La Biblia paso a paso - John Bergsma - E-Book

La Biblia paso a paso E-Book

John Bergsma

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Beschreibung

Una introducción didáctica e inteligente a la Biblia, desde los relatos de Adán y Eva, Noé, Abraham y Moisés, y los grandes reyes y profetas de Israel, hasta la persona y obra de Jesús. Bergsma ofrece en este volumen un curso de introducción a la Biblia y a la teología, de enorme popularidad entre sus estudiantes americanos, y con más de 60.000 ejemplares vendidos. Manifiesta en sus páginas una sorprendente habilidad para hacer comprensibles e inspiradoras las ideas fundamentales de la fe católica. El lector va recorriendo el Antiguo Testamento y contemplando los relatos de Adán y Eva, Noé, Abraham y Moisés, y los grandes reyes y profetas de Israel, para culminar finalmente en la persona y obra de Jesús: un gran libro de cabecera para quien enseña y para quien aprende.

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JOHN BERGSMA

LA BIBLIA

PASO A PASO

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

Título original: Bible Basics for Catholics

© 2018 by Ave Maria Press, Inc.

© 2019 de la versión española traducida por GLORIA ESTEBAN,

by Ediciones Rialp, S. A.,

Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-5136-1

ISBN (edición digital): 978-84-321-5137-8

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

«Pese al carácter elemental y perfectamente accesible de esta visión de conjunto de la Biblia, el autor no duda en fomentar en nosotros una visión más honda de las Escrituras y en ofrecernos algunos tecnicismos y términos griegos y hebreos fundamentales, explicándolos siempre detenidamente y de forma inteligible».

National Catholic Register

«Una visión de conjunto de la historia de la salvación, fascinante y accesible, en la que John Bergsma aúna sus conocimientos bíblicos, su corazón pastoral y sus dotes didácticas. Catequistas, profesores y sacerdotes hallarán en ella un valioso recurso no solo como manual de consulta personal, sino para la labor pastoral con los fieles a su cargo. Perfecto para recurrir a él en el ámbito educativo religioso, en pequeños grupos de estudio y como libro de texto en el primer ciclo universitario. Sumamente recomendable».

Edward Sri

Rector y profesor de Sagradas Escrituras en el Theology Augustine Institute

«Si eres católico; si te gustaría estudiar la Biblia y no sabes por dónde empezar; si te encantaría hacer algún curso, pero no tienes tiempo; si —firmemente decidido y con la mejor de las intenciones— te has comprado varios libros de estudios bíblicos, y la única huella que han dejado en ti es una marca en la cara cuando te levantas de la cama y ninguna en la cabeza ni en el corazón; si todo esto te suena de algo, ¡compra este libro! Deja que el galardonado profesor John Bergsma te acompañe a dar un entretenido y vigorizante paseo por la Biblia, ilustrado con sus deliciosos dibujos. Tan original, tan atrayente y tan instructivo que acabarás leyéndolo con una sonrisa y te sorprenderá todo lo que queda grabado en tu mente».

Elizabeth Scalia

Blogger católica y autora de Strange Gods

«Valdría la pena volver a la universidad aunque solo fuera para poder asistir a las clases de un profesor como Bergsma. No obstante, este libro nos ahorra la matrícula universitaria y el viaje al lejano Ohio; y, con ayuda de la historia y de la imaginación, nos traslada a Tierra Santa y a épocas pasadas para conocer a los personajes más fascinantes que hayan vivido jamás: Abrahán, Moisés, David, Jesús. Algo que podemos hacer gracias a las excepcionales dotes de Bergsma. Este libro es capaz de cambiar vidas».

Mike Aquilina

Autor de The Mass: The Glory, the Mystery, the Tradition

«Nada más acabar el primer capítulo de este libro, comprendí que contábamos con un tesoro que ofrecer a quienes están interesados en el estudio de la Biblia y no disponen de mucho tiempo ni de unos conocimientos escriturísticos exhaustivos. Bergsma ha condensado brevemente (y, en más de una ocasión, con un delicioso sentido del humor) los elementos clave del Antiguo Testamento que nos permiten entender el poder y la gloria del Nuevo Testamento. Ha sido un placer leer este libro, hasta cierto punto ligero, que reúne multitud de conocimientos básicos: es un tesoro cargado de energía que mueve a intensificar la acción de gracias y la devoción a Jesucristo, Dios hecho hombre. Se lo recomendaré encarecidamente a mis oyentes de la radio».

