La gentrificación es inevitable y otras mentiras - Leslie Kern - E-Book

La gentrificación es inevitable y otras mentiras E-Book

Leslie Kern

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Beschreibung

La manera en que la gentrificación afecta a las personas no solo varía de lugar en lugar, sino también de grupo en grupo. Probablemente no haga falta decir que algunas personas obtienen grandes beneficios de la gentrificación, aunque en este libro no nos preocuparemos demasiado por sus sentimientos. Cuando nos referimos a aquellos que sufren desplazamiento, pérdida, exclusión y violencia, debemos prestar atención a ciertas diferencias que pueden pasarse por alto con términos como "clase trabajadora" o "minorías". Las consecuencias específicas de la gentrificación dependen de la manera en que las personas se ubican en relación con sistemas de poder como el género, la raza, la sexualidad, la edad y la capacidad. Por ejemplo, la posición de las mujeres en cuanto cuidadoras, así como la mayor probabilidad que tienen de ser madres solteras, de tener una esperanza de vida más alta y de sufrir las consecuencias de la brecha salarial en función del género, se refleja en los modos en que viven las consecuencias de la gentrificación.

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Acerca de Leslie Kern

Leslie Kern publicó Sex and the Revitalized City: Gender, Condominium Development, and UrbanCitizenship (UBC Press, 2010).Obtuvo un Doctorado en Filosofía en Estudios sobre Mujeres de la Universidad de York. Profesora asociada de geografía y medioambiente y directora de estudios sobre mujeres y género en la Universidad de Mount Allison de Sackville, en Canadá, Kern escribe sobre género, gentrificación y feminismo, y da clases sobre geografía urbana, social y feminista. Por su trabajo, recibió una beca Fulbright y un National Housing Studies Achievement Award. Kern vive actualmente en territorio mi’kmaq, una población rural de cinco mil habitantes(en lo que actualmente se conoce como el este de Canadá), en Sackville, New Brunswick. En 2020, Ediciones Godot publicó Ciudad feminista, su primer libro traducido al castellano.

Página de legales

Kern, Leslie / La gentrificación es inevitable y otras mentiras / Leslie Kern. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2022. Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y onlineTraducción de: María Gabriela Raidé.ISBN 978-987-8928-18-0

1. Urbanismo . 2. Feminismo. I. Raidé, María Gabriela, trad. II. Título.CDD 352.5

Título originalGentrification is Inevitable and Other Lies

© 2022, Between The Lines

Licensed by Between The Lines, Canada. Spanish Language Edition arranged through Oh!Books Literary Agency

We acknowledge the support of the Canada Council for the Arts for this translation. Publicación realizada con el apoyo del Canada Council for the Arts.

Traducción María Gabriela Raidé Corrección Guillermina Canga y Julia Taboada Diseño de tapa Martín Bo Diseño de colección e interiores Víctor Malumián Ilustración de Leslie Kern Max Amici

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot Buenos Aires, Argentina, 2022

La gentrificación es inevitable y otras mentiras

Leslie Kern

TraducciónMaría Gabriela Raidé

A la tierna memoria de mi padre, hombre amable y generoso

Agradecimientos

GRACIAS A AMANDA CROCKER, mi editora en Between the Lines, por el aliento constante y las atentas devoluciones en cada etapa del proyecto. Leo Hollis, de Verso, también me ha ofrecido su gran apoyo y sus observaciones respecto de la dirección del libro. Muchas gracias al equipo de estas dos editoriales independientes que, tras bambalinas, hacen un trabajo increíble en el diseño, la edición y la comercialización. Nadine Ryan ofreció un servicio de corrección impecable, así que cualquier error que haya quedado me pertenece.

Gracias a los mi’kmaq, en cuyas tierras soy una invitada desde 2009. Me honra haber tenido la oportunidad de vivir, trabajar y aprender en territorio mi’kmaq mientras escribía el libro.

Me siento muy agradecida de tener colegas (a quienes también considero mis amigos y amigas) como Winifred Curran, cuya investigación y predisposición a colaborar han estimulado este y otros de mis proyectos. Michael Fox asumió el riesgo de contratar a alguien que no era geógrafa para el Departamento de Geografía y luchó para que siguiera allí. Roberta Hawkins esperó pacientemente a que terminara el trabajo de este libro para volver a nuestro trabajo en conjunto.

Mis amigas han sido quienes me animaron con mayor entusiasmo y, a pesar de la distancia, la pandemia y las vueltas de la vida, continúan siendo una gran alegría en mi vida: Jennifer Kelly, Kris Weinkauf, Katherine Krupicz, Sarah Gray, Cristina Izquierdo, Michelle Mendes, Katie Haslett, Jane Dryden, Shelly Colette y Lisa Dawn Hamilton.

Gracias a mi familia por alentarme siempre a ir más lejos, en mi carrera y en la vida: Dale Kern, Ralph Kern, Josh Kern, Geof Dunn, Kathy Saunders, Charmaine Peters, y mis abuelos, tías, tíos y primos.

Mi hija Maddy continúa siendo una inspiración para (espero) poder inspirarla a ella. Peter, mi compañero, me mantiene con los pies en la tierra con su amor incansable y sus cuidados. Gracias a todos.

1. La gentrificación es…

SOLÍA VIVIR EN UN barrio en el extremo oeste de Toronto llamado Junction o “El Cruce”, partido al medio y separado por “el cruce” de la intersección de las vías del tren. La historia de sus industrias se palpaba en los sonidos y los olores que salían flotando de las fábricas de caucho y pintura, y de los frigoríficos. Todavía hoy, en una tarde calurosa, es posible que algunos de esos olores se deslicen en el aire, aunque compiten con la esencia que emanan los cafés de especialidad y las panaderías veganas. Es un lugar común hablar de lo peligroso que antes era tu barrio, pero existe un motivo por el cual todos nos cansamos de este relato: están rehaciendo muchos de nuestros barrios ante nuestros propios ojos.

Lo que presencié en el Junction forma parte de un conjunto de cambios sobre los lugares y las comunidades que, históricamente, volvían a las ciudades especiales e interesantes, las hacían sitios de protesta y progreso. Esos cambios fueron llamados “gentrificación”, y este es un libro sobre la lucha por evitar que la gentrificación se lleve por delante todo lo que a muchos de nosotros nos gusta sobre la vida en la ciudad.

