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Jourdy V. James aborda los impactos de la crisis económica global en Europa, así como los posibles escenarios de la eurozona y sus consecuencias para América Latina, luego de una rigurosa investigación que parte desde el fundamento teórico de las áreas monetarias óptimas, las causas y efectos de la crisis de deuda soberana en la zona euro, hasta concluir con los desafíos para la región latinoamericana. La actual crisis de la zona euro constituye una verdadera prueba de las debilidades no solo coyunturales sino estructurales presentes en la Unión Europea desde hace más de una década y ha promovido un polémico debate sobre la supervivencia de la integración monetaria europea. ¿Desaparecerá la moneda única europea? ¿Europa llevará a cabo reformas para enfrentar estos desafíos? ¿Cuáles serán los escenarios de impacto para la región latinoamericana? ¿Otra moneda diferente al dólar, el yen o el yuan tendrán la autoridad y confianza del sistema financiero internacional?, estas interrogantes son emprendidas en la Crisis de la zona euro: fundamentos económicos y lecciones para América Latina.
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Seitenzahl: 416
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Título original: La crisis de la zona euro. Fundamentos económicos y lecciones para América Latina
Edición: Gladys Estrada
Diseño de cubierta: Carlos Javier Solis Méndez
Diseño interior: Madeline Martí del Sol
Corrección: Norma Suárez Suárez
Emplane digitalizado: Alejandro Villar Saavedra
Realización: Yuleidis Fernández Lago
© Jourdy Victoria James Heredia, 2016
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2016
ISBN 978-959-06-1821-5
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial de Ciencias Sociales
Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba
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En la actualidad, el proceso de unificación monetaria llevado a cabo por los países europeos se mantiene como un hecho muy importante y ha motivado un debate significativo a raíz de la crisis económica internacional. El hecho de que diecinueve países de los veintiocho que, actualmente, conforman la Unión Europea (UE) hayan renunciado a la soberanía de la política monetaria y adoptado una única divisa, el euro, ha sido y es un hecho trascendental para la historia monetaria y financiera internacional y un importante paso en el proceso de integración europea.
Con el surgimiento del euro, el sistema monetario internacional se ha transformado en un régimen (aunque, mayoritariamente en dólares de los Estados Unidos) de siete u ocho monedas de reservas, pero con predominio del dólar, el euro, y el yen; sobre todo de las dos primeras. Aunque el dólar es, con gran diferencia respecto al euro, la principal moneda de denominación del comercio entre los distintos países, aún ocupa un lugar preponderante en los mercados financieros internacionales.
El euro ha traído ventajas no solo para Europa sino también para el resto de los países del mundo. Aproximadamente 339 millones de ciudadanos de la Unión Europea, pertenecientes a los países de la zona euro lo emplean como moneda única. Además, es la moneda principal para comerciar entre los veintiocho miembros de la UE, y los países candidatos a la Unión. También, circula en otros países y territorios, como Mónaco, el Vaticano y algunos países africanos y caribeños que utilizaban el franco francés, entre otros.
Para los países subdesarrollados, el euro ofrece la posibilidad no solo de aumentar el comercio y las reservas sino también diversificar la estructura y el servicio de la deuda. La mayoría de estas naciones tienen un acceso limitado a los mercados internacionales de capitales, y sus deudas están nominadas, en su totalidad, en dólares. La nueva divisa europea ha significado un atractivo adicional para estos países, que ahora pueden expresar su deuda exterior en otra moneda, en este caso el euro y, por lo tanto, diversificar los riesgos ante las posibles crisis financieras.
En realidad, el euro se convirtió en una moneda internacional exitosa durante los años de relativa calma que precedieron a la crisis. Aunque no llegó a ser rival del dólar a nivel mundial, desde luego se transformó en moneda regional fuerte y fue adoptado como ancla, referencia o vehículo de operaciones financieras en los países fronterizos con la zona euro.
No obstante, al tratarse de una moneda emitida por un organismo supranacional y no por un gobierno nacional, es, en el fondo, el fruto de una alianza, complicada y contradictoria entre las naciones europeas de la zona.
La actual crisis de la economía mundial —considerada la peor desde la gran depresión de los años treinta del siglo xx—ha golpeado con profundidad a toda la economía mundial y en particular, a la Unión Europea. En especial, la economía de la eurozona atraviesa un momento histórico sin precedentes, marcado por la primera recesión profunda desde el nacimiento del euro en 1999. Una recesión que se prolongó en la mayor parte de los países a lo largo de 2009 y se recrudeció a partir de mayo de 2010 hasta la actualidad.
En 2010, ocurre el hecho más relevante y de singular gravedad al estallar el problema del déficit fiscal y la deuda pública en algunos países del área del euro, especialmente con el detonante de la crisis de Grecia y su extensión a España, Portugal, Irlanda e Italia.
La crisis de la deuda soberana europea constituye una verdadera prueba de las debilidades no solo coyunturales sino estructurales presentes en la Unión Monetaria Europea desde hace más de una década.
En esencia la política neoliberal que se ha aplicado, les ha quitado autoridad a los europeos para dársela a los bancos, cuyo poder sobre las empresas y ciudadanos aumenta.
En particular la crisis del euro o crisis de deuda soberana de algunos países de la eurozona ha dado lugar a un polémico debate sobre la supervivencia de la integración monetaria europea. A pesar de las opiniones a favor o en contra de la persistencia del euro, la Unión Monetaria Europea ha vivido un escenario complejo desde 2009 hasta la actualidad y parece enfrentará otro más difícil en los años venideros.
Más allá del debate sobre la desaparición o no de la moneda única europea, lo cierto es que desde una perspectiva más amplia, la actual coyuntura de Europa debe inscribirse en el escenario de desaceleración diseñado dada la caída tendencial de la rentabilidad del capital iniciada desde finales de la década de los sesenta y reanimado, entre otras formas, por la vía del crédito. En otras palabras, en última instancia, la actual crisis de la zona euro es expresión del agotamiento del patrón de acumulación neoliberal.