Ann Shields, S.G.L.

Presentadora del programa Food for the Journey

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

ELOGIOS

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

1. UN JARDÍN DONDE COLOCAR AL HIJO: LA ALIANZA CON ADÁN

2. BORRÓN Y CUENTA NUEVA. LA ALIANZA CON NOÉ

3. RENACE LA ESPERANZA: LA ALIANZA CON ABRAHÁN

4. LAS DISPOSICIONES DE DIOS Y LA MALA DISPOSICIÓN DE ISRAEL: LA ALIANZA A TRAVÉS DE MOISÉS

5. EL REY QUE FUE Y SERÁ: LA ALIANZA DE DAVID

6. NOCHE DE TORMENTA, MAÑANA SOLEADA: LA NUEVA ALIANZA EN LOS PROFETAS

7. EL BROCHE DE ORO: LA ALIANZA EUCARÍSTICA

8. LA CONSUMACIÓN DE LA ALIANZA: LA CENA DE LAS BODAS DEL CORDERO

ÚLTIMAS PALABRAS

OTRAS LECTURAS RECOMENDADAS

AUTOR

PRÓLOGO

CUANDO YO ERA NIÑO, MI PADRE solía decir: «El buen perfume se vende en frasco pequeño». La verdad es que nunca llegué a entender qué significaba aquello, sobre todo si se acercaba la Navidad.

Ahora sí lo entiendo.

Puede que el libro que tienes entre las manos te parezca pequeño, pero no tardarás en descubrir que lo que contiene es algo excelente. Ese algo consiste en un breve pero incisivo resumen del plan de Dios en la Sagrada Escritura.

Dado el tamaño de la Biblia y el mucho tiempo y esfuerzo que requiere leer de principio a fin el Antiguo y el Nuevo Testamento, una pequeña ayuda puede servir de mucho. Y ya verás cómo este libro ofrece mucho más que una pequeña ayuda.

En aras de la transparencia, he de confesar que su autor, John Bergsma, es un buen amigo y colega mío, y alguien con quien tengo el orgullo de haber colaborado en distintos proyectos, muchos de ellos relacionados con la Biblia. Y quizá debería confesar algo más: en más de una ocasión me he quedado fuera del aula, junto a la puerta, escuchando sus clases sobre la Biblia —y aprendiendo de ellas—.

Créeme: nunca he quedado defraudado. Y tú tampoco quedarás defraudado.

En La Biblia, paso a paso John Bergsma comparte contigo lo mismo que comparte con sus alumnos. Con ayuda de una prosa clara y unas ilustraciones desenfadadas, condensa verdades de la Palabra de Dios muy profundas y las comunica con mucha sabiduría y mucha clarividencia adquiridas tanto de la tradición viva de la Iglesia como de la mejor erudición bíblica contemporánea.

Permítele acompañarte en un recorrido por la historia de la salvación en el que te ofrecerá una imagen «a vista de pájaro» del drama de la Sagrada Escritura. Cuando hayas acabado, no solo dispondrás de la «visión de conjunto» de la Biblia, sino que te habrás involucrado en su trama, que no es otra que la historia de alianza del plan paternal de Dios para sus hijos e hijas: para todos y cada uno de nosotros.

Por el camino descubrirás también la razón de que su curso introductorio («Fundamentos del Estudio Bíblico»), que sirve de base a este libro, siga siendo uno de los más famosos de nuestra universidad (la Franciscan University de Steubenville). Y lo mejor de todo: acabarás teniendo una visión completamente nueva de la Biblia y continuarás leyéndola —con más sabiduría y con más clarividencia— durante el resto de tu vida.

Fíate de nuestro Padre: «El mejor perfume se vende en frasco pequeño».

Scott Hahn

INTRODUCCIÓN

DEBERÍAS CONOCER LA BIBLIA MEJOR de lo que la conoces, y probablemente eso hace que te sientas algo culpable. Venga, admítelo. Tú sabes que es verdad. Yo sé que es verdad. La mayoría de los católicos que asisten a misa todas las semanas han escuchado un montón de homilías, o de programas de la EWTN, o de CDs con charlas en las que se les anima a conocer mejor las Escrituras. Muchos de nosotros hemos oído citar las palabras de algún papa[1]: «Las Escrituras son una carta de amor del Padre»; o bien la célebre frase de san Jerónimo: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo»[2].

