La fuerza de la libertad - Dr. Ignacio Supparo Teixeira - E-Book

La fuerza de la libertad E-Book

Dr. Ignacio Supparo Teixeira

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Beschreibung

La fuerza de la libertad es una obra apasionada que defiende la doctrina liberal en el convencimiento de que transitar nuestra vida aplicando los valores y principios morales que pregona el liberalismo es el camino para convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos, con una crítica al socialismo y a las democracias actualmente existentes, como actores principales del ataque a la libertad del individuo y de la imposición de todo tipo de obstáculos que impiden su progreso y desarrollo. A través de experiencias personales, análisis históricos y filosóficos, el autor argumenta que solo la libertad individual, el respeto a la propiedad privada y un mercado libre pueden llevar al verdadero progreso y bienestar de la sociedad. Este libro es un llamado a reflexionar sobre la importancia de la libertad y a tomar acción contra los sistemas que buscan limitarla.

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Seitenzahl: 476

Veröffentlichungsjahr: 2024

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DR. IGNACIO SUPPARO TEIXEIRA

La fuerza de la libertad

Rompiendo las cadenas del socialismo

Supparo Teixeira, Ignacio La fuerza de la libertad : rompiendo las cadenas del socialismo / Ignacio Supparo Teixeira. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5437-6

1. Narrativa. I. Título. CDD 306.2

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

Agradecimientos

Prólogo

Anécdota personal

Rompiendo cadenas

PRIMERA PARTE - FILOSOFÍA DE VIDA LIBERAL

Capítulo I¿Qué es el liberalismo?

1.1. Introducción

1.2. Por qué ser liberal

1.3. Fundamentos morales del liberalismo

1.4. Pilares sobre los que se cimienta la filosofía de vida liberal

i) El primer derecho: LA VIDA

ii) La libertad individual y la Igualdad

iii) La importancia del Individuo

iv) Propiedad Privada y Prosperidad:

• ¿Mercado o Estado?

• Recursos escasos; necesidades ilimitadas

• Orden espontáneo versus orden formal planificado

• Oligopolio y libre mercado

• El mercado “somos todos”

• ¿Somos realmente propietarios?

• La propiedad “pública”

• Mercados ¿negros?

• La nobleza del dinero y la riqueza del pensamiento

• El binomio: trabajador capitalista

• La propiedad, el tiempo y la vida

1.5. Los 10 mandamientos del liberalismo económico

1. El valor es subjetivo y lo determina el consumidor según sus preferencias

2. El libre comercio beneficia a ambas partes

3. Los contratos voluntarios no son explotación

4. La inflación es un fenómeno monetario

5. Los controles de precios son peores remedios que la enfermedad

6. El gasto y los impuestos deben ser bajos. El presupuesto, equilibrado

7. El mercado produce y distribuye, no es necesaria la redistribución

8. El capitalismo es el mejor antídoto contra la pobreza

9. Las instituciones (las reglas de juego) importan

10. El bienestar individual “es amigo” del bienestar social

SEGUNDA PARTE - SOCIALISMO Y LIBERTAD

Capítulo IIFalacias socialistas

2.1. Introducción

2.2. La falacia de la gratuidad o bondad infinita

Relato Socialista

Refutación liberal

2.3. La falacia de la composición

Relato Socialista

Refutación liberal

2.4. La paradoja del control Estatal: Menos Estado, Más Libertad

Relato socialista

Refutación liberal

Reflexión final

2.5. La justicia social

Relato Socialista

Refutación liberal

2.6. La redistribución de la riqueza

Relato socialista

Refutación liberal

¿De dónde se sacan los fondos para poder redistribuir?

TERCERA PARTE - FORMAS TÍPICAS DE INTERVENCIÓN ESTATAL

Capítulo 3

3.1. Formas típicas de intervención del Estado en contra de la libertad del individuo

3.2. El dilema de la Seguridad Social

Relato socialista

Refutación liberal

3.3. La salud insalubre

Corolario: el gasto del Estado destruye la riqueza

3.4 Controles de precios: alquileres, moneda y salario mínimo

i) El control de precio de los alquileres

Relato socialista

Refutación liberal

ii) El control del sistema monetario: la emisión de moneda

iii) El control del tipo de cambio: las tasas de interés

Corolario de esta sección: el Estado empobrecedor

iv) El control del salario

3.5. El Estado empresario

3.6. La obra pública

3.7. Reflexión final

CUARTA PARTE - MITOS DE LA DEMOCRACIA

Capítulo IVLos mitos de la democracia

4.1. Las Democracias actuales: lo que nos dicen que son

4.2. Refutación liberal: lo que verdaderamente son

4.3. La democracia mediocre

4.4. El dogma democrático y sus fundamentalistas

4.5. Mito 1: La soberanía reside en el pueblo

4.6. Mito 2: El interrogante del bien común

4.7. Mito 3: El carácter sagrado de los “derechos” en democracia

4.8. Mito 4: Desmitificando la ley

El verdadero legislador

“Más y más democracia”

4.9. Mito 5: Sufragio ¿universal?

¿Cuáles son algunas de esas alternativas?

A) Gobierno por oráculo simulado – Jasón Brennan

B) Elecciones por sorteo

C) Sufragio restringido

D) Sufragio universal con veto epistocrático

4.10. Mito 6: Igualdad objetiva del voto

4.11. Mito 7: Problemática de la división de poderes

4.12. Mito 8: El enigma de la representación política

4.13. Mito 9: LA PARTIDOCRACIA: tiranía de las minorías

Elecciones: una reflexión final

4.14. Mito 10: El mercado de los votos

Ilustrémoslo con un ejemplo:

4.15. Mito 11: La cultura del privilegio

A) Privilegios destinados a los partidos políticos

B) Privilegios de los políticos

4.16. En conclusión

Epílogo

A mis hijos Juan Cruz y Emma, la causa que impulsó todo.

A mi esposa Valentina, por ese amor reflejado en paciencia

y comprensión en este camino hacia la libertad

que he decidido emprender.

Agradecimientos

A los pensadores liberales de todas las épocas quienes,

a pesar de las adversidades, no claudicaron en transmitir sus ideas.

Ignacio Supparo Teixeira nació en Salto, URUGUAY, en 1979. Desde temprana edad, mostró un interés particular por la lectura y la investigación, lo que lo llevó a perseguir una carrera afín a sus intereses. Se graduó en la carrera de Ciencias Sociales y Derecho (abogado) en el año 2005 en la Universidad de la República.

Además de su trabajo profesional, Ignacio es un apasionado de la música y el deporte. Sus experiencias personales y profesionales han influido profundamente en su obra, y esto se refleja en el análisis crítico de las cuestiones diarias, con un enfoque particular en el Estado y en el sistema político en general, como forma de tener una mejor sociedad.

Actualmente, continúa dedicándose al ejercicio de la abogacía y a consolidar su carrera como escritor.

PRÓLOGO

Cuando llega un manuscrito a mis manos, como escritora y editora tengo dos caminos: aceptar sin reservas o aceptar con muchas de ellas. Me corrijo y dejo la rectificación, por lo general, el único camino es aceptar.

Al momento que tuve el manuscrito de Ignacio, supe que tenía un texto apasionante con un fin supremo. Sin embargo, hay un delicado trance que debemos sortear: el propio juicio no debe nublar la valoración literaria.

