La guerra que se nos hace - Raúl Antonio Capote - E-Book

La guerra que se nos hace E-Book

Raúl Antonio Capote

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Beschreibung

La experiencia de trabajar para la Agencia Central de Inteligencia (CIA) le permitió al autor adentrarse en el mundo de la guerra cultural. Como organizador del proyecto Génesis, un plan de subversión dirigido a las universidades, a los jóvenes estudiantes, intelectuales y artistas cubanos, pudo conocer los principios sobre los que descansa este tipo de enfrentamiento.

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Seitenzahl: 329

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Página Legal

Edición y corrección: Rogelio Riverón

Diseño de pliego gráfico, cubierta

y composición digital: Zoe Cesar Cardoso

© Raúl Antonio Capote, 2019

© Sobre la presente edición:

Editorial Capitán San Luis, 2019

ISBN: 9789592115514

Editorial Capitán San Luis, Calle 38, no. 4717

entre 40 y 47, Playa, La Habana, Cuba

Email:direccion@ecsanluis.rem.cu

Web: www.capitansanluis.cu

www.facebook.com/editorialcapitansanluis

Reservados todos los derechos. Sin la autorización previa de esta Editorial queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o transmitirla de cualquier forma o por cualquier medio. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

… es interés político y económico de Estados Unidos asegurarse de que si el mundo se dirige hacia un idioma común, este sea el inglés; de que si el mundo se dirige hacia normas en materia de calidad, seguridad y telecomunicaciones comunes, estas sean americanas; de que si el mundo se está interconectando a través de la música, la radio y la televisión, su programación sea americana; y que si se están desarrollando valores comunes, sean valores con los que los americanos estén cómodos.

David Thkopf

In Praise of Cultural Imperialism?

Dedico este libro, especialmente, a la juventud cubana. Espero que ella encuentre en sus páginas una guía para comprender la guerra que se nos hace.

Preámbulo

De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace y tenemos que ganarla a pensamiento.

José Martí

Cuba está en guerra aunque muchos no lo ven así. Se preguntan: ¿Dónde están los aviones, los misiles, los barcos, los ejércitos? Hemos sufrido ataques terroristas, sabotajes, guerra biológica, intensas campañas mediáticas, una permanente y despiadada agresión económica, pero hay una asechanza que es mucho más sutil, difícil de ver y que nos llega por todas partes: hábitos, costumbres, prácticas de consumo, modas, cine, literatura, televisión, que usa nuestras emociones y sentimientos; es una batalla axiológica donde los mitos, los símbolos, el imaginario, desempeñan un importante papel, nuestra concepción del mundo es puesta a prueba, cuestionada constantemente y se intenta influir sobre ella para cambiarla radicalmente o al menos debilitar sus fortalezas fundamentales.

¿Y dónde están los aviones, los submarinos, los soldados, los misiles? Bueno, cuando terminen su tarea los símbolos, los íconos, los elementos de la guerra cultural del capitalismo o cuando fallen, entonces vendrán los bombarderos.

“Las bombas empiezan a caer cuando han fallado los símbolos”.1

El trabajo para ganar la mente y los corazones del ser humano es una operación compleja, obra que para los revolucionarios pasa necesariamente por la ética más profunda. La verdad para nosotros es una cuestión de principios; para nuestro enemigo no. Ellos mienten, timan, manipulan, engañan. Para ellos todo vale, para nosotros el fin nunca justificará los medios.

La faena de sembrar amor, de curar el alma del hombre de la enfermedad de la sociedad dividida en clases, es difícil, hay que derribar barreras, tomar casamatas cuidadosamente construidas. No por gusto la estrategia del enemigo por controlar el alma de los hombres se basa en lograr que la víctima acepte al verdugo y lo desee, que la víctima aplauda las acciones de su victimario e incluso se sienta segura bajo su “protección”.

Hoy ‘cuando alguien se acerca a hablarnos del enemigo, decimos: “De nuevo con la matraca del enemigo”, y es que detrás de la convocatoria a la batalla de las ideas, al trabajo político-ideológico, se esconde muchas veces la apatía, el desconocimiento, la falta de fe, y sobre todo’ la rutina. No está bien arraigada la convicción sobre la necesidad de sembrar ideología, el triunfalismo de unos, la necedad de otros, la mala fe de algunos actúan como diluyente de los mejores empeños en este terreno.

Corremos el riesgo de que en unos años, seamos un poco más prósperos económicamente hablando, pero menos revolucionarios. Si la esencia de nuestro socialismo se convirtiera en tener para ser, dejaríamos de ser, así sencillamente, esa es la cuestión.

Esta afirmación no niega la necesidad apremiante de lograr construir un socialismo económicamente próspero y sustentable, si no lográsemos avanzar en este terreno también estaríamos condenados, pero la fórmula socialismo próspero y sustentable lleva la suma imprescindible de más conciencia, de construcción de la cultura socialista.

