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Este estudio ha sido preparado con la intención de servir de guía a profesores y alumnos de los primeros cursos de los grados de Economía y de Administración y Dirección de Empresas. El volumen presenta una visión general de la evolución económica del mundo contemporáneo al alcance de alumnos que aún no disponen de todos los instrumentos analíticos propios del economista. El conocimiento y la reflexión sobre la evolución económica en épocas pasadas los introduce en los temas y tipos de razonamiento lógico más característicos de la ciencia económica. Por otra parte, el conocimiento de la transformación a lo largo del tiempo las estructuras económicas es fundamental para comprender la economía actual. Esta segunda edición revisada y actualizada, se cierra con un epílogo dedicado a la crisis que afecta desde el 2007 a EE. UU. y Europa, y de rebote, el mundo entero.
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Seitenzahl: 877
Veröffentlichungsjahr: 2014
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INTRODUCCIÓNA LA HISTORIA ECONÓMICAMUNDIAL
Educació. Materials 102
Gaspar FeliuCarles Sudrià
INTRODUCCIÓNA LA HISTORIA ECONÓMICAMUNDIAL
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
Colección: Educació. MaterialsDirector de la colección: Guillermo Quintás Alonso
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.
© Los autores, 2013© De la traducción: Vicent Climent-Ferrando, 2013© De esta edición: Universitat de València, 2013
1.a edición: septiembre 20071.a edición, 1.a reimpresión: septiembre 20092. a edición, actualizada: octubre 2013
Coordinación editorial: Maite SimónMaquetación: Inmaculada MesaCorrección: Communico C.B.Cubierta: Celso Hernández de la Figuera
ISBN: 978-84-370-9318-5
Edición digital
PRESENTACIÓN
Capítulo 1. Las relaciones producción-población antes de la Revolución Industrial
1. Características principales de las economías preindustriales
1.1 La escasez, consecuencia del aumento de la población y de la baja productividad
1.2 La desigualdad, causada por el predominio de unos hombres sobre los otros
2. La evolución de la población en las sociedades agrarias
2.1 El modelo demográfico antiguo
2.1.1 El techo maltusiano
2.2 Las grandes etapas de la evolución de la población preindustrial europea
3. Características de la agricultura tradicional
3.1 Trabajo y producción
3.2 La organización de la producción
3.3 La distribución del producto
3.3.1 Las sociedades feudales.
3.3.2 El proceso de diferenciación del campesinado
3.4 Las formas de propiedad y tenencia de la tierra
4. El crecimiento agrario
4.1 La revolución agrícola
4.1.1 El antecedente de los Países Bajos.
4.4.2 La revolución agrícola en Gran Bretaña
Bibliografía
Capítulo 2. La economía urbana preindustrial
1. Ciudad y campo
2. El comercio a larga distancia
2.1 El dominio del comercio mediterráneo
2.2 La organización del comercio a escala mundial
2.2.1 El siglo del predominio ibérico.
2.2.2 El paso de la primacía europea a los países del noroeste
2.3 Instituciones, instrumentos y técnicas mercantiles
2.3.1 La moneda.
2.3.2 Mercados y ferias.
2.3.3 Crédito y banca.
2.3.4 Formas de asociación y seguros
3. Recuperación y crecimiento de la producción artesana
3.1 La industria textil
3.2 La extracción y transformación de los metales
3.3 Las mejoras en el aprovechamiento energético
3.4 La construcción
3.5 La organización de la producción
4. La transición del feudalismo al capitalismo
4.1 Ascenso de la burguesía y abolición del feudalismo
4.1.1 El mercantilismo
4.2 La nueva mentalidad racionalista y el liberalismo económico
5. El papel de Europa en el mundo en la etapa preindustrial
Bibliografía
Capítulo 3. La Revolución Industrial
1. ¿Qué entendemos por Revolución Industrial?
2. Los condicionantes de la Revolución Industrial
3. Innovaciones técnicas y transformaciones económicas
3.1 Los tejidos de algodón
3.2 La siderurgia
3.3 La máquina de vapor
3.4 La minería y la industria química
3.5 El sistema fabril
4. Un crecimiento moderado y desigual
5. Trabajo, capital y empresarios en la Revolución Industrial
5.1 El factor trabajo
5.2 El factor capital
5.3 El papel del empresariado
6. Las consecuencias sociales de la Revolución Industrial: el debate sobre los niveles de vida
Bibliografía
Capítulo 4. El crecimiento económico moderno
1. La aceleración del crecimiento
1.1 Planteamiento general
1.2 Los factores del crecimiento
1.3 El nuevo estado liberal: igualdad ante la ley y sistema político representativo
1.4 La pugna por la distribución de la renta
2. El ciclo demográfico moderno
2.1 La transición demográfica
2.1.1 El descenso de la mortalidad.
2.1.2 El descenso de la natalidad y la desaceleración del crecimiento de la población
2.2 Factor trabajo e industrialización
3. Las transformaciones en la agricultura
3.1 La modernización de las estructuras de propiedad agraria
3.2 Las mejoras en la producción agraria
3.2.1 Mejoras endógenas.
3.2.2 La incidencia de la Revolución Industrial en la agricultura
3.3 El aumento de la producción, los rendimientos y la productividad
Bibliografía
Capítulo 5. El proceso de industrialización
1. La difusión del proceso de industrialización: más fábricas, nuevos sectores, más países
2. El factory system
3. Las nuevas formas de organización empresarial
4. La revolución del transporte
4.1 El ferrocarril
4.2 La navegación a vapor
5. Hierro y acero
6. La energía
7. La financiación
7.1 La bolsa y la banca
8. El estado como agente económico: finanzas públicas, moneda y política comercial
9. Los círculos de difusión de la Revolución Industrial
9.1 El primer círculo: Europa noroccidental y América del Norte
9.2 El segundo círculo de difusión de la Revolución Industrial
Bibliografía
Capítulo 6. El surgimiento de la economía internacional
1. La integración de los mercados de productos y de factores de producción
1.1 El crecimiento del comercio
1.2 Características del comercio internacional
2. Evolución del comercio y políticas comerciales
2.1 Crecimiento comercial y avance del librecambismo
2.2 La depresión del último cuarto del siglo y el inicio del nacionalismo económico
3. Los movimientos internacionales de factores de producción
3.1 La gran emigración europea
3.1.1 Volumen, origen y destino de la emigración
3.1.2 Causas y consecuencias de la emigración
3.2 Los movimientos internacionales de capitales
4. Las economías sometidas
4.1 Las colonias antiguas
4.1.1 Las Nuevas Europas
4.1.2 La India, colonia paradigmática
4.2 Las economías dominadas
4.3 El reparto colonial del mundo
Bibliografía
Capítulo 7. El sistema internacional de pagos: el patrón oro
1. Moneda y medios de pago
2. Sistemas y patrones monetarios
2.1 El patrón oro
3. La construcción de un sistema internacional de pagos
3.1 La letra de cambio
3.2 Sistemas de pagos bilaterales y multilaterales
3.3 La teoría del patrón oro
Bibliografía
Capítulo 8. La economía mundial en el siglo xx: la época de la Segunda Revolución Tecnológica
1. La Segunda Revolución Tecnológica
1.1 Nuevos materiales y nuevas fuentes y formas de energía
1.2 La organización científica del trabajo y los cambios en la organización empresarial
1.3 Los cambios en la agricultura
2. La culminación de la revolución demográfica
2.1 La población en los países ricos
2.2 Los problemas demográficos de los países pobres
3. Un crecimiento económico sincopado y mal repartido
3.1 Las magnitudes del crecimiento económico
3.2 Una época conflictiva
3.3 Las coyunturas políticas y económicas
Bibliografía
Capítulo 9. La Primera Guerra Mundial y la expansión de los años veinte
1. El conflicto y sus consecuencias
1.1 Las causas y los costes humanos y sociales
1.2 El Tratado de Versalles y las reparaciones de guerra
2. La difícil reconstrucción monetaria
2.1 El espejismo del regreso al patrón oro
