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Esta traducción y edición está basada en el Español Latinoamericano y no en el Español Castellano hablado en España. El guardaespaldas de Scanguards, Cain, lucha contra la amnesia; sin embargo, el telón de su pasado empieza a levantarse cuando aparece un misterioso desconocido que revela que Cain fue víctima de un intento de asesinato. Cain descubre que no solo es un poderoso rey vampiro, sino que también está comprometido con Faye Duvall, la vampiresa que ha estado atormentando sus sueños. Cuando Faye cree que Cain ha muerto, se siente devastada y solo puede seguir adelante porque sabe que su clan la necesita. Por lealtad y amor a sus compañeros vampiros, acepta casarse con Abel, el hermano de Cain, y se sorprende cuando Cain regresa para reclamar su trono. Cain está decidido a recuperar el amor que alguna vez compartió con Faye. Pero el asesino no se dará por vencido, y su crueldad no conoce límites. Con el apoyo de sus leales amigos de Scanguards, Cain de repente se encuentra en una lucha a muerte y enfrentando una elección desgarradora: salvar a su reino o a su reina. SOBRE LA SERIE La serie Vampiros de Scanguards está llena de acción trepidante, escenas de amor ardientes, diálogos ingeniosos y héroes y heroínas fuertes. El vampiro Samson Woodford vive en San Francisco y es dueño de Scanguards, una empresa de seguridad y guardaespaldas que emplea tanto a vampiros como a humanos. Y, con el tiempo, también a algunas brujas. ¡Agrega unos cuantos guardianes y demonios inmortales más tarde en la serie, y ya te harás una idea! Cada libro puede leerse de manera independiente, ya que siempre se centra en una nueva pareja encontrando el amor. Sin embargo, la experiencia es mucho más enriquecedora si los lees en orden. Y, por supuesto, siempre hay algunas bromas recurrentes. Lo entenderás cuando conozcas a Wesley, un aspirante a brujo. ¡Que la disfrutes! Lara Adrian, autora bestseller del New York Times de la serie Midnight Breed: "¡Soy adicta a los libros de Tina Folsom! La serie Vampiros de Scanguards® es de lo más candente que le ha pasado al romance de vampiros. ¡Si te encantan las lecturas rápidas y apasionantes, no te pierdas de esta emocionante serie!" La serie Vampiros de Scanguards lo tiene todo: amor a primera vista, de enemigos a amantes, encuentros divertidos, insta-amor, héroes alfa, parejas predestinadas, guardaespaldas, hermandad, damiselas en apuros, mujeres en peligro, la bella y la bestia, identidades ocultas, almas gemelas, primeros amores, vírgenes, héroes torturados, diferencias de edad, segundas oportunidades, amantes en duelo, regresos del más allá, bebés secretos, playboys, secuestros, de amigos a amantes, salidas del clóset, admiradores secretos, últimos en enterarse, amores no correspondidos, amnesia, realeza, amores prohibidos, gemelos idénticos, y compañeros en la lucha contra el crimen. Vampiros de Scanguards La Mortal Amada de Samson (#1) La Revoltosa de Amaury (#2) La Compañera de Gabriel (#3) El Refugio de Yvette (#4) La Redención de Zane (#5) El Eterno Amor de Quinn (#6) El Hambre de Oliver (#7) La Decisión de Thomas (#8) Mordida Silenciosa (#8 ½) La Identidad de Cain (#9) El Retorno de Luther (#10) La Promesa de Blake (#11) Reencuentro Fatídico (#11 ½) El Anhelo de John (#12) La Tempestad de Ryder (#13) La Conquista de Damian (#14) El Reto de Grayson (#15) El Amor Prohibido de Isabelle (#16) La Pasión de Cooper (#17) La Valentía de Vanessa (#18) Deseo Mortal (Storia breve) Guardianes Invisibles Amante Descubierto (#1) Maestro Desencadenado (#2) Guerrero Desentrañado (#3) Guardián Descarriado (#4) Inmortal Develado (#5) Protector Inigualable (#6) Demonio Desatado (#7)
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Seitenzahl: 406
Veröffentlichungsjahr: 2025
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VAMPIROS DE SCANGUARDS - LIBRO 9
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Orden de Lectura
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Sobre el Autor
El guardaespaldas de Scanguards, Cain, lucha contra la amnesia; sin embargo, el telón de su pasado empieza a levantarse cuando aparece un misterioso desconocido que revela que Cain fue víctima de un intento de asesinato. Cain descubre que no solo es un poderoso rey vampiro, sino que también está comprometido con Faye Duvall, la vampiresa que ha estado atormentando sus sueños.
Cuando Faye cree que Cain ha muerto, se siente devastada y solo puede seguir adelante porque sabe que su clan la necesita. Por lealtad y amor a sus compañeros vampiros, acepta casarse con Abel, el hermano de Cain, y se sorprende cuando Cain regresa para reclamar su trono.
Cain está decidido a recuperar el amor que alguna vez compartió con Faye. Pero el asesino no se dará por vencido, y su crueldad no conoce límites. Con el apoyo de sus leales amigos de Scanguards, Cain de repente se encuentra en una lucha a muerte y enfrentando una elección desgarradora: salvar a su reino o a su reina.
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Editado por Josefina Gil Costa y Gris Alexander.
© 2025 Tina Folsom
Scanguards ® es una marca registrada.
Si el pecado fuera una mujer, no habría duda de cómo sería.
Su largo cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros desnudos y acariciaba el elegante vestido sin tirantes que llevaba, un vestido que acentuaba sus voluptuosos senos. Ceñido a la cintura, la seda roja fluía hasta la parte inferior de sus piernas y sobre los lindos dedos de sus pies que asomaban desde unas sandalias doradas de tacón alto.
Cuando ella hizo un movimiento para quitárselas, Cain le ordenó:
—Déjatelas puestas. —Hizo una pausa —. Quítate todo lo demás.
De ella brotó una suave risa tan delicada como un susurro en el viento.
—¡Oh, Cain! —arrastró las palabras con un suave acento sureño que al instante encendió una llama en su entrepierna y llenó todo su cuerpo de deseo—. Sabes cuánto me encanta que te desnudes para mí.
Él arrojó el saco de su esmoquin sobre un sillón y miró a su alrededor.
La suite era amplia y opulenta, compuesta por un dormitorio y una sala de estar conectados por grandes puertas dobles que en ese momento permanecían abiertas. La ausencia de ventanas lo convertía en el lugar ideal para la residencia de un vampiro, pues proporcionaba tanto seguridad como privacidad. Obras de arte de valor incalculable adornaban las paredes, y muebles elegantes creaban una atmósfera digna de un rey. Esto no era una cueva, a pesar de su ubicación subterránea. Era una fortaleza impenetrable.
