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Josep Darnés

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  • Herausgeber: Arpa
  • Kategorie: Ratgeber
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2019
Beschreibung

Cómo caí en las trampas del crecimiento personal y las terapias.  ¿Puede uno volverse adicto al crecimiento personal? ¿Cuándo  la terapia deja de ser la solución y se transforma en el problema?  Nuestra sociedad se ha psicologizado de arriba abajo y el bienestar emocional se ha convertido en una obsesión generalizada. Cada vez son menos los que aún no han probado la meditación, el  mindfulness , el  coaching , los antidepresivos o el pensamiento positivo. Al mismo tiempo, también crece la incertidumbre alrededor de las garantías de todas estas herramientas.  Este libro no lo escribe un terapeuta, un psicólogo, un médico o un gurú, sino, desde el otro lado del tablero, un cliente, paciente, alumno, discípulo y lector compulsivo de libros de autoayuda. Josep Darnés se inició en las terapias a raíz de una crisis de ansiedad y se enganchó. A lo largo de quince años probó todos los tratamientos de autoconocimiento y desarrollo personal que tuvo a su alcance —¡más de cincuenta!, y a cada cual más sorprendente.  Confundido por el resultado de tantos y tan variados esfuerzos, decidió volcarse en la narración de su extensa experiencia en este libro, con el que pretende conectar con otros adeptos de las terapias que hayan podido sentir la misma saturación.  La burbuja terapéutica  es un relato personal que aporta un contrapunto crítico y ameno en la vorágine de publicaciones en el campo del desarrollo personal, un sector que crece rápido y libremente y que tiene en sus manos algo tan importante como nuestra felicidad. 

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© del texto: Josep Darnés Bosch, 2018

Derechos cedidos mediante acuerdo

con International Editor’s Co

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: octubre de 2018

ISBN: 978-84-17623-07-4

Diseño de colección: Enric Jardí

Maquetación: Àngel Daniel

Manila, 65 — 08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación

puede ser reproducida, almacenada o transmitida

por ningún medio sin permiso del editor.

Josep Darnés

La burbuja terapéutica

Cómo caí en las trampas del crecimiento personal y las terapias

SUMARIO

Nota del autor

Prólogo de Víctor Amat

Introducción. Dedicado a los perdedores

Adultos fake

La trampa de la búsqueda

La psicologización de la vida

Terapeutas chungos

Psicología low cost y paulocoelhismo

La tiranía de la felicidad

La dimensión desconocida

La insoportable levedad del ser positivo

Oasis terapéuticos y catarsis colectivas

La anormalidad cotidiana

Mercaderes de abundancia

Regreso al pasado

Yonkis del amor universal

Me quiero, luego existo: la autoestima

Supercoaching

Mindfulness hangover

Epílogo. Detox terapéutico

Agradecimientos

«Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír».

george orwell

«La primera virtud del conocimiento es la capacidad de enfrentarse a lo que no es evidente».

jacques lacan

«Todo lo que quiero en esta vida: que este sufrimiento tenga algún propósito».

elizabeth wurtzel

A mi familia.

Y en especial a mi padre y a mi tío Simón,

que ya no pueden leerlo.

A los que han tropezado y se han levantado. A los que han sufrido y siguen andando. A los que han sufrido y tiraron la toalla. A los que no la tiraron. A los enganchados a los ansiolíticos. A los buenos terapeutas y a los terapeutas buenos. A los terapeutas chungos que nos ayudan a ver lo que no nos conviene. A los que persiguen la felicidad y no entienden qué falla. A los fakes que se han cansado de disimular. Y sobre todo, a los perdedores. A todos ellos va dedicado este libro.

Nota del autor

Toda la información que doy en este libro simplemente tiene un propósito didáctico, no pretende ser útil para diagnosticar, tratar o prevenir nada. Son opiniones propias y, por tanto, no se deben tomar en ningún caso como prescripciones, diagnósticos ni curas para ninguna cuestión médica, psicológica, emocional o espiritual. Cada persona es responsable de cualquier tratamiento, prevención o cura de su salud contando con la ayuda de un profesional competente y cualificado para tales menesteres.

