La esposa robada - Abby Green - E-Book

La esposa robada E-Book

Abby Green

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Beschreibung

¿Podía estar seguro de que solo era un matrimonio de conveniencia? El multimillonario Gabriel Torres no dudó en robarle la novia a su eterno rival. Su plan parecía perfecto cuando, para ayudar a sus arruinados padres, la bella e inocente Leonor aceptó su fría proposición de matrimonio. Pero, en su lujosa villa en Costa Rica, se quedó sorprendido por la inocencia de su esposa y por la poderosa atracción que había entre ellos. Gabriel solo le ofrecía pasión pero, tras su arrogante fachada, Leonor descubrió a un hombre cuyas lealtades y anhelos coincidían con los suyos. Leonor veía al hombre feliz y satisfecho que Gabriel podría ser, si estuviera dispuesto a entregarle su corazón…

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Abby Green

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La esposa robada, n.º 2930 - junio 2022

Título original: Redeemed by His Stolen Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-692-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LEONOR Flores de la Vega no podía apartar los ojos del hombre que estaba al fondo del elegante salón del hotel. Era más alto que los demás y su expresión era seria, adusta, pero eso no le restaba atractivo. Incluso a varios metros, Leonor percibía su viril magnetismo y no podía dejar de mirarlo. Era como si estuviesen conectados por un hilo invisible, quisiera ella o no.

Sabía quién era Gabriel Ortega-Cruz y Torres. Todo el mundo lo sabía. Pertenecía a una de las familias más antiguas e ilustres de España, dueños de grandes extensiones de tierra, bancos, viñedos y propiedades inmobiliarias, solo por nombrar algunas empresas.

Era un hombre muy discreto, pero tenía fama de ser tan agresivo en la cama como en los negocios. Era considerado uno de los solteros más cotizados de Europa, pero no parecía tener prisa por casarse. Y cuando lo hiciese sería con una mujer de su círculo, alguien que respirase el mismo aire enrarecido.

¿Y por qué le interesaba eso a ella?, se preguntó Leonor. Ella provenía de una familia casi tan antigua e ilustre como la de Gabriel, pero ahí terminaban los parecidos. La fortuna de su familia se había perdido y subsistían abriendo al público el castillo a las afueras de Madrid. Era una situación ignominiosa e insostenible.

Nunca había hablado con Gabriel Torres y seguramente no lo haría nunca. Un hombre como él no perdería el tiempo con una chica cuya familia estaba arruinada, pero se había fijado en él desde la primera vez que lo vio, cuando él tenía veintiún años y ella doce, durante un partido de polo. Antes de que su familia lo perdiese todo debido a la adicción al juego de su padre, una vergüenza por la que sus padres no habían sido vistos en público en los últimos años.

Aquel día no había podido apartar los ojos de él. Era tan vital, tan atlético. El caballo y él parecían moverse al unísono, pero había sido su expresión lo que la interesó, tan intensa, tan concentrada.

Había oído decir a un miembro del otro equipo:

–Torres, relájate, solo es un partido amistoso.

Él no había dicho nada. Solo había fulminado al hombre con la mirada y Leonor recordaba haber sentido un pellizco en el corazón, como si hubiera querido consolarlo, hacerlo sonreír. Aunque eso era ridículo, claro.

El ruido del salón del hotel la devolvió al presente. A un momento que iba a cambiar su vida para siempre, pensó, intentando respirar.

Iba a hacer aquello por su familia, por Matías. No tenía elección. Ella era su única esperanza.

Suspirando, miró a su prometido, Lázaro Sánchez. Era muy atractivo, con el pelo rubio oscuro algo largo y unos inusuales ojos verdes. Alto, casi tan alto como…

Leonor sacudió la cabeza. Tenía que dejar de pensar en él. Estaba a punto de comprometerse oficialmente con Lázaro Sánchez, un hombre al que apenas conocía, aunque habían salido juntos en un par de ocasiones.

