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El diamante de la familia Kyriacou había acabado por error en manos de la bella Angelina Littlewood y Nikos Kyriacou debía recuperarlo. Pero Angie tenía motivos para no querer perder aquella joya… y para querer vengarse de Nikos.Así que decidió poner fin a la vida de hedonismo de Nikos… ¡casándose con él! Pero una cosa era chantajearlo para poder casarse con él y otra muy diferente descubrir que estar casada con el guapísimo y arrogante griego era un verdadero placer. Porque Nikos exigía que, como esposa suya que era, compartiera su vida… y su cama.
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Seitenzahl: 190
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2006 Sarah Morgan
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Joyas del corazón, Nº 1782 - julio 2024
Título original: BLACKMAILED BY DIAMONDS, BOUND BY M
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y s i t u aciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410744042
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
El inconfundible sonido de pisadas resonó en las antiguas escaleras de piedra que llevaban a la planta baja del museo.
Angie Littlewood levantó la vista de sus anotaciones, distraída por aquello. La planta de arriba del museo estaba llena de visitantes, pero en aquel lugar se gozaba de casi un silencio reverencial.
A Angie le sorprendió un poco ver a Helen Knightly aparecer por la puerta ya que ésta, como conservadora del museo, solía estar muy ocupada con los visitantes a aquellas horas. Pero la sorpresa se convirtió en preocupación al observar la angustia que reflejaba la cara de su compañera.
–¿Estás bien, Helen? ¿Ocurre algo?
–No sé cómo decírtelo, querida –dijo Helen, más pálida que de costumbre.
Estaba claro que tenía algo que ver con su madre. Gaynor Littlewood había estado tan traumatizada durante los últimos meses por lo que había ocurrido que incluso a veces Angie tenía miedo de dejarla sola en la casa.
–¿Qué ha ocurrido?
–Hay alguien arriba que pregunta por ti.
Suspirando silenciosamente, Angie colocó en su sitio la cerámica antigua que había estado examinando y se levantó.
–Si es otra vez mi madre, lo siento –dijo, colocándose bien las gafas mientras se dirigía a la puerta–. Los últimos seis meses han sido muy difíciles para ella y yo no dejo de repetirle que no puede presentarse aquí de improviso…
–No es tu madre –la conservadora del museo tosió nerviosa.
Angie pensó que si no era su madre tendría que ser algo relacionado con la recaudación de fondos. En ese momento se oyeron unas pisadas en las escaleras. Miró hacia la puerta y vio a un hombre entrar sin esperar siquiera a que se le invitara a hacerlo.
Angie se quedó mirándolo, absorta por la belleza de las facciones de aquel hombre, que le recordaba a un dios griego…
–¿Doctora Littlewood? ¡Angie! –dijo Helen en un tono bastante brusco.
Entonces Angie se percató de que los patrocinadores no querían que los arqueólogos estuvieran distraídos y aquel hombre parecía muy importante. Se fijó en los dos hombres que le esperaban en la puerta con una actitud respetuosa y atentos a todo. Pensó que quizá aquel hombre estuviera considerando realizar una donación muy importante al museo. Dejó a un lado su timidez y se acercó a él; un hombre que nunca se fijaría en una mujer como ella.
Se dijo a sí misma que no importaba que ella no fuese guapa ni elegante. Se había graduado la primera de su clase en la Universidad de Oxford y hablaba con fluidez cinco idiomas, incluyendo latín y griego.
–Encantada de conocerlo –dijo, tendiéndole la mano al hombre. Oyó cómo Helen emitía un afligido sonido.
–Angie, éste no es… quiero decir… debería presentaros –comenzó a decir Helen.
Pero el hombre se acercó y tomó la mano que le tendía Angie.
–¿Es usted la señorita Littlewood? –preguntó él con una voz dura y marcada con un leve acento.
–Éste es Nikos Kyriacou, Angie, el presidente de Kyriacou Investments.
