Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La experiencia americana de Alonso de Ercilla le inspiró su poema épico La Araucana, escrito en octavas reales y dividido en tres partes (1569, 1578 y 1589). La Araucana es uno de los libros que se salvan en el capítulo VI del Quijote. El primer texto poético europeo en el que América es un tema literario. Ercilla relata las cruentas luchas sostenidas en Chile entre araucanos y españoles, y describe el lugar y las costumbres de los indígenas. La narración impresiona por la precisa descripción de paisajes y batallas, y los certeros retratos de los jefes araucanos. Se intercalan digresiones, según un procedimiento habitual en la lírica culta. Se incluyen relatos de las batallas de Lepanto y San Quintín. Se describen ciudades famosas, la leyenda de Dido o una justificación política de las pretensiones de Felipe II a la corona portuguesa. Aunque Ercilla afirma ser testigo de las escenas que cuenta. El relato histórico muestra a menudo la influencia de las lecturas épicas del autor, con formación literaria. La obra tiene varios protagonistas, Lautaro y Caupolicán entre los indígenas araucanos. Mientras que son Pedro de Valdivia, García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra o el propio Ercilla los personajes del lado español. Sin embargo, se da más relieve individual y heroico a los primeros, y se destacan sus virtudes por encima de sus adversarios. La obra fue escrita en tres entregas que se publicaron con diez años de diferencia cada una. Linkgua Ediciones ofrece al lector un volumen por cada una de la entregas. El volumen abarca el período de 1536 hasta 1543 e incluye las expediciones de Almagro y Valdivia y la gran ofensiva al fuerte de Tucapel por parte de los mapuches. Este momento se plasma en los cantos I y II de la epopeya. Ellos, además, se describe exquisitamente la provincia de Chile antes de la llegada de los españoles y los viajes antes indicados.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 303
Veröffentlichungsjahr: 2010
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Araucana
Parte I
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La Araucana.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-520-1.
ISBN rústica: 978-84-96290-23-5.
ISBN ebook: 978-84-9897-076-0.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
El texto 7
Primera parte 9
Prólogo del autor 11
Declaración de algunas cosas de esta obra 12
Canto I 15
Canto II 33
Canto III 57
Canto IV 81
Canto V 105
Canto VI 119
Canto VII 133
Canto VIII 149
Canto IX 165
Canto X 193
Canto XI 207
Canto XII 229
Canto XIII 253
Canto XIV 267
Canto XV 281
Libros a la carta 303
Alonso de Ercilla y Zúñiga (Madrid, 1533-1594). España.
Hijo de una familia noble, acompañó como paje al príncipe Felipe en sus viajes a Inglaterra y Flandes. En 1554 se fue a América, donde participó en la conquista de Chile. De regreso a España (1563) entró de nuevo al servicio del rey y desempeñó diversas misiones diplomáticas. Perteneció a la Orden de Santiago (1571) y fue uno de los hombres más ricos de su tiempo.
La experiencia americana de Ercilla le inspiró su poema épico La Araucana, escrito en octavas reales y dividido en tres partes (1569, 1578 y 1589). Este es uno de los libros salvados en el capítulo VI del Quijote y el primer texto poético europeo en el que América es un tema literario. Ercilla relata las cruentas luchas sostenidas en Chile entre araucanos y españoles, y describe el lugar y las costumbres de los indígenas.
La narración impresiona por la precisa descripción de paisajes y batallas, y los certeros retratos de los jefes araucanos. Se intercalan digresiones, según un procedimiento habitual en la lírica culta: relato de las batallas de Lepanto y San Quintín, descripción de ciudades famosas, la leyenda de Dido o una justificación política de las pretensiones de Felipe II a la corona portuguesa. Aunque Ercilla afirma ser testigo de las escenas que cuenta, el relato histórico muestra con frecuencia la influencia de las lecturas épicas del autor, con formación literaria.
La obra tiene varios protagonistas, Lautaro y Caupolicán entre los indígenas araucanos, y Pedro de Valdivia, García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra o el propio Ercilla por el lado español.
Sin embargo, se da más relieve individual y heroico a los primeros, y se destacan sus virtudes por encima de sus adversarios.
