La historia de Lucy - Leydis Carolina Aponte Davila - E-Book

La historia de Lucy E-Book

Leydis Carolina Aponte Davila

0,0
5,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Lucy tenía apenas 12 años cuando su vida cambió rotundamente; un hecho profundamente violento marcó un antes y un después. Después de ese hecho, desarrolló su vida intentando tapar el sol con un dedo, y evitando hacer contacto con ese macabro evento. Pero luego, al pasar los años, se dio cuenta de que no hay mejor manera de superarlo que enfrentándolo, por doloroso que ese proceso pueda ser. Con una narración detenida en detalles del contexto y la vivencia, la autora busca mostrar el costado maltratado de Lucy. Posteriormente, aborda la manera en que ella logra evolucionar al margen de ese evento, y su búsqueda de la resignificación de lo ocurrido, para el bien de su propia vida. ¿Te has enfrentado con la decepción profunda? Lucy sí. Sin embargo, su historia deja un mensaje contundente: Siempre se puede estar mejor.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 127

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Ilustración de interior: Victoria Venuti

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Primera revisión: Ilein González

Aponte Dávila, Leydis Carolina

La historia de Lucy : del trauma a la resiliencia / Leydis Carolina Aponte Dávila. - 1a ed.- Córdoba : Tinta Libre, 2020.

114 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-614-0

1. Autobiografías. 2. Reflexiones. 3. Psicología. I. Título.

CDD 808.8035

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Aponte Dávila, Leydis Carolina

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Dedicatoria

A tu voz.

Sí, ¡a tu voz!

Esa que callaron, o tú misma silenciaste

esa que, aun cuando la alzas, parece que no se escucha

porque el mensaje que trae es sórdido y desgraciado.

Tú le temes a tu voz

por culpa, ira o confusión

sin saber que, si la alzas

vas a cruzar de vereda

y otro será el asustado.

Beba, niña, adolescente o mujer,

que algo te quede muy claro:

Aunque mucho te quitaron,

¡tú aún conservas tu voz!

Agradecimientos

Jos…

Fuiste el impulso y el apoyo necesario para alzar mi voz desde ese cruel día.

Sabes escuchar, sentir, hablar y callar: lo que sea necesario para hacérmelo más fácil.

Compartes conmigo el deseo de que este texto llegue a las manos de toda mujer que necesite un apoyo en su propio transitar.

Mi Eva…

Haz todo el ruido que quieras y necesites, yo siempre gritaré contigo.

Leyda y Elvis…

Creyeron en mí de todas las formas: desde validar mi historia hasta mostrarme mi potencial en los peores momentos.

José…

Porque esa noche horrible fuiste mi única fuente de confianza, y no te moviste de mi lado, aún sin saber lo que me pasaba.

Ilein...

Me ayudaste a darle forma a esta idea con las primeras revisiones, te embarcaste en esto de contar mi historia y hasta decidiste hablar de la tuya. No me alcanzan las palabras, simplemente GRACIAS.

Sara...

Recuerdo la primera vez que te conté: te indignaste profundamente... después entendí por qué. No tuve duda que podrías aportar a la obra desde ese sentir, y desde tu formación cómo sexóloga. Gracias siempre.

Claudia…

Sin tu atención profesional en este último año, este libro no existiría.

Índice

Dedicatoria Pág. 5

Agradecimientos Pág. 7

Prólogo Pág. 13

Introducción Pág. 17

De una infancia rota Pág. 19

¿Quién es Lucy? Pág. 19

Mi relación con él Pág. 26

Y pasó lo impensado Pág. 29

Ya está, ya pasó Pág. 33

La decisión Pág. 38

La vida sigue… o eso parece Pág. 41

Amores adolescentes Pág. 41

Mi primera depresión Pág. 45

Sexualidad y erotismo Pág. 49

Al borde del abismo: “Enamoramientos” Pág. 54

Personalidad formada Pág. 58

Nada es para siempre: Resiliencia Pág. 63

La terapia Pág. 63

Amor y sexo en la vida actual de Lucy Pág. 81

Y si hoy pienso en mi experiencia… Pág. 84

Algunos comentarios Pág. 89

El trauma complejo Pág. 89

El poder de la confianza Pág. 96

No a los silencios Pág. 98

Epílogo Pág. 101

Educación y vida sexual: un reto en el contexto del abuso Pág. 101

Acciones preventivas Pág. 103

Acciones reparadoras Pág. 107

Bibliografía consultada Pág. 111

Prólogo

Ilein González

No debí haber ido esa noche a tu cuarto.