Ante esta situación Europa tiene el desafío de realizar un conjunto de reformas para enfrentar los problemas desde su verdadera esencia. Los rigurosos programas de austeridad llevan varios años de aplicación, y los resultados han hundido a las economías ya deprimidas en una depresión aún más profunda, a altos niveles de desempleo y a un aumento de la pobreza.
A propósito, en la conformación de los ocho capítulos del libro se ha perseguido una aproximación, en sentido general, a las respuestas sobre cinco interrogantes: ¿Cuál es la teoría que sustenta la unión monetaria europea? ¿Por qué está en crisis el euro? ¿Cómo resolver los problemas de la zona del euro? ¿Cuáles serían los posibles escenarios del euro a mediano plazo? y, ¿cómo impactarían los escenarios en la región latinoamericana?
El primer capítulo introduce el tema de la teoría de las áreas monetarias óptimas y examina las bases teóricas (convencionales y nuevas), los beneficios y costos de estas; con el propósito de demostrar cómo la moneda resultante con la aplicación de la teoría de la zona monetaria óptima no puede contribuir al esperado bienestar social europeo.
El segundo capítulo identifica aquellos elementos que la teoría no contempló y, por tanto, no pudo darle respuesta; así como revela su esencia neoliberal teniendo en cuenta la realidad monetaria europea.
El motivo de valorar la convergencia económica en la unión monetaria europea desde su surgimiento hasta la actualidad y la responsabilidad del Banco Central Europeo en el origen de la crisis de la zona euro determinan la pertinencia y la razón de ser del tercer capítulo.
En el cuarto apartado se caracteriza el impacto de la crisis global en Europa, en especial en la zona del euro. Se parte de analizar la naturaleza y dimensión de la crisis en el entendido de que es una crisis del patrón de acumulación neoliberal, pues desde años atrás ya estaba sembrada su simiente. Se hace un especial análisis en el epígrafe sobre la crisis de la zona euro (crisis de deuda soberana) como un problema nuevo para la historia económica contemporánea, y el tipo de políticas adoptadas para superarlas y mostrar hasta qué punto han solucionado o agravado aún más los problemas económico-sociales de la zona.
Se valoran las acciones emprendidas por la Unión Europea para solucionar la crisis en el capítulo cinco.
La necesidad de enfrentar algunos de los desafíos coyunturales y estructurales en la zona euro para la continuidad del proyecto de integración europeo es abordada en el apartado seis, con el fin de problematizar y acotar algunas de las transformaciones necesarias, más que definir los probables cursos futuros.
Ante la incertidumbre existente sobre la divisa europea, en el capítulo siete se diseñan los posibles escenarios para la zona euro. La importancia de estos radica en la profundización del conocimiento de los actuales problemas del área del euro y sus tendencias, conforme a supuestos teóricos, los cuales se organizaron en un modelo novedoso. En particular, el método de expertos1 fue utilizado para su construcción, lo que aportó mayor riqueza a la investigación y calidad, dado que involucró la participación colectiva de un grupo de economistas conocedores de la situación mundial y, en particular la europea. Los resultados obtenidos son fuertemente coherentes desde el punto de vista estadístico.
1Para el diseño de los futuros escenarios se utilizó la metodología de Michel Godet. Este método de escenarios incluye diferentes técnicas y paquetes estadísticos, entre ellos la investigación utiliza dos métodos: Matriz de Impactos Cruzados Multiplicación Aplicada a una Clasificación (MICMAC) y Sistemas y Matrices de Impactos Cruzados (SMIC).
El octavo y último capítulo enfatiza en la incidencia de los escenarios de la zona euro para América Latina. Primero se hace un recorrido por los vínculos económicos birregionales y se evidencia que, a pesar del reforzamiento de los lazos políticos entre ambas regiones desde finales de los noventa, desde el punto de vista económico la región latinoamericana se mantiene en la base de la pirámide de privilegios de la UE en sus relaciones con los países del Tercer Mundo. También, se evalúan los impactos actuales de la crisis del euro y los escenarios diseñados en la región latinoamericana.
A modo de resumen, en la integración monetaria europea está en desarrollo un huracán que pudiera dejar secuelas muy diversas. A priori se pudieran dibujar dos posibles de ellas: una zona monetaria federal, al estilo alemán u otra solidaria, en función de los intereses del grupo que la integra. La primera está en consonancia con la continuidad de la aplicación de medidas neoliberales en medio de la actual recesión, las cuales pudieran desembocar en un “capitalismo europeo del desastre” —para decirlo en términos de Klein (2009)— y, la segunda radica en la necesidad de un cambio hacia nuevas concepciones por parte de la elite política europea que propicien la realización de un conjunto de reformas en defensa de los intereses comunes, aunque el costo y los desafíos sean mayores.
Más allá del escenario futuro del euro, América Latina debería articular un mecanismo de cooperación monetario-financiero regional independiente. Las nuevas iniciativas como la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA) y los Tratados de Comercio para los Pueblos (TCP) permiten elaborar nuevos postulados para el desarrollo económico y social regional frente a la crisis del patrón de inserción neoliberal en la economía mundial; aunque el reto fundamental de estos mecanismos consiste en fortalecer la voluntad política y la base económica, los que garanticen la ampliación y sostenibilidad de las políticas sociales.
El tema de las uniones monetarias ha sido desarrollado de forma tardía en la historia del pensamiento económico. A principios de los años sesenta del siglo xx se reconoce por la comunidad económica internacional la conceptualización del fenómeno de las áreas monetarias óptimas (AMO) por el premio Nobel de Economía, Robert Mundell. Aunque mucho antes, en 1940, Abba Lerner había explicado los principios básicos de esta teoría, sobre todo en el período de discusión de los arreglos monetarios internacionales de entre guerras, el primero es recordado como el creador de la teoría.
