La fábrica del emprendedor - Jorge Moruno Danzi - E-Book

La fábrica del emprendedor E-Book

Jorge Moruno Danzi

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Beschreibung

La devastadora crisis financiera ha multiplicado la presencia en nuestra sociedad de la figura del "emprendedor", entendido como el portador cultural y social del nuevo hombre acorde al proyecto de clase neoliberal. Emprender significa lograr convertirse uno mismo en un producto que se ofrece a otros, los que ostentan capital, llamando su atención para que vean en tu persona un valor a explotar, a emplear. Nada hay ya no que no se mida y se entienda como una relación empresarial. Nos convencemos de ello cuando, carne de coaching y autoayuda, recorremos el camino a la servidumbre y nos hundimos en la charca de los perdedores. Solo siendo capaces de organizarnos, de manera que la cooperación domine a la competencia, podremos empezar a construir la subversión contra el totalitarismo de la empresa-mundo.

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Akal / Pensamiento crítico / 37

Jorge Moruno

La fábrica del emprendedor

Trabajo y política en la empresa-mundo

La devastadora crisis financiera desatada en 2008 ha multiplicado la presencia en nuestra sociedad de la figura del «emprendedor». Con el colapso del modelo laboral tradicional, la democratización del emprendedor parece ser la única respuesta que las instituciones son capaces de ofrecer ante la burbuja del trabajo y la escasez de empleo.

Más que como una figura económica, este nuevo emprendedor se entiende como el portador cultural y social que reúne el espíritu del nuevo hombre acorde al proyecto de clase neoliberal. En esta tesitura, emprender significa lograr convertirse uno mismo en un producto que se ofrece a otros, los que ostentan capital, llamando su atención para que vean en tu persona un valor a explotar, a emplear. Ya no hay nada que no se mida y se entienda como una relación empresarial; nacemos como deudores, culpables de no lograr adaptarnos a los ritmos de la competencia. Nos convencemos de ello cuando, carne de coaching y autoayuda, recorremos el camino a la servidumbre y nos hundimos en la charca de los perdedores.

Solo siendo capaces de organizarnos, de manera que la cooperación domine a la competencia, podremos empezar a construir la subversión contra el totalitarismo de la empresa-mundo. Para esta ardua tarea contamos con dos aliados de lujo. Por un lado, Homer Simpson es nuestro hombre; a través de él descubrimos quiénes somos. En el mismo equipo juega Lenin, pero el Lenin publicista, no la momia. O lo damos nosotros o nos lo dan a nosotros: renta básica o empleabilidad, democracia o barbarie.

Jorge Moruno, sociólogo y escritor, combina la investigación sobre las transformaciones del trabajo con la práctica laboral, donde –entre otras cosas– ha sido teleoperador, informador turístico, reponedor, técnico administrativo y parado.

Ha colaborado en varios libros colectivos –Los indignados del 15 de Mayo (2011), Les raons dels indignats (2011) y Cuando las películas votan. Lecciones de ciencias sociales a través del cine (2013)– y actualmente es el responsable del área de Argumentario y discurso en PODEMOS.

Activo analista de la actualidad en redes sociales, se pueden seguir sus reflexiones en su blog «La revuelta de las neuronas» (alojado en www.publico.es) y en la revista El Jueves en la sección «El futuro llegó hace rato», así como en Twitter (@jorgemoruno).

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta

Antonio Huelva Guerrero

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© Jorge Moruno, 2015

© Ediciones Akal, S. A., 2015

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4272-3

A mi madre, que, además de darme la vida, me ha descubierto el gusto por la cultura.

A mi padre, que ha intentado con todas sus ganas e ilusión enseñarme a escribir.

«La competencia significa, en este tipo de capitalismo, el aplastamiento inauditamente feroz del espíritu emprendedor, de la energía, de la iniciativa audaz de la masa de la población, de su inmensa mayoría, del 99 por 100 de los trabajadores; significa también la sustitución de la emulación por la pillería financiera, el nepotismo, el servilismo en los peldaños más elevados de la escala social.»

Lenin (27 de diciembre de 1917)

«Pero si a la servidumbre, a la barbarie o a la soledad hubiese que reservarles el nombre de paz, la paz sería la más miserable de las condiciones humanas.»

Baruch Spinoza

«I’m just sittin’ on the dock of the bay, wastin’ time.»

Otis Redding

PRÓLOGO

Íñigo Errejón

Prologar a un amigo es una tarea complicada. Hacerlo con uno con el que se ha crecido, al que se ha visto pensar a la carrera, más aún. Jorge Moruno es un militante de mente inquieta y curiosa, que ha ido forjando categorías y formas particulares de acercarse a los problemas a partir de dos preocupaciones: la de conectar la vida cotidiana con la reflexión teórica y la de afilar los instrumentos analíticos para sustituir toda nostalgia del ayer por voluntad de victoria hoy. Me disculparán, pero en el prólogo del libro se me cuela mucho del prólogo del compañero.

Su preocupación por el mundo del trabajo, por las transformaciones en las formas sociales de producir y crear y las formas del capital de apropiarse de ese valor y disciplinarlo, viene de antiguo. Vienen de una identificación laica con las tradiciones del movimiento obrero y una fascinación con la «anomalía italiana» de las prácticas y teorías salvajes de las décadas de 1960 y 1970. No literaria, no exenta de poner el cuerpo siempre, de no ser tibio nunca.

Pero por encima de todo, la preocupación por el mundo del trabajo no es estética, sino vivida. Proviene del día a día. A Jorge nadie le ha contado lo que es la precariedad, la ausencia de horizontes y certezas, las formas posfordistas de explotación de la capacidad creativa; las formas, laborales o no, por las que unos pocos capturan lo producido por los muchos. El de Jorge es un pensamiento no escindido, es una reflexión desde el trabajo y por la subversión del trabajo. De ahí su desapego, su viaje ligero de equipaje, su crudeza y su agresividad. Una reflexión que no se llama a engaños ni se permite la morfina de la creencia en las palabras mágicas de otros tiempos, pero que tampoco tira la toalla ni pierde el horizonte: la liberación del tiempo, la creatividad y las relaciones humanas, su liberación del miedo, la infamia y la miseria y la sujeción a normas no elegidas por el común.

