La desconexión rural - Óscar Caso Colina - E-Book

La desconexión rural E-Book

Óscar Caso Colina

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Óscar Caso, veterinario y ganadero, presenta en este libro una reflexión y una defensa necesaria de un sector que existe desde hace miles de años, la ganadería, cuya imagen ha sido mortalmente atacada, lo que agrava el problema de la despoblación del mundo rural y genera otros muchos e importantes daños. Durante estos 20 años se ha producido una evolución en la mentalidad de la población urbana de la idea que hasta ahora se tenía del sector ganadero. Lenta pero inexorablemente ha ido pasando de ser considerado un sector esencial a uno prescindible. La desconexión de la sociedad urbana con el mundo rural se ha traducido fundamentalmente en dos fenómenos sociales: el «animalismo», o la consideración de los animales como seres con los mismos derechos que un ser humano; y el veganismo, que aboga por prescindir de todos los productos de origen animal alegando motivos éticos, de salud y sostenibilidad. Así, la ganadería es acusada de ser una de las principales causas del cambio climático y del efecto invernadero. Óscar comparte su opinión respecto a todas estas cuestiones, que son abordadas en los medios desde la superficialidad y la ignorancia, basándose en su conocimiento y experiencia, en una llamada a la responsabilidad y la sensatez.

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Título original:   La desconexión rural.

Una defensa necesaria de la ganadería y de la alimentación tradicional

Primera edición: Junio 2023

© 2023 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autor: Óscar Caso Colina

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación de cubierta: Valeria Hernández

Maquetación: Carolina Hernández Alarcón

ISBN: 978-84-19495-61-7

Producción del ePub: booqlab

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

Dedicado a todos los profesionales que, con su enorme trabajo y esfuerzo, destinan su vida a hacer posible que no falte el alimento en los hogares de las familias de nuestro país. Desde los ganaderos y los agricultores hasta la última persona que sirve el alimento en una mesa.

ÍNDICE

I.    INTRODUCCIÓN. DE AMANTE DE LOS ANIMALES A MALTRATADOR

II.    LA «DESCONEXIÓN RURAL»

•  El día de la matanza

III.    LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

•  Manipulación de imágenes. Sacar de contexto

IV.    SOBRE ANIMALES Y HUMANOS

•  Clasificación de los animales en función de su relación con el ser humano

•  Ley de protección de los derechos de los animales

•  La humanización de los animales (el antropomorfismo)

Las relaciones entre distintas especies

La domesticación

Los sentimientos

La libertad y la felicidad animal

Los perros

Las cualidades físicas y la edad

Los sentimientos Disney

•  Los sueños no son lo que parecen

•  Sacrificio y muerte

El sacrificio en el matadero. El aturdimiento

El sacrificio en la naturaleza

El sacrificio animal

•  El animalismo

•  El sacrificio cero

Las perreras y otros centros de protección animal

Los festejos taurinos y las corridas de toros

La caza

Los animales de experimentación

•  Otras prohibiciones

Circos, zoológicos, acuarios y delfinarios

Tiendas de animales, ferias, procesiones, romerías, cabalgatas y belenes

Los caballos y otros equinos

•  Muerte de otros animales

V.     LA GANADERÍA

•  Las granjas en la economía

•  El bienestar animal en la ganadería

El bienestar animal en las granjas

El bienestar de los animales durante el transporte

El bienestar animal en el matadero

•  La ganadería acusada

•  Las macrogranjas

Normas de obligado cumplimiento en una granja

Motivos de la proliferación de las macrogranjas

Acusaciones contra las macrogranjas

Acusaciones de producir alimentos poco sanos y de mala calidad

•  La ganadería extensiva

La gestión de cadáveres. Los buitres

•  La desaparición de la ganadería

Una estocada al medio rural

Las especies ganaderas

La agricultura como alternativa alimentaria casi exclusiva

Un ecosistema de vida animal

El efecto ambiental

Los alimentos de origen animal

El consumo de agua

La alimentación del ganado

El pienso para humanos

•  La alimentación animal

Las hormonas y los antibióticos

El periodo de supresión o tiempo de espera

Alimentación animal y selección genética

VI.    LA ALIMENTACIÓN HUMANA

•  La preferencia alimentaria humana

•  Una alimentación correcta

•  El veganismo

Una dieta vegana

Veganismo y salud

La soja

Veganos por motivos ecológicos

•  Alimentos alternativos

Las hamburguesas veganas

La carne artificial

La alimentación con insectos

Los superalimentos

•  Alimentos esenciales de origen animal

Criterios en la elección de alimentos

El etiquetado de los productos alimentarios

Los huevos

La leche y sus derivados

La carne y el pescado

•  Las dietas alimentarias

La dieta para salvar el planeta

•  La alimentación en España

VII.    AGRADECIMIENTOS

LA DESCONEXIÓN RURAL

Una defensa necesaria de la ganadería y de la alimentación tradicional

I. INTRODUCCIÓNDE AMANTE DE LOS ANIMALES A MALTRATADOR

En los largos veranos de mi infancia con mis hermanos en la casa del pueblo todo estaba siempre estrechamente relacionado con la naturaleza y también con el mundo animal. Entre nuestras actividades diarias estaba el andar en bicicleta por los caminos, subir a los árboles, jugar al fútbol y muchas otras al aire libre, en ocasiones incluso temerarias, propias de la inconsciencia infantil. Pero sin duda una de nuestras facetas más destacadas era la de exploradores e investigadores del mundo animal.

Así, con la curiosidad típica de la juventud, la observación del mundo animal, del comportamiento de los animales, y muchas veces la experimentación con pequeños animales para observar sus reacciones, formaban parte de esa labor de investigación que llevábamos a cabo sin ningún objetivo concreto que no fuese satisfacer esa curiosidad.

En estos «experimentos» de juventud no siempre era respetado el bienestar del animal de turno e incluso se puede decir perfectamente que, de acuerdo a baremos de ahora, el animal en cuestión era maltratado. Hablo de cosas como echar una mosca viva a una tela de araña para ver cómo era devorada o arrancarle las alas para ver qué ocurría, poco más. Aún recuerdo con pena haber matado a un gorrión con una carabina solo para demostrar que tenía buena puntería y podía ser un gran «cazador».

