La Independencia a palos y otros ensayos - Elías Pino Iturrieta - E-Book

La Independencia a palos y otros ensayos E-Book

Elías Pino Iturrieta

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Beschreibung

En la generalidad de los casos, Independencia y retórica e Independencia y lugares comunes han formado habitual pareja. Los hechos de la guerra contra España se han visto acompañados de una fatigosa muestra de estereotipos y de la reiteración de versiones canónicas, ahora engrosadas debido a la celebración del Bicentenario y condimentadas con ingredientes "revolucionarios". La Independencia de Venezuela no fue como la han pintado y se podrá encontrar evidencia de ello en este libro, que vuelve hacia sus caminos y al encuentro de sus protagonistas sin los prejuicios que han dominado su entendimiento. No se trata de un libro sobre hombres convertidos en estatuas, ni sobre una epopeya sin mancha ni comparación. Al contrario, topa con individuos llenos de problemas a medio resolver y con retos cuya permanencia remite a la imposibilidad de superarlos en su tiempo. De allí que no se encuentre en sus páginas una nueva guerra de Troya, ni tampoco el desfile de adalides olímpicos: estos han sido expulsados del discurso para que transcurra un suceso más familiar, más humano y accesible. El conjunto de ensayos que ahora presenta el autor de "El divino Bolívar" ofrece pistas para reconstruir el proceso de la Independencia con una autonomía de criterio que a muchos causará escozor, pero que ofrece respuestas sorprendentes sobre el suceso más manipulado de nuestra historia.

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Contenido
Explicación
I. La Independencia de Venezuela: propuestas para cohabitar con sus estatuas
–Trascendencia y necesidad
–Dos obras fundamentales
–Seis proposiciones
II. La crisis de España, antesala de la Independencia venezolana
–La Corona en problemas
–Problemas con Napoleón
–La América concernida
III. Los venezolanos que harán la Independencia, o que lucharán por evitarla
–La afirmación del señorío
–Las castas y el rey
–Tradicionales y modernos
–Abismos y presagios
IV. Abril de 1810: temporada de debutantes en Venezuela
–Problemas con el suceso
–Unos puntos previos
–Detalles del Acta
–Noticias elocuentes
–Un primer alarde
V. La Independencia a palos
–¿Son, o no son?
–Fernando sí, Fernando no
–Dudas van, dudas vienen
–Problemas con el mapa
–Una igualdad renuente
–Nos queremos disculpar
VI. La divina Independencia
–Comenzar de nuevo
–La escritura del templo
–Los primeros manoseos
–Distancias y razones
–Un inventario olvidado
–La invención de Colombia
VII. Propiedad privada e Independencia política: una aproximación
–Una reflexión superficial
–Sanz y Bolívar
–Los secuestros
–Pedagogía de la propiedad
VIII. Bolívar en la Convención de Valencia
–Voces del malestar
–Las quejas de Venezuela
–Pruebas de prejuicios
–Contra el tirano
–Presiones del contorno
–Hacia un balance
IX. El Semi-Dios y su sucesor: aproximación al Centenario del natalicio de Bolívar
–Él y yo
–La prueba de las obras
–La mano de Dios
–Retórica y realidad
Bibliografía
Notas
Créditos
La independencia a palos
Y otros ensayos
ELÍAS PINO ITURRIETA
@eliaspino

A la memoria de Manuel Caballero, historiador y luchador.

Explicación

Los textos del presente libro son el producto del trabajo reciente, hecho por cuotas desde 2009 como parte de la actividad profesional, pero también como producto de la necesidad de tratar el tema de la Independencia de Venezuela en la ocasión de su Bicentenario. Son miradas de naturaleza monográfica en las cuales predomina la vocación del historiador, quien debe procurar la objetividad y la oferta de conocimientos libres de toda sospecha; pero en las cuales seguramente se incluyen respuestas, unas menos veladas que otras, a la exageración y a la manipulación que abundan en el festejo. En esencia responden a una obligación del oficio, pues, pero puede sentirse su contaminación por la realidad circundante y la reacción profiláctica ante sus tirones.

El lector debe considerar la observación antes de meterse en las páginas que vienen, no vaya a ser que pierda el tiempo bus­cando lo que no puede encontrar. Se quiere ser equilibrado en adelante, como corresponde a los ciudadanos de la república de Clío, pero el hecho de también pertenecer a la grey de la República Bolivariana de Venezuela en tiempos de celebración patriótica, puede sugerir que el método y la pluma prefieran salirse del cauce de la historiografía para transitar el terreno de la polémica. Sin negar que se pueda evidenciar tal descarrío en las páginas que siguen, inevitable ante el desafío de las exaltaciones patrioteras y de su manipulación por el oficialismo, en el fondo predomina la fidelidad a los mandamientos de la profesión y, sobre todo, a un entendimiento de la Independencia que viene de tiempo atrás.