No sentía nada por él, pero Lázaro era amable y considerado. Y, sobre todo, estaba dispuesto a pagar las deudas de su familia. Los Flores de la Vega recuperarían el respeto de su círculo de amistades y el futuro de Matías estaría asegurado. A cambio, Lázaro conseguiría lo que quería: ser aceptado en el mundo de la alta sociedad en el que ella vivía, o en el que había vivido hasta que su padre arruinó a la familia. Lo único que ella podía esperar de la vida era ser la esposa trofeo de algún hombre rico como Lázaro y no tenía más remedio que aceptar.

Notó entonces que él tenía una expresión ceñuda, parecida a la de Gabriel Torres, pero antes de que pudiese seguir pensando en ello el ayudante de Lázaro empezó a hacerles señas.

Había llegado la hora.

–¿Te encuentras bien, Lázaro? Estás muy tenso.

Él esbozó una sonrisa mientras tomaba su mano. Nada. No sentía nada.

Leonor se regañó a sí misma. La gente de su círculo no se casaba por amor, ni siquiera por atracción física. Eran matrimonios estratégicos. Exactamente lo que ella iba a hacer.

–Estoy bien, solo un poco preocupado –respondió él.

Sin poder evitarlo, Leonor miró hacia el fondo del salón y, cuando la mirada oscura y fascinante de Gabriel Torres se clavó en la suya, sintió una oleada de algo indescriptible.

¿Cómo podía sentirse atraída por otro hombre cuando estaba a punto de comprometerse oficialmente con Lázaro?

–Me alegro de que hayas aceptado casarte conmigo. Creo que seremos felices –dijo él entonces.

«¿De verdad?».

Leonor experimentó una burbuja de histeria en su interior. Tenía la sensación de que las paredes del salón se cerraban, sofocándola. Cuando Lázaro soltó su mano para tomarla firmemente por la cintura, la sensación de claustrofobia aumentó.

–Me haces daño –le dijo en voz baja.

Él aflojó la presión inmediatamente.

–Lo siento.

Leonor esbozó una sonrisa forzada. Cuanto antes terminasen con el anuncio, antes podría salir del salón y respirar un poco, pensó, intentando no mirar al alto, magnético y turbador Gabriel Torres.

Lázaro golpeó una copa de champán para llamar la atención de los invitados.

–Sé que esto no es una sorpresa para nadie, pero me alegra anunciar oficialmente…

Leonor no estaba prestando atención. Por mucho que intentase evitarlo, sus ojos iban hacia el fondo del salón, donde Gabriel Torres seguía mirándola con una intensidad desconcertante.

De repente, un grito interrumpió el discurso de Lázaro:

–¡No, espera!

Una mujer se abría paso entre los invitados, aunque un guardia de seguridad intentaba sujetarla. Iba vestida como las camareras, con una camisa blanca y una falda negra, el vibrante pelo rojo sujeto en un moño. Era muy guapa, con unos enormes ojos azules.

Estaba mirando directamente a Lázaro cuando dijo:

–Tengo que contarte algo. Estoy embarazada… estoy esperando un hijo tuyo.

Durante unos segundos, el tiempo pareció quedar en suspenso y luego todo pareció ocurrir a cámara lenta.

Lázaro se apartó de ella para hablar con la mujer. Parecía tan pequeña a su lado. Tontamente, Leonor pensó que hacían buena pareja.

No podía oír lo que decían, pero unos segundos después un hombre de seguridad se llevó a la mujer y Lázaro se volvió hacia ella, mirándola con una mezcla de conmoción, rabia y remordimiento.

Aunque le avergonzaba admitirlo, Leonor se sintió aliviada, como si le hubieran quitado un peso de los hombros. Pero el alivio desapareció cuando miró alrededor y vio a los invitados cuchicheando. Algunos la miraban con pena y otros con algo menos benigno, con malicia, como regocijándose al presenciar su caída en desgracia.