Si pensara que el trabajo que he puesto en esta obra me había de quitar tan poco el miedo de publicarla, sé cierto de mí que no tuviera ánimo para llevarla al cabo. Pero considerando ser la historia verdadera y de cosas de guerra, a las cuales hay tantos aficionados, me he resuelto en imprimirla, ayudando a ello las importunaciones de muchos testigos que en lo de más dello se hallaron, y el agravio que algunos españoles recibirían quedando sus hazañas en perpetuo silencio, faltando quien las escriba; no por ser ellas pequeñas, pero porque la tierra es tan remota y apartada y la postrera que los españoles han pisado por la parte del Perú, que no se puede tener della casi noticia, y por el mal aparejo y poco tiempo que para escribir hay con la ocupación de la guerra, que no da lugar a ello; y así el que pude hurtar lo gasté en este libro, el cual porque fuese más cierto y verdadero se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios, escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños que apenas cabían seis versos, que no me costó después poco trabajo juntarlos; y por esto, y por la humildad con que va la obra, como criada en tan pobres pañales, acompañándola el celo y la intención con que se hizo, espero que será parte para poder sufrir quien la leyere las faltas que lleva. Y si a alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más extendidamente de lo que para bárbaros se requiere; si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio della, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con tal constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos como son los españoles. Y cierto es cosa de admiración que, no poseyendo los araucanos más de veinte leguas de término, sin tener en todo él pueblo formado, ni muro, ni casa fuerte para su reparo, ni armas, a lo menos defensivas, que la prolija guerra y españoles las han gastado y consumido, y en tierra no áspera, rodeada de tres pueblos españoles y dos plazas fuertes en medio della, con puro valor y porfiada determinación hayan redimido y sustentado su libertad, derramando en sacrificio della tanta sangre así suya como de españoles, que con verdad se puede decir haber pocos lugares que no estén della teñidos y poblados de huesos; no faltando a los muertos quien les suceda en llevar su opinión adelante; pues los hijos, ganosos de la venganza de sus muertos padres, con la natural rabia que los mueve y el valor que dellos heredaron, acelerando el curso de los años, antes de tiempo tomando las armas, se ofrecen al rigor de la guerra; y es tanta la falta de gente por la mucha que ha muerto en esta demanda, que, para hacer más cuerpo y henchir los escuadrones, vienen también las mujeres a la guerra, y peleando algunas veces como varones, se entregan con grande ánimo a la muerte. Todo esto he querido traer para prueba y en abono del valor destas gentes, digno de mayor loor del que yo le podré dar con mis versos. Y pues, como dije arriba, hay agora en España cantidad de personas que se hallaron en muchas cosas de las que aquí escribo, a ellos remito la defensa de mi obra en esta parte, y a los que la leyeren se la encomiendo.
Porque hay en este libro algunas cosas y vocablos que por ser de indios no se dejan bien entender, me pareció declararlas aquí para que fácilmente se entiendan.
Angol. Valle donde los españoles poblaron una ciudad, y le pusieron por nombre Los confines de Angol.
Apó. Señor o capitán absoluto de otros.
Arauco (el Estado de). Es una provincia pequeña de veinte leguas de largo y siete de ancho poco más o menos, la cual ha sido la más belicosa de todas las Indias; y por esto es llamado el Estado indómito. Llámanse los indios de él araucanos, tomando el nombre de la provincia.
Arcabuco. Espesura grande de árboles altos y boscaje.
Bohío. Es una casa pajiza grande, de sola una pieza sin alto.
Cacique. Quiere decir señor de vasallos, que tiene gente a su cargo. Los caciques toman el nombre de los valles de donde son señores, y de la misma manera los hijos o sucesores que suceden en ellos: declárase esto porque los que mueren en la guerra se oirán después nombrar en otra batalla; entiéndase que son los hijos o sucesores de los muertos.
Caupolicán. Fue hijo de Leocán, y Lautaro hijo de Pillán. Declaro esto, porque como son capitanes señalados, de los cuales la historia hace muchas veces mención, por no poner tantas veces sus nombres, me aprovecho de los de los de sus padres.
Cautén. Es un valle hermosísimo y fértil, donde los españoles fundaron la más próspera ciudad que ha habido en aquellas partes, la cual tenía trescientos mil indios casados de servicio: llamáronla La Imperial, porque, cuando entraron los españoles en aquella provincia, hallaron sobre todas las puertas y tejados águilas imperiales de dos cabezas hechas de palo, a manera de timbre de armas; que cierto es extraña cosa y de notar, pues jamás en aquella tierra se ha visto ave con dos cabezas.
Coquimbo. Es el primer valle de Chile donde pobló el capitán Valdivia un pueblo que le llamó La Serena, por ser él natural de La Serena: tiene un muy buen puerto de mar, y llámase también el pueblo Coquimbo, tomando el nombre del valle.
Chaquiras. Son unas cuentas muy menudas a manera de aljófar, que las hallan por las marinas, y cuanto más menudas, son más preciadas: labran y adornan con ellas sus llautos, y las mujeres sus hinchos, que son como una cinta angosta que les ciñe la cabeza por la frente a manera de bicos o ciertas puntillas de oro que se ponían en los birretes de terciopelo con que antiguamente se cubría la cabeza: andan siempre en cabello, y suelto por los hombros y espalda.