Este libro está atravesado por un espíritu insolente y atrevido, un pensamiento que encuentra cierto placer en confrontar los dogmas, primero los de las tradiciones cercanas, y en saquear los arsenales de pensamiento, disfrutando de las mezclas, las malformaciones y las compañías inesperadas. Jorge bebe de muchas fuentes porque lee mucho y muy variado –confieso que siempre he sentido tanta curiosidad como envidia por las horas que consigue sacar para ello–. Lee con constancia pero sin método, con inquietud voraz, sin concesiones a las modas o las poses. Haciendo de la autonomía –esa palabra que durante años nos significó tanto– no un museo de coleccionistas, sino una actitud intelectual y política: lo más fértil siempre está en las fronteras, en las herejías que se atreven a pensar a contrapelo. No por fascinación iconoclasta, sino porque permiten aprehender la especificidad del momento y sus necesidades desnudas: el «análisis concreto de la situación concreta». Las reconstrucciones a posteriori siempre son más limpias y ordenadas, pero el presente es siempre fortuna y virtù, decisión y contingencia.

Es un brillante autodidacta militante, y eso mancha el libro. Por eso se permite jugar y mezclar prensa económica con los discursos de Tito Livio, letras de rap francés con Maquiavelo, urbanismo, sociología del trabajo, marketing y filosofía, de la premodernidad a la posmodernidad. Todo ello planeando sobre la vida cotidiana, mejor cuanto más micro e inadvertidos los ejemplos, para ser verificado o tirado a la basura sin demasiada pena. No siempre me convencen esos saltos, quizá porque me haya vuelto más esquemático y más rígido. Pero siempre hacen pensar. Jorge camina por la calle atento, un poco en su mundo, escrutando entre el enfado, la indignación y la atención incisiva pero dispersa, juguetona. La coyuntura y sus tareas, ahora que lo devoran casi todo, las rigideces tácticas, nunca le atrapan del todo. A veces, para mi exasperación, aunque me consuela que para bien del pensamiento indómito.

Muy a menudo, hemos discutido de enfoques. Como tirándonos piedras desde dos orillas de un río: yo, cada vez más preocupado por la lógica propia, autónoma, de lo político como construcción de sentido. Jorge, aferrado con fuerza: «sí, sí, todo eso está muy bien; pero ¿quién produce?, ¿cómo se distribuye?». Seguramente, al discutir extremamos nuestras posturas hasta llegar a posiciones que son tipos ideales, que realmente no defendemos sin matices. Y la prueba es este libro. Fruto de evoluciones teóricas diferentes, pero de preocupaciones políticas compartidas, hemos llegado a un curioso punto de encuentro. Para Jorge, las transformaciones en el trabajo han puesto en primer término las habilidades comunicativas y relacionales, la semántica y la producción de signos. Para mí, esta es la guerra de posiciones por generar y articular sentidos compartidos, más importante cuanto mayor sea la dislocación o fragmentación del campo social, pero siempre decisiva. Y tanto da, puesto que nos encontramos militando juntos, lo cual es un orgullo, y pensando a menudo diferente pero siempre buscándonos, lo cual es otro.

En su primer libro, Jorge asalta las páginas y vuelca temas, preocupaciones e intuiciones. Al hacerlo, realiza dos ejercicios. Por una parte, nos da una guía para, en la estela de los situacionistas pero mirando más al poder que a su burla, politizar la vida cotidiana. Leer el metro, las conversaciones en el trabajo, o la publicidad, como campo de batalla. Desnaturalizar el orden y mostrar sus heridas. Por otra parte, traduce y aterriza, como lleva mucho tiempo haciendo con maestría en su militancia: el libro es, así, un manual de batalla para la conversión de análisis y categorías en argumentos y líneas posibles de intervención. Para hacer de la debilidad, fuerza, y de la desposesión, poder.

INTRODUCCIÓN

«La sociología –decía Pierre Bourdieu–, al igual que todas las ciencias, tiene como misión descubrir cosas ocultas.» Dentro de esa tradición, se reivindica el objeto de estudio que analiza el libro que tienes en las manos. Vivimos tiempos convulsos donde las certezas en torno al empleo se derrumban, y en los que asistimos a una transformación del significado y el sentido que tiene el trabajo en nuestra sociedad. Experimentamos un cambio que difícilmente puede reducirse a un campo y una disciplina específicos. Tampoco puede obtener una respuesta técnica, dado que estamos inmersos en un cambio de tipo civilizatorio, un nuevo paradigma de vida que amenaza los logros hasta ahora conseguidos y aventura malos presagios para el futuro, un futuro que llegó hace rato. Este libro enfoca el trabajo desde una perspectiva multidisciplinaria, tratando de comprenderlo desde el punto de vista de la organización del trabajo, desde la importancia de la ideología, y también sobre cómo los cambios políticos afectan al trabajo y viceversa.

Lleva por título La fábrica del emprendedor pero, para no caer en equívocos, no es un análisis de estudios del tipo GEM (Global Entrepreneurship Monitor) ni nada parecido; aquí lo emprendedor se entiende como la síntesis de una nueva forma de trabajo, de trabajador y de trabajar, que excede lo que normalmente se define como un emprendedor. En ningún caso es una crítica peyorativa a la capacidad humana de crear, cambiar, motivarse e innovar; pretende ser, entonces, una fotografía crítica de la articulación neoliberal del concepto de emprendedor, entendido como la expresión de una nueva forma de dominación y explotación de la vida humana en nuestras sociedades.