Por suerte, existe un atajo libre de subjetividad y es que entre tanto material leído, uno puede rápidamente separar “la paja del trigo”.

En varios de los muchos encuentros que mantuvimos con Ignacio (cada uno del lado de su charco), le repetí hasta el hartazgo que la verdadera lectura debe incomodar o, por lo menos, sacudir. Desde el lugar que toque.

Como lectora beta de este libro, primero, y metidas mis manos en el proceso, después, me sucedió lo anterior mencionado y a continuación la pregunta: ¿algo tan poderoso como un pensamiento se puede moldear? Y más aún, ¿algo tan poderoso como un pensamiento instaurado se puede deconstruir?

La respuesta es sí. Siempre. Estar dispuestos a que una visión renovada nos interpele será el principio de una nueva forma de pensar, aunque luego esa nueva forma suponga un desafío intransferible hacia perspectivas adoptadas. En todo caso, ya no importará. Los cambios, muchas veces, necesitan tiempo y la palabra escrita habrá hecho lo suyo: sembrar.

Deseo (ya como anhelo personal y no como editora) que este libro sea leído por las generaciones que nos preceden y las que nos prolongan. Que sea un despertar enfático para quienes andan medio dormidos en la vida. Que ponga respuestas, incluso, a preguntas que aún no han surgido.

Que ustedes, queridos lectores, se dejen sustentar por lo que representan las bases de la filosofía liberal.

Me siento afortunada de haber acompañado al autor en este ambicioso proyecto donde con fundamento y convicción nos habla, entre otras cosas, de derechos irrenunciables del ser humano como son la vida, la libertad y la oportunidad de elección.

Desde el oficio, sabemos que el objetivo se ha cumplido cuando idea concebida y propósito alcanzado se unen de modo fascinante en la instancia de poner el punto final.

En ese momento, uno se reclina hacia atrás, sonríe de costado y piensa: “Vaya, lo ha logrado”.

Lorena Lacoste

ANÉCDOTA PERSONAL

Desde la adolescencia me llamó la atención que en las reuniones y eventos a los que concurría (traducido en asados familiares, con amigos, conocidos, charlas espontáneas, etc.) había siempre un tema recurrente que, más temprano que tarde, emergía: la crítica al Gobierno, al Estado, a los políticos, a los sindicalistas.

Estas críticas se traducían en expresiones tales como “altos impuestos, políticos inescrupulosos, demagogos y mentirosos, excesiva burocracia, la injusticia de muchas leyes, la imposibilidad de trabajar o producir por el peso de las regulaciones y los sindicatos, la dificultad para poner un negocio, los altos costos para emprender, el deterioro y mal estado de las calles y rutas, la inseguridad, la precaria salud, la pésima educación, la pobreza, la dificultad para llegar a fin de mes, entre otras tantas”.

El diagnostico era claro y a pesar de tener plenamente identificado la causa del problema, cuando a esas personas se le traslada la idea de poder desarrollar su vida prescindiendo de aquello que es causa de todas sus aflicciones, sorpresivamente ese pensamiento crítico, rebelde y disconforme, se transforma “de un plumazo” en temor e incertidumbre.

A pesar de todos los atinados y justos cuestionamientos, sus mentes no toleran la idea de un Estado ausente en sus vidas, piensan que los servicios dejarán de existir y es esa miopía los que les impide concluir que, en definitiva, un Gobierno es un mal innecesario, prescindible, que lo único que hace es brindar servicios caros y de mala calidad, siendo el único obstáculo que impide a las personas realizarse, prosperar y ser feliz.

La paradoja está en que, identificada claramente la enfermedad, síntomas y daños, cuando se brinda el remedio –en contra de toda lógica– lo rechazan. Desean seguir padeciendo los síntomas y regresan entonces a esa condición de sacrificio continuo y permanente, limitándose a ser un hombre/masa, un mero público, dedicado a exponer en cada oportunidad su desagrado con el sistema político pero sin hacer nada para iniciar el cambio, apartando de su mente la única solución posible. Su crítica se traduce entonces en algo inerte, inocuo, vacío de contenido; reflejando individuos que hasta su muerte vivirán en un círculo emocional de insatisfacción y resignación frente a los atropellos del Estado, rechazando el único remedio que puede curar su malestar, quedándose en la tribuna, siempre lejos de la acción.

Esta actitud tolerante y conformista se refleja siempre en la misma pregunta:“¿Y yo qué puedo hacer?”...No hay nada que pueda hacer”, concluyen con premura.

¡Despierta, hombre!

¡No te desanimes y pon el carro a andar!

No se necesita incursionar en la política y mucho menos formar un partido político para luchar por lo que uno cree, para provocar ese cambio cultural e intentar transformar nuestra realidad. Impartir nuestras ideas. Dejar un legado. No son los representantes del gobierno quienes tienen el monopolio de nuestra voluntad y tesón, pues condenados estaríamos si así fuera.

Cada persona puede hacer mucho y solo basta tomarse el tiempo necesario para descifrar cómo; aun no has tenido la valentía para descubrir de qué manera puedes hacer un aporte genuino y desinteresado a la sociedad. Estas a tiempo.

Has optado por la respuesta rápida, fácil y cómoda y te has convencido a ti mismo de que las cartas están echadas, de que las reglas son estáticas y te has abatido ante una realidad que sabes injusta. Y siendo sinceros, ambos sabemos que no te has tomado el tiempo suficiente para pensar con detenimiento, claridad y profundidad cuáles son tus posibilidades, tus herramientas, tus virtudes, tu potencial para dar ese primer paso y comenzar la transformación. Y te puedo asegurar que los caminos son muchos y variados.

No claudiques frente a una existencia que no mereces. Tus hijos, tu familia, tus amigos piden –y necesitan– que no te resignes, que hagas el esfuerzo, que des la pelea pues ellos requieren de tu valentía y de tu coraje para dar ese mensaje tan necesario.

Es nuestra obligación como ciudadanos dejar algo en este mundo que valga la pena y, en ese sentido, tenemos la responsabilidad para con nuestra descendencia y las futuras generaciones de entregar un escenario más promisorio o cuanto menos intentarlo, aunque naufraguemos en el viaje.

Confieso que repetidas veces me hice esa misma pregunta que se hacen muchos: ¿yo qué puedo hacer?… y por muchos años no encontré la respuesta. Por décadas, esa impostergable y necesaria respuesta me era esquiva pero, a diferencia de la mayoría, nunca cese en la búsqueda. No me resigne y fue precisamente en esa búsqueda incansable que por fin todo se hizo claro y, por fin, di con la respuesta.

El primer paso estuvo signado por ese pensamiento crítico, esa curiosidad, guiada por la lógica y el sentido común, que me llevo a descubrir la filosofía liberal y al estudio de autores liberales de primerísimo nivel, de la talla de John Locke, Frédéric Bastiat, Herbert Spencer, Ludwing Von Mises, Murray Rothbard, Frederick Hayek, Milton Friedman, Ayn Rand, Thomas Sowell, Hernan Hoppe, Axel Kaiser, Martin Krause, Alberto Benegas Lynch, Henry Hazzlit, Robert Nozick, Morris y Linda Tannehill, Jesús Huerta de Soto, entre muchos otros. La lógica indestructible de sus plumas me dejó perplejo y maravillado, una lógica no enseñada en nuestras aulas, y allí me di cuenta de que iba en la dirección correcta. Y ese fue el punto de partida.

