La araucana - Alonso de Ercilla y Zúñiga - E-Book

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Alonso de Ercilla y Zúñiga

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La Araucanes el poema épico militar más famoso del poeta y soldado Alonso de Ercilla y Zúñiga. Narra en 37 cantos la lucha y conquista de los araucanos mapuches en Chile por parte del ejército español en La Araucana, poema épico de exaltación militar en 37 cantos, donde narra los hechos más significativos de la guerra de Arauco contra los araucanos (mapuches) y que empezó a escribir en campaña.

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Alonso de Ercilla y Zuñiga

La araucana

Selección, notas y comentarios porJulieta Gómez Paz Primera edición

Saga

La araucana

 

Copyright © 1589, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726551044

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

ALONSO DE ERCILLA Y SU ÉPOCA

Alonso de Ercilla y Zúñiga nace en Madrid —que aún no era sede de la corte— el 7 de agosto de 1533.

Han pasado sólo cuarenta y un años desde aquel 1492 en que España terminara la Reconquista con la toma de Granada, Colón descubriera sin saberlo un nuevo continente —que a partir de 1507 empezaba a llamarse América 1 — y se publicara la primer gramátiea de nuestra lengua, escrita por Antonio de Nebrija.

La trayectoria de este español del llamado Siglo de Oro transcurre bajo los reinados de Carlos I de España —y V de Alemania— y de su hijo Felipe II.

El padre de Alonso, Don Fortún García de Ercilla, nacido en 1494 en la Torre de Ercilla (Bermeo) —hoy célebre por los versos de La Araucana—, era vizcaíno. Estudió en Salamanca y más tarde leyes en Bolonia, en el Colegio de los Españoles, fundado en 1365 por el Cardenal Don Gil de Albornoz. Fue tan grande su notoriedad como jurisconsulto que el emperador lo llamó a la corte y durante catorce años vivió Don Fortún muy cerca de Carlos V, quien requería su opinión personal en dictámenes de todo orden. Se ha dicho que pensaba confiarle la educación del príncipe Felipe. Pero, en 1534, a los cuarenta años, muere el padre de Ercilla en un pueblecito próximo a Valladolid 2 .

El paje

A raíz de esta muerte, Doña Leonor de Zúñiga, madre del poeta, es recibida en palacio como dama de honor de la infanta Doña María y en 1548 Alonso de Ercilla entra como paje al servicio del príncipe Felipe.

Fue ésta una situación de privilegio que formó al adolescente llamado a ser el primer poeta épico de España. En una época sin medios de comunicación, sólo en la intimidad de la corte —en esos años la más poderosa de Occidente— se podía tener conocimiento del acontecer histórico contemporáneo. En ese centro de resonancia iba a nutrirse su alma y a formarse su carácter.

Se ha recordado alguna vez que Ercilla tenía siete años cuando en 1540 Pedro de Valdivia salió del Cuzco con doscientos españoles y los indios necesarios para tomar posesión de la región de Chile, previamente descubierta por Almagro. La fama de Valdivia, que sería su héroe pocos años más tarde, creció al par de su propia vida. Si era niño cuando oyó por primera vez este nombre, pronunciado sin duda con un matiz de asombro y admiración, muchas otras veces habrá vuelto a sus oídos y siempre con aurecla extraordinaria. Entre los caballeros que rodeaban al paje de Felipe se comentarían las cartas que el ambicioso conquistador dirigía a Carlos V solicitándole el título de gobernador de Chile, escritas en un estilo recio y vital: “Y por lo que me persuado merecerla —esa merced— mejor es por haberme, con el ayuda primeramente de Dios, sabido valer con doscientos españoles, tan lexos de poblaciones de cristianos / teniéndolos aquí subjectos, trabajados, muertos de hambre y de frío, con las armas a cuestas, arando y sembrando por sus propias manos para la sustentación suya y de sus hijos; y con todo esto no me aborrecen, pero me aman, porque comienzan a ver ha sido todo menester para poder vivir y alcanzar de V. M. aquello que venimos a buscar” 3 . “Aquello que venimos a buscar” era la gloria, pues sigue diciendo: “que no deseo sino descobrir y poblar tierras a V. M. y no otro interés junto con la honra y mercedes que será servido de me hacer por ello, para dexar memoria y fama de mí”. Se comprende la exaltación de Valdivia cuando a galope sobre su caballo recorre de un extremo a otro el terreno elegido para fundar la ciudad a la que impuso su propio nombre, a semejanza de aquellos castellanos que en el siglo xi . al avanzar por tierras desoladas por guerras seculares daban también nombres personales a los pueblos que fundaban. Valdivia era, como aquéllos, gente de pueblo, de un ímpetu personal desbordante, deseoso de afirmarse socialmente 4 .