Se parte de una premisa: el trabajo entendido como empleo para toda la vida no va a volver (en términos históricos ocupó un espacio muy reducido). Nos encontramos ante una encrucijada histórica. Por una parte, con la actual crisis se acelera la contrarrevolución oligárquica inaugurada a finales de los años setenta del pasado siglo. Por otro lado, la crisis de la sociedad salarial no tiene una dirección unívoca; alberga distintas posibilidades, algunas de ellas a favor del bienestar y la autonomía social e individual. Actualmente, en esta regresión en la correlación de fuerzas entre trabajo y capital, los pactos sociales y laborales acordados en las Constituciones surgidas tras la Segunda Guerra Mundial han llegado a su fin. El modo de acumulación capitalista y el tipo de regulación social, que cristalizaba gracias a un determinado papel del trabajo (empleo) en la sociedad, desaparece. La financiariazación de la economía fue la respuesta a una fuerza de trabajo cada vez más indomable y a un diseño económico-político fordista, colapsado.

El ciclo de la deuda ha disfrazado un proceso empobrecedor que ya estaba en marcha, pero que ahora toma una velocidad vertiginosa. El totalitarismo de la oligarquía financiera, que todo lo somete a la lógica bursátil, nos avisa de que se ha acabado eso de acceder a una vida asegurada a través del empleo, aunque, al mismo tiempo, se sigue imponiendo el empleo como la posibilidad de acceder a los medios de vida. Trabajo y empleo vuelven a separarse en la sociedad posfordista contemporánea: se trabaja más de lo que el neoliberalismo es capaz de emplear. La producción, comprendida como el arte antropológico de la creación –poiesis–, desborda el marco laboral, pero se ve atrapada por el cepo de la acumulación por desposesión. La vida parece tomar la forma de la empresa en una relación donde, ante todo, somos clientes, accionistas de nuestra fuerza de trabajo. Es la empresa-mundo. El empleo pierde su lugar en la sociedad como la columna vertebral. En esta tesitura, la sociedad está condenada a funcionar como lo hacen las finanzas: somos tóxicos, empleables, optimizamos recursos y la precariedad se alza como el modelo social cuya principal figura laboral es el emprendeudor. En el paso histórico que tiene lugar desde el beneficio empresarial a la renta financiera, se da, igualmente, el tránsito entre la riqueza producida únicamente en el centro de trabajo a la cooperación productiva sobre el conjunto de la vida social. La renta básica se perfila como uno de los posibles pilares del bienestar en el siglo XXI, actuando como el reverso de la economía de la deuda: el excedente de la riqueza, en lugar de irse por el desagüe de los intereses, se disfruta para construir vidas seguras y plenas.

La transformación del trabajo que vivimos es tan intensa como la que se vivió a finales del siglo XIX, cuando decaía el concepto del trabajo decimonónico (polimorfo, intermitente, subcontratado, inestable, desocupación asociada a la falta de carácter), y se alzaba, ya entrado el siglo XX, la idea del trabajo entendido como empleo. El trabajo no es uno solo a lo largo del tiempo, ya que cambia su percepción y su lugar en la sociedad, pues el ser humano siempre ha trabajado, pero no siempre lo ha hecho de la misma forma y no siempre lo ha comprendido igual. Nuestra noción del trabajo viene asociada a una concreción social históricamente determinada. Ahora volvemos a repensar el trabajo más allá del empleo, cuando la riqueza sale de los goznes de la estructura del mercado laboral del siglo XX, y el volumen de trabajo desborda la posibilidad del empleo que pueda llegar a crearse. Hoy como ayer, experimentamos una mutación del tiempo interno del trabajo, un tiempo nuevo, difuso y confuso; por eso toca hacer pedagogía, mostrar voluntad, demostrar fuerza, poner diques a la fortuna y desplegar la audacia. Dos tendencias históricas pujan por dominar el tiempo: renta básica o empleabilidad. Una vez más, democracia o barbarie.

Este libro ha sido escrito durante ese terremoto político llamado PODEMOS, que me ha atravesado de lleno y ha trastocado mi vida. Por su culpa, lo entrego con siete meses de retraso; por eso, quiero agradecer en primer lugar a Tomás Rodríguez, editor de Akal, su infinita paciencia y la confianza depositada en mí. Se lo debo especialmente a Cristina, mi compañera y amiga, de la que no dejo de aprender y que me enseña parcelas de la vida y visiones que no sabría comprender por mí mismo. A mi hermano Alejandro, por su agudo humor y su ingenio, que siempre es una fuente de inspiración. Emperdedores es suyo. Quiero dar las gracias a los compañeros y compañeras de discusiones e intercambios de ideas; a Íñigo Errejón, desde siempre, por poner su cabeza y corazón al servicio del cambio democrático; al maestro Raimundo Viejo, por su sabiduría; a Pablo Iglesias, por su capacidad política; a Juan Carlos Monedero, por su coraje. Al Manzanita, por su alegría y cercanía; eres un jugón. A todos los compañeros y compañeras de PODEMOS, Tania González, Jesús Gil, Jorge Lago, Germán Cano, Rita Maestre, Segundo González, Luis Giménez, Eduardo Maura…, porque detrás de lo que es PODEMOS siempre hay trabajo; eso es lo imprescindible. Els companys i companyes de l’Ateneu de l’Eixample, en Dídac, la Nora, en Marc, en Roger, en Simon, per ensenyar-me altra Barcelona. En Arnau, un company i amic honest i coherent. A Breixo, por su testimonio. A Miguel Vigo, por todas esas conversaciones y todas esas series y películas. A Carlos Delclós, por sus reflexiones; a Carlos Gutiérrez, por su estamos perdidos; a Clara, por la que además conocí a Nudo. A mis compañeros de trabajo, Jorge, Yeyo, Bea y Arantxa. A mi barrio, Saconia, del que, tras tantas horas en parques y plazas, he aprendido mucho rodeado de poetas urbanos y matemáticos: Al Guille, Abraham, al Nawer, un auténtico, al Gordo, compañero de viaje y de risas tras tantos años. Especialmente, al Bustillo, que, compartiendo banco con dieciocho años, me dijo que tenía cara de escritor antes de yo pensarlo. Te fuiste muy pronto para verlo. A toda la buena gente que me dejo, a todas las ideas volcadas en las redes sociales. A mis primos y tíos, a mi tío Jorge, a River Plate y a la Argentina. A mis abuelos y abuelas por recordarme, porque bien lo sabían, que una pluma y un papel pesan menos que un pico y una pala. A todo ese pueblo que quiere ser libre y se niega a vivir bajo la servidumbre.