Chile. Es una provincia grande que contiene en sí otras muchas provincias: nómbrase Chile por un valle principal llamado así: fue sujeto al Inga rey del Perú, de donde le traían cada año gran suma de oro, por lo cual los españoles tuvieron noticia deste valle; y cuando entraron en la tierra, como iban en demanda del valle de Chile, llamaron Chile a toda la provincia hasta el estrecho de Magallanes.
Eponamón. Es nombre que dan al demonio, por el cual juran cuando quieren obligarse infaliblemente a cumplir lo que prometen.
Jota. Véase Ojota.
Llauto. Es un trocho o rodete redondo, ancho de dos dedos, que ponen en la frente y les ciñe la cabeza: son labrados de oro y chaquira con muchas piedras y dijes en ellos, en los cuales asientan las plumas o penachos de que ellos son muy amigos: no los traen en la guerra, porque entonces usan celadas.
Mapochó. Es un hermoso valle donde los españoles poblaron la ciudad de Santiago, y llámase asimismo el pueblo Mapochó.
Mita. Es la carga o tributo que trae el indio tributario.
Mitayo. Es el indio que la lleva o trae.
Ojota, y por contracción jota. Especie de calzado que usaban las indias, el cual era a modo de los alpargates de España. Dábalas el novio a la novia al tiempo de casarse: si era doncella se las daba de lana, y si no, de esparto.
Paco. Especie de carnero que se cría en Indias, algo mayor que el común. Son muy lanudos y tienen el cuello muy largo. Son de varios colores, blancos, negros o pardos. Es animal muy útil y provechoso, porque su carne es sabrosa y mantiene mucho. Sirve para el tráfico y conducción de las mercaderías y géneros que se llevan de una parte a otra. Los pacos a veces se enojan y aburren con la carga, y échanse con ella, sin remedio de hacerlos levantar.
Pálla. Es lo que llamamos nosotros señora: pero entre ellos no alcanza este nombre sino a la noble de linaje, y señora de muchos vasallos y hacienda.
Penco. Es un valle muy pequeño y no llano, pero porque es puerto de mar poblaron en él los españoles una ciudad, la cual llamaron La Concepción.
Puelches. Se llaman los indios serranos, los cuales son fortísimos y ligeros, aunque de menos entendimiento que los otros.
Valdivia. Es un pueblo bueno y provechoso: tiene un puerto de mar por un río arriba, tan seguro, que varan las naos en tierra, y está fundado no muy lejos de un gran lago, al cual y a la ciudad llamó Valdivia de su nombre. Entiéndese que cuando se fundaron estos pueblos era Valdivia capitán general de los españoles, y a él se atribuye la gloria del descubrimiento y población de Chile.
Vicuña. Cabra montés que se cría en Indias: no tiene cuernos y es más alta de cuerpo que una cabra por grande que sea. Su lana es finísima y nunca pierde el color.
Villa-Rica. Es otro pueblo que fundaron los españoles a la ribera de un lago pequeño cerca de dos volcanes, que lanzan a tiempos tanto fuego y tan alto que acontece llover en el pueblo ceniza.
Yanacónas. Son indios mozos amigos que sirven a los españoles, andan en su traje, y algunos muy bien tratados, que se precian mucho de policía en su vestido: pelean a las veces en favor de sus amos, y algunos animosamente, en especial cuando los españoles dejan los caballos y pelean a pie, porque en las retiradas los suelen dejar en las manos de los enemigos, que los matan cruelísimamente.
El cual declara el asiento y descripción de la provincia de Chile y Estado de Arauco, con las costumbres y modos de guerra que los naturales tienen; y asimismo trata en suma la entrada y conquista que los españoles hicieron hasta que Arauco se comenzó a rebelar.
No las damas, amor, no gentilezas
de caballeros canto enamorados;
ni las muestras, regalos ni ternezas
de amorosos afectos y cuidados:
mas el valor, los hechos, las proezas
de aquellos españoles esforzados,
que a la cerviz de Arauco, no domada,
pusieron duro yugo por la espada.
Cosas diré también harto notables
de gente que a ningún rey obedecen,
temerarias empresas memorables
que celebrarse con razón merecen;
raras industrias, términos loables
que más los españoles engrandecen;
pues no es el vencedor más estimado
de aquello en que el vencido es reputado.
Suplícoos, gran Felipe, que mirada
esta labor, de vos sea recebida,
que, de todo favor necesitada,
queda con darse a vos favorecida:
es relación sin corromper, sacada
de la verdad, cortada a su medida;
no despreciéis el don, aunque tan pobre,
para que autoridad mi verso cobre.