La seductora dio un paso hacia él, moviendo su cuerpo con la gracia de una tigresa que se acerca a su presa. Y Cain bien podría haber sido su presa, aunque una muy dispuesta. Así como ella era la suya.
Cuando ella separó los labios, él vislumbró sus colmillos alargándose.
—¿Vas a empezar sin mí, mi amor? —le preguntó, y sacudió la cabeza en un suave reproche, al tiempo que la bestia que llevaba dentro se deleitaba con su reacción primitiva y se preparaba para responder del mismo modo.
Un vampiro que enseña los colmillos tiene dos motivos principales: hambre de sangre o de sexo.
Y él estaba seguro de que aquel hermoso espécimen, que ahora llevaba las manos detrás de su espalda para bajarse la cremallera del vestido, no tenía hambre de sangre. Aunque a Cain no le importaría morderla mientras la empalaba con su verga. El recuerdo de aquello se manifestaba ahora en su lengua. Tan dulce, tan rico, tan lleno de pasión. Una extraña sensación de añoranza y pérdida se abalanzó sobre él, pero este último sentimiento desapareció tan rápido como había llegado, dejando espacio para pensamientos más placenteros.
Le picaban las encías y dejó que sus propios colmillos descendieran, preparándose para lo que estaba por llegar. La anticipación calentó su cuerpo desde dentro, disipando de una vez por todas la falsa creencia de que los vampiros eran fríos. Entreabriendo los labios, Cain la hizo consciente de su deseo por ella, aunque estaba seguro de que el brillo rojo de sus ojos ya lo había delatado.
Con la sangre palpitándole en las venas, la vio despegar la tela roja de su torso. Su respiración se cortó cuando dejó al descubierto sus pezones rosados, ya duros y erguidos, mientras sus manos acariciaban casualmente su piel al empujar el vestido más abajo, pasando sus caderas. El vestido se frunció allí por un momento, atrapado por sus generosas proporciones, que hoy en día quizás fueran menos comunes. Las mujeres con figuras de reloj de arena como la suya eran raras, y tal vez esa era una de las razones por las que Cain estaba tan fascinado por ella. Tan atraído por ella.
Imaginó sus dedos hundiéndose en esas caderas, aferrándose a ella mientras machacaba su suavidad. Saber que podía tomarla tan fuerte como quisiera, porque ella era casi tan fuerte como él, hacía que sus dedos quisieran convertirse en las garras de la bestia que vivía dentro de él. Pero contuvo el impulso, sin querer estropear la impecable piel que se cubría su carne tentadora. Tampoco quería recordarle la violencia de su pasado, el dolor que había soportado a manos de un amo cruel. Nunca más permitiría que nadie le hiciera daño. Ni siquiera él mismo.
—¡Más! —exigió ahora Cain, y notó el cambio en su voz. La ronquera en ella delataba su estado de excitación. Bajó los párpados y se miró la parte delantera de los pantalones. El bulto era difícil de pasar por alto. No intentaba ocultárselo. Quería mostrarle lo que ella le hacía, hasta dónde llegaba su poder sobre él.
—Oh, no sé si puedas aguantar más. —Una sonrisa pícara subrayó sus palabras.
Él dio un paso hacia ella, mientras sus manos se afanaban en deshacerse de su corbata de moño y su camisa a velocidad de vampiro. Las arrojó sobre el sillón para hacer compañía a su chamarra.
—¿Tan impaciente?
—¡Haz lo que te digo! —ordenó Cain, con el pecho agitado por el esfuerzo que le costaba mantener un mínimo de civismo cuando, en su interior, el vampiro rugía con la necesidad de tomarla, de hacerla suya.
Sus manos elegantes empujaron el vestido sobre sus caderas, haciendo que la prenda cayera al suelo en un suave susurro. Pero Cain no miró lo que yacía ahora a sus pies. En cambio, clavó la mirada en el triángulo oscuro de vello que protegía su sexo.
Se le hizo la boca agua y levantó los ojos hacia la cara de ella.
—No llevabas nada debajo.
Ella agradeció su observación con una sonrisa pecaminosa.
Se quitó el vestido y caminó hacia él, con los tacones altos repiqueteando en el suelo de madera, resonando en el vasto espacio sin ventanas.
Su verga estaba ahora rígida, presionando dolorosamente contra su cremallera. Instintivamente, su mano fue hacia ella, pero ella fue más rápida. El calor de su palma lo envolvió al instante, enviando una descarga de placer por todo su cuerpo que hizo que su control bailara al filo de la navaja. La lujuria impregnó el aire y lo hizo zumbar.
—¿Tienes un regalo para mí? —murmuró ella, frotando su cuerpo contra él mientras su mano apretaba la dureza de sus pantalones.
—Un regalo que sigue dando. —Cain deslizó la mano hacia la nuca de ella, acercando su rostro al suyo hasta que sus labios quedaron a solo unos centímetros de distancia. Tan cerca, pero tan lejos—. Te extrañaba.
Su aliento rebotó contra el suyo cuando abrió la boca. Él lo inhaló, dejando que su aroma llenara sus pulmones y lo drogara.
—¿Qué extrañabas más? ¿Mis labios en tu verga? ¿Que yo te cabalgara? ¿Tu verga embistiéndose dentro de mí?
Aunque le encantaban todas sus sugerencias, él respondió:
—Creo que olvidaste algo. —Sus dedos acariciaron un lado de su cuello, trazando la vena hinchada bajo su piel. Su pulso latía contra las yemas de sus dedos, como si le señalara su aquiescencia. —Mis colmillos en tu cuello.
Una inhalación de aire apretó con más firmeza el pecho de ella contra el de él.
—No lo olvidé. Siempre dejo espacio para el postre.
Al pronunciar la última palabra, Cain capturó sus labios en un beso. No había nada tentativo ni vacilante en el beso, ni en la reacción de ella. Saboreó su dulzura en la lengua mientras se sumergía en ella y le mostraba quién era su amo. Sin embargo, ella no era sumisa. Su respuesta al beso fue la de una igual, una fuerte mujer vampiro que sabía lo que quería. Él lo percibía con cada roce de su lengua contra la suya, con cada desliz de sus labios contra su boca, y con cada empuje de sus caderas contra su ingle. Ella lo deseaba, y ese conocimiento no hacía sino aumentar el deseo que él sentía por ella.
Los dedos de Cain se abrieron en abanico, deslizándose más arriba, hacia el cabello de ella, hasta tocarle la nuca. Sus oscuros mechones de seda acariciaron su mano, recordándole encuentros anteriores como este. Recordándole que antes ya había alcanzado el éxtasis en sus brazos.
Los suaves suspiros de ella llegaron a sus oídos, mientras su rápido latido reverberaba en su pecho, haciendo eco del suyo. Su otra mano bajó ahora, deslizándose por la curva de su espalda hasta su torneado trasero. Al apretarlo y atraerla con más fuerza, ella gimió en su boca, antes de que su lengua rozara su colmillo.