CAPÍTULO I

El totalitarismo de la institución empresa

Banco Santander, un banco para tus ideas.

Una nueva forma de totalitarismo se cierne sobre nuestras cabezas, aunque, en esta ocasión, utiliza un discurso en positivo que excluye y discrimina mediante la retórica de la integración. Es la institución total y totalitaria de la empresa sobre la sociedad, donde tanto el imaginario colectivo como las aspiraciones personales resultan ser reconducidas y expresadas bajo su rúbrica en el campo del empleo, en el consumo y en todo el espacio y tiempo vital. Se da una gran paradoja: cuanto más complicado es conseguir integrarse socialmente a través del empleo, tanto más necesaria y totalitaria es la función de la empresa, en tanto en cuanto se sigue vinculando la creación de riqueza y la integración social únicamente al hecho de tener o no tener un empleo. Siguiendo esta hipótesis, solo eres creador de riqueza si tienes un empleo; de lo contrario, te conviertes gradualmente en un paria. Todos somos potenciales parias, algunos más que otros, pero todos dentro de un nuevo escenario donde desaparece cualquier atisbo de democracia cuando se pierden los medios colectivos que apoyan a quien tropieza, a quien corre menos, a quien necesita ayuda o simplemente a quien no quiere o no puede correr.

Ahora bien, esto no concuerda con la manera en que, de facto, se genera riqueza en la sociedad del conocimiento, puesto que el saber, el talento o la creatividad son factores que crecen y se nutren en sociedad y no en tiempos definidos por el cronómetro de una jornada laboral. Aquí reside la cuadratura del círculo en el capitalismo contemporáneo: el empleo resulta más difícil de conseguir, entre otras razones, porque la riqueza ya no se genera solamente en la jornada de trabajo, y también entra en juego el conjunto de relaciones y redes que van más allá de la relación laboral. El hecho de que suceda de esta manera, pero que se siga manteniendo un modelo donde el empleo se piensa como hace 50 años, responde a un mecanismo usado para evitar abrir el debate sobre el reparto de la riqueza, que es mucho más abundante que el empleo que pueda crearse. Utilizar hoy un baremo de medida de la riqueza que fue diseñado para una realidad distinta, es querer mantener unas relaciones de dominación basadas en algo –el empleo–, cuando se es plenamente consciente de que ya no sirve para medir aquello mismo que medía antes: la riqueza producida.

Ralph Dahrendorf nos habla de una nueva realidad donde el capital no necesita del trabajo –creo que más correcto sería decir empleo–. Esto puede dar lugar a la posibilidad de construir formas de vida donde el ser humano pueda vivir una vida más agradable, o a su contrario, a una relación de servidumbre en medio de la abundancia. Según Dahrendorf, el trabajo ha perdido su capacidad de control social, esto es, de estructurar la vida, de dotar de sentido a las biografías de las personas. Una idea compartida con Richard Sennett, cuando afirma que la flecha del tiempo que ofrecía al trabajador forjar un carácter y planear sus metas de vida a medio y largo plazo, se ha quebrado. Sin embargo, aun siendo ciertos todos estos cambios que impactan en el propio sentido que tenía el trabajo –convertido en empleo– y la cada vez mayor dificultad de leer la vida a partir del empleo, observamos que, a pesar de todo, el empleo continúa siendo un mecanismo de control social. Aunque de manera diferente que otrora, el empleo persiste en seguir moldeando y determinando la vida de las personas, no ya para mantener una cierta relación armoniosa entre el empleo y la vida, sino precisamente para su opuesto, para someterla en su escasez. Es como si nos dijeran que el empleo se convierte en una zona VIP, pero el acceso a ese empleo VIP es la única manera de sobrevivir que tienen los que no son VIP. El empleo, lejos de seguir siendo un mecanismo de control social que tiende a extenderse para justificar su control, ahora lo hace a la inversa, encuentra la razón de su dominio en la restricción y el estrechamiento, en cerrar el campo de la posibilidad restringido a un acceso laboral que escasea y que su acceso no garantiza permanencia ni un ingreso digno.

En esta contradicción, donde algo es cada vez menos determinante en la creación de riqueza pero, al mismo tiempo, se eleva a categoría de lujo porque no existen otros medios de supervivencia, en este escurridor de vidas, el empleo aparece reforzado como necesidad y la empresa se piensa como la única institución capaz de ofrecer algo al bienestar social. El caso de Mercadona me recuerda al famoso 5 dollars day de Henry Ford, cuando en 1914 decidió duplicar el salario que hasta ese momento era de 2,5 dólares la hora. Para algunos, este gesto pasó a la historia como un acto de buena voluntad con sus trabajadores, o incluso era una forma de asegurar que sus trabajadores pudieran comprar los coches que ellos mismos fabricaban. Ni la una ni la otra. Lo que Ford compraba era obediencia ante la dificultad que tenía para fijar la plantilla cuando el rechazo obrero a la fábrica era una constante. Obediencia para frenar la rotación permanente en la plantilla laboral donde iban y venían muchos trabajadores distintos. Obediencia para disciplinar los actos y actitudes dentro y fuera de la fábrica: alcoholismo, permanencia, rectitud moral, etcétera. El señor Roig, ese mismo que dijo que teníamos que trabajar como en los bazares chinos, aplica un método parecido pero adecuado al siglo XXI, aunque con algunas diferencias. Mercadona también compra obediencia, sumisión y se asegura la inexistencia de conflictos laborales; el derecho a huelga es ya una rémora del pasado. Cada cierto tiempo, criban a los trabajadores que no se ajustan a este diseño. En la empresa-mundo, en la familia parece no haber razones para su existencia. Mercadona es puntera en la aplicación de una gestión empresarial intensiva y cercana, donde el mismo Roig comprueba los vestuarios en persona, se pasea por los locales, le pregunta a la reponedora, extrae toda la información posible, siempre con la vista puesta en el jefe, el cliente. A Mercadona le sale a cuenta subir los salarios para evitarse cualquier otro tipo de problemas. El verdadero peligro de todo esto, y que es muy complicado de traducir en términos de vida real, es que Mercadona hace las veces de políticas públicas y, poco a poco, va sustituyendo aquellos derechos que deberían ser públicos y no servicios que te ofrece la empresa por trabajar en ella a cambio de fidelidad (guardería, becas, seguro de vida…). Mercadona va cubriendo espacios de bienestar públicos que ofrece de forma corporativa y privada; Mercadona está comprando almas y asegurando lealtades patrióticas con la empresa.