1 Robert Mundell (1932), economista canadiense, premio Nobel de Ciencias Económicas en 1999 por su análisis de la política monetaria y fiscal en diferentes sistemas de tasas de cambio, así como por su estudio de las zonas monetarias óptimas.
Con anterioridad a la definición de la teoría, la creación y destrucción de las uniones monetarias carecía de una teoría específica sobre la correspondencia entre una unidad económica y una unidad monetaria, a pesar de la anticipación de Lerner.
En la actualidad, las distintas experiencias de integración monetaria a nivel mundial están sustentadas en el concepto de área monetaria óptima, la cual expresa cuáles son las condiciones óptimas para un grupo de países integrarse monetariamente.
Un área monetaria óptima se conceptualiza como un grupo de países o de regiones, cuyas economías están estrechamente vinculadas, dadas sus interrelaciones comerciales y la movilidad de sus factores de producción, en especial, mano de obra y capital.
El primer exponente reconocido de la teoría de áreas monetarias óptimas (AMO) fue Mundell, en la década de los sesenta, con el trabajo titulado: “A Theory of Optimum Currency Areas“ y en la actualidad es la principal fuente teórica de análisis y defensa de la unión monetaria.
La teoría desarrollada por Mundell es uno de los esquemas más completos de acoplamiento de políticas macroeconómicas donde involucra el uso de una moneda común, o un sistema de tipos de cambio fijos, por lo que los mercados de cambio entre los países miembros pasan a ser irrelevantes y, recíprocamente, las políticas monetarias nacionales desaparecen, dando lugar a una política monetaria común. Aquellos países o regiones que mejor se ajusten a este criterio, pueden obtener grandes beneficios al promover una integración monetaria.2
2 Lerner desarrolla el principio de la zona óptima, no en términos de áreas geográficas como Mundell, sino de las características y efectividad de los ajustes intranacionales. Lerner no presentó ni elaboró una teoría como tal, sino que al insistir en el modelo de ajuste del patrón oro se anticipó al análisis de la unión monetaria.
En otras palabras, la teoría de las áreas monetarias óptimas establece que un conjunto de países pueden unir sus monedas, mediante tipos de cambio fijos o llegar incluso a sustituirlas por una moneda común, en la medida que los beneficios de dicho régimen superen sus costos, constituyendo el eje teórico básico para el estudio de la integración monetaria.
El trabajo de Mundell, de aproximadamente diez cuartillas, generó una reacción inmediata de investigaciones que mejoraron el concepto enunciado por él, entre ellos destacan las efectuadas por Peter Kenen (1969) y de R. McKinnon (1963).
La base de la teoría tradicional buscaba identificar la zona geográfica óptima donde los países puedan conformar una unión monetaria y posean aquellas características que permitan el adecuado funcionamiento de un AMO, tales como: movilidad laboral y flexibilización de precios y salarios, grado de apertura y tamaño de la economía, grado de diversificación de las economías e integración financiera. Todas ellas constituyen las condiciones objetivas para alcanzar una zona monetaria óptima.
Las regiones con una elevada movilidad de factores de producción (trabajo y capital) son las mejores aspirantes para la formación de un área monetaria óptima, ya que tal condición actuará como sustituto de los ajustes cambiarios para lograr el equilibrio interno ante la ausencia de una plena flexibilidad de precios y salarios (Mundell, 1961). En este sentido, la pérdida del tipo de cambio como mecanismo de estabilización será compatible con los objetivos de pleno empleo y estabilidad de precios.
La movilidad de factores evita que el tipo de cambio sea utilizado como instrumento para eliminar desequilibrios, esto, a su vez, evita guerras comerciales propiciadas por aquellas devaluaciones que busquen trasladar el desempleo a los restantes miembros del área.
Para Mundell, también la flexibilidad de salarios y precios debe compensar la desaparición de la variación de la tasa de cambio nominal. En este sentido, si un choque externo asimétrico genera desempleo en un país miembro de la unión monetaria, la mano de obra debe desplazarse a otro. Asimismo, ante la ausencia de la devaluación, para recuperar la competitividad es imprescindible que los salarios se ajusten rápidamente a los efectos de choque.
De igual manera señaló la existencia de costos derivados de la pertenencia a un área monetaria, los cuales se analizarán más adelante. Solo los países que reflejaran una alta simetría en su comportamiento cíclico obtendrían ventajas derivadas de la pertenencia a un área monetaria que superaría los costos que esta podría generar. Solo ellos, por tanto, serían candidatos a formar parte de un área monetaria óptima.
Mundell consideraba que las ventajas del ajuste de tipos de cambios flexibles se lograban cuando se daban entre dos AMO, pero si un país no era un área monetaria óptima los beneficios de tener un tipo de cambio flexible disminuían. Es decir, hipotéticamente, si cada país fuera un área monetaria óptima el mejor escenario sería que existieran tipos de cambios flexibles entre los países.
Junto con Marcus Fleming desarrolló el famoso modelo Mundell-Fleming (1962), el cual se convirtió en decisivo en el examen de los problemas macroeconómicos para las economías abiertas, y en situar el tipo de cambio como un indicador determinante en la mezcla de la política económica más adecuada, así como en analizar cómo los choques fiscales y monetarios afectan al tipo de cambio. A través de este modelo demostró cómo la política monetaria es más eficaz en un sistema de tipos de cambio flotantes; por el contrario, la política fiscal tiene mayores resultados con sistemas de tipo de cambios fijos.
