La aurora en Copacabana - Pedro Calderón de la Barca - E-Book

La aurora en Copacabana E-Book

Pedro Calderón de la Barca

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Beschreibung

"La aurora en Copacabana" es una joya literaria que nos lleva a un viaje por la devoción y el teatro del Siglo de Oro español. Escrita por Pedro Calderón de la Barca durante su período de senectud, entre 1664 y 1665, esta comedia se distingue por ser la única de tema americano creada por este aclamado dramaturgo español. Esta obra dramatiza la historia de la milagrosa talla de la Virgen de Copacabana, una pieza esculpida por el talentoso artista indígena Francisco Tito Yupanqui.

El contexto histórico y espiritual de la época cobra vida a través de esta trama teatral, que forma parte de la campaña de difusión del culto de la Virgen de Copacabana en España. Calderón de la Barca nos lleva a explorar la riqueza de la cultura y la fe en América, ofreciendo una perspectiva única y valiosa en la historia de la dramaturgia.

Inspirado por fuentes como la Historia general del Perú de Inca Garcilaso de la Vega y la Historia del Santuario de Nuestra Señora de Copacabana de Alonso Ramos Gavilán, Calderón tejó una narrativa que se basa en la libertad artística y la interpretación de la época. La pieza destaca la dimensión evangelizadora de la conquista del Perú, reflejando las ideas y creencias de su tiempo.

En la quietud de la lectura, sentirás la emoción de un teatro que trasciende culturas y épocas. "La aurora en Copacabana" es más que una comedia; es un testimonio histórico y una obra que ilumina la devoción y la expresión artística de un período crucial en la historia de América y España.

Prepárate para sumergirte en esta cautivadora narrativa que te llevará a explorar la fe, el teatro y el encuentro de dos mundos en una amalgama de cultura y devoción. ¡Un destello de la historia que merece ser descubierto y apreciado en toda su grandeza!

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Pedro Calderón de la Barca

LA AURORA EN COPACABANA

Personas que hablan en ella:                 

GUÁSCAR INGA, rey.

YUPANGUÍ.

GLAUCA.

TUCAPEL.

UN SACERDOTE.

GUACOLDA.

LA IDOLATRÍA.

Unos Indios.

Un indio llamado ANDRÉS.

Cuatro damas.

PIZARRO.

ALMAGRO.

CANDÍA.

Marineros.

DON LORENZO DE MENDOZA, conde de Coruña.

DON JERÓNIMO MARAÑÓN, gobernador.

UN DORADOR.

Dos Ángeles.

Acompañamiento y Música.

Jornada I

 

Dentro instrumentos y voces, y salen en tropa todos los que puedan vestidos de indios, cantandoy bailando YUPANGUÍ, indio galán, un SACERDOTE, GLAUCA y TUCAPEL, y detrás de todos GUÁSCAR INGA, rey, todos con arcos y flechas.

 

YUPANGUÍ En el venturoso día

que Guáscar Inga celebra

edades del sol, que fueron

gloria suya y dicha nuestra,

prosiga la fiesta.

MÚSICA                          Prosiga la fiesta, 5

y aclamando a entrambas deidades,

del Sol en el cielo, del Inga en la tierra,

al son de las voces repitan los ecos,

que viva, que reine, que triunfe y que venza

INGA ¡Cuánto estimo ver que a honor 10

de la consagrada peña

que desde Copacabana

sobre las nubes se asientan,

en nacimiento de gracias

de haber sido la primera 15

cuna del hijo del Sol,

de cuya clara ascendencia

mi origen viene, os mostréis

tan alegres!

YUPANGUÍ                  Mal pudiera

nuestra obligación faltar 20

a tanta heredada deuda.

Cinco siglos, gran señor,

de dádiva tan excelsa

como darnos a su hijo

para que tú dél desciendas, 25

se cumplen; y hoy otros cinco

ha que cada año renuevan

la memoria de aquel día

todas tus gentes, en muestra

de cuánto a su luz debimos 30

y así no nos agradezcas

festejos que de dos causas

nacen hoy: una que seas

tú nuestro monarca, y otra

que al culto en persona vengas, 35

a cuyo efecto hasta Túmbez,

donde el Sol su templo ostenta,

a recibirte venimos,

diciendo en voces diversas.