Quiero a señor tan alto dedicarlo,
porque este atrevimiento lo sostenga,
tomando esta manera de ilustrarlo,
para que quien lo viere en más lo tenga:
y si esto no bastare a no tacharlo,
a lo menos confuso se detenga,
pensando que, pues va a vos dirigido,
que debe de llevar algo escondido.
Y haberme en vuestra casa yo criado,
que crédito me da por otra parte,
hará mi torpe estilo delicado,
y lo que va sin orden lleno de arte:
así, de tantas cosas animado,
la pluma entregaré al furor de Marte;
dad orejas, Señor, a lo que digo,
que soy de parte de ello buen testigo.
Chile, fértil provincia, y señalada
en la región antártica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa,
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida,
ni a extranjero dominio sometida.
Es Chile Norte Sur de gran longura,
costa del nuevo mar del Sur llamado;
tendrá del Este al Oeste de angostura
cien millas, por lo más ancho tomado,
bajo del polo Antártico en altura
de veinte y siete grados, prolongado
hasta do el mar Océano y Chileno
mezclan sus aguas por angosto seno.
Y estos dos anchos mares, que pretenden,
pasando de sus términos, juntarse,
baten las rocas y sus olas tienden;
mas esles impedido el allegarse;
por esta parte al fin la tierra hienden
y pueden por aquí comunicarse:
Magallanes, Señor, fue el primer hombre
que, abriendo este camino, le dio nombre.
Por falta de piloto, o encubierta
causa, quizá importante y no sabida,
esta secreta senda descubierta
quedó para nosotros escondida:
ora sea yerro de la altura cierta,
ora que alguna isleta removida
del tempestuoso mar y viento airado,
encallando en la boca, la ha cerrado.
Digo que Norte Sur corre la tierra,
y baña la del Oeste la marina;
a la banda del Este va una sierra
que el mismo rumbo mil leguas camina:
en medio es donde el punto de la guerra
por uso y ejercicio más se afina:
Venus y Amor aquí no alcanzan parte;
solo domina el iracundo Marte.
Pues en este distrito demarcado,
por donde su grandeza es manifiesta,
está a treinta y seis grados el Estado
que tanta sangre extraña y propia cuesta:
éste es el fiero pueblo no domado
que tuvo a Chile en tal estrecho puesta,
y aquel que por valor y pura guerra
hace en torno temblar toda la tierra.
Es Arauco, que basta, el cual sujeto
lo más de este gran término tenía,
con tanta fama, crédito y conceto
que del un polo al otro se extendía:
y puso al español en tal aprieto
cual presto se verá en la carta mía:
veinte leguas contienen sus mojones,
poséenla diez y seis fuertes varones.
De diez y seis caciques y señores
es el soberbio estado poseído,
en militar estudio los mejores
que de bárbaras madres han nacido:
reparo de su patria y defensores,
ninguno en el gobierno preferido;
otros caciques hay, mas por valientes
son éstos en mandar los preeminentes.
Solo al señor de imposición le viene
servicio personal de sus vasallos,
y en cualquiera ocasión cuando conviene
puede por fuerza al débito apreamiallos;
pero así obligación el señor tiene
en las cosas de guerra doctrinallos,
con tal uso, cuidado y diciplina,
que son maestros después de esta doctrina.
En lo que usan los niños, en teniendo
habilidad y fuerza provechosa,
es que un trecho seguido han de ir corriendo
por una áspera cuesta pedregosa;
y al puesto y fin del curso revolviendo
le dan al vencedor alguna cosa:
vienen a ser tan sueltos y alentados
que alcanzan por aliento los venados.
Y desde la niñez al ejercicio
los apremian por fuerza y los incitan,
y en el bélico estudio y duro oficio,
entrando en más edad, los ejercitan:
si alguno de flaqueza da un indicio,
del uso militar lo inhabilitan;
y al que sale en las armas señalado
conforme a su valor le dan el grado.
Los cargos de la guerra y preeminencia
no son por flacos medios proveídos,
ni van por calidad, ni por herencia,
ni por hacienda y ser mejor nacidos;
mas la virtud del brazo y la excelencia,
ésta hace los hombres preferidos;
ésta ilustra, habilita, perficiona
y quilata el valor de la persona.
Los que están a la guerra dedicados
no son a otro servicio constreñidos,
del trabajo y labranza reservados
y de la gente baja mantenidos:
pero son por las leyes obligados
de estar a punto de armas proveídos,
y a saber diestramente gobernallas
en las lícitas guerras y batallas.