2.2 La hiperinflación alemana
2.3 Las opciones británica y francesa: ortodoxia o devaluación
3. El crecimiento económico de los años veinte
3.1 Difusión de las nuevas tecnologías y aumento de laproductividad
3.2 La reestructuración del comercio internacional
3.3 Caída de los precios agrarios y endeudamiento. La fragilidad del equilibrio económico internacional
4. La Revolución rusa y la formación de la URSS
4.1 Revolución y guerra civil
4.2 El nuevo régimen y el comunismo de guerra
4.3 La NEP
Bibliografía
Capítulo 10. La crisis de los años treinta (I): EE. UU
1. Las raíces de la crisis en EE. UU
1.1 Los problemas agrícolas y la distribución de la renta
1.2 La especulación bursátil y el desplome de 1929
2. Del crac de la bolsa a la depresión
2.1 Crisis financiera y contracción monetaria
2.2 Descenso de la producción y del empleo
2.3 El debate sobre la política económica
3. El New Deal
3.1 La política monetaria y financiera
3.2 Política presupuestaria y programas de empleo
3.3 La política agraria
3.4 El fracaso de la intervención en el sector industrial
3.5 Las mejoras sociales y las críticas al New Deal
Bibliografía
Capítulo 11. La crisis de los años treinta (II): Europa, América Latina y Asia
1. La difusión de la depresión fuera de Estados Unidos
1.1 La retracción del comercio internacional
1.2 El colapso del mercado internacional de capitales
2. Las distintas estrategias de los países industrializados
2.1 Francia y el bloque del oro
2.2 Gran Bretaña
2.3 Alemania: recuperación económica bajo el nazismo
2.4 Japón: expansionismo monetario y militar
3. La crisis en los países no industrializados
3.1 La situación en Latinoamérica
3.2 Los países asiáticos
4. La URSS: colectivización agraria e industrialización forzada
4.1 La colectivización agraria
4.2 La apuesta por una industrialización rápida
Bibliografía
Capítulo 12. La Segunda Guerra Mundial y la construcción de un nuevo orden internacional
1. La Segunda Guerra Mundial
1.1 El conflicto y sus causas
1.2 Una destrucción humana y material sin precedentes
1.3 División de Europa y hegemonía de EE. UU. y la URSS. La Guerra Fría
2. El nuevo orden económico internacional: Bretton Woods y el GATT
2.1 El nuevo sistema monetario y financiero: el FMI y el Banco Mundial
2.2 La reducción de las barreras comerciales y el GATT
3. La reconstrucción: Europa y Japón
3.1 El Plan Marshall y los inicios de la integración económica europea
3.2 Ocupación y reestructuración de la economía japonesa
4. El papel del estado y la nueva política keynesiana
4.1 El estado del bienestar: cobertura social y redistribución de la renta
4.2 Políticas contracíclicas y economía mixta
Bibliografía
Capítulo 13. La época dorada del capitalismo, 1950-1973
1. Un crecimiento fuerte, global y diferenciado
2. Las bases del crecimiento general
2.1 El impulso de la oferta
2.2 El tirón de la demanda
3. La reintegración de la economía internacional
3.1 La intensificación del comercio exterior
3.2 La contención de los problemas monetarios
4. Crecimiento económico bajo liderazgo estadounidense
4.1 EE. UU.: hegemonía económica en un mundo dividido
4.2 Europa occidental: convergencia e integración
4.3 El «milagro» japonés
4.4 Los países periféricos de economía mixta: desarrollo y atraso.
Bibliografía
Capítulo 14. Expansión y crisis de las economías de planificación centralizada
1. Consolidación y difusión del sistema comunista durante la expansión económica de la posguerra
1.1 La URSS, segunda potencia mundial: los réditos de la victoria militar
1.2 Los problemas de la planificación integral y las dificultades de su reforma
1.3 El crecimiento económico soviético bajo el modelo estalinista.
1.4 La expansión económica de las nuevas «democracias populares»
1.5 Socialismo y nacionalismos. El fracaso del COMECON
2. El comunismo fuera de Europa
2.1 La China de Mao: crecimiento y revoluciones
2.2 Otras experiencias comunistas
Bibliografía
Capítulo 15. Crisis del petróleo, regreso a la ortodoxia liberal y globalización
1. Agotamiento del modelo de crecimiento de la época dorada y choque petrolero
2. Los efectos de la crisis: estancamiento con inflación. Las nuevas bases de la política económica
3. Integración económica y globalización
4. La difícil búsqueda de la estabilidad monetaria internacional
5. Un crecimiento inestable y desigual
Bibliografía
Capítulo 16. Las economías avanzadas desde 1973: ajustes e inestabilidad
1. EE. UU., Europa occidental y Japón: desaceleración y cambios estructurales
1.1 EE. UU.: el país líder pierde dinamismo tecnológico
1.2 Integración europea en tiempo de crisis
1.3 El largo estancamiento de la economía japonesa
2. Del comunismo al capitalismo en la Europa oriental
2.1 Decadencia y colapso de la URSS
2.2 Continuismo, reformas y fracasos en las «democracias populares»
2.3 El difícil regreso a la economía de mercado
2.3.1 Rusia: capitalismo salvaje y nuevo viejo orden político.
2.3.2 Los países del Este: el esfuerzo por la integración en la Unión Europea
Bibliografía
Capítulo 17. Los países en desarrollo desde 1973: éxitos y fracasos
1. Un nuevo mundo: la gran expansión asiática
1.1 Los precedentes. Los Cuatro Tigres: una nueva vía de desarrollo
1.2 La verdadera revolución china: de la muerte de Mao al capitalismo comunista
1.3 Los vecinos también crecen, pero a distintos ritmos
2. El otro lado del espejo: regiones atrasadas
2.1 El Próximo Oriente: guerra y petróleo
2.2 La difícil reanudación del crecimiento en el África
2.3 Reformas liberales, crisis financieras y crecimiento desigual en América Latina
Bibliografía
Capítulo 18. Epílogo. La crisis actual: el estallido de los desequilibrios
1. Desequilibrios internacionales y crisis financiera
2. De la crisis financiera a la depresión económica
3. ¿Una crisis del capitalismo maduro?
Bibliografía
Esta Introducción a la historia económica mundial ha sido preparada con la intención de servir de guía a profesores y alumnos de los primeros cursos de los grados de Economía y de Administración y Dirección de Empresas. La intención del libro no es presentar una síntesis de lo que hoy sabemos sobre la historia económica del mundo contemporáneo –tarea, por otra parte, imposible– ni la de ofrecer la opinión de los autores sobre algunos episodios de esta historia. Más bien al contrario, de lo que se trata es de presentar una visión general de la evolución económica del mundo contemporáneo y ponerla al alcance de alumnos que están en la fase inicial de su formación y que, por lo tanto, todavía no disponen más que de forma parcial de los instrumentos analíticos propios del economista. La pretensión es hacerlo de tal manera que resulte de ayuda para la formación del alumno como profesional de la economía y de la empresa.
Esta voluntad determina la forma y la propia estructura del libro. Entendemos que la función de la historia económica en los estudios de economía y de empresa es doble. Por un lado, el conocimiento y la reflexión sobre la evolución económica en épocas pasadas deben introducir al estudiante en los temas y el razonamiento lógico que son propios del economista (el funcionamiento de los mercados, el comportamiento de los consumidores y de las empresas, los mecanismos de distribución y de acumulación, la dinámica del crecimiento económico, etc.), y ello sin olvidar los factores institucionales que condicionan la acción económica. Al referirse a hechos económicos que ya han sucedido y que son conocidos, la historia económica permite introducir al alumno en situaciones en las que todos estos factores actúan de forma simultánea y se condicionan unos a otros. En cierto modo, la historia económica viene a complementar, desde el estudio de una realidad conocida, las aproximaciones mediante modelos teóricos propios del análisis económico o empresarial.
