Introducción a Schopenhauer - Luis Fernando Moreno Claros - E-Book

Introducción a Schopenhauer E-Book

Luis Fernando Moreno Claros

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Schopenhauer es el filósofo más destacado de finales del siglo xix. Aunque tardó casi toda su vida en obtener el reconocimiento público, desde la publicación de Parerga y paralipómena el éxito ya no lo abandonó. Hoy es un clásico indiscutible del pensamiento y uno de los filósofos más leídos. Este libro da a conocer las principales tesis de la filosofía de Schopenhauer. Comienza con la teoría de la representación y la de la voluntad, inseparables una de la otra, que ayudan a entender el conjunto de la naturaleza. Ese es el reino del dolor y el sufrimiento contra el cual se alza el placer estético, que actúa como un bálsamo para aliviar las miserias de la vida cotidiana. Y culmina con un proceso de liberación gracias a una filosofía práctica en la que la piedad es la base que utiliza Schopenhauer para elaborar su teoría del amor universal.

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Fotografías: Album: 23 (arriba, abajo izq.), 59, 79, 83, 90-91, 107; archivo RBA: 23, 49, 121; Corbis: 34-35; Bridgeman: 54-55; Age Fotostock: 112-113, 134-135; Getty Images: 141. Diseño de la cubierta: Luz de la Mora. Diseño del interior y de las infografías: Tactilestudio. Realización: Editec Ediciones.

© RBA Coleccionables, S.A.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2023.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición en esta colección: junio de 2023.

REF.: GEBO652

ISBN: 978-84-249-9969-8

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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Todos los derechos reservados.

PRÓLOGO

Schopenhauer es el filósofo más destacado de finales del siglo XIX. Aunque publicó su obra principal, El mundo como voluntad y representación, con treinta años de edad, tuvieron que pasar otros veinticinco para que le sonriera la fama; esto ocurrió con la aparición de Parerga y paralipómena, su libro más popular. Desde entonces el éxito ya no lo abandonó; hoy es un clásico indiscutible del pensamiento y uno de los filósofos más leídos.

El misterioso atractivo de sus originales ideas cautiva a un público amplio, ajeno en su mayoría al ámbito de la filosofía académica; en las universidades, su filosofía estuvo minusvalorada hasta hace pocos años. La fuerza de su elegante estilo literario junto a la viveza y claridad de su discurso atrapó a músicos y literatos antes que a los profesores de filosofía. Richard Wagner y Gustav Mahler entre los primeros, Marcel Proust o Franz Kafka entre los segundos, lo admiraron con entusiasmo, por eso a Schopenhauer se le llama «el filósofo de los artistas».

Thomas Mann le dedicó un célebre ensayo en el que elogiaba su fino instinto para comprender y expresar la esencia del arte y, sobre todo, de la música; en este sentido, Mann definió El mundo como voluntad y representación como una «sinfonía en cuatro tiempos», tan grande era el valor estético —y moral— que le atribuía. Tolstói, el gran defensor del pacifismo y la piedad universal, se declaró devoto de Schopenhauer —«el más genial de los hombres»— antes que por sus virtudes estéticas, a causa del altísimo valor que le concedía a su ética, y equiparó sus enseñanzas morales con las de Jesucristo y Buda. El autor de Guerra y paz escribió que tal era la fuerza de su pensamiento que no podía dejar de leerlo. Franz Kafka aconsejó su lectura, aunque solo fuera por la belleza de su hermoso estilo literario. En efecto, de los filósofos alemanes que han pasado a la posteridad es justo Schopenhauer quien sobresale por la claridad de su escritura, muy distante del estilo farragoso característico de otros filósofos de su época, Hegel o Schelling, por ejemplo. Jorge Luis Borges aseguró que había aprendido alemán solo para conocer su obra; fue un ferviente admirador de su sistema filosófico, del que dijo que tenía «visos de ser verdadero».

Filósofos de la talla de Friedrich Nietzsche o Ludwig Wittgenstein cayeron en las redes mágicas de su filosofía. Para el primero, fue un sobresalto descubrir sus libros; lo reconoció como su «educador», y gran parte de su pensamiento de madurez, su vitalismo, nació como contraposición y crítica de ideas schopenhauerianas. Wittgenstein, tolstoiano convencido, mantuvo férreas convicciones éticas sustentadas en la filosofía de Schopenhauer, uno de los pocos filósofos que confesó haber leído con placer y provecho.