Este comportamiento infantil, inconsciente y absolutamente carente de maldad, la mayoría de las veces iba seguido de arrepentimiento y una sensación de cargo de conciencia, aunque también es cierto que se olvidaba rápido.

Todas estas «investigaciones» no nos convertían después en maltratadores de animales, sino más bien en todo lo contrario: en verdaderos amantes y defensores de la naturaleza. En mi casa siempre ha habido animales y a estos se les ha tratado y cuidado exquisitamente, como si fuesen un miembro más de la familia. Hemos tenido perros, gatos, pájaros, peces, tortugas, patos, pollos, casi de todo.

Durante toda mi juventud fui un estudioso del mundo animal. Tenía una enorme enciclopedia con cientos de fotografías de animales y me entusiasmaba la taxonomía y la clasificación de las especies animales en familias, géneros o razas. Realmente era un «darwiniano», partidario de la Teoría de la evolución de las especies y un gran interesado en su clasificación.

Todo este entusiasmo me llevó a inscribirme como socio de WWF, no muy activo pero sí recibía y leía con interés sus revistas y publicaciones. Y así continué durante varios años hasta que fui a la Universidad.

Mi intención fue siempre estudiar algo relacionado con la zoología y la biología pero, como a tantos otros jóvenes, se me convenció de que esos estudios tenían muy pocas posibilidades laborales futuras y me matriculé en Veterinaria, que, aparentemente, presentaba mejores perspectivas de empleo. Así, tras los maravillosos años universitarios, obtuve el título de licenciado en Veterinaria.

Una persona cuya vida hasta ese momento había estado ligada al mundo animal, que había leído y estudiado sobre ese mundo en su juventud, que había formado parte de una organización defensora de la naturaleza y que además había realizado estudios superiores sobre sanidad animal; una persona en principio muy poco sospechosa de ser maltratadora de animales pasa, de golpe y porrazo, a formar parte de este sector de explotadores de los animales en el mismo momento en que comienza a trabajar en un sector acusado y señalado de realizar estas prácticas: la ganadería.

Cuando yo estudiaba Veterinaria, una gran parte de los estudiantes que allí estábamos, hombres y mujeres, no teníamos un objetivo claro sobre cuál queríamos que fuese nuestro futuro trabajo. Muchos estudiantes provenían del mundo rural; eran hijos de ganaderos y agricultores, y sí contemplaban un posible empleo como veterinarios de campo, con el ganado, en las granjas; aunque seguramente no descartaban tampoco un trabajo de veterinarios urbanos, en una clínica de pequeños animales.

También había estudiantes que venían de las grandes ciudades. Estos sí, en su mayoría, se veían como médicos de animales en una clínica veterinaria en su ciudad de origen, pero seguramente tampoco estaban cerrados a trabajar en el campo, en la naturaleza, en una granja de algún pueblo de España, por qué no.

Todo esto ha cambiado radicalmente. La despoblación del mundo rural ha hecho que la inmensa mayoría de estudiantes de las facultades de Veterinaria vengan ahora de zonas urbanas y que sean personas completamente desconectadas del mundo rural, que jamás le han arrancado las alas a una mosca para ver qué ocurría, ya que para ellas incluso la mosca tiene sus derechos.

En la mentalidad de muchos de los actuales estudiantes de Veterinaria no encaja una práctica milenaria de la humanidad como es la ganadería.

En la licenciatura de Veterinaria existe la rama de Producción Animal; a ella pertenece la ganadería. En mi época estudiantil, esta rama absorbía a una gran parte de los estudiantes de cada promoción, ya que las oportunidades laborales derivadas de la misma siempre habían sido mayores que en la rama Clínica. Sin embargo, ahora mismo, la producción animal es una especialidad claramente en declive y en peligro de extinción, ya que la idea de futuro profesional que tienen los estudiantes de Veterinaria urbanos es casi exclusivamente la de ejercer como médicos de animales, porque las demás opciones profesionales están pasando a ser consideradas por ellos mismos formas de maltrato animal.

Un profesor universitario español de gran prestigio en la rama de la Producción animal y con una dilatadísima experiencia docente me dijo que ya no daba conferencias de ningún tipo porque había llegado un momento en que los propios estudiantes de su facultad se colocaban en las primeras filas de la sala de conferencias con pancartas en contra del maltrato animal alegando que lo que él explicaba en sus charlas era prácticamente una incitación al maltrato y a la explotación animal.

De hecho, en una Facultad de Veterinaria de una prestigiosa Universidad española, al entrar en ella por la puerta principal, lo primero que puedes ver frente a ti y a gran tamaño es una pancarta que reza: «No te los comas, son tus amigos».

Esto solo es una muestra de la presión ideológica a la que se somete a jóvenes que comienzan sus estudios universitarios en un sector como la Veterinaria, tan importante para los mundos ganadero y rural. Una clara incitación para que los nuevos miembros de esta Facultad abracen corrientes alimentarias como el veganismo y empiecen a considerar que profesiones eminentemente rurales como la ganadería son innecesarias y, por tanto, perfectamente prescindibles.

Durante estos 20 años de trabajo como veterinario y ganadero he ido observando y sintiendo en mis propias carnes cómo se ha producido esta evolución en la mentalidad de la población mayoritariamente urbana del concepto que hasta ahora se tenía del sector ganadero. Lenta pero inexorablemente ha ido pasando de ser considerado un sector esencial, por tratarse de una fuente de productos alimentarios para la población, a un sector prescindible.

En mi opinión, la desconexión de la sociedad urbana de la realidad animal y natural ha llevado a una nueva y negativa percepción de la ganadería en tres ámbitos:

1.   El «animalismo»: la consideración de los animales como seres sintientes y con los mismos derechos que un ser humano. Esta corriente acusa a la ganadería de realizar prácticas sistemáticas de maltrato animal y explotar a los animales para beneficio humano.

2.   El veganismo: muy ligado al anterior, es una tendencia nutricional que aboga por prescindir de los productos de origen animal alegando motivos éticos, de salud y sostenibilidad. Afirma que en el mundo actual no es necesario el sacrificio de animales para sobrevivir.