La segunda finalidad de los estudios de historia económica debe ser la de proveer al alumno de conocimientos sobre la evolución económica en épocas pasadas que le faciliten la comprensión del mundo actual. No cabe duda de que el mundo en el que vivimos y en el que el economista y el empresario deben actuar es el resultado de una evolución más que secular, sin cuya comprensión nos faltarán elementos para una interpretación de los acontecimientos actuales. En un mundo cada vez más globalizado, el conocimiento –aunque sea superficial– de la historia económica reciente de los diferentes continentes y de sus raíces más profundas debe formar parte del bagaje propio del economista profesional.
Por todas estas razones, se ha elegido una doble opción: por un lado, el uso de un lenguaje expresamente sencillo, dejando de lado tecnicismos que quizás el alumno aún no domine; por otro, la adopción de una perspectiva de la evolución económica mundial lo más amplia posible, dentro de los límites impuestos por el número de créditos concedidos habitualmente a esta asignatura. Estas características de la obra ofrecen al profesor la libertad, si lo considera oportuno, de profundizar en el análisis de determinados temas utilizando instrumentos analíticos más precisos o una información más detallada, sin sacrificar por ello el acceso por parte del alumno a un conocimiento básico general.
La finalidad más propia de la historia económica es el estudio del crecimiento económico a largo plazo. Desde esta perspectiva, el análisis de los factores que facilitan o dificultan el crecimiento tiene que estar en el centro de cualquier aproximación a la historia económica en general y, más aún, a la historia económica mundial. Dos de estos factores son decisivos cuando examinamos tanto la experiencia histórica como los estudios teóricos: las instituciones y el cambio tecnológico. Por instituciones entendemos el conjunto de condicionantes jurídicos y sociales que afectan a las actividades económicas. De manera preferente incluyen las medidas legales que regulan la propiedad y su uso, al igual que las que configuran en cada momento la política económica de las autoridades, pero también los valores sociales vigentes en una sociedad y un periodo determinado o la forma específica en la que se organizan las empresas. El papel del entramado institucional en el fomento del crecimiento económico o, por el contrario, en su obstaculización, es un elemento que debe tenerse muy en cuenta para valorar la evolución de cada sociedad en cada fase de su desarrollo.
El cambio tecnológico es el elemento fundamental que ha permitido al hombre, a lo largo de la historia, mejorar el acceso a bienes y servicios. Mediante la aplicación de innovaciones técnicas logramos obtener más bienes o más servicios con un esfuerzo menor. Desde la invención del fuego hasta la informatización, el cambio técnico siempre ha significado la posibilidad de acceder al consumo de más productos o al uso de más servicios dedicando menos horas de trabajo, y en consecuencia ha permitido vivir cada vez mejor, aunque el reparto de la renta sea desigual. Por ello, el presente texto presta especial atención al estudio de las grandes innovaciones tecnológicas, a sus orígenes y a sus consecuencias. Por la misma razón, la estructura del libro refleja la pauta marcada por las grandes oleadas de cambio tecnológico.
Además de los cambios institucionales y de la innovación técnica, dos factores más están siempre presentes en el análisis del crecimiento económico a largo plazo: la evolución demográfica y la disponibilidad de recursos naturales. El aumento de la población ha sido en todas las épocas un factor decisivo en la dinámica económica de las sociedades. Las pautas del crecimiento demográfico y de los movimientos migratorios se constituyen, así, en elementos que hay que considerar en el estudio de la evolución económica. A menudo se ha dicho que el factor demográfico es más importante para las sociedades de base agrícola. Sin embargo, como vemos hoy en día, estas cuestiones son también de gran relevancia en las sociedades industriales. Pensemos si no en los problemas que genera la financiación de las pensiones y de la sanidad o en los derivados de los movimientos migratorios, tanto legales como ilegales.
Finalmente, no debe olvidarse que la lucha del hombre por su bienestar se ha llevado a cabo intentando aprovechar los recursos que ofrece la naturaleza, ya sean orgánicos (flora y fauna) o minerales. El hombre ha alterado los procesos de reproducción y crecimiento de las especies para sacarles más provecho, pero esta manipulación ha tenido en cada momento sus límites técnicos y naturales. La disponibilidad de minerales, por otro lado, es fija y no depende de la voluntad del hombre. Aunque la humanidad haya logrado grandes éxitos sustituyendo el uso de materiales escasos por otros más abundantes, el hecho es que en cada momento histórico las limitaciones al acceso a las materias primas han influido de manera determinante en la capacidad de las sociedades para conseguir mejores niveles de consumo.
Este libro pretende no perder de vista en ningún momento la existencia de este conjunto de factores que acaban determinando la capacidad de crecimiento económico y sus interrelaciones. Por ello, cuestiones como la evolución demográfica, el marco institucional o el cambio técnico son estudiadas de manera genérica en varios capítulos, sin dejar de ofrecer un tratamiento más específico en los apartados dedicados a determinados países o continentes.
Siguiendo los principios enunciados, el libro se organiza en tres partes de dimensiones desiguales. Se trata, así, de dar prioridad al estudio del periodo más reciente, de más interés para los estudiantes de economía y empresa.
La primera parte (capítulos 1 y 2) está dedicada al estudio de las economías feudales, es decir, de la organización económica europea previa a la Revolución Industrial. El conocimiento de la economía preindustrial es indispensable para comprender los orígenes del capitalismo y para hacer comprender al alumno la lógica de sistemas económicos en los que el mercado y la propiedad individual no eran el eje institucional dominante de la organización económica.
La segunda parte (capítulos 3 a 7) está dedicada a la Revolución Industrial y al proceso de industrialización. Se considera la Revolución Industrial como el núcleo central de la formación de un nuevo sistema económico basado en el capitalismo. La difusión de este nuevo sistema económico durante el siglo xix irá acompañada de una nueva articulación de las relaciones económicas internacionales bajo predominio europeo. Se estudiarán, en consecuencia, tanto las diversas formas que tomó el capitalismo en cada país como los efectos que tuvo su difusión en las relaciones económicas entre países y en las economías de aquellas zonas que no se industrializaron.
Finalmente, la tercera parte (capítulos 8 a 18) se centra en la evolución económica desde la Segunda Revolución Tecnológica, que tuvo lugar a finales del siglo xix, y se prolonga hasta hoy. Las innovaciones surgidas en aquel periodo han dominado el desarrollo industrial y económico hasta hace muy poco y aún están muy presentes en la actualidad. La estructura de esta tercera parte trata de enfatizar la importancia de las diversas coyunturas por las que ha pasado el mundo en los últimos cien años: el impacto de las dos guerras mundiales, la gran depresión capitalista de los años treinta, la época dorada posterior a la Segunda Guerra Mundial y la fase de crecimiento más lento que se inició a mediados de la década de 1970. También se presta atención al nacimiento, la expansión y la caída de los sistemas comunistas y a la contradictoria evolución de los países subdesarrollados. El libro se cierra con un epílogo dedicado a la crisis que afecta a EE. UU. y Europa, y de rebote al mundo entero, desde el 2007.