A pesar de haber vivido en Toronto y sus alrededores desde hace unos veinte años, nunca había oído hablar del Junction antes de mudarme en el año 2000. Era un lugar extraño: entre 1904 y 1998 fue un barrio “seco” (no se vendía alcohol), y su ubicación junto a los antiguos corrales de Toronto atrajo a inmigrantes de Malta, Italia y Polonia que se dedicaron a trabajar en la industria de la carne. Los sitios industriales activos y los frigoríficos se instalaron junto a fábricas abandonadas y terrenos baldíos, a pocas cuadras de los productos, innegablemente utilitarios, que se ofrecían a lo largo de la principal calle comercial. Un local de Blockbuster, un almacén de ofertas y la oficina de correos eran de los pocos espacios de venta minorista a los que podía acceder como recién graduada y madre primeriza. Las casas de empeño y la peculiar sobreabundancia de tapicerías resultaban destinos bastante menos atractivos.

Lo que sí teníamos eran tasas de polución del aire más altas que el promedio, parques con jeringas descartadas y una población de inmigrantes, habitantes de clase trabajadora y personas de escasos recursos, en buena parte olvidados. Digo en buena parte porque, a diferencia de otros barrios de Toronto, estigmatizados por el uso de drogas, la indigencia, el trabajo sexual o el crimen, el Junction casi nunca aparecía en las noticias. No era pensado como un lugar “otro” o amenazante; quienes vivían por fuera del triángulo ferroviario no lo pensaban en absoluto. Cuando buscaba departamentos que estuvieran dentro de mi presupuesto, todos los avisos le decían “High Park North” al Junction, evocando al distinguido barrio y al hermoso parque que estaban al sur. Era una forma de nomenclatura creativa, diseñada para ocultar el hecho de que no, no era High Park.

Aun así, existían un montón de familias jóvenes, buenas escuelas y espacios verdes —pequeños pero decentes— diseminados por las áreas residenciales. Después de todo, estamos hablando de una ciudad en Canadá, donde los niveles de inversión pública en la infraestructura urbana rara vez se desplomaron tanto como para que se crearan lugares verdaderamente inhabitables. Aunque el sótano infectado de ratones donde estaba mi departamento dejaba mucho que desear, enseguida conocí a otras madres con hijos de la edad de mi hija y me encontré con una comunidad solidaria. Durante los primeros años, hubo algún que otro signo de cambio: un nuevo negocio interesante, un evento en el barrio; pero solo algunos se mantuvieron. El barrio tenía una onda algo artística, pero estaba lejos de las modas.

Esto comenzó a cambiar a mediados de la década del 2000, cuando una cantidad considerable de nuevos comercios y restaurantes desafió las tendencias y atrajo una amplia atención hacia el barrio. De repente, el Junction “se estaba poniendo”. Era el polo más nuevo y atrayente de Toronto; tenía estilo, mezclaba lo nuevo y lo viejo. Era un lugar adonde había que ir. Los medios de Toronto empezaron a destacar los eventos, los bares, los negocios y los restaurantes del Junction en las secciones semanales sobre “qué hacer” y “dónde comer”. La hipérbole alcanzó nuevos picos en 2009, cuando la sección de viajes de The New York Times online publicó una nota titulada “Skid Row to Hip in Toronto” [“En Toronto, de marginal a moderno”]1.

El artículo condensaba una narrativa como la de Cenicienta que, al igual que en ese cuento de hadas, depende del contraste entre un antes y un después. En este y otros artículos similares, el “viejo” Junction era caracterizado como un lugar marchito, un arrabal sucio y tóxico, en ruinas; tan de mierda que no valía la pena arreglarlo, atrapado en el pasado, en decadencia. Sin dudas, estos adjetivos obligaron al cronista a narrar una conmovedora historia de metamorfosis. También colaboraron con otro objetivo. Al retratar el barrio como un lugar arruinado, abandonado y sucio, los cambios que traía la gentrificación parecían necesarios, buenos y bienvenidos. Describir el barrio como un lugar que necesitaba ser salvado hizo de la gentrificación una heroína.

El cronista de la sección de viajes de The New York Times cuenta a sus lectores que “los jóvenes y los artistas están aprovechando los inmuebles, que todavía son económicos, para meterse con disimulo en las vidrieras vacías y las casas bajas”. Parece que estos héroes hacen un buen trabajo: “Cuadra a cuadra, están transformando el tramo de Dundas Street West del arrabal sucio que era a un enclave radiante, lleno de librerías poco convencionales, restaurantes veganos y cafés orgánicos […] En lugar de sex shop, Dundas Street West se llenó de una oferta de saludable comida orgánica”2. Los rayos de sol, los libros, los cafés veganos y la comida orgánica disipan las sombras de la mugre, la pobreza y la pornografía.

En medio de los festejos por la redención del Junction, solo unos pocos se preocuparon por la suerte de aquellos que dejarían de ser bienvenidos, o que serían expulsados de su comunidad por los aumentos de precios. Un vistazo por la sección de comentarios de los portales locales reveló que existía poca simpatía por estos vecinos. De hecho, los que comentaban parecían estar seguros de que una vez que desaparecieran las cucharas grasosas, las tiendas de donas mugrientas y los baldíos, el “desfile de freaks” se iría del barrio, como dijo una persona respecto de la presencia de gente en situación de calle, con enfermedades mentales o discapacidad3.

Que el Junction pasara de ser un área industrial y de clase trabajadora a un buen barrio moderno ¿era solo una fase natural del ciclo del desarrollo urbano? ¿Acaso se trata de un asunto de economía básica que determina que luego de años de decadencia haya inevitablemente un giro ascendente? ¿Había algo culturalmente deseable que atraía a los jóvenes hipsters al Junction de forma irremediable? Y a medida que la gentrificación avanza sin cesar, ¿cuáles son los daños que causa, si es que causa algún daño? Las respuestas a estas y otras preguntas sobre barrios como el Junction pasan a formar parte de los relatos que contamos sobre cómo y por qué ocurre la gentrificación. Esos relatos son el tema de este libro, cada uno de ellos con su reparto de héroes y villanos, de conflictos y vueltas, de vacíos argumentales y personajes poco desarrollados.

Si, como me pasa a mí, los relatos sobre la gentrificación les hacen sentir una mezcla de frustración, impotencia, confusión, indignación, ira y empatía, entonces este libro es el indicado para ustedes. Hasta hace no mucho, el término “gentrificación” era parte de la jerga académica y rara vez se oía por fuera de los debates dentro de este ámbito. Hoy en día, nunca hubo tanta gente buscando entender qué es lo que ocurre en sus barrios y cuál es su relación con la gentrificación; pero justo cuando se piensa haberlo entendido, la gentrificación se manifiesta de una forma nueva y aterradora. Este libro ofrece los fundamentos para comprender el pasado de la gentrificación, pero, sobre todo, proporciona un marco para entender cómo, dónde y por qué la gentrificación está sucediendo ahora.

