La brevedad de la vida - Lucio Anneo Séneca - E-Book

La brevedad de la vida E-Book

Lucio Anneo Séneca

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Beschreibung

En La brevedad de la vida, Séneca (4 a. C. – 65 d. C.) toca un tema de sorprendente actualidad: la sensación de pérdida de tiempo. Tenemos la falsa percepción de que la vida es corta porque está determinada por nuestra forma de vivir, llena de vicios y ocupaciones superfluas. La dedicación a la sabiduría es, para Séneca, la única manera de vivir con provecho. Mediante su pluma concisa y sus frases afiladas, el filósofo clásico atraviesa los siglos con una sabiduría sin caducidad y nos invita a reevaluar el uso que hacemos del tiempo, este bien tan escaso, así como a cuestionar nuestro estilo de vida marcado por el ajetreo, la dispersión y la vanidad. «No hay razón para que pienses que ha vivido mucho quien muestra canas y arrugas: no ha vivido mucho, sino que ha existido mucho.»

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Seitenzahl: 78

Veröffentlichungsjahr: 2024

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SÉNECA

LA BREVEDAD DE LA VIDA

Traducción y edición deJOSÉ PATRICIO DOMÍNGUEZ VALDÉS

Título original: De brevitate vitae

Traducción: José Patricio Domínguez Valdés

Diseño de la cubierta: Stefano Vuga

Edición digital: Martín Molinero

© 2024, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN: 978-84-254-5105-8

1.ª edición digital, 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Índice

Introducción

Tiempo y redes

Universitas negotiosa

Esta traducción

Breve bibliografía introductoria a Séneca

La brevedad de la vida

Séneca

I.

II.

III.

IV.

V.

VI.

VII.

VIII.

IX.

X.

XI.

XII.

XIII.

XIV.

XV.

XVI.

XVII.

XVIII.

XIX.

XX.

Notas

Información adicional

Introducción

Paulino, a quien Séneca dedica esta pequeña obra, era el praefectus annonae de Roma, esto es, el funcionario imperial que velaba por las provisiones de granos y cereales para la población. Se trataba de un cargo importantísimo, quizás comparable a un contemporáneo ministro de agricultura o comercio. El praefectus annonae tenía que ser alguien bien dotado para las cuentas y cálculos, un concienzudo gestor de logística y un político curtido para lidiar en dos frentes, el de la política económica palaciega y el del estómago de la población. Paulino, que ha recibido una esmerada educación, ha dedicado la mayor parte de su vida al servicio público, con todos los sinsabores que ello implica: las intrigas cortesanas, la corrupción de los funcionarios, el descontento popular. Probablemente se encuentra en aquella etapa de la vida en la que se asume con cierta nostalgia que la juventud ya ha pasado y que el tiempo que resta para vivir es menor que el tiempo vivido.

Séneca quiere que Paulino deje esta vida excesivamente «práctica» y asuma otro modo de vivir, otro modo de estar en el mundo. Con ese fin redacta este escrito protréptico. Protréptico (del verbo protrépo: exhortar, invitar) es el término griego para designar un género literario de exhortación, de invitación, de urgente impulso para un cambio de vida. No sabemos si Paulino le pidió consejo personal a Séneca o si este, por propia iniciativa, le escribe a aquel pensando en el «Paulino» que todos llevamos dentro, ese que está harto de perder el tiempo en una vida hecha de mil minucias, ese que se consuela diciéndose «a los cincuenta años me jubilo» o «cuando tenga sesenta años no trabajo más» (§ III).

El tema principal de este escrito exhortativo es la (supuesta) brevedad de la vida. Séneca comienza con la constatación de un sentimiento general: nos parece que la vida es corta, que no hay tiempo suficiente, que los años se nos pasan y que no logramos nada valioso. Esta percepción es común a ignorantes y a sabios. La frase de Hipócrates ars longa vita brevis («el conocimiento es largo, la vida es breve») cristaliza perfectamente esta vaga, pero apremiante percepción de que existe un desajuste fundamental entre el tiempo que efectivamente tenemos y nuestra profunda aspiración al cultivo de la mente (§ I). A esto se le añade nuestro propio estilo de vida determinado por los vicios y las ocupaciones superfluas, que impiden darle una unidad narrativa a nuestra vida: desgarrados entre un pasado que ya no existe, un presente que se nos escapa de las manos y un futuro amenazador, vivimos en el tiempo presos de la inconsciencia, de la inquietud o del tedio (§§ X; XVI).

Séneca, por su parte, quiere extirpar de raíz esta falsa percepción. El cordobés se esmera en mostrar que la sensación opresiva de vivir perdiendo el tiempo se debe a que hemos elegido el estilo de vida de los «atareados» (occupati) en vez del de los «ociosos» (otiosi). Las ocupaciones que nos hacen perder el tiempo y derrocharlo en un mero existir, distinto del vivir (§§ II; VII), son, en primer lugar, los vicios. Entregarse al alcohol o al sexo son las formas más deshonrosas de derrochar el tiempo. Pero también malgastan su tiempo los que se entregan a vicios «más respetables», aquellos vicios que tienen la apariencia de ser actividades trabajosas e intensas, pero que en realidad son formas sofisticadas de perder el tiempo: la avidez de dinero, la búsqueda del poder político, el impulso hacia conquistas bélicas, la vida de lujos, los pasatiempos o la erudición inútil. A todas estas ocupaciones opone Séneca el único modo de vivir la vida con provecho: el dedicarse a la sabiduría (§ XIV).