En la mente de la gente, en su visión de futuro debe estar el modo de vida socialista como paradigma.

Este libro es fruto de la perentoria inquietud del autor por organizar ideas que fundamentalmente a lo largo de los últimos años, nacieron y se consolidaron luego de debates, lecturas, consultas, conferencias, desacuerdos y acuerdos con amigos, pero sobre todo gracias al conocimiento del enemigo, de sus planes contra Cuba y de la peligrosa guerra que en el terreno de la cultura se nos hace.

La experiencia de trabajar para la Agencia Central de Inteligencia (CIA) me permitió adentrarme en un mundo casi desconocido, el de la guerra cultural y la subversión político-ideológica. Como organizador del proyecto Génesis, un plan de subversión dirigido a las universidades, a los jóvenes estudiantes, intelectuales y artistas cubanos, pude conocer los principios sobre los que descansa este tipo de enfrentamiento. Como profesor universitario, escritor e intelectual revolucionario que cumplía una misión secreta dentro de las filas del enemigo, me di a la tarea de desentrañar esta estrategia del imperialismo para derrotar a la Revolución Cubana e imponer su hegemonía a nivel mundial consagrando el dominio eterno del capitalismo.

Fueron meses de trabajo, de búsqueda, de consulta, de investigación, de análisis de innumerables fuentes. Tuve que examinar una abundante bibliografía. De provecho invaluable me resultaron los propios documentos desclasificados del gobierno de los Estados Unidos y en especial de la Agenda Central de Inteligencia.

Luego de la denuncia pública del 2011 y la presentación en la televisión cubana de la serie “Las razones de Cuba” donde se descubre la verdadera naturaleza del trabajo realizado por un grupo de agentes de la Seguridad del Estado, entre quienes humildemente me cuento, he tenido la posibilidad de participar en cientos de conversatorios en universidades, centros de trabajo e investigación y otros similares sobre el tema de la subversión político-ideológica.

Desde entonces he dictado conferencias sobre el tema en universidades de Cuba, Venezuela, México y en encuentros con colectivos solidarios con Cuba en varias ciudades del mundo.

En 2012 se publicó el libro Enemigo que narra mi experiencia como agente de los Órganos de la Seguridad del Estado. Desde el blog El adversario cubano sostengo un debate permanente sobre la guerra cultural con lectores de todo el mundo, en especial con jóvenes cubanos y estadounidenses.

Todos esos encuentros y los debates que acabo de mencionar me convencieron de la necesidad de encarar una obra como esta.

Este libro no pretende constituirse en tratado sobre la Guerra Cultural, ni sobre la subversión ideológica que como parte de esa guerra llevan a cabo los Servicios Especiales estadounidenses, fundamentalmente la CIA, contra la Revolución Cubana y el mundo. Es apenas un modesto acercamiento a un tema que merece estudio, que requiere la dedicación de nuestros profesionales, historiadores, filósofos, sociólogos, maestros, lingüistas, psicólogos, diseñadores, cuadros políticos, etc. Porque como dijo José Martí, de pensamiento es la guerra mayor que se nos hace y tenemos que ganarla a pensamiento.

El libro consta de dos partes. En la primera procuré analizar, a partir de ideas plasmadas en artículos, tesis doctorales, libros, medios y espacios digitales, la historia de esta clase de enfrentamiento. Su objetivo central es brindar la mayor cantidad de información posible sobre el tema. La segunda parte está dedicada por completo a Cuba, sobre todo al proyecto Génesis, al contratista estadounidense Alan Gross y a la ciberguerra contra nuestro país.

La batalla de ideas que se nos hace desde la ciencia, desde la cultura, no podemos enfrentarla desde la improvisación y la ignorancia. Ese enfrentamiento requiere que nuestros mejores especialistas dediquen sus conocimientos y talento a diseñar, a construir nuestras defensas, a fortalecer las trincheras de ideas.

Solo desde la cultura, desde el conocimiento, podemos derrotar al enemigo y su estrategia, que busca fabricar en Cuba al hombre banal, egoísta, obsesionado con el consumo, el hombre que pasa de todo, aturdido por los cantos de sirena y cegado por las vidrieras llenas de luces del capitalismo; un hombre al que no le interese la Revolución.

Se trata del hombre estúpido del que habla Enrique Ubieta en su libro Cuba: ¿revolución o reforma?. “Sé estúpido, claro, no se traduce literalmente. Significa que seas loco, irreverente, que encauces el exceso de adrenalina, la innata rebeldía juvenil en actos de desacato, de divertido descomprometimiento o de irresponsabilidad”.2

Rebeldía sin sentido que no va más allá de la rebeldía del cuerpo, rebeldía banalizada, desprovista de su esencia revolucionaria y transformadora, es el hombre que se cree rebelde porque lleva el cabello azul o porque sale desnudo un día al balcón de su casa y sí, tiene el derecho de pintarse el pelo del color que le dé la gana pero eso no lo convierte en rebelde, eso no le da sentido a su rebeldía que queda limitada al acto externo y por lo tanto nada peligroso para el sistema.