Jadeando con fuerza, Cain separó sus labios de los de ella.
—¡Carajo!
Lamer los colmillos de un vampiro era lo más erótico que podía experimentar un vampiro, sin contar el sexo en sí. Y aunque ella ya había lamido sus colmillos antes, el intenso placer que ahora recorría su cuerpo casi lo deshizo.
—Sé que lo deseas —lo tentó, mirándolo seductoramente.
Él lanzó una maldición, la agarró y dio unos pasos hacia la pared, donde la apretó contra ella. Toda su paciencia se había esfumado, había desvanecido en el aire.
—Como quieras.
Entonces volvió a capturar sus labios. Sería un breve interludio si ella seguía utilizando sus artimañas con él de esta manera. Pero, maldita sea, no quería detenerla. En lugar de eso, intentó abrir sus pantalones con una mano, hasta que sintió las manos de ella sobre él, ayudándolo. Estaba claro que ella estaba tan impaciente como él.
Momentos después, sus pantalones de esmoquin cayeron al suelo. Aún llevaba sus zapatos de vestir, pero no tenía paciencia para quitárselos, ni tampoco los calcetines. En cambio, sus pantalones le rodearon los tobillos. No estorbarían sus movimientos, no el tipo de movimientos que estaba a punto de hacer.
Cain la agarró por los muslos y la levantó, presionando su espalda contra la pared. Abrió sus piernas de par en par, dejando al descubierto su sexo empapado. Miró hacia abajo, luego echó las caderas hacia atrás y ajustó su ángulo. Cuando la cabeza de su verga tocó los labios exteriores de su sexo, aspiró con fuerza. Había estado en lo cierto: esto no tardaría mucho.
—Lo necesito —lo animó ella—. Te necesito.
Cain se zambulló en ella sin preámbulos, acomodándose en su cálido canal, sus bolas golpeando su carne, ardiendo por el impacto. La primera vez siempre era así, intensa, urgente. Más tarde, esa noche, se tomaría su tiempo con ella, pero ahora necesitaba calmar su hambre por ella.
El aire salió a toda prisa de sus pulmones.
—¡Cain! ¡Sí!
Ella era perfecta, mejor que cualquier otra cosa en su vida. Como si ella fuera la solución a todos sus problemas, a todas sus preocupaciones. Como si ella pudiera hacer que todo volviera a estar bien.
Sus ojos se encontraron con los de ella y, lentamente, Cain empezó a empujar. Sus ojos verdes ahora brillaban en rojo, señal de que su lado vampírico la dominaba. Una sensación de posesividad lo invadió, y la idea de que ella pudiera estar en los brazos de otro hombre agitó a la bestia dentro de él. La ira brotó de sus entrañas, y gruñó como un animal.
—¡Eres mía!
Los ojos de ella brillaron con intensidad, antes de inclinar la cabeza hacia un lado, mostrando su pálido cuello.
—Entonces hazme tuya.
Sin pensarlo, él hundió sus colmillos en su cuello, perforando su piel caliente. La rica sangre tocó sus colmillos y llenó la boca. Mientras la sangre corría por su garganta, recubriéndola, más abajo, su propia sangre palpitaba en sus venas, llenándole aún más la verga. Y con cada sorbo de su vena y cada embestida en su coño, la ferocidad en él crecía.
Por un instante, retiró sus colmillos, queriendo decirle lo que ella significaba para él. Separó los labios, queriendo hablar, pero su nombre no salió de ellos. Volvió a intentarlo, pero solo había vacío. La miró fijamente a los ojos y vio confusión en ellos.
—¿Quién eres? —susurró.
La incredulidad coloreó sus ojos, pero antes de que sus labios le dieran una respuesta, un dolor agudo atravesó su cráneo. Todavía dentro de ella, sus movimientos se detuvieron bruscamente.
Su visión se oscureció. Cain llevó una mano a su rostro y sintió el líquido cálido y pegajoso que corría sobre él. También lo olió. El olor metálico era inconfundible.
Sangre. Sangre que salía de su cráneo. Levantó la mano y palpó el agujero que estaba ahí. La sangre brotaba de él.
—¡No! —gritó ella—. ¡No! ¡No me dejes!
Ya no podía ver su rostro y, de repente, sus manos no agarraban nada, como si ella se hubiera escapado de su alcance. La buscó en la oscuridad, pero solo sintió un vacío. Desesperación. Desesperanza.
¿Estaba muerto?
—¡Nooooooo! —gritó Cain.
Pero ella no le respondió. Se había ido.
De repente, su visión se aclaró, y una fuente de luz llamó su atención. Algo parpadeaba en rojo. Enfocó sus ojos. Ante ellos aparecieron unos números. 07:24. Se quedó mirando la aparición. Tardó un segundo en darse cuenta de que estaba mirando un reloj digital.
Cain se incorporó bruscamente.
La habitación en la que estaba había desaparecido, reemplazada por un dormitorio con pocos efectos personales. No había opulencia. No había lujo. Solo un dormitorio sencillo con una cama grande, un tocador y una silla con ropa informal que alguien había arrojado sobre ella. Ningún esmoquin a la vista.
Cain pasó una mano temblorosa por su cabello ultracorto y se dio cuenta de que estaba bañado en sudor.
El arrepentimiento lo invadió. Todo había sido un sueño: la mujer, la habitación, la sangre.
Nada era real. Como el propio Cain. Porque, ¿cómo podía ser real si no recordaba nada de su pasado?
Llevaba varios meses teniendo esos sueños. Diferentes, pero todos relacionados con la misma mujer, y todos terminando de la misma manera: con sangre brotando de su cabeza. Como si fueran una advertencia que alguien intentaba enviarle. O un mensaje del pasado.
Cain bajó las piernas de la cama y sacudió la cabeza. ¡Se había hecho ilusiones! Hacía poco más de un año que había despertado una noche sin memoria alguna. Lo único que recordaba era una voz masculina. Tu nombre es Cain, le había dicho el hombre. Por mucho que había intentado descubrir su pasado, no encontraba nada.
Los sueños lo atormentaban, colgando trozos de información frente a él, pero sin dejarlo acercarse lo suficiente como para tomar uno y examinarlo. Lo habían vuelto irritable e impredecible. Sus compañeros en Scanguards, donde trabajaba como guardaespaldas, habían comenzado a notarlo, y lo evitaban cada vez que estaba en uno de sus oscuros estados de ánimo.
Y justo ahora, uno de esos oscuros estados de ánimo se apoderaba de él, azotándolo con desesperación y desesperanza como un torturador golpeándolo con un látigo. El dolor paralizaba su cuerpo y lo hacía querer infligir el mismo dolor a otros. Pero no había nadie sobre quien descargar su ira.