Ahonda en cuestiones controvertidas acerca de la responsabilidad, las obligaciones y el poder. También coloca en un primer plano problemas que, por lo general, son dejados de lado en los debates sobre la gentrificación, como la raza, el colonialismo, el género y la sexualidad. Es aún más valioso, no obstante, que el libro nos recuerde que existen muchos ejemplos exitosos de resistencia a la gentrificación. No importa la posición que cada quien tenga con la gentrificación; siempre hay maneras de actuar aquí y ahora, en solidaridad con estas luchas.

Cada capítulo se aproxima al fenómeno de la gentrificación desde una mirada diferente y con una manera distinta de entender el problema; distintos relatos, si se quiere, que ofrecen perspectivas parciales sobre un tema difícil de abordar. Indago en lo que estos relatos revelan y ocultan, lo que incluyen y excluyen, lo que observan e ignoran. Utilizo este enfoque porque creo que los relatos importan: encuadran nuestros modos de percibir el pasado y el presente, modelan nuestra capacidad de empatizar con los otros y, lo que es más importante aún, dan forma a los desenlaces potenciales que podemos desear e imaginar. En especial, me interesa saber si los relatos que inventamos sobre la gentrificación nos ofrecen una visión o, aunque sea, un atisbo de posibilidad de una ciudad donde la gentrificación no parezca inevitable.

ORÍGENES

A fines de la década de 1990, vivía y trabajaba al norte de Londres, sin saber que me encontraba al lado del distrito que originariamente inspirara el término “gentrificación”. Islington, según recuerdo, estaba lleno de las emblemáticas casas de estilo georgiano y tenía una calle principal ajetreada, con negocios, pubs llenos de hinchas del Arsenal Football Club, y muchos cafés y restaurantes. Los barrios municipales, un tipo de vivienda social en alquiler que cuenta con subvención estatal, y la prisión de Pentonville formaban parte de la mezcla de lo que para mí era un barrio típico del norte de Londres.

Hasta ese momento, no solo no había oído hablar de la gentrificación, sino que tampoco tenía idea de que Islington alguna vez había sido una zona insalubre, golpeada por la sobrepoblación y la pobreza. A mediados del siglo XIX, muchos habitantes pobres del interior de Londres se vieron desplazados por proyectos masivos de obra pública, como la construcción de la red de subterráneos. Una vez que fueron empujados hacia el norte, se amontonaron en pequeños departamentos dentro de lo que habían sido casas burguesas distinguidas. Hacia mediados del siglo XX, Islington, junto con otras áreas, era considerada una zona profundamente afectada por la pobreza urbana. La destrucción provocada por los bombardeos enemigos durante la Segunda Guerra Mundial llevó a que se reemplazaran extensas áreas de casas adosadas en ruinas por barrios municipales, lo cual implicó una leve mejora de las condiciones de vida.

Hacia 1960, sin embargo, las casas georgianas que quedaban, venidas a menos, pero lo suficientemente sólidas como para haber sobrevivido a la guerra, poco a poco fueron atrayendo habitantes de clase media. Ruth Glass, socióloga afincada en Londres, reparó en el lento influjo de estas familias que se mudaban a “casas mews y casas de campo modestas y en deterioro”4. Las familias fueron reformando y restaurando las casas a través de la igualdad del sudor: con su propio trabajo físico. Con el tiempo, estas casas aumentaron su valor de forma significativa. En 1964, Glass acuñó el término “gentrificación” para describir este cambio económico y demográfico. La propia palabra indica lo que para ella era el aspecto más importante del proceso: un cambio de clase5. La alta burguesía no cesaba de rehacer el barrio a su imagen y semejanza, en consonancia con sus propios gustos y preferencias.

Desde el comienzo, Glass colocó el desplazamiento en un primer plano, como el rasgo distintivo de la gentrificación, debatido en muchas ocasiones. En sus palabras: “Una vez que el proceso de ‘gentrificación’ comienza en un distrito, avanza con rapidez hasta que toda o la mayor parte de la población original de clase obrera ha sido desplazada, de modo que el carácter social del distrito cambia por completo”6. Glass nombró a este proceso como una “invasión” y señaló que ya había transformado sectores de Notting Hill, al oeste de Londres, una poblada comunidad de inmigrantes del Caribe. La importancia del desplazamiento y la idea de que “el carácter social” de un barrio puede ser transformado por completo continúan siendo centrales cuando hablamos de gentrificación.

Probablemente, las personas de clase media y alta siempre han tomado espacios y los han reconstruido de acuerdo a sus necesidades y deseos. Según señaló Glass, lo que parecía ser digno de atención en Islington era que se trataba de un área densa, urbanizada y de clase trabajadora, de viviendas donde había una relación inversa entre el estatus social actual, por un lado, y su valor y tamaño. En otras palabras, el estatus social era elevado, mientras que el valor era bajo y el tamaño, pequeño. Estas personas de clase media no estaban mudándose fuera de la ciudad, ni buscaban viviendas más grandes y nuevas. En cambio, se trataba de la decisión de quedarse en la ciudad o de volver a ella; buscaban algo que no era un espacio moderno ni la calma de los suburbios, algo que continúa siendo un asunto de debate. Pero a diferencia de otras tendencias como la suburbanización, la gentrificación parece haber sido motivada por un conjunto distinto de esperanzas y temores.

En aquel momento, el desplazamiento de comunidades inmigrantes, racializadas y de clase trabajadora que provenían de barrios urbanos no era un fenómeno nuevo en Inglaterra ni en otros países. Los gobiernos ya habían identificado a las denominadas zonas “en deterioro” y a los “barrios precarios” como objeto de proyectos de renovación urbana, diseñados para barrer con estas comunidades y reemplazarlas por otras completamente distintas o destinar la tierra para otros usos como, por ejemplo, autopistas, centros comerciales. No obstante, a diferencia del proceso de renovación urbana, el de gentrificación —por lo menos según observó Glass en aquel momento— no consistía en un emprendimiento verticalista financiado por el Estado; ni tampoco involucraba la demolición de los barrios previos.

En cambio, se trataba de habitantes blancos y de clase media que llegaban por voluntad propia a lo que parecían zonas menos atractivas y realizaban cambios graduales en el entorno físico a través de proyectos de renovación y paisajismo. Aunque no existen dudas de que la renovación urbana y la gentrificación están conectadas, como exploraremos más adelante en el libro, esta última parecía ser lo bastante diferente como para merecer un mote propio.

Desde 1964, sin embargo, la gentrificación, según fue definida por Glass, ha tomado distintas formas y trayectorias. En algunos casos, existen procesos de gentrificación que no se parecen en nada al escenario observado en Islington varias décadas atrás.

