José Eduvigis Díaz - Herib Caballero Campos - E-Book

José Eduvigis Díaz E-Book

Herib Caballero Campos

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Beschreibung

Este es un libro sobre la breve, pero intensa vida de José Eduvigis Díaz Vera, quien durante la primera etapa de la Guerra Guasu fue un destacado y valiente jefe; siendo el general más victorioso de las armas paraguayas. El autor estructuró la obra en capítulos que se refieren a los lugares en donde estuvo el protagonista, con el propósito de demostrar sus vivencias y acciones, las cuales estuvieron marcadas por su lealtad a la familia López y su patriotismo. Demostró su coraje ante la superioridad numérica y tecnología del adversario hasta su apoteosis como héroe en el proceso de discusión sobre la Guerra Guasu.

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Herib Caballero Campos josé eduvigis díazEl general victoriosocolecciónprotagonistas de la guerra guasu grupo editorial atlas

Presentación

Este libro sobre el general José Eduvigis Díaz tiene como objetivo central ver al hombre que fue, su corta pero intensa vida por los diferentes lugares donde transitó. Es así como desde Pirayú hasta la Recoleta se va viendo cómo se fueron sucediendo los hechos que marcaron la vida de José Eduvigis o simplemente José, como le gustaba que le llamasen porque aparentemente no era de su agrado ese homenaje que hizo su madre a la santa Eduvigis, que conmemora su fecha en los días previos al de su nacimiento.

José, un niño que venía de una familia con una cierta posición económica, que se vio deteriorada por los largos años de escaso vínculo comercial del Paraguay con el resto de la región a consecuencia de la política implantada por el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, creció junto a sus hermanas y fue criado por su madre porque pronto quedó huérfano de padre.

El propósito de este libro es que el lector pueda comprender quién realmente fue el hombre que hoy está en las monedas de cien guaraníes, quién fue ese hombre que pedía en su cama postrado que lo enterraran con su pierna amputada, ese jefe militar que no temía que las balas enemigas le hiciesen daño ni en el momento más fragoroso de la lucha.

Asimismo, se han aportado algunos datos con respecto a las clásicas biografías de José Díaz que fueron publicadas hace ya varias décadas, siempre con el propósito de hacer avanzar el conocimiento histórico, en este caso de uno de los procesos más dramáticos de la historia paraguaya como lo fue la Guerra Guasu, a partir de la vida de uno de los generales más victoriosos que tuvo el pueblo paraguayo en su historia.

Para una mejor comprensión del texto se ha actualizado la gramática de los fragmentos de textos citados, ya sean documentos originales o libros publicados a fines del siglo xix.

capítulo i

Pirayú

Pirayú era la población más importante de uno de los valles más significativos en el proceso de conformación nacional del Paraguay; según Branislava Susnik, sus habitantes, junto con los de Paraguarí y la Cordillera, tenían un fuerte arraigo al concepto de patria-valle.

En su descripción histórica de la Provincia del Paraguay, Félix de Azara a fines del siglo XVIII describió a Pirayú de la siguiente forma: “Sin duda es muy antigua esta parroquia, pero no puedo decir de ella otra cosa, sino que de tenencia se erigió en parroquia el 18 de diciembre de 1769 y que la actual iglesia o capilla se edificó a primeros meses de 1762. Asiste a 433 familias que incluyen 1411 adultos y 941 párvulos que hacen 2352. El año pasado nacieron 90, fallecieron 36, se casaron 40. Su jurisdicción se prolonga desde el cerro de Paraguarí al arroyo de Tapitangua, y bosques de Guazubirá que distarán siete leguas de S. E. a N. O. y de E. a O. tendrá de una a dos desde la Cordillera que llaman de los Altos por el Este a la opuesta llamada Monte de Yaguarón”.

Según Kegler de Galeano, citada por Kleinpenning, Pirayú contaba en el censo de 1846 con 6353 habitantes, incluyendo sus compañías. Para dimensionar el peso demográfico y político de Pirayú comparémoslo con Asunción que entonces contaba con una población de 9436 habitantes.

La vida que transcurría era bastante monótona, pues la producción agrícola se había reducido debido a que su principal mercado era el interno y, en ocasiones, el Estado realizaba compras extraordinarias de tabaco y algodón para surtir al ejército. Afirma Julio César Chaves que “fiestas, pocas, solo las religiosas de rigor como la del Corpus, y la festividad de la patrona del pueblo, la Virgen del Rosario; ya no se celebran con la pompa y el júbilo de los primeros años el 15 de mayo y el 20 de junio, días declarados de ‘tabla y gala’. Se juega bastante a los dados y al dominó. El cura de Paraguarí viene de cuando en cuando a decir misa en la blanca capilla…”.

De acuerdo con los registros parroquiales, cumplía las funciones de teniente cura de Pirayú Basilio Antonio López, pero a mediados de 1833 el libro parroquial dejó de tener registros retomándose la actividad de bautismos y defunciones en 1838. Esa es la razón por la que José Eduvigis, nacido el 17 de octubre de 1833, fue bautizado en la iglesia parroquial de Paraguarí, según refiere el doctor Julio César Chaves. Se podría decir que se le puso José en homenaje a su abuelo Juan José Díaz Barbosa y Eduvigis en razón a que la fiesta religiosa de santa Eduvigis es el 16 de octubre.