Nuestros adversarios pretenden sembrar la falta de fe en el ser humano y sus posibilidades, exaltar el cinismo, el ego reverenciado, como dice Ayn Rand sobre ese hombre ideal del capitalismo: “Se nos ha enseñado que el ego es un sinónimo del mal y el altruismo el ideal de la virtud. Pero mientras el creador es egoísta e inteligente, el altruista es un imbécil que no piensa, no siente, no juzga, no actúa… el verdadero egoísta no vive para ninguna otra persona y no le pide a nadie que viva para él. Esta es la única forma de fraternidad y de respeto mutuo posible entre los seres humanos”.3

La ideóloga del capitalismo define muy bien al hombre que nos quieren “vender” a los cubanos, es la antítesis del ser del socialismo, es el héroe de sus comics, películas y series de televisión, esas mismas que inundan hoy nuestro consumo interno por la TV y dominan en buena y peligrosa medida el espacio de “entretenimiento” de la familia cubana. Insolidario, violento, estúpido. “Ningún creador actuó impulsado por el deseo de servir a sus hermanos, su único móvil fue su verdad”,4 asegura Ayn Rand.

Agradezco a mis amigos y destacados intelectuales cubanos Andrés Zaldívar, Enrique Ubieta, Iroel Sánchez, Manuel Henríquez Lagarde, Jorge Wejebe Cobo, Elier Ramírez Cañedo, Carlos Rodríguez Almaguer, por sus escritos, contradicciones (apenas), convergencias (muchas) y coincidencias (las más).

A mis compañeros de los órganos de la Seguridad del Estado, sabios en el tema.

Me fueron de mucha utilidad los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci; El arte de la inteligencia de Allan W. Dulles; La CIA y la Guerra Fría Cultural de Frances Stonor Saunders; El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad de Luis Britto García; Imperialismo del sigloxxi: las guerras culturales, de Eliades Acosta Matos; Marx, Engels. Ideas para el Socialismo del sigloxxi. Una visión desde Cuba, de Armando Hart Dávalos; Cuba: ¿revolución o reforma? de Enrique Ubieta; Propagandas silenciosas de Ignacio Ramonet y Biografía del Tío Sam, de Rafael San Martín, libros que recomiendo a todos leer.

Muchas gracias a Fidel Castro, José Martí, Carlos Marx, Antonio Gramsci, José Carlos Mariátegui, Ernesto Guevara. Sin ellos el futuro no sería posible. A ellos, los imprescindibles.

PRIMERA PARTE

La Mirada del Águila Calva

No hay mapas que nos guíen a donde vamos: a este nuevo mundo de nuestra propia hechura.

George W. Bush

Debatiendo: razón para escribir un libro

La Revolución es un niño que persigue a una mariposa, no importa si la atrapa... en el intento se yergue el humano y apunta al infinito.

J.C. Mariátegui

¿Cómo será esa sociedad futura con la que sueñan los revolucionarios de todos los tiempos, profesor?, preguntaba un estudiante de preuniversitario. El debate pintaba álgido, como es común en los encuentros con muchachos de esa edad en Cuba.

Ese día había comenzado el conversatorio con el tema del libro Enemigo, La guerra de la CIA contra la juventud cubana y poco a poco tomó otros senderos. Los muchachos preguntaban a ráfagas, inquietos, sin cortapisas. El auditorio vibraba.

El estudiante esperaba respuesta y una decena de manos se alzaban, la interrogante me daba la oportunidad de soñar en vivo, eso les dije, vamos a soñar en vivo, vamos a visualizar ese mundo futuro sin explotadores ni explotados, una sociedad donde el hombre establezca relaciones basadas en el amor con sus semejantes y con el medio, con la naturaleza, donde la principal ocupación del ser humano —como dijo Carlos Marx— sea la vida y no la producción de los medios de vida, una sociedad verdaderamente libre, desenajenada, donde el hombre esté libre de la pobreza material y espiritual. Donde la vida sea una aventura llena de dicha y esperanza.

Los muchachos escuchaban en silencio, cuando una chica alzó de pronto su brazo y sin esperar a que le dieran la palabra preguntó:

—Profe, si esa sociedad es tan hermosa ¿por qué no la construimos y ya, por qué no la hacemos, por qué hay gente que se opone a ella? —añadió otra decena de porqués lanzados al hilo, apasionadamente, sin pausa. Sus ojos brillaban, su pecho latía acelerado, podía sentir la tensión. ¿Por qué hay pobres que se oponen a la revolución? ¿Por qué hay pobres que votan contra Chávez en Venezuela? ¿Por qué hay personas en Cuba que añoran el capitalismo?