El libro no responde a un orden cronológico, lo que permite su lectura saltando de capítulos según las preferencias e intereses del lector. Sin embargo, recomiendo leer en primer lugar la introducción y los tres capítulos siguientes que enmarcan el resto del contenido.

Prólogo de Víctor Amat

«Me hice sacerdote no para no sufrir, sino para sufrir eficazmente».

thomas merton

Hace un tiempo, una soleada mañana, Josep se sentó desmadejado en el sillón que ocupan mis pacientes en la consulta. Aun siendo un hombre brillante y sagaz, con una formación extraordinaria que podríamos calificar de renacentista, me relató las cosas que le preocupaban atormentado por la angustia. En ese primer encuentro, describió su via crucis en busca del Santo Grial. Deseaba ser un hombre perfecto, alguien del que su entorno, y en especial sus padres, pudieran sentirse orgullosos. Desgranó las diferentes estaciones en las que había recalado en ese tormentoso viaje y me sentí sobrecogido al escuchar el relato de cuán fracasado se sentía al ver que ninguno de esos enfoques había terminado con su quebranto. Me visitaba, dijo, porque un terapeuta que, por fin, le estaba ayudando, le había dado mi nombre.

¿Cómo podía tener éxito yo donde tantas estrellas del rutilante mundo de la ayuda habían fracasado? ¿Cómo podía ayudar cuando tanta prima donna había enseñado a Josep todas las teorías de cómo sentirse inadecuado? Meditando el asunto, pensé que la solución podía hallarse donde nadie se había propuesto buscar. Un lugar oculto hasta para el talento de Josep.

Josep no necesitaba terapia. Esa era la clave.

Como psicólogo y psicoterapeuta, conozco la tendencia a pensar que todo el mundo necesita una buena psicoterapia. Por no mencionar las legiones de terapeutas magufos, pseudoterapeutas, psicocoaches y pastores de no importa qué confesión que están siempre dispuestos a ayudar. En esta profesión, a menudo olvidamos que hay cierto dolor que debemos aprender a sobrellevar y que la «perfección» (léase el crecimiento personal, la maduración, trascender el ego, etc.) no existe.

Muchas personas, como Josep, están ahí afuera sufriendo problemáticas sustentadas por teorías de bajo octanaje que alimentan la cartera de muchos aprendices de mago. La cara perversa del sanador es el farsante, y la línea entre uno y otro, a menudo es muy delgada. Sin embargo, debemos ser capaces de ser honestos como profesionales de la salud, devolver al ser humano su dignidad y, en ocasiones, aprender a inclinarnos ante los propios recursos del paciente.

En el caso que nos ocupa, el brillante Josep Darnés, pensó que su verdadera terapia empezaba ahora, haciéndose cargo de que no es perfecto y desenmascarando algunas de las perversiones del crecimiento personal.

víctor amat

Introducción.

Dedicado a los perdedores

Siempre me han parecido más interesantes y atractivos los personajes perdedores que los exitosos. Los perdedores dan más juego, tienen más grietas por donde dejan escapar la luz. En cambio, la gente sin aristas y deliberadamente perfectas, resultan muy aburridas. De hecho, suelen imponerme el reto de encontrar dónde está su fallo, averiguar de dónde cojean. Esta capacidad de escudriñar en los demás es algo innato y, seguramente, es lo que me llevó a investigarme a mí mismo, porque no entendía por qué teniendo a priori tantas ventajas curriculares— matrícula de honor en el instituto, licenciado en Ingeniería de caminos, canales y puertos, posgrados y masters para aburrir— formaba parte del grupo de los perdedores.

