La idea de Dios en Guadalajara - Celina Vázquez Parada - E-Book

La idea de Dios en Guadalajara E-Book

Celina Vázquez Parada

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Beschreibung

La idea de Dios en Guadalajara. Diversos caminos hacia el conocimiento de un mismo Dios refleja los cambios que se están gestando en la percepción del mundo y de lo trascendente, hoy por hoy, en la todavía considerada ciudad con el mayor porcentaje de católicos y principal formadora de clérigos católicos en el mundo.

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Prólogo

José María Vigil

Guadalajara es conocida por su generosa acogida a todas las opciones religiosas. Y este libro también lo muestra: diversidad de opciones religiosas (y no religiosas) y pluralidad incluso dentro de una misma opción religiosa. Una variedad irreductible, en definitiva, en torno al misterio mismo de lo religioso, Dios, o más amplia y profunda, la Divinidad, sea ésta (o no) theos, como la llamaron y configuraron primero los griegos, de cuyo nombre e imagen se ha venido traduciendo y transmitiendo en diferentes lenguas y culturas.

Como demuestra el capítulo primero de este libro, es milenario el debate en torno a Dios, y también lo son los conflictos e incluso las guerras religiosas. Como decía Martin Buber, Dios «...es la más cargada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada. Generaciones de hombres y mujeres han hecho rodar sobre esta palabra el peso de su vida angustiada, y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo, y soporta el peso de todas esas personas. Las generaciones de hombres, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Por ella han matado y han muerto. Y tiene marcadas en sí las huellas de los dedos y la sangre de todos ellos». Durante mucho tiempo, el debate «Dios sí, Dios no» gastó demasiadas energías de la humanidad.

La Agenda Latinoamericana 2011 recoge el testimonio de Juan Arias, el famoso periodista-teólogo que, con ocasión del debate del Concilio Vaticano ii sobre el ateísmo, escribiera aquel artículo famoso «El Dios en quien no creo», texto que hubo después de ampliar y de convertir en libro, que sería traducido a diez idiomas y que todavía hoy, cuarenta años después, se sigue publicando. El cardenal Benelli le comentó que el libro era un fruto más de todo aquel movimiento de la época, que puso en cuestión aquellas tradicionales imágenes negativas de Dios. La cuestión ya no era «creer o no creer en Dios», sino en qué Dios creer.

Después de enfrentamientos seculares con el teísmo, los cristianos concretamente comenzábamos por aquel entonces a entonar un mea culpa: no resultaba noble enfrentarnos al ateísmo sin reconocer que podemos estar de acuerdo con él en muchas cosas: «En lo que muchos ateos no creen, es en un Dios en el que yo tampoco creo», había declarado el patriarca Máximos iv en el debate conciliar. Y más: «Los cristianos reconocemos que en la génesis del ateísmo hemos tenido parte los cristianos, en cuanto que con nuestra conducta hemos velado más que revelado el genuino rostro de Dios», diría luego el documento Gaudium et Spes, que recoge el consenso conciliar. Habíamos pasado, pues, de la polémica sobre si Dios existe o no, al debate más matizado sobre la imagen de Dios: en qué Dios creemos o no creemos.

El debate no se quedó en la discusión de las imágenes de Dios en sí mismo, sino que se amplió a su función social. No se trata sólo de cómo «nos imaginamos la imagen» de Dios, sino del papel que asume esa imagen en nuestra convivencia. Andrés Pérez Baltodano lo ha escrito con palabras certeras en un país tan emblemático como Nicaragua: «Lo más urgente en mi país es cambiar la imagen de Dios», y entrega varios cientos de páginas para mostrar cómo la vida, la suerte, la felicidad o la postración de un país depende también de la «imagen de Dios» que, por tradición y costumbre, de padres a hijos, de generación en generación, nos vamos entregando acríticamente, como un pesado paquete revelado, incuestionable, que exigiría sumisión completa e indubitable, y que, como fácilmente se echa de ver, condiciona gravemente nuestras relaciones sociales, y nuestra relación con la historia y con la naturaleza. Tan trabado está el concepto de Dios con nuestra vida, con nuestras religiones y con nuestra sociedad, que el poeta Casaldáliga cree que sólo cambiando de Dios podremos acometer los demás cambios:

¿Por qué no cambias de Dios? Para cambiar de vida hay que cambiar de Dios Hay que cambiar de Dios para cambiar la Iglesia Para cambiar el Mundo hay que cambiar de Dios.Pedro Casaldáliga

La Agenda Latinoamericana sugirió a los editores locales aplicar ese desafío a su país: «¿qué es lo que habría que cambiar en la imagen de Dios en mi país?», con la petición de que en cada lugar se acomodara la pregunta a la situación local. De su aplicación en Guadalajara, este libro es el producto. Un resultado espléndido que manifiesta —lo decíamos— la amplia «hiero-diversidad» o diversidad religiosa de la ciudad, la diversidad histórica y la actual. Se trata de un buen servicio que los cordinadores del libro, Celina Vázquez y Wolfgang Vogt, han prestado al conocimiento de La idea de Dios en Guadalajara… y al debate que ello puede suscitar. Ahí están estas páginas, o más propiamente dicho, estos testimonios vivos, sinceros, que arrancan de la profundidad de cada persona que toma la palabra, ofreciendo con frecuencia lo más vivo de su opción religiosa para la reflexión personal y para el debate público.

Ése puede ser el paso posterior: a partir de esta viva e irreconciliable hiero-diversidad caben muchas reflexiones y elaboraciones, que no han sido posibles en los milenios de debate, de polémica y hasta de guerras. Ahora, en esta nueva era de democracia y de pluralismo, es posible dialogar, y con la madurez adquirida, reconocer que debemos dar nuevos pasos. Tal vez, «creer o no en Dios ya no es la cuestión», se atreve a decir tímidamente la Agenda Latinoamericana 2011 (pág. 142), en un sentido más profundo ahora. Tal vez, hoy, con una nueva perspectiva epistemológica, somos conscientes de que muchas de nuestras expresiones clásicas sobre Dios, que hemos tomado como expresiones literales, no son, como creíamos, «descriptivas de la realidad a la que se refieren», sino más bien alusivas, simbólicas, metafóricas... Descubrimos que la religión ha tenido también una función programadora de la sociedad; ha sido como el «sistema operativo» que ha manejado las relaciones macro de la vivencia y de la conducta social humana. Tradicionalmente, la religión ha marcado a la humanidad los puntos cardinales sobre los qué orientarse; nos ha dicho —dogmática e indiscutiblemente— quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos... Hoy, más bien sabemos que no sabemos mucho de todo esto. Hoy la epistemología nos dice que con nuestro conocimiento, simplemente «modelamos» la realidad para mejor habérnoslas con ella.

Si esa nueva perspectiva epistemológica es correcta, debemos replantear muchas afirmaciones por las que hasta ahora estábamos dispuestos a discutir y hasta a pelear con quienes tuvieran una visión religiosa diferente. El viejo lenguaje religioso dogmático, y supuestamente «descriptivo», debe dejar paso a otra forma de hablar más modesta y flexible, más consciente de los límites y de las características propias del conocimiento humano, tal como hoy se nos va desnudando poco a poco. En la nueva perspectiva epistemológica, la diversidad no es contradictoria, ni incompatible, sino positiva y enriquecedora.

El tema de Dios no está sobreseído. Ni está pasado de moda. Está en plena actualidad. Sólo que... necesita de nuevas imágenes. Las viejas están gastadas. No dicen ya mucho, han perdido significado. Hace falta «creer de otra manera» (Torres Queiruga). Porque «otro Dios es posible» (hermanos López Vigil).