La preocupación básica de cualquier grupo humano, al igual que la de los grupos animales, es asegurar su alimentación, base para la supervivencia. Durante la mayor parte de su historia, el hombre ha sido un depredador omnívoro que se ha alimentado de las plantas y animales de su entorno, primero utilizando solo su capacidad corporal y después con la ayuda de herramientas cada vez más complejas. La existencia del hombre se cifra como mínimo en medio millón de años, pero solo hace unos 10.000 que algunas comunidades humanas empezaron a compaginar la actividad depredadora con la producción de alimentos y la domesticación de animales, es decir, que el hombre ha sido productor solo durante las últimas veinte milésimas de su existencia. Esta revolución agraria de la prehistoria marca el inicio de un rápido progreso en la evolución de la humanidad.
Aquí no nos ocuparemos del hombre depredador, sino solo del productor; más en concreto, de los últimos mil años y pico de este y casi únicamente de Europa, aunque en el primer apartado haremos una introducción muy general al conjunto de las economías agrarias.
Todas las economías agrarias, desde su aparición en la prehistoria, tienen tres características comunes: están dominadas por la escasez y son profundamente desiguales, pero a la vez son capaces de generar crecimiento.
La escasez es el resultado del crecimiento de la población: a medida que la población se densifica, resulta cada vez más difícil obtener la alimentación suficiente. Mantener el crecimiento demográfico obliga al hombre a convertirse en productor esforzándose por mejorar la reproducción de determinados alimentos (plantas o animales) por medio del trabajo, factor abundante, que sustituye a la tierra, factor escaso. Durante mucho tiempo se había creído que la relación de causa-efecto iba de la tecnología a la población: el conocimiento de nuevas tecnologías (en este caso los medios para mejorar el ciclo vital de las plantas y los animales) implicaba su adopción y se iniciaba así un círculo virtuoso: mejora de la alimentación, más población, descubrimiento de nuevas técnicas, mejora de la alimentación... Actualmente predomina la idea de que la relación es inversa: la presión demográfica empuja al uso de técnicas conocidas, pero no suponen ventaja alguna mientras la depredación permita obtener una alimentación suficiente. Porque, de hecho, el hombre depredador consigue, con menos esfuerzo, más nutrientes, mejores y más diversificados: las escasas comunidades depredadoras aún existentes lo demuestran claramente (Cohen, 1987). El problema es que dichas comunidades necesitan un espacio vital muy amplio: los pigmeos, 8 km2 por persona; los aborígenes australianos, 30 km2; los esquimales, 200 km2. Se ha calculado que el mundo no podría alimentar a más de 15 millones de humanos depredadores.
La secuencia densificación de la población-intensificación del trabajo fue teorizada por Boserup (1967). Según esta autora, cuando el hambre empezó a hacer acto de presencia, el hombre se vio obligado a confiar su subsistencia en el trabajo, intensificándolo a medida que aumentaba la presión demográfica, en una secuencia que va desde la ganadería y los cultivos esporádicos, poco intensivos en trabajo (cavar un hoyo, enterrar la semilla y esperar la cosecha) pero que obligan a cambiar cada año o cada pocos años la zona sembrada, hasta la obtención de varias cosechas al año en los deltas asiáticos –eso sí, a cambio de la creación de sistemas de regadío y de un trabajo constante y muy duro.
A partir de la revolución agraria de la prehistoria o revolución neolítica, las innovaciones y el progreso vinieron durante siglos de las sociedades agrarias. Hasta mediados del siglo XIX como mínimo, la agricultura fue la actividad económica básica en todos los países y aún continúa siéndolo en muchas sociedades actuales.
Las prácticas agrarias y ganaderas permitían mantener a más población, pero no mantenerla mucho mejor: la fuerza de trabajo (humana o animal) y las técnicas disponibles eran poco eficientes, de forma que la productividad era escasa y cada grupo o familia topaba a menudo con dificultades para asegurar su alimentación a lo largo del año, sobre todo teniendo en cuenta la gran irregularidad de las cosechas.
La escasez no era debida únicamente a la incapacidad para producir más. Las sociedades agrarias exigen el sedentarismo, que tiene una larga serie de efectos económicos o culturales: la mejora de los enseres, las herramientas y los sistemas de almacenaje, la división del trabajo (aparición de los primeros oficios especializados) y las sociedades estructuradas, que sin duda tenían muchas ventajas pero que comportaron la aparición de una clase dirigente que no solo vivía del trabajo de los demás sino que a menudo se apropiaba de una parte importante de la producción. Estas sociedades pueden dividirse en sociedades tributarias, esclavistas y feudales.
En las sociedades tributarias la mayoría de la población está obligada a pagar determinadas cantidades (en moneda o en bienes) a los dirigentes y a los templos. En las sociedades esclavistas la desigualdad llegaba a la posesión de unos hombres, los esclavos, por parte de otros, los amos, de forma que los esclavos y el producto de su trabajo pertenecían a sus propietarios, como cualquier animal de trabajo; los esclavos eran definidos como animales con voz.
Las sociedades esclavistas, típicas del mundo antiguo (Egipto, Grecia, Roma), no se pudieron mantener tras el hundimiento del Imperio romano. Aunque siguió habiendo esclavos, la producción pasó a depender de una nueva forma de organización social y de explotación de unos hombres por otros: las sociedades feudales, que serán las únicas sociedades agrarias que estudiaremos y que caracterizaremos después con más detalle. Ahora solo mencionaremos que en las sociedades feudales la desigualdad y la explotación se producen por el dominio que los señores ejercen a la vez sobre las tierras y los hombres, lo que genera la llamada renta feudal, muy diversa según los momentos, los lugares y las circunstancias, pero que a diferencia del esclavismo no priva a los hombres de la condición de personas.
Del tercer aspecto, la capacidad de crecimiento, hablaremos más adelante, en el apartado 4.
Como cualquier otra especie animal, el hombre tiene unas pautas de comportamiento demográfico estables, de forma que toda la historia de la humanidad puede explicarse a través de dos modelos demográficos: el antiguo y el moderno, con una etapa de transición demográfica entre uno y otro.
El modelo demográfico antiguo corresponde al conjunto de las sociedades preindustriales. Sus características son: unos índices de natalidad altos, entre el 35 y el 40‰, y unos índices de mortalidad también elevados, alrededor del 30-35‰ (por lo tanto, no muy alejados de los índices de natalidad), así como una esperanza de vida al nacer baja: 25 años para un europeo a principios del siglo XVIII. La mortalidad era en gran parte mortalidad infantil: según Nadal (1992), de cada 1.000 nacidos, 250 no llegaban al año, 250 más no cumplían los 20 años, otros 250 morían antes de los 45 y solo 10 llegaban a sexagenarios.
La mortalidad era, además, muy irregular, con picos frecuentes de mortalidad extraordinaria debido a epidemias y, secundariamente, a hambrunas y guerras. De un año a otro, el número de muertos podía fácilmente duplicarse o triplicarse (picos de mortalidad). Como resultado de todo ello, la población crecía en dientes de sierra: el excedente de nacimientos sobre defunciones, acumulado durante un cierto tiempo, desaparecía de repente absorbido por un pico de mortalidad. La población crecía a corto plazo, pero se estancaba o crecía muy lentamente a largo plazo (Nadal, 1996). En momentos de epidemias fuertes y generalizadas podía experimentar un descenso importante, como pasó en Europa a consecuencia de la Peste Negra de 1348, que provocó la muerte de aproximadamente un tercio de la población. Sin embargo, en conjunto la tendencia general era el aumento de la población, si bien a tasas muy bajas. Aunque se trata de estimaciones solo aproximadas, entre el año 1 y el 1750 la población mundial se triplicó y la europea se multiplicó por más de 3,5 (cuadro 1.1).