También habrá tenido noticia Ercilla de aquel viaje al Perú, cuando Valdivia, ya en plena embriaguez ante lo que le deparaba el porvenir, recorrió la ciudad de Lima “montado en bridas de oro y adornado corcel derrochando riquezas como un príncipe oriental” 5 .

Ercilla estaba acostumbrado a presenciar torneos y desfiles fastuosos y podía imaginar lo deslumbrante de aquel alarde. Había recorrido ciudades ricas y hermosas. En 1548 acompañó a Felipe en su viaje a Flandes, a donde fue a reunirse con su padre, el emperador. Conoció entonces Barcelona, Génova, Milán, Mantua, Trento, Insbruck, Munich, Heidelberg, Lutzelburg, Bruselas. El viaje duró casi tres años y en seguida emprendió otro, junto a su madre, Doña Leonor, que iba en el séquito de la infanta Doña María (ya casada con Maximiliano, rey de Bohemia) a Viena.

En 1554 se hallaba de regreso en la corte, en Valladolid. Pero el 14 de mayo Felipe sale de esta ciudad con su comitiva y llega en junio a Santiago de Compostela, la ciudad del Apóstol, en Galicia, a donde convergían los caminos de Europa desde el siglo xii . Por ella habrá andado, entre la multitud que siempre colmaba sus calles, Alonso de Ercilla. Santiago de Compostela era para el mundo cristiano lo mismo que Roma y Jerusalén. También Valdivia había fundado allá, en las remotas regiones del Arauco, una ciudad a la que puso por nombre Santiago del Nuevo Extremo (1541), una alusión a su tierra, Extremadura, y una afirmación de ese Plus Ultra que se leía en las insignias del Imperio.

En La Coruña embarcó Felipe con su séquito camino de Inglaterra. Iba a casarse en segundas nupcias con la reina María Tudor 6 . Este matrimonio tenía por objeto impedir el triunfo del protestantismo en aquel país. María Tudor, católica, fue tan intolerante como la Inquisición en España 7 .

Los tiempos de Alonso de Ercilla, en materia de religión, fueron tan tumultuosos como en lo que respecta a la conquista. El nombre de Lutero, iniciador de la Reforma (1517), no podía ser desconocido para un hombre de la corte de Carlos V. El problema religioso entreverado de apetencias políticas fue origen de luchas incesantes en toda Europa A pesar de que en España habían sido acogidas por los hombres mejores las ideas de uno de los más grandes humanistas, Erasmo de Rotterdam (1467-1536), verdadero héroe de la tolerancia, Carlos V y el clero español hicieron de España la cuna de la llamada Contrarreforma, es decir de la reacción ofensiva del catolicismo contra la disidencia que dividía en dos grandes mitades la cristiandad. Expresiones fundamentales de esa posición fueron el Concilio de Trento y la Compañía de Jesús, fundada en 1539 por el caballero guipuzcoano Ignacio de Loyola (luego San Ignacio). Otras figuras españolas aspiraron a apartarse de “la atmósfera sustancialmente violenta de la Europa de entonces”: entre ellos Fray Luis de Granada, Fray Luis de León, Santa Teresa, Arias Montano, San Juan de la Cruz . No lo lograron. Precisamente estos religiosos fueron perseguidos, o por lo menos molestados por la Inquisición, especialmente rígida en los siglos xvi y xvii .