ÉL y MÚSICA      Que vivas, que reines, 40

     que triunfes y venzas.

INGA De una y otra causa, a ti

no poca parte te empeña,

Yupanguí, pues que no ignoras

desciendes también de aquella 45

primera luz, por quien de Inga,

ya que no la real grandeza,

la real estirpe te toca.

YUPANGUÍ Mi mayor fortuna es esa.

(Aparte.)

Bien que mi mayor fortuna, 50

si he de consultar mis penas,

no es sino ser el felice

día en que a Guacolda, bella

sacerdotisa del Sol,

llegué a ver. ¡Ay de fineza 55

que al cabo del año un día

está con mirar contenta!

SACERDOTE Pues en tanto que llegamos

a la falda de la sierra,

donde las sacerdotisas 60

deste templo es bien que vengan,

puesto que allá ha de ser hoy

la inmolación de las fieras

que llevamos encerradas,

para sus aras sangrientas, 65

prosiga el canto.

GLAUCA                          Bien dice.

El baile, Tucapel, vuelva.

TUCAPEL ¿Es por mostrar, Glauca, cuánto

de hacer mudanzas te precias?

YUPANGUÍ ¿Que siempre habéis de reñir? 70

LOS DOS Pues, ¿quién sin reñir se huelga?

YUPANGUÍ ¿Ni quién sino yo tendrá

para sufriros paciencia?

MÚSICA Prosiga la fiesta,

aclamando a entrambas deidades, 75

del Sol en el cielo, del Inga en la tierra,

al son de las voces repitan los ecos

que viva, que reine, [que triunfe y que venza.]

[ESPAÑOLES (Dentro a lo lejos.)

¡Tierra, tierra!

[OTROS                       ¡Tierra, tierra!]

INGA Oíd. ¿Qué extrañas voces son 80

las que articuladas suenan

como humanas, sin saber

lo que nos dicen en ellas?

YUPANGUÍ No extrañéis que en estos montes

voces se escuchen tan nuevas, 85

pues tantos ídolos tienen

como peñascos sus selvas.

Desde aquí a Copacabana

no hay flor, hoja, arista o piedra

en quien algún inferior 90

dios no dé al Sol obediencia.

Y así, no solo se oyen

aquí equívocas respuestas

de idiomas que no entendemos;

pero se ven varias fieras 95

que por los ojos y bocas

fuego exhalan y humo alientan.

¿Y qué mayor que haber visto

una escamada culebra

tal vez, que todo el contorno 100

enroscadamente cerca

hasta morderse la cola

dando a su círculo vuelta,

como que da a entender cuánto

es misteriosa la selva, 105

a quien hacen guarda tales

prodigios?

INGA                 Que este lo sea

no será razón que a mí

me turbe ni me suspendas.

Prosiga la fiesta.

MÚSICA                          Prosiga la fiesta, 110

y aclamando a entrambas deidades,

del Sol en el cielo, [del Inga en la tierra,

al son de las voces repitan los ecos

que viva, que reine, que triunfe y que venza.]

 

(Dentro PIZARRO a lo lejos.)

 

PIZARRO Pues ya vemos tierra, ¡ea!, 115

para arribar a su orilla,

amaina.

TODOS            Amaina la vela.

 

(Vuelven a bailar, y a suspenderse.)

 

INGA Callad, pues vuelven las voces,

por si podéis entenderlas.

INDIO Silencio.

OTRO              Silencio.

GUACOLDA (Dentro.)          ¡Ay triste! 120

INGA ¿Qué nuevo eco se lamenta

ya en nuestro idioma?

TUCAPEL (Aparte.)                  El de una

mujer, y según las señas

sacerdotisa.

YUPANGUÍ                   Guacolda

es la que diciendo llega. 125

 

(Sale GUACOLDA como asustada.)

 

GUACOLDA Valientes hijos del Sol,

cuya clara descendencia

hasta hoy lográis en el grande

Inga que en vosotros reina,

suspended los sacrificios 130

que a su alta deidad suprema

prevenís, y acudid todos

a mi voz y a la ribera

del mar, a ver el prodigio

que a nuestros montes se acerca. 135

INGA Hermosa sacerdotisa,

cuya divina belleza

te acredita superior

a cuantas el claustro encierra

a su deidad consagradas, 140

¿qué es esto? ([Aparte.] Hablar puedo apenas,

admirado en hermosura

tan rara.) Cuando te espera

tanto concurso a que tú

sus ricos dones ofrezcas, 145

en vez de venir festiva

y acompañada de bellas

ninfas del Sol, sola, triste,

confusa, absorta y suspensa

a turbarlos vienes.