3.   La sostenibilidad del planeta: la ganadería es acusada de ser una de las principales causas del cambio climático y del efecto invernadero, y especialmente las ganaderías intensivas porcina y vacuna.

Todas ellas son acusaciones relacionadas con la ética, la alimentación y la sostenibilidad.

Durante estos últimos años he estado soportando, en todos los medios de comunicación y en las redes sociales, informaciones poco veraces relacionadas con estos tres aspectos: la propia ganadería, el animalismo y la alimentación humana. Todas ellas las he ido almacenando con la idea, llegado el momento, de aportar mi propio conocimiento, basado en mi experiencia y opinión al respecto.

Produce verdadero cansancio y bastante indignación escuchar continuamente, día sí y día también, en todos los medios de comunicación que los alimentos saludables para el ser humano son las frutas y las verduras.

Las frutas y las verduras están muy bien como alimento: aportan vitaminas, minerales y fibra, pero la base de la alimentación humana debe estar construida a base de proteínas, especialmente en niños en pleno crecimiento.

Como mi sobrina de 4 años a la que su maestra le dijo que la pasta no es tan sana y que es mejor el puré de brócoli. Y sin duda alguna, la mejor fuente de proteínas de calidad que puede ingerir y asimilar un ser humano es la carne. Y aunque a algunos les pese, esta es la realidad. O el huevo, el mejor súper-alimento que conozco.

Me gustaría que alguien me explicara qué tiene de «no sano» un filete de ternera a la plancha, por ejemplo. O una tortilla francesa.

Y ahí andan, promoviendo los «lunes sin carne» en las escuelas, apoyados por maestros militantes en tendencias radicales como el veganismo, intentando adoctrinar a los niños en que los productos de origen animal como la carne, la leche y el huevo, seguramente los mejores alimentos que puede ingerir un ser humano, son poco sanos, contaminantes y además que para obtenerlos es necesario maltratar y sacrificar a preciosos animalitos con sentimientos.

En los menús de los colegios no todos los días se come carne. Hasta ahora, al menos que yo sepa, estos menús son diseñados por nutricionistas expertos, de modo que en una semana completa de comida escolar tienen cabida todos los alimentos imprescindibles para el buen crecimiento y desarrollo de los niños. En ellos estará incluido el puré de brócoli, pero seguro que también el filete de ternera. ¿Por qué no promueven entonces los «lunes sin puré de brócoli»? Es evidente que existen ciertos intereses para poner a la carne en el foco mediático, siempre con connotaciones negativas.

Muchos progenitores empiezan ya a exigir a la dirección de los colegios y a la propia Administración competente menús escolares prácticamente a la carta porque quieren que sus hijos prescindan de ciertos alimentos que ellos consideran perjudiciales, insalubres, o incluso no éticos o sostenibles. Por supuesto sin tener en cuenta las preferencias reales de los niños y, lo que es más importante, sus verdaderas necesidades nutricionales.

En todo el desarrollo del texto que he escrito aporto mi punto de vista personal, como he dicho, basada en mis conocimientos y experiencia, pero también aporto información, todo ello con la única intención de comunicar y hacer reflexionar, de hacer pararse un momento a pensar sobre el porqué de algunas cosas.

Es cierto que mi opinión es muy crítica con determinados grupos o sectores de la población, pero por supuesto se puede perfectamente no estar de acuerdo con ella e incluso estar en contra. Yo no estoy en posesión de la verdad absoluta y tampoco lo sé todo sobre los temas de los que trato, como ningún médico lo sabe todo sobre medicina ni ningún geógrafo conoce todos los rincones del planeta. Tampoco pretendo realizar ningún tipo de imposición ni fomentar la prohibición de nada, cosas que, por el contrario, sí parecen pretender algunos de los sectores o grupos a los que muchas veces interpelo en este libro.

II. LA «DESCONEXIÓN RURAL»

En los países occidentales, en los últimos tiempos se ha producido, y se está produciendo, una migración de enormes dimensiones de la población hacia los núcleos urbanos, que abandona los pueblos y el mundo rural, lo que finalmente acaba provocando una pérdida de contacto de las personas con este último y consecuentemente también con el mundo animal y la propia naturaleza.

Esta migración masiva llena de población las ciudades y vacía los pueblos, y hace que las personas de los núcleos urbanos lleguen a olvidar que los recursos básicos de los que ellos se alimentan provienen del campo, del mundo rural, de los pueblos, del bien denominado sector primario, esto es, de la agricultura y la ganadería.

En el mundo rural, sobre todo en los pueblos más pequeños, generalmente los únicos medios reales de subsistencia de población son la agricultura y la ganadería.

Cuando recorres algunos lugares de lo que ahora llaman la «España Vacía», vaciada o abandonada, prácticamente solo se ven vacas y prados. Ahí es donde uno puede darse cuenta de que si además no hubiese ganado, si no existiese la ganadería, allí no habitaría nadie.

En esos pequeños pueblos prácticamente no hay servicio alguno, con lo que difícilmente puede haber empresas que creen empleo. Por tanto, los únicos trabajos que se pueden desempeñar en ellos están todos relacionados con el medio natural: cultivos, ganado, madera, frutales, cotos de caza, pesca, etc.

La restricción, o incluso la abolición por motivos «éticos», como así parecen pretenderlo algunos grupos, de sectores tan importantes para el mundo rural como son la ganadería, la caza o la pesca, provocaría un agravamiento irreversible del problema de la despoblación rural con consecuencias demoledoras para toda la población, también para la urbana.

Estos trabajos rurales, la agricultura y la ganadería, han sido siempre trabajos duros, sin horarios, sin días festivos, a expensas del clima y de todo tipo de fenómenos naturales y, sobre todo, tradicionalmente mal remunerados. Y así, han sido los propios habitantes de los pueblos los que, buscando lo mejor para sus hijos, han dado prioridad a la formación académica de estos sobre sus tareas en el pueblo para que pudiesen tener un futuro mejor, con trabajos mejor remunerados y menos duros que los que ellos habían tenido.