No es nada fácil, dije, debemos dar batalla en el alma de los hombres, la dominación vive en el alma y es allí donde se necesita una verdadera revolución, una sanación que cure al ser humano de lastres bien pesados, de esos mecanismos sembrados en el subconsciente durante siglos.

Es imprescindible comprender el alma de los hombres porque es allí donde se gana la batalla por la construcción de esa sociedad futura, olvidar eso ha costado caro, el hombre no es un simple componente de una clase social, no es un tornillo, no es una arandela.

Hay que conocer las necesidades de la condición humana, no basta con satisfacer las necesidades materiales, no basta con eso, el hombre trascendió la condición de animal y se hizo lo que es hoy. La única forma en que podemos lograr que establezca nuevas relaciones que no se basen en el egoísmo, que sobrepasen la mera satisfacción personal por encima de la colectividad, no puede ser el binomio sumisión-poder; es respetando esa individualidad, es mediante el amor.

Todos los grandes revolucionarios de la historia han predicado el amor. El amor ha estado en el centro de sus luchas desde Cristo hasta el Che. Fidel hizo del amor el centro de su acción revolucionaria, el internacionalismo, esos hombres y mujeres capaces de dejar atrás familia, comodidades, vida privada para ir a selvas, desiertos, montañas y pantanos insalubres, en cualquier lugar del mundo, a socorrer, a salvar, a sanar, a enseñar, a entregar la vida por la libertad de otros hombres, sin mediar otra cosa que la solidaridad, la satisfacción de servir a los demás. Eso solo se puede hacer desde una práctica revolucionaria basada en el amor.

Decía Gramsci: “El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación histórica y no naturaleza. De otro modo no se explicaría por qué, habiendo habido siempre explotados y explotadores, creadores de riqueza y egoístas consumidores de ellas, no se ha realizado todavía el socialismo”.5

Por su parte, José Martí en el prólogo a los Cuentos de hoy y de mañana de Rafael de Castro Palomino, escribió: “¿Quién no ha sentido, una vez al menos en la vida, el beso del Apóstol en la frente y en la mano la espada de batalla? ¿Quién no se ha levantado impetuoso, y retrocedido con desmayo, de ver cuánta barrera cierra el paso a los que sin más caudal que una estrella en la frente y un himno en los labios, quieren lanzarse a encender el amor y a pregonar la redención por toda la tierra?”.6

Lanzarse a encender el amor, de eso se trata, lanzarse con la estrella en la frente y el himno de la redención en los labios a liberar al hombre de sus ataduras, de su prisión; a librarlo de las cadenas. Muchas barreras encontrará quien asuma esa misión: encender el amor en el alma de los hombres, lanzarlos al combate por la redención de la Humanidad. Solo quien dedica toda su vida a esa tarea, quien se entrega por completo en un acto de desprendimiento supremo de sí mismo puede romperlas, con la estrella que ilumina y mata en la frente y el yugo despedazado a los pies, sin más hacienda que su amor, que su fe en el ser humano.

La historia de Cuba está llena de esos hombres y mujeres, desde los olvidados por el tiempo pero vivos habitantes primigenios, que enfrentaron durante años al conquistador con la convicción de que es mejor morir que ser esclavos, como cuenta la leyenda que juraron los caciques en la Laguna del Tesoro, hasta los cubanos de hoy, continuadores de la epopeya.

El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor, les dije a mis alumnos, citando al Che. Pero la muchacha volvía a la carga con sus porqués, ahora con el apoyo de un gran círculo que la rodeaba y apoyaba sus preguntas:

—Sí, es verdad, pero no entiendo por qué la gente —como ya le dije— vota en contra de medidas que los benefician, vota en contra de gobiernos que los representan y que hacen tantas cosas buenas, basadas en esa prédica de amor que usted bien señala.

El coro que la rodea más que pedir exige respuesta. Trato de darla de manera que se me entienda y que toque los corazones de los estudiantes.

“Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza, y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es hija de las tinieblas, el pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.7 Eso dijo un gran hombre, un gran latinoamericano, Simón Bolívar.

Sobre el ser humano pesan siglos de engaño, engaño que con la llegada de los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones ha tomado dimensiones verdaderamente apabullantes en un mundo de cultura intencionalmente banalizada, donde son demonizadas hasta la insensatez revoluciones como la cubana, proyectos como el venezolano, figuras como las de Fidel y Chávez; donde Lenin y la revolución bolchevique son sepultados bajo montañas de lodo; donde se vende la imagen de un modelo de capitalismo, el de los Estados Unidos, como ideal de la sociedad humana.