En este libro no vas a encontrar ni un solo consejo, está en las antípodas de los libros de autoayuda. Te quiero avisar porque si andabas buscando algún tipo de recomendación terapéutica o revelación espiritual, puedes devolver el libro porque de todo eso ya andas sobrado y en cualquier caso hay gurús mucho más recomendables que yo. Asimismo es posible que te preguntes qué tiene que aportar en el campo terapéutico un tipo como yo, que no es ni terapeuta, ni psicólogo, ni médico, ni maestro de nada. En primer lugar, he sido adicto a las terapias y a esto que llaman desarrollo personal durante quince años. En este tiempo me he metido de todo, lo que me da cierto bagaje para construir una opinión al respecto. He padecido y he visto a mi alrededor cómo la búsqueda de salida del sufrimiento puede terminar por convertirse en la misma fuente del sufrimiento, bien sea por un exceso de análisis, bien por seguir ahondando en métodos contraproducentes, e incluso creando problemas donde no los había.

En segundo lugar, se ha hecho necesario aportar una mirada desde este lado de la partida, es decir, del lado del cliente, paciente, alumno o lector de autoayuda para equilibrar la balanza ante la avalancha de publicaciones de terapeutas, coaches y maestros iluminadosque aparecen año tras año. «Escriba libros solo si lo que va a decir en ellos nunca se lo confiaría a nadie», dijo Emil Cioran. Y es que en un escrito con componentes autobiográficos como este hay algo de desahogo, de exorcizar fantasmas, de desnudarse y ser un poco menos fake, ya que el esfuerzo de disimular ante los demás es agotador. Todos los que han ido a terapia sabrán de qué estoy hablando. He intentado hablar de mí lo menos posible; sé que a los consumidores de terapias nos interesa sobre todo lo nuestro: nuestros problemas, nuestros sufrimientos, nuestro reflujo ácido, nuestro insomnio, nuestros pensamientos negativos, nuestras parejas, nuestras exparejas, nuestro ego.

Y, en tercer lugar, no estoy casadocon ningún gremio terapéutico, lo que me permite aportar una mirada libre, sin ataduras, obligaciones ni deudas con nadie. Para dar explicación al auge enorme, desde hace más de un siglo y en todas partes, de disciplinas como la psicología o la espiritualidad oriental he hecho un recorrido de lo personal a lo global, sirviéndome de datos y aportaciones de otros expertos.

No se trata de un libro de denunciaescrito por un escéptico ni es mi intención ponerme a debatir si cierta terapia es científicamente demostrable o no. Tampoco se trata de un libro contra las terapias, sino sobre ellas. Ir al psicólogo o acudir a talleres ha perdido mucho del estigma que había tenido y se ha convertido en algo habitual. Me interesa mucho más contarte cómo se ha formado una burbuja alrededor de las terapias y el crecimiento personal, en auge desde hace décadas, y desentrañar los mecanismos por los cuales quedamos atrapados en ella, y cómo, al insistir, en lugar de sentirnos mejor a menudo empeoramos. Parafraseando a Paul Watzlawick, hemos desarrollado unas sofisticadas técnicas para amargarnos la vida que depuramos a medida que vamos profundizando.

Aunque he intentado mantener cierto grado de objetividad en el análisis, no puedo afirmar que haya sido imparcial ya que, en una especie de síndrome de Estocolmo, al criticar a parte del lobby terapéutico también he sentido culpa, tristeza, incluso nostalgia. En algunos momentos de mi análisis la vehemencia me ha superado y he rajado sin piedad, pero insisto en que este no es un libro que atenta contra este gremio en absoluto. Las terapias me salvaron la vida y siempre estaré agradecido a todos los que dieron lo mejor que tenían en ese momento para ayudarme. De hecho, «lo terapéutico», entendido como aquello útil para encontrar una mayor serenidad, equilibrio y vitalidad, está (y estará) cada vez más presente en nuestra sociedad vuca1, estresante, líquida, en la que deambulamos huérfanos de referentes. Toda ayuda para intentar paliar, reducir o hacer más llevadero el sufrimiento es bienvenida, así como cualquier camino que ayude a encontrarse al que anda buscándose. Insisto en el «que ayude». La manera de hacerlo, en la forma que sea, no es buena ni mala per se, el arte está en encontrar la adecuada para uno y en el grado justo en el momento oportuno. Y si es el caso, aprender a cuestionarse ciertas asunciones y dinámicas establecidas. Las terapias te pueden salvar la vida, pero también te la pueden secuestrar.