La evolución de la población depende de la vitalidad natural, es decir, de la diferencia entre nacimientos y muertes, y del saldo migratorio, que puede ser positivo o negativo. Al ser poco utilizado en las sociedades preindustriales el control voluntario del embarazo, el número de nacimientos dependía de factores culturales (matrimonios más o menos jóvenes, aceptación de la soltería definitiva, infanticidio) y a veces también de factores económicos (tierras o puestos de trabajo disponibles). A su vez, el número de muertes dependía de factores aleatorios (contagios, guerras, desastres naturales) y también de factores económicos (capacidad de producción de alimentos y otros productos básicos, reparto de la renta).
CUADRO 1.1Evolución de la población (millones de personas)
Fuente: Guía práctica..., p. 8, a partir de Biraben (1979).
La limitación que la falta de alimentos suficientes conlleva para el crecimiento de la población fue vista muy claramente por un autor inglés del siglo XVIII, Thomas R. Malthus, en su Primer ensayo sobre la población (1798). Su idea básica es que la población de un área determinada está limitada por la cantidad de alimentos de los que puede disponer: este límite es el llamado techo maltusiano. Malthus añadía que cualquier población se acerca rápidamente a este techo porque mientras que la producción de alimentos crece en proporción aritmética, el número de bocas lo hace en proporción geométrica. Los impulsos sexuales mantienen a la población en el máximo nivel posible, lo cual la condena, en su mayor parte, a una alimentación escasa.
Este planteamiento pesimista ha sido objeto de dos críticas principales: a) la de aquellos que niegan el valor de la teoría por el hecho que las crisis demográficas se presentan mucho antes de alcanzar el teórico techo maltusiano, a causa del reparto tan desigual de la renta, y por lo tanto atribuyen las crisis demográficas a dicha desigualdad y no al crecimiento de la población, y b) la de aquellos que acusan a Malthus de poco observador por no haberse dado cuenta de que las revoluciones agrícola e industrial, de las que era contemporáneo, estaban produciendo un fuerte crecimiento de las subsistencias disponibles y, por lo tanto, harían desaparecer la limitación al crecimiento demográfico. Ambas observaciones son importantes y acertadas, pero ninguna de ellas afecta al fondo de la cuestión: tanto si el reparto de la renta es menos desigual como si aumenta la capacidad de producción de alimentos, el techo maltusiano se aleja, incluso se puede perder de vista temporalmente, pero continúa existiendo.
La tesis de Malthus tiene una segunda parte: las sociedades humanas tienden al techo maltusiano, pero no llegan a él porque, cuando se acercan, empiezan a funcionar una serie de controles o frenos que desaceleran el crecimiento de la población e incluso pueden implicar su disminución temporal en términos absolutos. Estos controles, explica Malthus, son de dos clases: controles o frenos compulsivos y controles o frenos preventivos (cuadro 1.2).
Los frenos compulsivos funcionan automáticamente: una alimentación insuficiente priva al cuerpo de defensas ante las enfermedades e incrementa la mortalidad, limitando así la población: durante un cierto tiempo, la mortalidad puede llegar a ser incluso superior a la natalidad, sobre todo si se produce una mortalidad catastrófica. En cambio, los frenos preventivos disminuyen y pueden llegar a detener el crecimiento de la población mediante la disminución del índice de natalidad. Los principales instrumentos de esta disminución son históricamente el retraso de la edad del matrimonio y el aumento de la soltería definitiva. Solo en tiempos relativamente recientes las prácticas contraceptivas han adquirido importancia. En cualquier caso, se trata de decisiones personales o familiares en las que tienen un peso decisivo la situación económica y las costumbres dominantes en cada sociedad.
CUADRO 1.2Funcionamiento de los frenos compulsivos y preventivos
Fuente: elaboración propia a partir de Livi-Bacci (1990).
Aunque los frenos compulsivos y los frenos preventivos actúan conjuntamente y los frenos preventivos son el resultado de decisiones personales o familiares, el predominio de unos u otros viene determinado por creencias y costumbres. En las sociedades en las que la norma es el matrimonio universal y joven, predominan los frenos compulsivos. En cambio, los frenos preventivos son más potentes en aquellas sociedades en las que no se suele acceder al matrimonio si no se dispone de medios de vida adecuados; en la época preindustrial, esta situación era casi exclusiva de Europa occidental. Una forma trágica de freno preventivo, el infanticidio, en especial femenino, se utiliza sobre todo en sociedades del este asiático.
Puesto que los frenos preventivos empiezan a actuar antes que los frenos compulsivos, las sociedades que los utilizan quedan más lejos del techo maltusiano. Son sociedades de baja presión demográfica, por lo que no alcanzan los niveles de pobreza de las sociedades en las que la mortalidad (freno compulsivo) es la causa principal de la limitación de la población, que son sociedades consideradas de alta presión demográfica.
Hasta la época estadística, que en muchos países no comienza antes de la segunda mitad del siglo XIX, no tenemos datos que nos permitan estimar con cierta fiabilidad ni la cifra ni la evolución de la población. Aun así, disponemos de unas cifras estimativas (cuadro 1.1), según las cuales a partir del año 1 d. C. la población habría tardado más de 1.500 años en duplicarse, aunque después lo habría hecho en menos de 300 años y de una manera cada vez más acelerada a partir de 1800, fuera ya de la época que ahora estudiamos. Sin embargo, este crecimiento no ha sido ni constante ni ininterrumpido: la población de 1400 era inferior a la de un siglo antes y el crecimiento del siglo XVII fue muy moderado en comparación con el de los siglos anterior y posterior.
A partir de la caída del Imperio romano (la etapa anterior es mucho más oscura), en Europa podemos distinguir tres ciclos de crecimiento demográfico. Partiendo de un mínimo de población hacia el año 650, provocado por un siglo de pestes y guerras, la población parece haber crecido ininterrumpidamente hasta mediados de siglo XIV: en vísperas de la Peste Negra (1348), la población europea había multiplicado por 3,5 el mínimo del año 650. Este largo ciclo de crecimiento (siete siglos) se explica por una relación tierra-población muy favorable –la densidad europea en el año 650 era de unos 2 habitantes por km2 y en la primera mitad del siglo XIV llegaba a 7 habitantes por km2–, pero también por la aplicación de mejoras técnicas y organizativas, sencillas pero eficaces.
La Peste Negra, una epidemia de peste bubónica procedente de Asia central, afectó a una gran parte de Europa entre 1348 y 1351. Se calcula que provocó la muerte de un tercio de la población europea aproximadamente, aunque de manera muy desigual. Tradicionalmente se defendía la idea de que la difusión de la epidemia se había visto facilitada por el mal estado nutricional de gran parte de la población, que se encontraba peligrosamente cercana al techo maltusiano. Sin embargo, hoy se tiende a considerar las epidemias como fenómenos exógenos sin ninguna relación directa con el hambre o la situación económica. No obstante, parece que en vísperas de la Peste Negra la población europea estaba a punto de tocar techo; la epidemia no habría hecho más que magnificar un proceso que se habría acabado produciendo igualmente: hay indicios de desaceleración del crecimiento de la población hacia 1280. Pero las consecuencias de la pérdida brutal de población que provocó la Peste Negra sí que fueron muy importantes: el estrago principal fue el causado por la epidemia, pero la población siguió disminuyendo durante aproximadamente un siglo.
Posteriormente empieza un segundo ciclo de crecimiento demográfico: en el conjunto de Europa, la población anterior a la Peste parece haberse recuperado en el último cuarto del siglo XVI. Justo a partir de este momento se nota un estancamiento de la población en los países mediterráneos, donde pronto reaparecieron las epidemias, seguidas de guerras, como la de los Treinta Años, que diezmaron la población del centro-norte de Europa (1618-1648). En conjunto, el descenso de la población y de la actividad económica conforma la llamada crisis del siglo XVII, que, no obstante, no fue ni tan general ni tan larga como la del siglo XIV.