Este es un tema nuevo tratado por McKinnon que sustenta que cuanto más abierta al exterior se encuentre una economía, menor será la eficacia como instrumento de ajuste de un sistema de paridades flexibles, y su utilización afectará desfavorablemente la estabilidad interna (McKinnon, 1963). Es decir, que los costos de participar en una unión monetaria y perder el tipo de cambio como instrumento para el ajuste disminuyen mientras mayor es la apertura externa.
A diferencia de Mundell, quien se concentró en los factores reales, McKinnon enfocó su análisis en los factores monetarios y aconseja tipos de cambio fijos para economías pequeñas y abiertas y tipos de cambio flexibles para economías grandes y cerradas. En economías cerradas, el tipo de cambio flexible facilita el ajuste de la balanza de pagos sin causar inflación.
McKinnon desarrolla un poco más la idea y define como óptima el área monetaria donde las políticas monetaria y fiscal y los tipos de cambio flexibles permiten lograr los objetivos de mantener el pleno empleo, el equilibrio de la balanza de pagos y la estabilidad de precios internos, lo que significa una asignación eficiente de los recursos.
Mundell anticipó la visión de McKinnon en cuanto al fenómeno donde en economías muy abiertas la devaluación aumenta la competitividad en un primer momento, pero luego induce a un ajuste casi inmediato de los salarios y los precios. Este efecto neutraliza la ganancia de competitividad lo cual requiere una nueva devaluación, iniciando así un nuevo ciclo.
Las economías altamente diversificadas son las mejores candidatas para conformar un área monetaria, ya que la diversificación las separa de los distintos tipos de choques (Kenen, 1969). Según este autor: a) las economías nacionales muy diversificadas y, por tanto, con una oferta exportable diversificada no necesitan ajustes en los términos de intercambio tan frecuentes como en una economía no diversificada, y b) cuando enfrentan choques negativos específicos el efecto en términos de desempleo no es tan drástico. Además Kenen considera que una economía diversificada, que produce bienes, tiene mayor movilidad del trabajo porque amplía las oportunidades laborales para calificaciones específicas, en otras palabras minimiza la posibilidad de choques asimétricos.
Si la integración en el mercado de capitales es elevada, los tipos de cambio fijo serán los adecuados para corregir los desequilibrios en los pagos, ya que los ajustes del tipo de cambio serán sustituidos por las modificaciones en las tasas de interés, lo cual desplazará al capital en cantidad suficiente para equilibrar la balanza de pagos.
Al respecto Geoffrey Ingram (1969) añade que las transferencias compensatorias deben mantener el equilibrio de la balanza de pagos. Una AMO es, también, una zona financieramente integrada. Cuanto mayor sea la facilidad con que las transferencias compensen los déficit en cuenta corriente, menores serán las presiones sobre el tipo de cambio o las tasas de interés. Además, el grado de centralización presupuestaria debe ser suficiente para que no impida que las transferencias puedan realizarse sin conflictos políticos significativos entre los países que forman la unión (De Grauwe, 1992).
Ingram señaló la importancia que tienen los aspectos financieros al analizar el tamaño óptimo de las zonas monetarias. En su opinión, en un área financiera integrada, si uno de los países miembros sufre un shock adverso es posible acudir a fuentes de financiación externas para hacer frente a la situación sin necesidad de recurrir al ajuste vía tipo de cambio.
No obstante, Willett y Tower (1970) hicieron una distinción entre mecanismos de financiación y de ajuste. Sin duda, un déficit en la balanza de pagos puede ser corregido a través de entradas netas de capital financiero, pero la interrogante relevante es: ¿cuál será el impacto de estas entradas de capital sobre las variables reales? En este sentido, la respuesta depende de varios factores: de la naturaleza del déficit en la balanza de pagos (¿es transitorio o permanente?) y de la capacidad de los movimientos del capital financiero para estimular la economía real, que será diferente, tanto para cada una de las economías nacionales consideradas, como del tiempo.
En particular depende del destino de las entradas de capital: si van a inversión productiva o improductiva, o consumo. Este es uno de los problemas en el caso de la periferia europea en los 2000.
En resumen, con las anteriores contribuciones quedaron definidas las principales propuestas referidas a las condiciones objetivas de la teoría de las AMO: movilidad de factores, apertura económica, diversificación económica e integración financiera, todas ellas con un elemento base referido a que el ajuste mediante precios no ocurre inmediatamente y, por tanto, los gobiernos se enfrentaban al dilema de tener que seleccionar entre desempleo o inflación.
Las condiciones objetivas eran necesarias pero no suficientes porque no todas las poblaciones pertenecientes a una unión monetaria tienen la misma elección entre el desempleo y la inflación. En este sentido, el problema de la diferencia en las preferencias significa también que es necesario considerar las condiciones subjetivas en el tratamiento de las AMO.
Mintz (1970) argumentó que la unión monetaria se debía basar en sólidas estructuras políticas. Igualmente, Haberler (1970) y, Willett y Tower (1970), consideran que las características económicas no son las más relevantes para garantizar el éxito de una unión monetaria sino la existencia de similitudes en las actitudes políticas de los Estados miembros, es decir, un cierto grado de integración política.
Asimismo, Cohen (1994) va más allá al afirmar que las bases políticas de una unión monetaria son aún más importantes que los aspectos económicos. El autor llevó a cabo un análisis comparativo entre seis áreas monetarias de las cuales tres tuvieron éxito y las otras fracasaron; tres fueron entre países industrializados, mientras las otras eran entre economías subdesarrolladas; dos han adoptado una moneda común y las restantes han mantenido tipos de cambio fijos entre las monedas nacionales; y, dos tuvieron lugar en el siglo xix y las otras en el xx.
3 Las zonas monetarias del análisis fueron: la Zona del Franco, la Unión Económica entre Bélgica y Luxemburgo, la Comunidad Este-Africana, el Área Monetaria del Caribe Oriental, la Unión Monetaria Escandinava y la Unión Monetaria Latina.
