos XX y XXI)
3.Argumentos sobre la existencia de Dios
El argumento cosmológico
El argumento del diseño
El argumento moral
La moralidad conduce a Dios
4.El problema del mal y la teodicea
El mal de la naturaleza
El mal desde el escepticismo
Jesús: la solución al problema del mal
5.La ciencia y la apologética
El hecho de la existencia del propio universo
El universo no es eterno sino que tuvo comienzo
Las leyes y constantes del universo están afinadas para la vida
No hay explicación científica para el origen de la vida
La información biológica del ADN requiere inteligencia
El sentido de la vida y la reproducción
La identidad del diseñador
6.El origen del universo y sus implicaciones teológicas
El universo tuvo principio
La creación desde la nada y la cosmología moderna
Afirmaciones de la cosmología contemporánea
La creación desde la nada, en el pensamiento de Tomás de Aquino
Errores y malinterpretaciones cosmológicas
¿Puede el estudio del cosmos conducirnos a Dios?
7.El origen de la vida: ¿azar o diseño?
La evolución química de la vida en un callejón sin salida
El misterio de la información del ADN
Dios y el origen de la materia
La singularidad de la molécula de ADN
El grave error del ADN basura
¿Es posible explicar el origen de la información del ADN desde el naturalismo?
La hipótesis más lógica: Diseño inteligente
8.La teoría neodarwinista de la evolución y la teología cristiana
Diversas concepciones evolucionistas
El creacionismo de la Tierra joven
El creacionismo de la Tierra antigua
9.¿Se reveló Dios en la Biblia?
EVIDENCIAS EXTERNAS A LA BIBLIA
La Biblia tiene precisión histórica
Las profecías bíblicas se cumplen
La Biblia ha resistido todos los ataques a lo largo de la historia
La Biblia transforma la vida del ser humano
EVIDENCIAS INTERNAS A LA BIBLIA
La Biblia posee unidad temática
Jesús creyó en la Biblia y esto la legitima
La Biblia fue inspirada por Dios y escrita por hombres
El texto bíblico original no contiene errores
10.El concepto de milagro: crítica de las opiniones contrarias
¿Qué es un milagro?
¿Es posible que ocurran los milagros?
¿Son creíbles los milagros?
¿Qué criterios pueden seguirse para averiguar si un milagro se ha producido realmente?
La Biblia y los milagros
¿Es Dios el responsable del mal?
¿Cómo responder a las críticas del teólogo racionalista, Rudolf Bultmann, y de sus seguidores?
¿Cuál es la finalidad principal de los milagros del Maestro?
11.¿Resucitó realmente Jesús?
Jesús y los discípulos de Emaús
El núcleo de la fe
La resurrección es un milagro
La resurrección no puede probarse científicamente
Diferencia entre “hecho” y “fábula”
Leyendas y teorías contrarias a la resurrección de Jesús
Evidencias bíblicas de la resurrección de Jesús
12.¿Son iguales todas las religiones?
Las ocho cosmovisiones religiosas principales
13.Actitud personal del apologista cristiano
No debe tener miedo
Debe santificar a Dios
Estar siempre preparado para defender la fe
Hacerlo con mansedumbre y reverencia
Objetivos principales del apologista
Bibliografía
Introducción
Vivimos en un mundo cada vez más hostil a la fe cristiana y, en general, a cualquier tipo de religiosidad. Esta desafección por todo lo religioso viene fomentada sobre todo por intelectuales ateos que culpabilizan a los creyentes de casi todos los males existentes en la sociedad, mezclando comportamientos de fanáticos violentos pertenecientes a las diversas creencias para justificar así la supuesta peligrosidad inherente a toda religión. Desde luego, el ateísmo y la beligerancia antirreligiosa ha existido siempre, pero hoy se manifiesta quizás con más virulencia que nunca. Esto puede comprobarse en manifestaciones como las del periodista ateo, Christopher Hitchens –recientemente fallecido– quien escribió en su libro, Dios no es bueno, estas frases: “Mientras escribo estas palabras, y mientras usted las lee, las personas de fe planean cada una a su modo destruirnos a usted y a mí y destruir todas las magníficas realizaciones humanas que he mencionado y que han costado tanto esfuerzo. La religión lo emponzoña todo”1. La conclusión final a que suelen conducir todos estos argumentos es que la religión es mala, mientras que el ateísmo y el agnosticismo serían las actitudes correctas, inteligentes y moralmente responsables.
Los libros que pregonan semejantes ideas contrarias a las distintas creencias humanas y, por supuesto, a la existencia de Dios, suelen convertirse pronto en éxitos de ventas. Cuando los jóvenes acceden a las universidades, muchos de sus profesores les repiten tales argumentos y los emplean para ridiculizar a los creyentes. Incluso algunos retan públicamente a quienes manifiestan su creencia en Dios y les aseguran que al finalizar el curso, todos terminarán siendo incrédulos. Tales actitudes se están dando hoy en muchos centros docentes del mundo occidental. El resultado es que numerosos muchachos y muchachas, que supuestamente tuvieron una educación cristiana, acaban perdiendo la fe y abandonando sus respectivas iglesias.
Tal situación debe hacer reflexionar al pueblo de Dios, sobre todo a los líderes y responsables principales, a los maestros y pastores, así como a los profesores de jóvenes, para que se pregunten, ¿en qué hemos fracasado? ¿Qué fundamentos teológicos y racionales hemos inculcado a las jóvenes generaciones? ¿Por qué abandonan sus creencias cristianas? ¿Cómo es que no saben dar razón de su fe? ¿Acaso se haya insistido demasiado en los sentimientos y poco en los argumentos o la reflexión espiritual? ¿Cómo podemos revertir esta realidad?
La razón principal del presente libro que acabo de escribir, La evidencia de Dios, es precisamente esta. Responder a cuestiones fundamentales del cristianismo con la intención de proporcionar herramientas apologéticas útiles, no solo para los jóvenes sino también para todos aquellos que las requieran. Los trece capítulos de que consta la obra, como puede verse en el índice, sin pretender ser exhaustivos, abarcan los principales temas de la controversia entre la fe y la increencia. El primero define y profundiza en la disciplina apologética, constituyendo una introducción a la misma. El siguiente supone una breve revisión del debate entre cristianos y escépticos a lo largo de la historia.
Los diferentes argumentos a favor de la existencia de Dios (cosmológico, del diseño y el moral) se recogen en el tercer capítulo. El tema de la teodicea, o el problema del mal en el mundo como supuestamente contrario a la existencia de Dios, se analiza en el siguiente capítulo. Las relaciones entre la ciencia y la teología (el origen del universo y la vida, así como la teoría de la evolución), se estudian en los cuatro capítulos siguientes. Las evidencias internas y externas a la Biblia que sugieren su inspiración divina se investigan en el noveno capítulo, mientras que en el décimo se analiza el concepto de milagro y las principales críticas que se le han hecho a lo largo de la historia. El tema clásico y fundamental de la resurrección de Jesús es visto en el onceavo capítulo, así como todas las teorías elaboradas por quienes no quieren reconocer su realidad histórica. En el doceavo, se comparan las principales cosmovisiones religiosas del mundo con el cristianismo, para finalizar, en el último, con la actitud que debe caracterizar al apologista cristiano, según la enseñanza del Nuevo Testamento.