El siguiente envión fue tener el absoluto convencimiento de que el único camino que tiene el hombre para ser honrado, íntegro, alcanzar una auténtica prosperidad y una felicidad plena es llevando a la práctica los valores y principios liberales, que se traduce en una “filosofía de vida liberal” que soporta sus bases en los valores cristianos.

El tercero fue dar el mensaje, compartir esta filosofía –que tengo la certeza mejora todos los aspectos del individuo y por consiguiente de la sociedad en general– con mis amigos, familiares, conocidos, en cada oportunidad que se presentó, con la ilusión de sembrar una pequeña semilla que de a poco fuera germinando ese despertar mental liberal, que provocara ese desapego a la creencia de que los individuos somos tan incapaces, tan mediocres, que no podemos vivir sin un Estado que nos dirija todos los aspectos de nuestra vida.

Reconozco que no es un ejercicio intelectual fácil puesto que toda la vida nos han adoctrinado bajo el ala de un Estado paternalista, siempre presente, aún con todas sus falencias. Sé que nos cuesta enormemente pensar nuestra supervivencia en libertad, al margen de un planificador central que, con todo tipo de leyes y regulaciones, nos dirige la vida y nos enseña el camino de cómo debemos conducir nuestros negocios y nuestras ocupaciones. Esa sensación de seguridad nos resulta cómoda y es más fuerte que la libertad. Aceptamos la ilusión de la seguridad que nos brindan las normas a pesar de que estén en contra de nuestros intereses.

Y todo esto es lógico si tomamos nota que por siglos nos han adoctrinado en la esencialidad estatal y en que es normal vivir una vida intervenida. Y lo aceptamos sin chistar.

La tarea no es sencilla, lo reconozco, pero solo requiere que des ese primer paso pues una vez pongas el motor en marcha será un viaje sin retorno: abandonarás el pensamiento colectivo que ve al hombre como un incompetente que no puede sobrevivir sin el Estado, y lo asfixia… y centraras tu atención en la importancia y potencialidad de vivir una vida en libertad.

Te iluminará saber que cuanto menos Estado, mayor bienestar, y de seguro te indignará descubrir el engaño al que te sometieron todos estos años, a través de relatos artificiales y falsas creencias convenientes a los intereses de quienes ejercen el poder.

Al final del libro espero comprendas que es perfectamente posible vivir sin intermediarios y te aseguro que luego de echar a andar, ya no hay vuelta atrás.

Habrás cambiado para siempre.

Debes saber que, al contrario de lo que muchos creen, el gobierno no es el que impide que los seres humanos retornen a la jungla, más bien, es el que detiene tu avance hacia las estrellas.

Este libro es mi humilde aporte a la cuestión primigenia del… ¿y yo qué puedo hacer?

Verdades incómodas versus Mentiras Reconfortantes

En el trajinar de mi vida emergió otra pregunta: ¿Por qué la sociedad prefiere escuchar mentiras reconfortantes que verdades incómodas?

La respuesta está en la seguridad y en la libertad.

Las mentiras reconfortantes le brindan al ser humano seguridad, confort psicológico y la evitación de malestar emocional. Se trata de relatos que refuerzan sus dogmas existentes, proporcionan consuelo y minimizan las preocupaciones, dando una sensación de una (falsa) paz y tranquilidad. Prefieren estar en sintonía con las opiniones dominantes de su entorno para evitar conflictos o sentirse alienadas. La inclinación hacia las mentiras reconfortantes es una estrategia psicológica para mitigar el agobio y mantener una sensación de amparo y pertenencia en la sociedad.

En cambio, las verdades incómodas implican tener que recorrer nuestro propio camino, enfrentándonos a realidades difíciles o desafiantes, y eso indudablemente genera ansiedad, miedo o desequilibrio personal.

Asimilo las mentiras reconfortantes con el confort, la rutina y la mediocridad, y a las verdades incómodas a la libertad, el vértigo, el riesgo, a hacernos cargos de nuestro propio destino y de nuestras decisiones, en esa búsqueda implacable para encontrar la mejor versión de uno mismo.

La libertad está muy lejos de brindar seguridad y el hombre ama tener bien atadas todas sus cosas, y en esa búsqueda de estabilidad recorre el camino fácil, el del cobarde, pidiendo al Estado que le provea lo que el mismo debe proveerse, y entonces está dispuesto a condenarse a la seguridad aun cuando eso implique un castigo inmenso en su libertad.

El presente libro invita a salir de la zona de confort y a vivir la vida en libertad, en el convencimiento de que nunca debemos abandonar nuestras libertades a cambio de seguridad pues uno siempre está menos seguro sin sus libertades.

Pretende inducir a la reflexión y a generar en el lector ese pensamiento crítico, inquieto, tan necesario para ser conscientes de los engaños y mentiras a las que hemos estado sometidos. Les ofrezco una mirada distinta de muchos temas que desde siempre hemos aceptado como verdades reveladas, indiscutibles.

En fin, los invito a iniciar juntos este maravilloso camino de despertar intelectual, en libertad.

Este es el primer paso del recorrido...

ROMPIENDO CADENAS

En el curso de la historia humana, pocas ideas han sido tan poderosas y transformadoras como la libertad. Desde los albores de la civilización, la lucha por la libertad ha sido una constante en el desarrollo de las sociedades, inspirando movimientos, revoluciones y cambios profundos en el orden social y político.

Este libro ofrece una visión crítica de por qué la libertad es un componente esencial para el progreso humano y cómo puede prevalecer sobre los intentos de imposición de sistemas que una y otra vez atentan contra la libertad del individuo.

El acero y las cadenas de los grilletes han mutado, convirtiéndose en una brutal, inmensa y sofisticada maquinaria burocrática regulatoria, que alimentada de leyes, decretos, reglamentos, ordenanzas, resoluciones, esclavizan al ser humano. Cadenas invisibles, ignoradas, que nuestra mente decide no ver, pero que están presentes en nuestro diario vivir. Y es precisamente su invisibilidad su mayor arma pues logran socavar la libertad sin que nadie lo perciba, en forma paulatina y progresiva, ocasionando los mismos daños –incluso peores– que los grilletes en manos y tobillos de los esclavos de antaño.

La libertad no es simplemente una aspiración abstracta; es una fuerza viva que impulsa la innovación, fomenta la creatividad y permite el florecimiento del potencial humano. Al romper las cadenas del socialismo afirmamos nuestro derecho fundamental a elegir, a crear y a vivir nuestras vidas según nuestros propios términos.

Espero que este libro inspire a sus lectores a reflexionar sobre el valor inestimable de la libertad y a participar activamente en la defensa de este principio esencial, en el convencimiento irreductible que la fuerza de la libertad es imbatible y que es posible romper las cadenas que intentan limitar nuestro potencial.

PRIMERA PARTE

FILOSOFÍA DE VIDA LIBERAL

Principios, postulados y pilares

Capítulo I¿Qué es el liberalismo?

El liberalismo es una concepción filosófica moral y espiritual del individuo en cuanto a su naturaleza autoevidente y derechos derivados de ella…

Tu Vida, tu Libertad y tu Propiedad.