En Londres estaba Ercilla, y en este clima de lucha espiritual, cuando llega a Felipe la noticia de la muerte de Pedro de Valdivia, ocurrida en Chile en 1552, a manos de los indios, después de una rebelión en que tomara parte decisiva su propio paje: Lautaro.

Hay varios momentos cruciales en la biografía de Alonso de Ercilla, cambios rotundos de dirección. La primera ruptura ocurre en este momento cuando el poeta tiene diecinueve años. Al enterarse de la muerte de aquel hombre del que había oído hablar con asombro toda su vida y conocer los terribles episodios de la reconquista de sus tierras por los araucanos decide abandonar el viejo mundo y partir hacia las Indias. Pide al príncipe Felipe la venia para realizar este viaje y la obtiene fácilmente. Marchará a América con don Jerónimo de Alderete, nuevo adelantado mayor de Chile, nombrado en sustitución de Pedro de Valdivia.

El anticonquistador

¿Por qué abandona el paje del príncipe Felipe una situación que significaba para cualquier hombre de su mundo el sumo bienestar apetecible y, contra la corriente, ya que ningún gran señor elegía este camino , prefiere ser un conquistador, o por mejor decir, un aventurero? Los biógrafos explican esta extraña decisión atribuyéndola a un fracaso amoroso. El futuro soldado que hasta ese momento no había ceñido espada, era poeta. Precisamente en un poema sigularmente dolorido se encuentran las razones hipotéticas de esta huida. El poema en cuestión es una glosa a un cuarteto que dice:

Seguro estoy de nuevo descontento

y en males y fatigas tan probado,

que ya mis desventuras han hallado

el término que tiene el sufrimiento.

Si pensamos que Ercilla siempre escribió sobre cosa vivida o imaginada muy de cerca, es fácil suponer que sentía de veras lo que confían versos como éstos:

Amor me ha reducido a tanto estrecho

y puesto en tal extremo un desengaño,

que ya no puede el bien hacer provecho

ni el mal, aunque se esfuerce, mayor daño;

todo lo que es posible está ya hecho;

y pues no puede ya el dolor extraño

crecer ni declinar sólo un momento

seguro estoy de nuevo descontento .

Las cuatro octavas —la misma estrofa utilizará después en La Araucana— que componen el poema traslucen una honda desesperanza. Si el estado de ánimo de Ercilla era a tal punto angustioso:

pues viene a ser bajeza y cobardía

tener de no matarme sufrimiento;

la aventura de las Indias, a pesar de sus riesgos, o precisamente por ellos debió aparecérsele como salvadora. No hay duda de que un afán de despojo, contrabalanceado naturalmente por el apetito de conocer, tan suyo:

Yo que fui siempre amigo e inclinado

a inquirir y saber lo no sabido

y también de gloria y riquezas, inspiró aquel movimiento de ánimo en esa coyuntura decisiva.

Se embarca con el nuevo adelantado mayor de Chile, pero, al llegar a Panamá, Don Pedro de Alderete muere. Ercilla continúa el viaje y ya en Lima sabe que García Hurtado de Mendoza, hijo del Marqués de Cañete, Virrey del Perú, será quien marchará a Chile, para hacerse cargo del adelantazgo y la campaña; con él embarca en el Callao.

Temporales, zozobras, conocimiento de la tierra nueva, de las incipientes ciudades, todo tan diferente a lo conocido. Riesgosas expediciones hacia el Sur, en busca del estrecho descubierto por Magallanes. Ercilla comienza a vivir en lo real del paisaje y en el testimonio de los sobrevivientes compañeros del conquistador, todo lo sabido antes de oídas.

En América el poeta se exalta. Vive deslumbrado ante montañas, océanos, árboles, hombres. Es inútil que se diga que Ercilla no vio el paisaje de Chile. Aunque no mencione con precisión vegetales y bestias, aunque a veces equivoque nombres, el lector siente en sus estrofas un hálito que emana del espacio y de una naturaleza sobrecogedora. Empieza a cantar con entusiasmo. Hay una tensión evidente en los versos que —él lo ha dicho— escribía por las noches, en trocitos de papel y hasta en cortezas de árbol y pedazos de cuero. ¿Por qué no creerle? Debió sentir la urgencia de comunicar su emoción ante las sombras —esa tan pensada de Valdivia— que se le aparecían.