Expresada con rotunda claridad expositiva y gran estilo literario, la obra de Schopenhauer marcó un hito decisivo en la historia de la filosofía, un giro del pensamiento. Desde Anaxágoras y Platón, la filosofía occidental suponía que el principio del universo es racional, una razón universal ordenadora del cosmos. Schopenhauer quebró esta tesis al sostener que la esencia del universo es irracional; la razón es solo una característica del ser humano. A su no-razón universal la caracterizó con el término de «voluntad» o «voluntad de vivir». La voluntad es deseo ciego, voraz y sin fin, inconsciente e irracional. Una idea semejante jamás se había planteado anteriormente en la historia de la filosofía desde Heráclito, y navegaba a contracorriente en la Alemania intelectual del siglo XIX.

Antes de Schopenhauer los filósofos seguían obsesionados con la idea de Dios como principio explicativo del universo; no osaron dar el paso decisivo que lo eliminara como fundamento de sus sistemas metafísicos. Fue precisamente él quien se atrevió a excluir a Dios de su sistema y de toda explicación del mundo. Nietzsche alertó años más tarde en su obra La gaya ciencia de la «muerte de Dios», para los hombres y la filosofía, pero él no fue su ejecutor, sino Schopenhauer.

Leer hoy sus obras es reconocer la actualidad de aquel giro, de extraordinaria repercusión en la historia del pensamiento posterior y en nuestros días, cuando el ateísmo y el laicismo han ganado plena vigencia en las sociedades abiertas y secularizadas. Sin embargo, Schopenhauer no proclamó el craso materialismo. «¡Creo en una metafísica!», exclamó; con ello quería expresar que creía en una esencia íntima del mundo y en una trascendencia. Fue de esta «metafísica» de donde extrajo toda una ética o teoría del comportamiento humano eficaz y contundente; pero, antes de esto, había acudido a la metafísica para resolver la gran incógnita que lo impulsó a filosofar: ¿por qué hay dolor y sufrimiento en el mundo?

El nombre de Schopenhauer se asocia invariablemente al «pesimismo», a esa concepción filosófica que postula que este mundo es el peor de los posibles y que es un «valle de lágrimas» o una «colonia penitenciaria» en la que los seres vivos padecen incontables males imposibles de sortear. «Toda vida es sufrimiento» reza una de sus sentencias más célebres. Aunque otros pensadores que lo precedieron pensaron sobre el problema del mal en el mundo —Platón o Voltaire, por ejemplo—, él lo fundamentó desde un punto de vista estrictamente filosófico, apoyándose en su descubrimiento de la voluntad de vivir y el deseo infinito e incalmable que caracteriza a cada ser vivo. El conjunto de su sistema es expresión de la búsqueda de una salida al sufrimiento: ¿cómo puede paliarse el dolor de la existencia?

Una de sus enseñanzas fundamentales establece que los seres vivos participamos todos de la misma esencia interior. Quien inflige dolor a otro se lo está infligiendo a sí mismo; quien mata a otro, mata algo de sí mismo. De ahí la necesidad de que los seres humanos practiquemos la piedad y la empatía universales. Esta enseñanza es aplicable a todos, y guarda una estrecha afinidad con el núcleo de las doctrinas orientales expresadas en los antiguos libros sagrados de la India, las Upanisads, y con el budismo. Schopenhauer fue el primer filósofo occidental que llamó la atención sobre afinidades entre las ideas más populares de la filosofía oriental y algunos de los planteamientos de la tradición filosófica europea.

En este sentido, se adelantó a su tiempo al predecir que la filosofía oriental habría de iluminar los siglos venideros con tanta fuerza como lo hiciera el Renacimiento tras la Edad Media. Y así fue a lo largo del siglo XX y lo es ahora en la actualidad, cuando algunas filosofías orientales se convierten en prácticas de moda y hasta complementan o sustituyen a las creencias tradicionales de Occidente. La filosofía de Schopenhauer nunca entró en conflicto con las religiones más nobles; al contrario, en sus escritos mostró gran respeto por los hombres y mujeres capaces de acceder a la santidad. Solía decir que, aunque él mismo no era «un santo», había enseñado la esencia de la santidad; y así fue, puesto que entre sus logros filosóficos más celebrados destaca el de haber sido capaz de fundamentar desde la filosofía —y no desde la fe— la actitud característica de los ascetas y los santos de todos los tiempos: la renuncia al mundo. Ascetismo y negación del mundo son actitudes que Schopenhauer concebía como nucleares en el seno del verdadero cristianismo y en las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Tanta fue la influencia espiritual que ejercieron sus escritos hacia finales del siglo XIX, que algunos de sus admiradores lo llamaban «El Buda de Frankfurt». Leer hoy a Schopenhauer es constatar la actualidad de sus ideas éticas.