Es una lucha difícil, es una batalla de ideas, es una guerra que está ocurriendo en la mente de los hombres. Ese enemigo está dentro y fuera de nosotros. Y les repetí una frase de minutos antes: se trata de una lucha para sanar el alma.

Volvamos a Carlos Marx: “Las ideas de las clases dominantes son en cada época las ideas dominantes; es decir que la clase que tiene el poder material dominante en la sociedad tiene también el poder ideológico dominante. La clase que dispone de los medios de producción materiales dispone al mismo tiempo de los medios de producción ideológicos, de tal modo que las ideas de aquellos que carecen de los medios de producción están sometidas a la clase hegemónica. Las ideas dominantes no son sino la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, son esas mismas relaciones materiales bajo la forma de ideas, o sea, la expresión de las relaciones que hacen de una clase la clase preeminente; en otras palabras, son las ideas de su poder”.8

Entendemos entonces que el principal obstáculo que se opone a la liberación es el dominio ideológico, que se expresa como un carácter, como una conducta, que impide que los explotados tomen conciencia y se conviertan en transformadores, en revolucionarios.

“La razón es que solo paulatinamente, estrato por estrato, ha conseguido la Humanidad conciencia de su valor y se ha conquistado el derecho a vivir con independencia de los esquemas y de los derechos de minorías que se afirmaron antes históricamente. Y esa conciencia no se ha formado bajo el brutal estímulo de las necesidades fisiológicas, sino por la reflexión inteligente de algunos primero y luego de toda una clase”.9

Previo a la Revolución Francesa se dio en Europa una profunda batalla de ideas, previo a los alzamientos revolucionarios una nueva forma de ver el mundo se abría camino. Diderot, D´Alembert, Voltaire, la Ilustración, sembraban la semilla que propició la Revolución. Se fue creando un consenso en toda Europa, se creó una internacional espiritual burguesa.

“Eso quiere decir que toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas”.10

Lo mismo ocurre ahora: la conciencia se crea a partir de la crítica del capitalismo, una crítica desde la cultura que forma las bases unitarias de los desposeídos, que construye consenso entre los pueblos sobre la necesidad del cambio y que se forja en la lucha diaria. Si nuestra forma de ver el mundo está marcada por la axiología del capitalismo, si nuestro principio básico sigue siendo tener a toda costa por encima del ser, si el egoísmo es el signo que mueve nuestras vidas, si vemos la miseria como una especie de fatalismo y la sociedad dividida en clases como algo natural e inmutable, si no tenemos fe en el ser humano y en su capacidad de entrega, en su altruismo, cuál sería nuestra visión del mundo mejor que soñamos construir.

Tenemos que enraizar el mito revolucionario, los motivos ideales en la psicología popular, como incitación a una iniciativa libre y operante, desde abajo. Debemos ser transformadores y rebeldes, paradigmáticos.

No es con los misiles, no es con ejércitos, no es con fuerzas policiales solamente con lo que los poderosos garantizan el dominio. Las defensas del capital están en el inconsciente de los individuos y son más poderosas que el arma más moderna desarrollada por el complejo militar industrial. Ellas hacen que los dominados actúen en contra de sus intereses y defiendan gobiernos que los avasallan.

Es lo que hace que personas liberadas por una revolución desdeñen el modo de vida digno en que se mueven y añoren la esclavitud. Es difícil liberarse del sueño narcótico del consumo y del individualismo atroz.

Las primeras defensas del capitalismo las llevamos dentro, sembradas desde la infancia, desde que damos los primeros pasos y nos sentamos a ver la televisión, desde que nuestros padres nos leen los primeros libros. El sistema capitalista levanta las primeras barreras en la escuela. No por gusto Louis Bernays —de quien hablaremos más adelante con detenimiento— daba suma importancia a los textos escolares en la fabricación del consenso.

El sistema de educación del capitalismo está edificado para lograr ese consenso, desde la metodología, la didáctica de las diferentes asignaturas y los métodos de evaluación. Todo el sistema de enseñanza y aprendizaje está diseñado para formar al hombre del capitalismo. Exalta la competencia, la insolidaridad, el individualismo. Si no estuviéramos convencidos, podríamos analizar nuestro propio sistema de evaluación escolar, marcado todavía por esos principios, nacidos de la educación capitalista. Aunque en Cuba se han logrado grandes avances en ese terreno, todavía está enraizada en la mente de muchos maestros esta forma de ver la evaluación, que privilegia la instrucción y reproduce antivalores.

No sería exagerado postular que el ser humano lleva dentro desde que nace al represor capitalista más eficaz, algo que es fortalecido por la familia, la escuela y los medios masivos, hasta convertirse en la primera de las casamatas a tomar, la más difícil y compleja, porque está en nosotros y se parece tanto a nosotros mismos que se hace difícil reconocerla.

