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La experiencia americana de Alonso de Ercilla le inspiró su poema épico La Araucana, escrito en octavas reales y dividido en tres partes (1569, 1578 y 1589). La Araucana es uno de los libros que se salvan en el capítulo VI del Quijote. El primer texto poético europeo en el que América es un tema literario. Ercilla relata las cruentas luchas sostenidas en Chile entre araucanos y españoles, y describe el lugar y las costumbres de los indígenas. La narración impresiona por la precisa descripción de paisajes y batallas, y los certeros retratos de los jefes araucanos. Se intercalan digresiones, según un procedimiento habitual en la lírica culta. Se incluyen relatos de las batallas de Lepanto y San Quintín. Se describen ciudades famosas, la leyenda de Dido o una justificación política de las pretensiones de Felipe II a la corona portuguesa. Aunque Ercilla afirma ser testigo de las escenas que cuenta. El relato histórico muestra a menudo la influencia de las lecturas épicas del autor, con formación literaria. La obra tiene varios protagonistas, Lautaro y Caupolicán entre los indígenas araucanos. Mientras que son Pedro de Valdivia, García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra o el propio Ercilla los personajes del lado español. Sin embargo, se da más relieve individual y heroico a los primeros, y se destacan sus virtudes por encima de sus adversarios. La obra fue escrita en tres entregas que se publicaron con diez años de diferencia cada una. Linkgua Ediciones ofrece al lector un volumen por cada una de la entregas. La tercera parte del poema, que cubre un tercer período histórico, relata la llegada del autor a tierras suramericanas, específicamente a Chile. Asimismo, coincide con las victorias militares de los españoles entre 1557 y 1558 así como el destierro de Ercilla al Perú.
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Seitenzahl: 137
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana
Parte III
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La Araucana.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-256-9.
ISBN rústica: 978-84-9816-825-9.
ISBN ebook: 978-84-9897-830-8.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
El texto 7
Tercera parte 9
Canto XXX 9
Canto XXXI 25
Canto XXXII 37
Canto XXXIII 59
Canto XXXIV 81
Canto XXXV 97
Canto XXXVI 109
Canto XXXVII 121
Libros a la carta 141
La narración impresiona por la precisa descripción de paisajes y batallas, y los certeros retratos de los jefes araucanos. Se intercalan digresiones, según un procedimiento habitual en la lírica culta: relato de las batallas de Lepanto y San Quintín, descripción de ciudades famosas, la leyenda de Dido o una justificación política de las pretensiones de Felipe II a la corona portuguesa. Aunque Ercilla afirma ser testigo de las escenas que cuenta, el relato histórico muestra con frecuencia la influencia de las lecturas épicas del autor, con formación literaria.
La obra tiene varios protagonistas, Lautaro y Caupolicán entre los indígenas araucanos, y Pedro de Valdivia, García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra o el propio Ercilla por el lado español.
Sin embargo, se da más relieve individual y heroico a los primeros, y se destacan sus virtudes por encima de sus adversarios.
Contiene este canto el fin que tuvo el combate de tucapel y rengo. Asimismo lo que Pran, araucano, pasó con el indio Andresillo, yanacona de los españoles
Cualquiera desafío es reprobado
por ley divina y natural derecho,
cuando no va el designio enderezado
al bien común y universal provecho,
y no por causa propia y fin privado
mas por autoridad pública hecho,
que es la que en los combates y estacadas
justifica las armas condenadas.
Muchos querrán decir que el desafío
es de derecho y de costumbre usada
pues con el ser del hombre y albedrío
justamente la ira fue criada;
pero sujeta al freno y señorío
de la razón, a quien encomendada
quedó, para que así la corrigiese
que los términos justos no excediese.
Y el Profeta nos da por documento
que en ocasión y a tiempo nos airemos,
pero con tal templanza y regimiento
que de la raya y punto no pasemos,
pues dejados llevar del movimiento,
el ser y la razón de hombres perdemos
y es visto que difiere en muy poco
el hombre airado y el furioso loco.
Y aunque se diga, y es verdad, que sea
ímpetu natural el que nos lleva,
y por la alteración de ira se vea
que a combatir la voluntad se mueva,
la ejecución, el acto, la pelea
es lo que se condena y se reprueba
cuando aquella pasión que nos induce,
al yugo de razón no se reduce.
Por donde claramente, si se mira,
parece como parte conveniente,
ser en el hombre natural la ira
en cuanto a la razón fuere obediente;
y en la causa común puesta la mira,
puede contra el campión el combatiente
usar della en el tiempo necesario,
como contra legítimo adversario.