“Liberalismo es aquella política que concibe al hombre como fin. Se opone al socialismo, el cual concibe al hombre como un medio para alcanzar fines queridos por alguien que está por encima del hombre mismo, ya se trate de la sociedad, el Estado, el gobierno, el jefe”

Luigi Einaudi

1.1. Introducción

A poco que uno se adentra en el estudio de la filosofía liberal es inevitable sentir una sensación de emoción frente a postulados tan claros, tan lógicos y tan positivos para el ser humano. Es una forma de pensar la vida y posicionarse en el mundo de una determinada y particular manera. Es una raíz existencial de la que nutrirse, en un camino que se cimenta en principios morales sólidos y valores éticos incólumes, en procura de lograr una sociedad de individuos libres y responsables.

La historia del liberalismo es gloriosa pues es la historia de amor a la humanidad, resistiendo a los regímenes opresores, a la esclavitud, al colectivismo totalitario y a las monarquías despóticas. Los portadores de sus ideales han sido perseguidos, censurados, torturados, incluso asesinados. La historia liberal merece el mayor de los respetos hacia aquellos valientes y audaces hombres y mujeres que en momentos históricos muy pero muy difíciles dieron su vida por dejar plasmadas sus ideas, levantando la bandera de la libertad, en el convencimiento de que es bajo estos únicos preceptos que el ser humano puede prosperar, ser feliz y vivir mejor.

Una doctrina que está presente desde hace cientos de años, con una literatura exquisita y de primer nivel, que lamentablemente –y por obvias razones– no es enseñada en las aulas. Su origen político se remonta a la Inglaterra del siglo XVII, destacándose como precursores de esta filosofía política a John Locke, Frédéric Bastiat, Adam Smith, David Hume, John Stuart Mill, entre muchos otros, mientras que su génesis económica la encontramos en la escolástica española del siglo XVI con Juan de Mariana, entre otros.

Su momento de máxima expresión se da con la Revolución Gloriosa en 1688, la Revolución Francesa en 1789, la Revolución Norteamericana en 1776 y los procesos independentistas en América Latina a partir de 1810.

En el siglo XX se presenta como una doctrina contraria al fascismo y al comunismo, y en la actualidad contra el Socialismo, el Estado de Bienestar o Social Demócrata y contra los grupos colectivistas que impulsan el Feminismo Radical, LGBTQ+, la Ideología de Género, el Indigenismo y el Ambientalismo.

A mi criterio fue el argentino Alberto Benegas Lynch (h) quien dio la definición más atinada del liberalismo, expresando que «es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, cuyas instituciones fundamentales son la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social».

El concepto condensa en pocas palabras los postulados de la doctrina liberal, en el convencimiento de que en tanto y en cuanto la puesta en práctica del proyecto de vida del prójimo no lesione un derecho ajeno ni ocasione daño a terceros, debo dejar actuar. En todo caso podré no compartirlo e intentar persuadir de que ese no es el camino, aunque no recurrir a la fuerza para frustrar los planes del otro.

El liberalismo descansa en tres principios fundamentales:

i) el principio de no agresión que rige las relaciones interpersonales;

ii) la aceptación de la naturaleza coactiva del Estado;

iii) el escepticismo hacia la autoridad política.

Este último punto centra su atención en que el Estado no tiene autoridad para hacer lo que estaría mal que hiciera cualquier ciudadano u organización privada y así como no tiene dinero propio, tampoco tiene poder propio.

La filosofía liberal se sustenta en la defensa y protección de la vida, la libertad y la propiedad, el resto es materia de acuerdos entre partes. Rechaza la agresión injustificada, utilizando la fuerza solo de manera defensiva, es decir, en forma reaccionaria a una agresión anterior. Es por este motivo que pretende la limitación del poder del Estado, por cuanto éste únicamente se vincula a través de la violencia y la coacción, agrediendo la autonomía y libertad del individuo por diversos medios.

1.2. Por qué ser liberal

“Libertarismo significa que usted es socialmente tolerante, no molesta a nadie y cree que el gobierno debe mantenerse al margen de su vida”.

Clint Eastwood

En casi todos los aspectos de nuestra vida actuamos como liberal. Usted vive bajo principios morales y códigos éticos que le dicen que no debe golpear a otro sin ningún motivo, que no debe robar a los demás ni secuestrar ni estafar a las personas, que debe trabajar o emprender para ganarse su propio sustento. Usted vive como un liberal respetando la vida de los demás, su integridad física, su propiedad y su libertad. Usted es una persona civilizada y no necesita de ninguna ley que le diga que debe comportarse de esa manera.

Ser liberal es creer en el ya referido principio de no agresión pero también en el principio de voluntariedad, de ese hacer voluntario y espontaneo, en oposición a la fuerza o la coacción.

Es comprender que el Gobierno es la mayor fuerza coactiva de una sociedad (su nombre es sugestivo, del verbo griego “Kubernáo”: dirigir y gobernar a otros) y entonces, en la confianza y creencia de que los vínculos entre las personas deben ser espontáneos, libres, voluntarios y mutuamente beneficiosos, el Estado debe ser limitado, de forma de evitar que su coacción se expanda y no se multiplique ese vínculo ineludible de violencia, donde unos ganan a costa de la pérdida de otros. El liberal quiere que proliferen los vínculos win–win, de mutuo intercambio, y quiere minimizar el vínculo del garrote legal bajo la amenaza de sanción.

Rechaza el Estado Benefactor porque tiene una confianza ciega en el individuo y comprende que el Gobierno está formado por personas iguales a nosotros, de carne y hueso, con sus defectos y virtudes, y que por eso no tienen la capacidad de saber lo que es el bien común, el interés general o el interés público para una sociedad en general. Haciendo un paralelismo con la economía, así como la planificación central en el socialismo es imposible por cuanto no puede manejar al instante toda la información que surge del mercado; con el bien común sucede lo mismo, siendo imposible que una sola persona pueda conocerlo, careciendo de la información y capacidad necesaria para conocer qué es el bien común para cada uno de los ciudadanos que habitan un país. El liberal sabe que detrás del bien común, el único interés que prevalece y el que dirige nuestras vidas y la del político es el interés personal, el propio, basado en nuestras preferencias personales.

Ser liberal es creer que no existe una raza especial de personas con facultades sobrehumanas, inteligencia, poderes y sabiduría que se ubiquen por encima de los demás, y si una persona se arroga la sapiencia del bien común o la sabiduría del interés general se estaría ubicando en ese lugar superior. Los liberales sabemos que eso es imposible, por la sencilla razón de que ellos son como nosotros. Y nosotros, aun siendo más capaces que ellos, no podemos nunca saber en qué consiste eso del bien común.

El liberal es escéptico de la autoridad política y de su legitimidad para ejercer el poder porque el uso de la fuerza es ejercido por las mismas personas de carne y hueso, que muchas veces tienen más defectos que virtudes. Entonces el liberal se pregunta: ¿por qué debemos someternos a ese uso de la fuerza por parte de estas personas? Si no tienes esa facultad para ejercerla con otro, si uno mismo no puede quitar por la fuerza parte de los ingresos a otro, tampoco puede decirle lo que debe fumar o comer, o por qué no se puede drogar, etc. ¿Por qué se justifica que otros si puedan hacerlo? ¿Cuál es el argumento que avala tal proceder?