Con una vida de sacrificio muchos habitantes de los pueblos consiguieron sacar a sus hijos adelante gracias a que poseían una decena de vacas, un cerdo y unas cuantas ovejas o gallinas. Hoy en día, con esa cantidad de animales solo tendrían para alimentarse con lo que obtuviesen de ellos, porque no obtendrían ganancias ni para comprarse ropa con la que vestirse. Para que luego algunos se pregunten el porqué de la proliferación de lo que ahora llaman macrogranjas.

Gracias a esos animales, gracias a haber sido ganaderos, consiguieron que sus hijos tuviesen la formación académica necesaria para conseguir una vida mejor aunque, eso sí, fuera del pueblo.

Así, un joven acudía primero a la escuela de su pueblo, si la había; posteriormente al instituto, que normalmente ya estaba en el pueblo más grande de la comarca o en la propia capital de la provincia; para, finalmente, y si todo iba bien, ir a la Universidad. Para esto último, ya sí necesariamente, había que acudir a una gran ciudad, salir a otras regiones e incluso a otros países. Tampoco ha sido necesario ir a la Universidad para dejar el pueblo, porque cuando hablamos de pueblos de pequeño tamaño, no importa qué tipo de formación deseara el joven; también normalmente debía abandonar el pueblo.

Han sido los propios habitantes de los pueblos los que han animado a sus hijos a abandonar los pueblos en busca de un futuro «mejor» y una vida más cómoda. Y esto continúa ocurriendo hoy en día.

Ese joven que ha salido del pueblo para estudiar encuentra en la ciudad trabajo, pareja, numerosas relaciones sociales y todos los servicios que puede desear y que no tenía en su pueblo: empresas, centros comerciales, locales de ocio, restaurantes, hipermercados, hospitales, movilidad y tecnología… Realmente todo lo que cualquier joven cree que puede necesitar.

Los fines de semana, o durante las vacaciones, ese joven vuelve al pueblo a visitar a su familia, posiblemente él solo al principio o con su pareja después, pero ya con menor frecuencia. Pasados los años acudirá ya con sus hijos, pero muy ocasionalmente porque tanto él como sus descendientes tienen muchas ataduras que los ligan a la ciudad.

La siguiente generación, ya nietos, no habrán vivido en el pueblo desde críos. Sí, quizá hayan ido en verano a las fiestas o en vacaciones a visitar a sus abuelos, pero ya no habrán tenido ese contacto con la vida rural, con el campo, la naturaleza, la agricultura y la ganadería. Ya se habrán desconectado del pueblo, serán gente urbana. Aún es posible que en alguna ocasión puedan volver al pueblo de sus abuelos, pero ya no tienen un lazo real con él.

Y por último, los hijos de estos nietos ya carecerán absolutamente de ligazón alguna con el pueblo, serán completamente urbanos, se habrá producido la desconexión, no conocerán prácticamente nada de la vida en el mundo rural ni natural y todo lo que les llegará de ese mundo será a través de la tecnología o de lo que les enseñan en los colegios o las universidades, pura teoría, porque incluso los que se lo enseñarán también se encontrarán ya desconectados y lo habrán aprendido todo desde la distancia, desde la ciudad.

Este abandono de los pueblos provoca una cada vez mayor falta de personal en la agricultura y la ganadería. Se habla de que en algunas Comunidades Autónomas, en torno al 70 % de los agricultores tienen más de 60 años. Esto podría traducirse, en un plazo no muy largo de tiempo, en un verdadero problema de abastecimiento de alimentos para las ciudades, porque no debemos olvidar que la población urbana es alimentada por el mundo rural.

La agricultura y la ganadería no se llevan a cabo en las ciudades. Las ciudades comen de los pueblos.

La imagen del «paleto de pueblo» que llegaba a la ciudad y que no sabía leer ni escribir se ha tornado a la inversa en la actualidad. Ahora cualquier habitante del mundo rural no solo sabe leer y escribir, sino que en muchos casos posee estudios superiores. Ahora son los habitantes urbanos los que se han convertido en verdaderos «paletos» cuando desembarcan en un pueblo. Muchos de ellos solo han visto una oveja en la televisión o en Internet y se pueden escuchar cosas tan ridículas como que el Cola Cao procede de vacas marrones, por ejemplo.

Los habitantes de las grandes ciudades, sin ningún nexo familiar que los una con los pueblos, en muchas ocasiones utilizan estos como vía de escape, desintoxicación del mundo urbano, huyendo de la masificación humana o la contaminación. Así, algunos con poder adquisitivo suficiente compran viviendas en pequeños pueblos de zonas alejadas de esas grandes ciudades para poder evadirse cuando lo necesitan y su tiempo se lo permite.

Lo que ocurre es que, salvo en contadas y señaladas fechas en las que se produce una huida en estampida de las grandes urbes hacia todas partes y también hacia los pueblos, en estos el panorama de un día laborable cualquiera de invierno es desolador, con prácticamente nadie por las calles y todas las casas cerradas porque sus propietarios viven en las ciudades. Por no hablar de todas las casas de pueblo que se venden, alquilan o están prácticamente en ruinas.

Esta escapada de los habitantes urbanos hacia el mundo rural para «airearse», respirar aire puro y desconectar ha desembocado en un auge del turismo rural, que ha supuesto un balón de oxígeno económico que está permitiendo la supervivencia de muchos pueblos. En estas fechas señaladas del calendario, los pueblos cobran vida, aunque sea solo por unos días, aunque sea con gente que no tiene un vínculo real con ellos. Pasadas estas fechas solamente se oye a los pájaros cantar y a las vacas mugir.

Pero esta población urbana que visita los pueblos no posee la mentalidad de sus habitantes nativos y si, por ejemplo, su estancia coincidiera con el día de la matanza del cerdo, les parecería estar presenciando prácticamente un acto de sacrificio humano, algo atroz y ancestral, una experiencia traumática.

Cada vez con más frecuencia se dan casos de protestas y denuncias de visitantes urbanos porque en su fin de semana en un alojamiento rural de un pequeño pueblo no habían logrado descansar. Y no pudieron hacerlo porque la campana de la iglesia sonaba todas las horas de la noche, o porque ladraba un perro, cantaba un gallo, o escuchaban sonar los cencerros de las vacas al caminar por los prados.