Dijiste que íbamos a jugar y yo fui. Dijiste que ibas a enseñarme cosas divertidas y fui, pero era de madrugada.

¿Acaso era una pijamada? Me gustan las pijamadas.

Con mis primas siempre las hacíamos. ¿Hay peleas de almohadas, no?

Pero, de repente, me di cuenta de que era a las escondidas.

¿Si no hago ruido, entonces gano? ¡Ok, lo entendí!

Viniste a buscarme a mi habitación para jugar. Me dijiste que iba a ser en tu cuarto, aunque no comprendí por qué me hacías espacio en la cama.

¿Había que estar acostados? Quizá funcionaba así.

Alzaste la mano y la metiste dentro de mi pantalón de dormir

no entendí ese juego, tuve miedo, ¿qué podía hacer?

Me sacudí en señal de rechazo… ¿No te habrás percatado?

Pero tú continuaste, tocabas mi vulva. Subías y bajabas

quizá no te habías dado cuenta y lo hacías sin querer.

Me agité otra vez, pero insististe. No te importó.

Yo estaba paralizada.

Me sentía en peligro, había algo que estaba mal

me estallaba el pecho.

Quise pedir ayuda, tenía mucho miedo

tú seguías, no parabas y yo no sabía qué hacer.

Solo pensé en levantarme e irme a mi cuarto. Y eso hice.

Me preguntaste adónde iba,

parecía que no se había acabado “el juego”.

Solo respondí que iba a dormir.

“No le digas a nadie”, repetiste

como condición de dejarme ir.

Pasé por el cuarto de mamá, pero tenía la puerta cerrada. Pensé: «Si le digo, ¿se molestará conmigo? Pensará que ‘me porté mal?’». Decidí irme a mi cuarto y me dormí boca abajo. Así no podrías tocarme el pecho ni la vulva otra vez.

Y por eso es mejor que estar boca arriba o de lado; porque estoy menos expuesta.

Me latía el corazón a prisa. Y entonces medité:

«¿Esto se puede contar? ¿Cómo? ¿A quién? ¿Por dónde empiezo?¿Cómo lo dices sin que suene trágico? ¿Cómo lo cuentas? ¿Así es como quedan embarazadas las mujeres? ¿Cómo se lo explico a mis papás?».

Decidí conversarlo, después de algún tiempo, pero mamá me pidió que no le dijera a nadie. En especial a papá.

Yo no quise meterme en más problemas, así que le hice caso. Porque se supone que las mamás siempre tienen la razón, porque las mamás nos cuidan y saben lo que es mejor para nosotros.

Y pensaba que si no podía expresarlo era porque había hecho algo mal y era mi culpa.

Pensaba: «Soy una niña mala».

Introducción

Lo que vas a leer a continuación es una historia contada desde la propia persona a la que le ocurrió. Se trata de un relato cargado de emociones, miedos, angustias… pero también de fuerza, coraje y resiliencia. Podrás ver, en las palabras de Lucy, una realidad que seguro no es ajena, porque lamentablemente todas y todos conocemos alguna situación similar. Leerás opiniones profesionales con respecto a las consecuencias que se generan en un cuerpo abusado, cómo el concepto de doble trauma, y sugerencias para reconocer momentos de vulnerabilidad y accionar. También conocerás cómo actuar activamente en la prevención de eventos de este tipo y en la recuperación postrauma.

La historia que cuenta Lucy fue escrita por una mujer que día a día se sigue recuperando, mientras que el prólogo y el epílogo fueron complementados por dos mujeres que también sufrieron agresión sexual durante la infancia. Hoy ambas pueden posicionarse en otro lugar, desde la vivencia y lo profesional, ante semejante escenario.