Nikos Kyriacou. Al percatarse de la realidad, Angie soltó su mano y se echó para atrás. Durante los últimos seis meses su madre había estado repitiendo aquel nombre cuando se iba a dormir cada noche, sollozando.
Dándose cuenta de la repentina tensión que se había apoderado del ambiente, Helen carraspeó.
–Quizá debiéramos… –comenzó a decir, indicando la puerta.
–Déjenos –dijo Nikos Kyriacou, que estaba mirando fijamente a Angie con sus oscuros ojos–. Quiero hablar con la señorita Littlewood a solas.
–Pero…
–Está bien, Helen –mintió Angie, que ya sentía cómo le temblaban las rodillas. En realidad no quería quedarse a solas con aquel hombre, cuya falta de delicadeza no le había sorprendido.
Ya había deducido que no tenía dignidad… no tenía ni ética ni moral. Era como el dios griego Ares, el Dios de la guerra; frío y guapo, pero que llevaba muerte y destrucción.
Se enderezó; le debía a su familia el enfrentarse a él. Pero el problema era que ella odiaba los conflictos. Claro que en aquella ocasión no le quedaba otra opción.
Mirando a aquel hombre, se dio cuenta de que era tan frío e intimidador como se decía de él, y de repente todo lo que deseó hacer fue salir corriendo. Pero entonces recordó a su hermana cuando era pequeña, tan rubia y perfecta, siempre sonriendo. Y recordó también los sollozos de su madre… y todas las cosas que había decidido decirle a Nikos Kyriacou si algún día lo tenía frente a ella.
Se preguntó por qué debería tener miedo de quedarse a solas con él; ¿qué le podría hacer él a su familia que no le hubiera hecho ya?
Él seguía mirándola fijamente y ella pensó que había que reconocer que aquel hombre tenía valor; era capaz de mirarla a los ojos sin aparentar el más mínimo remordimiento.
–Primero, quiero ofrecerle mis condolencias por la muerte de su hermana –dijo él una vez estuvo seguro de que Helen ya no podía oírlos.
Lo directo que fue impresionó a Angie casi tanto como su hipocresía. Aquello habría podido significar algo si hubiese hablado con un poco más de dulzura, pero el tono que empleó Nikos era duro; aquella frialdad era casi insultante.
–¿Sus condolencias? –dijo ella con la boca tan seca que apenas podía hablar–. La próxima vez que ofrezca sus condolencias, por lo menos trate de aparentar sentirlo. Dadas las circunstancias, su compasión está fuera de lugar, ¿no le parece? ¡De hecho, creo que tiene muy poca vergüenza de presentarse aquí para ofrecer «sus condolencias» después de lo que hizo!
Era la primera vez que Angie le hablaba a alguien de aquella manera.
–La muerte de su hermana en mi villa fue muy desafortunada, pero…
–¿Muy desafortunada? –Angie, que nunca levantaba la voz, lo hizo en aquel momento–. ¿Desafortunada? ¿Es eso lo que se dice a sí mismo, señor Kyriacou? ¿Es así como apacigua su conciencia? ¿Como logra conciliar el sueño por las noches…?
–No tengo ningún problema para dormir por las noches –los ojos de Nikos reflejaron algo peligroso.
Angie se percató de repente de lo rápido que le latía el corazón y de lo húmedas que tenía las manos. Sintió ganas de agredirlo y debió notársele ya que los dos hombres que esperaban en la puerta se adelantaron.
–¿Quiénes son? –preguntó.
–Mi equipo de seguridad –Nikos Kyriacou les indicó con la mano que se retiraran.
–¡Comprendo por qué un hombre como usted tiene que ir acompañado de un equipo de seguridad si trata a todo el mundo como trató a mi hermana! ¡No tiene conciencia! –Angie puso ambas manos sobre su escritorio; era eso o pegar a Nikos–. Mi hermana murió porque cayó desde su terraza… ¿y usted está ahí delante diciéndome que tiene la conciencia tranquila?