A partir de mediados del siglo XVII se inicia un tercer ciclo de crecimiento demográfico, mucho más rápido que los anteriores, que empieza a mostrar signos de agotamiento hacia finales del siglo XVIII (momento en el que Malthus escribe su obra). Sin embargo, este último ciclo no fue interrumpido por una nueva crisis: las transformaciones económicas contemporáneas (la Revolución Industrial), junto con las mejoras en la disponibilidad de alimentos, la higiene y la prevención de epidemias, dieron lugar a un cambio cualitativo, el inicio del régimen demográfico moderno, que estudiaremos en el capítulo 4.
Como cualquier proceso de producción, la agricultura depende de la dotación de factores de producción (tierra, trabajo y capital) y de las técnicas disponibles. Dado que en toda la etapa preindustrial el capital dedicado a la agricultura era escaso y variaba muy lentamente, se considera que la producción agrícola depende básicamente de los factores tierra y trabajo y de las técnicas disponibles.
La tierra, entendida como espacio apto para la explotación y el cultivo, es una creación del trabajo del hombre, pero también es limitada (la argumentación de Malthus se basa en este hecho) y no homogénea: su valor cambia según la calidad (tierra buena o mala) y la ubicación (cerca o lejos de las zonas pobladas, del agua y de las vías de comunicación).
El trabajo es prácticamente indisociable de las técnicas disponibles, que van desde herramientas más o menos adaptadas a cada labor hasta una gran variedad de conocimientos: las plantas aptas para cada clima y cada suelo, el momento oportuno de sembrarlas y recolectarlas, las operaciones que ayudan a su crecimiento, las técnicas de conservación de los productos, las mejores combinaciones de cultivos o las formas de conservar la tierra y utilizar el agua, entre muchas otras (Persson, 1988).
Naturalmente, estas actividades requieren capital, aunque en economía tradicional las inversiones se reducen a prácticamente la compra de herramientas o animales de trabajo y a la reserva de alimentos y dinero necesarios para llegar a la próxima cosecha. Otras actividades que solemos considerar exigentes en capital (aportación de fertilizantes, construcción de caminos o de sistemas de regadío, por ejemplo) se pueden sustituir en gran parte por trabajo. Por lo tanto, el factor capital, sin estar totalmente ausente, era poco importante en las economías agrarias preindustriales. El capital posee, sin embargo, una gran capacidad de transformación sobre la agricultura, de modo que los adelantos agrarios más importantes dependieron en gran parte de él, como veremos más adelante. De hecho, la utilización masiva de capital es la principal diferencia entre la agricultura tradicional y la agricultura moderna.
La característica principal de las economías tradicionales, que explica la mayor parte de sus problemas, es que se trata de economías orgánicas, economías donde todo procede de la tierra: la alimentación, la energía, las herramientas y los bienes de consumo. Por lo tanto, la tierra debe atender a demandas alternativas, que dificultan el crecimiento económico. La ampliación de la superficie cultivada, respuesta normal al crecimiento de la población, supone disminuir los pastos o el bosque: en el primer caso se resiente la ganadería (animales de trabajo, carne, lana, leche, piel), mientras que en el segundo se resienten sobre todo la madera para la construcción (desde vigas hasta mangos de herramientas), la leña (energía calorífica: desde la chimenea de leña hasta la transformación de minerales) y, a largo plazo, si la deforestación es muy fuerte, todo el equilibrio ecológico, en especial el régimen de lluvias.
Desde la revolución agraria de la prehistoria hasta aproximadamente los siglos VIII y IX, la agricultura en Europa se concentraba alrededor del Mediterráneo, donde las tierras son fáciles de trabajar con un arado sencillo (el arado romano), aunque poco productivas y afectadas a menudo por la sequía. Más hacia el norte predominaban el bosque y la ganadería; su explotación se completaba con una agricultura itinerante, que aprovechaba solamente los calveros más soleados (artigas), cultivados durante pocos años con técnicas muy primitivas y largamente abandonados después. Era una agricultura poco intensiva en trabajo, aunque exigía disponer de mucha tierra.
El crecimiento de la población provocó un doble efecto: por un lado, la emigración hacia el sur («la invasión de los bárbaros»); por otro, el paso de la agricultura itinerante a un cultivo en campos estables, según el esquema de Boserup. La creación de campos permanentes fuera del mundo mediterráneo solo fue posible con la adopción de una innovación técnica sencilla pero de gran importancia: el arado de ruedas, más pesado que el arado romano pero capaz de trabajar los suelos de la Europa del norte, más compactos pero de mejor calidad y menos expuestos a la sequía.
El arado romano es un instrumento barato y sencillo de fabricar; es completamente de madera y únicamente la reja (una pieza en forma de lanza de unos 30-40 cm de largo por unos 10 de ancho) es de hierro. Aunque solo abre la tierra y no profundiza mucho, por lo que resulta poco eficaz, puede ser arrastrado por animales sin mucha fuerza y resulta suficiente para el cultivo en el mundo mediterráneo, donde su uso todavía no ha desaparecido del todo. El arado de ruedas es un invento seguramente antiguo, pero más caro y difícil de construir y que exige más fuerza de tracción; solo se generalizó cuando el aumento de población impulsó la creación de campos de cultivo permanentes. El arado de ruedas tiene más fuerza porque las ruedas sirven de punto de apoyo a la palanca que el labrador hace sobre la esteva o empuñadura del arado, de manera que los surcos alcanzan una mayor profundidad; y, además de la reja, incorpora lateralmente una pieza de madera inclinada que remueve la tierra y permite su aireamiento, hecho importante en las tierras húmedas.
A partir de los siglos VIII-X la difusión del arado de ruedas y la aparición de tres innovaciones más, todas también muy sencillas, como fueron la collera para los caballos –que permite unirlos más eficazmente al arado o al carro–, la herradura –que evita heridas y resbalones– y el molino hidráulico –que libera fuerza de trabajo–, permitieron el inicio de un gran ciclo de crecimiento agrario doblemente extensivo: se amplía la superficie cultivada en cada lugar y al mismo tiempo se ocupan nuevas regiones y se crean nuevos pueblos.
El arado de ruedas, la collera, la herradura y el molino hidráulico fueron las innovaciones más importantes en el instrumental agrario hasta la aparición de la maquinaria agrícola en el siglo XIX (empezando por la máquina de segar, hacia 1835), pero eso no quiere decir que entre medio no hubiera ningún progreso: especialmente el arado y el molino experimentaron importantes mejoras.
La vieja agricultura mediterránea y la nueva agricultura del norte tenían unas características comunes y otras específicas. La característica común más importante era el aislamiento. La población era escasa y vivía en pueblos pequeños, muy dispersos en el territorio; por otro lado, el transporte era caro y peligroso. Se trataba, por lo tanto, de economías cerradas que debían producir prácticamente todo aquello que pudieran necesitar para su subsistencia. La finalidad principal de la actividad económica no era incrementar la producción y la renta, sino asegurar la reproducción humana (cereales, vino, lana, carne, cuero, leña) y animal (pastos), así como la capacidad regenerativa de la tierra mediante los abonos y el barbecho –el descanso de la tierra un año de cada dos–. El principal problema era la competencia por la tierra entre la agricultura y la ganadería, es decir, el problema de alimentar al mismo tiempo a hombres y ganado: cuando crecía el número de hombres y se ponían más tierras en cultivo, hacían falta más animales de trabajo, aunque precisamente la ampliación de cultivos disminuía los espacios destinados al pasto.