En un país con más de cinco millones de parados, alguien que sube el sueldo es un ángel; en un país donde las políticas públicas se diseñan para entorpecer la vida y reprimir a la gente, la seguridad de Mercadona es un milagro, y criticarlo no es tarea fácil. Mercadona es un laboratorio del cambio de civilización, una terrible mezcla posmoderna entre el viejo corporativismo y moralismo patronal del siglo XIX y principios del XX, y las técnicas más contemporáneas de sometimiento en la empresa-mundo. Damos las gracias al modelo del workfare (sistema de trabajo) porque no sabemos cómo reivindicar un nuevo welfare (bienestar).

Becas-préstamo promocionadas por bancos, lanzaderas e incubadoras para emprendedores auspiciadas por grandes empresas y fondos de capital riesgo, ingesta de pastillas y sesiones de coaching; todo viene a sustituir las garantías sociales conquistadas con aspiración colectiva cuando no se buscan nuevos métodos de establecer bienestar acordes a los tiempos actuales. La empresa como institución social no tiene nunca una aspiración común, sino que todo viene siempre cortado por el patrón de la propiedad privada, ya sea para ganar en imagen y mejorar su reputación o simplemente para promocionar lo que ellos quieran desde criterios que nunca se enfocan en aras del bienestar colectivo.

En un artículo publicado en el diario El País bajo el título «¿Sabemos para qué servimos?», el autor desarrolla esta pregunta dentro de lo que él considera que son los nuevos retos laborales, a los que tiene que hacer frente una sociedad basada en el conocimiento. La pregunta del título del artículo deja clara cuál es la orientación ideológica de la tesis que se expone en sus argumentos. Una apuesta que da por hecho que no existe el conflicto y que no queda otra que aceptar lo que hay y lo que unos pocos diseñan, para que muchos trabajen en una única dirección. Según esta idea, es cada trabajador individual quien tiene que preguntarse qué valor puede aportar, para qué puede resultar útil a otros y, en definitiva, para qué sirve –todo según el criterio de empresa–. Servir, como indica su etimología, viene del latín servus (esclavo), y el verbo servire es de donde surgen palabras como servilleta, sirviente o servidumbre; por eso, los que sirven son los siervos. Con un discurso muy a la moda hablando de clases, trabajos y espacios creativos, lo que viene a decirnos el autor es que se instala un régimen de servidumbre y nos ofrece las pautas para estimular el desarrollo personal de cada uno, si no se quiere caer en el desierto de la exclusión. El modelo ideológico a seguir es el del triunfador, el hombre de éxito: el Rey del Inmueble de la película American Beauty recordando que, «para tener éxito, es necesario proyectar siempre una imagen de éxito», o en la versión local, a Pep Guardiola conversando sobre el futuro con el Banco Sabadell, como si todos fuéramos jugadores del Barça: «el motor de un trabajo es la pasión». Es necesario comulgar con la empresa, con sus valores y sus fines; ya no basta con hacer lo tuyo e irte, ahora se exige un vuelco emocional del trabajador por la empresa construida como generadora de sentido común. La movilidad de la fuerza de trabajo y su constante adaptación a los cambios y la empleabilidad tan aclamada por Wert, representan la posibilidad que se le ofrece al trabajador de optar por obtener su inclusión social temporal sirviendo a la empresa.

Pero ¿cómo se logra que los recursos inmateriales –el saber y la comunicación–, que aumentan cuánta más gente los usa, o que se desarrollan en la propia cooperación social, acaben sirviendo para sacar beneficios privados? ¿Cómo se establece la propiedad privada del intelecto colectivo, algo común por su propia definición? La precariedad es la causa y la consecuencia de la institución totalizante de la empresa sobre la sociedad. Para adaptarse a los nuevos tiempos, precisa destruir cualquier enclave y resistencia obrera, cualquier rémora de construcción comunitaria enfrentada a la explotación, en definitiva, cualquier tope que le dificulte reubicarse con flexibilidad en la búsqueda de nuevos nichos de consumo dentro del flujo global de mercancías. La reingeniería empresarial de la subcontratación, la temporalidad, la incertidumbre, los bajos salarios, las malas condiciones, son algunos de los riesgos que asume una fuerza de trabajo a la que, además, se le exige tener habilidades sociales, estar permanentemente formada, trabajar en equipo y ser polivalente. En el hotel Vela de Barcelona, comentaban que su fórmula de contratación buscaba la capacidad requerida en el trabajador para hacer lo que sea, cuando sea –whatever, whenever–, tamizado con el popularmente conocido hacer más con menos. El manejo de la inteligencia emocional adquiere una importancia económica cuando se pueden clasificar distintas características en los perfiles que buscan las empresas, tales como la relación con los otros, la motivación o el control de las emociones. En L’Oreal llegaron a la conclusión de que los vendedores seleccionados según un criterio emocional resultaron ser más productivos y estables que los que habían sido contratados según el protocolo normal. Un vendedor de Fnac necesita estar preparado para recibir todo tipo de preguntas sobre cualquier estilo musical o literario. Debe conocer su ámbito de trabajo, que varía con la diversidad de gustos; para ello, ha de contar con toda una serie de conocimientos que se aprenden fuera del trabajo, y que son complicados de conseguir con un sueldo irrisorio, pero que son exigidos como requisito indispensable. Un responsable de Fnac reconoce que puede «instruir a alguien en los mejores hábitos de venta; lo que no puedo conseguir es que sea especialista en música independiente si no va a conciertos, lee revistas o comparte esa afición con sus amigos».