Las armas dellos más ejercitadas
son picas, alabardas y lanzones,
con otras puntas largas enhastadas
de la fación y forma de punzones:
hachas, martillos, mazas barreadas,
dardos, sargentas, flechas y bastones,
lazos de fuertes mimbres y bejucos,
tiros arrojadizos y trabucos.
Algunas destas armas han tomado
de los cristianos nuevamente agora,
que el continuo ejercicio y el cuidado
enseña y aprovecha cada hora;
y otras, según los tiempos, inventado,
que es la necesidad grande inventora,
y el trabajo solícito en las cosas,
maestro de invenciones prodigiosas.
Tienen fuertes y dobles coseletes,
arma común a todos los soldados,
y otros a la manera de sayetes,
que son, aunque modernos, más usados:
grevas, brazales, golas, capacetes
de diversas hechuras encajados,
hechos de piel curtida y duro cuero,
que no basta ofenderle el fino acero.
Cada soldado una arma solamente
ha de aprender y en ella ejercitarse,
y es aquella a que más naturalmente
en la niñez mostrare aficionarse:
desta sola procura diestramente
saberse aprovechar, y no empacharse
en jugar de la pica el que es flechero,
ni de la maza y flechas el piquero.
Hacen su campo, y muéstranse en formados
escuadrones distintos muy enteros,
cada hila de más de cien soldados,
entre una pica y otra los flecheros,
que de lejos ofenden desmandados
bajo la protección de los piqueros,
que van hombro con hombro, como digo,
hasta medir a pica al enemigo.
Si el escuadrón primero que acomete
por fuerza viene a ser desbaratado,
tan presto a socorrerle otro se mete,
que casi no da tiempo a ser notado;
si aquél se desbarata, otro arremete,
y estando ya el primero reformado,
moverse de su término no puede
hasta ver lo que al otro le sucede.
De pantanos procuran guarnecerse
por el daño y temor de los caballos,
donde suelen a veces acogerse,
si viene a suceder desbaratallos:
allí pueden seguros rehacerse,
ofenden sin que puedan enojallos;
que el falso sitio y gran inconveniente
impide la llegada a nuestra gente.
Del escuadrón se van adelantando
los bárbaros que son sobresalientes,
soberbios cielo y tierra despreciando,
ganosos de extremarse por valientes;
las picas por los cuentos arrastrando,
poniéndose en posturas diferentes,
diciendo: «Si hay valiente algún cristiano
salga luego adelante mano a mano».
Hasta treinta o cuarenta en compañía,
ambiciosos de crédito y loores,
vienen con grande orgullo y bizarría
al son de presurosos atambores:
las armas matizadas a porfía
con varias y finísimas colores;
de poblados penachos adornados
saltando acá y allá por todos lados.
Hacen fuerzas o fuertes cuando entienden
ser el lugar y sitio en su provecho,
o si ocupar un término pretenden,
o por algún aprieto y grande estrecho,
de do más a su salvo se defienden,
y salen de rebato a caso hecho,
recogiéndose a tiempo al sitio fuerte,
que su forma y hechura es desta suerte.
Señalado el lugar, hecha la traza,
de poderosos árboles labrados
cercan una cuadrada y ancha plaza
en valientes estacas afirmados,
que a los de fuera impide y embaraza
la entrada y combatir, porque, guardados
del muro los de dentro, fácilmente
de mucha se defiende poca gente.
Solían antiguamente de tablones
hacer dentro del fuerte otro apartado,
puestos de trecho a trecho unos troncones
en los cuales el muro iba fijado
con cuatro levantados torreones
a caballero del primer cercado,
de pequeñas troneras lleno el muro,
para jugar sin miedo y más seguro.
En torno desta plaza poco trecho
cercan de espesos hoyos por de fuera:
cual es largo, cual ancho, y cual estrecho;
y así van, sin faltar desta manera,
para el incauto mozo que de hecho
apresura el caballo en la carrera
tras el astuto bárbaro engañoso,
que le mete en el cerco peligroso.
También suelen hacer hoyos mayores
con estacas agudas en el suelo,
cubiertos de carrizo, yerba y flores,
porque puedan picar más sin recelo:
allí los indiscretos corredores,
teniendo solo por remedio el cielo,
se sumen dentro y quedan enterrados
en las agudas puntas estacados.
De consejo y acuerdo una manera
tienen de tiempo antiguo acostumbrada;
que es hacer un convite y borrachera
cuando sucede cosa señalada:
y así cualquier señor que la primera
nueva del tal suceso le es llegada,
despacha con presteza embajadores
a todos los caciques y señores;
haciéndoles saber como se ofrece
necesidad y tiempo de juntarse,
pues a todos les toca y pertenece,
que es bien con brevedad comunicarse:
según el caso, así se lo encarece,
y el daño que se sigue dilatarse;
lo cual, visto que a todos les conviene,
ninguno venir puede que no viene.