José Eduvigis fue hijo de Juan Andrés Díaz Barbosa y María de los Dolores Vera, quienes vivían en Cerro Vera, un sitio ubicado a poco más de una legua del pueblo de Pirayú, en una casa típica de la época con paredes de adobe y techo de paja. El padre de José era hijo de Juan José Díaz Barboza, quien tenía una cierta posición económica al inicio de la república, según menciona el doctor Julio César Chaves pues “testó en 1812; era hombre de cierta posición social y económica; tenía casa en Pirayú, chacra en Guazucuá, y un hato en Villa del Pilar de Ñeembucú; hermano de los Santos Lugares de Jerusalén, pagaba con puntualidad la limosna, ritual destinado a rescatar cristianos”.

En cuanto a su nombre, Manuel Ávila anotó en una crónica publicada en 1901 cuanto sigue: “Al capitán Díaz, el más tarde famoso general, no le agradaba que se le llame José Eduvigis. Varias veces lo manifestó así a sus amigos, y quizás por tal motivo nunca firmaba con ese nombre, sino simplemente José Díaz”.

Don Juan Andrés se dedicaba a la agricultura en su propiedad y en 1827 participó del deslinde de una propiedad contigua a la suya en la que actuó como parte.

El matrimonio Díaz-Vera tuvo otros hijos que a saber fueron Petrona Ignacia (bautizada en febrero de 1828), María Bernarda (quien hizo la confirmación a la par de su hermano) al igual que María Eugenia. No pudimos precisar en qué año falleció el padre, pero Chaves señala que fue la madre la que se encargó de su crianza.

El juez comisionado general del Partido de Pirayú a finales de la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia fue José Cipriano Villamayor, quien comunicó al pueblo a fines de septiembre de 1840 que el dictador había fallecido. Villamayor fue sustituido por Juan Tomás Agüero, quien asumió el cargo de juez comisionado general y jefe de las Compañías Urbanas del Partido de Pirayú, el 2 de noviembre de 1841. El juzgado estaba compuesto de “una Casa de Guardia situada en la misma capilla con cerca de á dos tirantillos, y estantes escopleados, y se compone de dos lances cubiertos con tejas varias y en ella colocadas dos puertas y una ventana ordinarias, contiene dos cuartos y dentro lo siguiente: un cepo de madera, cuatro pares de grillos, cuatro bancos largos que sirven de asiento, cuatro sillas viejas de sentar casi inservibles, una mesita ordinaria de una vara de alto, una cruz grande de hierro con 24 ½ libras, dos hachas cuñas sin acero y un sablecito hechizo ya soldado en el puño, además de doce carretas para el servicio del Estado…”, entre otros bienes como herramientas y animales distribuidos por los diversos sitios de la capilla.

En noviembre de 1844 en Pirayú funcionaban siete escuelas, para hacerse cargo de ellas el juez Agüero informaba al presidente Carlos Antonio López lo siguiente: “Los tengo nombrados a siete individuos vecinos de dicho distrito de aquellos que según son conocidos en las buenas costumbres, y que me parecen ser más capaces en cada barrio de maestro de primeras letras; y son a saber Valentín Bargas en el barrio de Guasuvira, en la misma capilla a José Ignacio González, en Ñaguaruyuru Julián Escurra, en Cerro Vera Miguel Avezada, en la borda de la Cordillera de Azcurra José Félix Azcurra, en la borda de la cordillera de Atyrá Wenceslao Ximénez, y en Ypacaraí Isidro Berdún y ahora cierto que los enunciados maestros ocurren ante mí exponiendo que para la mejor enseñanza y adelantamiento de sus discípulos hacían totalmente falta algunos catones, catecismo, como también papel blanco por lo que muchos jóvenes insolventes no tienen cómo comprar para poder formar las primeras letras tan recomendadas por V. E.” [sic].

El informe del juez de Pirayú tuvo su efecto, pues a los pocos días desde Asunción se remitieron cincuenta libritos que contenían catón y catecismo, así como una resma de papel blanco para que fueran repartidos entre los estudiantes pobres del distrito.

Con respecto al maestro de Cerro Vera, escribió Julio César Chaves lo siguiente: “José Díaz comenzaba a estudiar sus primeras letras en la escuelita del pueblo que funcionaba en una pobre casa de techo de paja y contaba apenas con unos pocos muebles: un armario, cuarenta bancos y una sola silla, la del maestro. Fue su maestro de primeras letras Miguel de Avezada y O’Higgins, primo del libertador chileno que por un acaso del destino había venido a dar en el Paraguay”.

Para 1846 había un incremento de la actividad comercial en Pirayú, a tal punto que el juez informaba que había concedido siete permisos para instalar pulperías, que eran negocios en los cuales se surtía la población de alimentos, bebidas y elementos para el trabajo agrícola y ganadero. Asimismo, concedió al exjuez José Cipriano Villamayor el permiso para instalar una fábrica de tejas y ladrillos. Los cultivos y la producción de materiales de construcción iban en aumento, lo que se evidencia en el informe de 1851 en el que consta que ya eran 12 las pulperías que funcionaban en Pirayú.