En otro conversatorio que sostuvimos recientemente, esta vez con un grupo de profesores universitarios, una colega muy joven planteó que a ella no le agradaba la palabra socialismo. Ante la respuesta exaltada de algunos de los presentes, pedí calma y le dije a la muchacha: “Yo te voy a decir cuál es el mundo en el que quiero que vivan mis hijos y nietos; si no estás de acuerdo con alguna de las cosas que voy a enumerar, lo dices con claridad”. Le expliqué: “Quiero un mundo en que todos los seres humanos tengan igualdad de posibilidades; quiero un mundo donde impere la justicia, la libertad; un mundo donde se proteja la naturaleza y no se discrimine a los seres humanos por su raza, género, orientación sexual, ni por alguna otra razón. Quiero un mundo donde la solidaridad y no el egoísmo sea el motor que mueva a los hombres y mujeres; quiero un mundo donde conquistar el máximo de felicidad posible para todos sea el objetivo central del trabajo; donde los hombres laboren con el placer de creadores y no de esclavos; quiero un mundo sin hambre, sin analfabetismo; uno en el que la ley primera sea el culto a la dignidad plena del hombre”.

La muchacha admitió estar de acuerdo con todo. Proseguí: “Pues para nosotros eso se llama socialismo, llámalo tú como desees, pero así se llama y te digo más: los revolucionarios no solo soñamos con ese mundo sino que luchamos por él, lo construimos y defendemos incluso al precio de la vida, si es necesario. Nuestra lucha es fundamentalmente por modificar las condiciones de producción que hacen del trabajador un ser enajenado, un infeliz. En otras palabras, nuestro combate, el de los comunistas, es el combate por la felicidad humana”.

Soñamos un mundo sin clases sociales, donde el Estado se extinga un día por innecesario, una vez que ese mundo posible sea construido. Los revolucionarios de todas las generaciones llamamos a ese sol del mundo moral, material y espiritual al que llegaremos un día, si antes el capitalismo no extermina al planeta, Comunismo. Así le llamamos, Comunismo.

En la sociedad capitalista el hombre vive una ilusión de libertad, una enajenación que lo hace cada vez más solitario. Es una mercancía entre mercancías y entre mercancías —pues eso es el hombre del capitalismo— no puede haber solidaridad, sino competencia. Allí todo está basado en el egoísmo, producto de la defensa de los intereses individuales.

La soledad de un hombre aplastado por la maquinaria productiva y de comercio es el signo del capitalismo, es el ser humano enajenado sometido a la violencia propagandística, asediado día y noche, rodeado de cantos de sirena, manipulado y compulsado a comprar, comprar y comprar cosas a las que muchas veces no puede acceder, objetos que además no necesita para nada. La situación del hombre en el capitalismo subdesarrollado, depreciado totalmente su valor mercantil, es aún peor.

El miedo natural del hombre a aventurarse en el mundo desconocido de la libertad es explotado sagazmente por el capitalismo. El hombre que descubre su conciencia tiene ante esa manifestación de libertad dos opciones: renunciar a su yo a cambio de la tranquilidad del útero protector o emprender el camino de lo desconocido y defender su derecho a crecer. O regresa al sosiego perdido, pagando como precio su individualidad y dispuesto a establecer relaciones basadas en el egoísmo con los demás, o se declara libre y se arriesga a cambiar el mundo y construir relaciones basadas en el amor.

Los revolucionarios soñamos, pero no vivimos en las nubes, soñamos pero construimos. Así lo dijo Carlos Marx: “Sea la vida y no la producción de los medios de vida”.11 Cuando el hombre haya construido una forma racional, desenajenada de sociedad, tendrá la oportunidad de comenzar lo que es el sentido de la vida: el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como el fin en sí, el verdadero reino de la libertad.

Es decir, una sociedad donde el hombre esté libre de la pobreza material y de la pobreza espiritual. Ser revolucionarios en la Cuba de hoy es creer en ese mundo futuro, en esa sociedad superior; es creer que lo imposible se hace posible, cabalgando sobre el sueño, haciéndolo realidad día a día, poniendo ladrillo a ladrillo, beso a beso, sudor a sudor en ese camino a la utopía que para los no revolucionarios es quimera, absurda ilusión irrealizable.