Mas si es el combatir por gallardía,
o por jatancia vana o alabanza,
o por mostrar la fuerza y valentía,
o por rencor, por odio, o por venganza;
si es por declaración de la porfía
remitiendo a las armas la probanza,
es el combate injusto, es prohibido,
aunque esté en la costumbre recebido.
Tenemos hoy la prueba aquí en la mano
de Rengo y Tucapel, que peleando
por solo presunción y orgullo vano
como fieras se están despedazando;
y con protervia y ánimo inhumano
de llegarse a la muerte trabajando,
estaban ya los dos tan cerca della
cuanto lejos de justa su querella.
Digo que los combates, aunque usados,
por corrupción del tiempo introducidos,
son de todas las leyes condenados
y en razón militar no permitidos,
salvo en algunos casos reservados
que serán a su tiempo referidos,
materia a los soldados importante
según que lo veremos adelante.
Déjolo aquí indeciso, porque viendo
el brazo en alto a Tucapel alzado,
me culpo, me castigo y reprehendo
de haberle tanto tiempo así dejado;
pero a la historia y narración volviendo,
me oísteis ya gritar a Rengo airado,
que bajaba sobre él la fiera espada
por el gallardo brazo gobernada:
el cual viéndose junto, y que no pudo
huir del grave golpe la caída,
alzó con ambas manos el escudo,
la persona debajo recogida;
no se detuvo en él el filo agudo,
ni bastó la celada aunque fornida,
que todo lo cortó, y llegó a la frente
abriendo una abundante y roja fuente.
Quedó por grande rato adormecido
y en pie difícilmente se detuvo,
que, del recio dolor desvanecido,
fuera de acuerdo vacilando anduvo;
pero volviendo a tiempo en su sentido,
visto el último término en que estuvo,
de manera cerró con Tucapelo
que estuvo en punto de batirle al suelo.
Hallóle tan vecino y descompuesto
que por poco le hubiera trabucado,
que de la gran pujanza que había puesto,
anduvo de los pies desbaratado;
pero volviendo a recobrarse presto,
viéndose del contrario así aferrado,
le echó los fuertes y ñudosos brazos
pensando deshacerle en mil pedazos,
y con aquella fuerza sin medida,
le suspende, sacude y le rodea;
mas Rengo, la persona recogida,
la suya a tiempo y la destreza emplea.
No la falta de sangre allí vertida
ni el largo y gran tesón en la pelea
les menguaba la fuerza y ardimiento,
antes iba el furor en crecimiento.
En esto Rengo a tiempo el pie trocado
del firme Tucapel ciñó el derecho,
y entre los duros brazos apretado
cargó sobre él con fuerza el duro pecho.
Fue tanto el forcejar, que ambos de lado,
sin poderlo escusar, a su despecho,
dieron a un tiempo en tierra de manera
como si un muro o torreón cayera.
Pero con rabia nueva y mayor fuego
comienzan por el campo a revolcarse
y con puños de tierra a un tiempo luego
procuran y trabajan por cegarse,
tanto que al fin el uno y otro ciego,
no pudiendo del hierro aprovecharse,
con las agudas uñas y los dientes
se muerden y apedazan impacientes.
Así, fieros, sangrientos y furiosos,
cuál ya debajo, cuál ya encima andaban,
y los roncos acezos presurosos
del apretado pecho resonaban;
mas no por esto un punto vagorosos
en la rabia y el ímpetu aflojaban,
mostrando en el tesón y larga prueba
criar aliento nuevo y fuerza nueva.
Eran pasadas ya tres horas, cuando
los dos campiones, de valor iguales,
en la creciente furia declinando
dieron muestra y señal de ser mortales,
que las últimas fuerzas apurando
sin poderse vencer, quedaron tales
que ya en parte ninguna se movían
y más muertos que vivos parecían.
Estaban par a par desacordados,
faltos de sangre, de vigor y aliento,
los pechos garleando levantados,
llenos de polvo y de sudor sangriento;
los brazos y los pies enclavijados,
sin muestra ni señal de sentimiento,
aunque de Tucapel pudo notarse
haber más porfiado a levantarse.
La pierna diestra y diestro brazo echado
sobre el contrario a la sazón tenía,
lo cual de sus amigos fue juzgado
ser notoria ventaja y mejoría
y aunque esto es hoy de muchos disputado,
ninguno de los dos se rebullía,
mostrando ambos de vivos solamente
el ronco aliento y corazón latiente.
