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La aurora en Copacabana se refiere al santuario de Copacabana, ubicado en un pequeño pueblo de Bolivia, a orillas del lago Titicaca.Aunque habían sido cristianizados, sus habitantes creían en sus antiguas supersticiones. Solo las malas cosechas provocaron que una de las comunidades del pueblo, los Anansayas, decidiese erigir una cofradía en honor de la Virgen de la Candelaria. Calderón de la Barca escribió esta obra ambientada en ese entorno; conocía los textos de los cronistas de América y supo recrear estos datos con sorprendentes alusiones al escultor indio Tito Yupanguí, autor de la actual imagen que se venera en Copacabana. En La aurora en Copacabana Yupanguí parece iluminado por la religión cristiana, al ver cómo la Virgen salva a los suyos de un incendio.
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Seitenzahl: 121
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Pedro Calderón de la Barca
La aurora en Copacabana
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La aurora en Copacabana.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-369-6.
ISBN rústica: 978-84-96428-47-8.
ISBN ebook: 978-84-9953-185-4.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 67
Jornada tercera 123
Libros a la carta 181
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro.
Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636). En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa.
La aurora en Copacabana se refiere al santuario de Copacabana, ubicado en un pequeño pueblo a orillas del lago Titicaca. Aunque habían sido cristianizados, sus habitantes creían en sus antiguas supersticiones. Solo las malas cosechas provocaron que una de las comunidades del pueblo, los Anansayas, decidiese erigir una cofradía en honor de la Virgen de la Candelaria. Calderón de la Barca escribió esta obra ambientada en este entorno; conocía los textos de los cronistas de América y supo recrear estos datos con sorprendentes alusiones al escultor indio Tito Yupanguí, autor de la actual imagen que se venera en Copacabana. En La aurora en Copacabana Yupanguí parece iluminado por la religión cristiana, al ver cómo la Virgen salva a los suyos de un incendio.
Acompañamiento
Almagro
Candia
Cuatro damas sacerdotisas
Don Gerónimo Marañón, gobernador
Don Lorenzo de Mendoza, conde de Coruña
Dos ángeles
Glauca
Guacolda
Guáscar Inca, rey
Iupangui
La Idolatría
Marineros
Música
Pizarro
Soldados
Tucapel
Un dorador
Un indio llamado Andrés
Un joven
Un sacerdote indio
Unos indios
(Dentro instrumentos y voces, y salen en tropa todos los que puedan vestidos de indios, cantando y bailando; Iupangui, indio galán, un sacerdote, Glauca, y Tucapel y, detrás de todos, Guáscar Inca, rey. Todos con arcos y flechas.)
Iupangui En el venturoso día
que Guáscar Inca celebra
edades del Sol, que fueron
gloria suya y dicha nuestra,
¡prosiga la fiesta!
Música «Prosiga la fiesta,
y aclamando a entrambas deidades,
del Sol en el cielo, y del Inca en la tierra,
al son de las voces repitan los ecos
que viva, que reine, que triunfe y que venza.»
Inca ¡Cuánto estimo ver que a honor
de la consagrada peña,
que desde Copacabana
sobre las nubes se asienta
en hacimiento de gracias
de haber sido la primera
cuna del hijo del Sol,
de cuya clara ascendencia
mi origen viene, os mostréis
tan alegres!
Iupangui Mal pudiera
nuestra obligación faltar
a tanta heredada deuda.
Cinco siglos, gran señor,
de dádiva tan excelsa
como darnos a su hijo
para que tú de él desciendas
se cumplen, y hoy otros cinco
ha que cada año renuevan
la memoria de aquel día
todas tus gentes, en muestra
de cuánto a su luz debimos.
Y así, no nos agradezcas
festejos que de dos causas
nacen hoy: una, que seas
tú nuestro monarco, y otra,
que al culto en persona vengas,
a cuyo efecto hasta Tumbez
donde el Sol su templo ostenta,
a recibirte venimos
diciendo en voces diuersas...
Él y música «Que vivas, que reines,
que triunfes y que venzas.»