Había intentado saldar las deudas y la vergüenza de su familia casándose por dinero y ahora se sentía tan expuesta como si estuviera denuda. Y él seguía allí, al fondo del salón, mirándola con expresión seria.

Se volvió hacia Lázaro, angustiada. Tal vez se trataba de una confusión de identidades.

–¿Es verdad? –le preguntó.

Pero Lázaro no respondió inmediatamente y su silencio lo decía todo.

–Leonor, por favor, deja que te lo explique.

Era verdad.

Ella negó con la cabeza.

–No puedo casarme contigo, ya no. ¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Y delante de todo el mundo?

Agradecía que sus padres no estuvieran allí para presenciar aquel desastre. O Matías. Porque su hermano vería que estaba alterada y eso lo disgustaría.

Leonor miró alrededor, buscando una salida, pero solo veía rostros que la juzgaban, que se reían de ella. Nerviosa, corrió hacia el lavabo de señoras que, por suerte, estaba vacío. Se encerró en una de las cabinas y se sentó en el inodoro.

Estaba temblando y tuvo que hacer un esfuerzo para llevar oxígeno a sus pulmones, pero cuando empezaba a calmarse la puerta del lavabo se abrió y varias mujeres entraron chismorreando sobre la situación.

–¿Quién va a casarse con ella ahora? Su situación es tan desesperada que estaba dispuesta a casarse con un nuevo rico…

–¿De dónde ha salido Lázaro Sánchez? Dicen que creció en las calles, como un pordiosero.

–Los De la Vega no podrán sobrevivir a esto. Lo único que tienen es a ella y a ese hermano suyo…

Cuando mencionaron a su querido hermano, Leonor abrió la puerta y se encaró con las tres chismosas. Los cotilleos cesaron de inmediato. Una de las mujeres palideció, la otra se puso colorada, pero la tercera no parecía arrepentida.

Leonor estaba tan disgustada que no podía hablar mientras las veía salir del lavabo. Seguirían chismorreando en cuanto la hubiesen perdido de vista, pero al menos no la habían visto llorando.

Se acercó al lavabo y se miró al espejo, angustiada. Su aspecto, relativamente sereno, contradecía la tormenta en su interior.

Tomó aire mientras se lavaba las manos con agua fría, pero entonces recordó el rostro de Gabriel Torres, tan vívido como si estuviese ante ella. Se le encogió el corazón al pensar que también él había presenciado esa humillación pública.

Leonor tomó aire e irguió los hombros antes de salir del lavabo, esperando poder marcharse de allí sin que nadie la viese.

 

 

¿Dónde estaba?

Gabriel Torres miraba a un lado y a otro, pero no había ni rastro de la bella morena. El vestido rojo que llevaba se ajustaba a sus proporcionadas curvas de un modo que hacía arder su sangre por primera vez en mucho tiempo y el deseo de buscarla lo sorprendía porque él no solía portarse de modo impetuoso.

Solo había ido al hotel esa noche para ver por sí mismo qué tramaba Lázaro Sánchez. No confiaba en él porque todo lo que hacía parecía calculado para fastidiarlo. Y porque los dos estaban involucrados en una competitiva y lucrativa puja para un proyecto público.

Sánchez incluso había inventado que eran hermanastros. Lo había abordado durante un evento para contarle esa patraña. Según él, muchos años atrás se había encarado con su padre a las puertas de un restaurante para decirle que era su hijo, pero no había servido de nada.

Gabriel se había mostrado disgustado por tal insinuación, pero en realidad recordaba ese incidente. Recordaba al niño que esperaba en la puerta de un restaurante en el centro de Madrid donde habían celebrado su cumpleaños, una de las raras ocasiones en las que su desquiciada familia se reunía para algo.

Gabriel nunca había sido ingenuo y sabía que era muy posible que el mujeriego de su padre hubiese tenido un hijo ilegítimo. En una familia como los Ortega-Cruz y Torres, una dinastía que databa de la Edad Media, tales cosas eran frecuentes, de modo que Sánchez podría ser su hermanastro, pero sospechaba que era más bien una treta para sacarlo de sus casillas.