Juntos, pues, los caciques del senado
propóneles el caso nuevamente;
el cual por ellos visto y ponderado,
se trata del remedio conveniente;
y resueltos en uno, y decretado,
si alguno de opinión es diferente,
no puede en cuanto al débito eximirse,
que allí la mayor voz ha de seguirse.
Después que cosa en contra no se halla,
se va el nuevo decreto declarando
por la gente común y de canalla,
que alguna novedad está aguardando:
si viene a averiguarse por batalla,
con gran rumor lo van manifestando
de trompas y atambores altamente,
porque a noticia venga de la gente.
Tienen un plazo puesto y señalado
para se ver sobre ello y remirarse,
tres días se han de haber ratificado
en la difinición sin retractarse:
y el franco y libre término pasado,
es de ley imposible revocarse;
y así como a forzoso acaecimiento,
se disponen al nuevo movimiento.
Hácese este concilio en un gracioso
asiento en mil florestas escogido,
donde se muestra el campo más hermoso
de infinidad de flores guarnecido;
allí de un viento fresco y amoroso
los árboles se mueven con ruïdo,
cruzando muchas veces por el prado
un claro arroyo limpio y sosegado,
do una fresca y altísima alameda
por orden y artificio tienen puesta
en torno de la plaza, y ancha rueda
capaz de cualquier junta y grande fiesta,
que convida a descanso, y al Sol veda
la entrada y paso en la enojosa siesta:
allí se oye la dulce melodía
del canto de las aves y armonía.
Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta
a aquel que fue del cielo derribado,
que como a poderoso y gran profeta
es siempre en sus cantares celebrado:
invocan su furor con falsa seta
y a todos sus negocios es llamado,
teniendo cuanto dice por seguro
del próspero suceso o mal futuro.
Y cuando quieren dar una batalla
con él lo comunican en su rito,
si no responde bien, dejan de dalla,
aunque más les insista el apetito;
caso grave o negocio no se halla
do no sea convocado este maldito;
llámanle Eponamón, y comúnmente
dan este nombre a alguno si es valiente.
Usan el falso oficio de hechiceros,
ciencia a que naturalmente se inclinan,
en señales mirando y en agüeros,
por las cuales sus cosas determinan:
veneran a los necios agoreros
que los casos futuros adivinan;
el agüero acrecienta su osadía,
y les infunde miedo o cobardía.
Algunos de estos son predicadores,
tenidos en sagrada reverencia,
que solo se mantienen de loores,
y guardan vida estrecha y abstinencia:
éstos son los que ponen en errores
al liviano común con su elocuencia,
teniendo por tan cierta su locura
como nos la evangélica escritura.
Y éstos que guardan orden algo estrecha
no tienen ley, ni Dios, ni que hay pecados;
mas solo aquel vivir les aprovecha
de ser por sabios hombres reputados:
pero la espada, lanza, el arco y flecha
tienen por mejor ciencia otros soldados;
diciendo que el agüero alegre o triste
en la fuerza y el ánimo consiste.
En fin, el hado y clima de esta tierra,
si su estrella y pronóstico se miran,
es contienda, furor, discordia, guerra,
y a solo esto los ánimos aspiran:
todo su bien y mal aquí se encierra;
son hombres que de súbito se aíran,
de condiciones feroces, impacientes,
amigos de domar extrañas gentes.
Son de gestos robustos, desbarbados,
bien formados los cuerpos y crecidos,
espaldas grandes, pechos levantados,
recios miembros, de nervios bien fornidos;
ágiles, desenvueltos, alentados,
animosos, valientes, atrevidos,
duros en el trabajo, y sufridores
de fríos mortales, hambres y calores.
No ha habido rey jamás que sujetase
esta soberbia gente libertada,
ni extranjera nación que se jactase
de haber dado en sus términos pisada;
ni comarcana tierra que se osase
mover en contra y levantar espada:
siempre fue exenta, indómita, temida,
de leyes libre y de cerviz erguida.
El potente rey Inga, aventajado
en todas las antárticas regiones,
fue un señor en extremo aficionado
a ver y conquistar nuevas naciones;
y por la gran noticia del estado
a Chile despachó sus Orejones;
mas la parlera fama de esta gente
la sangre les templó y ánimo ardiente.
Pero los nobles Ingas valerosos
los despoblados ásperos rompieron,
y en Chile algunos pueblos belicosos
por fuerza a servidumbre redujeron:
a do leyes y edictos trabajosos
con dura mano armada introdujeron,
haciéndoles con fueros disolutos
pagar grandes subsidios y tributos.