¿Sabes cómo nos hacen sentir estas palabras? Ignorantes. Y tal vez culpables. Culpables de no leer lo suficiente la Biblia.

Algunos lo hemos intentado. Nos hemos propuesto leernos la Biblia completa en un año o ciñéndonos a algún otro plan. En el mejor de los casos, hemos leído el Génesis y quizá el Éxodo; pero, en cuanto nos tropezamos con las leyes y los sacrificios del Levítico, nos damos por vencidos.

Recibir clases tampoco nos resulta del todo útil. Si te apuntas a un curso sobre la Biblia en tu parroquia o si lo estudias en la universidad, el profesor se pasa todo el tiempo explicando que el apóstol o el profeta cuyo nombre aparece en el libro no es en realidad su autor —que todo lo compuso mucho más tarde alguien denominado «P» o «Q» junto con su «comunidad»—. Y sales de allí con la Biblia aún menos clara que cuando entraste.

Yo me puedo identificar fácilmente con esa sensación. Crecí en una familia en la que sí se intentaba leer mucho la Biblia. No, no era católico: lo fui más tarde. Pero esa es otra historia... En cualquier caso, mi madre me inició en la lectura anual de la Biblia cuando tenía doce años. Aunque sin ceñirme estrictamente a ese plan, me dejé la piel para conseguir leerla casi entera a lo largo de varios años: no lo entendía todo, pero sí se me quedaron grabados algunos relatos y enseñanzas interesantes.

Más adelante, mi interés por la Biblia fue creciendo y cursé un par de posgrados en Escrituras. De hecho, hice tantos cursos de Sagradas Escrituras que, doce años después de graduarme en el instituto, me encontré con un máster y un doctorado. Pero lo curioso era que no estaba seguro de entender cómo encajaba todo aquello mucho mejor que cuando tenía doce años.

Evidentemente, en el posgrado aprendí mucho sobre los idiomas empleados en la redacción de las Escrituras; sobre lo que habían dicho otros acerca de la Biblia durante los últimos dos mil años; y todo un surtido de teorías sobre lo que «ocurrió realmente» en distintos momentos de la Biblia, y quién la había escrito «realmente» y por qué. Pero no sabía demasiado bien «de qué iba» la Biblia en su conjunto. Sabía que, tal y como la entienden los cristianos, la Biblia se centra en último término en Jesús. Pero, aparte de eso, seguía sin ver cómo se ensamblaba todo en un único libro que tiene su origen en Dios.

Solo a lo largo de los años que siguieron a la obtención de mi doctorado en Sagradas Escrituras, cuando tuve que prepararme para dar clases de Biblia a los universitarios de primero, comencé a descubrir que el fundamento de su unidad[3] era el concepto de alianza. Y no lo descubrí yo solo: para ello conté con la ayuda de buenos amigos (uno en especial), de buenos libros y de la liturgia de la Iglesia.

Lo que quiero compartir contigo en este libro es la visión de conjunto básica y general de la Biblia con la que me gustaría haber contado cuando comencé a leerla en serio hace unos treinta años. A mí me hicieron falta doce años de estudios desde que dejé el instituto para descubrir la casilla de salida... y fue casi por accidente. Confío en que tú no tengas que esperar también doce años para llegar a ella.

Si eres capaz de venirte de paseo conmigo durante unos pocos y breves capítulos, creo que esa visión de conjunto de la Biblia te permitirá también a ti entender mejor las cosas. Es más, ¡por el camino podrás ir recogiendo unos ramilletes de monigotes espléndidos! Recurriré a lo que en un sentido muy amplio podríamos llamar «arte» para hacer hincapié en las cuestiones clave —algo que te resultará muy útil la próxima vez que juegues al Pictionary—. El objetivo de estos dibujos consiste en ilustrar las «alianzas» bíblicas como una secuencia de «mediadores de los montes».

TODO EMPIEZA CON UNA ALIANZA

Intentaré reducir al máximo el vocabulario complejo y los tecnicismos, en parte porque no creo que sean del todo útiles ni necesarios. El apóstol Juan escribió el libro con mayor número de ventas y más influyente de todos los tiempos —su evangelio— empleando un vocabulario de 3.º o 4.º de primaria. Aun así, lo que fue capaz de decir con palabras tan sencillas hoy sigue maravillando al mundo entero. No obstante, hay unos cuantos términos que sí deberíamos analizar.