Irónicamente, su padre también estaba en aquel evento esa noche, pero no había hablado con él. Apenas se toleraban el uno al otro y, sin duda, solo estaba allí por el alcohol gratuito o por alguna mujer.

Como Sánchez decía estar emparentado con ellos, siempre habían mantenido las distancias, pero aquella noche iba a tener lugar una de sus más audaces maniobras: anunciar su compromiso con una aristócrata, cuya familia podía rivalizar en abolengo con los Ortega-Cruz y Torres.

Casarse con alguien como Leonor Flores de la Vega colocaría a Sánchez en una posición en la que sería muy difícil ignorarlo.

Gabriel debía admitir que era muy listo. Evidentemente, no iba a casarse con Leonor por dinero ya que su familia estaba en la ruina. No, el valor de Leonor estaba en su apellido.

Gabriel había oído decir que Sánchez le había ofrecido un trato, él pagaría las deudas de su padre y, de ese modo, pasaría a formar parte del selecto círculo al que tan desesperadamente quería pertenecer.

Nunca había hablado con Leonor, pero habían coincidido en varios eventos y tenía algo que siempre había llamado su atención.

Su hermoso rostro, siempre sereno, no revelaba sus sentimientos. El largo pelo oscuro apartado de la cara destacaba una estructura ósea fabulosa, ojos grandes, almendrados, pestañas oscuras y unos labios gruesos que insinuaban una sensualidad con la que, Gabriel intuía, no se sentía del todo cómoda.

Se había devanado los sesos intentando recordar la última vez que la vio. No había sido recientemente y había crecido mucho desde entonces. Ahora era una mujer bellísima.

Gabriel no había podido dejar de mirarla, esperando que ella le devolviese la mirada en algún momento. Y cuando lo hizo, el impacto de su mirada provocó una instantánea oleada de deseo.

En sus ojos había visto un brillo de pánico, pero también de algo más potente.

También ella lo deseaba.

Cuando Lázaro Sánchez le pasó un brazo por la cintura para anunciar el compromiso, Gabriel había sentido algo inesperado, ardiente y visceral. Una sensación… posesiva. Sentía el inexplicable y abrumador deseo de interrumpirlo, pero en ese instante una chica pelirroja y bajita se había abierto paso entre la gente para decir que estaba esperando un hijo de Sánchez.

En medio del tumulto que siguió a tal anuncio, Leonor había salido corriendo y Gabriel supo que esa era su oportunidad. Nunca había sentido un deseo tan urgente, tan primitivo, por nadie.

La animosidad que sentía por Sánchez lo había empujado a burlarse de él por su malogrado intento de comprar respetabilidad y por airear sus dramas domésticos en público, pero dejó de pensar en su rival mientras buscaba a Leonor Flores con la mirada.

Había desaparecido.

Gabriel experimentó una sensación extraña, como si algo importante se le hubiera escapado entre los dedos. Para un hombre que, en general, siempre conseguía lo que quería, era una sensación muy desagradable. Claro que estaba haciendo algo que no hacía nunca, perseguir a una mujer cuando no tenía necesidad de hacerlo.

Si quería a una mujer con tal urgencia podría darse la vuelta y elegir entre las invitadas, pero no quería a ninguna de aquellas chicas. La quería a ella.

Y entonces, como respondiendo a una llamada silenciosa, la vio detrás de las plantas que separaban el vestíbulo del resto del hotel. La vio y vio lo que ella veía, un grupo de paparazisfrente a la puerta y ninguna forma de salir sin ser vista.

No pensaba dejar que volviera a escaparse y si, además, tenía la oportunidad de recordar a Sánchez cuál era su sitio, sería un tonto si no lo explotase.

Leonor maldijo en silencio. Detrás del frondoso muro de plantas podía ver a los fotógrafos en la puerta del hotel, sin duda esperando fotografiar a la sonriente pareja cuando terminase el evento. No había otra salida sin pasar por el vestíbulo. De un modo u otro la verían escabulléndose, saliendo del hotel sin su prometido, como si fuera ella quien hubiese hecho algo censurable.