Al final de su vida, como queriendo rescatar el recuerdo de una emoción no languidecida en su memoria, dirá la embriaguez de haber desplazado un poco más allá los límites que cercan al hombre, haber puesto el pie donde no lo puso nadie:

Aquí llegó donde otro no ha llegado .

Extraña y secreta compensación de un alma que no se vanagloria en las batallas sino que, por el contrario, señala su horror ante lo cruento de ellas, expresando muchas veces su rechazo ante la injusticia.

Pero el destino va a quebrar esta aventura que le apasiona. Otro episodio crucial trastrueca su vida.

Están en la ciudad llamada La Imperial, de regreso de jornadas penosísimas por el Sur, cuando llega la noticia —después de dos años— de la ascensión al trono de Felipe II . El antiguo paje escribe a su señor dándole la enhorabuena. Todo es regocijo en La Imperial entre aquellos hombres que tan pocos motivos tienen de alegría. Don García Hurtado de Mendoza dispone los festejos. Se llevará a cabo un torneo. Ercilla compra un caballo —que pagará veinte años después — para participar en él. El propio Don García, ataviado, sale de su casa acompañado de los caballeros que le hacen escolta. Alonso de Ercilla va junto a él; de pronto, Juan de Pineda se interpone, se mete entre ambos. Ercilla lo rechaza y maquinalmente lleva su mano a la espada. Don García se vuelve y, al ver lo que ocurre, con una maza ataca a Ercilla, que cae del caballo. Al fin, lleno de ira, el adelantado dispone la prisión de ambos caballeros y por sí y ante sí los condena a muerte. Juan de Pineda huye a la iglesia de Nuestra Señora pero es llevado a la cárcel como Ercilla.

Los biógrafos pasan ligeramente por esta prueba, acaso porque conocen el desenlace. Sin embargo, para los protagonistas fue terrible En un segundo apenas, a causa de un lance inesperado, el hombre respetable, casi feliz, que era Don Alonso, se ve recluido y condenado a muerte, lejos de toda posible apelación. Enfrentado a sus últimos momentos, vive sus horas contadas. Sabe que su cadalzo se alza en la plaza. No será ahorcado en consideración a su categoría: el verdugo lo degollará. Cerca de él, el impulsivo Juan de Pineda, sufre igual suerte. No hay testimonio de las últimas disposiciones del poeta. Lo que sintió en esas vertiginosas horas que se precipitaban sin remisión sobre su cabeza fue apenas aludido a lo largo de los años por este hombre que tan explayadamente había cantado sus dolores de amor. Sólo el sacerdote que lo asistió fue su confidente. Al amanecer los dos reos eran sacados a la plaza cuando llegó el indulto. Lo había obtenido una doncella española o una india. No se sabe bien. Ambas habían pasado la noche en casa de Don García Hurtado de Mendoza tratando de arrancarle el perdón. En todo caso una mujer, cuyo nombre se ignora; había logrado lo que no habían podido alcanzar los amigos.

Devuelto a la vida, Ercilla es mantenido en reclusión tres meses y desterrado después al Perú, donde el padre del tan severo juez lo mantiene desplazado. Ercilla escribe a Felipe II pidiendo medios de vida primero y licencia después para volver a España. Estuvo en el Perú desde 1559 a 1563 .

El permiso para el regreso llega al fin y en 1563 Don Alonso desembarca en Sevilla, de donde parte en seguida para Madrid. No volvería nunca a las Indias, en las que había estado ocho años: el tiempo de mi vida más florido (Canto XXXVII) . Tenía treinta años. Regresaba pobre y humillado, sólo con su experiencia y sus versos. Es realmente un anticonquistador.