Ser liberal es no violentar los derechos de los demás, es guiarse por lazos de intercambio, no coactivos, que es lo opuesto a la forma en que se conduce el Estado, y es precisamente por eso que el liberal sabe que los derechos individuales estarán a salvo solo si el poder tiene límites.

Es defender la libertad propia y la de terceros, y por sobre todo es comprender cómo se crea la riqueza, que no es a través de un político que da órdenes desde una oficina sino gracias a personas libres que trabajan, emprenden, innovan, ahorran, invierten, compran y venden, en respeto de la propiedad privada.

Es creer en un Estado de Derecho que aplica el principio de igualdad ante la ley, donde imperan normas que se aplican a todos por igual, donde juegan las mismas reglas de juego para todos, donde no existen los privilegios y en donde las leyes no se pervierten, adaptándose a los intereses de unos pocos.

Ser libres para buscar nuestra propia felicidad, sin necesitar permiso de nadie para ser, actuar ni vivir, y trabajar en pos de eso.

Entonces, la pregunta no sería ¿por qué ser liberal? sino¿por qué no?

1.3. Fundamentos morales del liberalismo

“La libertad no es solo un valor particular… es la fuente y condición de la mayoría de los valores morales. Lo que una sociedad libre le ofrece al individuo es mucho más de lo que podría hacer si solo este fuese libre”.

Friedrich Hayek

“Libertad no solo significa que el individuo tiene la oportunidad y la responsabilidad de elegir; también significa que debe enfrentar las consecuencias… la libertad y la responsabilidad son inseparables”.

Friedrich Hayek

Suele asociarse el término liberal o liberalismo estrictamente con lo económico y es lógico que ello suceda por cuanto sus máximos exponentes suelen ser economistas de fuste, de la talla de Menger, Bon Bahwek, Von Mises, Hayek, Friedman, Rothbard, Buchanan, entre tantos otros, y es cierto que el estudio de la economía cumple un rol vital dado que, la Escuela de Salamanca primero y la Escuela Austríaca y la Escuela de Chicago después, fueron las que rebatieron con absoluta contundencia todos los postulados Comunistas y Socialistas, absolutamente todos.

A pesar de ello, la filosofía liberal se nos presenta como una lógica de vida en la que descubrimos un catálogo de principios morales que repercuten en el individuo, transformándolo en un ser íntegro y con valores sólidos como una roca.

En la ética liberal el patrón valor es la vida humana, y la vida, el propósito ético de cada individuo. La conservación de la vida y la búsqueda de la felicidad no son dos cuestiones separadas. Considerar a la propia vida como el valor supremo y a la propia felicidad como el propósito personal más elevado son dos aspectos de la misma realización.

Es una concepción ética que se sustenta en el respeto de los derechos inalienables y naturales de la persona; derechos que preceden al Estado, cuya única misión es reconocerlos, defenderlos y respetarlos. El único propósito correcto, moral, de un gobierno es la protección de los derechos del hombre, y esto significa protegerlo de la violencia física, proteger su derecho a su vida, su libertad, su propiedad privada y a la prosecución de su felicidad.

En la concepción liberal, el Estado se presenta como un colectivo que es contrario a los intereses de los individuos, que lo agrede, razón por la cual propone una mínima expresión del mismo, abocado únicamente a la defensa de los derechos naturales (minarquía), incluso algunos autores liberales han abogado por su desaparición (autogobierno).

En palabras de Ayn Rand: “El principio de intercambio comercial es el único principio ético racional para todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales. Es el principio de justicia”, y el Estado no lo respeta.

Se trata de una doctrina que encuentra puntos en común con los valores cristianos (amor, amistad, respeto, admiración), sentando sus bases en el fomento de la familia, la cooperación social y la división de trabajo, entendiendo que es en este ámbito familiar y de vínculos sociales constantes que la persona prospera y se desarrolla, en búsqueda de su felicidad.

El principio de no agresión es un precepto vital en la filosofía liberal, que se traduce en el respeto a la vida y al derecho a vivir de todo ser humano, desde el momento mismo de la concepción. Este noble principio implica que no existe derecho a iniciar el uso de la fuerza física contra otro, salvo en represalia cuando se los ataca, y únicamente contra aquellos que inician su uso, y se cumplirá plenamente cuando el Estado se organice solamente en defensa del derecho individual de la legitima defensa.

Robert Nozick nos brinda un ejemplo de principio de no agresión bien entendido haciendo un paralelismo con las relaciones entre las naciones: “Frecuentemente se sostiene que el principio de no agresión es un principio apropiado para gobernar las relaciones entre las naciones. ¿Qué diferencia se supone que hay entre individuos soberanos y naciones soberanas, que hace que la agresión sea permisible entre individuos? ¿Por qué pueden los individuos conjuntamente, a través de sus gobiernos, hacer a algunos lo que ninguna nación puede hacer a otra?”.

La doctrina liberal fomenta el progreso del individuo a través de su propia capacidad intelectual, de su esfuerzo, mérito y tesón, y de esa inquietud que reposa en cada ser humano para innovar y crear, en procura de ofrecer un producto o servicio en el mercado que le provea ganancias y que satisfaga al prójimo y mejore su calidad de vida. Por esta razón no comulga con la igualdad de resultados ni de oportunidades y rechaza la dádiva estatal.

Cree firmemente en la propiedad privada como base de la civilización y motor del progreso económico, siempre que en su ejercicio no se agreda injustamente a un tercero. El individuo tiene derecho a conservar su propiedad –el fruto de su trabajo– sin restricciones ni limitaciones y es el Estado el que agrede la propiedad cuando impone medidas coercitivas al individuo, constriñéndolo a pagar impuestos. Coaccionar a alguien a realizar una conducta no querida es inmoral en virtud de que en sociedad los acuerdos deben ser voluntarios, mutuamente consentidos y no impuestos por una autoridad superior.

Defiende el derecho de la persona a quedarse con el fruto de su trabajo así como su libertad de administrarlos y darle el destino que desee. Es inconcebible para el liberal esa falsa dicotomía de que el ciudadano es bueno e inteligente para elegir a los gobernantes y completamente inepto para manejar su vida y administrar su propio dinero.

Apuesta a un mercado libre que se auto regula sin intervenciones ni distorsiones externas, que se desarrolla como un verdadero orden natural y espontáneo, en el que millones de individuos interactúan y cooperan entre sí.

Mientras el vínculo del sujeto con el Estado es un juego de suma cero en el que se quita a unos para dar a otros (la ganancia de estos es la pérdida de aquellos), el beneficio en el mercado siempre es convenido y mutuo puesto a que, de lo contrario, el intercambio no se celebra. No hay pérdida para nadie.

El relato socialista vende la idea de que el mercado es el origen de todos los males y, sin embargo, eso que tanto critican se compone de todo ese pueblo que dicen defender, incluso por ellos mismos. O acaso los que pregonan el socialismo y condenan al mercado viven como ermitaños, alejados de toda vida social, sin comerciar, sin vender, sin comprar, sin celebrar contratos, sin usar u ofrecer servicios o productos, etc. Incurren en el contrasentido de criticar al mercado pero sin embargo sus salarios públicos provienen de él. Su máxima contradicción es “morder la mano que les da de comer”, ignorando que el mercado nos comprende a todos y se compone de esas incontables personas que día a día interactúan, intercambian, cooperan, desde que se levantan hasta que se acuestan.