–Hubo una investigación policial y se le practicó una autopsia. La conclusión a la que llegaron fue que fue un accidente –dijo él sin ninguna emoción reflejada en la voz.
Aquello provocó que el enfado de Angie alcanzara niveles peligrosos. No había tenido ni idea de que pudiera llegar a sentir tanta furia. Pero era porque no había tenido la oportunidad de expresar sus sentimientos; había estado muy ocupada cuidando de su madre y sólo había tenido tiempo de pensar por las noches, cuando su mente se veía invadida por pensamientos sobre su hermana. Su hermana pequeña. La persona a la que más había querido en el mundo.
Las lágrimas empañaron sus ojos y las apartó parpadeando.
–Muerte accidental. Desde luego. ¿Qué otra cosa podría haber sido? –dijo sin poder evitar el sarcasmo que reflejaba su voz–. Usted es una persona muy importante, ¿no es así, señor Kyriacou?
–No estoy seguro de lo que quiere decir, señorita Littlewood, pero le debo advertir que tenga cuidado.
Había algo en el tono de voz de Nikos que hizo que Angie se estremeciera; la calma heladora que tenía él chocaba con las ardientes emociones que sentía ella. Estaba descubriendo partes de su personalidad que no sabía que existían, como la necesidad de borrar la expresión de superioridad que tenía reflejada él en la cara.
–Soy la doctora Littlewood –corrigió, levantando la barbilla–. Y usted no me asusta.
–Doctora, por supuesto. Doctora Angelina Littlewood. Y el propósito de mi vista no es asustarla –dijo él, esbozando una leve sonrisa que dejaba claro que si hubiera querido asustarla le habría sido muy fácil.
–Nadie me llama Angelina –aclaró ella, que consideraba ridículo aquel nombre; era para otra clase de mujeres, era para mujeres glamurosas y guapas, no para una arqueóloga estudiosa–. Prefiero que me llamen Angie, como sabría usted si supiera algo de mí.
–Sé muchas cosas sobre usted. Es diplomada en Arqueología clásica, tiene un doctorado en Arqueología mediterránea y está especializada en el arte y la cerámica de la Grecia clásica. Un expediente académico muy admirable para alguien tan joven como usted. Dígame una cosa, doctora Littlewood… ¿siempre tiene que esconderse detrás de sus títulos?
–Sólo cuando creo que me están tratando con condescendencia –dijo Angie, todavía impresionada al haberse dado cuenta de todo lo que sabía él de ella.
–¿Es eso lo que piensa? –preguntó él, analizándola de cerca–. No se parece en nada a su hermana, ¿no es así?
No sabía si lo había hecho a propósito o no, pero Nikos había utilizado el arma más dañina.
Angie se dio la vuelta ya que no quería que él se percatara del tormento que aquellas palabras habían causado en ella. Sabía que no se parecía a su hermana… hacía mucho tiempo que había aceptado que eran muy distintas en casi todo. Pero esas diferencias no habían afectado al vínculo que las había unido. Incluso cuando Tiffany se había convertido en una quinceañera malhumorada, Angie había seguido queriéndola profundamente. Saber que no habían tenido mucho en común no había logrado mitigar el dolor por su muerte; en realidad lo había agravado ya que Angie se sentía culpable por no haber intentado con más fuerzas influir en su hermana pequeña.
Su madre no había ayudado mucho ya que siempre estaba preguntándose qué habría pasado si Angie no hubiese sido tan aburrida y no hubiese estado tan obsesionada por el trabajo, o si hubiese ido con ella a Grecia y le hubiese hecho compañía… la noche del accidente…
Angie estaba incluso comenzando a creer que había tenido parte de culpa en la muerte de Tiffany… por haberle permitido seguir por el camino de la autodestrucción…
–¿Leyó el informe? –preguntó Nikos de manera implacable.