Aunque no tengas vínculo alguno con las terapias o el desarrollo personal, al final quien más quien menos se ve influenciado por este mundo, ya que se ha convertido en un fenómeno global y cultural. Lo podemos encontrar en los medios de comunicación, las redes sociales, la política, el deporte, la literatura, en el inconsciente colectivo, que ha seducido a millones de personas en todo el mundo, a pesar de las evidencias que existen de su ineficacia en numerosos casos, pudiendo derivar en un camino interminable de búsqueda que perpetúa e incluso empeora el sufrimiento.

No soy terapeuta, y por tanto desconozco en profundidad qué ocurre dentro de los procesos terapéuticos, en este baile (no) armonioso por entre la luz y las tinieblas, por descubrir nuestras facetas más benevolentes y destapar lo cabrones que podemos llegar a ser con los demás o con nosotros mismos. Veremos a lo largo del libro que los que hemos sido abducidos en algún momento —loshiperterapiados— somos narcisistas, obsesivos, sufridores, pseudoiluminados, muy neuróticos y, como solemos olvidar el objetivo por el que nos adentramos en este proceso, acabamos convirtiéndonos en nuestro propio objeto de estudio. En cualquier caso, este es un relato tragicómico, melodramático y a ratos surrealista, sobre uno de tantos individuos humanos en búsqueda de la felicidad. ¡Espero que lo disfrutes!

Adultos fake

«Cuando te atreves a confrontar tu miedote das cuenta de que este es siempre más grandeen tu cabeza que fuera de ella».

krishnamurti

«El hombre ha nacido libre y en todas partes lleva cadenas».

jean jacques rousseau

Tuve mi primera crisis de ansiedad a los veinticinco años, al final de la carrera universitaria. Empecé a sentir dificultades para el descanso, me encontraba en un estado de reflexión constante, las dudas sobre hacia dónde debía dirigir mis pasos no me dejaban en paz y me paralizaban. Cuando todo ello empezó a superarme, mi hermana me llevó a rastras a una psicóloga, muerto de la vergüenza de que alguien me viera entrando en su consulta. Enseguida su compañero psiquiatra me enchufó un buen chute de sertralina2 mañana y noche para remontarme. «No sé qué coño me pasa», le dije a la psicóloga el primer día de terapia. De esto hace diecisiete años.

Recuerdo que en esas primeras visitas con la terapeuta me sentía bien porque era la primera vez en mi vida que tenía delante de mí a alguien a quien soltarle el rollo durante una hora para hablar de los temas más profundos y que me angustiaban. Saltaba de un tema a otro de modo hiperactivo: mi ansiedad, mi pareja, mis padres, mi trabajo, mi ansiedad, el futuro, la vida, los estudios, mi infancia, mi ansiedad. Tuve suerte, ya que fluía bastante el diálogo y me transmitía bondad. Con los años me di cuenta de que estos dos factores eran claves para que una terapia funcionara: que haya un buen feelingentre el terapeuta y yo y que de alguna manera me sienta aceptado y visto por él, que sienta que quiere «mi bien». Existen unos intangibles que de por sí ya ayudan, como sentirse visto y querido. «El amor recibido y el amor dado comprenden la mejor forma de terapia», afirma Gordon Allport. O como dice el eminente psicoterapeuta Irvin D. Yalom, en terapia «lo que cura es el vínculo», aunque eso a veces lleva a la confusión de pensar que el terapeuta es un amigo y se alarga la terapia para no perder alamigo.