De repente, un timbre perforó el silencio de su dormitorio. Se volvió hacia la mesita de noche y tomó su teléfono celular.
—¿Sí?
—¿Dónde carajos estás? —La voz profunda y encabronada pertenecía a Amaury, uno de sus superiores en Scanguards.
Cain estaba furioso. No le gustaba el tono de Amaury, ni que lo cuestionaran sobre su paradero. Odiaba que le dieran órdenes.
—¿Qué carajos quieres? —replicó Cain, alzando la voz.
—¡Se supone que debes estar patrullando esta noche! —gruñó Amaury—. ¡Y no me hables con esa actitud! ¡Soy tu jefe!
Cain se levantó de un salto y golpeó con el puño la pared de yeso, dejando allí una abolladura.
—¡No necesito ningún jefe! ¡Soy mi propio amo!
En cuanto lo dijo, supo que era cierto. No estaba acostumbrado a que nadie le dijera qué hacer. Estaba acostumbrado a dar las órdenes.
Al otro lado de la línea, Amaury respiró profundamente antes de responder.
—¡Bien! ¿Quieres arreglarlo de una vez por todas? Estoy harto de tu actitud últimamente. Creo que es hora de que tengamos una charla para que entiendas quién manda aquí.
Su forma de hablar dejó claro a Cain que sería una charla muy física.
—En mi casa. En diez minutos, o te vas a quedar solo.
—¡Entendido! —respondió Cain al desafío abierto.
Una pelea a puñetazos con el vampiro del tamaño de un defensa era justo lo que necesitaba ahora. Tal vez entonces se sentiría mejor.
Nueva Orleans — un día antes
El jardín de invierno era tan hermoso por la noche como letal durante el día. Envuelto en cristal antibalas por tres de sus lados, no ofrecía refugio alguno contra el sol.
Faye levantó la vista hacia el cielo estrellado que se extendía más allá del techo de cristal. ¿Él la estaría observando desde algún lugar allá arriba? ¿O es que los vampiros estaban condenados a arder en el infierno cuando encontraran la verdadera muerte?
No recordaba cuántas veces había mirado al cielo nocturno y se había hecho esas mismas preguntas desde que él murió. Cada vez que lo hacía, sentía el mismo anhelo, el mismo vacío. Pero la vida tenía que continuar. Ella lo sabía. El tiempo de luto estaba llegando a su fin.
Unos pasos la alertaron de que ya no estaba sola. Incluso antes de voltear, supo quién había entrado al jardín de invierno desde la casa. Bueno, en realidad no podía llamarse una casa. Era un palacio.
Faye inclinó ligeramente la cabeza antes de levantar la mirada hacia su visitante.
—Su Majestad.
—Faye, Faye, ¿cuántas veces te he dicho que entre nosotros no hay formalidades? Para ti sigo siendo Abel. Siempre lo seré. Además, todavía no soy rey.
—Por supuesto.
Dejó que sus ojos se posaran en él. Había días en los que apenas podía mirarlo. Le recordaba demasiado al hombre que había perdido. Al hombre que había amado.
Abel señaló un banco y le indicó que se sentara ahí con él. Ella tomó asiento y él se unió a ella.
—He venido a hablar contigo.
Su estómago se tensó al instante. Sabía de qué se trataba. Ella también había contado los días, aunque por otros motivos.
—Todos lo extrañamos —empezó Abel.
Faye apretó los labios, reprimiendo las emociones que amenazaban con abrumarla y robarle la capacidad de pensar con claridad. Tenía que mantenerse fuerte.
—Ya casi se cumple el tiempo.
Ella asintió.
—Un año, un mes y un día. Lo apunté en mi calendario.
Aunque no tenía por qué hacerlo. Siempre recordaría el horrible día en que le habían arrebatado al amor de su vida.
—Sí, en menos de dos semanas terminará su reinado oficial, y el nuevo rey será coronado.
—Nunca he entendido muy bien por qué hay un período tan largo después de la muerte de un rey antes de que su sucesor pueda tomar el trono —dijo Faye para llenar de palabras el aire que había entre ellos.
Abel tomó su mano, sujetándola. Ella se estremeció internamente, pero lo permitió. Pronto sería su rey, y su destino estaba en sus manos. Los privilegios que había disfrutado como la prometida del rey muerto expirarían con la coronación del nuevo rey. Perdería su hogar, su posición en la sociedad, su influencia. Aunque, de todos modos, nada le importaba demasiado. Solo el amor por los vampiros que habrían sido sus súbditos, si su prometido hubiera vivido, la había obligado a quedarse. De lo contrario, habría abandonado el clan.
—Se pretende dar tiempo al pueblo para hacer el duelo sin tener que jurar lealtad al nuevo rey mientras aún lloran al antiguo —explicó Abel.
—Aunque debe ser difícil para el rey de turno.
—Como regente, ya tengo muchos de los poderes que tiene el rey. Y me da la oportunidad de conocer mejor a mis súbditos y saber qué quieren de mí. —Levantó la mano de ella hacia su cara—. O lo que yo quiero de ellos.
A Faye se le cortó la respiración.
—Sí, sí, por supuesto.
Se levantó, haciendo que él soltara su mano, y caminó hacia un parterre elevado. Tomó unas tijeras de podar y comenzó a cortar las plantas.
Desde ese día horrible hace más de un año, ningún hombre la había tocado. Y pensar en las manos o los labios de otro hombre sobre ella le producía pánico. Sabía que tenía que hacer algo al respecto, pero esta noche no era el momento adecuado.
Detrás de ella, Abel se levantó del banco. Escuchó sus pasos acercarse a ella.
—Se deben tomar decisiones. Como sabes, pronto…
—Lo sé —ella lo interrumpió—. He estado pensando en ello. Me estoy preparando para irme. —Quedaría desprotegida de nuevo. La última vez que eso había sucedido, había caído presa del más cruel de los vampiros.
Cuando las manos de Abel se posaron sobre sus hombros desde atrás, ella contuvo el aliento, intentando calmarse.
—No vine a pedirte que te vayas. Vine a pedirte que te quedes.
Faye giró la cabeza a medias.
—Pero la ley del clan es clara al respecto.
—Me importa un bledo la ley del clan. En dos semanas, mi palabra será la ley.
Sorprendida por su tono cortante, su ritmo cardíaco se duplicó al instante. Sabía que él lo percibiría. El oído de un vampiro era lo suficientemente sensible para eso. Además, sus manos seguían sobre los hombros de ella, y al tocarla no solo sentiría sus latidos, sino que también percibiría la sangre que corría por sus venas como un tren desbocado.