Conocer bien estos temas es hoy más necesario que nunca para el creyente, ya que vivimos en un mundo poscristiano donde la llamada posverdad es como el pan nuestro de cada día. Muchas personas mantienen creencias o ideas que carecen de fundamento sólido. De ahí que, frente a tanta pluralidad ideológica y tanta creencia vana, debamos conocer bien en qué creemos los cristianos y por qué lo creemos. Este libro está pensado para ayudar a cualquier persona a defender su fe, ante cualquiera que le demande razón de la misma.
Antonio Cruz, Terrassa, 22 de mayo, 2019.
1. Hitchens, Ch. 2014, Dios no es bueno: alegato contra la religión, Debolsillo, Barcelona, p. 27.
CAPÍTULO 1
¿Qué es la apologética cristiana?
Desde luego la apologética no es el evangelio, pero puede preparar el terreno para la predicación del mismo. La apologética como defensa de la fe cristiana constituye una suerte de disciplina pre-evangelizadora capaz de alisar el camino hacia la creencia en Jesús como Hijo de Dios y Salvador del mundo. Muchos creyentes se sienten inseguros cuando están en presencia de personas escépticas. Solamente están a gusto entre cristianos que profesan su misma fe y valores. Esto se debe, en parte, a su poca preparación doctrinal o teológica. Tienen fe, pero no saben dar razones de la misma porque carecen de argumentos lógicos y de la capacidad de expresarlos claramente. Esta deficiencia es la que viene a suplir la apologética.
En las sociedades modernas abundan los mitos y las suposiciones falsas acerca de la Biblia y el cristianismo. Algunos creen que Jesús nunca existió. Otros piensan que la idea de Dios es irracional y que los milagros no pueden darse en un universo sometido a leyes inquebrantables como las de la física y la química. Los hay también que opinan que no existen evidencias en favor de la resurrección de Jesús; que la Biblia no es fiable puesto que supuestamente fue escrita cientos de años después de que muriera el Maestro; que los libros apócrifos (no incluidos en el canon bíblico) tienen la misma relevancia que los demás; que todas las religiones, en el fondo, vienen a decir lo mismo; que el cristianismo no es racional y, en fin, que si Dios existiera no habría maldad en el mundo. Pues bien, la apologética ofrece respuestas coherentes a todas estas creencias erróneas.
La palabra griega apología, de donde proviene apologética, aparece unas 17 veces en el Nuevo Testamento, tanto en forma de sustantivo como de verbo, y siempre suele traducirse como defensa de la fe cristiana. Aunque en la Biblia no hay una teoría concreta sobre la apología, esta idea de defender razonadamente la fe resulta evidente en pasajes como Fil. 1:7,16 y 1P. 3:15. Ya en el siglo II, a los seguidores de Cristo que argumentaban a favor de su fe se les empezó a llamar apologistas, debido sobre todo a los títulos que ponían a sus escritos2. Sin embargo, no fue hasta finales del siglo XVIII que la apologética empezó a considerarse como una disciplina teológica diferenciada. En la actualidad, los apologistas cristianos tratan temas muy diversos relacionados con el cristianismo, no solo de carácter teológico o religioso sino también culturales, filosóficos, éticos, históricos y científicos.
Es evidente que la fe cristiana, como todo aquello que pertenece al ámbito del espíritu, no puede ser probada mediante la razón positiva o la ciencia experimental. Sin embargo, esto no significa que tales realidades trascendentes sean contrarias a la razón humana. El cristianismo puede ser comparado con las demás religiones y sometido a un escrutinio racional o intelectual. Profesar la fe cristiana no es algo que dependa inevitablemente del lugar de nacimiento, la educación recibida, la tradición cultural o los sentimientos de cada cual. Ciertamente, buena parte de la religiosidad popular, con todo su folklore y manifestaciones culturales, puede depender de tales cosas. Sin embargo, el cristianismo de Cristo es algo diferente porque interpela a cada persona y la invita a tomar una decisión reflexiva individual. No importa la procedencia geográfica, étnica, cultural, sentimental, etc., la decisión de hacerse o no cristiano depende, por supuesto, de lo emotivo, pero sobre todo de la capacidad racional de cada ser humano. La fe que caracteriza la verdadera profesión cristiana es siempre el producto de la investigación personal, así como de la voluntad de creer y de la razón. Únicamente se llega a confiar en algo cuando existen auténticas razones para hacerlo.
De manera que la apologética cristiana ofrece evidencias y argumentos a favor del cristianismo y, a la vez, procura responder a todas aquellas objeciones contra la fe, formuladas desde la increencia, poniendo de manifiesto la falacia racional que subyace detrás de muchas ideas ateas.
Algunos teólogos protestantes, como el suizo Karl Barth (1886-1968) entre otros, manifestaron cierta hostilidad hacia la apologética, asegurando que esta no sería el negocio propio del teólogo. Él creía que intentar hacer atractivo el mensaje cristiano al mundo resulta peligroso porque el apologeta lleva siempre las de perder3. El creyente que sale buscando al enemigo no creyente pero “portando una bandera blanca” e intentando mediar con justicia entre la creencia y la incredulidad, desde una posición éticamente más elevada, está condenado al fracaso y, por tanto, a que el cristianismo salga perjudicado. ¿Cómo llegó a esta conclusión? Quizás porque se centró sobre todo en los sentimientos y reacciones típicamente humanas que despierta toda defensa ideológica.
Es verdad que, en ocasiones, al ser cuestionados sobre asuntos teológicos, los creyentes suelen percibir al interlocutor como una amenaza para la seguridad de las propias creencias. Casi de forma refleja, se tiende a contraatacar no solo las ideas sino también a la persona que las defiende. Y esta actitud, que evidentemente no es cristiana, puede llegar a parecerse mucho a la conocida lógica bélica de suponer que la mejor defensa es un buen ataque. Así nacieron todas las guerras de religión y las inquisiciones de quienes pretendían erradicar las herejías, o los errores doctrinales, quemando a los disidentes religiosos en el supuesto fuego justiciero de tantas hogueras, a lo largo de la historia. Ahora bien, ¿debe la defensa de la fe provocar persecución, ataques, descalificación personal de los oponentes o auténticas peleas dialécticas? ¿Era esta la voluntad del Señor Jesucristo? ¿Acaso no habló, más bien, de la necesidad cristiana de “poner la otra mejilla”?
Karl Barth argumentaba que la mejor apologética cristiana es simplemente una declaración transparente de la fe porque cuando se comparte clara y eficazmente la pureza del Evangelio, ocurren cosas en los corazones de las personas. Al manifestarse verdaderamente el Espíritu de Dios, las personas se dan cuenta de ello y reaccionan al respecto. La defensa de la esperanza cristiana no debe amedrentarnos, ni provocarnos temor, ni turbar nuestro ánimo, porque es una empresa del Señor. Esto significa que debemos llevarla a cabo santificando a Dios en nuestros corazones. Y santificar a Dios pasa también por respetar al ser humano.