La clase obrera no desaparece entre el proletariado multitudinario, sino que ocupa su lugar dentro de este. La extracción de plusvalía se amplía más allá de los límites de la fábrica, pues fábrica es, hoy, todo el espacio y tiempo de la vida sometida al tempo capitalista. Cuando decimos crisis de la sociedad salarial, no decimos que desaparece la existencia del salario, este existe desde mucho antes de que existiera la sociedad salarial: de Roma viene la palabra, también la de proletario. Es la crisis de un modelo laboral incapaz de integrar por la vía del salario a cada vez más porciones de la población. Cuanto menos empleo hay, más se trabaja, no solo porque quienes sí tienen empleo trabajen más tiempo, vean alargadas sus jornadas y reducidos sus derechos; sobre todo por la transformación de la relación entre empleo y trabajo. La dimensión productiva de la cooperación social, que tiene lugar fuera de las jornadas laborales y las paredes de la empresa, es demasiado amplia; tanto, que se convierte en la base y el punto de partida de lo que luego se acaba desarrollando en el empleo. Paro y pauperismo ya ha conocido la historia del trabajo, pero hablamos de tiempos distintos. A los precarios intermitentes a principios del siglo XX les obligaban a entrar en la regulación laboral; ahora nos expulsan de ella. El capitalismo es una relación social que tiende a extenderse y a intensificarse en aquellas zonas y aspectos de la vida humana a las que hasta ese momento no había llegado. Culmina ese proceso donde el conjunto de la vida ha sido subsumido y absorbido dentro de lo que venimos a llamar como empresa-mundo. Ya no existe algo que mora afuera, ya no hay otra posibilidad ni otro imaginario disponible, nada que pueda situarse al margen de la relación con la empresa-mundo.

Todo el espacio abarcable, y todo el tiempo vivible y pensable, está absorbido bajo el manto de la empresa-mundo, que modifica el paisaje de la vida al completo, eliminando cualquier relación previa a la generada por el propio mecanismo de la producción capitalista. Con la gestión privada de las necesidades y derechos sociales, se abre todo un campo virgen de negocio, donde se combina y se fusiona la actividad empresarial con la vocación social. Poco a poco, vamos asumiendo la inoculación ideológica que concibe la solidaridad social como sinónimo de ofrecer un servicio. Aceptamos que los derechos ya no pertenecen a la ciudadanía, pues la dimensión colectiva y el sentido social de los mismos se trocean en servicios individuales gestionados desde el ámbito privado. Un vendedor de billetes de tren en la Argentina señalaba que, antes, simplemente distribuían billetes y, ahora, se les encomienda actuar como comerciales interesados en la venta activa. Nuestro vendedor de billetes destaca que al usuario del tren ya no se le considera tal cosa; desde que se impone la retórica privatizadora, se le reduce a un sujeto de consumo por un servicio prestado, ya no más como un ciudadano que ejerce su derecho a la movilidad. Han pasado de llamarse pasajeros a ser considerados como clientes. Lo mismo sucede con las estaciones de tren, ahora reconvertidas en centros comerciales que exceden su utilidad como estación y ponen más el acento en presentarse como un templo del consumismo. Otra trabajadora de la estación de tren estaba encargada de recibir y atender las demandas de los pasajeros (clientes), y percibía cómo algunos de ellos estaban entusiasmados con esta conversión de la estación en un paraíso de luces y tiendas, y solo después la pensaban como una estación de tren. La estación de Sants, en Barcelona, es un ejemplo paradigmático de esta mutación comercial; cuando estoy un año sin verla y sin pasar por ahí, me sorprende encontrarla cada vez más atestada de tiendas y pantallas con publicidad.

Pero la empresa-mundo no se limitar a entrar en el campo más visible; se adentra hasta el fondo de los ganglios sociales incorporando y articulando a su favor los deseos y el imaginario social compartido. Tal como explica Maurizio Lazzarato, la empresa no se acota a fabricar un producto, una cosa; ante todo, produce el mundo donde ese producto se incluye a través del deseo. La empresa vende mundos a través de los productos. La producción del mundo necesita poner a trabajar toda una comunidad de sensibilidad, percepciones, atracción, imaginarios, aspiraciones, comparativas y significantes sociales que lo dote de contenido, y solo partiendo de la producción de ese mundo podemos pensar el sentido que adquiere hoy el trabajo, la figura del trabajador, el producto y el consumidor.

Marx describía la acumulación originaria como el proceso que se inicia alrededor del siglo XVI y se extiende más o menos hasta el siglo XVIII, e implica la desposesión de las tierras hasta entonces comunales y el cercamiento de tierras, su arrendamiento y la gradual despoblación del campo. Esta acumulación originaria provoca una progresiva concentración industrial que facilita la acumulación de capital y, en consecuencia, un aumento de los excedentes de capital y de trabajo que deben solventarse mediante su expansión geográfica y su desplazamiento en el tiempo, para evitar aquello que no se puede evitar, esto es, la tendencia inherente del capitalismo a la hiperacumulación. David Harvey explica que este proceso de acumulación no es simplemente originario, dando a entender con esto que no concluye en un punto fechado en la historia, sino que más bien se reaviva constantemente desde ese doble eje de expansión geográfica y desplazamiento temporal. En la actualidad, el régimen financiero cumple ese papel de constante acumulación por desposesión, principalmente a través de la economía de la deuda que, a modo de aspiradora, vacía todo lo ganado por todos en el pasado, como también anula las posibilidades del presente y nos condena a un futuro de neoservidumbre. La colonización geográfica del espacio planetario por parte del capitalismo le obliga a buscar nuevos nichos de acumulación allá donde hasta ahora no había puesto el interés. Si antes había cercamientos de tierras, ahora se añaden los cercamientos de culturas, emociones y mentes; donde antes se ponían los cuerpos y brazos a trabajar, ahora también lo hacen de manera directa las cabezas y la cooperación, y ya no solo como mero sustento. Ya no solo se extiende en el espacio, ahora también se intensifica cualitativamente en el ser humano.