—Olvida lo que dije —añadió Abel rápidamente—. Esto no se trata de la ley. Se trata de ti. Estabas destinada a ser reina. Los miembros de nuestro clan te aman. Tu sueño no tiene por qué terminar con mi coronación.
La implicación de sus palabras caló de inmediato. Cuando él la volteó para encararla, ella quiso evitar su mirada, pero por respeto a la posición que ocupaba, no lo hizo.
Sus ojos oscuros la miraban con una intensidad que siempre había amado en su hermano. Pero en Abel, la asustaba. ¿O simplemente la asustaba porque significaba que por fin tendría que admitirse a sí misma que había llegado el momento de seguir adelante y dejar ir los recuerdos que atesoraba, los recuerdos del amor verdadero?
—Necesito una reina. Una mujer como tú, que sea amada por sus súbditos. Sé que no soy como él. Nunca podría ser el líder justo que él fue. Pero contigo a mi lado, guiándome para mostrarme lo que él habría hecho en mi lugar, puedo ser un buen rey. Te necesito.
Faye buscó en sus ojos, intentando ver más allá de sus palabras, más allá de la cara que le mostraba. ¿Lo decía en serio? ¿Realmente la necesitaba para ser el tipo de rey que su vasto clan necesitaba? ¿Y podría ella realmente ayudarle a ser ese hombre? ¿Era ese su llamado? ¿Ser reina para que él pudiera ser rey?
Su pecho se elevaba con su respiración.
—No lo sé, Abel. Yo amaba a tu hermano.
Abel le puso un dedo en los labios.
—Y él te amaba a ti. Querría esto para ti. Querría que tuvieras lo que estaba destinado a ser tuyo. Querría que siguieras adelante y que volvieras a ser feliz. Que volvieras a sonreír. Recuerdo esa sonrisa. Pero no la he visto en mucho tiempo.
Ella bajó los párpados y asintió.
—Es difícil superar la muerte de alguien tan… —No pudo siquiera continuar su pensamiento, ni decir su nombre, sin correr el riesgo de deshacerse en lágrimas.
—Dame una oportunidad —dijo Abel con suavidad.
—Todo esto es tan inesperado. Necesito tiempo para pensarlo —respondió rápidamente, desesperada por ganar algo de tiempo y, al mismo tiempo, no ofenderlo. Era una decisión que no podía tomar sin pensar en las consecuencias. No amaba a Abel. Él era distinto a su hermano en muchos aspectos. Donde su hermano había sido amable e indulgente, Abel era duro y severo. Sus personalidades no podían ser más diferentes.
Faye quería gritar, lamentar que hubiera muerto el hermano equivocado. Si tan solo esa noche no lo hubiera dejado salir de sus brazos. Entonces él seguiría vivo. Él seguiría siendo el rey, y ella sería su compañera de sangre y su reina.
—Hazlo por el clan, si no por mí.
Faye miró más allá de él, sus ojos escudriñando la oscuridad más allá del palacio en el que vivía. Era vasto, una enorme estructura construida como una fortaleza, impenetrable y sobrecogedora. Un gran palacio para un gran clan, uno que abarcaba toda Luisiana y se extendía más allá de sus fronteras. Un clan tan secreto, aunque influyente más allá de sus límites físicos, que pocos vampiros de fuera conocían su existencia. Todos los reyes anteriores lo habían querido así, sabiendo que en el anonimato residía la seguridad.
Las viejas costumbres seguían siendo fuertes en el clan. Las leyes por las que vivían habían sido transmitidas por sus fundadores, aunque las viviendas eran modernas y el castillo, enclavado en una remota zona boscosa al norte de Nueva Orleans, estaba equipado con la seguridad más avanzada. Como correspondía a un rey. Los guardias y otros miembros clave del clan vivían en el palacio, mientras que en edificios alrededor de los terrenos bien cuidados, otros vampiros tenían su hogar.
Faye volvió a mirar a Abel.
—Mereces una compañera que te ame.
Él sonrió.
—Me conformaré con una que algún día aprenda a amarme.
Ella suspiró.
—No lo sé.
—Podríamos ser coronados juntos en dos semanas si dices que sí.
Ella tragó saliva.
—Te daré mi respuesta. Pronto.
Luego se volteó rápidamente y corrió por la puerta abierta hacia el pasillo. Estuvo a punto de chocar con alguien y levantó la vista, asombrada.
—Disculpa, Faye —él dijo—. No pretendía sobresaltarte.
—John, eh, no lo hiciste —mintió ella, deseando alejarse de él lo antes posible.
John era alto y ancho, un vampiro fuerte, de mano rápida y mente ágil. Eran esas cualidades las que lo habían convertido en el líder de la guardia élite del rey, el pequeño grupo de vampiros seleccionados por dedazo que protegían al rey y a la reina.
Pero John había fracasado en proteger a su rey. Bajo su vigilancia, el rey había sido asesinado. Cuando Faye vio las cenizas y el anillo de sello en el suelo, los restos de su amante, acusó a John de descuidar su deber. Él había agachado la cabeza, aceptando sus palabras llenas de odio con un silencio estoico, sin intentar siquiera ofrecer una excusa o disculpa.
Nunca había entendido por qué Abel no había castigado a John. Si hubiera estado en posición de dar órdenes, habría exigido la ejecución de John por su fracaso en mantener a salvo al rey.
Por un momento, se detuvo. Tal vez Abel tuviera un corazón más bondadoso de lo que ella creía, y ella era la mala por desear castigar al líder de la guardia del rey.
Amaury no solo vivía en uno de los barrios más deteriorados de San Francisco, sino que también era dueño de un edificio de apartamentos entero, cuyo ático él y su compañera humana, Nina, llamaban hogar. Cuando Cain preguntó una vez a su compañero vampiro por qué compró esa propiedad, Amaury respondió que nadie más la quería y que le salió barata.
Cain ahora levantó la mirada hacia el edificio de seis pisos y se fijó en la luz que venía del último piso. Una amplia sombra se movió frente a una de las grandes ventanas, luego se unió otra más pequeña y las dos se fundieron en una sola figura. Un segundo después, se retiraron de la ventana.
Cain no tuvo que esperar mucho. Parecía que Amaury estaba tan ansioso como él por terminar esto de una vez. El sonido de una puerta abriéndose llegó a sus oídos, y Amaury apareció un instante después.
El guardaespaldas de cabello oscuro hasta los hombros tenía la constitución de un tanque. Técnicamente, Amaury ya no era guardaespaldas: era director de Scanguards. Pero, a pesar de su rango en la empresa, a Amaury le encantaba ensuciarse las manos.
Con un movimiento de cabeza, Amaury se adentró en el callejón contiguo al edificio. Cain lo siguió sin decir una palabra, luego se detuvo a unos metros de donde estaba Amaury, frente a un contenedor de basura.
—¿Qué carajos te pasa? —preguntó Amaury sin siquiera saludar.