Los visitantes urbanos también pueden protestar porque en el pueblo huele a «mierda» por culpa de que un agricultor abona sus campos con los purines de una granja próxima al pueblo.

Actualmente también se están rechazando proyectos de granjas en zonas rurales en las que habitualmente viven solamente unas pocas personas por su impacto paisajístico, porque se dice que las granjas afean el paisaje y ahuyentan el turismo rural, este que se da solamente los fines de semana o en algunas épocas muy concretas del año pero que, eso sí, proporciona muchos ingresos al municipio.

Por no hablar de los bichos del campo: moscas, mosquitos, arañas, culebras, etc.

La gente urbana busca en los pueblos lo que no tiene en su ciudad, pero luego vuelven a ella: al ruido de verdad, al olor de verdad, a la contaminación y a sus mascotas, las que no pican ni muerden.

Pero ¿por qué vuelven a la ciudad si tan atractivos y maravillosos les parecen los pueblos y huyen hacia ellos en cuanto les es posible? Vuelven porque allí está todo lo demás, todo lo que hace la vida fácil: empresas, hospitales, farmacias, centros comerciales, hipermercados, cines, bares, discotecas, infraestructuras y toda la tecnología, etc.

Pero parte de culpa de lo que está sucediendo también es de los habitantes de toda la vida del propio pueblo, que en su afán por mantenerse en él y poder sobrevivir dignamente, montando, por ejemplo, un establecimiento de turismo rural, acaban colaborando, sin quererlo, con esta desconexión rural de la población urbana.

Y así, son ellos mismos los que han llegado a denunciar a su propio Ayuntamiento que el sonido que producen las campanas de la iglesia al repicar era demasiado fuerte y molestaba a sus inquilinos. O los que intentan que en su término municipal no se instalen granjas porque huelen, contaminan y afean el paisaje, ahuyentando así al potencial visitante urbano.

En ocasiones, también desde los propios pueblos se desprecia a personas o empresas que pretenden instalarse allí para emprender algún negocio, como si lo que fuesen a hacer fuera invadirlos, en lugar de apoyarlos con todos los medios que tengan a su alcance, porque lo que generarán, si el negocio prospera, es una actividad económica, riqueza para el pueblo, ayudando a evitar que este acabe desapareciendo por falta de trabajo, por falta de gente.

Sería verdaderamente interesante que en los colegios de las zonas urbanas no solo se hiciesen Semanas blancas o estancias en otros países, cosa que está muy bien, sino que alguna vez se hiciesen visitas al mundo rural, que se visitaran granjas y «olieran», que los niños conocieran la agricultura y vivieran por unos días una vida de pueblo, en el campo, lejos de la tecnología y las comodidades de la ciudad. Seguro que cambiarían muchos de sus conceptos, y desde luego todo ello los enriquecería enormemente como personas.

Muchas cosas podrían hacerse para fomentar el retorno de la población urbana al mundo rural, para conectar de nuevo ambos mundos, pero primero tiene que haber una intencionalidad verdadera por parte de la clase política y también un fuerte apoyo de los medios de comunicación.

Por ejemplo:

•   Una fiscalidad diferenciada, beneficiosa para empresas y personas que se encuentren en el medio rural. Mayores beneficios cuanto más desfavorecida sea la zona.

•   Fomentar las profesiones eminente e históricamente rurales, como son la agricultura y la ganadería.

•   Incentivar el turismo rural: hoteles y casas rurales.

•   Fomentar el teletrabajo, para lo que cual son imprescindibles unas excelentes conexiones a Internet.

Y seguro que muchas más. Lo que hace falta es ponerse manos a la obra.

EL DÍA DE LA MATANZA

En muchos pueblos, el día de la matanza aún se mantiene como un acontecimiento festivo, aunque ya no se trate de una matanza como tal.

En los años en los que los alimentos escaseaban, para todos los habitantes del pueblo el sacrificio de un cerdo suponía disponer de muchos productos de los que poder alimentarse durante largo tiempo.

La matanza del cerdo se realizaba públicamente en la plaza del pueblo y también allí se evisceraba al animal y se obtenían, además de la carne, todas las materias primas para producir después todos los excelentes productos derivados de ella, como chorizos, morcillas, etc., los innumerables productos que todavía hoy se obtienen de las distintas partes del cerdo.

En su momento, la matanza del cerdo constituía una verdadera fiesta y en ella participaban todos los habitantes del pueblo, incluidos los niños. Cuando hablas con los que entonces eran niños y ahora son abuelos te cuentan lo que suponía ese día para ellos y que tampoco ninguno de ellos se traumatizó nunca por ver y oír chillar al cerdo cuando era sacrificado. La finalidad, obtener alimentos, era lo más importante; lo demás era absolutamente secundario.

En la actualidad está prohibido el sacrificio público del animal, aunque solamente el acto del sacrificio; el resto del acontecimiento aún se mantiene, pero cumpliendo las normativas actuales y con la presencia obligatoria de un veterinario.

Porque, afortunadamente, la población urbana continúa comiendo carne, y pese a que muchos quieren que esto no suceda alegando motivos variados, ese consumo sigue aumentando, incluso en los países con las corrientes animalistas y veganas más potentes.

Lo que ocurre es que la carne la adquieren ya envasada en los supermercados; no es necesario ir a la carnicería de la esquina, ni al pueblo más próximo, ni al matadero local y mucho menos tener que ser ellos mismos los que sacrifiquen al animal. Muchas personas, y no solo urbanas, afirman abiertamente que se morirían de hambre si tuviesen que matar a algún animal para poder alimentarse y, por supuesto, tampoco sabrían cómo hacerlo.

En general, y como es lógico, a la gente le gusta la carne, come carne, pero duermen tranquilos sabiendo que no han sido ellos los que han matado al animal, que otro lo ha hecho por ellos.

En el mundo urbano, un acto de sacrificio público de un animal se ve como una atrocidad, un fenómeno del pasado que no tiene sentido en el mundo actual y que incluso puede generar traumas, sobre todo entre la población más joven.

Esto realmente supone un alejamiento de la sociedad humana de la realidad de la vida y la muerte, y que muestra la desconexión existente con la realidad inherente a la naturaleza de todos los seres vivos.