El primero es «alianza»: una palabra que todos hemos escuchado en misa, aunque quizá no le hayamos prestado demasiada atención. Una de las plegarias eucarísticas (la oración que dirige el sacerdote durante la segunda parte de la misa) incluye una frase que tal vez recuerdes: «Reiteraste, además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvación». En estas pocas palabras se resume prácticamente todo el mensaje de la Biblia. El libro que tienes en tus manos no es más que una pequeña explicación de esa frase.

El otro momento más conocido en el que escuchamos «alianza» es cuando el sacerdote consagra el cáliz: «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna».

San Juan Pablo II, a quien muchos llaman «Juan Pablo Magno», solía referirse a la Eucaristía como «fuente y cumbre de la vida cristiana»[4]. Y en la misa la Eucaristía recibe el nombre de «alianza». De donde se deduce que la alianza debe de ser algo importante. Y lo es.

Pero ¿qué es una «alianza»?

Algunos dirán que una alianza es algo parecido a un contrato en el que no se intercambian propiedades, sino personas. Y tienen razón, pero solo hasta cierto punto. Otros dirán que una alianza es el medio legal para incorporar a alguien a la propia familia[5]: a alguien que, obviamente, hasta entonces no formaba parte de ella. Esta definición resulta muy útil para lo que nos proponemos aquí.

Dos ejemplos excelentes de lo que supone una alianza son la adopción y el matrimonio. En el caso de la adopción —al menos en el mundo antiguo—, alguien se presentaba con un niño con el que no guardaba parentesco ante los sacerdotes, los ancianos del pueblo o algún otro funcionario, y hacía un juramento solemne de que a partir de ese momento el niño era suyo. Acto seguido se iba a casa con un hijo o una hija nuevos. En el caso del matrimonio, hasta el día de hoy, lo normal es que nos presentemos ante un sacerdote, un ministro o —como poco— un juez e intercambiemos un juramento solemne. Dos personas entran en un edificio llamándose John White y Jane Brown y salen de allí convertidos en marido y mujer. Dos «extraños» se han convertido en una familia en virtud de una alianza. Por eso, cuando en misa el sacerdote pronuncia la oración «reiteraste tu alianza a los hombres», lo que quiere decir es: «Dios ha querido una y otra vez hacer de nosotros su familia».

Es probable que hoy en día el matrimonio no sea tan popular como hace una generación. La gente lo retrasa cada vez más, si es que alguna vez decide casarse. Las relaciones son esporádicas[6]: los chicos y las chicas «ligan» un rato, luego —me imagino— se «desligan», y pasan al siguiente. Los solteros viven con el temor a una palabra que empieza por «C»: «compromiso».

Pero Dios sí cree en el matrimonio y en la familia. La relación que quiere mantener con todos nosotros, y con cada uno en particular, no es una relación informal, ni un juego de citas de hoy sí, mañana no. La relación de alianza que quiere con nosotros es matrimonial: con bombones y flores, anillo de diamantes, «hasta que la muerte nos separe», casa en las afueras y pasitos de bebé. Sí, a Dios le atraen los hijos: son los que completan la familia. Eso dice la Biblia: «Y ¿qué busca esta unidad? Una posteridad concedida por Dios» (Ml 2, 15).

Dios es compromiso y amor que dura «hasta que la muerte nos separe» y más allá, porque ni siquiera la muerte nos separa de Él. Todo eso es lo que está contenido en unas pocas letras: «alianza».

MEDIADOR

Además de «alianza», existe otra palabra relativamente técnica que debemos mencionar: «mediador». En la Antigüedad era normal que la gente quisiera establecer alianzas que afectaban a más de dos personas. Puede que un rey, por ejemplo, deseara permitir que un grupo de extraños se incorporase a su «familia» (que, en términos prácticos, equivalía a su reino); en ese caso, hacía una alianza con ellos. Por lo general, alguien daba un paso al frente en representación del grupo con el que se constituía esa alianza. Ese alguien era el «mediador».

Podemos hablar, por tanto, de «mediadores de alianza» para referirnos a los representantes de los grupos de personas implicados en una alianza. En la Biblia aparecen varios mediadores relevantes, entre los que destacan Adán, Noé, Abrahán, Moisés, David y Jesús. Cada uno de ellos instituyó una alianza con Dios; y cada uno de ellos representó a un grupo de personas que, a través de él, instituyó una alianza.