–Si me pregunta si sabía que ella estaba borracha, la respuesta es que sí –contestó Angie de manera calmada, percatándose de la sorpresa que reflejaron los ojos de él–. ¿Qué? ¿Pensaba que no lo sabía? ¿O creyó que iba a negarme a aceptarlo?
–Dado que obviamente me considera a mí responsable del accidente sin tener en cuenta que el informe absolvió a mi familia de ninguna culpa o responsabilidad, pensé que no se había percatado de ese detalle.
–El hecho es que Tiffany era joven, señor Kyriacou. Había celebrado su dieciocho cumpleaños sólo dos meses antes de comenzar a trabajar en uno de sus hoteles. La mayoría de los jóvenes de esa edad han estado borrachos alguna vez; es parte de la evolución hacia la edad adulta.
–¿Lo ha estado usted, doctora Littlewood?
–No entiendo la relevancia de esa pregunta –dijo ella, frunciendo el ceño.
–¿De verdad? –preguntó él, esbozando una leve sonrisa.
–Si está sugiriendo que el leve estado de embriaguez en el que estaba Tiffany le exonera de ser culpable, me temo que yo no comparto su opinión. Su indiferencia me parece insultante dadas las circunstancias. ¡Usted fue la razón por la que ella se emborrachó aquella noche! ¡Todo fue culpa suya!
–¿Cree que yo le puse la botella en los labios? –Nikos levantó una ceja de manera burlona.
–Como si lo hubiera hecho. En circunstancias normales mi hermana y usted no habrían tenido una relación, pero desafortunadamente el destino hizo que sus caminos se cruzaran.
–¿El destino? –dijo él con gran sarcasmo.
–¡Mi hermana era camarera! ¡Tenía un contrato de dos años con su hotel! ¡Su único papel en las fiestas de la jet set era servir el champán en las copas de gente como usted! –exclamó Angie. Respiró profundamente tratando de calmarse, forzándose a hablar en un tono más bajo ya que había soportado muchos cotilleos sobre su familia–. Tiffany era joven e ilusa y usted se aprovechó de ello. Usted pertenecía a un mundo distinto al de ella, señor Kyriacou, y usted debería haberse dado cuenta de ello incluso si ella no lo hizo. Usted debía haberse ceñido a tener relaciones con modelos, actrices y con otras mujeres que entendieran los juegos que usted elige jugar. Pero usted no se pudo resistir a mi hermana, ¿no es así? –dijo con desprecio–. Usted se aprovechó de su inocencia y le rompió el corazón.
Entonces se creó un largo y tenso silencio durante el cual él analizó la cara de Angie.
–No es mi intención difamar a su hermana, pero está claro que interpretamos los hechos de manera distinta, así como también la personalidad de su hermana.
–¡Desde luego! ¿Cómo si no podría usted vivir con la conciencia tranquila? Claramente ha logrado convencerse de que usted no tiene culpa de nada. Pero la verdad es que Tiffany nunca había ni siquiera tenido un novio formal hasta que fue a Grecia y aun así usted…
–¿… aun así yo qué…? Por favor, no me oculte nada, doctora Littlewood. Por favor, explíqueme el comportamiento que tuve con su inocente hermana. Le confieso que estoy fascinado por su visión del mundo. Está claro que ha estado mucho tiempo encerrada en las profundidades de los museos y de las universidades.
Angie se preguntó cómo podía ser posible que las mujeres le encontraran tan atractivo. Era cierto que era muy guapo, pero tenía una actitud distante y heladora que a ella le hacía estremecerse.
Recordó todo lo que su madre le había dicho sobre él. Y el hecho de que ésta hubiese estado orgullosa del nuevo romance de su hermana le había llenado de horror y frustración.
–Él tiene por lo menos quince años más que ella –había señalado.