El obispo anglicano John Shelby Spong acaba de publicar un libro en castellano titulado Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo (Abya Yala, Quito 2011, abyayala.org). Y lo subtitula: Por qué la fe tradicional está muriendo y cómo una nueva fe está naciendo... Palabras graves para un título. Se trata, creo, del único libro en el que, en este momento, un cristiano —obispo incluso— defiende la necesidad de superar el «teísmo», para pasar no a un ateísmo, lógicamente, sino a lo que él llama el «posteísmo». Como protestante, se dice consciente de estar llamando a una «Reforma» mucho más radical que aquella a la que convocó Lutero. Se trata de un desafío radical para todos los que seguimos hablando de Dios. Un desafío también para todos los autores y los lectores de este libro. Su lectura no acabará en sí misma, sino que pedirá con urgencia —estamos seguros de ello— un debate de profundización. Y en este tema, nunquam satis, nunca acabaríamos.

Gracias a Celina y a Wolfgang, y gracias a todos los autores y autoras que con tanta generosidad y sinceridad han colaborado para hacer de este libro un monumento más a la conocida hierodiversidad de la ciudad de Guadalajara.

capítulo i

La idea de Dios y el ateísmo en la historia cultural de Occidente

El ateísmo es un fenómeno del mundo moderno. Hoy en día es posible encontrar personas que creen en Dios y otras que niegan su existencia, pero a nadie se le ocurre pensar en la posibilidad de que haya varios dioses. El politeísmo existió en el mundo antiguo donde sólo los judíos propagaban la idea de un Dios único. Todos los pueblos eran creyentes y buscaban el apoyo de sus dioses; los que mejor conocemos son los de la mitología greco-romana, que todavía forman parte del patrimonio cultural del Occidente.

En nuestra comprensión actual, los dioses griegos son personajes de una mitología fantástica, figuras literarias, pero para los pueblos antiguos se trataba de divinidades reales que influían en su vida cotidiana. Todos los pueblos tenían su mitología y sus deidades, porque era impensable vivir sin religión. La religión formaba parte de la vida pública, no se limitaba al ámbito privado.

En Grecia, los fieles acudían a los templos porque había una religión bien organizada, pero otros culturas menos desarrolladas construían, y lo siguen haciendo en zonas asiladas, apartadas de la civilización moderna, representaciones de la deidad utilizando figuras antropozoomórficas vinculadas con los fenómenos de la naturaleza. A estas representaciones de la divinidad, nuestra tradición occidental las consideró como adoración de ídolos por pueblos primitivos. El narrador mexicano Francisco Rojas González nos cuenta en su famoso cuento «El Diosero» cómo un indígena destruye al dios de barro que tiene en su casa porque no lo protegió de una tormenta, y decide luego hacer otro más eficiente. Los ídolos siempre han existido y son expresión de una religiosidad primitiva.

En época del profeta Moisés, los judíos ya habían superado la idolatría, pero ésta seguía siendo una tentación. En el Antiguo Testamento podemos leer cómo durante una ausencia de Moisés, algunos judíos adoraron un becerro de oro.

Para muchos judíos de la época era muy difícil comprender el monoteísmo. En los siglos anteriores a Cristo predominaba la idea de que cada pueblo y tribu tenía sus propios dioses. Los judíos fueron la excepción porque adoraban a un solo Dios. Supuestamente, el Dios de los judíos nada tenía que ver con otros pueblos. Eso lo podemos observar en el caso de Jefté, quien todavía confía en los dioses de la tribu de su esposa, cuando lo eligen juez.1 Finalmente, se decide por el Dios judío a quien le promete un sacrificio humano si le hace ganar una batalla decisiva.2 En el fondo, Jefté no entiende el monoteísmo porque Yahvé para él no es el único Dios que existe en el mundo, sino el único Dios de los judíos, quien es superior a los dioses de otros pueblos.

Un germano o un griego no adora a Yahvé porque es el dios de otro pueblo. Cada tribu tiene que adorar a sus propios dioses o a los del pueblo que la conquista. Así, para los habitantes de los países conquistados por los romanos, los dioses de Roma son más eficientes que los locales, que no supieron protegerlos contra el enemigo. Roma, por lo general, se muestra tolerante, y en las nuevas provincias conquistadas agrega a los dioses locales los del imperio. El Supremo Pontífice del Estado es el emperador, el cual a veces se puede convertir en un dios; de esta manera va a ser inmortal. Incluso Livia, la esposa del emperador Augusto, rogaba insistente al emperador Claudio que la hiciera convertir en diosa porque sólo de esta manera le sería posible evitar después de su muerte los castigos que la esperaban por sus numerosos pecados. Los dioses sólo pueden estar en el cielo.3