Otros teólogos protestantes de la misma época, como Emil Brunner (1889-1966), no opinaban lo mismo que Barth con respeto a la relevancia de la apologética. Según Brunner, la tarea principal de dicha disciplina no era racionalizar la fe sino poner de manifiesto la falsedad de la comprensión que la razón tiene de sí misma. Así pues, la apologética sería siempre necesaria ya que defiende la fe cristiana de las interpretaciones erróneas que genera el uso pecaminoso de la razón humana4.
El Señor Jesús dijo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen (Mt. 5:44). La apologética que no se hace con mansedumbre, con reverencia y respeto hacia nuestro interlocutor, no es apologética cristiana. Como escribió el apóstol Pedro (1 P. 3:14-15): Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros. Es evidente que la razón no podrá jamás sustituir a la fe. El misterio de lo milagroso siempre seguirá siendo un misterio para la razón humana. No obstante, la fe cristiana se fundamenta en evidencias lógicas y asequibles a la mente del hombre. La apologética se ocupa precisamente de estas últimas.
Los grandes apologistas del Nuevo Testamento
No cabe la menor duda de que el mejor apologista del N.T. fue el Señor Jesucristo, quien supo defender su identidad y responder con sabiduría a las insinuaciones negativas de sus opositores hebreos. El evangelista Juan recoge algunas de estas conversaciones apologéticas. Por ejemplo, a los judíos que procuraban matarle, Jesús les dijo:
Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios.Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis (Jn. 8: 41-45).
Jesús defiende aquí su identidad como Hijo de Dios ante las insinuaciones malévolas de los judíos que creían que su nacimiento había sido ilegítimo. Su argumento apela a la conciencia humana: “¡Las acusaciones que lanzáis contra mí carecen de base, y vosotros lo sabéis; si no sois capaces de reconocer mis palabras es porque sois extraños a Dios!”.
Más tarde, cuando el sumo sacerdote judío Anás le interroga, Jesús responde:
¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote (Jn. 18:21-24).
Jesús presentó defensa ante sus opositores con una extraordinaria mansedumbre.
El apóstol Pablo, después del Señor Jesús, es el apologista cristiano por excelencia. A los cristianos de Corinto, les describe su ministerio con estas palabras:
Pues, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (2 Co. 10: 3-5).
Pablo practicó una apologética externa con los escépticos de la fe cristiana y otra apologética interna contra las falsas doctrinas generadas en el seno de la Iglesia. A los filósofos griegos epicúreos, que no creían en Dios y pensaban que el mundo se había formado por una agrupación casual de átomos, les habló de la milagrosa resurrección de Jesucristo.
El evangelista Lucas escribe en el libro de los Hechos de los Apóstoles:
Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él (Pablo); y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección (Hch. 17:18).
Los filósofos estoicos estaban también presentes en el discurso apologético que Pablo dio en la colina de Marte (Areópago) (Hch. 17:16-34). Estos creían que Dios era la “Razón universal” y les daban una interpretación simbólica a las mitologías tradicionales. Por eso Pablo usó algunas de sus creencias y su simbología, como el altar “AL DIOS NO CONOCIDO”, para ofrecerles un contenido cristiano. El apóstol de los gentiles se enfrentó también a los errores doctrinales de los cristianos judaizantes, así como a los de los cristianos helenistas. Más adelante veremos cómo denunció asimismo el gnosticismo.
El apóstol Pedro, aunque no tuvo acceso a una educación tan selecta como Pablo, fue también un buen apologista. Él escribió precisamente estas palabras que ya han sido citadas: santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros (1 P. 3:15). Los cristianos tenemos que saber lo que creemos y por qué lo creemos. Debemos defender nuestra fe con cortesía y no por medio de ninguna beligerancia arrogante.
El apóstol Judas practicó también la apologética. En su epístola dice:
Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos (Jud. 1:3).
¿Ante quién había que contender ardientemente por la fe? El v. 4 nos lo aclara:
Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo (Jud. 1:4).
Se refiere a ciertos miembros de la iglesia que apelaban a la gracia infinita de Dios para continuar pecando y llevando vidas licenciosas o de relajación moral, creyendo así que seguían siendo salvos. Sin embargo, Judas les dice que, aunque los cristianos no están bajo la Ley dada a Moisés, sí son llamados a cumplir la ley del amor. Tal como también Pablo escribió:
Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor (Ro. 13:9-10).
Esta manera libertina y equivocada de pensar de algunos miembros de la iglesia primitiva (conocida como antinomismo) generalmente se asocia al gnosticismo y, en la actualidad, sigue presente todavía en movimientos como la Nueva Era.
Otro gran apologista del Nuevo Testamento fue el judío Apolos:
Llegó entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan (Hch. 18:24-25).
En el versículo 28 puede leerse:
Porque con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo.
Sin duda, Apolos era un judío helenista, es decir, un hombre abierto a las corrientes culturales del mundo grecorromano y que, precisamente por eso, tenía interés en ir a Grecia a extender el conocimiento del Evangelio.
Errores doctrinales de los dos primeros siglos
1. Fanatismo judaizante
El problema surgió cuando ciertos judíos cristianos o mesiánicos, llegaron a las iglesias de Asia menor:
Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés no podéis ser salvos. Pablo y Bernabé tuvieron una discusión y contienda no pequeña con ellos. Por eso se dispuso que Pablo, Bernabé y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión. (Hch. 15:1-2).
¿Bastaba la sola fe y la identificación con la obra del Mesías en la cruz para ser salvo y entrar a formar parte del Israel de Dios o, por el contrario, había que adherirse a los ritos de la Ley mosaica y ser circuncidado para ser salvo y discípulo de Cristo? Para responder a estas cuestiones de apologética interna, la iglesia, celebró un concilio en Jerusalén y se llegó a la conclusión de que no era necesaria la circuncisión para los cristianos.
2. Sacralización de reyes y emperadores
Los cristianos primitivos sufrieron persecución por negarse a dar culto al emperador romano y a las imágenes de los dioses. Plinio el Joven, que fue gobernador de Bitinia, en una carta dirigida a Trajano, emperador de Roma, le comentó:
He seguido el siguiente procedimiento con los que eran traídos ante mí como cristianos. Les pregunté si eran cristianos. A los que decían que sí, les pregunté una segunda y una tercera vez amenazándoles con el suplicio; los que insistían ordené que fuesen ejecutados.5
Pero Plinio también escribió:
Decidí que [otros] fuesen puestos en libertad. ¿Por qué? Porque renegaron de su fe maldiciendo a Cristo y adorando la estatua del césar y las imágenes de los dioses que el gobernador había llevado al tribunal.6
Para los romanos, era inconcebible que una religión exigiera devoción exclusiva a un solo dios. Si los dioses romanos no lo pedían, ¿por qué había de hacerlo el Dios de los cristianos? Además, el culto a las divinidades imperiales se consideraba como un simple reconocimiento del orden político. Por consiguiente, se tomaba como traición la negativa a realizar dichas ceremonias. Pero, como bien pudo comprobar Plinio, no había manera de obligar a la mayoría de los cristianos a efectuarlas. Ellos las veían como una infidelidad a Dios y al Señor Jesucristo, por lo que muchos preferían morir antes que idolatrar al emperador. Las palabras de Jesús seguían resonando con fuerza en sus oídos: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás (Mt. 4:10).