Cain enderezó los hombros y ensanchó la postura instintivamente. Estaba listo para este combate.
—No me gusta tu tono.
—Supongo que tenemos eso en común. Porque el tuyo tampoco me gusta. —Amaury lo fulminó con la mirada—. ¿Qué te pasó? ¡Cuando te contratamos, pensé que habíamos encontrado oro! De todos los guardaespaldas que conozco, resultaste ser el que tiene mejores instintos. ¡Como si te hubieran criado para esto! ¡Y mírate ahora!
Cain dio un paso hacia él, apretando los puños.
—¡No ha cambiado nada!
—¡No digas mamadas! ¡Desde la boda de Oliver hace tres meses, has estado flojeando! No te presentas a tus turnos. Y cuando lo haces, ¡estás de un humor de perros!
—¡Mi humor es asunto mío, no tuyo! —gruñó Cain apretando los dientes.
Amaury entrecerró los ojos.
—¡Lo es cuando te portas como un cabrón insubordinado! —Mostró los colmillos—. Hay normas si quieres seguir trabajando para Scanguards. Y más te vale seguirlas, si no…
La mano de Cain salió disparada por sí sola y estampó a Amaury contra el contenedor, como si alguien más hubiera tomado el control de su cuerpo.
—¿Crees que puedes darme órdenes?
El instinto le decía que no estaba acostumbrado a seguir órdenes. Estaba hecho para darlas.
Amaury se recuperó, usando ambas manos para catapultar a Cain contra la pared del edificio.
—¡Escúchame bien, mocoso! Samson y yo estamos de acuerdo en esto. O sigues las putas normas, o estás fuera. ¿Me entiendes?
Así que todos habían conspirado a sus espaldas. ¡Eso era perfecto! ¡Jodidamente perfecto!
—¡Jódete, Amaury! Jódanse todos.
Pero no bastaba con maldecir a Amaury. Aventarle esas palabras no le daba a Cain la satisfacción que necesitaba. Solo una cosa podía hacerlo ahora.
Cain levantó el puño y asestó un golpe en la barbilla de Amaury, haciendo que el corpulento tambaleara hacia atrás. Se recuperó con la misma rapidez y lanzó una mirada furiosa a Cain.
—¿Quieres pelear? Está bien —espetó Amaury—. Peleemos.
Antes de que pronunciara la última palabra, un puño golpeó la cara de Cain, girando su cabeza hacia un lado. El dolor irradió por su cuerpo y lo hizo sentirse más vivo de lo que se había sentido en todo el último año. Era mil veces mejor que el entumecimiento y el vacío que lo habían consumido.
Con un gruñido, Cain apuntó sus puños hacia Amaury y le asestó un golpe tras otro. Pero el enorme vampiro no era un saco de boxeo dispuesto. Daba tanto como recibía, alternando entre patadas y puñetazos. A pesar de su tamaño, su oponente era más ágil con los pies de lo que cualquiera habría imaginado.
Cain dejó que sus instintos tomaran el control. Sabía que era un luchador excepcional, pero en este combate a puñetazos con Amaury, Cain sintió que sus habilidades eran superiores a las de su jefe. Una cosa que Amaury había dicho era cierta: la lucha estaba en su sangre. No era un novato, y lo estaba demostrando ahora al golpear a Amaury con sus puños, pateándolo con movimientos hábiles y rápidos como el rayo, mientras Amaury se veía obligado a defenderse.
La satisfacción brotó dentro de Cain. Esto se sentía bien. Hacer que otro vampiro se sometiera a él, derrotarlo y demostrarle quién era más fuerte, desencadenó una chispa en su interior. Como si una pequeña vela iluminara algo de su pasado. Algo que estaba justo fuera de su alcance. Tan cerca, pero tan lejos.
El siguiente puñetazo de Amaury lo golpeó en el estómago, haciéndolo doblarse por un instante. Otro golpe siguió al primero, confirmando que su momento de contemplación le había costado la ventaja.
—¡Carajo! —gruñó Cain y despejó su mente.
Esquivó el siguiente golpe de Amaury girando sobre su talón y saltando por detrás de su oponente. Cain lanzó una patada y golpeó a Amaury en la parte posterior de las rodillas. El vampiro, del tamaño de un defensa, perdió el equilibrio y cayó de espaldas contra el suelo de concreto.
Un soplido de aire escapó del pecho de Amaury, pero ya intentaba levantarse de un salto. Cain fue más rápido. Aterrizó sobre él, inmovilizándolo contra el suelo, cuando de pronto los ojos de Amaury lo miraron con sorpresa.
Cain tardó un segundo en darse cuenta de lo que Amaury estaba mirando.
Horrorizado, Cain retrocedió, echándose hacia atrás para soltarlo, mientras miraba su propia mano con incredulidad. Estaba sosteniendo una estaca. Un aliento entrecortado salió del pecho de Cain. Ni siquiera se había dado cuenta de que había sacado la estaca del bolsillo de su chamarra.
—¡Mierda! —maldijo y la dejó caer al suelo.
Amaury se incorporó.
—Nunca he visto a nadie tan rápido como tú.
Cain se frotó la cara con una mano temblorosa.
—No quería…
El timbre simultáneo de dos teléfonos celulares lo salvó de terminar la frase. Automáticamente, Cain sacó su teléfono del bolsillo para mirarlo.
Problemas en el End Up. Se sospecha de la participación de un vampiro, decía el mensaje de texto. Aceptar o rechazar, parpadeó un instante después.
El End Up era un popular club nocturno de la zona de South of Market. Sabía por experiencia que podía ser un foco de problemas. Demonios, la mayoría de los clubes nocturnos de la ciudad lo eran.
—¡Mierda! —maldijo Amaury, que había recibido claramente el mismo mensaje.
Sus miradas se encontraron.
—¿Estás conmigo? —preguntó Amaury.
No era una orden, sino una petición lo que Cain vio en los ojos de su compañero vampiro. Eso marcó toda la diferencia.
—Vamos a patear traseros. —Cain se levantó de un salto y tendió la mano a Amaury.
Amaury esbozó una sonrisa.
—No van a saber qué los golpeó.
Desde la puerta del End Up, custodiada por un portero con demasiados tatuajes en la cara, el cuello y los brazos, emanaba música tecno a todo volumen. Una multitud de jóvenes hacía fila, esperando que los dejaran entrar.
Sin vacilar, Cain siguió a Amaury mientras este se dirigía al frente de la fila y se detenía ante el portero, ignorando las protestas verbales de los fiesteros que esperaban.
—¡Oye, hay fila! —se quejó uno de ellos.
Cain se volteó, dejando que Amaury hiciera lo suyo con el portero, mientras lanzaba una mirada fulminante al chico que se había atrevido a armarla de pedo.