Al igual que en el judaísmo, en el cristianismo y el Islam, Dios es un ser perfecto, superior a todos los hombres. En cambio, en el mundo antiguo, a los dioses se les atribuyen las mismas debilidades que tienen los seres humanos. Así se explica que hombres como los emperadores Augusto, Claudio o Calígula se puedan convertir en divinidades. Muchos habitantes de la isla británica que conquistó Claudio personalmente, ven en el emperador romano un ser divino y rezan delante de su escultura. También para los aztecas que no conocían los caballos ni las armas de fuego, los militares españoles fueron percibidos como dioses blancos, cuyos cuerpos se extendían por el animal al cual cabalgaban. La asimilación de estas imágenes con la figura de Quetzalcóatl (el dios dual), en cuya leyenda se auguraba su regreso, se piensa que facilitó la conquista.

Los romanos integraron sin mayores problemas los pueblos conquistados a un sistema religioso presidido por el emperador. Sin embargo, los judíos se negaron a someterse a la autoridad religiosa de los emperadores, quienes eran incapaces de comprender el monoteísmo. Así, y sin advertir la gravedad de las consecuencias, Calígula dio la orden de colocar en todos los santuarios de su imperio una estatua suya. El extravagante emperador quería que todos los habitantes del imperio tuvieran la oportunidad de adorarlo como a un dios más. No se privaba a los ciudadanos de la libertad de venerar a los dioses de su preferencia. Por eso Roma se sorprendió mucho de que los judíos de Jerusalén se levantaran para protestar contra el ídolo que se había colocado en su templo, donde las imágenes estaban prohibidas, y sólo se permitía rezar a Yahvé, el Dios único.

El monoteísmo se convirtió en una amenaza para el imperio romano cuando la influencia de un tal Jesús de Nazareth empezó a extenderse por todo el territorio. Los cristianos, obviamente, no reconocían la autoridad religiosa del emperador de Roma, representante de una religión politeísta; es decir, pagana. Roma trata de frenar el avance del cristianismo de manera sangrienta, pero en el siglo iv el emperador Constantino entiende que eso es imposible y decreta tolerancia frente al cristianismo, que más tarde se convierte en la nueva religión oficial del Imperio romano.

Un sucesor de Constantino, Julián, quien pasó a la historia con el calificativo de «El Apóstata» (361-363) durante sus dos años de gobierno, en vano trata de regresar la rueda de la historia. Los templos de los dioses paganos están en decadencia y cada vez hay menos gente que cree en ellos. La sociedad entendió y asimiló la idea del monoteísmo, de manera que el politeísmo le parecía ya anacrónico. Lo que para Claudio todavía era una secta judía estrafalaria, ahora se convirtió en una iglesia cristiana poderosa que tiene carácter oficial en el imperio romano.

El nuevo Dios cristiano, en muchos aspectos es idéntico al judío, porque es uno solo y no tiene corporeidad como los dioses paganos. Además es perfecto. El judaísmo da también una fundamentación filosófica a la existencia de un Creador que, según los trece fundamentos de la fe judía, expuestos por Maimónides,4 «es la causa de la existencia de todo… es inconcebible su inexistencia debido a que si no existiera sería extinguida la existencia de todo y no habría una Causa que pueda persistir en su ser.»5

Para Maimónides es de suma importancia la unicidad de Dios, y precisamente en este punto discrepa del cristianismo, que con el dogma de la Santísima Trinidad disgrega a Dios en tres partes. Obviamente, para los judíos Jesús nunca ha sido Dios o hijo de Dios. Los cristianos de los primeros siglos tuvieron muchas dificultades para aceptar la divinidad de Jesús, pero finalmente se impusieron los teólogos que lo consideraban divino. El dogma de la Trinidad, según el cual Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas distintas que forman un solo Dios verdadero, hoy en día es aceptado por la inmensa mayoría de los cristianos. Sin embargo, para muchos judíos, analizando racionalmente el dogma de la trinidad, llegan a la conclusión de que los cristianos tienen tres dioses. Al fundar el islam, Mahoma aplica el concepto de la unicidad de Dios y reconoce a Jesús como profeta, pero no como hijo de Dios. El islam, igual que en el judaísmo, es, en este sentido, una religión más racional que el cristianismo.