MONTE

La última palabra que conviene definir es «monte». La verdad es que no hay necesidad de definirla, porque todo el mundo sabe qué es un monte, a excepción de quienes viven en regiones tan llanas como Illinois, Louisiana o Florida. Pero me estoy yendo por las ramas... En cualquier caso, aquí sí debemos referirnos a los montes y al porqué de su importancia.

A lo largo de la Biblia, Dios establece al menos seis grandes alianzas con los hombres que acabo de mencionar: Adán, Noé, Abrahán, Moisés, David y Jesús. Hace años, cuando me preparaba para explicar por primera vez la línea argumental de la Biblia —lo que llamamos «historia de la salvación»—, busqué algún modo de simplificar y visualizar el patrón de estas alianzas. Al analizar qué era lo que tenían en común, me di cuenta de que todas ellas se establecieron en la cima de un monte: la ceremonia ritual de todas y cada una de esas alianzas se celebró en la alto de un monte.

No es fácil que se trate de una casualidad. Algo deben de tener los montes que los hacen idóneos para el encuentro con Dios. ¿Y qué puede ser ese algo?

Hace algunos años un anciano y sabio sacerdote me comentó que los montes nos hacen sentirnos más cerca de Dios. Por dos razones: la primera es que las cumbres de los montes suelen ser lugares solitarios. Cuando nos aislamos de las personas y de los asuntos que habitualmente nos mantienen ocupados, nos es más fácil centrarnos en la realidad más básica: yo y Dios.

En segundo lugar, las cumbres de los montes nos permiten ver las cosas «a vista de Dios». Si contemplas desde allí tu granja —la misma que cuando estás en el valle te parece tan grande—, esta adquiere el tamaño de un sello de correos. Entonces descubres que no es más que una de las docenas o cientos de granjas que se extienden en todas direcciones hasta el horizonte. Lo que visto desde abajo te parecía imponente ahora te parece pequeño, y comprendes que está integrado en un diseño mucho más amplio que antes no advertías.

En la cumbre de un monte (1) te encuentras más o menos a solas con Dios; (2) eres capaz de ver mucho más; (3) todo te parece más pequeño; y (4) puedes verlo todo en su contexto, es decir, en conjunto con cuanto lo rodea. Quizá estas sean algunas de las razones por las que en lo alto de un monte nos sentimos más cerca de Dios y por las que calificamos los sentimientos religiosos más intensos como «experiencias cumbre».

Puede que estés leyendo o comentando este libro junto con algunos amigos, con un grupo de estudio o en tu parroquia. De ser así, al final de cada capítulo encontrarás una serie de «temas de estudio» que te pueden resultar útiles.

QUE EMPIECE EL ESPECTÁCULO

Esto solo ha sido el preámbulo. A partir de aquí, vamos a iniciar un viaje relámpago por la Biblia centrándonos en las cinco experiencias «cumbre» de los mediadores Adán, Noé, Abrahán, Moisés y David. A continuación hablaremos de los profetas que anunciaron una «Nueva Alianza» en la cumbre de otro monte, el Monte Sion celestial. Veremos cómo lo que anunciaron los profetas se hizo realidad, a veces de un modo inesperado, en la Alianza Eucarística instaurada por Jesús en los evangelios. Y concluiremos con una breve visión de la belleza que nos espera al final de los tiempos: la alianza de bodas de la «Esposa» y el «Cordero» del Apocalipsis.

[1] Al menos dos papas han escrito unas palabras que guardan semejanza con estas. En su encíclica Providentissimus Deus, León XIII se refiere a las Escrituras como «una carta otorgada por el Padre celestial al género humano, en peregrinación fuera de su patria» (1). Pío XII, en su encíclica Divino Afflante Spiritu, dice: «Debemos estar sumamente agradecidos a aquel Dios providentísimo, que desde el trono de su majestad nos envió estos libros a manera de cartas paternales como a propios hijos» (19).

[2] Esta célebre cita del Comentario a Isaías (Nn. 1.2: CCL 73, 1-3) se emplea en el oficio de lecturas del 30 de septiembre, en la fiesta de su autor, san Jerónimo.