Inca De una y otra causa, a ti
no poca parte te empeña,
Iupangui, pues que no ignoras
desciendes también de aquella
primera luz, por quien de inca
ya que no la real grandeza,
la real estirpe te toca.
Iupangui Mi mayor fortuna es ésa.
(Aparte.) (Bien que mi mayor fortuna,
si he de consultar mis penas,
no es sino ser el felice
día en que a Guacolda, bella
sacerdotisa del Sol,
llegué a ver. ¡Ay de fineza,
que al cabo del año, y día
está con mirar contenta!)
Sacerdote Pues en tanto que llegamos
a la falda de la sierra
donde las sacerdotisas
de este templo es bien que vengan,
puesto que allá ha de ser hoy
la inmolación de las fieras
que llevamos encerradas
para sus aras sangrientas,
prosiga el canto.
Glauca Bien dice.
El baile, Tucapel, vuelva.
Tucapel Es por mostrar, Glauca, cuanto
de hacer mudanzas te precias.
Iupangui ¡Que siempre habéis de reñir!
Los dos ¿Pues quién sin reñir se huelga?
Iupangui ¿Ni quién, sino yo, tendrá
para sufriros paciencia?
Música «Prosiga la fiesta,
y aclamando a entrambas deidades,
del Sol en el cielo, y del Inca en la tierra,
al son de las voces repitan los ecos,
que viva, que...»
(Dentro a lo lejos.)
Voces ¡Tierra, tierra!
Inca ¡Oid! ¿Qué extrañas voces son
las que articuladas suenan
como humanas, sin saber
lo que nos dicen en ellas?
Iupangui No extrañéis que en estos montes
voces se escuchan tan nuevas,
pues tantos ídolos tienen
como peñascos sus selvas.
Desde aquí a Copacabana
no hay flor, hoja, arista o piedra
en quien algún inferior
dios no dé al Sol obediencia.
Y así, no solo se oyen
aquí equívocas respuestas
de idiomas que no entendemos,
pero se ven varias fieras
que por los ojos y bocas
fuego exhalan y humo alientan.
Y ¿qué mayor que haber visto
una escamada culebra,
tal vez, que todo el contorno
enroscadamente cerca
hasta morderse la cola
dando a su círculo vuelta,
como que da a entender cuánto
es misteriosa la selva
a quien hacen guarda tales
prodigios?
Inca Que ésta lo sea
no será razón que a mí
me turbe ni me suspenda.
¡Prosiga la fiesta!
Música «Prosiga la fiesta.»
(Bailan.)
«Y aclamando a entrambas deidades,
del Sol en el cielo, y del Inca en la tierra,
al son de las voces repitan los ecos
que viva, que reine, que triunfe y que venza.»
(Dentro Pizarro y los españoles a lo lejos.)
Pizarro Pues ya vemos tierra, ea,
para arribar a su orilla,
amaina.
Todos Amaina la vela.
(Dejan los indios de bailar.)
Inca Callad, pues vuelven las voces,
por si podéis entenderlas.
Uno ¡Silencio!
Otro ¡Silencio!
Guacolda (Dentro.) ¡Ay triste!
Inca ¿Qué nuevo eco se lamenta
ya en nuestro idioma?
Tucapel El de una
mujer y, según las señas,
sacerdotisa.
Iupangui (Aparte.) (Guacolda
es la que diciendo llega.)
(Sale Guacolda como asustada.)
Guacolda Valientes hijos del Sol,
cuya clara descendencia
hasta hoy lográis en el grande
Inca que en vosotros reina,
suspended los sacrificios
que a su alta deidad suprema
preuenís, y acudid todos
a mi voz y a la ribera
del mar a ver el prodigio
que a nuestros montes se acerca.
Inca Hermosa sacerdotisa
cuya divina belleza
te acredita superior
a cuantas el claustro encierra
a su deidad consagradas,
(Aparte.) ¿qué es esto? (Hablar puedo apenas,
admirado en hermosura
tan rara.) Cuando te espera
tanto concurso a que tú
sus ricos dones ofrezcas,
¡en vez de venir festiva
y acompañada de bellas
ninfas del Sol, sola, triste,
confusa, absorta y suspensa
a turbarlos vienes!