El gran Caupolicano, que asistiendo
como juez de la batalla estaba,
el grave caso y pérdida sintiendo,
apriesa en la estacada plaza entraba;
el cual, sin detenerse un punto, viendo
que alguna sangre y vida les quedaba,
los hizo levantar en dos tablones
a doce los más ínclitos varones.
Y siguiendo detrás con todo el resto
de la nobleza y gente más preciada,
fue con honra solene y pompa puesto
cada cual en su tienda señalada,
donde acudiendo a los remedios presto,
y la sangre con tiempo restañada,
la cura fue de suerte que la vida
les fue en breve sazón restituida.
Pasado el punto y término temido,
iban los dos a un tiempo mejorando,
aunque del caso Tucapel sentido,
no dejaba curarse braveando;
pero el prudente General sufrido,
con blandura la cólera templando,
así de poco en poco le redujo
que a la razón doméstica le trujo.
Quedó entre ellos la paz establecida,
y con solennidad capitulado,
que en todo lo restante de la vida
no se tratase más de lo pasado,
ni por cosa de nuevo sucedida
en público lugar ni reservado
pudiesen combatir ni armar quistiones
ni atravesarse en dichos ni en razones;
mas siempre como amigos generosos
en todas ocasiones se tratasen
y en los casos y trances peligrosos
se acudiesen a tiempo y ayudasen.
Convenidos así los dos famosos,
porque más los conciertos se afirmasen
comieron y bebieron juntamente
con grande aplauso y fiesta de la gente.
Dejarélos aquí desta manera
en su conformidad y ayuntamiento,
que me importa volver a la ribera
del río que muda nombre en cada asiento,
pues ha mucho que falto y ando fuera
de nuestro molestado alojamiento,
para decir el punto en que se halla
después del trance y última batalla.
Luego que la vitoria conseguimos
con más pérdida y daño que ganancia,
al fuerte a más andar nos recogimos,
que estaba del lugar larga distancia
y aunque poco después, Señor, tuvimos
otros muchos rencuentros de importancia
no sin costa de sangre y gran trabajo
iré, por no cansaros, al atajo.
Y pasando en silencio otra batalla
sangrienta de ambas partes y reñida,
que aunque por no ser largo aquí se calla,
será de otro escritor encarecida.
Vista de munición y vitualla
la plaza por dos meses bastecida,
pareció por entonces provechoso
dejar por capitán allí a Reinoso
que las demás ciudades, trabajadas
de las pasadas guerras, nos llamaban,
y las leyes sin fuerza arrinconadas,
aunque mudas, de lejos voceaban;
las cosas de su asiento desquiciadas,
todos sin gobernarse gobernaban,
estando de perderse el reino a canto
por falta de gobierno, habiendo tanto.
Mas viendo la comarca tan poblada,
fértil de todas cosas y abundante,
para fundar un pueblo aparejada
y el sitio a la sazón muy importante,
quedó primero la ciudad trazada,
de la cual hablaremos adelante,
que aunque de buen principio y fundamento
mudó después el nombre y el asiento.
Dejando, pues, en guarda de la tierra
los más diestros y pláticos soldados,
en orden de batalla y són de guerra
rompimos por los términos vedados;
y atravesando de Purén la sierra,
de la hambre y las armas fatigados,
a la Imperial llegamos salvamente
donde hospedada fue toda la gente.
Puso el Gobernador luego en llegando
en libertad las leyes oprimidas,
la justicia y costumbres reformando
por los turbados tiempos corrompidas,
y el exceso y desórdenes quitando
de la nueva codicia introducidas,
en todo lo demás por buen camino
dio la traza y asiento que convino.
No habíamos aún los cuerpos satisfecho
del sueño y hambre mísera transida,
cuando tuvimos nueva que de hecho
toda la tierra en torno removida,
rota la tregua y el contrato hecho,
viendo así nuestra fuerza dividida
ayuntaban la suya con motivo
de no dejar presidio ni hombre vivo.
Luego, pues, hasta treinta apercebidos
de los que más en orden nos hallamos,
por la espesura de Tirú metidos,
la barrancosa tierra atravesamos
y los tomados pasos desmentidos,
no con pocos rebatos arribamos
sin parar ni dormir noche ni día,
al presidio español y compañía,
donde ya nuestra gente había tenido
nueva del trato y tierra rebelada,
que por estraño caso acontecido,
de la junta y designio fue avisada
y habiendo alegremente agradecido
el socorro y ayuda no pensada,
nos dio del caso relación entera,
el cual pasa, Señor, desta manera:
el araucano ejército, entendiendo
que su próspera suerte declinaba
y que Caupolicán iba perdiendo
la gran figura en que primero estaba,
en secretos concilios discurriendo,
del capitán ya odioso murmuraba
diciendo que la guerra iba a lo largo
por conservar la dignidad del cargo;
no con tan suelta voz y atrevimiento
que el más libre y osado no temiese,
y del menor edicto y mandamiento
cuanto una sola mínima excediese:
que era tanto el castigo y escarmiento
que no se vio jamás quien se atreviese
a reprobar el orden por él dado
según era temido y respetado.