Dado asiento en la tierra y reformado
el campo con ejército pujante,
en demanda del reino deseado
movieron sus escuadras adelante:
no hubieron muchas millas caminado,
cuando entendieron que era semejante
el valor a la fama que alcanzada
tenía el pueblo araucano por la espada.
Los Promaucaes de Maule, que supieron
el vano intento de los Ingas vanos,
al paso y duro encuentro les salieron,
no menos en buen orden que lozanos;
y las cosas de suerte sucedieron
que, llegando estas gentes a las manos,
murieron infinitos Orejones,
perdiendo el campo y todos los pendones.
Los indios Promaucaes es una gente
que está cien millas antes del estado,
brava, soberbia, próspera y valiente,
que bien los españoles la han probado:
pero con cuanto digo, es diferente
de la fiera nación, que, cotejado
el valor de las armas y excelencia,
es grande la ventaja y diferencia.
Los Ingas, que la fuerza conocían
que en la provincia indómita se encierra,
y cuán poco a los brazos ganarían
llegada al cabo la empezada guerra;
visto el errado intento que traían,
desamparando la ganada tierra,
volvieron a los pueblos que dejaron
donde por algún tiempo reposaron.
Pues don Diego de Almagro, Adelantado,
que en otras mil conquistas se había visto,
por sabio en todas ellas reputado,
animoso, valiente, franco y quisto,
a Chile caminó determinado
de extender y ensanchar la fe de Cristo;
pero en llegando al fin de este camino
dar en breve la vuelta le convino.
A solo el de Valdivia esta victoria
con justa y gran razón le fue otorgada,
y es bien que se celebre su memoria,
pues pudo adelantar tanto su espada:
éste alcanzó en Arauco aquella gloria,
que de nadie hasta allí fuera alcanzada;
la altiva gente al grave yugo trujo,
y en opresión la libertad redujo.
Con una espada y capa solamente,
ayudado de industria que tenía,
hizo con brevedad de buena gente
una lucida y gruesa compañía;
y con designio y ánimo valiente
toma de Chile la derecha vía,
resuelto en acabar de esta salida
la demanda difícil o la vida.
Viose en el largo y áspero camino
por la hambre, sed y frío en gran estrecho;
pero con la constancia que convino
puso al trabajo el animoso pecho:
y el diestro hado y próspero destino
en Chile le metieron, a despecho
de cuantos estorbarlo procuraron,
que en su daño las armas levantaron.
Tuvo a la entrada con aquellas gentes
batallas y rencuentros peligrosos,
en tiempos y lugares diferentes,
que estuvieron los fines bien dudosos;
pero al cabo por fuerza los valientes
españoles, con brazos valerosos,
siguiendo el hado y con rigor la guerra,
ocuparon gran parte de la tierra.
No sin gran riesgo y pérdidas de vidas
asediados seis años sostuvieron,
y de incultas raíces desabridas
los trabajados cuerpos mantuvieron,
do a las bárbaras armas oprimidas
a la española devoción trujeron,
por ánimo constante y raras pruebas
criando en los trabajos fuerzas nuevas.
Después entró Valdivia conquistando
con esfuerzo y espada rigurosa,
los Promaucaes por fuerza sujetando,
Curios, Cauquenes, gente belicosa;
y, el Maule y raudo Itata atravesando,
llegó al Andaliën, do la famosa
ciudad fundó de muros levantada,
felice en poco tiempo y desdichada.
Una batalla tuvo aquí sangrienta
donde a punto llegó de ser perdido:
pero Dios le acorrió en aquella afrenta;
que en todas las demás le había acorrido:
otros dello darán más larga cuenta,
que les está este cargo cometido;
allí fue preso el bárbaro Ainavillo,
honor de los Pencones y caudillo.
De allí llegó al famoso Biobío,
el cual divide a Penco del estado,
que del Nibequetén, copioso río,
y de otros viene al mar acompañado;
de donde con presteza y nuevo brío,
en orden buena y escuadrón formado
pasó de Andalicán la áspera sierra,
pisando la araucana y fértil tierra.
No quiero detenerme más en esto,
pues que no es mi intención dar pesadumbre;
y así pienso pasar por todo presto,
huyendo de importunos la costumbre:
digo con tal intento y presupuesto
que antes que los de Arauco a servidumbre
viniesen, fueron tantas las batallas,
que dejo por prolijas de contallas.
Ayudó mucho el ignorante engaño
de ver en animales corregidos
hombres que por milagro y caso extraño
de la región celeste eran venidos:
y del súbito estruendo y grave daño
de los tiros de pólvora sentidos,
como a inmortales dioses los temían,
que con ardientes rayos combatían.