3. Religiones paganas
Las deidades veneradas en el Imperio romano eran tan diversas como los idiomas y culturas que este abarcaba. El paganismo dominaba en todo el Imperio y adoptaba múltiples formas en cada localidad. La mitología griega era también ampliamente aceptada, lo mismo que la adivinación. Y de Oriente habían llegado las llamadas religiones mistéricas, o de los misterios, las cuales prometían inmortalidad, revelaciones personales y unión con las divinidades mediante ritos místicos.
El libro de Hechos ofrece claras indicaciones del ambiente pagano que rodeaba a los cristianos. Por ejemplo, en Chipre, el procónsul romano tenía por asesor a Barjesús, un mago y falso profeta judío (Hch. 13:6-7). En Listra, la gente confundió a Pablo y Bernabé con los dioses Mercurio y Júpiter (Hch. 14:11-13). En Filipos, Pablo se topó con una esclava que practicaba la adivinación, proporcionando gran ganancia a sus amos (Hch. 16:16-18). En Éfeso, vio lo arraigado que estaba el culto a la diosa Diana (Hch. 19:1, 23, 24, 34). Y en la isla de Malta, Pablo fue aclamado como un dios porque no se enfermó al ser mordido por una víbora (Hch. 28:3-6). En un ambiente así, los cristianos necesitaban defender su fe continuamente para no contaminarse, ni caer en errores religiosos.
4. Herejías surgidas en el seno de las congregaciones
a. Simón el Mago (Siglo I) (Hch. 8:9-24):
Este personaje llegó a creer que el don del Espíritu Santo se podía comprar con dinero. La palabra “simonía” indica el tráfico en cosas santas por intereses lucrativos. Algo que proliferó, por desgracia, a lo largo de la historia, hasta que el propio Lutero tuvo que enfrentarse al mercado de las indulgencias que practicaba la Iglesia Católica. El fraile alemán se opuso a la idea de que los pecados podían ser perdonados a cambio de dinero y esto, entre otras cosas, le acarreó la ira de Roma.
b. Los nicolaítas (Siglo I) (Ap. 2:6, 20):
Constituyeron un movimiento herético de la provincia romana de Asia menor que solo se menciona una vez en Ap. 2:6 y 15. A la iglesia de Éfeso se le dice:
Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco.
Probablemente los nicolaítas contemporizaban con la idolatría propia del ambiente grecorromano en el que vivían. Es decir, rendían culto al emperador. Es muy posible que el destierro del apóstol Juan a la isla de Patmos ocurriera precisamente por negarse a adorar al emperador. Y que escribiera el Apocalipsis para denunciar a los nicolaítas y advertir a todos los creyentes contra la adoración del emperador romano.
c. Los encratitas (Siglo II) (1 Ti. 4:1-3):
El encratismo condenaba la materia y tendía a imponer a todos los cristianos, como condición para salvarse, la abstinencia del matrimonio, así como de comer carne y beber vino. Era, por tanto, un grupo ascético.
Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios… prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad. (1 Ti. 4:1-3).
d. El gnosticismo:
Este término “gnosticismo” es relativamente nuevo. Apareció en el vocabulario religioso europeo a partir del siglo XVII para referirse a “una helenización aguda del cristianismo”. Se trata de una corriente esotérica cristiana que se puede detectar desde mediados del siglo primero y que se mantuvo vigente durante cinco siglos, propagándose por Palestina, Siria, Asia Menor, Arabia, Egipto, Italia y la Galia. El gnosticismo creía en un dualismo cósmico radical: el Dios supremo moraba en el mundo espiritual, mientras que el mundo material había sido creado por un ser inferior, el Demiurgo. Dios, que era espíritu bueno, no tenía trato con el mundo de la materia que era malo. No obstante, el Demiurgo se encargaba, junto a sus ayudantes los arjones, de tener a los hombres aprisionados en su existencia material y de impedir que sus almas, después de la muerte, alcanzasen el mundo espiritual.
La palabra “gnosis” significa “conocimiento”. Los gnósticos creían que el verdadero conocimiento espiritual solo lo poseían algunos iniciados, pero podían transmitirlo a otros a través de ritos, relatos y determinadas doctrinas esotéricas. Solo quienes poseían esa chispa divina, el pneuma, podían esperar escapar de su existencia corpórea si, además recibían la iluminación y el conocimiento de la gnosis. Creían que el Señor Jesucristo se había escapado del mundo espiritual de forma encubierta para acercar la iluminación a los mortales. Pero los iniciados no se salvarían por la fe en el perdón gracias al sacrificio de Cristo, sino que se lo harían mediante la gnosis, que es un conocimiento superior a la fe. Ni la sola fe ni la muerte de Cristo bastan para salvarse. Era el propio ser humano, como entidad autónoma, quien podía salvarse a sí mismo mediante el conocimiento místico exclusivo recibido desde arriba. El gnosticismo mezclaba sincréticamente creencias orientalistas, ideas de la filosofía griega, principalmente platónica, con determinadas doctrinas cristianas.
Es lógico que los escritores del N.T., los defensores de la sana doctrina cristiana, se opusieran a la herejía gnóstica. Hay muchos textos en el NT que se refieren a ella, sobre todo en las epístolas del apóstol Pablo a Timoteo, quizás los versículos más claros sean los siguientes (1 Ti. 6:20-21):
Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia (gnosis), la cual profesando algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo. Amén.
Aparte de practicar una charlatanería vacía, Pablo dice de los gnósticos que son “malos hombres” y que se conducen como “engañadores (…) engañando y siendo engañados” (2 Tim. 3:13); que “se apartan de la verdad y se vuelve a las fábulas” (2 Ti. 4:4). Las epístolas de Judas y 2ª de Pedro recalcan también el desenfreno sexual que les caracterizaba, ya que no le daban importancia a todo aquello que se hiciera con el cuerpo.
La apologética que practicaba el apóstol Pablo
La palabra “apologética” deriva del vocablo griego “apología”, que significa “en defensa de”. El término era legal y se usaba para definir los argumentos que presentaba la parte acusada en su defensa ante un tribunal jurídico. Tal como se indicó, dentro del contexto cristiano significa “defensa de la fe cristiana”. La palabra “apología” es usada en la Biblia en varios pasajes, tales como Hechos 22:1, 25:16; 1 Corintios 9:3; 2 Corintios 7:11; Filipenses 1: 7,16; 2 Timoteo 4:16; 1 Pedro 3:15. Ahora bien, ¿cuál es el papel de la apologética dentro de la Iglesia cristiana? ¿Debe prepararse cada cristiano para presentar defensa de la fe que profesa?