Acudir a terapia tenía algo de exhibicionismo bien entendido, de ponerme en pelotas, y esa liberación, en alguien como yo, que andaba profundamente incomunicado a nivel emocional, también caló. Por cierto, la sertralina que tomé durante unos cinco años caló también. «Este medicamento no produce síndrome de abstinencia», me dijo el psiquiatra. Pues menos mal que no lo produce, porque si un día me lo saltaba u olvidaba iba por la calle como flotando o me daban taquicardias, además sentía pérdidas del apetito sexual y tenía lapsus de memoria.

Son muchos los motivos que pueden hacer que uno se plantee ir a terapia: un trauma, una pérdida de sentido o una crisis ante lo que la vida te ha puesto por delante, por ejemplo. Lo que ocurre es que se manifiesta con una sintomatología más identificable: ansiedad, depresión, trastorno obsesivo-compulsivo, insomnio, somatizaciones varias, anorexia nerviosa, etc. Depende de donde uno cojea. Aunque tampoco está del todo claro si enferma primero el cuerpo y después empieza a sufrir la mente o viceversa. El eje entre cuerpo y mente es indisoluble y va en ambas direcciones. ¡Vamos, que es un lío! Antes de ir a terapia por primera vez aparecen varias resistencias: desesperanza, vergüenza, negación, miedo, desconfianza. En mi caso era básicamente vergüenza de que mi entorno lo descubriera: «¿Yo a un psicólogo? Ni de coña», pensaba para mis adentros. Pero no me quedó otra. Mi problema existencial apareció hace unos diecisiete años con eso de que «la vida iba en serio», es decir, en el momento en que tienes tu primer trabajo serio, tu primera novia seria y asistes a los primeros entierros serios. Cagada total. Ansiedad garantizada. Con lo feliz que yo era con ser becario, con un novia para divertirnos y convencido apaciblemente deque toda esa chorrada de la seriedad era para los adultos. Pero ya se encarga tu alrededor de avisarte: «Uy, uy, uy... no vas bien, o empiezas a ser un adulto como Dios manda o te quedarás fuera del sistema y serás un mierda toda tu vida». Así que nada, tocaba ser adulto, dejar de jugar y madurar. ¿Resultado? Más estrés. Aunque ahora, con cierta perspectiva, me doy cuenta de que tampoco iban tan equivocados, porque si te sales del sistema difícilmente podrás volver a él. Sea como sea, cuando la crisis existencial te pilla desprevenido surgen dos posibilidades: o eres resiliente y te apañas, o no sabes dónde agarrarte y necesitas un terapeuta. Tiempo antes de que apareciese mi buena amiga ansiedad, ni se me había pasado por la cabeza acudir a un psicólogo. Quién me iba a decir a mí que con el tiempo me convertiría en adicto a todo este mundillo.

En este punto aparece una dificultad clave que tendrá consecuencias en todo el proceso terapéutico: encuadrar correctamente la demanda, es decir, que quede claro cuál es realmente la problemática. A medida que deambulaba por sucesivas consultas, me daba la sensación de que cada terapeuta buscaba dónde podía encajar toda la historia en su know-how terapéutico y en su esquema mental y formativo, en lugar de averiguar qué era lo que realmente me estaba ocurriendo. Y peor iba la cosa si el terapeuta en cuestión estaba muy perdido y se ponía en modo «yo sé lo que te pasa porque yo soy el terapeuta y te voy a decir lo que tienes que hacer». En los ambientes terapéuticos era habitual escuchar la frase: «No todo el mundo está preparado para ir a terapia» o «esta persona se resiste a dejarse ayudar», que se solía decir cuando una persona estaba sufriendo, acudía al terapeuta y no conseguía mejorar, o incluso empeoraba, cuando de hecho saber qué hacer no significa saberlo hacer. En ese punto, si el encuadre ha sido erróneo o poco funcional, es muy probable que el terapeuta, decepcionado, decida probar otra terapia, que aún hace más difícil el encuadre ya que se lleva «la mochila» de la terapia previa y así sucesivamente.