NO ES LA GENTRIFICACIÓN DE TUS PADRES

Después de un año y algo en el norte de Londres, regresé a Toronto a fines de 1999, acompañada por una persona en cochecito. Transitar las calles ajetreadas de la ciudad es lo suficientemente difícil; aun así, a medida que las construcciones devoraban el espacio de la vereda por todo el centro de la ciudad, terminaba atrapada en embotellamientos cerrados. Maniobraba el cochecito como si estuviera en un circuito de slalom, sorteando carteles sándwich que anunciaban la llegada inminente de una luminosa torre de condominios que sería “lo último para la vida moderna”7. Estaba molesta, pero confieso que también intrigada por esta moda de la construcción que durante un tiempo transformó a mi ciudad en la capital mundial de la grúa torre.

Aunque todavía no sabía nada acerca de la gentrificación, no necesitaba ser investigadora en estudios urbanos para darme cuenta de a quiénes estaban dirigidos los condominios. Después de todo, tenía que esquivar sus caras blancas, jóvenes y sonrientes al menos una vez por cuadra. Eran rostros de personas que, en apariencia, no tenían ningún problema en pagar cientos de miles de dólares para vivir en monoambientes: cubos en el cielo que daban a una autopista. Faltaban un par de años más para tener los conocimientos que me permitieran establecer el vínculo yo misma, pero algo en mí relacionó las casas mews de Islington con estos mastodontes de vidrio y acero que ahora se cernían sobre mi ciudad.

Aunque la clase de gentrificación casa por casa caracterizada por Glass continúa ocurriendo, ha sido eclipsada por otros tipos de cambios que también producen transformaciones sociales. Estos no se limitan a las prácticas de compra de vivienda por parte de hogares individuales, ni tampoco al ámbito residencial. Son más grandes, rápidos y presumiblemente más peligrosos. Después de todo, diez edificios de condominios de trescientas unidades cada uno se parecen más a un asteroide que al lento cambio climático provocado por unas pocas familias, que poco a poco van renovando las casas viejas del barrio.

La gentrificación se ve facilitada por fuerzas mucho más poderosas que la del propietario promedio de clase media: están los gobiernos de las ciudades, los desarrolladores, los inversores, los especuladores y las plataformas digitales que desde lejos crean nuevas maneras de lucrar con el espacio urbano. La gentrificación de la vieja escuela de los años sesenta parece casi pintoresca en comparación con los monstruosos procesos que ejercen presión sobre nuestros barrios.

Hoy en día, estamos acostumbrados a que la gentrificación tenga símbolos distintos a los que Glass señaló en 1964. Por ejemplo, vemos que las cajas donde se guardan las llaves están cerradas y que afuera de los edificios de departamentos hay vallas desordenadas, que posiblemente indican la presencia de unidades de alquiler temporario. El sonido de valijas traqueteando sobre el empedrado es un rastro auditivo generado por la gentrificación de base turística, un signo que los habitantes de un barrio histórico de Ámsterdam identifican como un cambio bastante molesto8. Los edificios de las viejas fábricas ya no son indicadores de decadencia urbana, sino una posible residencia renovada para cualquiera, desde artistas hasta corredores de bolsa. Inclusive los proyectos de vivienda social en proceso de reformas pueden representar una advertencia sobre la gentrificación, ya que esta “regeneración” suele incluir espacio para unidades a valor de mercado que están por fuera de las posibilidades de los habitantes de esas viviendas.

Todo esto sugiere que existen muchas maneras en que se desarrolla la gentrificación actual. No basta con prestar atención a las decisiones de los compradores de vivienda individuales, aunque la cuestión del gusto y las preferencias de la clase media sigue siendo relevante. Parece más urgente enfocarse en el rol cada vez más activo que tienen gobiernos y empresas, tanto para facilitar la gentrificación como para lucrar con ella. Hoy en día, en las ciudades se fomenta la reinversión de las clases media y alta, e incluso de la clase inversora, de un modo bastante deliberado, mientras se promueven políticas que allanan el camino para un tipo particular de desarrollo inmobiliario y comercial.

Algunos ingredientes de esta receta son tan predecibles que los vemos en ciudades que van de San Francisco a Shanghái. Desde proyectos de revalorización de zonas costeras hasta distritos de compra peatonales, o nuevos espacios verdes para proyectos de arte y cultura, en la actualidad las ciudades siguen programas notablemente similares sobre el tipo de servicios con los que pretenden atraer a las personas que cuentan con la combinación necesaria de recursos financieros y culturales. Aunque no todos estos esfuerzos pueden ser caracterizados como gentrificación, en general forman parte de un conjunto de intervenciones y cambios espaciales que permiten que las ciudades y los barrios sean comercializados de nuevas maneras, para una nueva demografía.

Al mismo tiempo, los gobiernos locales han encontrado formas de asociarse con el sector privado para acelerar el ritmo de los cambios dentro y fuera de los centros urbanos. Es el caso de los incentivos para los desarrolladores, como la exención de impuestos, que ayudan a fomentar nuevos proyectos residenciales masivos, al igual que sucede con las oportunidades que se les brinda a los desarrolladores privados para “renovar” las viviendas sociales en malas condiciones, a cambio de otorgarles un sector en la misma zona que pueden destinar al mercado inmobiliario. En algunos casos, es el propio Estado el que se embarca en proyectos de reurbanización que buscan disgregar a los pobres y destruir las viviendas informales con el objetivo de dar paso a la clase de propiedades que atraen a inversores con dinero y a una nueva clase media.

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Dado el amplio conjunto de estrategias que utilizan estos poderosos agentes en la gentrificación, ¿acaso el término sigue siendo acorde? Ya en 1984, investigadores como Damaris Rose advirtieron que se había vuelto un “concepto caótico”9 y que estaba tan lejos de la definición original que había perdido sentido. Por desgracia, las palabras alternativas que han surgido de los discursos sobre urbanismo y política están diseñados para ocultar los desplazamientos y las jerarquías de poder.

Revitalización, reurbanización, renovación, reactivación y regeneración forman parte del vocabulario elegido por urbanistas, políticos, desarrolladores, agentes inmobiliarios, prestamistas hipotecarios y otros. Estos defensores del desarrollo fomentan iniciativas a gran escala que son impulsadas por ciudades y empresas, y que están diseñadas para rebosar de reinversión (más palabras con “r”). Esta serie de términos le escapan al problema del cambio de clase que Glass logró captar con su ingeniosa palabra. Si queremos hablar de injusticia cuando hablamos de gentrificación, por ahora tendremos que conservarla.

CÓMO LA GENTRIFICACIÓN AFECTA A LAS PERSONAS

Hablar de injusticia y de la manera en que la gentrificación afecta a las personas es fundamental para entender lo que significa la gentrificación a nivel humano. Tanto si las personas fueron desplazadas físicamente (expulsadas de sus barrios) como si no, puede que muchas sientan que la gentrificación ha tenido un impacto significativo en su calidad de vida y su sentido de pertenencia. Para quienes fueron reubicados contra su voluntad a través de desalojos, aumentos del alquiler, demoliciones o las “renovaciones urbanas” actuales, los efectos pueden ser devastadores y resonar a través de generaciones. Es fácil reconocer el trauma del desplazamiento forzoso en quienes se refugian de guerras o desastres naturales. Sin embargo, parece ser más difícil identificar el daño de los desarraigos que ocurren todos los días en nuestras ciudades.