Junto a la ética, sus ideas estéticas —otra parte importantísima de su sistema— dan que pensar en nuestra época, cuando el denominado arte contemporáneo parece haber perdido el rumbo e ir a la deriva. Schopenhauer daba un inmenso valor al elevado sentimiento que produce en el espectador la observación de la belleza en sus formas más nobles. Tan inmenso le parecía el poder del arte que lo veía como un excelente paliativo del dolor humano, una liberación de las cadenas del sufrimiento. Esa valoración del arte podría servir hoy como antídoto de las inconsistencias y ciertas frivolidades del arte actual.

Además de la dimensión artística, otra gran influencia de Schopenhauer es fácilmente perceptible en la psicología moderna. Su idea del deseo incalmable, consecuencia de la voluntad inconsciente que domina el universo, allanó el camino a Freud en el descubrimiento del inconsciente, concepto nuclear del psicoanálisis. Antes de que el genial psicólogo austríaco descubriese este método terapéutico, el filósofo alemán puso el dedo en la llaga al asumir el valor secundario de la razón en comparación con el inmenso poder y dominio de lo que habita en cada uno de nosotros y que no está iluminado por la luz de la razón: lo inconsciente; gracias a ambos pensadores este término pasó a formar parte del acervo de nuestra cultura.

Junto al concepto de voluntad, Schopenhauer acuñó el de «representación». En él basó una audaz teoría del conocimiento. Supuso que el cerebro humano y el de otros animales es una «caja maravillosa», creadora y portadora de la realidad. Tal idea era novedosa en la filosofía de mediados del siglo XIX, y solo se la barajaba en el ámbito de la ciencia; vería la luz con los discípulos de Darwin algunas décadas después de la muerte de Schopenhauer. Tal visión innovadora del cerebro como artífice de nuestro mundo mental y perceptivo es un claro precedente de determinados estudios que llevan a cabo las neurociencias actuales.

Si por lo dicho anteriormente la filosofía de Schopenhauer sigue viva y merece la pena conocerla, el placer estético que proporciona la lectura de sus obras es equiparable al que producen las creaciones de los más grandes autores de todos los tiempos. Su filosofía fue el intento de expresar qué es el mundo en conceptos, dar cuenta y razón del sufrimiento, y lo logró con insuperable viveza, gracias a su genio intelectual y un apreciable don para la expresión escrita.

La vida del filósofo es esencial para conocer de dónde nacieron las tesis fundamentales de su pensamiento y cómo penó porque sus ideas no fueron aceptadas desde un principio, sino solo al final de su vida. Desde joven se consagró a descubrir el enigma del mundo, el porqué del dolor inherente a la existencia. Con la intención de investigarlo desde un punto de vista filosófico, buscó inspiración en Platón, Kant y la filosofía de la India; más adelante amplió los descubrimientos de aquellos sabios con ideas novedosas y originales. Las recogió en El mundo como voluntad y representación y en los demás libros que publicó, que ahondaron y ampliaron lo expuesto en aquel. Sostenía que su obra es el desarrollo de un «único pensamiento».

La fecundidad de semejante pensamiento podrá apreciarla el lector en el presente libro, estructurado en cinco capítulos en los que se dan a conocer las principales tesis de la filosofía de Schopenhauer. Empiezan tratando de la teoría del conocimiento (qué y cómo conocemos) propuesta por el filósofo: la teoría de la representación, pero asimismo la teoría de la voluntad, inseparables una de la otra. Voluntad y representación conforman el conjunto de la naturaleza, del mundo visible. La naturaleza según Schopenhauer es el reino del dolor y el sufrimiento, el mundo de la lucha animal por perpetuarse y permanecer. El sufrimiento es consecuencia directa de la esencia de la naturaleza. Contra esta mundanalidad del sufrimiento se alza el placer estético. La estética, basada en la teoría del genio en las Ideas platónicas es un bálsamo para aliviar las miserias de la vida cotidiana. El proceso de liberación culmina con una filosofía práctica o ética (cómo actuamos y por qué); la piedad es el pilar sobre el que Schopenhauer construye su teoría del amor universal.