Lucy hoy no es más una víctima; ahora se autopercibe como sobreviviente de una de las peores situaciones que un ser humano puede vivir: el abuso sexual. Experiencia de las más ruines, pues para que ocurra, deben transgredir tu ser e invadirlo cuando tú no lo has pedido; deben corromper tu cuerpo, que es lo único que realmente te pertenece y que parece que nunca te lo van a poder quitar. Pero, en efecto, por unos minutos te lo roban y deja de ser tuyo. Lo anterior genera reacciones durante toda la vida, aunque muchas veces ni siquiera se reconozca la relación entre el abuso y su consecuencia.

Por último, encontrarás la línea de tiempo de Lucy. La misma inicia un recorrido sobre la infancia de una niña que nace en el seno de una familia de clase media-baja en Venezuela, y se va transformando conforme pasa el tiempo, al margen o no de su experiencia traumática. Te encontrarás con parientes amorosos que luchaban por el bienestar de Lucy, a pesar de que la ignorancia en ciertos temas, la excesiva confianza o el miedo, los guió a cometer errores que costaron la integridad y posterior tranquilidad de una mujer abusada. Los nombres de todos los personajes fueron cambiados para preservar su identidad.

El abuso sexual en la infancia es un acto detestable, grosero, repugnante y vil, que perjudica a la víctima y a los suyos de forma total. Sin embargo, algo queda claro en esta historia: siempre se puede estar mejor.

De una infancia rota

¿Quién es Lucy?

Mi nombre es Lucy y quiero contar mi historia. Con ello pretendo romperel silencio de quienes aún no están listas o listos para contar la suya, de quienes decidieron callar y cargarla a solas, y de quienes no tuvieron la oportunidad de hablar. Estoy segura de que no está cerca de ser la peor historia, pero: ¿Debería eso aliviar a alguien que sufre? En un momento llegué a creer que sí. Hoy estoy segura de que la peor historia la vive cada protagonista, y compararla con otra puede ser un acto desesperado de buscar calma o de mitigar el dolor.

Nací en Mérida, Venezuela. Un hermoso lugar en el que no estuve mucho tiempo más. La ciudad de los caballeros, es su famoso eslogan. De ese lugar recuerdo las montañas con sus picos nevados, plasmadas de forma constante en cualquier lugar que transitabas; el chocolate caliente y los pasteles andinos; los parques inmersos en un verde intenso y flores coloridas; y el frío, que se mantenía durante todo el año. He llegado a creer que nunca debí salir de ahí.

De mi país, esa ciudad es una de las sociedades más conservadoras y tradicionales: allá la mujer manda únicamente en su hogar, el hombre es proveedor de casa y debe estar alejado de los quehaceres domésticos; y por supuesto, la mujer mientras más callada sea, dará un mejor ejemplo; la última palabra la tiene el señor del hogar.

En la casa de mis abuelos esto se respetaba totalmente. Mi abuelo era el único que trabajaba fuera de casa, y por ende, se acataba lo que él decía. Mi abuela asentía con la cabeza y guardaba silencio en muchas ocasiones, porque de lo contrario, mi abuelo discutía fuertemente; no toleraba ser contradicho y menos por su mujer. Esto último estuvo presente en mi crianza, con mensajes más o menos claros: las mujeres calladitas están más bonitas y seguras.

En aquella turística ciudad se conocieron mis padres. Él se llama Emilio, y venía desde muy lejos a estudiar Medicina. Y ella, Laura, era estudiante local de Arquitectura en la misma universidad, por lo que era muy común que se cruzaran en algún pasillo o tuvieran amigos en común; entre ellos, mis tíos. Entonces fui la primera hija de dos jóvenes estudiantes que apenas empezaban su vida adulta, se casaron y decidieron buscarme. Ambos eran de familias bastante humildes y trabajadoras, muy centrados y con buenas relaciones familiares en general.

Apenas cumplí cinco meses, nos mudamos al sitio donde vivía toda mi familia paterna: un pueblo en el centro de Venezuela, a nueve horas de mi ciudad natal. Mi abuela ayudaba con mi crianza, a veces de forma un poco autoritaria sobre mi mamá, con la voluntad de ser útil y aportar su experiencia como madre; o eso era lo que ella le decía.