La diferencia principal entre el mundo mediterráneo y el nórdico radicaba en la organización de la producción. En la Europa mediterránea la tierra de cultivo era poseída y explotada de forma individual. Los campos eran rectangulares en el llano e irregulares o en bancales en las pendientes. El principal problema, la alimentación del ganado a lo largo del año, se solucionaba mediante la trashumancia, que permitía equilibrar la escasez de hierba en verano en el llano y en invierno en la montaña. Bosques y pastos podían ser comunales, es decir, propiedad conjunta de los habitantes del pueblo, o señoriales, pero en todo caso estaban a disposición de los habitantes, aunque en el segundo caso era a cambio de un impuesto.
En la Europa del norte la tierra se poseía también individualmente, aunque la organización del trabajo agrícola era comunitaria: la comunidad del pueblo determinaba tanto la tierra que debía cultivarse como el producto que había que cultivar, así como cuándo debía realizarse cada operación. La tierra disponible estaba organizada en grandes campos o partidas, en cuyo interior la tierra se dividía en parcelas largas y estrechas. Todos los campesinos del pueblo debían tener como mínimo una parcela en cada campo, ya que el campo entero estaba destinado a un producto o se dejaba en barbecho.
Las partidas o campos de cada pueblo eran dos, tres o múltiplos de dos o de tres. En el primer caso, el sistema utilizado era bienal: un año se cultivaba cereal (trigo, cebada o centeno, según las zonas) y al año siguiente se dejaba descansar la tierra. Si los campos eran tres o múltiplos de tres, el sistema era trienal: se sembraba cereal de invierno un año, al año siguiente un cereal de primavera y el tercer año se dejaba descansar el campo. El sistema trienal proporcionaba una cosecha mayor a cambio de más trabajo, ya que cada año se cultivaban dos terceras partes de la superficie en vez de una mitad en el sistema bienal. Sin embargo, el cereal de invierno (trigo) solía valer el doble que el cereal de primavera (cebada, avena o cereales inferiores), de manera que el valor de la producción venía a ser el mismo. La ventaja no radicaba en el incremento de la producción sino en la dispersión del riesgo que supone disponer de dos cosechas en vez de una: el cereal de primavera, destinado en principio al alimento del ganado, podía completar la nutrición humana en caso de penuria.
La organización en grandes campos de la agricultura en la Europa del norte tenía como finalidad principal disponer de más pastos en verano, cuando la hierba es más escasa. En invierno el ganado pastaba en el campo en barbecho, al cual se añadía en verano, tras la cosecha, el campo segado (rastrojo). Por eso se denominaban campos abiertos (open fields), ya que estaban sometidos a la servidumbre del pasto comunitario.
El sistema trienal solo era posible en la Europa del norte. En el mundo mediterráneo no había suficiente humedad para la siembra de primavera, pero, a la inversa, la viña y muchas hortalizas se adaptaban mejor en el mundo mediterráneo que en el nórdico. Sin embargo, en todas partes la agricultura tradicional era poco productiva: la necesidad de obtener localmente todos los productos imprescindibles, la pobreza del instrumental (herramientas y ganado) y la escasez de fertilizantes hacían que tanto los rendimientos como la productividad fueran bajos y, sobre todo, muy irregulares.
Aunque puede hablarse de productividad de la tierra (producto por superficie) y de productividad del trabajo (producto por activo agrícola), para simplificar utilizaremos rendimiento para designar la productividad de la tierra y productividad para referirnos a la productividad del trabajo.
La mayor parte de los campesinos tradicionales eran muy pobres debido a los rendimientos bajos e irregulares que obtenían de su trabajo, pero sobre todo a causa de las exacciones a las que estaban sometidos. En la Europa del milenio anterior a la Revolución Industrial, las exacciones tenían su origen ante todo en la exigencia de los señores feudales; más tarde hubo que añadir las provenientes de la propiedad de la tierra y de los impuestos públicos.
La caída del Imperio romano hizo imposible a la larga mantener el sistema esclavista que había sido la base de su economía. Un sistema esclavista solo es posible si se aseguran aportaciones relativamente constantes de esclavos mediante el ejército (prisioneros o pueblos vencidos) o la piratería, y si existe un estado lo bastante fuerte para evitar su fuga. Ninguna de estas condiciones se daba tras la caída del Imperio, de modo que la explotación de la mayor parte de la población por parte de los grupos dominantes se produjo por medio de una nueva forma de organización de la sociedad y del trabajo que se conoce como feudalismo.
El feudalismo fue el sistema político, social y económico predominante en las sociedades europeas desde el siglo XI hasta la Revolución Industrial. Sus principales características son:
Desde el punto de vista político, la apropiación y privatización del poder público y de sus fuentes de ingresos (impuestos, tierras...) por parte de los detentores de cargos públicos (condes, marqueses...), de instituciones eclesiásticas (catedrales, monasterios...) y de grandes propietarios, que se convertían así en señores de tierras y hombres. La idea de estado se mantiene, pero el poder del monarca dependía sobre todo de las tierras y los hombres que dominaba como propietario o señor feudal.
Desde el punto de vista jurídico, la norma principal es la desigualdad legal: los hombres no son iguales ante la ley (los señores tienen derechos y los súbditos deberes). Además, la privatización del poder público implica también la apropiación del ejercicio de la justicia por parte de los señores, lo que les permite ser juez y parte y, por lo tanto, practicar casi impunemente la coacción y la violencia.
Desde el punto de vista económico, la característica principal del feudalismo es que los señores retienen derechos de propiedad sobre la tierra del señorío, en gran parte repartida en explotaciones familiares, que era la forma más eficaz de organizar el trabajo agrícola dadas las condiciones políticas y económicas de la época (Bois, 1976).
Los señores feudales, amparándose en el ejercicio del poder y la fuerza (eran los únicos que disponían de armas y sabían manejarlas) y en sus derechos de propiedad sobre la tierra (originarios o arrebatados), imponían a los campesinos una serie de prestaciones en trabajo y de pagos en dinero o en especie. El conjunto de estas prestaciones constituía la renta feudal.
La situación de los campesinos respecto al señor y a la tierra era muy variada. En cuanto a la dependencia personal, el espectro abarcaba desde siervos, que dependían personalmente del señor y tenían poca libertad individual (estaban obligados a servir al señor y normalmente no podían abandonar la tierra), hasta los hombres libres. Respecto a la tierra que cultivaban, los campesinos podían encontrarse en condiciones de absoluta precariedad, es decir, el señor les podía privar de ellas cuando quisiera, aunque también podían llegar a ser prácticamente propietarios, sometidos únicamente al pago de la renta feudal.
La diferencia entre el esclavo y el siervo era básicamente jurídica: el esclavo no era considerado una persona sino una bestia hablante, hasta el punto de que el propietario era responsable de los actos de sus esclavos. En principio, el propietario tenía derecho a matar a sus esclavos, que no se podían casar y cuyo testimonio no era válido en un juicio. El siervo, en cambio, a pesar de estar sujeto a su señor, que podía maltratarlo, disponía de personalidad jurídica, es decir, podía formar una familia, acudir a juicio y disponer de bienes propios.
La renta feudal permitía al señor apropiarse de parte de la producción y el trabajo de los campesinos: estos tenían que entregar una parte (fija o proporcional) de la cosecha, denominada normalmente censo, así como otros productos (gallinas, huevos, quesos, jamones...) y pequeñas cantidades de dinero en momentos varios y por diversas razones. Asimismo, los campesinos debían participar en el cultivo de las tierras del señor (reserva señorial). Otra imposición feudal era el diezmo, un impuesto creado teóricamente para mantener a la Iglesia, fijado en una décima parte de las cosechas. A pesar de su finalidad, solían cobrarlo los señores feudales, y en todo caso siempre revertía en favor del estamento feudal, dado que sus miembros ocupaban los altos cargos eclesiásticos. A cambio, el campesino podía disponer de tierra propia (tenencia campesina) y organizar su explotación; la parte de la cosecha que quedaba tras satisfacer todas las imposiciones pasaba a ser de su propiedad.
