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La devoción de la cruz es un drama religioso de Pedro Calderón de la Barca, escrito en 1633. La obra se divide en tres jornadas, como era costumbre en la época. En ellas el autor trata varios temas propios de la dramaturgia barroca como: el amor, el engaño, la privación de la libertad y el parentesco dudoso.
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Seitenzahl: 74
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Pedro Calderón de la Barca
La devoción de la cruz
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La devoción de la cruz.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-141-8.
ISBN rústica: 978-84-9816-459-6.
ISBN ebook: 978-84-9953-201-1.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 45
Jornada tercera 77
Libros a la carta 111
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
Eusebio
Lisardo
Curcio, viejo
Octavio
Celio
Ricardo
Arminda
Gil, gracioso
Menga
Julia
Villanos
Alberto
Bandoleros
[Chilindrina]
[Blas]
[Tirso]
[Toribio]
(Dentro.)
Menga ¡Verá por dó va la burra!
Gil ¡Lo demonio, jo mohína!
Menga Ya verás por do camina:
¡arre acá!
Gil ¡El diabro me aburra!,
¿no hay quien una cola tenga, 5
pudiendo tenerla mil?
(Salen.)
Menga ¡Buena hacienda has hecho, Gil!
Gil ¡Buena hacienda has hecho, Menga,
que tú la culpa tuviste!
Que como ibas caballera, 10
que en el hoyo se metiera
al oído le dijiste
por hacerme regañar.
Menga Por verme caer a mí
se lo dijiste, eso sí. 15
Gil ¿Cómo la hemos de sacar?
Menga ¿Pues en el lodo la dejas?
Gil No puede mi fuerza sola.
Menga Yo tiraré de la cola;
tira tú de las orejas. 20
Gil Mejor remedio sería
hacer el que aprovechó
a un coche que se atascó
en la corte esotro día.
Este coche, Dios delante, 25
que arrastrado de dos potros,
parecía entre los otros
pobre coche vergonzante,
y por maldición muy cierta
de sus padres, ¡hado esquivo!, 30
iba de estribo en estribo,
ya que no de puerta en puerta.
En un arroyo atascado,
con ruegos el caballero,
con azotes el cochero, 35
ya por fuerza, ya por grado,
ya por gusto, ya por miedo,
que saliesen procuraban,
por recio que lo mandaban,
mi coche quedo que quedo. 40
Viendo que no importa nada
cuantos remedios hicieron,
delante el coche pusieron
un harnero de cebada.
Los caballos, por comer, 45
de tal manera tiraron,
que tosieron y arrancaron,
y esto podemos hacer.
Menga ¡Que nunca valen dos cuartos
tus cuentos!
Gil Menga, yo siento 50
ver un animal hambriento,
donde hay animales hartos.
Menga Voy al camino a mirar
si pasa de nuestra aldea
gente, cualquiera que sea, 55
porque te venga a ayudar,
pues te das tan pocas mañas.
Gil ¿Vuelve, Menga, tu porfía?
Menga ¡Ay burra del alma mía!
(Vase.)
Gil ¡Ay burra de mis entrañas! 60
Tú fuiste la más honrada
burra de toda la aldea;
que no ha habido quien te vea
nunca mal acompañada.
No eras nada callejera, 65
di mijor gana te estabas
en tu pesebre, que andabas
cuando te llevaban fuera.
Pues ¿altanera y liviana?
Bien me atrevo a jurar yo, 70
que ninguno burro la vio
asomada a la ventana.
Ya sé que no merecía
tu lengua desdicha tal;
pues jamás para habrar mal 75
dijo «aquesta boca es mía».
Pues como a ella le sobre
de lo que comiendo está,
luego al punto se lo da
a alguna borrica pobre. 80
(Dentro ruido.) Mas ¿qué ruido es este? Allí
de dos caballos se apean
dos hombres, y hacia mí vienen,
después que atados los dejan.
¡Descoloridos, y al campo 85
de mañana! Cosa es cierta,
que comen barro o están
opilados. Mas ¿si fueran
bandoleros?, ¡aquí es ello!
Pero lo que fuere sea, 90
aquí me escondo, que andan,
que corren, que salen, que entran.
(Salen Lisardo y Eusebio.)
Lisardo No pasemos adelante,
porque esta estancia encubierta
y apartada del camino, 95
es para mi intento buena.
Sacad, Eusebio, la espada,
que yo de aquesta manera
a los hombres como vós
saco a reñir.
Eusebio Aunque tenga 100
bastante causa en haber
llegado al campo, quisiera
saber lo que a vós os mueve.
Decid, Lisardo, la queja
que de mí tenéis.
Lisardo Son tantas, 105
que falta voz a la lengua,
razones a la razón,
al sufrimiento paciencia.
Quisiera, Eusebio, callarlos,
y aun olvidarlos quisiera; 110
porque cuando se repite
hace de nuevo la ofensa.
¿Conocéis estos papeles?
Eusebio Arrojaldos en la tierra,
yo los alzaré.
Lisardo Tomad, 115
¿qué os suspendéis? ¿qué os altera?
Eusebio ¡Mal haya el hombre, mal haya
mil veces aquel que entrega
sus secretos a un papel!
Porque es disparada piedra, 120
que se sabe quién la tira,
y no se sabe a quién llega.
Lisardo ¿Habeislos ya conocido?
Eusebio Todos están de mi letra,
que no la puedo negar. 125
Lisardo Pues yo soy Lisardo, en Sena,
hijo de Lisardo Curcio.
Bien excusadas grandezas
de mi padre consumieron
en breve tiempo la hacienda 130
que los suyos le dejaron;
que no sabe cuánto yerra
quien, por excesivos gastos,
pobres a sus hijos deja.
Pero la necesidad, 135
aunque ultraje la nobleza,
no excusa de obligaciones
a los que nacen con ellas.
Julia, pues, ¡saben los cielos
cuánto en nombrarla me pesa!, 140
o no supo conservallas,
o no llegó a conocellas.
Pero, al fin, Julia es mi hermana,
¡pluguiera a Dios no lo fuera!,
y advertid que no se sirven 145
las mujeres de sus prendas
con amorosos papeles,
con razones lisonjeras,
con ilícitos recados,
ni con infames terceras. 150
No os culpo en el todo a vós,
que yo confieso que hiciera
lo mismo, a darme una dama
para servirla licencia.
Pero cúlpoos en la parte 155
de ser mi amigo, y en esta
con más culpa os comprende
la culpa que tuvo ella.
Si mi hermana os agradó
para mujer (que no era 160
posible, ni yo lo creo,
que os atrevierais a vella
con otro fin, ni aun con este;
pues, ¡vive Dios!, que quisiera
antes que con vós casada, 165
mirarla a mis manos muerta);
en fin, si vós la elegistes
para mujer, justo fuera
descubrir vuestros deseos
a mi padre, antes que a ella. 170
Este era término justo,
y entonces mi padre viera
si le estaba bien el darla,
que pienso que no os la diera;
porque un caballero pobre, 175
cuando en cosas como estas
no puede medir iguales
la calidad y la hacienda,
por no deslucir su sangre
con una hija doncella, 180
hace sagrado un convento,
que es delito la pobreza.
Aqueste a Julia mi hermana
con tanta priesa la espera,
que mañana ha de ser monja, 185
por voluntad o por fuerza.
Y porque no será bien
que una religiosa tenga
prendas de tan loco amor
y de voluntad tan necia, 190
a vuestras manos las vuelvo,
con resolución tan ciega,
que no solo he de quitarlas,
mas también la causa dellas.
Sacad la espada, y aquí 195
el uno de los dos muera,
vós, porque no la sirváis,
o yo, porque no lo vea.
Eusebio Tened, Lisardo, la espada,
y pues yo he tenido flema 200
para oír desprecios míos,
escuchadme la respuesta,
y aunque el discurso sea largo,
de mi suceso, y parezca
que estando solos los dos, 205
es demasiada paciencia;
pues que ya es fuerza reñir,
y morir el uno es fuerza,
por si los cielos permiten,
que yo el desdichado sea, 210
oíd prodigios que admiran
y maravillas que elevan;