Pero temiendo al fin como prudente
el revolver del hado incontrastable
y la poca obediencia de su gente,
viéndole ya en estado miserable,
que la buena fortuna fácilmente
lleva siempre tras sí la fe mudable
y un mal suceso y otro cada día
la más ardiente devoción resfría,
quiso, dando otro tiento a la fortuna,
que del todo con él se declarase,
y no dejar remedio y cosa alguna
que para su descargo no intentase.
Entre muchas, al fin, resuelto en una,
antes que su intención comunicase,
con la presteza y orden que convino
de municiones y armas se previno.
No dando, pues, lugar con la tardanza
a que el miedo el peligro examinase
y algún suceso y súbita mudanza
los ánimos del todo resfriase,
con animosa muestra y confianza
mandó que de la gente se aprestase
al tiempo y hora del silencio mudo,
el más copioso número que pudo.
Hizo una larga plática al Senado,
en la cual resolvió que convenía
dar el asalto al fuerte por el lado
de la posta de Ongolmo al mediodía,
que de cierto espión era avisado
cómo la gente que en defensa había,
demás de estar segura y descuidada,
era poca, bisoña y desarmada;
que el capitán ausente había llevado
la plática en la guerra y escogida,
de no volver atrás determinado
hasta dejar la tierra reducida
y en las nuevas conquistas ocupado,
sin poder ser la plaza socorrida,
en breve por asaltos fácilmente
podrían entrarla y degollar la gente.
Fue tan grave y severo en sus razones
y tal la autoridad de su presencia,
que se llevó los votos y opiniones
en gran conformidad sin diferencia,
y con ánimo y firmes intenciones
le juraron de nuevo la obediencia
y de seguir hasta morir, de veras,
en entrambas fortunas sus banderas.
Luego Caupolicano resoluto
habló con Pran, soldado artificioso,
simple en la muestra, en el aspecto bruto,
pero agudo, sutil y cauteloso,
prevenido, sagaz, mañoso, astuto,
falso, disimulado, malicioso,
lenguaz, ladino, prático, discreto,
cauto, pronto, solícito y secreto,
el cual en puridad bien instruido
en lo que el arduo caso requería,
de pobre ropa y parecer vestido,
del presidio español tomó la vía,
y fingiendo ser indio foragido
se entró por la cristiana ranchería
entre los indios mozos de servicio,
dando en la simple muestra dello indicio.
Debajo de la cual miraba atento,
sin mostrar atención, lo que pasaba,
y con disimulado advertimiento
los ocultos designios penetraba;
tal vez entrando en el guardado asiento,
en la figura rústica, notaba
la gente, armas, el orden, sitio y traza,
lo más fuerte y lo flaco de la plaza.
Por otra parte oyendo y preguntando
a las personas menos recatadas,
iba mañosamente escudriñando
los secretos y cosas reservadas,
y aquí y allí los ánimos tentando
buscaba con razones disfrazadas
vaso capaz y suficiente seno
donde vaciar pudiese el pecho lleno.
Tentando, pues, los vados y el camino
por donde el trato fuese más cubierto,
de tiento en tiento y lance en lance, vino
a dar consigo en peligroso puerto;
que engañado de un bárbaro ladino
Andresillo llamado, de concierto
salieron juntos a buscar comida,
cosa a los yanaconas permitida
y con dobles y equívocas razones
que Pran a su propósito traía,
vino el otro a decir las vejaciones
que el araucano Estado padecía,
los insultos, agravios, sinrazones,
las muertes, robos, fuerza y tiranía,
trayendo a la memoria lastimada
el bien perdido y libertad pasada.
Visto el crédulo Pran que había salido
tan presto el falso amigo a la parada,
hallando voluntad y grato oído
y el tiempo y la ocasión aparejada,
de la engañosa muestra persuadido,
el disfrace y la máscara quitada,
abrió el secreto pecho y echó fuera
la encubierta intención desta manera,
diciéndole: «Si sientes, ¡oh soldado!,