Algunos sostienen que la Iglesia solo debe predicar el Evangelio de Jesucristo. No hay duda de que la misión de la Iglesia es predicar el Evangelio, como tampoco debe de haber duda en cuanto a que la misión solo puede llevarse a cabo con cristianos preparados. El Maestro envió a los suyos a hacer discípulos en todas las naciones, pero antes pasó tres años con ellos enseñándoles. Durante el transcurso de la misión evangelizadora, los cristianos encontrarán muchas personas que presentarán objeciones contra el mensaje de Cristo. Muchas de estas criaturas son sinceras en sus planteamientos, pero quizás nadie se ha tomado el tiempo suficiente para contestar sus preguntas o dudas de manera adecuada. Es posible que, precisamente por ello, aun no hayan tomado una decisión personal por Jesucristo.
En el libro de Hechos (17:2-4) se relata cómo Pablo discutió, en la sinagoga de Tesalónica, con sus compatriotas escépticos a la fe cristiana durante tres sábados consecutivos y cómo les exponía las Escrituras y razonaba a partir de ellas. A raíz de esto, muchos se convirtieron. También, en su epístola a los Colosenses (4:5-6) escribe: Andad sabiamente para con los demás, redimiendo el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis como debéis responder a cada uno. Tanto Pablo como Pedro, argumentaban desde el Antiguo Testamento (de la misma forma que lo hacía Jesús) para presentar una defensa razonada de que el rabino galileo era en realidad el Mesías. Esto era hacer apologética.
Numerosos padres de la Iglesia, además de otros grandes cristianos a través de la historia se destacaron como notables apologistas, entre ellos: Justino Mártir, Ireneo, Clemente, Tertuliano, Orígenes, Agustín, Tomás Aquino, etc. Y, entre los reformadores, Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio, John Knox, Felipe Melanchthon y otros muchos hasta la época moderna. La Palabra de Dios no solo insta a predicar el Evangelio sino también a presentar defensa. Pero evangelizar sin tener respuestas a las objeciones cada vez más sutiles y antagónicas de un mundo en rebelión, es como ir a la batalla totalmente desarmado.
De la misma manera, la apologética es necesaria para contrarrestar la infiltración de doctrinas falsas dentro del cuerpo de Cristo y así conservar la pureza del Evangelio. Esto se observa en el capítulo 15 del libro de Hechos, donde se da una intensa polémica en el Concilio de Jerusalén. También en Gálatas capítulo 2, vemos a Pablo enfrentarse a Pedro vigorosamente. Judas, escribiendo acerca de los falsos maestros, nos insta en el versículo 3 a contender ardientemente por la fe. Todo esto indica que la apologética no es solamente una opción, un pasatiempo o algo que satisface la naturaleza combativa de algunos individuos, sino un elemento fundamental de la Palabra de Dios y un mandamiento para todo cristiano. No es un sustituto de la fe ni tampoco toma el lugar del Evangelio, sino que es el compañero idóneo que debe ir de la mano de todo esfuerzo evangelístico.
Por supuesto, la labor apologética no reemplaza al Espíritu Santo sino que es más bien un instrumento en sus manos. Y, por tanto, el método cristiano de expandir la Palabra de Dios debe ser este: estar firmes en la verdad y anunciarla de la manera más inteligente, persuasiva y clara que sea posible y, al mismo tiempo, hacerlo con mansedumbre y reverencia, confiados en que toda victoria será siempre del Señor. Tal como dice el libro de Proverbios: El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria (Pr. 21:31).
Pablo, el gran apóstol de los gentiles, practicó durante su ministerio dos clases de apologética. Una que se podría llamar “apologética interna”, dirigida a sus adversarios creyentes dentro de la propia Iglesia y otra “apologética externa” que iba destinada a los paganos y otros grupos que no pertenecían al cristianismo. En este texto de su segunda epístola a los corintios (10:5) se refiere a la primera.
Ejemplo de apologética interna (2 Co. 10:5)
Algunos creyentes corintios habían acusado a Pablo de ser bastante atrevido cuando no estaba delante de ellos y de callarse o acobardarse cuando estaba ante su presencia. Murmuraban que, desde lejos, escribía cosas que no se atrevía a decirles en la cara. El apóstol les responde que ruega a Dios que no se le ponga en situación de tratarlos personalmente, como él sabe que es muy capaz de hacer, y que nunca suele escribir nada por carta que no pueda mantener también en persona.
Pablo presenta la labor misionera de los apóstoles como si fuera una campaña militar de conquista y considera que la predicación del Evangelio es como un combate. A Timoteo le manda que milite la buena milicia (1 Ti. 1:18). Es cierto que en el mundo existen poderosas obras de fortificación que intentan oponer resistencia al avance del reino de Dios, pero serán demolidas finalmente por unas armas espirituales superiores, cuya fuerza devastadora deriva únicamente del Señor de los señores. Los fortines que se alzan para estorbar el avance victorioso de los combatientes de Dios, están cimentados en sofismas, en verdades aparentes o medias verdades, que tienen vigencia en este mundo y que los enemigos del apóstol manejan como armas arrojadizas, pero, en realidad, no son otra cosa que un rechazo del conocimiento de Dios y de la verdad clara del Evangelio.
Todos esos estorbos serán derribados, dice Pablo. Cualquier pensamiento o ideología que, alimentándose de unos supuestos erróneos meramente terrenos, solo alcance a entender la sabiduría de este mundo, revelará su impotencia y finalmente deberá someterse a Cristo. El apóstol considera que las inteligencias humanas quedan esclavizadas cuando se niegan a aceptar la luz natural que Dios les ha dado. ¿Sigue ocurriendo esto mismo hoy? ¿Se están introduciendo argumentos y sofismas humanos, es decir, “sabiduría de este mundo”, en la Iglesia de Jesucristo? ¿Acaso la idolatría del bienestar que caracteriza nuestras sociedades actuales está forjando creyentes de fe cómoda, blanda, “light”, hecha a la medida de cada uno? ¿Se ha elaborado una imagen de Dios deformada? ¿Un Dios poco exigente, creado a imagen del hombre de hoy, que nunca pide y siempre está dispuesto a conceder favores? El auge del sentimiento frente al declive de la razón que se experimenta en la actualidad, ¿ha calado también en las congregaciones cristianas?