Cohen en su análisis trataba de dar una explicación tanto del éxito como del fracaso de las áreas sobre la base de tres variables: económicas, organizacionales (adopción de una moneda común, existencia de un Banco Central único, entre otras) y políticas (coordinación de políticas, vínculos institucionales, existencia de un Estado dominante, entre otras). Las derivaciones emanadas revelaron que los criterios políticos eran superiores en la explicación del éxito o fracaso de las áreas monetarias consideradas que los económicos u organizacionales.
Subsiguientemente, se desarrollaron otros trabajos con respecto a la teoría de las AMO, como por ejemplo, el enfoque de preferencias homogéneas desarrollado por Bourguinat (1973), Cooper (1977) y Kindleberger (1986).
Este enfoque define el área monetaria óptima como una zona donde los países que la integran realizan intercambios intensivos y tienen preferencias iguales o cercanas para los bienes colectivos, en otras palabras comparten sus objetivos de política económica y particularmente de estabilidad interna.
Bourguinat define tres casos de preferencias homogéneas: unión monetaria por alineación espontánea del país pequeño frente al país grande; por alineación impuesta, que supone algún tipo de relación hegemónica; y por convergencia negociada. Este último caso puede ser “óptimo” y puede imprimir un carácter gradual a la integración monetaria.
El enfoque de preferencias homogéneas se observó, en cierto modo, en los “criterios de convergencia”, sobre todo en los nominales (inflación, déficit fiscal y deuda pública y el tipo de interés) acordados entre los posteriores miembros de la Unión Monetaria Europea. Aunque no todos cumplieron exactamente, hicieron grandes progresos en cuanto al cumplimiento de estos.
El hecho de que poblaciones diferentes compartieran los mismos objetivos clave (homogeneidad de las preferencias), como estabilización interna, desocupación, inflación, pasó a formar parte de la teoría de las AMO como condición subjetiva. En 1992, Bourguinat argumentó que si bien las condiciones objetivas eran necesarias, las subjetivas serían suficientes para caracterizar al área monetaria como óptima.
En resumen, si bien la teoría elemental enumera las características que un país debe cumplir para integrarse con otro, sin embargo, no explica cuántas de ellas deben cumplirse, y cuáles por orden de importancia, serían indispensables.
También, los criterios de la teoría tradicional poseen una gran dificultad, pues su cuantificación resulta peligrosa y el uso de varios de ellos pudiera llevar a resultados contradictorios. Aunque es posible encontrar cierta relación entre algunos de estos criterios, así lo expusieron Bovenger y De Jong (1997), y los de convergencia establecidos en el Tratado de Unión Europea (se analizarán en el capítulo 2), sobre todo los relacionados con las variables monetarias y no las reales. Esta es una de las principales críticas que han recibido estos planteamientos (véase Martin, 1997).
Además, la teoría tradicional se apoyaba más bien en los costos que en los beneficios de pertenecer a una zona monetaria óptima —un elemento que después fue refutado por los nuevos exponentes de la teoría a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa—, es decir, se centraba en buscar mecanismos que permitieran sustituir el tipo de cambio como herramienta de ajuste, de tal modo que no fuera muy costoso para un país fijar irrevocablemente su paridad con respecto a otro.
Al mismo tiempo, la teoría nació cuando en la economía mundial funcionaba el sistema Bretton Woods que establecía un tipo de cambios fijos pero ajustables entre los países. Incluso se recurría al argumento de los tipos de cambios fijos dada las condiciones concretas de existencia de salarios fijos muy bajos.
Conviene recordar que, aunque la teoría surge cuando estaban en boga las ideas keynesianas, no pudo escapar en su esencia de las ideas neoclásicas. El argumento de que con la plena flexibilidad de precios y salarios se converge, automáticamente, al equilibrio de pleno empleo< no parece ser real. En efecto, para Keynes, con tal condición, se converge hacia un equilibrio ineficiente y, el equilibrio eficiente es posible, pero solo como un resultado particular.
4 Todos los economistas, clásicos y neoclásicos pensaron que en ese mecanismo de ajuste existía: la competencia como mecanismo de ajuste de precios y cantidades.Sin embargo, este es solo un postulado ya que carece de una demostración.
En concreto, los neoclásicos buscan políticas flexibilizadoras de precios y salarios para garantizar la eficiencia. Keynes busca establecer una política económica que guíe a la economía del equilibrio con desempleo al equilibrio con pleno empleo.
Finalmente, la vieja teoría es impugnada, aún más, cuando ve la luz el Informe Emerson de 1990 que asegura que no está adaptada a las circunstancias de los años noventa y, por lo tanto, no es aplicable a la evaluación de la Unión Monetaria. Se trata de un informe europeo donde sus autores ponen en evidencia sus vacilaciones acerca de la unión monetaria, debidas, fundamentalmente, al problema de las particularidades que existen dentro de la Unión Europea.
Desde mediados de los años setenta hasta finales de los ochenta, el enfoque tradicional de las teorías de las AMO se debilitó. En este período toda la investigación teórica y empírica con respecto al tema se estancó.
Sin embargo, con el Informe Delors de 1989 y el Informe Emerson de 1990,5 se le impregna un gran avance al proceso de integración económica en Europa —sobre todo a la posible constitución de una moneda común—; los análisis sobre la integración monetaria emergieron nuevamente. En efecto, es la propia metodología de One Market, One Money la que marca un punto de inflexión —un nuevo renacer— de la teoría de las áreas monetarias óptimas al tenerse que enfrentar al caso concreto de la Comunidad Europea de aquel momento.