—Asunto oficial. Así que rúmbale, mocoso.
Sin esperar respuesta, se volteó en el momento en que el portero les indicaba a Amaury y a él que entraran.
La cosa que Amaury había hecho era un pequeño truco conocido como control mental. Todos los vampiros poseían esa habilidad, que siempre se había creído que solo funcionaba en humanos. Sin embargo, hacía poco descubrieron por las malas que había vampiros capaces de ejercer control mental sobre otros vampiros. Que Cain supiera, todos los vampiros que poseían esa habilidad habían sido erradicados. Todos, menos uno: Thomas, el jefe de informática de Scanguards. Por suerte, Thomas era una de las criaturas más amables que Cain había conocido y completamente devoto a Scanguards. Casi tan devoto como lo era a su pareja de sangre, Eddie.
Cain entró al club y sus ojos se adaptaron al instante a la penumbra del interior. La visión de un vampiro era superior a la de un humano, y podía verlo todo con la misma claridad que si el lugar estuviera iluminado como un árbol de Navidad. El ruido era ensordecedor y, por desgracia, no era algo que Cain pudiera ahogar fácilmente.
No era difícil comprender por qué Scanguards había recibido una llamada de uno de sus informantes, humanos de confianza y vampiros civiles que estaban al tanto de todo para alertar a Scanguards de cualquier problema que necesitara ser resuelto de inmediato.
Aunque Scanguards era principalmente una empresa que proveía guardaespaldas y otro personal de seguridad a políticos, famosos, dignatarios extranjeros y otras personas adineradas, el alcalde de San Francisco—un híbrido mitad humano, mitad vampiro—los había contratado recientemente como una unidad de seguridad clandestina que ni siquiera su propia fuerza policial conocía. Como tal, Scanguards ahora se encargaba de erradicar problemas que los oficiales de policía humanos no estaban equipados para manejar.
Amaury señaló el rincón más alejado, que estaba en una oscuridad casi total.
—Los veo —respondió Cain.
Abriéndose paso entre la multitud de bailarinas de la pista que ocupaba el centro del club, Amaury avanzó decidido, con Cain pisándole los talones. Ignoró las miradas tentadoras que recibía de algunas de las mujeres que pasaba de largo.
Los tres malandros parecían estar drogados, pero en cuanto Cain posó sus ojos sobre ellos, supo que no era el alcohol ni las drogas lo que los tenía en ese estado. Después de todo, el alcohol o las drogas no tenían efecto alguno sobre un vampiro. Solo la sangre, en grandes cantidades, podía narcotizarlo. Eso, o sangre contaminada. El tipo de sangre que corría por las venas de Ursula, la pareja de su colega Oliver. Pero, hasta donde Cain sabía, todas las mujeres con esa sangre especial que podía drogar a un vampiro habían sido sacadas de San Francisco y se les había dado nuevas identidades.
Parecía que los tres jóvenes habían disfrutado demasiado de algo bueno.
Cain intercambió una rápida mirada con su colega.
—No me chingues.
Amaury gruñó.
—¿Por qué siempre me toca hacerle de niñera? ¿Acaso parezco un pinche profesor de guardería?
—Bueno, llevémoslos atrás antes de que causen más problemas.
Los tres vampiros aún no los habían visto, demasiado ocupados con su presa: tres mujeres en paños menores que no podían tener más de dieciocho o diecinueve años. Y que claramente no sabían dónde se metían. No tenían nada que hacer en este club. Era un misterio cómo habían burlado al portero que supuestamente debía revisar sus credenciales.
Cain tuvo que reconocerlo ante los tres vampiros. Se estaban anunciando ante sus posibles víctimas. Sus camisetas negras llevaban impresa una advertencia en letras rojas brillantes: Soy un vampiro. Si te acercas, te muerdo.
Estaba claro que las tres chicas no habían hecho caso a esa advertencia.
—Enfermos de mierda —maldijo Cain, agarrando a uno de los chupasangres y levantándolo para que soltara a la mujer a la que estaba a punto de clavar los colmillos.
La respuesta del vampiro fue un grito de asombro, mientras la muchacha caía de nuevo sobre el diván, sus ojos vidriosos evidenciando que el vampiro había usado control mental para que no fuera consciente de lo que le estaba ocurriendo.
Por el rabillo del ojo, Cain notó que Amaury agarró a los otros dos de manera similar, sin apenas hacer esfuerzo mientras los dos vampiros que tenía entre sus garras intentaban forcejear contra él.
—¿Qué carajos? —maldijo el que Cain estaba sujetando.
—¡Sí, yo podría decir lo mismo! —gruñó Cain—. ¡Retrae tus putos colmillos, pendejo!
Cuando el tipo no obedeció de inmediato, Cain le dio un rodillazo en la espalda, obligándolo a inclinarse mientras le doblaba los brazos hacia atrás, haciendo que el idiota perdiera el equilibrio y cayera de bruces al suelo. Cain clavó la bota en su cuello, presionando su mejilla contra el suelo.
—Ahora déjame traducirlo a un idioma que entiendas: ¡retrae tus putos colmillos o te los arranco del hocico!
—No puedes hacer eso —gritó su cautivo.
—¡Mírame hacerlo!
—¡Ponme una mano encima y el alcalde tendrá tu pellejo! —afirmó el idiota, mirándolo con ojos enrojecidos.
Cain miró a Amaury.
—¿Conoces a este pelmazo? Dice que el alcalde lo va a proteger.
Amaury le lanzó una mirada rápida, mientras los dos vampiros que tenía agarrados seguían forcejeando.
—¿Se van a calmar de una puta vez? —les ordenó—. Ah, al carajo.
Divertido, Cain vio cómo Amaury se limitaba a golpear las cabezas de los dos vampiros entre sí, haciendo que su resistencia se derrumbara al instante.
—Deberían aprender cuándo escuchar. ¿No les enseñó nada su madre? —preguntó Amaury, antes de volver la cabeza hacia Cain—. ¿Y ahora, qué decías?
Pero antes de que Cain pudiera responder, el vampiro en el suelo intervino.
—Mi tío te va a partir la madre si me haces daño.
Cain intercambió una mirada con Amaury.
—¿Quieres decírselo a nuestro invitado foráneo o lo hago yo?
Amaury fingió una reverencia.
—Adelante. Me gusta mirar.
Cain se agachó hacia el vampiro juvenil.
—Este es el trato, amigo. El alcalde nos envió a limpiar, y adivina qué: tú eres la basura.
Los ojos del vampiro se abrieron de par en par.