En el momento que se pisa por primera vez la consulta del psicoterapeuta se puede tener cierta sensación de derrota. En esa salita de espera suele haber otros derrotados esperando ser atendidos y, con suerte, reconstruidos. En esa primera ocasión la sensación de derrota parecía tener su lógica ya que no había podido gestionar la embestida de la vida con los propios recursos, y requería de una ayuda externa. Pero, ¿seguro que se trataba de una derrota? Decía Krishnamurti que «no es signo de buena salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma»3, y de hecho, ¿no es un poco absurdo aceptar que «las psicoterapias curan a las personas para enviarlas de nuevo al medio que las enferma»? Este tipo de contradicciones me desorientaban, pero no tenía otra que seguir adelante. En aquel momento mi desinformación era total y me agarré a lo primero que tuve a mano: un buen especialista que me reeducase y llevase por el buen camino, aderezado de una buena cantidad de ansiolíticos que me dejaran en un estado de «sentir menos», para lo bueno y para lo malo. Y con este cóctel volver a formar parte de ese conjunto de adultos fake con fobia a sentir que es nuestra sociedad.

El adulto fake es aquel que hace esfuerzos enormes para mantener una apariencia de que «todo está bien» y una imagen de que está llevando la vida de adulto«perfectamente». Esta impostura se sostiene años o décadas siguiendo los cánones marcados, aunque por dentro el adulto fake se va secando, agotando, hasta que está jodidamente perdido y no sabe cómo caray ha llegado hasta este punto tan desmotivador de su vida. Así que se llega a terapia siendo ese fake que uno se ha construido con tanto esmero,pero que ya no da para mucho más. Está agotado, cagado de miedo y busca una solución. Normalmente empieza también a leer libros relacionados con el tema, incluso a asistir a algún curso con algún coach que le han recomendado. Llegados a este punto, el adulto fake se puede encontrar con varias dificultades añadidas:

•Que el terapeuta sea incluso más fake y un inepto, por miedo a aplicarse lo que predica. De hecho, si se lo aplicase, y por tanto diese la razón al adulto que acude a terapia, se tambalearían sus propios cimientos. Aquí el terapeuta fake tratará de poner un parche para salir del paso y si es con pastillas, mejor que mejor.

•Que la familia del adulto fake, principalmente su pareja, y en general el entorno más cercano de amistades y colegas de trabajo, entren en pánico por si la terapia da lugar a cambios y modifica el status quo fake que el sistema desea mantener. El miedo es que salga a la luz el montaje que el adulto fake se había currado durante tantos años y todo se vaya al traste, poniendo en jaque al sistema con las consecuencias que eso acarrea.

•Que el adulto cambie su propio personaje fake por un personaje fake nuevo, con unas características más cool o adaptadas a los nuevos tiempos. Este cambio es habitual cuando el terapeuta es un gran seductor y el adulto fake empieza a desear ser como él y a pertenecer a su círculo más íntimo, hasta el punto de convertirse también en terapeuta y trabajar en el mismo equipo. El entorno del adulto fake se dará cuenta porque este se comportará de manera diferente y será más profundo, más espiritual o más asertivo.

•Que la terapia se eternice en batallas entre el adulto fake y sus terapeutas, causadas por discusiones sobre el camino adecuado, conductas a seguir y estados ideales a alcanzar. Unos se retroalimentan a otros en discusiones eternas, chocando «la resistencia» del adulto fake con la insistencia del terapeuta de turno en imponerle la nueva personalidad fake que más le conviene.