Si hace cuatro o cinco décadas, la fe tuvo que revestirse con la armadura del conocimiento apologético para defender las verdades cristianas ante los racionalismos naturalistas, ¿se está asistiendo en la actualidad a cierto auge de la emocionalidad y la fe anti-intelectualista? ¿No estaremos los cristianos del siglo XXI cayendo también en los mismos errores de aquellos creyentes corintios que criticaban al apóstol Pablo? ¿Desconfiamos de nuestros pastores? Hoy, muchos cristianos parecen confiar más en psicólogos, pedagogos y médicos que en los consejos bíblicos de sus pastores o líderes religiosos. ¿Es nuestra fe así, recelosa, escéptica y desconfiada hacia quienes nos ministran en el nombre del Señor? No es que en algunos casos no puedan existir motivos reales para tal desconfianza. Pero lo cierto es que, después de dos milenios, la apologética interna continúa siendo tan necesaria como en la antigüedad.
Ejemplo de apologética externa (Ro. 1:18-27)
Pablo describe la reacción de Dios ante el pecado, sirviéndose de una imagen antropomórfica del Antiguo Testamento (la ira de Dios). No se trata de un odio maligno ni de un capricho por celos, sino de la reacción decidida del Dios vivo ante el quebrantamiento de las relaciones de la alianza con Israel (Ez 5:13; Os. 5:10; Is. 9:8-12) o ante la opresión de su pueblo por las naciones rivales (Is. 10:5-ss.; Jer 50:11-17; Ez 36:5-6). Pablo quiere decir que, en ese día, en el día de Yahvé, ni los paganos sin Dios, ni los israelitas impíos escaparán de la ira divina. Dios ha hecho el mundo de tal manera que, si quebrantamos sus leyes, sufrimos las consecuencias. Ahora bien, si estuviéramos solamente a merced de este inexorable orden moral, no podríamos esperar más que muerte y destrucción. En esta realidad, el alma que peca tiene que morir.
No obstante, ante este dilema de la humanidad, llega el amor de Dios, y en un acto de misericordia infinita rescata al ser humano de las consecuencias de su pecado y le salva, tratándolo como a hijo heredero, no como a esclavo. Pablo insiste en que el hombre no puede alegar ignorancia de Dios. Puede entrever cómo es el Creador por medio de su obra. Se puede conocer bastante a una persona por lo que ha hecho en la vida, e igualmente a Dios por su creación. Tertuliano, el gran teólogo de la Iglesia primitiva, escribió:
No fue la pluma de Moisés la que inició el conocimiento del Creador… La inmensa mayoría de la humanidad, aunque no haya conocido nada de Moisés… conocen al Dios de Moisés. La naturaleza es el maestro, y el alma, el discípulo. Una florecilla junto a la valla, y no digo del jardín; una ostra del mar, y no digo una perla; una pluma de algún ave, que no tiene que ser la del pavo real, ¿os dirán acaso que el Creador es mezquino? Si te ofrezco una rosa, no te burlarás de su Creador.7
Pues bien, el argumento de Pablo sigue siendo totalmente válido hoy, a pesar del evolucionismo materialista. El ser humano que contempla el mundo creado y reflexiona sobre él, puede percibir el diseño que hay detrás y, por tanto, la omnipotencia y la divinidad de su Hacedor. Pero en ese mundo caído, el sufrimiento es una consecuencia inevitable del pecado. Si se quebrantan las leyes de la agricultura, no habrá buenas cosechas; si no se respetan las normas de la arquitectura, las casas se caerán; si se alteran las reglas de la salud, aparecerán las enfermedades. Lo que Pablo estaba diciendo es: ¡Mirad el mundo y veréis cómo está construido! ¡Haciendo esto podréis aprender mucho acerca de cómo es Dios! De manera que el ser humano no tiene disculpas para no creer. Su escepticismo es consecuencia directa de su negación voluntaria y obstinada a la fe.
¿Existe algún parecido entre el mundo pagano que describe Pablo y el de la sociedad occidental contemporánea? ¿Se niega hoy también la realidad de Dios? ¿Se rechaza su diseño sabio de la naturaleza? ¿Existe idolatría? ¿Hay depravación moral? ¿Cuáles son en la actualidad las fortalezas o fortificaciones que se levantan contra el conocimiento de Dios? Cualquier cosa que se oponga a Dios y a sus propósitos es una fortaleza enemiga que se debe enfrentar mediante argumentos apologéticos sólidos. De manera que la apologética, tanto la interna como la externa, siguen siendo hoy tan necesarias como siempre lo fueron.
Por esto, la cristiandad debe ser consciente de la tremenda responsabilidad que tiene de defender la “verdadera fe salvadora” y también, de cuidar y mantener su necesaria separación de las falsas ideologías y comportamientos del mundo. Tal como dice Pablo a Tito (2:11-15):
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres. Enseñándoos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa, y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada, y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla y exhorta, y reprende con toda autoridad. Nadie te desprecie.
Cómo defendió el apóstol Pedro su esperanza cristiana
El apóstol Pedro escribió su famoso consejo apologético (1 P. 3:14-15) pensando sobre todo en los cristianos de origen pagano que habitaban la zona norte y este de Asia Menor (Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia) (1 P. 1:1). Toda esta primera carta es una exhortación, escrita por Pedro en Roma antes de morir durante la persecución de Nerón, y enviada a los creyentes de Asia Menor para consolarlos y fortalecerlos ante la persecución. Los ataques injustos y el sufrimiento que estos les generaban partían de sus vecinos paganos, que los despreciaban y maltrataban por causa del nombre de Cristo. A pesar de lo cual, Pedro les dice: Si sois vituperados (es decir, difamados, afrentados, ofendidos, menospreciados, etc.) por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros (1 P. 4:14). O sea que les escribe para animarlos a que se mantengan fieles a su vocación cristiana, considerando que forman linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (1 P. 2:9). De manera que el respeto a Cristo debe vencer todos los demás temores que pudieran invadir el corazón cristiano.
Han transcurrido dos mil años desde que el apóstol escribiera estas palabras y todavía siguen siendo pertinentes para nosotros hoy. Los paganos continúan estando a nuestro alrededor y se siguen burlando de Cristo y del Evangelio. Solo hay que leer obras como las del biólogo ateo Richard Dawkins y sus correligionarios o ver películas como El Código Da Vinci y otras tantas similares. Este famoso científico inglés ha publicado numerosos libros y ensayos cuyos títulos, en algunos casos, son suficientemente clarificadores sobre su pensamiento. Obras como La improbabilidad de Dios, El espejismo de Dios, Por qué es prácticamente seguro que Dios no existe, Conozcan a mi primo el chimpancé, etc. Mientras que la famosa novela de Dan Brown llevada al cine, El Código Da Vinci, se hizo popular sobre todo por sus afirmaciones indemostrables acerca de que Jesús mantuvo relaciones maritales con María Magdalena, de la que supuestamente les habría nacido una hija.
Quizás en la mayoría de los países del mundo occidental ya no haya persecuciones contra los cristianos como las de antaño, pero desde luego todavía existen lugares en este mundo donde se ataca ardientemente la fe cristiana. Además, el secularismo avanza en Occidente y cada vez se hace más necesario presentar razones de la esperanza que hay en nosotros. Pedro nos da una serie de pautas a seguir en la defensa del Evangelio de Jesucristo.