–Es muy rico, Angie, por no hablar de lo influyente que es. Pase lo que pase, tu hermana lo tiene todo resuelto. Estar con él le permitirá entrar en círculos en los que nunca podría haber entrado. Dicen que tiene billones… que es maravilloso en los negocios. Es muy inteligente. Ha salido con modelos y actrices, pero nunca durante más de unas pocas semanas porque parece ser que no tiene intención de casarse. ¡Pero aun así ha estado saliendo con nuestra Tiffany por lo menos durante seis semanas! Obviamente va en serio con ella. ¿Lo puedes creer?
Angie había tenido muchos problemas para creérselo.
–¿Por qué estaría un hombre como Nikos Kyriacou interesado en Tiffany?
Si realmente él hubiese sido tan inteligente como se decía, Tiffany, cuya conversación no iba más allá de la moda y peinados, le habría aburrido en cuestión de minutos. Angie había querido a su hermana, pero ese amor no le había impedido percatarse de la realidad.
–Tiffany es guapísima –había dicho su madre a la defensiva–. Y un hombre griego tradicional valora la belleza en las mujeres, no lo inteligentes que sean. No espero que lo entiendas porque tu idea de diversión nocturna es tener la nariz incrustada en algún libro gordo con palabras en otro idioma, pero cuando un hombre llega a casa tras un duro día de trabajo ganando millones, espera algo más estimulante que tener una conversación. Pero tú no sabes nada sobre eso.
Angie había murmurado algo con desdén, preguntándose por qué los hombres brillantes se volvían idiotas ante una cara bonita. Lo había visto con su padre.
Mirando a Nikos en aquel momento, no le cupo ninguna duda de quién era el culpable de la muerte de su hermana.
–Tiffany era muy inocente. Incluso podíamos decir que un poco tonta.
–¿Usted cree?
Angie sintió cómo perdía el último resquicio de control que le quedaba. Se dijo a sí misma que era imposible apelar a la conciencia de un hombre que simplemente no la tenía.
–Se supone que usted es un hombre sofisticado, de mundo. No me puedo creer que no viera lo que había debajo del pelo rubio y del maquillaje. No me puedo creer que no supiera la verdad sobre ella.
–Yo sabía todo sobre ella –dijo él rotundamente–. Pero me estoy empezando a preguntar si usted lo sabía.
–Sé que mi hermana siempre se vestía y actuaba de una manera que sugería que era mucho mayor de lo que en realidad era. Pero ella era una niña. ¡No se ceñía a las normas de usted y debía haberlo sabido! Nunca debió hacerle falsas promesas.
–¿Qué promesas son las que se supone que hice? –preguntó él, frunciendo el ceño.
–Le prometió que se iba a casar con ella y ambos sabemos que nunca lo hubiera hecho. Se sabe que el matrimonio no entra en su agenda.
Se creó un largo y tenso silencio.
–¿Qué le hace pensar que le prometí que me iba a casar con ella?
–¡Ella me lo dijo! Estoy segura de que usted esperaba que ella hubiese mantenido su propuesta en secreto. ¡Qué inconveniente para usted que no lo hiciera! –temblando, Angie tomó su bolso y sacó su teléfono móvil–. Me mandó un mensaje dos semanas antes de morir. Dos semanas antes de que se cayera desde su terraza, señor Kyriacou.
–Enséñemelo –ordenó Nikos, que estaba muy rígido.
Angie buscó en su teléfono hasta que encontró el mensaje en cuestión.
–Dice; «N se va a casar conmigo. ¡Estoy tan contenta!» Estaba viva cuando mandó este mensaje… –dijo, poniéndole el teléfono móvil en la mano a Nikos y tragando saliva–. Ella estaba enamorada de usted y estaba contenta. El siguiente mensaje me lo mandó la noche que se cayó. Léalo, ¿por qué no lo hace?