Porque no existe vida sin muerte.

Esta desconexión urbana de la naturaleza, del mundo animal, del mundo rural, de la agricultura y la ganadería, ha ido produciendo, lenta pero inexorablemente, en el mundo urbano una equiparación entre animales y seres humanos, que se inculca desde la infancia con todo el «universo Disney», en el que a los animales se les otorgan sentimientos, cualidades y valores exclusivamente humanos. Esta visión ya no desaparece en la edad adulta porque se ha perdido totalmente el contacto con la dura realidad del mundo salvaje y, por supuesto, del mundo animal doméstico, de la ganadería.

La humanización de los animales ha llevado al nacimiento del autodenominado animalismo, que les ha otorgado los mismos derechos que pudiera tener una persona.

Este animalismo ha conseguido, con una gran ayuda por parte de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías, desarrollar en la población urbana, y sobre todo y mayoritariamente en la juventud urbana, unos argumentos supuestamente éticos para evitar el consumo de productos de origen animal.

Esto a su vez ha originado la aparición de nuevas tendencias en la alimentación humana, fomentando la dieta vegetariana, en cuyo origen había motivos de salud, al considerar a los alimentos de procedencia animal poco sanos. Pero en este último lustro, la aparición del llamado veganismo ha sumado los aún más que discutibles motivos éticos para, no solo negar y pretender prohibir el consumo de alimentos animales, sino intentar conseguir la desaparición completa de cualquier sacrificio animal.

Y por último, a todo esto se han añadido acusaciones interesadas de contaminación ambiental y responsabilidad en el cambio climático por parte de la ganadería y el consumo de productos de origen animal.

La desconexión de la sociedad urbana del mundo rural y animal ha originado una creciente corriente animalista que ha derivado en nuevas tendencias en la alimentación humana. Apoyándose en motivos «éticos», de salud y sostenibilidad, han puesto en el punto de mira a uno de los pilares del mundo rural y hasta hoy de la alimentación: la ganadería.

III. LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

En los últimos tiempos hemos estado sometidos a un bombardeo continuo por parte de numerosos medios de comunicación y en las redes sociales de noticias sobre maltrato animal y los efectos nocivos en la salud humana de los alimentos de origen animal, a lo que se ha sumado ahora con gran fuerza la presunta responsabilidad de los mismos en el cambio climático.

Prácticamente en cada noticiario de algunos medios se incluía al menos una noticia sobre maltrato animal: perros abandonados o apaleados, cazadores despiadados que cuelgan galgos de los árboles, maltrato en circos, animales encerrados en los zoos, torturas en mataderos, malas condiciones de los animales en las granjas…

Ya sabemos que en el periodismo actual las únicas noticias que venden son las negativas, y esto podemos comprobarlo solamente viendo un telediario o leyendo un periódico.

No se puede negar que el maltrato animal existe, pero tiene que quedar claro que es una excepción. Una persona puede apalear un perro, pero no veremos a la gente apaleando perros por la calle. Un trabajador de un matadero puede patear a un cerdo, pero si visitamos un matadero veremos que habitualmente ocurre precisamente todo lo contrario: se respetan las numerosas normas que existen y se trata a los animales con exquisitez.

Convertir la excepción en norma general crea en la opinión pública una imagen y una idea que no se ajusta a la realidad, con el grave e irreparable daño que esto puede producirle a un sector ya de por sí debilitado como es la ganadería. Podemos pensar que todo esto ocurre solo por falta de información veraz, pero en la mayoría de las ocasiones, lamentablemente, se produce con esa intención: la de provocar daño al sector ganadero.

Lo mismo sucede en el sector de la alimentación. La parrilla televisiva se ha llenado de programas que pretenden enseñarnos a comer sano y bien, y nos muestran qué productos, según ellos, son malos para la salud, lo mal que se trabaja en muchos restaurantes, etc. Esto resulta sorprendente y contradictorio en el país con posiblemente la mejor comida del mundo, los mejores chefs y la mayor esperanza de vida del planeta.

Por último, el consumo excesivo de productos de origen animal y la actividad ganadera en sí parecen ser los mayores responsables del cambio climático y el efecto invernadero. Posiblemente contribuyan a ello, pero como cualquier otra actividad humana. Durante la primera oleada de la pandemia por el coronavirus se observó una disminución de enormes dimensiones de la contaminación en todos los países en los que se ha aplicó el confinamiento y, que se sepa, las vacas, los cerdos y los pollos seguían siendo los mismos que antes.

Se trata de un goteo continuo de información, seguramente interesada, que finalmente consigue penetrar en el ideario de la población, sobre todo de la población joven, que es la que más rápidamente maneja esa información y la que menor base de conocimientos tiene debido a su edad.

Y así, en los jóvenes y la población general han calado profundamente ideas como que los pedos de las vacas son los principales responsables del cambio climático, que hay que comer menos carne y productos de origen animal para poder salvar al planeta o que en las que ahora llaman macrogranjas los animales son maltratados, se vierten purines a terrenos y acuíferos y los productos alimentarios procedentes de ellas son de baja calidad. Nada de esto es cierto, pero ha quedado profundamente grabado en la sociedad urbana a través de los diferentes medios de información.

En el mundo actual se puede fácilmente publicar cualquier noticia sin asumir responsabilidad ni que haya consecuencia alguna: noticias manipuladas, sacadas de contexto, interesadas, sin comprobar la veracidad de las fuentes o incluso directamente falsas, los fakes.

MANIPULACIÓN DE IMÁGENES. SACAR DE CONTEXTO

En la emisión de ciertos programas de televisión de contenido sensacionalista pero disfrazados de reportajes de investigación o denuncia y, sobre todo, en la emisión de muchos vídeos en Internet con la clara intención de mejorar audiencias y ganar seguidores, se realiza muy habitualmente una acción denominada «sacar de contexto». Consiste en colocar ciertas imágenes en un marco distinto del que fueron obtenidas o extraerlas de una totalidad para mostrarlas por separado con la única finalidad de inducir en el espectador una idea completamente diferente de la que tendría si las imágenes fuesen mostradas en su contexto real.