Esas infinitas transacciones que ocurren diariamente no están dirigidas por unos pocos malhechores, egoístas y oscuros, en contra de la sociedad, todo lo contrario, somos todos nosotros comerciando espontáneamente, en forma permanente y en beneficio mutuo; esa mirada errónea del mercado se ajusta más a la definición de Gobierno, donde efectivamente encontramos a unos pocos hombres (políticos y burócratas) interviniendo el mercado y dirigiendo coercitivamente la vida de muchos otros.

El liberalismo no es atomismo social ni está integrado por individuos solos, aislados y vacíos de toda humanidad. Es justamente todo lo opuesto pues se trata de una doctrina que se centra en la familia como primer ámbito social de la persona y apuesta a las asociaciones y organizaciones voluntarias y libres que emergen en una sociedad. Fomenta esas instituciones comunitarias que, de manera natural y espontánea, emergen como resultado de la convivencia y del altruismo (iglesias, mutualidades, ONG, fundaciones, juntas vecinales, cajas de auxilios, economatos, etc.) pero reniega de la solidaridad forzada implementada por el Estado, rechazando por inmoral la implementación de una “justicia social” que es impuesta a punta de pistola.

Vale la pena recalcar: liberalismo es igual a todo tipo de asociación libre y voluntaria, que nace de la espontaneidad, sin coacción.

En fin, desde el momento en que se trata de una doctrina que confía y apuesta al individuo –que tiene en sus manos la responsabilidad de desarrollarse por sus propios medios a través de la cooperación y la paz social– se trata de una filosofía sanadora.

1.4. Pilares sobre los que se cimienta la filosofía de vida liberal

“La vida y la libertad van juntas; cuando pierdes una, pierdes la otra”.

Mahatma Gandhi

La filosofía de vida liberal se basa en varios pilares fundamentales que reflejan la importancia de la libertad individual, la responsabilidad personal y el respeto por los derechos de los demás.

Estos son algunos de los pilares más importantes:

i) El primer derecho: LA VIDA

“La vida es la más noble posesión del hombre”.

J. J. Rousseau

La vida es un derecho humano esencial consagrado en documentos fundamentales internacionales y nacionales de diversos países del mundo.

El primero de todos los derechos, que viabiliza el goce de todos los demás derechos, que es inviolable y no admite excepción alguna, es decir, se tutela tanto en el ámbito privado como en el público a fin de cubrir la dimensión personal.

En términos biológicos, la ciencia ha demostrado que el comienzo de la vida humana se establece con la concepción, o sea, con la fecundación del óvulo y el espermatozoide para formar un cigoto. Este evento desencadenará el desarrollo embrionario que llevará eventualmente al nacimiento. A partir de ese momento se establece la combinación completa del material genético de ambos progenitores y marca el inicio de un nuevo organismo con su propia y única identidad genética.

El ser humano en gestación es persona en simbiosis transitoria y no deja de serlo por depender provisionalmente del organismo materno. Pensar lo contrario y decidir quién y cuándo se es humano, resulta verdaderamente grave. Lo peor que podría sucederle a una comunidad es que la decisión de la existencia humana se delegue a aquellas personas a quienes se le dio la oportunidad de nacer.

En ese sentido es necesario entender que un sujeto de derecho no se constituye por ser deseable o no para alguien. Eso es desviar el foco de lo verdaderamente importante. Nadie puede constituirse en creador de esta cláusula porque hacerlo atenta contra la esencia misma de los derechos humanos básicos, y el derecho a decidir esta en una escala muy inferior respecto al derecho a vivir.

El derecho a la vida no es relativo, es absoluto e inalienable y agredirlo no depende del ánimo, de las circunstancias o del humor de quien lo ataca. La vida constituye un objetivo y un fin en sí misma, independiente de la estimación subjetiva de los demás, y la única obligación del Estado, su rol más importante y el que justifica su existencia es precisamente garantizar y defender la vida, y ni siquiera eso hace bien. Su obligación moral es proteger la vida, no garantizar un aborto seguro. Y la vida se protege desde la concepción por ser un hecho irrefutable desde la ciencia, la biología, la genética, la embriología y el sentido común.

En la actualidad vivimos el ataque alevoso y directo a la vida que es consecuencia de las revoluciones feministas radicales, los colectivos LGBT+, los grupos políticos, asociaciones, conferencias y fundaciones nacionales e internacionales que imponen todo tipo de medidas para el control de la natalidad, que han buscado por todos los medios –incluido el jurídico– aniquilar los principios rectores de nuestra cultura occidental en torno de las instituciones del matrimonio, la maternidad y la familia.

De seguir por este derrotero, Agenda 2030 de la ONU mediante, lamentablemente no se avizora un futuro promisorio para las futuras generaciones. A pesar de ello, no es hora de bajar los brazos sino de poner en alto los valores y principios éticos y morales incólumes que una sociedad jamás puede perder.

En lo personal, considero que nada bueno puede germinar de la descomposición social que se produce cuando las personas rehúyen las estimaciones acerca de los principios éticos. En lo que concierne a la vida, la concibo no solo un derecho, sino también un valor que debe transmitirse de generación en generación.

Por eso, para ese lector curioso e inquieto que desee profundizar en el estudio de este derecho vital, y analizar como el Estado interviene y ataca la vida sobre la base de relatos socialistas, lo invito a leer el segundo tomo de este libro titulado CULTURA DE LA VIDA: Contra el aborto, la eutanasia y el género, donde desarrollo una defensa profunda de la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte que es alentada por colectivos abortistas, eugenésicos, eutanásicos y de género; cultura que es impuesta a la fuerza a través de la ley por los representantes políticos de turno.

ii) La libertad individual y la Igualdad

“La libertad es preferir los riesgos de la autonomía a la seguridad de la servidumbre”.

Antonio Escohotado

“Hay una gran diferencia entre tratar a los hombres con igualdad e intentar hacerlos iguales”.

Friedrich Hayek

¿Cómo se puede vivir la vida sin libertad?

Una vez que permitimos al hombre nacer y le respetamos su vida, desea disfrutarla a pleno y solamente en un ambiente inundado de libertad la persona tendrá más posibilidades de concretar su felicidad y esos objetivos que con tanta ansia desea conquistar.

La clave de este derecho está en el axioma básico del liberalismo que es el “principio de no agresión”, del que ya hablamos, en el marco de una libertad que se condensa en el derecho de no ser interferido cuyo correlativo es el deber de no interferir a otros.

Ahora bien, no se puede disociar la libertad personal de la responsabilidad individual, pues ambas cosas van de la mano. El individuo tiene libertad en sus acciones, responsabilidad de sus actos y la obligación de reparar el daño en caso de que actúe irresponsablemente.

El liberalismo reconoce a cada persona la mayor esfera de libertad posible, siendo igual a la mayor esfera de libertad del resto de los individuos: cada cual carga con el deber de respetar la libertad ajena a cambio del simétrico derecho sobre los demás de que su propia esfera de libertad sea respetada. “Vive y deja vivir”.