Aunque existen muchos investigadores y decisores de políticas públicas que disienten sobre el grado de desplazamiento que causa la gentrificación, en todos lados las personas informan que hay cambios que hicieron que sus barrios sean menos diversos, asequibles y amenos. Las consecuencias son variadas. Los investigadores han trazado vínculos entre la gentrificación y otros procesos actuales, como la brecha de riqueza en función de la raza, el desmantelamiento de las viviendas sociales, el aumento de la vigilancia policial y la disparidad en el acceso a escuelas, espacios verdes, agua potable y servicios públicos de calidad. También se asocia la gentrificación a la pérdida gradual del espacio público en favor de espacios privatizados, patrullados y vigilados que están organizados en torno al consumo.

Cuando hablamos de los efectos de la gentrificación, especialmente de los desplazamientos, en realidad estamos hablando de muchas cosas diferentes. El desplazamiento físico puede ocurrir por diversos motivos, entre los que se incluyen los aumentos de alquileres, de impuestos a la propiedad, los desalojos, las demoliciones y la clausura de viviendas sociales. Sin embargo, el desplazamiento físico no es la única consecuencia problemática de la gentrificación. Da’Shaun Harrison, referente comunitaria de Atlanta, escribe sobre lo doloroso de sentirse desplazada de su propio barrio y se refiere a la gentrificación como una forma de violencia:

Formé una comunidad con personas a las que les cuesta cada vez más poder pagar un alquiler que parece no dejar de aumentar; los chicos negros se encuentran con las miradas de terror y odio de los blancos, que se aferran al cochecito de sus bebés o sujetan con fuerza la correa de sus perros mientras corren por las calles de nuestros barrios

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Aun cuando no se hayan mudado, los habitantes pueden llegar a experimentar una sensación de pérdida de comunidad, de pertenencia y de sentido de lugar a medida que cambian sus vecinos, los comercios locales y el entorno construido, de un modo que los hace sentir —e incluso ser tratados— como extranjeros.

La manera en que la gentrificación afecta a las personas no solo varía de lugar en lugar, sino también de grupo en grupo. Probablemente no haga falta decir que algunas personas obtienen grandes beneficios de la gentrificación, aunque en este libro no nos preocuparemos demasiado por sus sentimientos. Cuando nos referimos a aquellos que sufren desplazamiento, pérdida, exclusión y violencia, debemos prestar atención a ciertas diferencias que pueden pasarse por alto con términos como “clase trabajadora” o “minorías”. Las consecuencias específicas de la gentrificación dependen de la manera en que las personas se ubican en relación con sistemas de poder como el género, la raza, la sexualidad, la edad y la capacidad. Por ejemplo, la posición de las mujeres en cuanto cuidadoras, así como la mayor probabilidad que tienen de ser madres solteras, de tener una esperanza de vida más alta y de sufrir las consecuencias de la brecha salarial en función del género, se refleja en los modos en que viven las consecuencias de la gentrificación.

MÁS ALLÁ DEL CAMBIO DE CLASE

La clase social no solo es el lente a través del cual podemos comprender la lógica de la gentrificación. Aunque la lucha por que los desplazamientos de clase formen parte del relato ha sido necesaria, en muchas ocasiones los desplazamientos relacionados con el género, la raza, el colonialismo, la capacidad, la edad y la sexualidad se vieron relegados a un papel secundario. Sin embargo, gracias al arduo trabajo de activistas, académicos, escritores, artistas y urbanistas, con mayor frecuencia la gentrificación es vista como un proceso que hace uso de todo tipo de relaciones de poder para lograr sus objetivos de desplazamiento y de transformación del espacio.

Por ejemplo, el autor y periodista Ta-Nehisi Coates relaciona la gentrificación de las ciudades de los Estados Unidos con las formas históricas y actuales del robo de las riquezas y los recursos de las personas negras del país, desde la esclavitud y las leyes Jim Crow hasta el redlining (una forma racista de política de vivienda) y la gentrificación de hoy en día. Como destacó en una entrevista en 2019: “‘Gentrificación’ es una palabra linda para decir ‘robo’. La solución es bastante sencilla: dejen de robar. Eso es lo primero. Y devuelvan lo que se robaron. Eso es lo segundo”11. Esta perspectiva nos obliga a corrernos del discurso que se enfoca en la clase social si queremos entender de qué manera la desigualdad racial constituye un motor en la historia de la gentrificación, tema que exploraremos en mayor profundidad a lo largo de este libro.

El rol del género también merece una mayor atención. Winifred Curran, geógrafa urbana feminista, sostiene que las relaciones de género no desempeñan un rol menor en la gentrificación12. Por el contrario, el género configura activamente cómo, cuándo y dónde ocurre la gentrificación. Los índices de participación femenina en el mercado de trabajo, que fueron cambiando a lo largo del último tramo del siglo XX, tuvieron un gran impacto en el tipo de disposición espacial que buscaban las mujeres y sus familias. Para muchas, vivir en la ciudad ofrecía mejoras en comparación con los suburbios donde, debido a la escasez de transporte, tenían que hacer malabares imposibles para combinar el trabajo remunerado con el no remunerado. Para otras, la gentrificación exacerbó desigualdades de género de larga data en relación con la vivienda, lo que provocó desplazamientos, indigencia y un mayor riesgo de violencia.

El apremiante pasado y presente del colonialismo también indica que es hora de tomar el relato y reescribirlo desde cero. Términos como “frontera”, “pionero”, “invasión”, “asentamiento”, “jungla” y “colonizador” son elementos esenciales del relato sobre la gentrificación desde hace tiempo. Con todo, hay pocos geógrafos urbanos que se detuvieron a considerar de qué manera la gentrificación y las otras formas de desarrollo urbano establecen una prolongación no metafórica de la colonización, al tiempo que refuerzan el histórico desplazamiento de los pueblos indígenas, perpetrado a través de la construcción de ciudades coloniales y de otras prácticas de marginalización y desposesión en el espacio urbano de hoy que aún siguen vigentes.

Nick Estes, investigador en estudios norteamericanos y activista en el movimiento de resistencia indígena, incluye a la gentrificación dentro de varios procesos que son explícitamente “antiindios” en ciudades de colonización por asentamientos donde “los nativos que viven fuera de las reservas representan la asignatura pendiente del colonialismo”13. Las lógicas del proceso gentrificatorio, centradas en la propiedad, refuerzan el control colonial del espacio, mientras que los desplazamientos generados por la gentrificación buscan eliminar la presencia indígena y apuntalar la idea de que los pueblos indígenas no tienen derecho a los espacios urbanos.