Guacolda No
me culpes hasta que sepas,
generoso Guáscar Inca,
la causa.
Inca ¿Qué causa es?
Guacolda Ésta...
Iupangui (Aparte.) (¿Quién creerá que muero yo
por saberla y no saberla?)
Guacolda De ese templo que a la orilla
del mar brilla en competencia
del que a la orilla también
de la laguna que cerca
de Copacabana el valle
yace, a vista de la peña
en cuya eminente cumbre
el Sol na aurora bella
amaneció para darnos
a su hijo, porque fuera
no menos noble el cacique
que domine las setenta
y dos naciones que hoy,
después de partir herencias
con tu hermano Atabaliba,
mandas, riges y gobiernas.
De ese templo, otra vez digo,
salí con todas aquéllas
que al Sol dedicadas, hasta
que por su muerte merezcan
ser su víctima algún día,
viven a su culto atentas,
con deseo de llegar
tan rendida a tu presencia,
que fuesen mi alma y mi vida
el primer don de la ofrenda,
cuando volviendo los ojos
al mar vimos en su esfera
un raro asombro, de quien
no sabré darte las señas.
Porque si digo que es
un escollo que navega,
diré mal, pues para escollo
le desmiente la violencia;
si digo preñada nube
que a beber al mar sedienta
se abate, diré peor,
porque viene sin tormenta;
si digo marino pez,
preciso es que me desmientan
las alas con que volando
viene; si digo velera
ave el que nadando viene,
también desmentirme es fuerza;
de suerte que a cuanto viso
monstruo es de tal extrañeza
que es escollo en la estatura,
que es nube en la ligereza
y aborto de mar y viento,
pues con especies diversas,
pez parece cuando nada
y pájaro cuando vuela.
Los gemidos que pronuncia
voces son de extraña lengua
que hasta hoy no oímos. Al verle
todas huyeron ligeras
a salvar la vida, viendo
que si a tierra una vez llega,
será en vano que la huída
las ampare ni defienda,
pues quien corre tan veloz
por el mar ¿qué hará por tierra?
Sola yo, no al valor tanto
como al desmayo sujeta,
absorta me quedé; y viendo
que habían cerrado las puertas
del templo a mi retirada,
ni bien viva ni bien muerta
hasta este sitio he llegado,
donde para que no creas
más a mi voz que a tus ojos,
te pido que al mar los vuelvas.
Mírale, pues cuán horrible
ya a las orillas se acerca.
Sálvete, señor, la fuga,
pues no puede la defensa.
Inca ¿La fuga salvarme a mí,
contra quien en vano engendran
portentos ni tierra ni agua
ni aire ni fuego? Las flechas
que contra otros animales,
bien que no de igual fiereza,
emponzoñadas usamos
de mil venenosas yerbas
contra éste, flechad; que yo
seré el primero que emprenda
lograr el tiro.
Iupangui A tu vida
mi pecho el escundo sea.
(Aparte.) (¡Ay Guacolda, si entendieses
tan equívoca fineza
que es lealtad cuando me obliga,
y es amor cuando me fuerza!)
Guacolda (Aparte.) (¡O, si tú, Iupangui, vieses
los pesares que me cuestas!)
Todos Todos haremos lo mismo.
Tucapel Sino yo. Glauca...
Glauca ¿Qué intentas?
Tucapel ...que tú te pongas delante,
con que a todos nos remedias.
Glauca ¿Yo a todos?
Tucapel Sí.
Glauca ¿Como?
Tucapel Como
si te coge la primera
a ti, de ti quedará
tan ahíto, que no tenga
hambre para los demás.
Inca Pues ya que la lealtad vuestra
en mi defensa se ponga
no venga a ser en mi ofensa.