John Rawls, en su defensa del principio de libertad, y aun desde posiciones no enteramente liberales, llegó a la misma máxima: “Cada persona ha de tener un igual derecho al esquema más extenso de libertades básicas que sea compatible con un esquema semejante de libertades para los demás”. 1

Con lo cual, la libertad no implica la ausencia de cualquier impedimento, libertinaje o hacer lo que a uno le plazca sino que es ausenciade coacción arbitraria de un tercero. Esta libertad asociada a la no interferencia o a la ausencia de restricciones externas, es lo que el filósofo Isaiah Berlin denominó libertad negativa.2 “Yo no soy libre – dice Berlin - en la medida en que otros me impiden hacer lo que yo podría hacer si no me lo impidieran”.

La libertad implica límites respecto a la conducta de otros y como dice el refrán “soy libre hasta que comienza la libertad de los demás” y en ese sentido no se ejerce la libertad agrediendo la libertad de otros, y cuando se pone en riesgo la libertad negativa aflora la legítima defensa como protección de esa libertad ante un ataque injustificado que pretenda coartarla, impidiendo que la persona persiga sus propios fines.

Los socialistas consideran que la libertad negativa no es suficiente y que se debe complementar con lo que Berlin denomina libertad positiva.

Esta libertad está asociada a una libertad “para algo”, para poder concretar positivamente una forma prescrita de vida, de alcanzar el potencial que deseo. Se trata de una libertad que está asociada a la concreción efectiva de los fines, de los propios objetivos y aspiraciones, y en ese marco todo lo que impida a la persona conseguirlo es un impedimento a la libertad.

Vale aclarar que el término “positiva” no es sinónimo de buena o beneficiosa, sino en el sentido de que la persona solo es libre cuando puede positivamente conseguir sus objetivos, obtener lo que se propone. En este tipo de libertad ya no se trata de tu derecho a buscar la felicidad sin interferencia de nadie sino que es el derecho a ser efectivamente feliz y en ese marco todo lo que impida conseguirlo es un ataque a la libertad. En concreto, si una persona no puede acceder a la universidad o a una salud privada por carecer de recursos económicos eso es una afrenta a su libertad; al no poder conseguir positivamente esos anhelos personales, se concluye que no tiene libertad.

Claro está, si la libertad positiva se asocia a la concreción de fines, alguien debe asegurarle que esos fines sean concretados, sin los cuales todo plan devendría ilusorio.

Entonces: ¿de qué forma se le puede asegurar a la persona conseguir positivamente sus objetivos?

Aparece aquí la figura del Estado como proveedor de la libertad positiva y la forma de hacerlo es a través de los llamados “derechos sociales” o, en términos de Rawls, de la “distribución de bienes primarios”. Así las cosas, el Estado intercede y otorga educación y salud gratuita, como forma de que el individuo pueda cumplir con su concepto de libertad.

El problema de la libertad positiva es que no puede otorgarse sin agredir la libertad de otros, por cuanto son esos otros los que deben pagar esa libertad. El Estado restringe la libertad de unos para que otros concreten sus objetivos, quitando por la fuerza parte del dinero a un sector de la sociedad, para que otros se eduquen “gratuitamente” y concreten su libertad positiva. En la búsqueda de esta libertad se agreden patrimonios ajenos, se violenta la libertad negativa de otros y se transforma en una libertad subsidiada y financiada.

Fiel a la tradición liberal clásica, Berlín defiende el concepto negativo de la libertad, ya que ve en la positiva un camino inexorable hacia el surgimiento de sistemas totalitarios.

Ambas libertades son incompatibles.

Entonces:¿cuál es la auténtica libertad?

El liberalismo clásico defiende un concepto negativo de la libertad, que consiste en la ausencia de obstáculos, restricciones o interferencias externas en el ámbito de acción individual. Por muy deseable que sea que todos cuenten con oportunidades y medios para alcanzar los objetivos que se proponen en la vida, es evidente que no es lo mismo decir que una persona tiene derecho a perseguir su felicidad, a decir que se tiene un derecho a ser feliz efectivamente. En el primer caso el concepto se ajusta perfecto a libertad puesto que la persona tiene todo el derecho a tener el camino despejado para perseguir sus propósitos y luchar por ellos; el segundo no comulga con el concepto genuino de libertad puesto a que asociar libertad con derechos efectivos, que además deben ser garantizados y concretados por el Estado significa que serán otros los que deban cumplir el anhelo de libertad, y a esos otros se les violenta su propia libertad (negativa).

En definitiva, la libertad positiva termina siendo un instrumento político para acumular y mantenerse en el poder, ganar elecciones y hacer demagogia izando la bandera de la libertad.

La libertad entendida como poder lograr lo que te propones es una falsa libertad.

Se tiende a asociar a la libertad positiva con la carencia de bienes materiales pero esta carencia nada tiene que ver con la libertad pues una persona es libre en la riqueza pero necesita serlo aún más en la pobreza. La libertad no depende de las condiciones económicas del individuo; Robinson Crusoe, aunque tenía otras preocupaciones de índole económicas, era más libre en su isla que mucha gente adinerada apostada en el palacio del Rey y al servicio de este.

El Estado será un protector de la libertad en la medida que nos proteja de la agresión de otros (de la delincuencia o de una potencia extranjera) pero si el Estado se excede en su rol se convierte en agresor de nuestra libertad mediante la imposición de regulaciones, impuestos y otro tipo de políticas que pretenden cumplir el deseo de libertad positiva de algunos, en desmedro de la libertad negativa de la mayoría, siendo un obstáculo para el progreso de una sociedad.

La libertad es una necesidad esencial de cada ser humano, inseparable de su naturaleza, por eso, cualquier regulación impuesta arbitrariamente desde una autoridad central, no es más que una sanción a la capacidad del hombre por ser productivo, a su mente creadora por moldear la realidad en beneficio de la vida humana, lo que resulta inexorablemente inmoral.

Por tanto, mientras no se cause daño a un tercero, el liberalismo aboga por la libertad en todas sus formas: de decisión, de comercio, de expresión, de asociación, de consumo, ambulatoria, entre otras. De este modo, mientras menor sea el ámbito de actividad estatal, mayor será el de la libertad pues, tal como sostiene Hannah Arendt, “la política y la libertad solo son compatibles en cuanto la primera garantiza a la segunda que no interferirá en su ámbito de acción”3.

Despejado el concepto de libertad a la que se afilia el liberalismo clásico, cabe preguntarse:

¿Cómo se conjuga la libertad con la igualdad?¿Se complementan o se contradicen?

Básicamente hay dos miradas en relación a la igualdad: la de resultados y la de oportunidades.

Analicemos si las mismas se adaptan al concepto de la libertad que hemos referido y, en todo caso, veamos si existe una tercera alternativa.

La igualdad de resultados es una completa ficción socialista que proviene de la falacia de la justicia social y que se contradice por completo con el concepto de libertad. Los países que la han aplicado, antes y ahora, son evidencia de ellos: Cuba, Venezuela, Rusia, Camboya, Vietnam, entre otros, y allí la libertad brillo por su ausencia.