Comprender el cruce de fuerzas como la raza, el género y el colonialismo no implica distraerse; no solo porque es probable que un análisis interseccional ayude a esclarecer las consecuencias de la gentrificación, como los desplazamientos, sino porque además ofrece la esperanza de poder intervenir. Como se pregunta Curran: si el propósito de escribir sobre la gentrificación es, de hecho, detenerla o mejorar la vida de la gente que se ve afectada por ella, ¿no deberíamos prestar más atención a todas las formas de desigualdad? De ser así, hay que preguntarse: ¿de qué no estamos hablando cuando hablamos de gentrificación?

¿UNA FUERZA IMPARABLE?

En el evocador Hollow City, Rebecca Solnit, quien se describe a sí misma como una amante de la ciudad, se lamenta por el impacto de la gentrificación en San Francisco:

Lo que sucede aquí está devorando el corazón de la ciudad desde adentro: en lugar de ser demolida, en la mayoría de los casos la infraestructura es ampliada, pero la vida dentro de sí va menguando, desviándose de la diversidad, la vida cultural, la memoria, la complejidad. Lo que nos quede se verá como la ciudad que solía ser —o como una versión más luminosa, resplandeciente y limpia—, pero sin lo que había en su interior

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Las inquietudes de Solnit resultarán familiares para cualquiera que haya visto los cambios que ocurren en su ciudad y se haya sentido preocupado. Con advertencias funestas y elegías desgarradoras, los escritores de la ciudad nos han pedido que enfrentemos el vacío dejado por la estela de la gentrificación. Es difícil conservar la esperanza. Los relatos con buenas noticias no son sencillos de encontrar.

Para algunos, la gentrificación se convirtió en algo que parece inevitable. Comprendo la sensación de agotamiento y desesperanza que conlleva ser testigo de la gentrificación. Sin embargo, el relato de la inevitabilidad encaja perfectamente en las manos de quienes se benefician con la gentrificación. Nos mantiene aislados y frustrados, en nuestras propias burbujas, sin advertir que existen alternativas o que la lucha comunitaria puede dar frutos.

Desde prácticas que van de la acción directa, como el movimiento okupa o la toma de espacios deshabitados, hasta la colaboración en los fideicomisos de tierras comunitarias de cada ciudad (CLT, por sus siglas en inglés), son muchos los ejemplos de acciones exitosas que consiguen asegurar la vivienda y debilitar el dominio de la gentrificación. Distintos movimientos sociales, entre los que se incluyen Black Lives Matter [Las vidas negras importan], movimientos contra la violencia familiar y otros que luchan por la justicia ambiental en la ciudad, incorporan plataformas contra la gentrificación, ya que entienden que la vivienda precaria, los desplazamientos y la violencia se relacionan. Querría asegurarme de que, cuando hablamos de gentrificación, estamos hablando de resistencia, así como de modelos alternativos de inversión y desarrollo en los barrios que no se basan en el desplazamiento.

Y OTRAS MENTIRAS

El propósito del libro es acercarse a un conjunto de relatos (siete, para ser exacta) sobre el modo de entender el fenómeno de la gentrificación. No creo que ninguno de ellos sea una mentira en sentido literal. Algunos, sin embargo, constituyen discursos peligrosos que coartan las posibilidades de cambio o de justicia; otros tienen el error de estar incompletos o sesgados mediante el privilegio de ciertas perspectivas por encima de otras. Tengo la esperanza de que cada relato les ofrezca una manera de pensar sobre la gentrificación que no hubieran considerado antes. En el capítulo final se comparte un conjunto de principios y prácticas que se pueden tomar como puntos de partida para la reflexión y la acción.

Aunque no crea que mi versión de los hechos sea la mejor, ni siquiera la más verdadera, pienso que este libro ofrece un atisbo de esperanza en relación con la posibilidad de cambiar el relato que anuncia la inevitabilidad de la gentrificación. Hacia el final, espero que coincidan conmigo.

2. La gentrificación es natural

ME ENCANTA SEGUIR CUENTAS de Instagram que se dedican a compartir fotos históricas de Toronto, mi ciudad natal; sobre todo, disfruto las imágenes del antes y el después que contrastan lo viejo (hoy en día, cualquier cosa de antes de 1990) con lo nuevo. Es fascinante ver cuánto ha cambiado, e incluso más interesante todavía es ver las capas colocadas sobre los restos del pasado.

Al sentirme atraída por estas imágenes, podría ser perdonada por interpretar los cambios como parte de un proceso de crecimiento natural, un proceso que parece orgánico y quizá hasta predeterminado por alguna clase de ADN urbano. La ciudad se expande, crece hacia arriba, se vuelve cada vez más densa, se mueve cada vez más rápido. Del mismo modo que en el crecimiento de cualquier organismo, parece cumplir con un destino natural. De hecho, la idea de la ciudad como organismo es atractiva; nos permite superponer su corazón palpitante, sus centros neurálgicos, sus arterias y venas a los nuestros.

Por desgracia, trasladar conceptos del mundo natural a los entornos construidos puede ocultar las bases definitivamente humanas de los lugares a los que llamamos hogar. Da la sensación de que evocar procesos naturales es una forma útil de encontrarle sentido a la complicada bestia de la ciudad, pero además es una manera efectiva de invisibilizar las relaciones de poder.

Así, el primer relato de este libro sobre la gentrificación ha hecho mucho daño, y se necesita un contraataque. Por lo tanto, me opongo a la idea de que la gentrificación sea un proceso natural (léase: esperado, inevitable, normal) con esta pregunta: ¿quién gana y quién pierde cuando decimos “pero no es algo natural”?

No es difícil entender por qué resulta tan tentador acudir a la evolución, las leyes de la física y el antropomorfismo (la atribución de rasgos humanos) para ayudarnos a encontrarle la vuelta al modo en que cambian las ciudades: los humanos amamos las metáforas. En primer lugar, las metáforas nos permiten establecer conexiones entre diferentes tipos de objetos e ideas, que a su vez nos permiten verlas de nuevas maneras. Como escritora, no voy a ir contra las metáforas. Pero una metáfora no es lo mismo que una explicación, y las cosas empiezan a ponerse escurridizas cuando hablamos, por ejemplo, de las ciudades como organismos en evolución.

La evolución es una teoría potente que nos ayuda a explicar el desconcertante mundo de los seres vivos, que es complejo y dinámico —y también a encontrarle algún sentido. Una explicación es reconfortante; nos da cierta estabilidad, predictibilidad y certeza. Las “leyes” de la evolución dan sensación de orden a un entorno en constante cambio. No es sorprendente que nos sintamos ansiosos por aplicar estas leyes a otros sistemas complejos, incluidas las ciudades.