5 El Informe Emerson conocido como One Market, One Money, fue el principal apoyo intelectual para la formación de la Unión Monetaria Europea. Este informe justificaba la idea política del Plan Delors y se basó en una análisis costo–beneficio. Pero, el análisis no era cuantitativo sino cualitativo y vagamente definido y desarrollado. Se limitaba a dar una lista de beneficios y costos en la creación de la Unión Monetaria Europea (Emerson, Gros e Italianer, 1992).
A partir de entonces, las investigaciones teóricas sobre el tema cobraron gran notoriedad y significación y, consecuentemente, se incorporaron los avances de la macroeconomía moderna, lo que dio surgimiento a lo que se conoce, en la actualidad, como la “nueva” teoría de las áreas monetarias óptimas muy vinculada a las teorías monetaristas y de expectativas racionales.
En particular, el trabajo de De Grauwe (1992), The Economics of Monetary Integration, se convirtió en el punto de ruptura entre el enfoque tradicional y el nuevo, debido a que los unió y le añadió los aportes de la teoría macroeconómica reciente, y con esto se reimpulsó el estudio de la teoría de las AMO.
Para De Grauwe, el análisis de la teoría durante las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado perdió utilidad debido a las revisiones críticas a la curva de Phillips6 realizadas por Friedman (1968) y Phelps (1968). A partir de estas críticas, en la actualidad se acepta por la comunidad científica que la curva no es estable.
6 La curva de Phillips es utilizada, tanto por los monetaristas como los keynesianos, aunque de manera diferente y con el objetivo de diferenciar el desempleo. Este último se dividiría en estructural (el largo plazo fija la propia estructura económica; de acuerdo con la tesis de Marx (1867) de la formación del ejército industrial de reserva, habrá un exceso permanente de la oferta delante de la demanda de trabajadores) y friccional (se trata del temporal como resultado del tiempo de búsqueda o rotación de empleo) y cíclico (de corto plazo que oscila de acuerdo con la expansión y la contracción periódica de la actividad económica).
Ambos autores trataron de separar el componente monetario de largo plazo del real de corto plazo en la evolución de la tasa de desempleo. Para Friedman la tasa natural de desocupación sería la de equilibrio general (en todos los mercados de competencia perfecta se tiende al equilibrio simultáneo y cualquier exceso de oferta o demanda es de cortísimo plazo, pues es automáticamente ajustado), bajo el supuesto de que este sistema captura las características estructurales de la economía de mercado, las imperfecciones de los mercados de bienes, servicios y fuerza de trabajo y la variación de todas las ofertas y las demandas e incluye, además, el costo de recolectar información sobre vacantes y disponibilidad de empleos y los costos de movilización, entre otros costos subyacentes.
Para Phelps, en su revisión sobre la curva de Phillips el marco más aceptado para estimar la tasa de desempleo natural, es aquella donde los incrementos de precios actuales y esperados son iguales. Este es el núcleo de la hipótesis, desarrollada por ambos, “bajo el supuesto de expectativas adaptativas (o con corrección de error), una subestimación persistente de los incrementos en salarios y precios que lleve a un nivel de desempleo sistemáticamente inferior al de equilibrio, eventualmente causaría revisiones continuas de las expectativas de inflación hasta llevar la tasa de desempleo nuevamente hacia su nivel de equilibrio” (Tamayo, 2008).
En resumen, Phillips, introduce la curva convencional bajo el supuesto de la existencia de una relación constante e inversa entre la tasa de inflación y la tasa de desempleo. Luego, Friedman y Phelps incorporan la hipótesis denominada curva de Phillips aumentada por expectativas, en la cual, no hay una relación constante entre las dos variables anteriores sino una tasa natural de desempleo variable que depende de factores de la economía real, por lo cual la política monetaria es inocua. Estos factores reales serían: la naturaleza del mer-cado si es de competencia perfecta o casi perfecta, oligopólica o monopólica, la eficacia del mercado laboral, la protección u obstáculos para el trabajo en los distintos oficios, entre otros.
Cualquier intento por mantener el desempleo por debajo de su nivel natural se lograría solo a través de una inflación ace-lerada, y por encima de ese nivel solo mediante una deflación. Así, se genera una curva de Phillips con expectativas adaptativas o aceleracionistas de la inflación salarial y el desempleo.
No se puede pasar por alto que una de las justificaciones elementales de los teóricos de la nueva teoría de las AMO ha sido la existencia de una tasa natural de desempleo, este aspecto ha sido central en la crítica de los monetaristas a los keynesianos.
Resulta difícil apoyar la idea de la existencia de una tasa natural de desocupación y que esta no pueda ser modificada por políticas de reactivación del empleo. En particular, las políticas keynesianas confían en las políticas fiscales y monetarias para reactivar la economía y el nivel de empleo. Para Keynes el desempleo era un fenómeno masivo, involuntario y característico del capitalismo.
La teoría de las AMO, como ya se dijo, se había desarrollado en el marco keynesiano de aceptación de la validez de la curva de Phillips. El sector privado resistía a la ilusión monetaria7 y, en consecuencia, los efectos negativos de sus conductas eran compensados sin mayor problema por los gobiernos. En realidad, la teoría de las expectativas racionales de los agentes privados hizo que la eficacia de la política monetaria pasara a depender en gran medida de la credibilidad de las autoridades monetarias.
7 Es cuando las decisiones de un agente económico se ven influidas por la expresión monetaria de las variaciones de los precios y las rentas en lugar de las variaciones en los precios y las rentas reales. Es decir, la ilusión monetaria hace que algunos agentes económicos actúen sin tener en cuenta el efecto de la inflación. Por ejemplo, si el salario de un individuo se incrementa 20 % en un momento en que la inflación es, también de 20 %. En realidad la capacidad adquisitiva del individuo no ha variado, pero si el individuo tiene ilusión monetaria creerá que es más rico ahora y modificará su comportamiento, consumiendo más o consumiendo otros productos (http://www.eumed.net/dices/definicion.php?dic=1&def=73).