OBRA

La obra capital de Schopenhauer es El mundo como voluntad y representación (en dos volúmenes). La edición original de 1818 pasó desapercibida; en 1844 apareció una segunda edición que añadía al primer volumen otro de casi la misma extensión —conocido como Complementos—. Por otra parte, el libro que catapultó a la fama a Schopenhauer fue Parerga y paralipómena. Pequeños escritos filosóficos (también en dos volúmenes), publicado por primera vez en 1851 y ampliado en una edición póstuma en 1862. Al margen de los títulos citados, la obra de Schopenhauer también se compone de los siguientes textos:

Escritos menores: se denomina así a los dos escritos breves que Schopenhauer redactó antes de su obra capital, aunque más tarde serían muy revisados: Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente (1813) y Sobre la visión y los colores (1816). Deben añadirse también el opúsculo Sobre la voluntad en la naturaleza (1835) y los dos tratados que configuran el volumen Los dos problemas fundamentales de la ética (1841). Inéditos, obra póstuma: cuando Schopenhauer murió, sus albaceas hallaron varios cuadernos manuscritos con apuntes filosóficos que hoy, debidamente editados, forman parte de su obra y la amplían. Se los conoce como «Textos del legado manuscrito». También son importantes sus diarios de viaje, redactados siendo adolescente, y su abundante correspondencia.

SCHOPENHAUER, UNA VIDA PARA LA FILOSOFÍA

Schopenhauer nunca permitió que escribieran su biografía. Decía que lo mejor de sí mismo y lo que el público debía saber de él estaba en las obras que dejaba escritas; también, que entretenerse con la biografía de un filósofo es igual que admirar el acabado del marco de un cuadro sin fijarse en lo que enmarca. Escribió, con tono pesimista, que toda biografía es una historia de sufrimientos, una serie de desdichas encadenadas que es mejor ocultar, porque en lugar de despertar la piedad ajena producirá satisfacción, dada la tendencia de los seres humanos a regodearse con los males ajenos. Ello no impidió que nada más morir Schopenhauer, el jurista Wilhelm von Gwinner, su amigo personal y albacea, se convirtiera en su primer biógrafo, pues le pareció lógico divulgar los hechos de la vida de un hombre que murió gozando de una enorme fama en Alemania y el resto de Europa.

Hijo de un acaudalado comerciante de Danzig (actualmente Gdansk, Polonia), Schopenhauer habría podido nacer en Inglaterra, pues su madre —Johanna Trosiener (1766-1838)— lo llevaba en su seno cuando llegó a Londres junto con su marido —Heinrich Floris Schopenhauer (1747-1805)— durante un gran viaje europeo que la pareja realizó en 1787. El miedo de Heinrich Floris a que sucediera algo imprevisto durante el parto tan lejos del hogar los obligó a regresar a Danzig. Allí nació su primogénito Arthur el 22 de febrero de 1788. Años más tarde Schopenhauer lamentó la decisión de su padre, pues siempre deseó haber nacido inglés; consideraba a Inglaterra la nación más libre y noble de Europa. Con los alemanes, en cambio, no sentía ninguna afinidad; afirmaba que eran los más necios del mundo.

Danzig era una pequeña república libre hasta que Prusia se la anexionó en 1793. Heinrich Floris, en desacuerdo con la situación política, la abandonó junto con su mujer e hijo al día siguiente de caer bajo dominio prusiano y fijó su residencia en Hamburgo. Rememorando este traslado, Schopenhauer decía que desde entonces se quedó sin patria y que nunca más volvió a tener ninguna.

Heinrich Floris educaba a su hijo con vistas a que le sucediera en su negocio de importación y exportación de mercancías; con nueve años de edad lo mandó a pasar dos años a El Havre a fin de que aprendiera francés, la lengua más internacional de la época. Aplicado en las lecciones y el estudio, el pequeño Arthur sintió pronto la inclinación por los libros y el saber. En varias ocasiones le manifestó a su progenitor que en el futuro le gustaría cursar una carrera universitaria en lugar de hacerse comerciante, pero al padre le disgustaba esta disposición porque veía peligrar la continuidad de su negocio.