GUACOLDA                              No 150

me culpes hasta que sepas,

generoso Guáscar Inga,

la causa.

INGA              ¿Qué causa es?

GUACOLDA                                     Esta.

YUPANGUÍ [Aparte.]

¿Quién creerá que muero yo

por saberla y no saberla? 155

GUACOLDA De ese templo que a la orilla

del mar brilla, en competencia

del que a la orilla también

de la laguna que cerca

de Copacabana el valle 160

yace, vista de la peña

en cuya eminente cumbre

el Sol una Aurora bella

amaneció para darnos

a su hijo, porque fuera 165

no menos noble el cacique

que domine las setenta

y dos naciones que hoy,

después de partir herencias

con tu hermano Atabaliba 170

mandas, riges y gobiernas.

De ese templo, otra vez digo,

salí con todas aquellas

que al Sol dedicadas, hasta

que por su suerte merezcan 175

ser su víctima algún día,

viven a su culto atentas,

con deseo de llegar

tan rendida a tu presencia

que fuesen mi alma y mi vida 180

el primer don de la ofrenda;

cuando, volviendo los ojos

al mar, vimos en su esfera

un raro asombro, de quien

no sabré darte las señas; 185

porque si digo que es

un escollo que navega,

diré mal, pues para escollo

le desmiente la violencia;

si digo preñada nube 190

que a beber al mar sedienta

se abate, diré peor,

porque viene sin tormenta;

si digo marino pez,

preciso es que me desmientan 195

las alas con que volando

viene; y si digo velera

ave el que nadando viene,

también desmentirme es fuerza.

De suerte que a cuatro visos 200

monstruo es de tal extrañeza,

que es escollo en la estatura,

que es nube en la ligereza,

y aborto de mar y viento,

pues con especies diversas, 205

pez parece cuando nada

y pájaro cuando vuela.

Los gemidos que pronuncia,

voces son de extraña lengua

que hasta hoy no oímos. Y al verle, 210

todas huyeron ligeras

a salvar la vida, viendo

que si a tierra una vez llega,

será en vano que la huida

las ampare ni defienda. 215

Pues quien corre tan veloz

por el mar, ¿qué hará por tierra?

Sola yo, no al valor tanto

como al desmayo sujeta,

absorta me quedé, y viendo 220

que habían cerrado las puertas

del templo a mi retirada,

ni bien viva ni bien muerta,

hasta este sitio he llegado,

donde para que no creas 225

más a mi voz que a tus ojos,

te pido que al mar los vuelvas.

Mírale, pues, cuán horrible

ya a las orillas se acerca.

Sálvete, señor, la fuga, 230

pues no puede la defensa.

INGA ¡La fuga salvarme a mí

contra quien en vano engendra

portentos ni tierra ni agua,

ni aire ni fuego! Las flechas 235

que contra otros animales,

bien que no de igual fiereza,

emponzoñadas usamos

de mil venenosas yerbas,

contra este flechad; que yo 240

seré el primero que emprenda

lograr el tiro.

YUPANGUÍ                     A tu vida

mi pecho el escudo sea.

¡Ay Guacolda, si entendieses

tan equívoca fineza, 245

que es lealtad cuando me obliga,

y es amor cuando me fuerza!

GUACOLDA ¡Oh, si tú, Yupanguí, vieses

los pesares que me cuestas!

TODOS Todos haremos lo mismo. 250

TUCAPEL Sino yo, Glauca.

GLAUCA                           ¿Qué intentas?

TUCAPEL Que tú te pongas delante,

con que a todos nos remedias.

GLAUCA ¿Yo a todos?

TUCAPEL                     Sí.

GLAUCA                         ¿Cómo?

TUCAPEL                                    ¿Cómo?

Si te coge la primera 255

a ti, de ti quedará

tan ahíto, que no tenga

hambre para los demás.

INGA Pues ya que la lealtad vuestra

en mi defensa se ponga, 260

no venga a ser en mi ofensa.