La vieja teoría reposaba en la eficacia no condicionada de la política económica, en particular de la política monetaria. Era posible que en el corto plazo las autoridades pudieran sorprender a los agentes aumentando de manera transitoria el empleo sin que, precisamente por ello aumentara la inflación, con lo cual parecía no corroborarse la política económica fundada en la supuesta validez de la curva de Phillips.
La nueva teoría plantea en esencia que los países con elevada inflación pueden reforzar la credibilidad de su política monetaria, vinculándola con la del país de baja inflación. Por lo tanto, el análisis se basaría, primero, en la incorporación de las expectativas racionales a la curva de Phillips, en segundo lugar, se enfocaría en la inconsistencia temporal y, por último, en el papel de la credibilidad.
Ante la complejidad de cada uno de ellos De Grauwe (1992 y 1994) los retoma e incorpora al análisis de zonas monetarias de una manera didáctica reinterpretando la teoría de las AMO. En efecto, para este autor las expectativas racionales, la inconsistencia dinámica y la credibilidad, posibilitaron otra interpretación de la teoría de áreas monetarias óptimas.
A mediados de los noventa vio la luz el enfoque de “la endogeneidad de los criterios” realizado por Frankel y Rose (1996). Esta visión puntualiza sobre aquellos elementos que se requieren para conformar una unión monetaria, los cuales no necesariamente deben cumplirse antes de la creación de la unión sino después. Según ellos, las cuatro relaciones principales de miembros potenciales de una AMO son: 1) el tamaño del comercio; 2) la similitud de shocks y ciclos; 3) el grado de movilidad laboral; y, 4) el sistema de transferencia fiscal (si existe). Mientras mayores sean los enlaces entre los países en los cuatro criterios, más se concuerda con una moneda común.
Frankel y Rose (1998) demostraron que una unión monetaria podía tener un intenso efecto sobre el comercio, impulsando y perfeccionando el funcionamiento del mercado, lo que facilitaba una mayor sincronía cíclica entre los países que formaban la unión monetaria y, por tanto, se minimizaba la posibilidad de que se produjeran perturbaciones asimétricas. En otras palabras, una zona que a priori no era una AMO, podía serlo después de formar la unión monetaria, precisamente por las fuerzas dinámicas que esta generaba.
El efecto endógeno significa que si un grupo de naciones comparten una misma moneda el comercio se incrementa entre ellos (Rose y Stanley, 2005). Por otra parte, cuando hay más comercio entre un grupo de países la sincronización de sus ciclos económicos aumenta (Frankel y Rose, 2005).
La idea es que si los países comparten una misma divisa, el comercio intra-industrial aumenta y trae como resultado una mayor sincronización de las economías. El argumento del efecto endógeno se basa en la existencia del comercio intra-industrial y no inter-industrial porque de esa otra manera, los países se especializarían en distintos productos y como consecuencia los ciclos económicos serían asincrónicos. Es decir, los costos de perder la política monetaria nacional disminuyen si las naciones que conforman el AMO tienen sincronía en sus ciclos económicos.
Bayoumi y Eichengreen (1992) evaluaron la asimetría existente entre los shocks experimentados por los países europeos a nivel nacional para el conjunto de la economía en función de si se trataba de shocks de demanda o de oferta. Al analizar el período 1960-1988 los autores concluyeron que los primeros shocks tienen mayor relevancia que los segundos. El análisis de las correlaciones de shocks obtenidas para los países europeos y Alemania mostró la coexistencia de una distinción clara entre centro y periferia, siendo además, muy inferiores a las existentes entre los estados de los Estados Unidos.
Las estimaciones realizadas por ambos autores en 1994 para la Unión Europea, el NAFTA y Mercosur, revelaron que los choques de oferta estaban más correlacionados en los estados de los Estados Unidos que en el grupo de once países que conformaban la Comunidad Europea (CE), lo que indicaba que tales países estaban menos capacitados para lograr una armonización monetaria que los estados de los Estados Unidos. No obstante, cuando se observó el avance de los cinco mayores países de la CE, se percibía un mayor grado de coordinación de choques de oferta, lo que sugiere que están más capacitados para la coordinación que el grupo ampliado (Ahumada y Martirena-Mantel, 2001).
B. Eichengreen (1998) observa que un alto nivel de integración económica en un área que sobrepasa las fronteras nacionales implica mercados domésticos más abiertos y una competencia transfronteriza más intensa y hace que las variaciones en los tipos de cambio bilaterales sean más disruptivas. Es necesario entonces establecer cuánta volatilidad cambiaria es económica y políticamente aceptable.
Según Eichengreen las siguientes características son las más importantes: 1) mientras mayor es la asimetría en los movimientos del PIB entre los países, mayor es la importancia de tener tipos de cambio flexibles; 2) mientras mayor es la disparidad en la composición de materias primas en la producción y el comercio (criterio de diversificación de Kenen), mayor es la importancia de tener tipos de cambio flexibles; 3) mientras más estrechas son las relaciones comerciales entre los países, más importante es la estabilidad cambiaria; y, 4) los países pequeños se benefician en mayor medida de tipos de cambio fijos.
En resumen, no existen muchas diferencias entre la vieja y la nueva teoría de las AMO. El mérito para la nueva teoría, según sus exponentes, es el de haber elaborado el estudio sobre la inconsistencia temporal, dado que con anterioridad no había sido merecedora de atención de los estudiosos del tema. Además, se centró más en los beneficios que en los costos y enfatizó sobre la posibilidad que tenían los países de entrar en la unión primero y, luego cumplir con los requisitos debido al alto nivel de integración que se lograba al interior de la zona. En concreto, los aportes de la nueva teoría eran más congruentes con el proyecto de integración monetaria europea y, en rigor, los principales aportes se dirigieron a propiciar la unificación monetaria en Europa.