¿En qué consiste esta sabiduría y cómo logra ella hacerse del tiempo? La respuesta de Séneca estriba en su concepción del tiempo. Séneca no ofrece aquí una teoría general del tiempo, que incluya su aspecto cosmológico o físico. No hay una teoría de qué es el tiempo cronológico, aquella dimensión inasible pero omnipresente que marca la existencia del universo físico. Lo que Séneca ofrece es más bien una consideración ética del tiempo, es decir, de la vivencia de la temporalidad tal como se nos da en primera persona, en el diario vivir hecho de infinitas decisiones que se despliega en tres «espacios»: el fluir mismo de nuestra vida (el presente) que rápidamente pasa (el pasado) y hacia el cual nos proyectamos (el futuro). La vida del vicioso o el ocupado en actividades superfluas se hace brevísima, pues descuida el presente en actividades que destruyen su carácter, el pasado no significa un acervo (fue mal utilizado y es oprobioso) y el futuro se presenta como una amenaza de perder los bienes conseguidos, en cuyo telón de fondo se halla la pavorosa muerte. Rehuyendo el pasado y el futuro, vive un presente mínimo, una mera sucesión de átomos desenlazada del pasado y del futuro.

Por el contrario, la vida del sabio se despliega armónicamente entre el pasado, el presente y el futuro. Y esto por dos razones: en primer lugar, porque vive con los afectos ordenados, es decir, no está apegado a los bienes que los estoicos llaman «bienes de la fortuna» (todos aquellos bienes que no dependen de nosotros mismos y que son esencialmente transitorios, como el poder, el dinero, el placer, etcétera), y en segundo lugar, porque usa —o invierte, para utilizar una metáfora económica cara a Séneca— su tiempo libre, su otium, en la filosofía, esto es, en el estudio de las doctrinas y los autores que han elaborado tanto una teoría como una práctica del buen vivir. Estas dos razones, que en realidad son dos caras de una misma moneda —la filosofía— permiten que el ser humano tenga una relación fructífera con su propia existencia temporal. La paradoja radica en que, para lograr dicha relación, el hombre tiene que destemporalizarse.

Esta destemporalización no significa una huida del tiempo ni una negación de la condición mortal. Significa más bien una intensificación de su condición temporal, un vivir liberado del tiempo entendido como caducidad o expectación, pero distendido en el tiempo como suma de las épocas pasadas y futuras. Esto que llamo destemporalización se explica más fácilmente con aquella doble dimensión de la filosofía mencionada en el párrafo anterior. La filosofía es a la vez liberación de afectos desordenados —en terminología estoica, imperturbabilidad— y conocimiento cierto de la realidad. Como liberación de los afectos desordenados, la filosofía sitúa al hombre por sobre las vicisitudes del tiempo: no se ve zarandeado de aquí para allá por el dinero, la gloria, el poder o el placer, que son bienes esencialmente temporales. Su presente es feliz, su pasado es un tesoro de grato recuerdo, y el futuro no lo inquieta. Como su felicidad no depende de la fortuna, tiene una relación no servil con ella. Si la fortuna dispone que pierda sus bienes, incluso la vida, el sabio lo acepta de buen grado. Cuando la fortuna así lo disponga, «el sabio no vacilará en ir a la muerte con paso seguro» (§ XI).

Como conocimiento del mundo, la filosofía invita al hombre a entrar en diálogo con las grandes mentes del pasado. El hombre que utiliza bien su tiempo, el ocioso en el mejor sentido del término, añade las épocas anteriores a su propio tiempo. Así se libera de las angosturas de la condición humana y extiende su mente en el diálogo con los filósofos del pasado como Pitágoras, Sócrates, Aristóteles, Carnéades o Epicuro. La vita contemplativa, esto es, el estudio de las grandes preguntas acompañado de las grandes mentes, hace que su tiempo se ensanche casi infinitamente: ahora no solo vive en un presente lleno de sentido, sino que su mirada alcanza el pasado y anticipa el futuro. Por consiguiente, la vida del sabio es larga (§ XV).

La vida filosófica en conversación con las grandes mentes del pasado le sirve a Séneca para trazar una de sus críticas sociales más punzantes. Mientras la amistad del ocioso con los filósofos de tiempos pretéritos es agradable, serena y honesta, la amistad entre los hombres suele ser lo contrario. A lo largo de todo este protréptico aparece una y otra vez la práctica romana del clientelismo, aquella estructura social y política que vincula a patrones y clientes en una constante transacción de officia: pan, poder y ayuda legal a cambio de votos, favores y lisonjas. Para Séneca, la sociedad romana está marcada por este vínculo tóxico entre sus miembros. Prácticamente no hay nadie que no dirija su vida —que consuma su tiempo— en estas relaciones. La política parece diluirse en un constante tomar partido por uno u otro candidato, la vida del Foro parece agotarse en esta mascarada de acusaciones y defensas sin fin entre rivales y aliados. El tiempo se derrocha siempre en función de otro