Se trata de una manipulación de las imágenes con el fin de conseguir que el espectador reciba únicamente la información que se quiere transmitir, lo que interesa comunicar y que, por supuesto, poco o nada puede tener que ver con la realidad.

Un ejemplo lo tuvimos con la emisión de un programa en televisión en el que se mostraban unos cerdos gravemente enfermos, mermados o heridos. Tras el visionado del reportaje, la única conclusión que podía sacarse era que eso era lo que ocurría habitualmente, no solo en la granja donde se habían grabado las imágenes, sino en todas las granjas de cerdos, algo absolutamente falso.

Las imágenes mostradas en el reportaje eran de animales que se encontraban en el lazareto o enfermería, que es un lugar en el que se aloja a los animales lesionados, enfermos o con alguna otra merma o defecto que hace que no puedan estar con el resto de animales, precisamente por estar en peligro su vida y suponer incluso un riesgo infeccioso para el resto de animales de la granja.

En los lazaretos los animales se encuentran en tratamiento médico si es factible su recuperación o directamente a la espera de ser sacrificados, de que les sea realizada una eutanasia humanitaria, justamente para eliminar su sufrimiento y evitar también así el riesgo que suponen.

Los lazaretos son imprescindibles en cualquier granja para separar animales sanos y enfermos, y poder realizar la eutanasia de los animales cuya recuperación no sea posible.

Esta eutanasia debe llevarse a cabo de manera humanitaria y cumpliendo las mismas normas de bienestar animal que se aplican para el sacrificio en el matadero del resto de animales. Es decir, en realidad estamos hablando siempre de acciones que velan por el bienestar de los animales, aunque sea solamente para evitar el sufrimiento antes de su sacrificio.

Cuando en un vídeo o reportaje solo se muestran imágenes de una parte del todo, de la parte que interesa, en este caso la parte negativa, se está llevando a cabo una manipulación de la información.

También es importante considerar cómo se obtienen habitualmente este tipo de imágenes, penetrando en granjas sin permiso y con nocturnidad. En general está prohibido el acceso sin permiso a una propiedad privada, pero en el caso concreto de las granjas, el acceso está permitido exclusivamente a sus trabajadores o propietarios, y tanto estos como los posibles visitantes deben cumplir escrupulosamente las normas de bioseguridad establecidas, por motivos sanitarios y de salud pública. Lo contrario supone incurrir en un delito.

Porque nada tendría que ver la información que llegaría a los espectadores si además de mostrar a los animales enfermos, lesionados o tarados se mostrasen todos los demás animales de la granja, los que están sanos y en perfectas condiciones, los que están alojados en la granja y cumpliendo todas las normas de bienestar animal exigidas por ley y supervisadas por la Administración competente a través de sus veterinarios. Es entonces cuando el espectador tendría una visión real de lo que ocurre en esa granja, vería que los animales mostrados en el reportaje son solo una pequeñísima parte del total de animales y comprendería por qué están en esa situación y cuál es su destino. Y también se vería que esta es una situación real que también ocurre en la naturaleza, normalmente con consecuencias bastante peores que en la granja, y si no pensemos qué ocurre con un animal débil o enfermo en el mundo salvaje.

Y la información recibida por un espectador todavía sería muy distinta si además de mostrar un momento específico de una granja concreta se mostrasen otras granjas de la misma especie ganadera.

Sería entonces cuando podría comprobar que en la realidad del sector, en este caso del porcino, o del sector ganadero en general, mayoritariamente se respetan escrupulosamente todas las normas de bienestar animal de obligado cumplimiento, que cada vez son más exigentes y van casi siempre en contra del rendimiento productivo, y por tanto económico, del ganadero.

Un motivo más que explica la situación en la que se encuentran muchos ganaderos de nuestro país, especialmente los pequeños, que económicamente tienen más dificultades para afrontar el cumplimiento de las cada vez más numerosas normas que se les exigen y que finalmente consiguen lo contrario de lo que se intenta promover: que las empresas ganaderas solo sean viables económicamente si son de gran tamaño.

Voy a poner otro ejemplo de lo que es «sacar de contexto», de manipulación interesada.

En una granja cualquiera observamos una numerosa manada de animales que marchan despacio y tranquilamente por un prado. El animal que va en último lugar lo hace algo descolgado del resto y con evidentes signos de cojera. La causa de la cojera la desconocemos; puede que se haya hecho una herida, que tenga un problema articular o metabólico, que esté enfermo, lo que sea. Si vemos la imagen de toda la manada en su conjunto no observaremos nada anormal que no sea este último animal, un ejemplar en mal estado entre otros muchos aparentemente sanos. Pero si tomamos una imagen solo de ese último animal, el cojo, y la publicamos con un epígrafe del tipo: «El maltrato de los animales en la granja tal», la idea y la sensación que obtienen las personas que la ven es muy diferente que la que les produciría la imagen de todo el conjunto.

Estos ejemplos de manipulación interesada de la información ocurren habitualmente y la practican un buen número de individuos y colectivos cuyo interés no es otro que dañar gravemente a un sector concreto, en este caso el ganadero.

Actualmente, con los millones de visionados de imágenes que se realizan cada minuto y que se pueden encontrar en Internet es muy fácil llegar a tocar la sensibilidad humana, especialmente la de los jóvenes consumidores de información en las redes sociales, y así conseguir que algo que ha formado parte de la historia de la civilización humana como es el sacrificio de un animal para obtener de él alimento parezca un acto bárbaro y cruel, propio de otros tiempos y del que se debe prescindir prohibiéndolo.

La imagen en primer plano de un pollo recién sacrificado en un matadero, con la boca abierta y de cuyo cuello cortado emana un chorro de sangre produce una enorme impresión y una sensación de rechazo a cualquier persona que la contemple. Debido a la desconexión de la realidad de la vida y la muerte, la persona que ve esa imagen da por hecho la existencia de un terrible sufrimiento del animal, dolor y agonía.