“La Humanidad no persigue nunca quimeras insensatas ni inalcanzables; la Humanidad corre tras de aquellos ideales cuya realización presiente cercana, presiente madura y presiente posible. Con la Humanidad acontece lo mismo que con el individuo. El individuo no anhela nunca una cosa absolutamente imposible. Anhela siempre una cosa relativamente posible, una cosa relativamente alcanzable. Un hombre de una aldea, a menos que se trate de un loco, no sueña jamás con el amor de una princesa ni de una multimillonaria lejana y desconocida, sueña en cambio con el amor de la muchacha aldeana a quien él puede conseguir. Al niño que sigue a la mariposa puede ocurrirle que no la aprese, que no la coja jamás; pero para que corra tras de ella es indispensable que la crea o que la sienta relativamente a su alcance. Si la mariposa va muy lejos, si su vuelo es muy rápido, el niño renuncia a su imposible conquista. La misma es la actitud de la Humanidad ante el ideal. Un ideal caprichoso, una utopía imposible, por bellos que sean, no conmueven nunca a las muchedumbres. Las muchedumbres se emocionan y se apasionan ante aquella teoría que constituye una meta probable; ante aquella doctrina que se basa en la posibilidad; ante aquella doctrina que no es sino la revelación de una nueva realidad en marcha, de una nueva realidad en camino”.12 Bello texto de Mariátegui.

Los revolucionarios debemos apasionar, conmover, hacer partícipes a todos, revelar esa nueva realidad en marcha, enseñar nuestra doctrina, basada en la posibilidad, en la ciencia y en el amor a la vida, a los seres humanos, a la naturaleza. Esa doctrina de fe en el hombre, de amor profundo, de entrega y solidaridad es el comunismo.

Solo hombres y mujeres armados de grandes dosis de amor y de confianza en los seres humanos podrán construir ese mundo.

Hay quienes dicen: “Bueno, soy revolucionario, pero...” Se es o no se es, no hay peros, quien comulga con el capitalismo, quien alaba y celebra ciegamente sus “éxitos”, quien lo propone como solución a los problemas de la Humanidad —problemas que son, la mayor parte, producto de su existencia misma—, no es revolucionario. Y no niego las leyes de la dialéctica, porque si objetara el desarrollo estaría negando lo que soy y lo que creo.

Nadie dijo que se trataba de borrón y cuenta nueva. Estamos en el camino que escogimos y defendemos, el socialismo, con su carga de pasado y su génesis de futuro. El socialismo como camino al reino de plena realización humana, la sociedad comunista.

Creo que sería oportuno —y más que oportuno necesario— regresar a los clásicos, a los textos originales de Marx y de Engels, no a los manuales retóricos y dogmáticos del estalinismo, no a los textos tergiversados o manipulados con fines oscuros, que nada tienen que ver con el sueño de construir un mundo mejor. Se hace necesario estudiar el pensamiento marxista latinoamericano, el pensamiento político de los grandes humanistas y revolucionarios de nuestra Patria Grande y del mundo, nutrirnos de las ideas más avanzadas de hoy, de la ciencia, de la economía, de la política, de la sociedad.

Para los cubanos de hoy no se puede ser revolucionario y no ser comunista. Ese es el credo que defiendo. Si alguien me llama estalinista se equivoca, porque nada tiene que ver con mis ideas: soy leninista, marxista, martiano y fidelista; en fin, un revolucionario cubano, pero si me piden que no sea necio y que acepte los “aires nuevos”, les advierto que tengo un buen olfato para identificar los viejos malos olores del sistema que haremos caer por fuerza de ley del desarrollo y por el combate revolucionario.

Esos son los temas que generalmente tratamos en los encuentros: Cuba, su futuro, el socialismo, las ideas, la gran batalla que se desarrolla hoy con más fuerza que nunca en la mente de los hombres. La gran pregunta, después de hablar tanto sobre ella, siempre es:

— ¿Profe, y qué cosa es la Guerra Cultural?

¿De qué hablamos?

Se está gestando una revolución. No será como las revoluciones del pasado. Tendrá su origen en el individuo y en la cultura.

Charles Reich.(The Greening of America.)

La expresión guerra cultural es con frecuencia usada en los EE.UU., sobre todo por los servicios especiales, para definir el enfrentamiento entre la cultura norteamericana y la del resto del mundo. Dentro del territorio estadounidense se refiere principalmente a las diversas posiciones éticas, morales y políticas que sostienen los conservadores y los progresistas en temas de contenido diverso.

El frente ideológico creado por la CIA en la Europa posterior a 1947 definió la guerra cultural como “Batalla por la conquista de las mentes humanas”.13

Según Luis Britto García, mediante la cultura se impone la voluntad al enemigo y se inculcan concepciones del mundo, valores y actitudes. “A la larga el aparato político no puede defender victoriosamente en la guerra, o imponer en la paz, lo que la cultura niega”.14

Los enormes y bien provistos ejércitos imperiales, cuentan hoy con poderosas armas culturales. “Con operaciones de penetración, de investigación motivacional, de propaganda y de educación, los aparatos políticos y económicos han asumido la tarea de operar en el cuerpo viviente de la cultura. La operación tiene como instrumental quirúrgico un arsenal de símbolos; como campo el planeta, como presa la conciencia humana. Sus cañones son los medios de comunicación de masas, sus proyectiles las ideologías”.15

Los grandes capitalistas saben que el control ideológico es fundamental para que los pueblos no se rebelen contra la explotación de las transnacionales, e invierten con mucha fuerza en los llamados medios masivos de comunicación e información, todo un tejido multifactorial que actúa para influir y manipular la opinión pública.