Dicho entendimiento se remonta a 1971, cuando circuló La mentalidad venezolana de la emancipación (1810-1812), en cuyas páginas se intentó una investigación dispuesta a considerar asuntos subestimados de la época sin caer en las provocaciones de la liturgia habitual en el país desde el siglo XIX. Escrita como tesis doctoral en El Colegio de México bajo la tutoría del inolvidable maestro José Gaos, quien abrió entonces prolíficos surcos en el estudio de las ideas y las mentalidades de América Latina, señaló un derrotero personal que ahora se quiere continuar con la mayoría de los textos que vendrán de seguidas. La relectura de esa tesis, en especial la obligación de ver cómo requiere de las agregaciones y las rectificaciones sugeridas por el paso del tiempo y por la aparición de numerosas investigaciones posteriores sobre el período y sobre el tema que la ocuparon, desembocó en buena parte de los trabajos que se agrupan aquí.

Pero sucede algo curioso con lo escrito en esa tesis. Sin imaginar siquiera lo que vendría en materia de extralimitación, de basura y patrañas sobre la guerra contra España, sobre sus resultados y sobre la ilusoria necesidad de continuarla en nuestros días, su contenido estableció desde entonces una separación y una batalla frente a ellos debido a la fidelidad a una orientación metodológica que, en esencia, manifestaba alejamientos y repugnancias simplemente porque reaccionaba contra los adversarios naturales que ya existían: los libros de otros colegas demasiado entusiastas y los discursos de los políticos que pescaban en las aguas atrayentes de la epopeya. Como la manipulación de hoy es sólo la continuación de la manipulación fabricada ayer, aunque sin duda más atrevida y estrambótica, la continuidad del texto de 1971, llevada a cabo por cuotas desde 2009 y reunida en el presente volumen, está condenada a pelear con las interpretaciones abusivas e infundadas de hoy como peleó con las de hace treinta años.

En consecuencia, no se trata ahora de que un historiador aparece dispuesto a promover una cruzada contra la politiquería del régimen actual, empeñado en medrar de una gesta sucedida hace doscientos años, sino de que se deba producir necesariamente la colisión porque los pontífices de turno lo descubren como escollo pese a que está tranquilo en su lugar, haciendo desde hace tiempo lo que le corresponde, sin levantar su lanza contra nadie en particular sino contra el enjambre de las estupideces de siempre. Lo dicho no pretende ser un escudo, sino sólo una aclaratoria para que la tontera y el lugar común de la actualidad sepan que no se quiere perder el tiempo escribiendo expresamente contra ellos. Se sigue un familiar periplo que puede ser más abrupto ante el interés que ahora se pone en la fábrica de una memoria nueva, superficial y artificial, simple en extremo en la parcela de las simplezas, torpe como pocas en el mar de las torpezas, pero el itinerario de lo que tendrá ahora el lector entre sus manos sigue el compromiso de una trayectoria anterior.

Los ensayos que forman el libro son inéditos, con excepción del que aparece en primer lugar sobre la manera de cohabitar hoy con las estatuas de la insurgencia, que fue publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Todos parten del análisis de fuentes primarias y de la consulta de las bibliografías del caso, menos unas breves letras más livianas sobre la crisis de España cuya intención era la divulgación masiva para un manual colectivo que finalmente no se editó. Como trabajos dedicados a un solo objeto primordial, la Independencia de Venezuela, y pensados para su presentación en diversos encuentros entre historiadores del país y del resto del continente, o ante un auditorio de profesores y estudiantes de varias universidades; repiten o pueden repetir fuentes primarias o comentarios de tales fuentes debido a que, en principio, se pensaron como piezas sueltas de un intento parcial de reconstrucción que ahora se unifican en un solo conjunto. Para los efectos de la actual publicación se pudo evitar la reiteración, es decir, se pudo hacer la supresión de algunas de esas fuentes, citas y comentarios para facilitar la lectura y para no dejar un sabor de descuido ante el usuario, para que no se sorprendiera o se enfadara por leer después lo que leyó antes, pero se prefirió respetar la confección original de cada texto debido a que puede ser consultado a solas sin mirar a la fuerza los capítulos que lo acompañan.