En la igualdad de resultados todos deben tener el mismo nivel de vida o de ingresos, “todos deben terminar la carrera a la vez” y el intento de fomentar este tipo de igualdad es el origen principal de un Estado cada vez más poderoso y de restricciones a nuestra autonomía. Una igualdad a la fuerza, donde las reglas de la carrera son impuestas y es el Estado el que arbitra las partes equitativas para todos, en cumplimiento del lema de Karl Marx: “de cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades”, que deriva en que cada vez haya más personas abogando por sus necesidades, solventadas por aquellos que cada vez tienen menos posibilidades.

Las medidas estatales que pretenden compensar la desigualdad dando “partes equitativas para todos” reducen la libertad por cuanto es el Estado el que impone sus propios criterios arbitrarios de ecuanimidad y el que oficia como intermediario del reparto, quitando a los que tienen más de lo que se considera equitativo y dando a los que tienen menos de lo equitativo.

Vale preguntarse si en estas transacciones forzadas del “te doy y te saco”, los que toman tales medidas: ¿son iguales a aquellos para quienes deciden?

Fuera de esto,la igualdad de resultado excluye un régimen de derecho bien entendido porque el Estado deviene en un aparato compensatorio de desventajas, generando todo tipo de injusticas. En consecuencia, con una visión liberal en lugar de decir “de cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades” debería ser “de cada uno según su elección, a cada uno según sea elegido”4, es decir, hurgar en lo que más necesitan los demás para recibir; dar para recibir.

Hoy ya nadie discute que pretender igualar resultados en una sociedad que se caracteriza por su heterogeneidad, diversidad y dinamismo es un absurdo impracticable y una arbitrariedad injustificada que termina en Estados socialistas totalitarios. Ninguna autoridad pública puede compensar las naturales diferencias existentes en una sociedad siendo absolutamente imposible rectificar lo que la naturaleza ha proveído. En contrario, la humanidad se beneficia de las naturales desigualdades que originan y hacen florecer el esfuerzo, la creatividad, la innovación, las ansias de superación, estimulando el espíritu y el progreso del ser humano. Es por eso que la igualdad de resultado fracasa, por el simple hecho que va en contra de uno de los instintos más básicos de todo ser humano: su esfuerzo constante, uniforme e ininterrumpido por mejorar su condición.

La igualdad de oportunidades está íntimamente relacionada con la igualdad de resultados. Son dos caras de una misma moneda, interconectadas y estrechamente vinculadas, que varían solo dependiendo de las perspectivas en que nosotros las abordemos.

Alex Kaiser es muy claro al respecto 5 y expresa que la igualdad de oportunidades se traduce en que ninguna persona puede tener una mejor oportunidad que otra, es decir, que se deben otorgar las mismas oportunidades a todos los individuos. Entonces, partiendo de la base de que en la vida real no existe un estándar igualitario de oportunidades –difícil una competencia justa entre el hijo de Bill Gates y la hija de una campesina pobre de Somalia– es lógico que en este terreno exista una desproporción absoluta.

Ante tal escenario: ¿Cómo se logra igualar las oportunidades?

Una forma es emparejar los puntos de partida y esto solo se logra en la medida en que igualemos el lugar desde el cual las personas inician la competencia; todos arrancan la carrera desde el mismo lugar.

Ahora bien, se nos presenta una primera dificultad por cuanto el punto de partida de un niño es, al mismo tiempo, el punto de llegada de sus padres. Lo explicamos en forma sencilla: el objetivo de la mayoría de las personas es acumular una cantidad de recursos y enseñanzas en la vida que les permitan a sus hijos o a sus familiares otorgarles una cierta ventaja en la vida; transmitir a su descendencia sus conocimientos, sus valores, etc., de la mano lógicamente de la búsqueda de un bienestar económico. Por tanto, si una persona ha logrado desarrollar una trayectoria profesional muy exitosa en su vida, logrando una ventaja en ese sentido respecto de los demás, lo que para él es su punto de llegada (el final de su vida), se convierte en el punto de partida de su hijo (el inicio de su vida). Con lo cual, igualar las oportunidades de estos niños parte de una inmoralidad irrefutable y genera una injusticia irremediable pues la única manera de lograrlo es mediante la intervención coactiva en los resultados que obtuvieron sus padres. Es cercenar la libertad en nombre de la igualdad, y convertirte en un esclavo en manos de un Estado totalitario.

Igualdad y oportunidad no pueden darse junto puesto que son dos conceptos completamente antagónicos, dispares y contradictorios entre sí, como el agua y el aceite puesto a que, mientras el concepto de oportunidad está emparentada con alternativas, opciones, riesgos, esperanza y logros, la igualdad se asocia con seguridad, dependencia, mediocridad, frustración, falta de esperanza, suprimiendo todos aquellos buenos impulsos. Por ende, la igualdad de oportunidades no puede concretarse por el simple hecho de que no existe dos personas que vivan exactamente la misma vida y obtengan los mismos logros, y como no es posible una hipotética igualdad de logros, para concretar esta igualdad se tiene que arrasar con todas aquellas oportunidades que la persona aprovechó y maximizó en su vida. Y, al igual que la igualdad de resultados, ello es imposible.

Ahora bien, damos un paso hacia atrás en nuestro análisis y nos preguntamos: ¿se puede igualar el pensamiento? Obvio que no. Sigamos: ¿podemos igualar la acción que emerge de los pensamientos? Tampoco.

Ergo: si no es posible igualar pensamientos ni acciones ¿cómo es posible igualar las oportunidades, que en definitiva son una consecuencia directa del pensamiento primero y de la acción después?

De la misma forma que no se pueden equiparar los pensamientos ni las acciones que de él derivan, tampoco puedo igualar oportunidades cuando estas son precisamente una consecuencia de pensar y de actuar, condensados en logros, esfuerzos, perseverancia, talentos y virtudes. Las oportunidades de la vida no son compensables ni comparables entre las personas, pues en todo ello impera la desigualdad natural de los seres humanos, que tienen la dicha de vivir la vida cada uno en forma diferente, de acuerdo a sus propias decisiones.

Por tanto, la igualdad exógena solo puede imponerse por la fuerza, a través de un tercero, que arbitre y ejecute sus propios criterios de igualdad, con el agravante que cualquier intento de igualación forzada implica necesariamente igualar para abajo y esto es así por la sencilla razón de que los recursos económicos son escasos, mientras que las necesidades humanas son infinitas. No nos dan los recursos para que la igualdad se pueda realizar hacia arriba de la pirámide, entonces toda intervención o medida coercitiva del Estado en nombre de la igualdad será generadora de pobreza y miseria: todos seremos igualmente pobres.

En efecto, pretender la igualdad de lo naturalmente distinto es pretender lo que solo se logra destruyendo lo mejor para igualarlo a lo peor, siendo que lo peor no se puede mejorar por una ley emanada del Parlamento. Lo que sí puede hacer una ley es destruir lo mejor.

Madurar significa comprender que los individuos nunca parten desde el mismo lugar y que no todos van a llegar a la meta al mismo tiempo: unos llegarán antes, otros después y otros simplemente no lo harán.

La única manera de impedir que un individuo llegue más lejos que otro –se haga más rico, por ejemplo– es implementando prohibiciones y regulando arbitrariamente las oportunidades y claro está, cuando el individuo, por su propio mérito, forja mejores oportunidades para su vida, habría que impedirlas puesto a que su acción genera una ventaja injusta respecto de los demás. Llegará antes a la meta y en consecuencia generará una “desigualdad de oportunidades”.