En el documento de Santa Fe I, en 1982 los asesores del Imperio reconocieron que “la guerra se libra en la mente de la Humanidad”16 mientras que el Documento de Santa Fe II establece claramente que la USIA (United States Information Agency) “es nuestra agencia para la guerra cultural”.17

La guerra en el terreno cultural tiene como objetivo básico destruir los valores y tradiciones ancestrales de los pueblos a los que el imperialismo quiere dominar, imponiendo los valores del libre mercado, el consumismo, el individualismo, el egoísmo, en fin, el capitalismo.

Cuando los ejércitos imperiales desatan sus invasiones, destruyen y roban el patrimonio histórico para borrar la memoria colectiva. Un pueblo sin historia es fácilmente explotado y dominado. Luego, depurado de su cultura, impuesto el modelo de dominación, se perpetúa el saqueo. Ejemplos sobran: España contra los incas, aztecas y mayas y recientemente Iraq, donde fue saqueado y destruido el museo de Bagdad y cientos de monumentos históricos irremplazables.

El concepto de guerra cultural tuvo su origen en Antonio Gramsci, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano. Gramsci planteaba que la burguesía ha conseguido lo que él llamaba “la hegemonía ideológica” al controlar las instituciones culturales de la sociedad: los centros de estudio, los medios de comunicación de masas, los núcleos de producción artística, es decir, los centros orientadores del pensamiento, el gusto y la sensibilidad.

El verdadero poder de una clase dominante, decía Gramsci, se apoya en su hegemonía cultural, y si la revolución ha de triunfar es imprescindible primero conquistar ese liderazgo.

Hay una concepción de vida creada por los grandes intelectuales de la burguesía a la que hay que oponer una nueva concepción de vida y enraizarla en la conciencia de las clases explotadas. Se hace necesaria, plantea Gramsci, la crítica de las filosofías que dan una fundamentación teórica al dominio burgués. El Gramsci de Los cuadernos de la cárcel se mueve especialmente en tres direcciones, la historia de los movimientos culturales del pasado, la crítica de la filosofía de Benedetto Croce, y el combate de las degeneraciones economicistas, mecanicistas y fatalistas del marxismo. Direcciones, todas, que sería necesario retomar hoy, sometiendo a crítica la filosofía burguesa actual, como hicieron en su tiempo Marx, Lenin y Gramsci.

Todo orden constituido, piensa Gramsci, tiene sus puntos de fuerza no solo en la violencia de la clase dominante, en la capacidad coercitiva del aparato estatal, sino también en la adhesión de los gobernados a la concepción del mundo propia de la clase dominante. “La filosofía de la clase dominante, a través de una serie de vulgarizaciones sucesivas, se ha convertido en sentido común, es decir se ha convertido en la filosofía de las masas, las cuales aceptan la moral, las costumbres, las reglas de conducta institucionalizadas en la sociedad en que viven”.18

Gramsci se preguntaba a principios del siglo xx —y nos preguntamos hoy nosotros, un siglo después—: ¿Cómo obtener el consenso de todas las clases? ¿Cómo la burguesía logró construir ese consenso entre las clases subalternas? ¿Cómo obtener el necesario consenso en el pueblo para derrocar el viejo orden y construir una sociedad nueva? La respuesta a estas preguntas las consideraba la clave no solo para cambiar el viejo orden, sino para que el nuevo lograra sostenerse.

Es esencial la creación de una nueva concepción de la vida, que sume a la causa del socialismo a todos los grupos antagonistas del capitalismo, que sea el socialismo el poder dirigente por su control estatal y por la dirección moral y espiritual de la sociedad.

“La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia”.19

Para Gramsci el problema de fondo consistía en la creación de una nueva concepción del mundo, de la vida, de la moral, que penetre en la conciencia de los ciudadanos y limite el consenso a la forma liberal de Estado, construyendo un nuevo consenso. Convertir la nueva concepción del mundo en sentido común.

Hay que recordar que fue Vladimir Ilich Lenin revalorizó el frente de la guerra cultural y elaboró la doctrina de la hegemonía: Dominio + dirección intelectual y moral, como complemento de la dictadura del proletariado. Que no puede ser una dirección que se impone por la fuerza, sino que se logra por la conquista del alma de los hombres.

“En el momento en que un grupo subalterno llega a ser completamente autónomo y hegemónico suscitando un nuevo tipo de Estado, nace concretamente la exigencia de construir un nuevo orden intelectual y moral, es decir un nuevo tipo de sociedad y por consiguiente, la exigencia de elaborar los conceptos más universales, las armas ideológicas más refinadas y decisivas”.20



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