1. Lo primero es santificar a Dios el Señor en nuestros corazones (1 P. 3:15).
Jesucristo se debe sentar en el trono de la vida de cada cristiano y cada uno de nuestros pensamientos debe estar sujeto a su autoridad. Él debe reinar en nuestros corazones como Rey de reyes y Señor de señores. Tal como se puede leer en Mateo: Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro (Mt. 6:24). Según el apóstol Pedro, antes de dedicarnos a defender el Evangelio, debemos defender nuestra fidelidad al Evangelio.
El apologista cristiano debe ante todo estar seguro de que toma su cruz cada día para seguir al Maestro. Pablo aconseja también: Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados (es decir, que fracaséis en la prueba, que suspendáis)? (2 Co. 13:5). Cuando el Señor asume el lugar legítimo que le corresponde en el corazón del creyente; cuando es más respetado y honrado que cualquier otra cosa; entonces y solo entonces, se está preparado para defender su causa. El único argumento realmente convincente es el de nuestra propia vida cristiana. Por lo tanto, debemos oponer a las críticas una vida que no esté expuesta a ellas, pues solamente esta conducta es capaz de hacer enmudecer la calumnia y desarmar las críticas. El ejemplo de nuestra vida debe hacer más fácil a los demás creer en Dios.
2. En segundo lugar, debemos estar siempre preparados para presentar defensa.
El cristiano debe estar dispuesto a defender en todo tiempo y ante cualquiera sus convicciones espirituales. Fundamentalmente, su esperanza en el milagro de la resurrección de Jesucristo (1 P. 1:3). Esto debe hacerse de manera consciente, justa, equilibrada, con respeto y temor de Dios porque, en definitiva, es él quien ha de juzgar a los incrédulos y no nosotros. Una defensa tal debe conducir, en último término, a que los que no creen vean lo equivocados que están en su manera de juzgar al cristianismo. Como escribe Pedro en su primera epístola (2:12): para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.
Es necesario entender que para que se nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros, esta debe ser visible. Nuestras convicciones tienen que reflejarse en nuestro estilo de vida y en nuestra actitud ante la misma. Un cristiano desmotivado, dubitativo y temeroso es como un desertor que se pasa al enemigo. Desde luego, vivir comprometido con el Evangelio exige coraje y valor. No obstante, cuando se piensa fríamente en el desenlace final de la historia humana, tal como la concibe la Escritura, resulta oportuno preguntarse, ¿qué representan frente a Dios todos aquellos que le niegan? ¿Qué pueden suponer sus críticas y desprecios, ante las promesas eternas? Esto es precisamente lo que se planteaba el salmista: En Dios he confiado; no temeré; ¿qué puede hacerme el hombre? (Sal. 56:4).
3. ¿Qué significa presentar defensa?
Defender la Palabra implica conocerla bien, haberla escudriñado convenientemente y saberla emplear en el debate apologético. Como escribe Pablo: Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. (2 Ti. 2:15). Si alguien cree que puede defender el cristianismo sin haber estudiado diligentemente sus principios fundamentales, está muy equivocado. Por supuesto que la inspiración del Espíritu Santo será siempre necesaria, pero esta actuará con mayor efectividad en aquellas mentes convenientemente cultivadas en “la palabra de verdad”.
Al defender de manera razonable e inteligente todo lo que es verdadero, justo y bueno, se desvanece aquello que es erróneo, injusto y malo. Y para hacerlo bien hay que saber lo que se cree, así como ser capaces de exponerlo inteligente e inteligiblemente. La fe cristiana debe ser un descubrimiento de primera mano. Es necesario ejercitarse en realizar la labor mental y espiritual de pensar a fondo los postulados cristianos para poder decir lo que creemos y por qué lo creemos.
4. La defensa hay que hacerla con mansedumbre y reverencia.
Actualmente abundan en el mundo personas que exponen sus ideas con una especie de beligerancia arrogante y agresiva. Hablan o escriben de tal forma que dan a entender que aquellos que no comparten sus ideas son, o bien ignorantes, o bien malvados. Tratan de imponer siempre su pensamiento a los demás y no les interesan las respuestas o réplicas que puedan hacerles porque, en el fondo, no están dispuestos a cambiar su punto de vista o a matizar sus conclusiones. Su discurso jamás es un diálogo sino más bien, un monólogo soberbio y proselitista.
Por el contrario, la apologética cristiana debe realizarse de otra manera muy distinta. La Escritura insta a hacerla con amor, con simpatía y con esa sabia tolerancia que reconoce que nadie posee la verdad absoluta. Cualquier argumento presentado por un cristiano debe estar hecho de manera que complazca a Dios. No hay debates que puedan llegar a ser tan agresivos como los debates teológicos o religiosos. No hay diferencias que causen tanta amargura como las divergencias religiosas ya que estas tienen que ver con los sentimientos más profundos y arraigados del ser humano. El talante agresivo y las palabras airadas no son propias del creyente sincero, sino del fanático, del que recurre a los gritos cuando le faltan las razones o los buenos argumentos. De ahí que en todo debate en defensa de la fe no deba faltar nunca el acento del amor y la actitud de saber escuchar al adversario.
No obstante, el espíritu afable y manso que expresan las palabras bíblicas “mansedumbre y reverencia” nada tiene que ver con un espíritu débil. Más bien, la idea etimológica que sugieren tales términos es la de un gran caballo de batalla vestido de gala para la ocasión, con vapor saliendo de sus fosas nasales, a punto para empezar a galopar y con sus poderosos músculos en tensión, aunque con todo su poder y fuerza puestos bajo control por el freno que lleva en su hocico. Se trata de la fortaleza convenientemente controlada; una gran potencia, pero con dirección y sentido. Así sería la persona mansa y apacible cuya fortaleza y coraje resplandecen como los rayos del sol.
El apologista debe ser una persona sabia, que conoce las Escrituras, y está lista en todo momento para presentar defensa de su esperanza. Nunca se desespera ni pierde la compostura; no intimida a sus oponentes mediante su erudición o sabiduría presuntuosa (aunque esté capacitada para hacerlo). Controla su lengua y su temperamento, responde claramente sin rodeos y, aunque conoce la veracidad de sus enunciados, no muestra arrogancia o altivez de espíritu, sino que se preocupa verdaderamente por las necesidades de su oponente. Al temer a Dios y no a los hombres, muestra su poder bajo control igual que hizo el “león de Judá” cuando fue guiado como “cordero” al matadero. La mansedumbre y la reverencia, así como la moderación en la voz, son la mejor prueba de la solidez de la fe. Cuando se está seguro del triunfo final de la verdad, no conturban los ataques del adversario.
El objetivo de la defensa de la fe no es, en principio, ganar ningún debate público o privado. Está bien si esto se logra correctamente y sirve de testimonio positivo a otras personas. Pero no se trata de ganar discusiones a toda costa o simplemente por ganarlas si, a la vez, se generan más enemigos para el cristianismo. Resulta perfectamente posible salir victoriosos de un debate apologético, pero hacerlo a costa de perder a un amigo o simpatizante porque, en realidad, tal victoria se ha logrado mediante la crispación, la descalificación o la falta de respeto y amor cristiano. ¿De qué sirve ganar un debate si se pierde a la persona? Hay que proclamar la verdad, pero hacerlo siempre con amor y humildad. Conviene tener presente también que la salvación de las criaturas no la consigue el apologista, por muy brillantes que sean sus razonamientos, sino que es obra del Espíritu Santo.