Igual con todos haremos
ala, y de nuestras saetas,
tan espesa sea la nube
que sobre su escama llueva
los congelados granizos
de piedra y pluma, que muera
en las ondas desangrada.
Pizarro (Dentro.) Echa el áncora y aferra,
haciendo a esos montes salva.
Guacolda ¿Qué esperáis cuando ya expuesta
al tiro está?
(Al disparar ellos al vestuario, disparan dentro una pieza, y todos los indios se espantan. Dentro voces.)
Voces Dale fuego.
Unos ¡Qué asombro!
Otros ¡Qué horror!
Todos ¡Qué pena!
Tucapel ¡Qué bravo metal de voz
tiene la señora bestia!
Inca Monstruo que con tal bramido
al verse herido se queja,
de los abismos, sin duda,
aborto es.
Guacolda Pues no aprovechan
contra él las flechadas iras
de nuestros arcos y cuerdas,
defiéndanos de los montes
la espesura.
Todos Entre sus breñas
nos amparemos.
(Vanse los indios, y quedan solos Inca e Iupangui.)
Inca ¡Cobardes,
así a vuestro rey se deja!
Pero ¿qué importa si quedo
yo conmigo?
Iupangui Considera
que cuando de conocido
la vida, señor, se arriesga,
todos dicen que es valor,
mas ninguno que es prudencia.
En ventajosos peligros
donde no alcanza la fuerza,
alcanze la industria.
Inca ¿Cómo?
Iupangui Manda desatar las fieras
que están para el sacrificio
en diversas grutas presas;
y fieras a fieras lidien,
cebándose antes en ellas,
que no en las gentes, aquese
asombro.
Inca Bien me aconsejas;
ceda el brío a la razón
(Aparte.) una vez. (Mejor dijera
ceda al gusto, pues por solo
salvar la vida de aquella
hermosa sacerdotisa
lo acepto.)
Iupangui (Aparte.) (Guacolda bella
ya cumplí con la lealtad,
cumpla ahora con la fineza.
¿Dónde el temor te ha llevado?)
(Vanse. Dentro voces.)
Voces ¡Al monte, al monte!
(Descúbrese la nave, y en ella Pizarro, Almagro, Candia y Marineros.)
Pizarro La tierra
que desde aquí se descubre
no es, como las otras, yerma
que atrás dejamos, pues toda
coronando de sus tierras
las más eminentes cimas,
se ve de gentes cubierta.
Almagro ¡Gracias a Dios, gran Pizarro,
que después de tantas deshechas
fortunas, naufragios, calmas,
hambres, sedes y tormentas
como habemos padecido
desde que abriendo las sendas
del mar del norte al del sur,
atravesamos la Nueva
España, y en Panamá
nos hicimos a la vela.
Gracias a Dios otra vez
y otras mil a decir vuelva,
que después de tantos riesgos,
ansias, sustos y tragedias,
hemos llegado a lograr
el descubrimiento de estas
Indias que hasta hoy ignoradas,
solamente supo de ellas
la estudiosa geografía
de quien halló por su ciencia
el ser preciso, que siendo
el orbe circunferencia,
hubiese, mientras no daba
una nave al mundo vuelta,
aquella remota parte
que no constaba encubierta!
Pizarro Ya que a solo descubrirla
venimos, bástenos verla
el día que no tenemos
para su conquista fuerzas.
Y así, pues estas noticias
son el fin de nuestra empresa,
volvamos, ya que tenemos
de estos mares experiencia,
donde mejor prevenidos
de más pertrechos de guerra,
más navios y más gente,
víveres, pólvora y cuerda,
volvamos a su conquista
en nombre del quinto César
Carlos que felize viva.
Candia Fuerza será, pues no quedan
de los treinta que salimos,
más que trece hombres que sepan
de armas tomar, y la gente
de mar, poca, y ésa, enferma.
Pero antes que nuevos rumbos
tomemos para la vuelta,
será bien, ya que llegamos
aquí, que llevemos de estas
remotas partes —porque
podrá ser cuando nos vean,
que si lo creen los valientes
los cobardes no lo crean—