¡Eran muchos en esa casa! Mis tíos y sus parejas, mis primos, mi papá y mi mamá, mis abuelos… nunca faltaba gente que entrara y saliera, típico de una casa popular de pueblo. Por supuesto, mi mamá quiso nuestra independencia en un momento, y así fue como rentamos y nos mudamos. Todo iba bien, yo tenía tres años y mis padres iban construyendo su hogar, mi mamá quedó embarazada y entonces nació mi hermano Jonás. Un par de años después de que él naciera, muchas cosas empezaron a cambiar.

Para finalizar su carrera universitaria, mi madre decidió devolverse al hogar en el que se había criado y donde yo había nacido. Nos fuimos con Jonás, mi papá se quedó y ambos mantuvieron la promesa de que volveríamos a estar juntos una vez que ella se recibiera. En este nuevo sitio, comencé la primaria. Pero al cabo de unos meses, lo único que quería era estar con mi papá.

En mi caso se aplicó muy bien eso de que “las niñas son del padre”. Con él siempre tuve más cercanía, sentía que nos teníamos más confianza, que me entendía. Era muy cariñoso, paciente y servicial conmigo (y también con mi hermano). Mi papá me peinaba, me contaba historias, jugaba conmigo, me complacía en caprichos y pedidos, me aconsejaba, me acompañaba… Sin duda, estar con él era estar protegida y amada; yo era el centro de atención y no me cabía duda de que era importante.

De ese lado de la familia, era la nieta mayor. Eso me ubicaba en una situación privilegiada en la casa de mi abuela, donde pasaba mucho tiempo mientras mi papá trabajaba de día y de noche, porque así lo requiere el ejercicio de la medicina. Llevaba una bonita relación con mis abuelos paternos. Mi abuelo Elio era un hombre dedicado a labores de obrero, pues su infancia precaria no le había permitido estudiar. Cariñoso y respetuoso, preocupado por cómo nos sentíamos, con carácter para criar y no “malcriar”, pero con la dosis justa de mimos cómplices. Por su parte, mi abuela Silvia fue una excelente maestra de primaria, una mujer de carácter fuerte e indoblegable. Siempre fue la estricta, aunque tenía sus puntos débiles con algunos de mis primos y con uno de mis tíos. La relación con ella era buena; estaba atenta a que no me faltara nada, desde un plato de comida hasta la tarea bien hecha, porque de lo contrario, “¡quién aguanta a su papá!”, exclamaba.

Por otra parte, mi mamá era una mujer muy amena: si bien algo distante y en ocasiones poco afectuosa, sin duda siempre estaba disponible. Se mostraba más organizada, meticulosa, una excelente administradora del hogar. Siempre estaba pendiente de nuestras tareas, la comida, la ropa… y era un poco más difícil la expresión de sus sentimientos.

Con mi familia materna había una relación bastante cercana. Mi abuela es una mujer dócil, servicial con sus nietos, trabajadora y organizada, pero poco afectiva; no sé por qué daba la impresión de que siempre estaba asustada. Mientras que, por otro lado, mi abuelo materno era una figura más agresiva y dedicada al trabajo duro. Mis tías y primas eran muy compañeras, con juegos competitivos entre chicas, típicos de la niñez, y algunas cuantas peleas. Yo sin duda me sentía más cómoda con mi papá y su familia, pues allí creía tener un lugar de prioridad.

“Quiero irme con mi papá”, le dije a mi mamá a los siete años, y entonces recién ahí descubrí que yo tenía la libertad de elegir con quién estar, entre otras cosas. No hubo oposición de mi mamá cuando le dije que quería volverme para estar con él. Al contrario, ella enseguida gestionó todo para que yo pudiera irme. Llegué a sentir miedo, pero en aquel entonces mi cabeza solo pensaba en cuánto extrañaba a mi papá.

Al volver con él, mi corazón no podía más de la alegría, y yo notaba la felicidad en sus ojos también. En mi mente íbamos a estar los dos viviendo en esa pequeña casa rentada, en la que había nacido mi hermano y donde habíamos conformado, antes, nuestra familia. Sin embargo, para mi sorpresa, papá me dijo que, por su trabajo, yo iba a pasar una buena cantidad de tiempo en la casa de mi abuela. Yo no me quejé, pues lo veía como un lugar divertido, lleno de gente con la que me gustaba estar.