—No he terminado, así que ni se te ocurra interrumpirme —advirtió Cain, aunque su voz no era tan fría como antes. Debía admitir que ahora se estaba divirtiendo. Trabajar para Scanguards tenía sus ventajas, como darle una lección a algunos imbéciles—. Tú y tus dos amigos inútiles de aquí… —señaló con la cabeza en dirección a los dos vampiros que ahora agachaban la cabeza como perros con el rabo entre las patas—, pasarán la noche en una celda bonita y cómoda, donde podrán dormir hasta que se les baje. Y una vez que estén sobrios, el alcalde les dará una visita y decidirá su castigo. —Levantó al imbécil por la camisa—. Porque, lo creas o no, llevar camisetas pendejas que dicen que eres un vampiro y morder a la gente en público no es algo que toleremos aquí en San Francisco. Quizás puedas comportarte así en el hoyo de mierda de donde saliste, pero no en nuestro territorio.
—¡Él nunca me castigará! —dijo el vampiro, desafiante hasta el borde.
—Ah, ya veo, te gusta apostar. —Cain sonrió a Amaury—. ¿Quieres ganarte veinte bolas fácilmente?
Amaury se rió.
—Sería como quitarle la leche a un bebé. Tengo ética.
Cain le guiñó un ojo.
—Siempre se me olvida. —Luego borró la sonrisa de su rostro y miró fijamente a su cautivo—. Ahora, saca tu jodido trasero de aquí antes de que me encabrone de verdad.
Los otros dos vampiros parecieron estremecerse ante su voz autoritaria, pero el sobrino del alcalde apretó la mandíbula. Sus ojos se movieron más allá de Cain, como buscando una ruta de escape.
—Ni se te ocurra.
Cuando el idiota se abalanzó sobre una de las chicas, en un intento equivocado de usarla como escudo o rehén, Cain ya había tenido suficiente. Saltó y rodeó el cuello del chico con el brazo, estrangulándolo hasta derrumbarlo. Durante unos instantes, el sobrino del alcalde forcejeó, intentando arrancar el brazo de Cain con las manos, pero ni siquiera las garras que se clavaban en su antebrazo detuvieron a Cain de cortarle el aire al vampiro desafiante.
Solo cuando el chico quedó flácido en sus brazos, Cain aflojó la presión. Aunque los vampiros podían perder el conocimiento por falta de oxígeno, no podían morir por pérdida de aire.
Amaury se encogió de hombros.
—Tú lo duermes, tú lo cargas.
Cain negó con la cabeza.
—Tengo una idea mejor. —Hizo un gesto a los otros dos vampiros—. Ustedes dos lo cargan.
—Ya lo oyeron —coincidió Amaury, y señaló hacia la parte trasera del club—. Puerta trasera. Ahora.
Cain nunca había visto a dos vampiros juveniles seguir una orden con tanta rapidez y sin quejarse. Solo tardaron unos instantes en llegar a la puerta que conducía a la puerta trasera. Cain la abrió, se asomó al exterior y escudriñó la zona.
—No hay moros en la costa.
Al salir, Amaury sacó su celular del bolsillo.
—Voy a buscarnos una furgoneta.
Cain asintió y mantuvo la mirada fija en los tres delincuentes.
—Son una vergüenza para nuestra raza.
—Fue su idea —dijo el más bajo, señalando a su amigo inconsciente—. Lo juro.
Lo más probable es que fuera cierto, dado que el que Cain había derribado era el que más resistencia había puesto.
—¡Eso no es excusa para el mal comportamiento!
El vampiro bajó la cabeza.
—No, señor.
—¡No me llames señor! —gruñó Cain.
—No, no lo llames así. Se merece más que eso. —La voz masculina y calmada provenía del otro extremo del callejón.
La cabeza de Cain se giró en dirección al recién llegado. Por su aura, era evidente al instante que se trataba de un vampiro. Y no solo eso. Parecía un guerrero, alguien que había librado innumerables batallas y había salido victorioso. Una fuerza a tener en cuenta.
—Si debes dirigirte a él, muéstrale el respeto que se merece. Llámalo Su Majestad.
Conmocionado, Cain miró fijamente al desconocido, sin poder dar crédito a lo que escuchaba. En años humanos, no parecía tener más de treinta y cinco, pero no había indicios de su verdadera edad. Aunque por su forma de comportarse, Cain sospechaba que llevaba mucho tiempo siendo vampiro. Vestía unos pantalones cargo holgados con muchos bolsillos, que parecían llenos de armas. Una camiseta negra que se ajustaba a su torso musculoso, y una chamarra abierta del mismo material que los pantalones completaban su atuendo.
—¿Quién eres tú?
El vampiro miró a los dos jóvenes y al vampiro inconsciente que aún llevaban cargando.
—Si recordaras algo de tu vida anterior, no querrías que revelara esa información delante de extraños.
Junto a Cain, Amaury emitió un gruñido de disgusto. Cain puso una mano en su antebrazo para detenerlo de lo que fuera que estuviera a punto de hacer. Si este desconocido sabía algo sobre el pasado de Cain, necesitaba descubrir qué era.
Cain se volvió hacia su colega.
—Tengo que encargarme de esto.
—No lo harás solo —replicó Amaury—. En Scanguards nos cuidamos los unos a los otros.
Por un momento quiso oponerse, pero conocía a Amaury lo suficiente como para saber que el vampiro, del tamaño de un defensa, no aceptaría un “no” como respuesta. Al mismo tiempo, el hecho de que Amaury reconociera que Cain seguía perteneciendo a Scanguards le dio cierta tranquilidad.
—Bien. —Señaló a los tres vampiros juveniles—. Enviémoslos de vuelta.
Amaury dudó, pero un momento después gruñó en señal de aprobación.
Cain señaló a los tres delincuentes.
—Esta noche es su noche de suerte. Los dejamos ir. Pero no crean que se salieron con la suya. Si escuchamos una sola palabra sobre que se están portando mal otra vez, estaremos sobre ustedes como moscas en la mierda. ¿Está claro?
Los dos asintieron, aún conmocionados.
—Díganle a su amigo, y asegúrense de que entienda que, si no cumple, lamentará el día en que fue convertido.
Los ojos de los chicos se abrieron de par en par, pero asintieron rápidamente.
—Sí, lo prometemos.
Amaury les gruñó.
—¡Ahora váyanse a la verga!
Los dos salieron corriendo del callejón, llevando a su amigo inconsciente consigo. En cuanto estuvieron fuera del alcance de su oído, Cain volteó hacia el misterioso vampiro.
—¡Ahora habla!
El desconocido miró a Amaury.
—¿Y este qué?
—No tengo secretos con Amaury.
—Muy bien. —El hombre respiró hondo—. Soy John Grant, el jefe de tu guardia personal.
Cain arqueó una ceja.
—¿Guardia personal?
John inclinó ligeramente la cabeza.
—La guardia personal del rey de los vampiros de Luisiana. Tú. Cain Montague.
A Cain se le cortó la respiración cuando la escandalosa afirmación llegó a su cerebro.