El desasosegado

Ya en España Ercilla se integra a la corte. Tiene entrevistas con Felipe II. Sigue al monarca a Aragón. Pero pronto decide un viaje a Viena, donde su hermana, María Magdalena, permanece en la corte de Maximiliano. María Magdalena es la prometida de Don Fadrique de Portugal. Ercilla va en su busca para acompañarla en el viaje a España, donde se celebrará la boda. Con este motivo vuelve a recorrer Europa. ¿Con qué ojos la ve después de su experiencia de América? Ya hallará pretexto para incluir en su poema, aunque más no sea que dentro de una visión, todas aquellas tierras y ciudades que le gusta nombrar una a una. Llega a Neustal, última ciudad de Austria, en la frontera con Hungría. Allí estaba la corte, que acoge con cariño al hijo de Doña Leonor de Zúñiga . Maximiliano lo nombra gentilhombre. Aunque por poco tiempo, hace otra vez vida palaciega. La reina le entrega para su hermano Felipe II una carta que es una ejecutoria, pidiéndole que “haga merced a Don Alonso de Ercilla, de alguna cosa en las Indias, hasta cantidad de siete u ocho mil escudos, pues allí hay tantas que por fuerza se han de dar, y él ha servido tan bien en aquella tierra, que no es mucha cantidad para el trabajo que en ella pasó” . ¿Tenía interés Ercilla en volver a la Indias?

Al fin los dos hermanos regresan a España siguiendo una ruta que quizá pasa por Bermeo, solar de sus mayores. Ya en Madrid, en ese mismo año de 1564, se celebra la boda de María Magdalena. Pero la recién casada muere al poco tiempo dejando por heredero único a Don Alonso. Todo cambió con este golpe de la fortuna.

Después de 1560, Madrid, por voluntad de Felipe sede de la corte, empieza a crecer como ciudad. Ercilla tiene por esos años amores con Rafaela de Esquinas y en 1568 le nace un hijo natural: Don Juan de Ercilla. Para Rafaela compra una casa en la calle de los Jardines, en Madrid. Siempre se preocupará por su bienestar.

En ese mismo año de 1568 pide licencia para la impresión de la primera parte de La Araucana, que aparece en marzo del año siguiente. Está dedicada a Felipe II.

El libro tuvo un éxito semejante al de las novelas de caballería. Los poetas miraron a su autor con simpatía. De Felipe II no tuvo una sola palabra .

Con todo, la vida se le hizo más grata. Tres años más tarde se casa con Doña María de Bazán, mujer acaudalada, y la boda se celebra en Palacio. En ese mismo año de 1571 aspira a ser caballero de la Orden de Santiago y cumplidos los requisitos —certificación de limpieza de sangre, permanencia en las galeras del rey durante seis meses— Ercilla es armado caballero. Mil quinientos setenta y uno es el año de la batalla de Lepanto, en la que aliados el Papa, el rey de España y la República de Venecia, vencen a los turcos. Mandaba la expedición Don Juan de Austria, hijo bastardo de Carlos V, y en ella luchó Cervantes y quedó manco. Ercilla no estuvo en Lepanto pero cantó esta victoria, situándola en futuro, en la Segunda Parte de La Araucana.

De 1574 a 1577 Ercilla viaja otra vez por toda Europa; recorre Italia de Norte a Sur. En Roma lo recibe el papa Gregorio XIII. Habla con él de sus viajas y, sobre todo, es interrogado acerca del Estrecho de Magallanes. Y sigue el peregrinaje un poco inexplicable por Siena, Florencia, Bolonia, Ferrara, Padua, Mantua, Cremona, Placencia, Milán y Pavía, ciudades cuyos nombres registra en sus versos. En el 75 está en Alemania, y en Praga asiste a la coronación del rey Rodolfo y de allí va a Ratisbona, donde “llevó la falda al rey electo”, y con doce caballos y otras cosas, obsequio del emperador Maximiliano, y sus recuerdos, se vuelve a España .

En estos años insaciables de Ercilla, años de errar y ver, ocurrían en el imperio acontecimientos que sacudían todos los grupos sociales. Continuaba la guerra en Flandes después de la represión sangrienta llevada a cabo allí por el duque de Alba. En España la Inquisición había tenido cuatro años preso a Fray Luis de León, y Teresa de Jesús en 1577 escribía una carta precipitada a Felipe II pidiéndole la libertad de Juan de la Cruz, también encarcelado.