Igual con todos, haremos

ala, y de nuestras saetas

tan espesa sea la nube

que sobre su escama llevaba 265

los congelados granizos

de piedra y pluma, que muera

en las ondas desangrada.

PIZARRO (Dentro.) Echa el áncora y aferra

haciendo a esos montes salva. 270

GUACOLDA ¿Qué esperáis, cuando ya expuesta

al tiro está?

 

(Al disparar ellos al vestuario, disparan dentro una pieza, y todos se espantan.)

 

VOCES (Dentro.)   Dale fuego

UNOS ¡Qué asombro!

OTROS                        ¡Qué horror!

TODOS                                           ¡Qué pena!

TUCAPEL ¡Qué bravo metal de voz

tiene la señora bestia! 275

INGA Monstruo que con tal bramido

al verse herido se queja,

de los abismos sin duda

aborto es.

GUACOLDA               Pues no aprovechan

contra él las flechadas iras 280

de nuestros arcos y cuerdas,

defiéndanos de los montes

la espesura.

TODOS                  Entre sus breñas

nos amparemos.

 

(Vanse.)

 

INGA                          ¡Cobardes!

¡Así a vuestro rey se deja! 285

Pero, ¿qué importa, si quedo

yo conmigo?

YUPANGUÍ                     Considera

que cuando de conocido

la vida, señor, se arriesga,

todos dicen que es valor, 290

más ninguno que es prudencia.

En ventajosos peligros

donde no alcanza la fuerza

alcance la industria.

INGA                                ¿Cómo?

YUPANGUÍ Manda desatar las fieras 295

que están para el sacrificio

en diversas grutas presas,

y fieras a fieras lidien,

cebándose antes en ellas

que no en las gentes, aquese 300

asombro.

INGA               Bien me aconsejas.

Ceda el brío a la razón

una vez. (Aparte.) Mejor dijera

ceda al gusto, pues por solo

salvar la vida de aquella 305

hermosa sacerdotisa

lo acepto.

YUPANGUÍ                Guacolda bella,

ya cumplí con la lealtad,

cumpla ahora con la fineza.

¿Dónde el temor te ha llevado? 310

VOCES (Dentro.) Al monte, al monte.

 

(Descúbrese la nave, y en ella PIZARRO, ALMAGRO, CANDÍA y marineros.)

 

PIZARRO                                               La tierra

que desde aquí se descubre

no es como las otras, yerma,

que atrás dejamos, pues toda,

coronando de sus tierras 315

las más eminentes cimas,

se ve de gentes cubierta.

ALMAGRO Gracias a Dios, gran Pizarro,

que después de tan deshechas

fortunas, naufragios, calmas, 320

hambres, sedes y tormentas

como habemos padecido,

desde que abriendo las sendas

del mar del Norte al del Sur,

atravesamos la Nueva 325

España, y en Panamá

nos hicimos a la vela.

Gracias a Dios, otra vez

y otras mil a decir vuelva,

que después de tantos riesgos, 330

ansias, sustos y tragedias,

hemos llegado a lograr

el descubrimiento destas

Indias, que hasta hoy ignoradas,

solamente supo dellas 335

la estudiosa Geografía

de quien halló por su ciencia

el ser preciso que siendo

el orbe circunferencia,

hubiese, mientras no daba 340

una nave al mundo vuelta,

aquella remota parte,

que no constaba encubierta.

PIZARRO Ya que a solo descubrirla

venimos, bástanos verla 345

el día que no tenemos

para su conquista fuerzas.

Y así, pues estas noticias

son el fin de nuestra empresa,

volvamos, ya que tenemos 350

destos mares fijas señas

donde mejor prevenidos

de más pertrechos de guerra,

más navíos y más gente,

víveres, pólvora y cuerda, 355

volvamos a su conquista

en nombre del quinto César

Carlos, que felice viva.

CANDÍA Fuerza será, pues no quedan

de los treinta que salimos 360

más que trece hombres que sean

de armas tomar, y la gente

de mar poca, y esa enferma.

Pero antes que nuevos rumbos

tomemos para la vuelta, 365

será bien, ya que llegamos

aquí, que llevemos destas

remotas partes (porque

podrá ser cuando nos vean,

que si lo creen los valientes, 370

los cobardes no lo crean)

algunas señas, bien como

frutas, árboles o yerbas

que allá no haya, y fuera desto,

será también acción cuerda, 375