«Acabo de descubrir la verdad sobre N. Lo odio». Nikos leyó el mensaje en alto y se quedó mirando el teléfono móvil; la tensión que sentía era visible.
–Así que era verdad. Su hermana realmente esperaba que me casara con ella.
–¿Y por qué debería sorprenderle eso a usted? ¿Porque ella debía haber sido más lista y no creerlo cuando le dijo que se iba a casar con ella? Tiff era una chica joven y, como todas las muchachas de esa edad, tenía la cabeza llena de romances y finales felices. Debe recordar eso la próxima vez que considere la posibilidad de divertirse con una jovencita. ¡Usted le rompió el corazón a mi hermana! Me imagino que sería por eso por lo que estaba borracha aquella noche. ¡Había descubierto la clase de hombre que es usted!
–Usted no sabe nada sobre qué clase de persona soy, doctora Littlewood –dijo Nikos, con algo peligroso reflejado en sus ojos.
–¡Sé que mi hermana no debería haberse acercado a usted! Cada vez que miro un periódico, le veo con una mujer diferente. Es obvio que para usted el sexo femenino no es más que una diversión.
–¿Y usted siempre cree lo que lee en los periódicos? –preguntó él, tenso.
–Desde luego que no me creo todos los detalles. No soy tonta. Pero las historias tienen que venir de algún sitio.
–¿Ah, sí?
–Lo que nos lleva de nuevo a preguntarnos qué hacía un hombre como usted con una chica como Tiffany.
–Estoy seguro de que usted me lo podrá decir, dado que conoce tanto sobre mí por una fuente tan fidedigna.
–¡No juegue conmigo y no bromee jamás sobre la muerte de mi hermana!
–Créame; no considero nada sobre su hermana gracioso y mucho menos su muerte.
Había algo en la excesiva calma de Nikos que inquietaba a Angie, que de repente sólo quería que él se marchara.
–Por favor, márchese –dijo con la voz ronca y quitándose las gafas. Entonces lo miró a la cara–. No sé para qué ha venido, pero ahora quiero que se marche. Y quiero que me prometa que no se va a acercar a mi madre.
–¿Por qué utiliza gafas? –preguntó él, frunciendo el ceño.
–¿Perdone? –la irrelevancia de aquella pregunta desconcertó a Angie, que se quedó mirándolo–. Las necesito cuando trabajo, para ver detalles, pero no comprendo por qué usted…
–Debería utilizar lentillas. No remediará su desafortunada personalidad, pero por lo menos dulcificará su apariencia y le hará parecer más femenina.
Angie emitió un grito ahogado, indignada. En realidad no le debía importar. Su madre se había pasado toda la vida haciendo comentarios parecidos; diciéndole que se pusiera un vestido, que usara maquillaje… parecía que no comprendía que arreglarse no iba a cambiar nada. Ella era muy sencilla; había nacido sencilla y moriría siéndolo. Y no le importaba. Lo único que le importaba era que había perdido a su hermana pequeña.
–No me interesa su opinión sobre nada, señor Kyriacou –dijo, volviéndose a poner las gafas–. Lo único que me interesa es el motivo de su visita. Está claro que no ha venido a disculparse, ¿para qué ha venido? ¿O es que le gusta ver la angustia de otras personas?
Entonces se volvió a crear un largo silencio, durante el cual él la analizó con la mirada, haciéndola sentir muy incómoda.
–¿Para qué ha venido? –preguntó ella de nuevo con la voz levemente entrecortada.
–¿Ha oído alguna vez hablar sobre el diamante Brandizi?
–¿Por qué debería haberlo hecho? –respondió ella, frunciendo el ceño.
–Porque está interesada en la historia y las leyendas, doctora Littlewood, y ambos conceptos se aplican al diamante Brandizi.
–Como ya ha señalado usted, mi especialidad es el arte y la cerámica de la Grecia clásica. Conozco muy poco sobre joyería. Y no comprendo la relevancia de esta conversación.