Mientras Ercilla rimaba sus octavas a Lepanto para incluirlas en la segunda parte de La Araucana, lejos, otro poeta cantaba la misma heroica batalla. Era Cervantes. Si la victoria de Don Juan de Austria había hecho soñar con un Mediterráneo libre de infieles, la ilusión se perdió cuando en 1575 tres naves turcas apresaron a otros tantos navíos españoles llevando a sus tripulante cautivos a Argel. Cervantes escribe y prepara heroicamente fuga tras fuga. En ese mismo año 1577 en que Ercilla regresa a Madrid, el autor aún inédito de La Galatea sueña con una nueva evasión que fracasa.

En cuanto a Don Alonso de Ercilla también va y viene desatentado. Esta vez, después de permanecer en su hogar muy poco tiempo, se recluye en el convento de Uclés, de la Orden de Santiago; va a aprender las reglas y todo lo concerniente a la Orden. Tres meses después, previa autorización real, formula sus votos y sale del convento.

A pesar de las turbulencias del reinado de Felipe II, España goza un bienestar fugaz. No era sólo el oro de las Indias . Las ciudades rebosaban de tiendas y “no cabían los telares en Toledo”. Segovia, Cuenca, Valladolid, Zaragoza, Valencia, Granada, también vivían prósperas. España exportaba lana, cueros, sedas, lino y otros productos. En las ciudades comerciales se celebraban las ferias. Se hizo famosa la de Medina del Campo. Ercilla no fue insensible a este esplendor:

Mira a Valladolid, que en llama ardiente

se irá como la fénix renovando,

y a Medina del Campo casi enfrente,

que las ferias la van más ilustrando.

Mira a Segovia y su famosa puente,

y el bosque y la Fonfrida atravesando,

al Pardo y Aranjuez donde Natura

vertió todas sus flores y verdura.

Así cantaba el dinamismo emanado de aquel poder complejo y contradictorio de Felipe II, creador del Botánico de Aranjuez y de la Academia de Ciencias, y por la de Matemáticas, que compensaron la deficiencia de las Universidades . Todo ese florecimiento beneficiaba la actividad económica de Ercilla, quien desde 1566 —año en que heredó a su hermana María Magdalena— se dedicó a la compraventa de objetos artísticos y asimismo fue prestamista. Esta palabra repugna a su biógrafo entusiasta, el escritor chileno José Toribio Medina, pero no tiene más remedio que pronunciarla. Son copiosos los documentos que atestiguan las operaciones financieras del autor de La Araucana. Su clientela estaba entre la gente de la nobleza, aristócratas, herederos jóvenes y mercaderes extranjeros. Medina se pregunta por qué todos estos negocios —en los que Ercilla era muy bien secundado por su mujer, quien lo representaba en las largas ausencias—. No hay razones. Hubiera podido vivir muy bien sin esos beneficios, pero su conducta tuvo quizá motivaciones que se nos escapan. ¿El poeta, que tanto verso implacable dedicó a la codicia era, a su vez, codicioso? Acaso sus incesantes desplazamientos, ese inventarse metas que exigen rumbos lejanos, son síntomas de un desasosiego interior. Ercilla busca siempre algo que está más allá de su horizonte.

Ahora, apenas regresa a Madrid, ya ordenado caballero de Santiago, se dispone a publicar la segunda parte de La Araucana, dedicada, como la primera, a Felipe II. Aparece en 1578. El éxito fue grande; se multiplicaron las ediciones y esta vez el libro cruzó el Atlántico, se vendió en América. Sólo Felipe II no reparó en él y no agradeció el don de su poeta.

Cierto es que ese año de 1578 fue siniestro para el monarca. En los días de Pascua había sido asesinado en la calle Don Juan de Escobedo. La Araucana exaltaba la figura de Don Juan de Austria en Lepanto:

En la alta popa, junto al estandarte,

el ínclito Don Juan resplandecía.