Es frecuente usar la palabra “evolución”, de un modo informal, como sinónimo de “cambio”. Sin embargo, por lo menos en su uso en inglés, la evolución también connota un tipo de cambio positivo o atractivo como, por ejemplo, un incremento de complejidad (en organismos), de eficiencia (en tecnología), o de conocimiento y saberes (en cuanto al crecimiento emocional de los seres humanos). En otras palabras, no es un significante neutral. No obstante, quizá sea más importante todavía que se encuentre inextricablemente ligado a la teoría del cambio y la adaptación de las especies como una respuesta al entorno. La teoría de la evolución ha sido aplicada a las ciudades, y en particular a los procesos de gentrificación, de modos que van mucho más allá de la sinonimia y la metáfora.

Los partidarios de esta forma de pensar no son necesariamente sutiles. “Gentrification Is a Natural Evolution” fue el titular de una nota de opinión de 2014 del periódico The Guardian, donde el escritor Philip Ball se valía del trabajo del investigador Sergio Porta para sostener que los barrios “problemáticos” de Londres como Brixton y Battersea estaban atravesando un proceso evolutivo que los llevaba del crimen y las drogas a la bohemia y la modernidad15. Ball describe a las ciudades como “organismos naturales”, y a la gentrificación de las áreas “agitadas” de Londres casi como “una ley de la naturaleza”. Porta y sus colegas, que escriben en una revista de revisión por pares curiosamente llamada Physics and Society, aseguran haber encontrado una fórmula para predecir la gentrificación.

Estos autores se centran en las características físicas de un barrio para afirmar que la probabilidad de gentrificación puede cuantificarse calculando el vínculo entre la geometría de la traza urbana y las calles principales. El argumento es que las ciudades obedecen a ciertas leyes naturales que priman sobre las intervenciones intencionales de urbanistas, políticos y desarrolladores: “Visto de este modo, los investigadores estudian la evolución de las ciudades como los biólogos la evolución natural, casi como si la ciudad fuera en sí misma un organismo natural”16. Basándose en estos supuestos, Porta concluye que la gentrificación es de hecho algo sano para las ciudades, y sugiere que “es un reflejo de su capacidad de adaptarse, un aspecto de su resiliencia”.

Puede que los habitantes más antiguos de Brixton y Battersea interpreten su propia resiliencia de una manera distinta, como un aspecto de su habilidad para sobrevivir a la ola de cambios que desde hace décadas viene amenazando de diferentes maneras a estos municipios negros, multiculturales y de clase trabajadora. De hecho, el vocabulario de la evolución y de la adaptación saludable resulta especialmente irritante debido al contexto racializado, donde las personas de color son desplazadas por los gentrificadores blancos y para beneficio de ellos.

A medida que los inversores extranjeros multimillonarios acaparan espacios como el Brixton Market y cubren Battersea de torres de lujo, los habitantes y los comercios locales temen los aumentos de alquileres y los desplazamientos17. Folashade Akande, propietario de una tienda del mercado de Brixton, contó a The New York Times: “Están expulsando a toda la gente de acá y a las minorías étnicas […] Me voy a quedar lo más que pueda”. En el “área de oportunidad” de las zonas de Vauxhall, Nine Elms y Battersea, muy elogiada por políticos conservadores, los departamentos de lujo de los especuladores permanecen vacíos, mientras quienes viven en los edificios “asequibles” o en unidades de propiedad compartida deben entrar a sus departamentos atravesando “puertas de pobres” separadas o enfrentar “el ruido y el polvo de la construcción de la nueva ‘súper cloaca’ de Londres”18.

El relato sobre “la gentrificación como adaptación natural” supone que las personas que realmente viven en estos barrios son menos importantes que el entorno físico; o incluso que no son en absoluto importantes. Es como si hubiera leyes de ubicación, de configuración de calles y de tipos de edificio que impulsaran estos cambios, en lugar de ser decisiones tomadas por gente de verdad; como si estos cambios se vivieran de un modo espacial abstracto, en lugar de ser una amenaza para la vida cotidiana y el bienestar físico y mental de seres humanos reales.

A pesar de las protestas de quienes luchan contra los desplazamientos, el relato de la evolución natural tiene un encanto, una forma de apelar a una necesidad cultural profundamente arraigada, que busca reducir lo que observamos a un conjunto de relaciones de causa y efecto guiadas por leyes inamovibles, sobre las cuales no tenemos control. ¡Hace que las cosas sean mucho más fáciles! Después de todo, ¿cuál es el sentido de intentar desafiar las leyes físicas de la ciudad? Para el caso, también podríamos tratar de desafiar la gravedad.

Lo que me parece interesante es el modo en que este relato opera. Me parece útil tener bien presentes los efectos, buscados o no, de los enunciados sobre las “leyes naturales”. En primer lugar, estos enunciados nos absuelven de responsabilidad. Si una cosa como la gentrificación es simplemente una ley de la física, entonces no es culpa de nadie, y nadie debería sentirse responsable por tratar de hacer algo para cambiarla. En segundo lugar, la palabra “natural” tiende a connotar lo bueno y lo correcto, así que estos cambios no solo son inevitables, sino que son beneficiosos a largo plazo. En las cosmovisiones occidentales, el cambio en sí es visto como símbolo de progreso; y el progreso es bueno, siempre nos conduce hacia adelante, hacia un futuro mejor. En tercer lugar, estos enunciados nos devuelven a los brazos reconfortantes del statu quo y nos reaseguran que el modo en que pasan las cosas es el modo en que tienen que pasar.

CIUDAD ECOLÓGICA

La naturalización de la ciudad se remonta a mucho tiempo atrás, antes de que comenzaran los relatos sobre la gentrificación. No es difícil encontrar escritores que comparan las ciudades con organismos, como si fueran entidades vivas con corazones que palpitan, centros neurálgicos, redes circulatorias, sistema excretor y digestivo, y ciclos de crecimiento y decadencia. Las ideas de Jane Jacob, influyente crítica de planeamiento urbano, acerca de los cambios que surgen de procesos urbanos cotidianos y complejos, a menudo se caracterizan por aferrarse a una visión orgánica de la ciudad, en contraste con las visiones modernas, proyectadas verticalmente19.

Mucho antes de lo escrito por Jacob en la década de 1960, pensadores decimonónicos como Patrick Geddes se interesaron por aplicar conceptos biológicos como el de evolución a sociedades y ciudades. Geddes creía que el urbanismo pondría en práctica el conocimiento obtenido al comprender de qué forma “el hombre” interactuaba con su ambiente. También utilizó metáforas como “cirugía” y “arrancar” a la hora de describir su perspectiva sobre la conservación de los barrios precarios, donde las peores casas debían ser arrancadas quirúrgicamente para permitir el paso de luz y aire hacia los demás inquilinatos y patios20.