[3] Estos son algunos de los estudios especializados que me ayudaron a entender el patrón de alianza de las Escrituras: Scott W. Hahn. Kinship by Covenant: A Canonical Approach to the Fulfillment of God’s Saving Promises (New Haven, CT: Yale University Press, 2009); Paul R. Williamson. Sealed with an Oath: Covenant in God’s Unfolding Purpose (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2007); Gorden P. Hugenberger. Marriage as Covenant: Biblical Law and Ethics as Developed from Malachi (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 1994). Los pensadores católicos, protestantes y judíos, así como la crítica moderna y los Padres de la Iglesia, coinciden en que la alianza configura la estructura orgánica del Antiguo Testamento. Un crítico bíblico judío contemporáneo como R.E. Friedman, por ejemplo, escribe: «El texto E describía una alianza entre Dios e Israel en el Sinaí; el relato J añadía una alianza abrahámica; el historiador deuteronomista de Josías desarrollaba la alianza davídica; y la narrativa sacerdotal añadía una alianza con Noé. Estas cuatro alianzas fundamentales -las de Noé, Abrahán, Moisés y David— proporcionaban un marco narrativo en el que confluía el material legal, histórico, legendario, poético, etc.» («The Hiding of the Face: An Essay on the Literary Unity of Biblical Narrative». Judaic Perspectives on Ancient Israel [eds. J. Neusner et al.; Philadelphia: Fortress, 1987] 214). El Padre de la Iglesia Ireneo de Lyon, por su parte, señala: «Por eso se dio a la raza humana cuatro testamentos [“alianzas”]: el primero en el tiempo de Adán, antes del diluvio; el segundo en tiempo de Noé, después del diluvio; el tercero fue la legislación en tiempo de Moisés; y el cuarto, que renueva al hombre y recapitula en sí todas las cosas, por medio del Evangelio, dando al hombre alas para elevarse al reino de los cielos» (Contra los herejes III, 11.8). Véase también Catecismo 70-73; y Walther Eichrodt. Theology of the Old Testament, vol. 1 (Philadelphia: Westminster/John Knox Press, 1961).

[4] Juan Pablo II insistió en esta realidad a lo largo de todo su ministerio y, en especial, en su encíclica Ecclesia de Eucharistia («La Iglesia de la Eucaristía»). Estas palabras están tomadas de la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 11, del Concilio Vaticano II.

[5] Mi definición favorita es «la ampliación del parentesco mediante juramento». En cuanto a los estudios técnicos sobre la naturaleza de la alianza, véase Frank Moore Cross. «Kinship and Covenant in Ancient Israel». From Epic to Canon: History and Literature in Ancient Israel (Baltimore: John Hopkins University Press, 1998), 1-8; Gordon Hugenberger. Marriage as a Covenant: A Study of Biblical Law and Ethics Governing Marriage, Developed From the Perspective of Malachi (Leiden, Netherlands: Brill, 1994), esp. 197; y Scott Hahn. Kinship by Covenant: A Canonical Approach to the Fulfillment of God’s Saving Promises, Yale Anchor Bible Reference Library (New Haven, CT: Yale University Press, 2009), 28-31, 37-39, y todo el texto en general.

[6] Aunque sin darle un enfoque cristiano, en Hooking Up: Sex, Dating, and Relationships on Campus (New York: NYU Press, 2008) la socióloga Kathleen Bogle documenta la postura de nulo compromiso frente a las relaciones íntimas que existe en los campus de las universidades norteamericanas. Esta cultura universitaria casi nunca sirve a los intereses de las jóvenes.

1.

UN JARDÍN DONDE COLOCAR AL HIJO: LA ALIANZA CON ADÁN

Lecturas recomendadas: Génesis 1 y 2

¿CUÁL ES EL SIGNIFICADO DE LA VIDA?

¿Cuál es el significado de la vida? ¿Verdad que es una pregunta a la que todo el mundo busca respuesta?

Cuando era adolescente, a mis amigos y a mí nos hacía muchísima gracia la Guía del autoestopista galáctico, la serie de novelas de Douglas Adams en las que el protagonista, Arthur Dent, descubre que el significado de la vida está en el «42»: una muestra de cinismo por parte del autor, porque Adams, ateo convencido, creía que la vida no tenía significado. Asignar un número aleatorio a la cuestión era una manera ingeniosa de declararlo. En aquella época, los libros de Adams me divertían porque yo era cristiano y no me los tomaba en serio. De haber pensado realmente que la mejor respuesta al significado de la vida es ese «42», no me habrían parecido tan divertidos, sino deprimentes.