Mientras intentaba decidir qué debía hacer sintió un cosquilleo en la nuca y se dio la vuelta. Gabriel Torres estaba a unos metros de ella, mirándola.

Era incluso más alto de cerca, sus hombros más anchos, el cabello espeso apartado de la frente, los ojos oscuros, la nariz patricia y una boca firme, aunque el labio inferior, curiosamente exuberante, suavizaba las duras facciones, haciendo que se preguntase cómo sería besarlo. Podía imaginarlo tumbado sobre almohadones de seda, llamando a sus amantes.

Llamándola a ella.

Estaba perdiendo la cabeza, pensó. Ella nunca se imaginaba a sí misma besando a un hombre. Tenía veinticuatro años y era virgen porque su vida consistía en cuidar de sus padres, del castillo y de su hermano discapacitado. Había sido más una madre que una hermana para Matías desde que su mundo se hundió por culpa de las deudas de su padre y no tenía tiempo para nada más.

Antes de que pudiese decir nada, Gabriel dio un paso adelante.

–¿Quieres que te saque de aquí?

Su voz era ronca, fascinante, y Leonor asintió con la cabeza sin pensarlo dos veces.

–Saldremos por la entrada principal. Mira hacia delante y no hagas caso de los fotógrafos –le dijo, sacando el móvil del bolsillo para dar unas rápidas instrucciones–. Vamos, mi coche está fuera.

Gabriel Torres la tomó del brazo sin darle tiempo a reaccionar y los destellos de las cámaras la cegaron en cuanto salieron del hotel.

–¡Leonor! ¿Dónde está Lázaro Sánchez?

Siguiendo las instrucciones de Gabriel, Leonor caminaba mirando hacia delante. Había un deportivo plateado aparcado frente a la puerta y Gabriel la ayudó a subir a toda prisa. Unos segundos después, se abrían paso entre los periodistas. Leonor parpadeó, cegada por los destellos de las cámaras que los paparazis pegaban a las ventanillas del deportivo.

–Mañana saldré en todos los periódicos –murmuró.

–¿Por qué te preocupa? Tú no tienes nada de lo que avergonzarte.

Leonor lo vio poner la mano en el cambio de marchas. Dedos largos, uñas bien cortadas, masculinas…

Absurdamente, sintió una contracción entre las piernas.

–No tenías que hacer esto –le dijo cuando frenó en un semáforo–. Pero gracias en cualquier caso.

–No tiene importancia. Sánchez no debería haberte echado a los lobos.

Leonor tuvo la impresión de que estaba enfadado con Lázaro por ella y le parecía extraño, pero estaba demasiado aliviada por haber escapado de tan desagradable situación y no quería pensar más.

Estaban recorriendo una de las zonas más exclusivas de Madrid, con calles flanqueadas por árboles y elegantes terrazas, tiendas de antigüedades, boutiques con el nombre de famosos diseñadores y elegantes edificios clásicos mezclados con modernas construcciones de acero y cristal.

Sintiéndose avergonzada, y pensando que Gabriel podría estar lamentando su buena acción, Leonor se apresuró a decir:

–No tienes que llevarme a casa. Puedo tomar un taxi.

Él negó con la cabeza, mirando por el espejo retrovisor.

–Te seguirían.

Leonor miró hacia atrás y vio un par de motos siguiéndolos. Se le encogió el corazón al pensar que pudiesen aparecer en la finca de su familia. Si Matías los veía se sentiría desconcertado y asustado…

–Agárrate –dijo Gabriel cuando el semáforo se puso en verde.

Pisó el acelerador y giró en un par de calles estrechas a toda velocidad, aunque Leonor no se sintió en peligro en ningún momento. De hecho, era emocionante. Poco después entró en una calle residencial. Parecía que iban a estrellarse contra un muro, pero era una puerta que se abrió automáticamente y les permitió entrar en un garaje privado.