El fenómeno del adulto fake que entra en crisis no entiende de clases sociales, edades ni sexo. Como el caso de Markus Persson, creador del juego Minecraft, que con treinta y cinco años lo vendió a Microsoft y su fortuna personal superó con creces los mil millones de dólares. Marcus no sabía cómo ser rico y empezó a tener un montón de problemas emocionales que le llevaron a terapia: sentimientos de culpa, sentirse aislado de la gentenormal y miedos paranoicos a perder su fortuna, que incluso le llevó a padecer crisis de ansiedad y depresión. Incluso existen centros de terapia especializados para ricos, que trabajan con «los titulares de grandes fortunas, tanto los creadores, futuros herederos o poseedores instantáneos de dichas fortunas, así como sus consejeros para orientar los asuntos y retos psicológicos que requiere la riqueza [...] Ofrecer un liderazgo y asesoramiento de alto nivel, implementación de buenas prácticas, planificación hacia el éxito y respuesta efectiva al conflicto»4. En este tipo de empresas existe una especial dedicación a las familias superricas para ayudarlas a «definir la misión de la familia» y a «la crianza de hijos productivos, motivados y compasivos». O terapeutas como Clay Clockrell que, tras unos años trabajando como inversor en Wall Street, trabaja en la actualidad como terapeuta con sus «Walk and Talk Therapy Sessions» en los que pasea por el Battery Park —muy cercano a Wall Street— con algunos de los inversores más ricos del distrito financiero de Nueva York y que, encima de ahorrarse el dinero de alquilar una oficina, cobra unas tarifas altísimas por tales «paseos terapéuticos».

Desde tiempos ancestrales, desde el oráculo de Delfos y el «Conócete a ti mismo», no nos ha quedado otra que la autoexploración como salida a la crisis existencial. Y el adulto fake se siente seducido por descubrir qué demonios ha estado escondiendo debajo de esa imagen falsa que ha construido. El problema está en que el adulto fake ha dedicado muy poco tiempo a explorar su vida interior. Hasta este momento se ha ido presentando a través de lo que Winnicott llamó «falso yo», como una máscara para protegerse del entorno, complaciente con las demandas de los demás, siguiendo los códigos sociales establecidos. Esta máscara puede estar tan enquistada que incluso pueden aparecer sentimientos de irrealidad y sensaciones de «no existir realmente», a pesar de proyectar una apariencia de éxito y triunfo social. Es por ello que, cuando el adulto fake se enfrenta por primera vez a una terapia, aparece confusión, miedo, incluso pánico, a sentir que es auténtico por primera vez.

Al mismo tiempo, la terapia también le ofrece infinidad de caminos en los que vivir experiencias diferentes a las que vive el resto de su entorno, como los talleres de desarrollo personal en grupo donde se coloca la semilla de la fascinación por la transformación personal. Uno de los primeros talleres que hice en el mundillo del desarrollo personal fue un pack de varios fines de semana en la naturaleza. ¡Un clásico! Montañas, bosques, una casa rural aislada, alimentación vegetariana, ropa ancha de algodón y unos cuantos ejercicios en grupo para experimentar y conocerse más a uno mismo. El «todo incluido» terapéutico. En esa época, mi experiencia era nula en este tipo de encuentros, pero como ya venía tiempo sufriendo, encontrar un espacio donde otros están también jodidos —en teoría— me iba a ayudar.

La fascinación por estos fines de semana por parte del adulto fake, acostumbrado a una vida gris y monótona, se produce por varios motivos: hacer algo diferente a todo lo que ha venido haciendo, sentirse especial y más evolucionado que su entorno que pasa los sábados por la tarde en un centro comercial, mientras él se retira del mundo para «trabajarse, encontrar su propósito y saber quién es realmente». Una mañana, en uno de estos retiros en la naturaleza, todo el grupo fue congregado en el bosque al lado de la casa. Allí nos pidieron que nos vendáramos los ojos e hiciéramos una caminata de más de una hora a ciegas con el objetivo de agudizar más el resto de los sentidos, acompañados por uno de los compañeros a modo de lazarillo. Nos cruzamos con algunas familias que habían ido a pasear por el mismo lugar, y en mis adentros empezaba a sentirme superior y más evolucionado que ellos. «Yo estaba empezando a despertar. Ellos aún no».