De igual manera que se suman nuevos lugares de negocio, las viejas conquistas obreras, tales como la pensión, la sanidad o la educación, se perciben ahora como áreas sobre las que ampliar las relaciones mercantiles. Observamos atónitos que todos esos terrenos conquistados para beneficio del común de la población se transforman en nuevos dominios de lo privado. El año 89 del pasado siglo simboliza, en cierta manera, el Mayo del 68 invertido; la alegría convertida en publicidad, el conflicto gestionado bajo la gobernanza, la ambición del cambio en la búsqueda del éxito empresarial, los vínculos sociales travestidos en sesiones de coaching y terapias de autoayuda. La posibilidad de pensar el mundo está patentada por la empresa-mundo, una patente capaz de incluir todo el abanico y la pluralidad humana, incluso su crítica, bajo un mismo paraguas; el de la propiedad privada. No solo es el tiempo de la jornada laboral; se extiende al ocio, al saber, a los sueños, las emociones, la comunicación, la forma de pensar lo que pensamos; nada escapa del capitalismo normalizado como el estado natural de la vida. La vida misma adopta la textura propia de la empresa.

Como en el laberinto de Borges sin escaleras ni muros, uno piensa que es libre al no encontrar nada que le impida el paso, pero la salida no existe y se está sometido a una prisión refinada donde la fuerza de su encierro reside precisamente en la ausencia de muros. La heteronomía, esto es, el conjunto de distintos tipos de normas que no emanan de quienes se ven sometidos a ellas, resulta ser hoy más fuerte que en la época en la que eran fácilmente identificables y objetivables las reglas que disciplinaban a la sociedad. Hoy, en cambio, puedes moverte libremente hacia cualquier sitio, pero sin capacidad de ir a ninguna parte. Cuando la jerarquía se convierte en red, cuando el trabajador pasa a ser observado por la empresa en parte como un cliente, en parte como un empresario de sus propias capacidades a explotar y un recurso a optimizar por la vía de la felicidad, podemos empezar a atisbar la profundidad de la dominación capitalista en los tiempos de la posmodernidad. Aspectos culturales fundamentales, tales como la comunidad, el afecto o los cuidados, son ahora cualidades centrales de una fuerza de trabajo servil sometida al humor del capital y despojada de la seguridad colectiva, pero al mismo tiempo flexible, dinámica y dúctil. Es en esta contradicción entre exigir vida y a la par negarla donde el ciclo de acumulación capitalista encuentra problemas para mantener el gobierno de la plusvalía sobre la cooperación social. Eva Illouz, en su libro Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, explica que existe «una profunda división entre una vida subjetiva intensa, por un lado, y por otro lado una creciente objetivación de los medios de expresar e intercambiar las emociones». El aparente aprecio por la diversidad del que hace gala el capitalismo contemporáneo descansa, realmente, en una relación que reduce todo a la homogeneidad. El capitalismo no es ningún políglota, solo le gusta hablar la lengua de la plusvalía. Toda esa diversidad que pone de relieve tiene como único objetivo moldear la cooperación social en la elaboración de productos, relaciones e imaginarios, que finalmente sean monetizables. La división cognitiva de los espacios sometidos al tiempo continuo de la producción sigue jerarquizada por su significado social. El dibujante Quino lo ilustra perfectamente, cuando muestra cómo el mismo violinista que es aclamado en el teatro por el que se paga una entrada, luego es ignorado por la misma gente que lo adoraba cuando se pone a tocar en la calle. El tiempo del capital no conoce el arte, solo la explotación; bajo su yugo no hay lugar para la belleza real.

Así funciona su lógica en cualquier nivel que se quiera estudiar, ya sea en la gestión empresarial, en el discurso político de la gobernanza, todo bajo los designios del dios omnímodo representado bajo el régimen financiero. La devaluación de la vida y el empobrecimiento de los pueblos en la periferia mediterránea tiene como objetivo garantizar los rendimientos de la banca y los grandes grupos financieros, no equilibrar los tan cacareados excesos de la administración pública. Los pufos e inversiones infames de la banca han necesitado la inyección de dinero público en los países del norte, y ahora, para garantizar su propia solvencia, necesitan que esos mismos bancos expolien al sur para tratar de recuperar parte de ese dinero público invertido. Al mismo tiempo, nuestra lumpen-oligarquía local pretende utilizar ese empobrecimiento para crecer por la vía de las exportaciones, compitiendo por lo bajo, vendiéndonos muy barato.