La apologética no está reservada a un grupo selecto de eruditos académicos, sino que es para toda la cristiandad. Se trata de la defensa razonable del cristianismo del Nuevo Testamento en cualquier momento, en cualquier lugar, con cualquier persona, usando cualquier material apropiado para la ocasión. La inmensa mayoría de las personas escépticas o incrédulas escuchan solamente las preguntas; las ven como si fueran balas disparadas contra Dios –en alusión al título del excelente libro de John Lennox– y creen que no hay respuestas. Sin embargo, lo cierto es que existen grandes respuestas para casi todas sus preguntas porque el cristianismo es verdadero. Esto significa que la tarea del apologista consiste en encontrar la respuesta adecuada a cada pregunta. Afortunadamente, los pensadores cristianos han estado contestando esas mismas preguntas desde el tiempo de los apóstoles hasta nuestros días. De ahí que sea posible recurrir a esta sabiduría histórica acumulada para encontrar lo que se requiere en cada momento.
Las antiguas herejías, hoy
¿Sobreviven actualmente los cristianos judaizantes? Por supuesto que sí. Ahí están los distintos grupos de Judíos Mesiánicos que se autodefinen como no cristianos. Es decir, como judíos creyentes en Yeshua, pero que mantienen su judaísmo según la Torah y no se consideran pertenecientes a la iglesia cristiana universal.
Hoy los reyes, o los líderes políticos, no se consideran divinos, ni se obliga a nadie a adorarlos tal como se hacía en el pasado, pero, sin embargo, ¿cuántas veces la religión ha buscado la protección del poder político, cediendo reverentemente a sus imposiciones? ¿En cuántas ocasiones, aquella frase de Jesús: “Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, se ha incumplido por el deseo de tantas alianzas entre la política y la religión?
En mi primer libro titulado Postmodernidad (1996), analizaba las nuevas formas de religiosidad posmoderna, tales como las religiones profanas (música, deporte, culto al cuerpo, la diosa Tierra); religiones civiles (sacralización de la democracia, la religión nacionalista o el culto a la economía de mercado). En la actualidad, el paganismo no está tanto en adorar a dioses reducidos a estatuas de mármol o bronce, sino más bien en adorar al dios dinero, o al dios poder, al nacionalismo, al dios de la política, del deporte, en rendir culto al propio cuerpo humano, etc. Cualquier aspecto de la vida humana se puede convertir en una divinidad a la que se le rinde culto.
Hoy la simonía se detecta en el comercio con lo religioso. La captación televisiva de donativos que, en base al pretexto espiritual y a la buena voluntad de la gente, han contribuido a crear verdaderas fortunas e impresionantes imperios financieros. Se fomenta el egoísmo religioso y el deseo de prosperar económicamente en una suerte de toma y daca con el supuesto banco celestial de favores terrenos.
La Nueva Era es un movimiento filosófico-religioso que comenzó en Inglaterra, allá por los años 70 del pasado siglo, gracias a un grupo de personas que llegaron a la conclusión de que el cristianismo ya no era válido. Comenzaron a hacer una recopilación de ideologías orientales, uniéndolas con ideas de tolerancia universal y relativismo moral. El movimiento tomó fuerza al extenderse en los Estados Unidos en la década de los 80. Lamentablemente, algunas de sus ideas religiosas han logrado penetrar también en ciertos grupos evangélicos. Algunas de tales creencias gnósticas más aceptadas por la Nueva Era son las siguientes:
Todos los seres del universo están entrelazados espiritualmente, y la energía que los une se llama “Dios”.
Hay seres espirituales (ángeles, demonios, fantasmas, etc.) que pueden servirnos como guías.
Si aprendemos a dominar la mente humana podemos llegar a dominar toda la realidad física del mundo.
La intuición es más confiable que la razón.
No existen las coincidencias pues todo lo que ocurre tiene su sentido en el cosmos.
El ayuno permite encontrar mayores niveles de conocimiento y consciencia espiritual.
Mediante las actitudes y afirmaciones positivas podemos lograr todo lo que queramos.
El alma se expresa mediante los sueños.
Como decimos, muchas de estas creencias han sido asumidas también por ciertos líderes evangélicos que explican a la gente, con poco conocimiento bíblico, sus visiones y revelaciones, que dicen haber recibido del Señor e incluso se atreven a dar instrucciones a los demás acerca de cómo vencer al diablo y liberar a un pueblo o a una nación del poder de los demonios. Cuando se analizan algunas de tales enseñanzas, que hoy se han vuelto tan populares en nuestro mundo evangélico, descubrimos que la situación es alarmante. Lo que se enseña es precisamente lo mismo que creían los gnósticos de los primeros siglos del cristianismo:
Lo subjetivo (lo que uno siente) importa más que lo objetivo (una enseñanza bíblica).
Una experiencia personal tiene más valor o credibilidad que una verdad de la Palabra de Dios.
Lo secreto y privado importa más que lo público.
La experiencia mística importa más que el conocimiento doctrinal bíblico.
Lo espiritual importa más que lo material.
Técnicas espirituales para poder controlar los secretos del universo importan más que tener un entendimiento claro de quién es Dios y lo que él nos pide en su Palabra.
La huida del cuerpo, del tiempo y de las instituciones para penetrar en las profundidades espirituales es más importante que una vida obediente que descansa en las promesas de la Biblia.
¿No se debería hacer algo para revisar todas estas creencias y regresar a la Palabra de Dios? Nuestro deber es derribar los argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios (2 Co. 10:5). Por tanto, es menester seguir el consejo del apóstol Pablo (Col. 2:18-23):
Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza (Cristo), en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios. Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques(en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría (=gnosis) en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne.
Hoy, en pleno siglo XXI, la defensa de la fe sigue siendo tan necesaria como lo fue en el siglo primero de nuestra era. ¡Ojalá Dios nos ayude para ser conscientes de que debemos estar preparados y para que nuestra defensa sea siempre realizada con mansedumbre y reverencia!
Enemigos de la apologética cristiana
Durante la modernidad surgieron numerosas ideologías deterministas que se levantaron contra la fe cristiana. Ciertos planteamientos, deducidos apresuradamente de las ciencias experimentales, se aliaron con determinadas filosofías materialistas para crear un frente común contra la idea de un Dios sabio que diseñó libremente el mundo mediante su suprema sabiduría. ¿Qué relación puede existir entre el principio de incertidumbre, propio de la física cuántica, y la fe en el Dios Creador de la Biblia? ¿Está todo determinado de antemano o la realidad material se mueve en la más absoluta libertad? ¿Vivimos en un universo determinista o indeterminista?