Todo ese trabajo de agudizar los sentidos tenía una razón de ser que esa misma tarde descubrí: en una sala grande nos pidieron que nos vendásemos los ojos de nuevo y que nos desnudásemos o nos quedásemos en ropa interior. Seguidamente éramos invitados a pasear a ciegas por la sala para encontrarnos los unos con los otros y experimentar el placer del contacto, y aunque yo estaba aterrado más que otra cosa, la excitación y la sensualidad hizo que con los años cogiera el gusto a ese tipo de despelote grupal. Al rozar mis manos los cuerpos desnudos de los demás descubría un mundo sensitivo al que jamás creí que tendría acceso. Una nueva manera de vivir se abría ante mí, y todo este tipo de experiencias calaron en mí rápidamente; sentía que deseaba tener más insights5, más revelaciones, expandir los límites, sentir más intensidad en mi adormecida mente de ingeniero atolondrado. El viaje, cual Ulises en busca de Ítaca, había empezado. Lo que no sabía es que esos momentos de autodescubrimiento marcarían mi devenir de futuro hiperterapiadoy, por tanto, adicto a todo aquello.

La trampa de la búsqueda

«Sencillamente me convencí de que por algún misterioso motivo yo era invulnerable y no me engancharía. Pero la adicción no negocia y poco a poco se fue extendiendo dentro de mí como la niebla».

eric clapton

«Cada forma de adicción es mala, no importa si el narcótico es alcohol, morfina o idealismo».

carl jung

La primera experiencia en un estado alterado de conciencia marcó el devenir de otras tantas. Ocurrió cuando me hallaba en uno de los cursos intensivos de verano en los que nos juntábamos un grupo de personas en una casa rural varios días para meditar y profundizar en ejercicios de autoconocimiento. Una mañana temprano, nos propusieron comenzar el día con algunos ejercicios corporales para subir la energía, con danza y música a todo volumen. Me costó acudir a la convocatoria ya que era a las ocho de la mañana, justo antes del desayuno, y obviamente la noche anterior había dormido poco porque compartía habitación de literas con una decena de personas y sus ronquidos. Pues bien, esa mañana en concreto se trataba de una propuesta de movimiento con mucha percusión, ritmos africanos que nunca antes había bailado y que realmente me llevaban en volandas a otro estado, a un clímax. Esos movimientos, esa danza tribal, fue seguida de unos ejercicios de respiración aún más potente y profunda si cabe. Nos estiramos en el suelo para seguir respirando cada vez más intensamente. Los jadeos y los gritos inundaban toda la sala y yo ya no sabía dónde tenía la cabeza. Estaba entrando en un estado de trance, no sentía ningún miedo, y me dejaba llevar. En ese trance, con los tambores retumbando de fondo, de pronto ocurrió algo: la mente ya no estaba, no había juicio de ningún tipo y empecé a sentir todo mi cuerpo como jamás lo había sentido antes. Sentía cada centímetro, así como una gran sensación de alegría. Percibía la vida en un plano diferente al habitual y una sensación de unidad me recorría el cuerpo. En ese momento la música ya había dejado de sonar, unos gritaban, otros sollozaban y yo empecé a gritar: «¡Estoy vivooo! ¡Jodeeer! ¡Estoy vivooo! ¡Uuuh!».

Era tan extraño y a la vez tan nuevo gritar las palabras «Estoy vivo». Una sensación energética nunca vivida antes me recorría todo el cuerpo, y enseguida pensé: «Uau, joder, yo quiero mucho más de esto…». Por desgracia, el clásico idiota ya bragado en estos ambientes vino a reprimirme: «Josep, sí, sí, está muy bien. Pero ahora hacia adentro. ¡Va, venga, hacia adentrooo! Vive la experiencia pero hacia el interior», nientras me hacía sentar de nuevo con sus manos en mis hombros.