El juez Juan Tomás Agüero seguía en funciones en 1852, cuando entre otros reclutó al joven José Eduvigis Díaz, ya huérfano de padre, criado por su madre, para que fuera admitido en el ejército.

capítulo ii

Asunción

El año 1852 fue un año de grandes transformaciones para el Paraguay, pues luego de más de cuatro décadas tras la derrota del dictador Juan Manuel de Rosas, la Confederación Argentina reconocía oficialmente la independencia de la República del Paraguay. Debido a una reorganización del ejército, el presidente Carlos Antonio López remitió una orden circular fechada en Asunción el 3 de mayo de 1852, cuyo tenor fue: “Los jefes de urbanos de los partidos […] harán una reunión de jóvenes que no sean militares de línea desde la edad de diez y seis años hasta treinta años luego que con esta orden sean requeridos por el capitán de infantería ciudadano Venancio López, a quien se encarga el reclutamiento de sesenta hombres escogidos, sin excepción de personas, de cada una de dichas jurisdicciones, para las armas de infantería, y dispondrá cada uno que dentro de dos días siguientes marchen a presentarse con listas nominales, a cargo de persona de satisfacción al comandante del 1.er Batallón de esta ciudad”.

El joven José Eduvigis llegó a la capital paraguaya en mayo de dicho año, y sentó plaza en el cuartel de La Palma el 12 de mayo. Su comandante fue el joven capitán Venancio López, segundo hijo del presidente Carlos Antonio López.

De acuerdo con las ordenanzas militares de 1852 las obligaciones para los oficiales eran las siguientes: ‘‘Se manifestará siempre conforme del sueldo que goza y el empleo que ejercen”; asimismo, las ordenanzas establecían que “el subalterno debe una obediencia plena al superior, cada vez que se trata del servicio, del buen orden y de las buenas costumbres […] este respeto siempre tendrá lugar en cualquier parte, esto es tanto en el servicio como en los parques públicos y privados”. Asimismo, quedaba claro que la forma de ascenso y de reconocimiento era el de “cumplir con las obligaciones de su grado, acreditar mucho amor al servicio, honrada ambición y constante deseo de ser empleado en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga’’.

Afirma Chaves que “Díaz inició su carrera con muchas dificultades. Cuentan que, a la sazón, no gustaba del estudio e inclinábase en demasía a la vida alegre y fácil. Le atraían las fiestas populares, los bailes en los suburbios y goteras de la ciudad; guitarra bajo el brazo recorría con sus amigos y compañeros de parranda los barrios de la cintura de la capital: el del hospital, el de Samuhuperé, Salinares, la Recoleta, Tapua, lugares de jolgorio y pendencias. Y era dado al juego, especialmente a la riña de gallos, habiendo alcanzado cierto nombre entre los aficionados como compositor; pasaba muchas horas junto al corral de los reñideros entrenando a un chovy, un johco o un pitiqui”.

En 1851 Juan Francisco Decoud había solicitado el permiso para habilitar un reñidero, que funcionaría los días festivos. El presidente López autorizó su funcionamiento con la advertencia de que cualquiera de los jueces de paz asistiría a las riñas. El reglamento sobre las riñas era bastante extenso, pero extractamos lo principal: “Deberán reconocerse los gallos antes de reñir siempre que se pida o haya alguna sospecha por dos inteligentes que nombre el juez para ver si están en estado natural sin unturas o polvos picantes. Procurarán los aficionados hacer sus apuestas antes de principiar las riñas, para escusar el bullicio que se arme después y si algunas se hiciesen estando riñendo sea en voz baja sin tirar el dinero por encima de los gallos, pues si por este motivo se espantase o huyese alguno de ellos deberá perder la apuesta el que lo tiró”. Una norma más establecía que “en la puerta del reñidero solo estarán los dueños o los que los han soldado y el asentista de la casa. Durante la riña no se salivará en el reñidero ni se tirarán puntas de cigarros”. Además del reñidero de Decoud, funcionaban otros de forma ilegal tanto en Asunción como en sus alrededores.

No se tienen mayores datos de su carrera en el batallón n.º 1 de la capital ascendiendo en el escalafón militar de cabo 2.º a sargento 2.º.

En 1859, luego del descubrimiento de un plan conspirador cuyo propósito era asesinar al presidente Carlos Antonio López, en el que estaban implicados un grupo de ciudadanos entre los que se encontraba el inglés Santiago Canstatt, se adoptaron varias medidas, aparentemente una de ellas fue la de designar al capitán Hilario Marcó al frente de la Policía de la Capital.

El 8 de marzo de 1843 los cónsules Mariano Roque Alonso y Carlos Antonio López dictaron un reglamento de arreglo del Departamento de Policía. Para tal efecto designaron a Pedro Nolasco Fernández como jefe político de la Capital, además, se establecieron 3 comisarías para cada uno de los distritos de la Capital; asimismo, se dispuso la dotación de 60 policianos que estarían armados con tercerola y sable.