La búsqueda del significado de la vida está relacionada con la búsqueda de nuestros orígenes. El «¿por qué estamos aquí?» va unido al «¿de dónde venimos?». A la gente siempre le han fascinado las genealogías... o, por lo menos, la propia. Recuerdo mi asombro cuando el mayor de mis tíos le pasó a mi familia una copia de la genealogía de los Bergsma elaborada por él mismo: un estrecho rollo de papel de más de un metro de largo en el que nuestros antepasados se iban remontando hasta unos lejanos granjeros y comerciantes holandeses del siglo XVIII con un nombre extraño. Existía incluso algún indicio de que nuestra sangre tenía algo en común con la de la familia real holandesa.

Hoy en día internet dispone de varias páginas que se hacen de oro ayudándote a trazar tu genealogía. ¿Por qué? ¿Por qué le preocupa a la gente quiénes fueron sus antepasados paternos y maternos?

De alguna manera, saber de dónde venimos nos ayuda a descifrar adónde deberíamos ir. Conocer a nuestros antepasados da sentido a nuestra vida aquí y ahora.

Quizá por eso la Biblia dedique tanto espacio a hablarnos de nuestro primer padre, Adán, y de su esposa Eva, nuestra primera madre. La Biblia es sumamente concreta acerca de los motivos por los que fue creado Adán y cuál iba a ser su misión en el universo. Es más: Adán fue y es nuestro modelo. El fin (o el significado) de su vida sigue siendo el fin de la vida de cada uno de nosotros.

Antes de echar una ojeada al fin (o fines) de la vida de Adán, permíteme que me detenga un momento a ofrecerte un esbozo del contexto. Al fin y al cabo, Adán no fue lo que Dios creó primero.

LA SEMANA DE LA CREACIÓN: LA CONSTRUCCIÓN DE UN TEMPLO

Todo el mundo ha oído hablar de los «seis días de la creación» que aparecen en el Génesis. Hoy en día es un tema que suele surgir en los debates entre el «creacionismo» y el «darwinismo»; o cuando la comunidad educativa de ámbito local o estatal tiene que fijar los libros de texto y los estándares de ciencias de las escuelas públicas. Es natural que la gente se pregunte[1]: «¿Esos seis días son literales?»; «¿realmente es tan joven la tierra?»; o «¿cómo encaja ese relato en el Big Bang y la evolución?».

Buenas preguntas. Pero por el momento las dejaremos en suspenso, porque no son las principales preguntas a las que el autor del Génesis quiso dar respuesta. De hecho, lo que el autor inspirado quería era enseñarnos algo acerca del fin para el que Dios creó el mundo antes que nada. La Biblia empieza con una frase sucinta: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1). Y a continuación entra en los detalles del proceso.

El siguiente versículo dice así: «La tierra era caos y vacío, la tiniebla cubría la faz del abismo» (Gn 1, 2). La imagen que se nos ofrece es la de un mundo —o un universo— ya existente, pero aún no concluido, que presenta dos problemas: el «caos» y el «vacío».

El Génesis se escribió en hebreo, y en hebreo las palabras «caos y vacío» forman una expresión graciosa, «tohu wabohu»: dos términos que riman y describen una situación de caos similar a nuestro «patas arriba». Más concretamente, «tohu» significa «amorfo», es decir, «informe» o «sin forma». «Bohu», por su parte, significa «vacío» o «nulo».

Así pues, el cosmos al que Dios llama a la existencia presenta dos problemas: es amorfo y es vacío. Hay que darle forma y llenarlo. Y eso es lo que hace Dios a lo largo de esos seis días.

No es algo que cueste mucho plasmar sobre el papel. Los dibujos nos ayudan a recordar las cosas y a explicárselas a los demás: a tus hijos, en la catequesis o incluso a tu cónyuge (por cierto, si copias los dibujos de este libro, te recomiendo que lo hagas a lápiz para poder borrar, porque a veces las imágenes cambian a medida que las vamos completando).

Para ilustrar los días de la creación, vamos a trazar un rectángulo en vertical y a dividirlo en seis cuadrados. Hazlo bien grande, porque luego dibujaremos dentro de cada cuadrado: