La educación de las mujeres y otros ensayos - Pierre-Ambroise Choderlos de Laclos - E-Book

La educación de las mujeres y otros ensayos E-Book

Pierre Ambroise Choderlos de Laclos

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Beschreibung

Edición y estudio del clásico de la pedagogía moderna "De la educación de las mujeres" de Choderlos de Laclos, el autor de "Las amistades peligrosas". Traducción, introducción y notas de Julio Seoane Pinilla. "¡Oh, mujeres! Venid y acercaos a escucharme. Que vuestra curiosidad, dirigida por una vez hacia asuntos útiles, contemple los dones que os habría concedido la naturaleza y que la sociedad os ha arrebatado. Venid a aprender cómo, nacidas compañeras de los hombres, os habéis convertido en sus esclavas; cómo, caídas en tal estado abyecto, habéis llegado a complaceros en él y lo habéis tomado como vuestro estado natural; cómo, en fin, degradadas cada vez más con una larga vida de esclavitud, habéis preferido los vicios más cómodos a las virtudes más costosas de un ser libre y respetable. Si este retrato trazado con fidelidad os deja frías, si podéis contemplarlo sin emoción, volved a vuestras ocupaciones fútiles. El mal ya no tiene remedio, los vicios se han convertido en costumbre. Pero si en el relato de vuestras desgracias y de vuestras pérdidas enrojecéis de vergüenza y de ira, si se escapan de vuestros ojos lágrimas de indignación, si ardéis con el noble deseo de reconquistar vuestra condición, de volver a la plenitud de vuestro ser, no dejéis que abusen más de vosotras con engañosas promesas, no esperéis en absoluto ayuda de los hombres autores de vuestros males: ellos no tienen ni la voluntad ni el poder de acabar con tales males, y ¿por qué querrían formar mujeres delante de las cuales se verían obligados a avergonzarse? Aprended que no se sale de la esclavitud si no es por una gran revolución. ¿Es posible tal revolución? Sólo vosotras lo podéis decir, puesto que depende de vuestra valentía."

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Siglo XXI

Pierre-Ambroise Choderlos de Laclos

La educación de las mujeres y otros ensayos

Traducción, introducción y notas: Julio Seoane Pinilla

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© de la traducción, introducción y notas, Julio Seoane Pinilla, 2010

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2010

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1654-8

Nota a la presente edición

Esta edición se compone de las siguientes partes:

I. Un discurso compuesto para concursar a un premio de la Academia de Châlons-sur-Marne convocado sobre la cuestión «Cuáles serían los mejores medios de perfeccionar la educación de las mujeres».

II. Un ensayo sobre la desigualdad de las mujeres, sus motivos y su difícil remedio mientras los hombres sigan como «señores».

III. Un ensayo sin título sobre cómo se debe educar a una joven distinguida (que dice menos de las mujeres que de la educación en general. Y de la lectura también).

[La traducción se hace a partir de la siguiente edición de las Obras completas de Laclos: Choderlos de Laclos, Oeuvres Complètes, edición a cargo de Laurent Versini, París, La Pléiade, 1979 (6.a edición).]

Introducción

Los hechos

1. Ninguno de estos tres textos fue publicado en su día; los dos primeros se publican por vez primera en 1903 y el tercero en 1908.

2. El primer ensayo compuesto en marzo de 1783, unos meses después de publicar Las relaciones peligrosas, responde a una pregunta propuesta por la Academia de Châlons-sur-Marne, a saber «Cuáles serían los mejores medios para perfeccionar la educación de las mujeres». Laclos contesta que no hay educación posible para las mujeres en un mundo como el nuestro. Todos los comentaristas dicen que el texto está inacabado. Y ello tiene visos de ser verdad.

3. El segundo texto, que da título a esta compilación, parece que se debió componer pocos meses después del primero. Es un tratado sobre la mujer en el estado de naturaleza. También se dice que está inacabado. Lo cual también parece cierto.

4. El tercer texto (compuesto entre 1795 y 1802) sí que parece terminado. No tiene título y bien podría haber sido compuesto a petición de una madre integrante del grupo de amigos del círculo Pourrat-Lecouteulx como ayuda para la educación de su hija. Generalmente este texto es ninguneado por los comentaristas de los anteriores, puesto que tras decir que no hay educación posible, en el primer ensayo, y alabar a la mujer de naturaleza frente a la que se desenvuelve en «el mundo», en el segundo, nunca ha parecido bien que Laclos ideara un método para educar jovencitas cortesanas. Y, ciertamente, no parece lo más propio[1].

Más hechos

1. Habitualmente todos estos ensayos son leídos o bien para ver cuánto de Las relaciones peligrosas hay en ellos[2] o bien, en un rasgo de generosidad[3], para ver cómo varía nuestra lectura de Las relaciones peligrosas tras leer estos textos. Ciertamente nadie los leería sin haber antes tenido noticia de la obra maestra de Laclos; pero también lo es que no tienen su relevancia en Las relaciones peligrosas.

2. Habitualmente también, todos estos ensayos se leen siempre siguiendo a Rousseau. Y bien es cierto que hay incluso citas idénticas o con muy pequeñas variaciones. La misma pregunta del primer ensayo y su respuesta –No hay educación posible– son ambas bien similares a la pregunta que motivó el Discurso sobre las ciencias y las artes y a su respuesta. Pero Laclos no es Rousseau.

3. Entre Las relaciones peligrosas y los paralelos con Rousseau cualquier erudito hace virguerías. De hecho los pocos comentaristas de estos ensayos se explayan entre estos dos extremos; pero no creo que sea éste un libro para eruditos y en lo que sigue no he visto motivo para centrarme en mucho en ninguno de los dos términos.

El primer ensayo

1. Es difícil saber qué se le pasó a Laclos por la cabeza cuando menos de un año después de publicar Las relaciones peligrosas comenzó a escribir una respuesta a la pregunta formulada por la Academia de Châlons-sur-Marne que preguntaba por los medios con los que se podría perfeccionar la educación de las mujeres. Y puestos a no saber cuál fuera el motivo por el que después de haber publicado una de las grandes obras de la literatura moderna se dispuso a dar contestación a una cuestión que por otro lado tenía ya abundante bibliografía en el xviii francés, ningún comentarista ha dado razón alguna del origen ni de este ensayo ni de los dos que vienen a continuación. De cualquier manera, y puesto que esta introducción antes que un propósito exegético tiene como fin dar alguna clave de lectura, creo que bien se podría imaginar aquí que la razón que le llevó a componer este ensayo inconcluso fuera simplemente el interés que tenía Laclos por aquellas fechas en pretender a la que después sería su esposa. Es una explicación tan válida como cualquier otra. Laclos está enamorado y ello le lleva a sentir en propia piel las preocupaciones de la amada. Él ahora siente como mujer y por ello siente como suya la pregunta de la Academia de Châlons-sur-Marne y siente que las mujeres no son un bien mueble que esté ahí para sacar provecho del mismo, sino que ellas son también nosotros. Preocupación y cuidado aparecen en el alma sensible que se supone es el alma con la que comienza la Ilustración, pues, en efecto, a poco de proclamarse los logros de la razón para abrir un nuevo mundo ajeno a supersticiones y engaños que esclavizan, siempre se abrió la palabra para decir que aquello que la razón denunciaba ofendía, afligía e indignaba a cualquiera que tuviera corazón. Nadie hubiera tomado la Bastilla con tan sólo las frías demostraciones de la ciencia, con los conocimientos antropológicos que los viajes a los nuevos mundos presentaban o con los saberes sociales y morales que nos hablaban de nuestra naturaleza igual y libre a no ser que esas demostraciones, conocimientos y saberes hubieran sabido conmover el corazón y llenarlo de justa rabia –o de entusiasmo por decirlo kantianamente–. Por eso la Ilustración sabía que tenía la razón y el corazón, el sentimiento que afectaba a cualquier alma sensible. El duro de corazón era precisamente el representante de la Iglesia o del Antiguo Régimen, aquel que no lloraba ante las evidentes injusticias sociales, ante la dolorosa desigualdad o ante aquella falta de libertad que llevó a gritar «basta ya» –es decir, a tomar la Bastilla–; si no lloraba, si no se dolía, si ante la pobreza de sus hermanos su corazón conmovido no le llevaba a combatir la injusticia era, precisamente, porque ese hombre duro de corazón señalaba el límite entre la civilización –la nueva civilización que traía la Enciclopedia– y la barbarie. Ése no somos nosotros se podía decir.

No es éste el lugar para dar muchas vueltas a la ligazón que la Ilustración estableció en su día entre razón y sentimientos, valga ahora recordar al lector de esta obrita que la sensibilidad comenzó justo al lado de la razón moderna y que, si bien sus caminos terminaron distanciándose, era lógico que Laclos introdujera sensibilidad en los artefactos que Rousseau primeramente –y aquí sí es cierto: Laclos repite muchas veces a Rousseau– le proporcionaba para explicar su realidad. Puesto que la sensibilidad es una cuestión de los sentidos, Laclos introduce sensualidad en las lecciones del ginebrino[4]. Y eso es básicamente lo que se va a leer a continuación.

2. Como se advertirá enseguida la respuesta a la pregunta de la Academia es no. Y aquí no hay mucho más que decir: los hombres nunca querrán educar a sus esclavos simplemente porque con ello perderían todos los beneficios que con tal esclavitud obtienen. Y dicho esto se cierra la intervención de Laclos.

2.1. Es común a los exegetas que sobre este ensayo han tratado afirmar que puesto que la respuesta es «no» Laclos se encuentra en un callejón sin salida y por ello abandona el texto: «una vez afirmada una teórica igualdad absoluta y constatada la imposibilidad de llevarla a cabo hic et nunc, para Laclos, hombre de lo concreto, ya estaba todo dicho»[5].

Tal abandono, abundan los comentaristas, muestra que Laclos bien puede ser un excelente novelista, pero como ensayista no vale la pena perder el tiempo con él. La razón es concluyente: no tiene capacidad para argumentar con mayor pormenor su negativa y no es capaz de dar cuenta de cómo sí sería posible la educación de las mujeres (lo cual haría realmente interesante su ensayo)[6].

2.2. Hay quien salva el texto comentando que, puesto que no hay nada más que decir tras el «no» tajante, este ensayo tiene un valor retórico en el sentido de que es una proclama a las mujeres que clamaría más o menos: «mujeres, este mundo no os sirve»[7].

Ignoro si es el afán retórico de Laclos lo que puede salvar este primer ensayo o simplemente es un texto condenado al mundo de las chapuzas intelectuales, pero lo cierto es que realmente el texto no es que diga «no» a la pregunta formulada por la Academia de Châlons-sur-Marne, simplemente se niega a responderla. Esto que no se suele ver y que curiosamente es lo más evidente de todo el ensayo, es lo que se subraya cuando se espeta a los académicos (hombres de buena intención seguramente y deseosos de que su ciudad tome alguna parte del universo de la reflexión filosófica) algo así como «perdonen ustedes, pero ésa es una pregunta para sentirse con la conciencia tranquila pero no con interés real en educar a nadie pues a qué amo le interesaría educar para que se emanciparan sus esclavos». El «no» es sobre todo un «no es éste el lugar donde tal pregunta se puede contestar» y puesto ello es así no ha lugar a seguir escribiendo sobre ella. El ensayo queda inconcluso, pero no tanto por la incapacidad intelectual de Laclos, cuanto por la sensibilidad hacia aquellas sobre las que el ensayo debería de tratar. No somos Rousseau, no podemos hablar de los hombres como si pudiéramos sentirlos fuera de nosotros (en nuestro corazón, es cierto, pero fuera de nosotros, sentidos como aquello allí fuera que sentimos porque primeramente nos sentimos a nosotros mismos); por el contrario, hablamos sensiblemente, esto es, siendo aquello de lo que hablamos, sintiéndonos a nosotros mismos a la vez que sentimos a aquellos a quienes amamos o con los que deseamos estar. Por ello nos indignamos y damos un portazo: aunque aquí se nos pregunte, éste no es sitio donde se nos quiera escuchar.

2.3. El texto también dice que, además de que resulta fuera de lugar preguntar cómo educar a la mujer por parte de aquellos que no desean educarla, resulta imposible educarla en la «utilidad social». Aquí remacha Laclos su negativa a contestar: si toda educación se debe dirigir a educar en la utilidad social, la educación de la mujer ya no es que sea imposible es que caso de poderse imaginar resulta del todo absurda y contradictoria[8].

Por «utilidad social» Laclos entiende, en la línea de Helvetius, el objetivo de hacer a alguien óptimo para el sistema social desarrollando sus facultades naturales. Desde este punto de vista, la mujer útil –al menos hasta que en el segundo ensayo se nos diga otra cosa– es la madre, la fiel amante, la «abnegada mujer» capaz de ser al mismo tiempo apoyo firme y callado; al cabo, la utilidad social de la mujer resulta estimada en cuanto pare hijos, los educa y después se los proporciona a un sistema social que engrasan con su trabajo y dedicación[9]. No serviría a la utilidad social una mujer que decidiera no alumbrar hijos o que utilizara su poder para escribir o reflexionar sobre altas filosofías en lugar de poner la comida caliente a quien sobre tales cosas ha de trabajar. Al parecer de Laclos es eso mismo, el ser un esclavo, lo que la educación enseña a no ser y por ello una mujer educada sería lo más antisocial que se pudiera imaginar, puesto que renunciaría al papel que debe desempeñar en la organización social. ¿Imagina alguien un esclavo que consciente de que sabe aritmética dejara su trabajo en pos de solventar algún teorema matemático? Si Platón, como Rousseau, nos enseñó que todos somos iguales y podemos acceder a la misma naturaleza esencial (de las cosas en el caso del griego, de nosotros mismos en el caso del ginebrino), al mismo tiempo ambos nos proporcionaron la regla de oro de la organización social: pero unos han de dedicarse a unas cosas y otros a otras. Posiblemente el esclavo pueda llegar a educarse, pero educado no sería esclavo y ello daría al traste con todo el mundo que hemos creado sobre su esforzado y gratuito trabajo. No hay más que decir: educar a la mujer la haría un elemento antisocial.

Es esto último algo que quisiera subrayar porque aquí Laclos dice algo también de la educación que hoy necesitamos. Cuando andamos disputando sobre la educación de los ciudadanos, sobre la necesaria instrucción en las virtudes de nuestra democracia, generalmente lo que se tiene en mente es algo así como que necesitamos una enseñanza que nos diga cómo es nuestro mundo, hasta cuánto de lejos puede llegar y qué fabuloso resulta. No digo que ello esté mal (de hecho toda educación necesita de un primer instante acrítico que nos haga admirar aquello en lo que vamos a ser educados), pero sí que me parece que educar a nuestros hijos en las bondades jurídicas de nuestro derecho formal, en las virtualidades de nuestra constitución democrática o en las propiedades de nuestro sistema de derechos (amén de hacerles aprender la Carta de los Derechos Humanos) es una educación alicorta. Lo que la educación de la ciudadanía necesita es que se nos diga que quizás puestos a ser ciudadanos democráticos éste no sea nuestro mundo. Y debemos comenzar pensando qué mundo nos merecemos (quizá para admitir el que tenemos como el más similar al que queremos). Es lo que aquí hace Laclos cuando nos dice que posiblemente puestos a educar a las mujeres no sea nuestra presente «utilidad social» la más adecuada para situar tal educación. Necesitamos de una realidad donde la «utilidad social» de las mujeres –pero también la utilidad social en general– se conciba en otros términos. Necesitamos otra realidad. Y ello ¿cómo se consigue? La respuesta antigua rezaba por marxianas (¡cambiemos el mundo!) o por ilustradas (hagamos una revolución antropológica). Esta última es la respuesta de Laclos. Y la que da lugar a su segundo ensayo sobre la mujer.

El segundo ensayo

1. ¿Una revolución antropológica? ¿Qué es eso? Bien, hasta Marx lo que fuera se entendía como educación. Y por ello estos textos de Laclos. Realmente el afán educador de la Ilustración tiene sentido en esa «revolución antropológica»: convertir al hombre sometido a la superstición y la oscuridad en un hombre mayor de edad e iluminado por el saber. La Enciclopedia, que creo se puede tomar como paradigma de la Ilustración, es eso: eduquemos a los hombres, démosles todo el conocimiento disponible y con ello tendremos un mundo nuevo por el simple hecho de que estos hombres que somos hoy nos habremos transformado en seres racionales, sensibles y enamorados de la libertad y la igualdad que debemos reconocer como propias de nuestra naturaleza. No es que los hombres no tengamos una naturaleza idéntica a todos nosotros, es que hemos perdido nuestra relación con tal naturaleza humana; de lo que se trata es de volver a verla, a tocarla, a sentirla y a sentir la necesidad de ser como somos. Ésa es la revolución antropológica que de alguna manera subyace al afán pedagógico de toda la Ilustración: no sólo se expone la nueva ciencia que da cuenta del mundo, se expone porque tal exposición se liga inmediatamente a la libertad e igualdad de los hombres. A un mundo más justo. No hay Newton sin un gobierno más libre y preocupado por el bien público. Puede parecer raro, pero ésa es la idea que da cuerpo a la Ilustración[10].

Así, por decirlo brevemente, se trataba de cambiar el mundo para hacerlo más humano, más acorde a la naturaleza humana, o, mejor, a la humana medida e inteligencia. Y esto lo proporcionaba la ciencia que era la que presentaba el alcance de nuestra razón. Y se trataba también de cambiar al hombre para que quisiera vivir en ese mundo nuevo, para que lo viera como fiel reflejo de lo que él era y abominara del mundo en el que mediante engaños había vivido. Y había vivido sometido. Aprender es realmente eso: ver un mundo nuevo y adquirir el deseo de explorarlo y vivir en él. Ello fue lo que obligó a la Ilustración a ser moralista: se educaban sentimientos y razón para crear un mundo nuevo, para presentar al hombre su naturaleza más prístina, más justa (justicia que iba de la mano de la libertad y generalmente de la igualdad). La ciencia mostraba el mundo tal cual era; la ciencia de la moral nos mostraba tal cual éramos. Aquí la reflexión: el saber tenía como función precisamente ésa, decirnos cómo éramos por naturaleza, esto es –y tal y como la ciencia mostraba a la naturaleza– cómo éramos ajenos a intereses, engaños o supersticiones, cómo éramos justamente, cómo éramos y cómo debíamos desear ser de ahora en adelante.

Rousseau instituyó al hombre de naturaleza como modelo de este proceso. Un hombre que era libre e igual –y curiosamente en un principio era asocial–. El hombre de naturaleza no es que realmente alguna vez existiera y, por supuesto, no es algo a lo que debamos aspirar pues en el presente resulta impensable tal hombre, pero sí que constituye el modelo desde el que podemos forjar una comunidad más humana. Al menos ésa es la idea de Rousseau y en buena medida la de la mayoría de la Ilustración. Laclos recoge esto pero con una variación: la mujer de naturaleza no es una idea contrafáctica, no es algo hacia lo que se deba caminar, es algo real que se debe instituir de hecho. ¿Real? ¿No es ello algo estúpido y fuera de la realidad? No, contestaría Laclos, es simplemente la diferencia entre quienes piensan que ante la mujer se pueden promover concursos de ideas que hablen de cómo educarla mejor y quienes piensan que tales concursos son precisamente de ideas que no son capaces de educar los sentimientos que lleven a luchar por ellas. O peor: que no tengan ganas de salir de las cuartillas en que se escriben[11]. Por ello en lo que sigue el lector verá en el capítulo ix