Judíos y musulmanes se dirigen directamente al Dios único sin la intercesión de los santos, los cuales desempeñan un papel importante en el cristianismo romano, donde también la veneración a la madre de Jesús es muy relevante; tampoco en estas religiones se acepta la intercesión de los santos y mucho menos la intermediación de los clérigos en la relación de los fieles con Dios.

En los frecuentes procesos de sincretismo católico a lo largo de la historia, las representaciones de los santos o de las diferentes advocaciones de la Virgen, ocuparon el lugar de los dioses paganos. Es el caso de la virgen de Guadalupe, a quien muchos indígenas mexicanos identificaron con su antigua diosa Tonantzin.6

En el seno de la iglesia griega u ortodoxa surgió el movimiento iconoclasta que en el siglo xi destruyó imágenes de santos porque veía en ellos ídolos. A diferencia de la iglesia latina de Roma, la iglesia ortodoxa no acepta esculturas de santos, sino sólo pinturas. A través del arte religioso se enseña el Evangelio a las masas analfabetas durante la Edad Media; y es precisamente a partir de la iconografía de esta época que el Dios abstracto de los judíos que nos describe Maimónides, toma la forma de un ser de carne y hueso. Sólo judíos y musulmanes prohíben esculturas y pinturas en sus sinagogas y mezquitas; tendencias parecidas podemos también observar en la Reforma Protestante del siglo xvi, donde el culto a la virgen María y la veneración a los santos ya no se permite. Los luteranos toleran algunos cuadros en sus iglesias, mientras que los calvinistas destierran todas las imágenes de ellas, conservando, sin embargo, el dogma de la Trinidad. El arte religioso de la Edad Media está al servicio de la religión y se dirige a toda la población, mientras que la filosofía, que como ancilla (sirvienta) está al servicio de la teología, sólo se dirige a un pequeño grupo de intelectuales.

Lo que nos salva es la fe, pero es indispensable complementar la fe con la razón, dice el filósofo medieval de Mallorca, Raimundo Lulio (1232-1316). Lulio cree en la unicidad de Dios y trata de demostrar su existencia por medio de cálculos matemáticos. Su experiencia de vida entre cristianos, musulmanes y judíos lo llevó al estudio profundo de las religiones. Se dio cuenta que también judíos y musulmanes creen y que están convencidos de poseer la única verdad. Propone que en las discusiones entre creyentes, la fe no es criterio de verdad, sino la razón. De ahí, y del hecho de que Dios puede y quiere ser conocido (Desconhortxxx, 349) se sigue una devaluación del creer, aunque no del contenido de la fe. Creer es, frente al conocer, una forma deficiente de acercarse a Dios. La fe puede equivocarse pero la razón jamás: «creencia puede estar en verdad o en falsedad, es por eso que fe no hace distinción entre verdadero y falso, por eso como la razón hace distinción entre verdadero y falso conviene que todo lo que es razonable sea verdadero» (oe ii, 144). El fundamento de esta afirmación está en el hecho de que la fe cree sin dudar y la razón examina entre lo verdadero y lo falso.7

Los astrólogos, que abundan en la Edad Media, utilizan las matemáticas para calcular el movimiento de los astros y su relación con los destinos humanos. La filosofía escolástica de Santo Tomás de Aquino (1224-1274)8 se basa en la razón y utiliza la lógica aristotélica para demostrar la existencia de Dios y otras verdades de la fe. A nadie se le ocurriría cuestionar la existencia de Dios y las verdades que trasmite la Biblia. La filosofía y el arte están al servicio de Dios. Pintores y literatos se basan en su fantasía para describirnos los castigos terribles a las personas que no cumplen con la ley de Dios.

Dante Alighieri (1265-1321), en su Divina Comedia