Lewis Mumford, famoso urbanista del siglo XX fuertemente influenciado por el trabajo de Geddes, utilizaba metáforas organicistas para demostrar que el crecimiento urbano desenfrenado, impulsado por la tecnología y la economía, resultaba nocivo y exigía una concepción regional del planeamiento urbano que entendiera las ciudades y sus entornos como entidades orgánicas interconectadas. Mumford equiparaba la ciudad ideal a la célula, que, en lugar de crecer demasiado o excederse en su capacidad de funcionar de acuerdo a su diseño, forma un nuevo núcleo central y nuevas células21.

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Si se observa la ciudad como si fuera un cuerpo o una parte de un cuerpo, es probable acabar mencionando lo que puede andar mal en ese cuerpo, por lo que la enfermedad y las metáforas médicas son frecuentes. El crecimiento desenfrenado puede compararse con un tumor, mientras que la falta de crecimiento puede ser señal de decadencia o de una enfermedad latente. Las metáforas de la enfermedad y otras metáforas médicas similares son usadas con regularidad para hablar sobre los problemas sociales; y los problemas sociales son trasladados al mapa de la geografía urbana con extrema facilidad.

La investigadora en comunicaciones Júlia Todolí escribe sobre la enfermedad y las metáforas que se utilizan en el ámbito del planeamiento urbano para justificar cierto tipo de intervenciones sobre la ciudad, cuyo blanco son las comunidades pobres de clase trabajadora22. En un estudio de caso sobre un proyecto de reurbanización en Valencia, España, a comienzos de los años 2000, Todolí encontró que arquitectos y urbanistas utilizaban expresiones como “operación”, “cirugía mayor”, “desinfección”, “amputación”, “metástasis”, “matar al paciente” y “procedimientos quirúrgicos” para describir lo que “era necesario” para completar el proyecto.

Todolí sostiene que este uso de lenguaje forma una cortina de humo que esconde en las metáforas los verdaderos objetivos y efectos de la planificación urbana. También ayuda a enmarcar y definir un problema que presupone una determinada clase de solución. Después de todo, si algo se enferma o se infecta, necesita una combinación de saneamiento, cirugía e incluso amputación. Urbanistas y arquitectos asumen simbólicamente la autoridad del cirujano, quien cuenta con una posición social más alta y con la confianza pública.

Durante la primera mitad del siglo XX, algunos de los académicos en estudios urbanos más influyentes de lo que luego se conoció como la escuela de Chicago tomaron prestado el lenguaje de la evolución para representar la ciudad como un tipo de sistema natural. De hecho, la escuela de Chicago también se conoce como la escuela ecológica. Entre muchos investigadores que se desempeñaron en el Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago entre 1915 y 1935 aproximadamente, Ernest Burgess y Robert E. Park fueron muy atentos a los patrones de cambio demográfico en función de las categorías de clase y, en menor medida, de raza, en una ciudad donde abundaban los trabajadores manuales y los inmigrantes23. Además, rechazaron la hipótesis que sugería que las oportunidades en la vida de las personas estaban determinadas por las características personales o la genética. En cambio, estos investigadores se enfocaron en las estructuras sociales y en el entorno como factores clave que configuran fenómenos como la criminalidad y la movilidad social.

La teoría de Burgess respecto del crecimiento urbano tomó varios conceptos traídos de la teoría de la evolución, que gozaba de gran aceptación luego de que Charles Darwin la popularizara en El origen de las especies a fines del siglo XIX. Burgess propuso que las grandes ciudades como Chicago crecían a través de la expansión hacia el exterior de una serie de anillos concéntricos o zonas que incluían distintas clases sociales. La zona central, dedicada al comercio, estaba rodeada por “barrios precarios” (o áreas de “transición”), luego venían “las casas de los obreros”, zonas residenciales urbanas y, finalmente, zonas suburbanas exteriores o de cercanías.

Por lo general, el tamaño, el costo y la calidad de la vivienda mejoraban a medida que uno se movía hacia el exterior de cada zona. Burgess sugirió que, a medida que las comunidades alcanzaban movilidad social ascendente y cierta historia en la ciudad, se movían hacia fuera, al tiempo que eran reemplazadas por nuevos grupos de inmigrantes. Por ejemplo, los italianos y judíos que alguna vez atestaran la zona conocida como Near West Side con el tiempo se abrieron camino hacia las áreas suburbanas como Cicero, Berwyn, Oak Park, Evanston y Highland Park.

Términos como “invasión” y “sucesión” sirvieron para caracterizar el proceso por el cual estas zonas interactuaban y los grupos iban cambiando. El metabolismo de la ciudad impulsaba estos cambios a medida que la ciudad evolucionaba y se adaptaba. Debido a que la ciudad era un ecosistema, los principios de la ecología determinaban que los asuntos en un lugar o sistema —por ejemplo, una falla de las instituciones educativas— tuvieran consecuencias en otras partes de la ciudad o del sistema. Esta aproximación holística para entender la ciudad y sus desafíos se desviaba de las perspectivas dominantes que preferían localizar los problemas urbanos dentro del ámbito de la moral, lo racial o las fallas genéticas de individuos y grupos.

Esta breve explicación es obviamente una simplificación del trabajo que hicieron decenas de investigadores a lo largo de muchas décadas. Mi objetivo no es sugerir que los propios miembros de la escuela de Chicago eran reduccionistas o que buscaban simplificar los procesos urbanos con categorías biológicas ordenadas. Identificaron con claridad que las “fuerzas naturales” que analizaban estaban impulsadas en gran medida por los seres humanos; sin embargo, el legado de su discurso urbano basado en la biología ha sobrevivido a los delicados matices de sus aportes. Así, entender las ciudades en relación con la biología implica mucho más que un uso metafórico, ya que se ha introducido en las prácticas y las políticas públicas reales. Por ejemplo, en la década de 1990 varias ciudades de los Estados Unidos se acoplaron a un programa llamado “Maleza y Semilla”, cuyo objetivo era “desmalezar” el crimen y “sembrar” actividades que favorecieran el desarrollo económico.

El geógrafo Tim Cresswell sostiene que el uso de metáforas ecológicas y corporales por parte de este programa funcionó para que algunos grupos fueran denotados como si estuvieran “fuera de lugar”, de maneras que luego sirvieron para justificar su desplazamiento24. Cresswell señala:

El programa “Maleza y Semilla” también se relacionaba con el ideal prescriptivo del gobierno, que buscaba eliminar a los habitantes indeseables (la maleza) de las áreas problemáticas para plantarlas con los habitantes apropiados (centros comunitarios, planes de empleo y comisarías). Que ciertas personas fueran connotadas como si estuvieran fuera de lugar trajo aparejada una