Esto sería siempre cierto precisamente en la naturaleza cuando, por ejemplo, un lobo mordiera y apretara el cuello de un ciervo haciéndole sangrar y asfixiándolo, mientras sus compañeros de manada también lo atacan en otras partes del cuerpo. Esto sí supondría para un animal, en este caso el ciervo, estrés, sufrimiento, dolor y agonía. Pero el pollo en el matadero ha sido sacrificado tras un aturdimiento previo en el que se le ha provocado un grado de inconsciencia suficiente para evitar precisamente lo que se sugiere con la imagen, el sufrimiento y el dolor. Por eso se habla de «sacrificio humanitario», que es el que se realiza diariamente en todos los mataderos de nuestro país.

Una imagen concreta aislada del conjunto o vista en un contexto concreto induce un sentimiento que nada tiene que ver con el que se tendría si se contemplara la totalidad de la situación o se conociera toda la información relacionada con la acción que se contempla.

Hace ya unos cuantos años, cuando la información llegaba a la sociedad únicamente a través de los medios de comunicación a través de profesionales de la información (los periodistas), existía un concepto que se llamaba la «ética periodística», que se suponía que todos respetaban.

De acuerdo con la ética periodística el pilar fundamental de la comunicación era la veracidad de la información publicada.

Cuando en un artículo periodístico prácticamente toda la información aportada es falsa o, por expresarlo más suavemente, no responde a la verdad, esto puede ser debido a dos motivos:

•   La ignorancia o el desconocimiento del periodista que escribe el artículo sobre el tema tratado, por utilizar fuentes no fiables y no comprobar la veracidad de la información suministrada.

•   La mala intención. El periodista, el medio o ambos, conocen la falsedad de la información, pero la publican aun a sabiendas de que no es cierta y por los motivos que sean, con la finalidad de perjudicar a un tercero.

Desgraciadamente, en la actualidad, con las redes sociales cualquier persona puede transmitir información y llegar a millones de personas sin tener absolutamente ni idea de lo que está hablando. Los llamados influencers de Internet tienen audiencias miles de veces mayores que los verdaderos profesionales de la información, esos que teóricamente se rigen por un código periodístico. Así que ya nunca deberíamos sorprendernos por informaciones dirigidas directamente a atacar al sector ganadero en muchos aspectos: la humanización animal, el maltrato, la salud alimentaria, el efecto ambiental u otro cualquiera.

Y así por ejemplo, una organización animalista puede realizar un informe, absolutamente parcial y sensacionalista, conteniendo informaciones erróneas o directamente falsas sobre cualquier sector que le interese atacar o prohibir como pueden ser los toros, los cerdos, la caza, los circos, los delfinarios, etc., y describir en él todas las supuestas acciones de maltrato que se realizan a los animales. Este informe normalmente incluye además impresionantes y normalmente horrorosas imágenes o vídeos de los animales, imágenes sacadas de contexto, antiguas, manipuladas u obtenidas de Internet o de otros países donde no existen normas de bienestar. Incluso se pueden incorporar al informe estudios sobre el tema de organismos, laboratorios o veterinarios con supuesta credibilidad y conocimiento del sector.

Después ese informe se pasa a agencias de prensa, a periodistas o llega a los llamados influencers de Internet, y todos estos, normalmente, acaban publicándolo tal cual, sin cambiar ni una coma o «maquillándolo» un poco para que no sea exactamente igual en todos los medios que lo publiquen. A toda la información publicada se le da credibilidad por la fuente de la que proviene, los grupos animalistas, a los que no sé por qué motivo aún se les concede autoridad en la materia, pero jamás se consulta con la otra parte, con el sector ganadero o con el que corresponda, con el fin de contrastar esa información y comprobar su veracidad.

Con la publicación de informes como este se está consiguiendo llegar a la población general, especialmente a la población y a los jóvenes urbanos, que están asumiendo muchas de las tesis animalistas y veganas en las que se acusa a la ganadería de ser prescindible, de prácticas de maltrato animal y de ser uno de los principales responsables del cambio climático.

De aquí el éxito de muchas de estas campañas impulsadas por todos estos grupos con objetivos como reducir el consumo de carne y otros productos de origen animal, para fomentar una alimentación exclusivamente vegana, para eliminar todo tipo de jaulas en la ganadería o prohibir las llamadas macrogranjas, los toros, el foie gras o directamente toda la actividad ganadera, incluso la extensiva.

Es bastante contradictorio que en las propuestas de estos grupos, a los que habitualmente les gusta enarbolar la bandera de la democracia en su llamada lucha por los derechos de los animales, la palabra más empleada sea prohibir. Democracia y prohibición son términos bastante antagónicos.

IV. SOBRE ANIMALES Y HUMANOS

Un niño y un perro se encuentran en una situación de vida o muerte y tenemos la capacidad de salvar solamente a uno de los dos. ¿A quién salvaríamos?

Nadie duda en salvar al niño frente al pollo, aunque fuese su pollo, y prácticamente nadie salvaría tampoco a un perro que no fuese el suyo frente al niño.

Pero la cosa cambia cuando la elección es entre tu perro y un niño desconocido. En este caso, la inmensa mayoría de las personas cuestionadas afirma que salvaría a su perro antes que a un niño que no conoce; incluso reconocen que también harían lo mismo personas que viven en entornos rurales desfavorecidos, en los que el problema al que se enfrentan es precisamente la falta de población. Y porque la pregunta dice que es un niño porque, si en lugar de este la persona a salvar fuese un hombre adulto es bastante posible que los entrevistados prefiriesen incluso salvar al otro perro o quién sabe si al pollo.

Y quiero pensar que nadie salvaría a su perro antes que a su hijo porque esto sí que representaría el fin de la humanidad entendida como tal.

Porque la humanidad ha llegado hasta aquí y a ser lo que es cuando la respuesta a esta pregunta ha priorizado el valor de la vida humana sobre la del resto de seres que habitan este planeta. No sé si en este planeta existe alguna otra especie animal –porque no está de más recordar que el ser humano también es una especie animal– que anteponga la vida de un ejemplar de otra especie a la suya propia, pero desde luego, si la hay, será una excepción en una situación muy concreta.

A pesar de las respuestas obtenidas quiero pensar que si la situación que se plantea fuese real, en una situación que exige una respuesta rápida e instintiva, sin tiempo para pensar, todas las personas intentarían salvar al niño, aunque fuese desconocido y aun a costa de su propio perro.