Los españoles hechos hazañosos
el error confirmaban de inmortales,
afirmando los más supersticiosos,
por los presentes los futuros males:
y así tibios, suspensos y dudosos,
viendo de su opresión claras señales,
debajo de hermandad y fe jurada
dio Arauco la obediencia jamás dada.
Dejando allí el seguro suficiente
adelante los nuestros caminaron;
pero todas las tierras llanamente,
viendo Arauco sujeta, se entregaron;
y reduciendo a su opinión gran gente,
siete ciudades prósperas fundaron,
Coquimbo, Penco, Angol y Santiago,
La Imperial, Villa-Rica, y la del Lago.
El felice suceso, la victoria,
la fama y posesiones que adquirían
los trujo a tal soberbia y vanagloria,
que en mil leguas diez hombres no cabían;
sin pasarles jamás por la memoria
que en siete pies de tierra al fin habían
de venir a caber sus hinchazones,
su gloria vana y vanas pretensiones.
Crecían los intereses y malicia,
a costa del sudor y daño ajeno,
y la hambrienta y mísera codicia
con libertad paciendo iba sin freno:
la ley, derecho, el fuero y la justicia
era lo que Valdivia había por bueno,
remiso en graves culpas y piadoso,
y en los casos livianos riguroso.
Así el ingrato pueblo Castellano,
en mal y estimación iba creciendo,
y siguiendo el soberbio intento vano
tras su fortuna próspera corriendo:
pero el Padre del cielo soberano
atajó este camino, permitiendo
que aquel a quien él mismo puso el yugo
fuese el cuchillo y áspero verdugo.
El estado araucano acostumbrado
a dar leyes, mandar y ser temido,
viéndose de su trono derribado,
y de mortales hombres oprimido;
de adquirir libertad determinado,
reprobando el subsidio padecido,
acude al ejercicio de la espada,
ya por la paz ociosa desusada.
Dieron señal primero y nuevo tiento
(por ver con qué rigor se tomaría)
en dos soldados nuestros, que a tormento
mataron sin razón y causa un día:
disimulose aquel atrevimiento,
y con esto crecioles la osadía;
no aguardando a más tiempo, abiertamente
comienzan a llamar y juntar gente.
Principio fue del daño no pensado
el no tomar Valdivia presta enmienda
con ejemplar castigo del estado;
pero nadie castiga en su hacienda:
el pueblo sin temor desvergonzado
con nueva libertad rompe la rienda
del homenaje hecho y la promesa,
como el segundo canto aquí lo expresa.
Pónese la discordia que entre los caciques de Arauco hubo sobre la elección de capitán general, y el medio que se tomó por el consejo del cacique Colocolo, con la entrada que por engaño los bárbaros hicieron en la casa fuerte de Tucapel y la batalla que con los españoles tuvieron.
Muchos hay en el mundo que han llegado
a la engañosa alteza desta vida,
que Fortuna los ha siempre ayudado
y dádoles la mano a la subida,
para, después de haberlos levantado,
derribarlos con mísera caïda,
cuando es mayor el golpe y sentimiento
y menos el pensar que hay mudamiento.
No entienden con la próspera bonanza
que el contento es principio de tristeza,
ni miran en la súbita mudanza
del consumidor tiempo y su presteza:
mas con altiva y vana confianza
quieren que en su fortuna haya firmeza;
la cual, de su aspereza no olvidada,
revuelve con la vuelta acostumbrada.
Con un revés de todo se desquita,
que no quiere que nadie se le atreva,
y mucho más que da siempre les quita,
no perdonando cosa vieja o nueva:
de crédito y de honor los necesita,
que en el fin de la vida está la prueba,
por el cual han de ser todos juzgados,
aunque lleven principios acertados.
Del bien perdido al cabo ¿qué nos queda
sino pena, dolor y pesadumbre?
Pensar que en él Fortuna ha de estar queda,
antes dejara el Sol de darnos lumbre:
que no es su condición fijar la rueda,
y es malo de mudar vieja costumbre.
El más seguro bien de la Fortuna
es no haberla tenido vez alguna.
Esto verse podrá por esta historia:
ejemplo dello aquí puede sacarse,
que no bastó riqueza, honor y gloria,
con todo el bien que puede desearse,
a llevar adelante la victoria;
que el claro cielo al fin vino a turbarse,
mudando la Fortuna en triste estado
el curso y orden próspera del Hado.
La gente nuestra ingrata se hallaba
en la prosperidad que arriba cuento,
y en otro mayor bien, que me olvidaba,
hallado en pocas casas, que es contento:
de tal manera en él se descuidaba