1. Eliminación de los costos de las transacciones cambiarias.
En una unión monetaria no existen diferentes monedas, por tanto, los costos de intercambiar monedas desaparecen. Al operarse en una sola moneda disminuyen los costos de las transacciones de cambio de monedas.
Contrariamente, cuando se tiene un tipo de cambio flexible se genera un costo al cambiar la moneda nacional por la divisa, y este costo es frecuentemente mayor cuando existe gran variación del tipo de cambio. De manera que cuando el tipo de cambio es más flexible, los costos de intercambiar monedas aumentan.
La eliminación de los costos de las transacciones proporciona una ganancia indirecta, que consistirá en la disminución de la capacidad para discriminar precios entre los diferentes mercados nacionales (De Grauwe, 1994).
Según cálculos realizados por la Comisión Europea en 1990 —antes de la conformación de la unión monetaria europea— las ganancias de la eliminación de los costos de las transacciones en la unión se establecería en un rango entre 13 000 millones y 20 000 millones de European Currency Units (ECUS) al año, una cifra que constituía entre 0,25 % y 0,5 % del PIB de la Comunidad Económica Europea de aquel entonces (De Grauwe, 1994).
Además, se realizaron estimaciones con respecto al ahorro que significaría para el ciudadano europeo, pues los cambios de monedas implicaban que los europeos pagaran a los bancos cerca de 5 % de sus ingresos personales (De Grauwe, 1994).
2. Eliminación de desajustes y de la volatilidad del tipo de cambio.
Un segundo beneficio de una unión monetaria —cuando se compara con un régimen de flotación de cambios— se deriva de la reducción en los desajustes del tipo de cambio y de la volatilidad de este. Cuando hay una moneda la volatilidad del tipo de cambio se reduciría a cero, y la posibilidad de un desajuste en el tipo de cambio desaparecería por completo.
Los desajustes del tipo de cambio real transmiten señales falsas a los mercados, lo que puede afectar negativamente la localización de la inversión y la capacidad productiva. Los estudios empíricos de Pere y Steinherr (1989), tienden a avalar la hipótesis de que la incertidumbre producida por el desajuste del tipo de cambio tiene efectos negativos sobre los flujos comerciales.
Cuando se participa en una unión monetaria, al aplicarse tipos de cambios irrevocables entre los participantes, disminuye la incertidumbre sobre las decisiones de invertir y como consecuencia se estimula el crecimiento económico (De Grauwe, 2007). Es decir, si las empresas no ven limitadas sus decisiones de invertir (por los nulos efectos de la variación del tipo de cambio) se promueve el crecimiento económico como resultado de un contexto de mayor inversión que si existiera un tipo de cambio flexible.
A pesar de los beneficios más inmediatos que fueron enunciados anteriormente, hay autores que señalan otros, relacionados más bien con la nueva teoría de las áreas monetarias óptimas, como son la disminución de la inflación y un compromiso monetario más estable.
Acerca de la disminución de la inflación, Alesina, Barro y Tenreyro (2002) afirman que los países con altos niveles de inflación al incorporarse a un área monetaria óptima asumen el compromiso del resto de los miembros para combatir la subida de los precios. Desde esta línea de pensamiento, perder la política monetaria es un beneficio para aquellos países con dificultades inflacionarias por la convergencia hacia la estabilidad de precios que se genera una vez que son parte de la unión monetaria. Es decir, los países con monedas débiles son los que más se beneficiarían al incorporarse a una unión monetaria con credibilidad.
Con respecto a la existencia de un compromiso monetario más estable, la unión monetaria es vista por otros estudiosos como un pacto más perdurable y sensato. En este sentido, McCallum (1995) afirma que en comparación con otros arreglos monetarios existentes (por ejemplo, la dolarización), la unión monetaria es percibida como un acuerdo de largo plazo donde los costos de abandonarla son más altos.
En su opinión una unión monetaria está sustentada en acuerdos internacionales que implican la búsqueda de consensos si se quieren realizar modificaciones en esta.
Dellas y Tavlas (2001) señalaron que, según la teoría tradicional, los mayores costos de un área monetaria óptima eran la pérdida de las políticas monetaria y cambiaria como vía de solución de algunos problemas económicos internos que se presenten en las economías.
La base de la pérdida de este instrumento se basa en el conocimiento de la curva de Phillips. Por ejemplo, si un país recibe un choque que provoque un incremento de los niveles de desempleo la política monetaria a aplicar sería expansiva.
Pero, la curva de Phillips como se concibió en sus inicios ha dejado de ser válida tanto en su forma teórica como empírica, por lo que la nueva teoría de las AMO no considera que perder la utilización de la política monetaria a nivel nacional sea un costo, pues, los gobiernos no pueden reducir su tasa de desocupación por debajo de su nivel natural y lo que hacen es propiciar las expectativas de inflación. En este sentido, los países con alta inflación que entran a formar parte de una unión monetaria pueden experimentar altos costos en términos de desempleo.
Otro de los costos potencialmente más significativo de una unión monetaria —señalado por Mundell en su teoría de las áreas monetarias óptimas—, es el que se deriva de la pérdida del tipo de cambio como instrumento de política macroeconómica. En efecto, el país que se integra a una unión monetaria total, pierde la posibilidad de realizar variaciones en el tipo de cambio de su moneda con respecto a la de los restantes miembros de la unión. Sin embargo, la variación del tipo de cambio puede ser importante por dos motivos:
a) Cuando es necesario alterar la relación real de intercambio para realizar ajustes en la economía frente a choques de oferta o demanda.
b) Cuando debido a la rigidez de salarios y precios domésticos el camino de ajuste alternativo es un costoso proceso de recesión o inflación.