En 1803, cuando Arthur contaba quince años de edad, Heinrich Floris le hizo una propuesta. El muchacho podría acompañarlo en un maravilloso viaje por Europa de año y medio de duración que pensaba emprender junto a su esposa, o permanecer a sus anchas en Hamburgo para estudiar en un instituto de secundaria y prepararse para el futuro ingreso en la universidad. Si elegía el viaje, tenía que prometerle que al regreso se haría comerciante y abandonaría para siempre su idea de estudiar. Arthur eligió el viaje y así recorrió Europa durante casi dos años como un verdadero ciudadano del mundo. Al regresar de la aventura, el joven tuvo que cumplir la palabra dada y entrar de aprendiz en una empresa comercial.

Heinrich Floris Schopenhauer (abajo a la izquierda), padre de Arthur, de ascendencia patricia y un acaudalado comerciante, tenía treinta y nueve años cuando se casó con Johanna Trosiener, de diecinueve (arriba, junto a su hija Adele, dedicada a una de sus grandes pasiones, la pintura). Con este matrimonio Johanna salió de la estrecha sociedad que le brindaba su familia de procedencia burguesa. De niño, Arthur (abajo a la derecha) recibió una esmerada educación con vistas a convertirse en un hombre de negocios, como su padre.

Encadenado a una profesión que odiaba, Schopenhauer anhelaba los libros y solo lo atraía consagrar su vida a la sabiduría. Sin embargo, un golpe del destino iba a liberarlo de sus cadenas: Heinrich Floris murió en abril de 1805. Cayó desde lo alto del almacén de su casa; no había explicación para que a una hora desacostumbrada estuviera en ese lugar, de manera que se sospechó que fuera un suicidio.

Otra liberada con este fallecimiento fue Johanna. Veinte años más joven que Heinrich Floris, se había casado con él por conveniencia y había vivido sometida a su marido. Tras la muerte de este, vendió el negocio familiar y se trasladó a Weimar, verdadero núcleo cultural de la Alemania de la época, donde residían Herder, Wieland y Goethe. En la pequeña ciudad abundaban los artistas y la nueva vecina, que tenía aspiraciones intelectuales y ansiaba brillar en sociedad, se rodeó de ellos.

DE LA CRISIS EXISTENCIAL A LA FILOSOFÍA

A raíz de la muerte del padre, Arthur entró en crisis. Sus ideas sobre la existencia se volvieron cada vez más negras. Fue a sus diecisiete años, recién llegado de su viaje europeo, cuando tomó conciencia de las crueles realidades del mundo; había visto muchas cosas buenas en su viaje, pero también malas: pobreza y destrucción; el ajusticiamiento de reos en una plaza pública de Londres o las galeras en el Arsenal de Tolón, barcos siempre anclados en los que se hacinaban miles de presidiarios condenados allí de por vida. Aunque lo decisivo para desatar la crisis fue su entrada en la edad en que se hace evidente la inexorable realidad de los males que a todos nos afectan por el hecho de ser humanos: la caducidad y la muerte, además de la vanidad de nuestros afanes terrenales. A ello hubo que añadir la pujanza del deseo sexual, el cual le dio mucho que pensar sobre la miseria de la condición humana. El joven Schopenhauer reconoció que los seres humanos no pueden ser felices si están atenazados por el deseo: este nunca se calma y si lo hace es de manera momentánea para regresar con más fuerza.

LEER EN EL LIBRO DEL MUNDO

Schopenhauer fue el filósofo que más viajó de su época. Se enorgullecía de haber conocido el mundo «de primera mano y por propia experiencia» en lugar de en los libros. Esto le enseñó, decía, a no confundir los nombres y las cosas, los conceptos y la realidad que representan. «La lectura en el libro del mundo», el gran viaje realizado en 1803-1804 (en el mapa adjunto figura el itinerario seguido), le aportó conocimientos sobre la naturaleza, el arte y las grandes ciudades de Europa, y también le permitió adquirir conciencia de la miseria humana, llegando a afirmar que el mundo es «una colonia penitenciaria». De la sublime visión de los Alpes, en Chamonix, al pie del Montblanc, nacieron sus meditaciones sobre la idea del filósofo: aquel que contempla el curso de la vida desde las altas cumbres. Schopenhauer recordó este viaje en el curriculum vitae