Gabriel detuvo el coche al lado de varios deportivos del mismo estilo.

–Creo que los hemos perdido.

–¿Dónde estamos? –preguntó Leonor.

–En mi apartamento. Esperaremos aquí un rato para perderlos del todo y luego te llevaré a casa, si quieres.

«Si quieres».

Leonor lo miró, nerviosa. Era tan extraño que fuese él, precisamente él, quien la había rescatado.

Gabriel la miraba con una expresión indescifrable y, sin embargo, entre ellos parecía haber una comunicación silenciosa. Algo que no podía entender y no quería investigar.

–Muy bien, pero no quiero molestarte más.

–No es una molestia, no te preocupes.

Gabriel salió del coche y dio la vuelta para abrirle la puerta. Cuando le ofreció su mano Leonor vaciló. No se atrevía a tocarlo porque temía su propia reacción, pero no podía hacerle esperar, de modo que dejó que la ayudase a salir del coche. Y había hecho bien al tener miedo porque la descarga eléctrica que sintió cuando tomó su mano la recorrió de arriba abajo.

Cuando se irguió estaba tan cerca de Gabriel que un paso más y estaría apretada contra su torso. No sabía dónde mirar y clavó los ojos en su corbata.

–¿Estás bien? –le preguntó él.

Leonor esbozó una sonrisa, intentando no sentirse intimidada por la masculinidad y la proximidad de aquel hombre tan atractivo.

–Sí, estoy bien. Solo un poco nerviosa. Normalmente, los paparazis no se fijan en mí.

No quería ni pensar en lo que dirían los periódicos al día siguiente o en la reacción de sus padres, que habían esperado que ella salvase el apellido y la economía familiar, no verse envueltos en otro escándalo.

Cuando Gabriel soltó su mano Leonor se dio cuenta de algo.

–¡Mi chal y mi bolso!

Los había dejado en el hotel.

–Yo me encargaré de que alguien vaya a buscar tus cosas y las traigan aquí, no te preocupes.

Subieron al portal por una escalera y el guardia de seguridad saludó a Gabriel.

–Buenas noches, señor Torres.

–Buenas noches, Pancho.

Gabriel puso una mano en su espalda, guiándola hacia un ascensor. Leonor podía sentir el calor de su mano a través del vestido y sintió el ridículo anhelo de apoyarse en ella.

La inquietaba lo que le hacía sentir aquel hombre, de modo que se apartó cuando entraron en el ascensor. Cuando las puertas se abrieron, Gabriel le hizo un gesto con la mano para que lo precediese a un fabuloso ático, con los elementos originales de la época del edificio, el siglo XIX, pero modernizados. Las clásicas molduras de los techos contrastaban con enormes cuadros y esculturas de arte moderno. El diseño, el orden, los suelos de madera brillante, la escasez de muebles, todo era muy relajante.

Gabriel la llevó a un amplio salón y sacó el móvil del bolsillo para hacer una llamada. Luego, cuando empezó a tirar del lazo de su corbata y a desabrochar los primeros botones de la camisa, Leonor apartó la mirada, sintiendo como si estuviese entrometiéndose en la intimidad de alguien.

–Por favor, siéntate. Ponte cómoda.

El vestido con escote palabra de honor hacía que Leonor se sintiese desnuda, pero no tenía nada con lo que cubrirse.

–Tienes un apartamento precioso –comentó, incómoda.

Sin duda, una de las muchas propiedades que él y su familia tenían por todo el mundo. Gabriel era el patriarca de los Torres, aunque su padre aún vivía, y sabía que tenía una hermana pequeña, pero no la conocía.

–¿Quieres tomar una copa? –le preguntó él, acercándose a un precioso mueble-bar–. Tengo whisky, coñac, champán, ginebra, vino…

–Un whisky, por favor –respondió Leonor.

Necesitaba algo fuerte para calmar sus nervios.