A partir de esta situación original relativamente homogénea en el conjunto de Europa, el sistema feudal experimentó cambios en sus dos aspectos básicos: la dependencia personal y la propiedad de la tierra. Estas transformaciones fueron muy lentas, desiguales e incompletas, con grandes diferencias incluso en una misma zona. En la Europa occidental se tendió a sustituir las prestaciones en trabajo y las entregas de parte de la cosecha por pagos fijos en moneda (monetización de la renta), a menudo acompañados de la introducción de nuevas imposiciones. Paralelamente, los campesinos fueron consiguiendo en muchos lugares el pleno dominio de las tenencias, que se transformaban así en establecimientos. El establecimiento comportaba una cesión de la tierra a largo plazo o incluso indefinida. La forma más evolucionada del establecimiento era la enfiteusis o establecimiento enfitéutico, contrato indefinido que implicaba de hecho el reparto de los derechos de propiedad sobre la tierra: el señor conservaba el llamado dominio eminente (o directo), que le daba derecho a percibir los censos y prestaciones que pesaban sobre la tierra o el bien inmueble y a recuperarlos en caso de abandono o de falta de pago. Por su parte, el enfiteuta debía pagar una entrada y se comprometía a mejorar el bien; a cambio, recibía el dominio útil, es decir, la posesión de la tierra y el producto de la explotación, una vez satisfechas las exacciones señoriales; podía dejar la tierra en herencia, cederla a otros cultivadores, empeñarla o venderla. El dominio eminente (del señor) se reducía a una especie de hipoteca perpetua sobre la tierra.
Esta evolución de la Europa occidental contrasta con la situación de la Europa del este, donde muchos territorios llegaron al siglo XIX con un régimen feudal que todavía comportaba prestaciones en trabajo, pagos de partes de cosecha e incluso servidumbre. De hecho, la característica principal del feudalismo es la ausencia de norma, el particularismo, y por lo tanto una gran variedad de situaciones.
A partir del momento en el que los campesinos pudieron disponer de las tenencias, empezó un proceso de diferenciación que permitió el enriquecimiento e incluso el ascenso social de algunas familias, a la vez que condenaba a muchos campesinos a no disponer de tierras suficientes para asegurar la reproducción familiar. La diferenciación se debía, en primer lugar, al azar familiar: la muerte o la enfermedad del cabeza de familia, el número de hermanos donde la herencia era igualitaria o la desposesión de los no herederos donde era concentrada, empobrecían a las familias o daban paso a explotaciones insuficientes. De manera inversa, la frágil demografía de la época también producía con facilidad concentraciones de herencia. Una segunda fuente de diferenciación, de carácter económico, procedía de la habilidad y el esfuerzo de cada campesino para obtener más o menos producto de su explotación o para obtener más o menos ganancias con la comercialización del producto obtenido.
El hecho más importante es que, una vez creada, la diferenciación es acumulativa, tiende a ser cada vez mayor a consecuencia del proceso de endeudamiento: el campesino que no podía retener suficiente cereal para pasar el año se veía obligado a pedir grano en préstamo a un vecino rico, normalmente con la condición de devolver tras la cosecha una cantidad de grano que valiera tanto como la que recibía. Al ser el precio del grano tras la cosecha más bajo que el de los meses de escasez, el deudor tenía que devolver mucho más grano del que había recibido, por lo que era fácil que al año siguiente tuviera que recorrer incluso antes al préstamo y pedir una cantidad mayor. Esta rueda de deudas acababa a menudo con la pérdida de la tierra, por embargo o venta, a favor de los propietarios importantes. A consecuencia de este proceso, la mayor parte de los pueblos de Occidente pronto muestran una estructura típica, representada por uno o pocos campesinos ricos (coqs de village), propietarios de tierras y ganado, que ofertaban jornales y préstamos y que dominaban la vida de la comunidad; un número restringido de campesinos medios, capaces de vivir de su explotación, y una gran cantidad de campesinos pobres, con explotaciones insuficientes o faltos de tierra.
El proceso de diferenciación campesina comportó que algunos campesinos dispusieran de más tierras de las que podían cultivar o tuvieran tierras en lugares demasiado alejados para poder cultivarlas directamente. Por otro lado, algunos de estos campesinos enriquecidos abandonaron el cultivo de la tierra para dedicarse al comercio o a otras actividades y, a la inversa, miembros de la burguesía urbana, entidades religiosas y hasta algunos señores empezaron a comprar tenencias campesinas. En definitiva, existían tierras establecidas por los señores feudales cuyo cultivo cedían sus propietarios a otras personas. Por regla general, esta cesión se llevaba a cabo en contratos a corto plazo (normalmente de entre 3 y 9 años) a cambio de pagos en dinero o a parte de frutos. También los señores fueron cediendo de la misma manera las tierras de su reserva. En sentido contrario, hubo lugares en los que los señores consiguieron recuperar la plena propiedad de la tierra, ya fuera incorporando las tierras abandonadas ya arrebatando a los campesinos los derechos inherentes a las tenencias, con lo cual se sustituía la propiedad feudal de la tierra (propiedad compartida) por la propiedad absoluta; y la tenencia indefinida y con rentas fijadas, por contratos a corto plazo.
Sea cual sea su origen, la cesión temporal de la tierra puede hacerse en arrendamiento o en aparcería. El arrendamiento es un contrato a corto o medio plazo por el cual el arrendatario, a cambio del pago de la cantidad de dinero acordada, obtiene la plena posesión de la tierra durante el período pactado; puede cultivar lo que desee y los frutos obtenidos le pertenecen plenamente. La aparcería es en teoría una sociedad temporal entre el propietario y el trabajador de la tierra, en la que el primero aporta la tierra y parte del capital de explotación y el aparcero aporta el trabajo y la otra parte del capital. Ambos toman de común acuerdo las decisiones que afectan a la explotación y se reparten los frutos obtenidos según los pactos establecidos: es un contrato a parte de frutos. Cuando la aparcería obliga a residir en la explotación y a dedicarle toda la fuerza de trabajo familiar, el contrato se denomina masovería (métayage en Francia o mezzadria en Italia).
La renta de la tierra no sustituía la renta feudal sino que se añadía a esta, de modo que muchas tierras estaban en manos de un teniente, obligado al pago de la renta feudal, que las tenía cedidas en arrendamiento o aparcería a un tercero, el cual pagaba la renta de la tierra.
El mantenimiento de la renta feudal o la preferencia por la renta de la tierra dependía de dos lógicas económicas diferentes, aunque con la misma finalidad: la conservación o el incremento de la renta de los poderosos. La renta feudal era adecuada cuando había más tierra que trabajadores y, por lo tanto, importaba asegurar la permanencia de los hombres sobre los cultivos, o bien cuando la puesta en cultivo exigía unos gastos (en capital o trabajo) que el señor no estaba en condiciones de realizar. La renta de la tierra era preferible cuando la oferta de trabajo excedía a la de tierra y, por lo tanto, resultaba más rentable mantener el control de esta.
El predominio de la renta feudal o de la renta de la tierra permite distinguir en el conjunto de Europa tres grandes zonas con distintas características. En la Europa oriental, el feudalismo mantuvo gran parte de la formulación original: campesinos sujetos a la tierra y renta feudal basada en la apropiación del trabajo campesino para cultivar la reserva señorial y de parte del producto obtenido por el campesino en su tenencia. En la Edad Moderna, la demanda de cereales tendió a reforzar todavía más esta situación (segunda servidumbre de la gleba). Esta renta feudal plena llegó hasta el siglo XIX, y en algunos países como Rusia o Rumanía hasta la década de 1860.