Cuando el robo se hace carne y nos vemos despojados de la posibilidad de modificar la situación por las vías establecidas, cuando el cinismo y el miedo habitan nuestro cuerpo e imaginario, solo podemos remediar esta catástrofe comenzando por lo más básico: extendiendo la desobediencia a todos los ámbitos para que el espacio de la política vuelva a ocupar su lugar y recupere su significado. En la ruptura y la escisión popular contra el régimen constituido, se siembran las condiciones de la unidad popular. La lucha contra el paro es la lucha contra la deuda ilegítima, y esta no puede separarse de la lucha contra la precariedad y el totalitarismo del tiempo empresarial sobre el tiempo de la vida. Luchar contra la figura del emprendedor, entendido como un nomos comunitario, pasa por ubicar al antagonismo desde dentro y contra la empresa-mundo, dentro y fuera del empleo, no creando supuestas formas de vidas paralelas. Empezar por repartir el oro y el tiempo para que el tiempo deje de ser considerado oro. No tenemos mucho, pero sí que somos muchos, y muchas, las personas. Aunque nuestras propiedades son limitadas, no lo es tanto nuestra capacidad. La multitud propietaria de la inteligencia, la hidra de mil cabezas, debe declararle la guerra al cinismo, al miedo, la miseria y a la estupidez que provoca la tempestad de las finanzas y sus gestores locales. Pues coincidiendo por esta vez con el filósofo Thomas Hobbes, «cada hombre debe esforzarse por la paz, mientras tiene la esperanza de lograrla; y cuando no puede obtenerla, debe buscar y utilizar todas las ayudas y ventajas de la guerra».

CAPÍTULO II

El panorama

Los hogares españoles ya sonríen.

Arturo Fernández, presidente de CEIM-CEOE

Vivimos en un país donde la Agencia de Seguridad Alimentaria está controlada por Coca-Cola; el ministro de Economía, Luis de Guindos, viene del Consejo Asesor de Lehman Brothers a nivel europeo y de ser director en España y Portugal; y la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, tiene una empresa denunciada por no pagar a sus trabajadores. Relax era un conocido tema de los años ochenta, relaxing cup of café con leche, de Ana Botella, es la consigna del esperpento posmoderno español. Según el Comité Español de Acreditación Medicina del Sueño (CEAMS), los españoles duermen de media una hora menos que el resto de ciudadanos europeos, y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), dormimos 53 minutos menos al día que la media de la UE. El tiempo medio que tardamos en ir y venir del trabajo en España es de 57 minutos, en Barcelona asciende a 68 minutos, y en Madrid, a 71, como destaca un estudio de La Caixa. Otro estudio de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España afirma que se dan «jornadas interminables que inhabilitan a los trabajadores para conseguir una completa conciliación de su vida laboral con su vida personal y familiar». La Fundación Pfizer diagnosticaba en 2010 que un 44% de los españoles y las españolas sufría más estrés que en 2008. Esto se traduce en el consumo de 52 millones de tranquilizantes, colocándonos a la cabeza de los países de la OCDE. También aumenta con la crisis el consumo de hipnosedantes, pasando del 5,1% en 2005 a un 11,4% en 2011.

Más del 90% de las ayudas públicas concedidas en 2011 se destinaron a mitigar la crisis financiera, lo que supone un total de 84.195 millones de euros, el 7,84% del Producto Interior Bruto (PIB) y 1.781 euros por habitante, según la Comisión Nacional de la Competencia. Desde mayo de 2009, la llamada reestructuración del sistema financiero ha costado a las arcas públicas 61.495 millones de euros, de los cuales solo se han recuperado 1.760 millones, lo que equivale a que cada español ha puesto 1.300 euros y ha recuperado 37 euros. Con la venta de Catalunya Banc al BBVA, esa cifra recuperada asciende a 2.500 millones de euros, un 4% del total. Al mismo tiempo que los españoles y las españolas tienen cada vez menos ingresos, pagan más impuestos. Aun así, gracias al elevado fraude fiscal, a lo poco que pagan grandes fortunas y empresas y al bajo consumo, en 2012 la presión tributaria en España se situó en el 32,5% del PIB, lo que nos coloca en el puesto 19 entre los 28 Estados miembros de la UE, y siete puntos por debajo de la media comunitaria (39,4%). La red internacional Tax Justice Network identifica que los Estados pierden 186.000 millones de euros al año a causa del fraude fiscal desviado a los paraísos fiscales. Cada español paga 2.000 euros más al año de impuestos por culpa del fraude fiscal según el Sindicato de Inspectores de Hacienda Gestha. El volumen de la economía sumergida, según datos del mismo sindicato, aumentó en 60.000 millones de euros durante la crisis, hasta situarse en el 24,6% del PIB al cierre de 2012, lo que supone más de 253.000 millones de euros ocultos y un aumento de 15.000 millones de euros al año de media desde 2008. El 71% de todo el fraude fiscal es atribuible a los grandes patrimonios y las grandes empresas. Según el Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa, un 86% de las empresas que operan en el Ibex-35 tienen presencia en paraísos fiscales a través de sociedades participadas. En 2010 aumentó un 4% su presencia en paraísos fiscales; en 2012 aumentó otro 6,8% el número de filiales domiciliadas en paraísos fiscales.

En un estudio realizado por Adecco sobre la evolución salarial en Europa entre 2003 y 2008, se establece que los españoles cobran un 20% menos de salario en comparación con la media de la UE. La cifra aumenta en el caso de las mujeres cuando nos situamos en el cuarto puesto en lo referente a la brecha salarial. Ya en 2009, un total de 18,3 millones de españoles percibían unos ingresos brutos mensuales inferiores a los 1.100 euros, lo que representa el 63% de los trabajadores que desarrollan su actividad en España, según se desprende de un estudio realizado por los Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha). Son un 5% más que la última vez que se presentó este informe, con datos de 2006. Según la OCU, tres de cada diez trabajadores cobraban en 2012 entre un 1% y un 10% menos que en 2011, mientras que uno de cada diez ha visto reducido su salario en más de un 20%. Entre los españoles que se encuentran en activo, solo un 37% ha mantenido su salario durante el último año. España se sitúa en el noveno puesto de entre 23 países con salario mínimo fijado en la Unión Europea, según estadísticas comunitarias de julio de 2013. España forma parte del llamado grupo 2, junto a Eslovenia (784 euros al mes con 12 pagas), Malta (697 euros) o Portugal (566 euros). A esto hay que sumarle gastos como el del transporte. El precio del metrobús en Madrid pasó, en mayo de 2012, de 9,3 euros a 12, una subida del 29,03%. Cuatro meses después, pasó a costar 12,20 euros por la subida del IVA.