Como la mayoría de trabajos anteriores, La Independencia a palos y otros ensayos circula gracias a la generosidad de Editorial Alfa, cuyos directivos no vacilaron en enviarlo con rapidez a la imprenta y en darlo a la estampa con el esmero que los caracteriza. Esta somera explicación concluye con la gratitud a quienes han acogido así el trabajo de quien no les ha correspondido con la puntualidad que merecen.

Caracas, 9 de julio de 2011

I. La Independencia de Venezuela: propuestas para cohabitar con sus estatuas

El estudio de la Independencia de Venezuela se caracteriza por la extralimitación. Tal vez el encomio exagerado de los pasos que conducen a la separación de España no sea exclusividad nacional, pero en el caso de los sucesos emprendidos por los caraqueños a partir de 1810 se advierte un entendimiento exagerado que aconseja el planteamiento de observaciones y sugerencias provenientes de la historiografía profesional, a ver si se aproximan a la misión casi imposible de colocar las cosas en un lugar plausible.

El hecho de que en las guerras de la época destaque un artífice como Simón Bolívar complica el panorama, pues el entendimiento de las obras del héroe de mayor trascendencia que haya nacido en el país refuerza la orientación a reconstruir una escena de gigantes capaz de resucitar en las vivencias de la posteridad. En las letras que ahora comienzan se acaricia la alternativa de sugerir entendimientos diversos del suceso y de sus protagonistas, tal vez esfuerzo baldío ante el empeño que pondrán los oficialismos en la conmemoración del Bicentenario de la gesta, pero compromiso con un trabajo que no debe responder a las campanadas usualmente atronadoras de los sacristanes de costumbre.

Trascendencia y necesidad

Pero lo que viene de seguidas no trata de escamotear los logros de entonces, sino sólo sugerir, desde la perspectiva de una historiografía capaz de reconstruir el pasado sin la injerencia de factores extraños, interpretaciones más apegadas a una realidad en la cual se han regodeado la retórica y la política hasta nuestros días. En consecuencia, se parte ahora de considerar el fenómeno dentro de la trascendencia que en sí mismo encierra.

La liquidación del imperio hispánico y la fundación de un mapa estable de repúblicas en la primera mitad del siglo XIX, cuando aún la topografía política de Occidente debe esperar para asentarse, es un hecho medular. La posibilidad de convertir en asunto concreto las ideas de la modernidad en un territorio dispuesto para una renovación, mientras el Antiguo Régimen pugna en Europa por el restablecimiento, obliga a un análisis diferente del mundo. La aparición de unos interlocutores flamantes y de mercados libres del control metropolitano mueve a otros usos en las relaciones internacionales. Los arquitectos del proceso, desconocidos al principio más allá de las fronteras lugareñas, se transforman en celebridades que han hecho morder el polvo a una de las potencias más influyentes del globo, o ascienden al poder en medio de grandes expectativas. Nadie puede negar una metamorfosis de tal magnitud, pero nadie puede tampoco oponerse a la necesidad de visitarla otra vez sin los prejuicios del observador incauto y entusiasta.

Tampoco debe escapar a nuestro entendimiento la búsqueda que se comienza a hacer de esos hechos cuando se estrena el Estado nacional, cuyos actores no encuentran mejor linterna para iniciar una ruta de incertidumbres. La república naciente, convertida en desierto por la inclemencia de la guerra, debe acudir al pasado próximo para sacar de sus hechos la fuerza necesaria en la inauguración del periplo. No puede mirar hacia más atrás porque luchó contra los antecedentes remotos. En la epopeya que acaba de terminar encuentra abono un sentimiento susceptible de unificar a la sociedad, mientras se transita de la pesadilla de los combates a la pesadilla de un contorno agobiado por las urgencias. La apología de esos paladines y de sus hazañas debe ayudar en el tránsito de una senda tortuosa. Un pueblo que al lograr su emancipación descubre que tiene un trabajo pendiente, pero que apenas posee las herramientas para realizarlo, siente que el tiempo transcurrido fue mejor. Un pueblo que deja de pelear contra el imperio para sacarse las tripas en casa le hace un monumento a quienes, según está dispuesto a jurar, cumplieron a cabalidad su cometido.

Hay suficientes elementos, pues, para entender las jaculatorias y el abandono crítico que comienzan a florecer cuando se apagan los humos de la contienda. Pero actualmente, distantes los sucesos y frente a problemas de entendimiento de una contemporaneidad cuyas urgencias no se remiendan con la reiteración de estereotipos en torno a una época dorada, conviene una apreciación diversa. Es lo que se procurará en adelante.

Dos obras fundamentales

Es abundante la bibliografía que estudia la Independencia desde una perspectiva apologética. La sola elaboración de su nómina sería trabajo de nunca acabar. Para los propósitos de ahora apenas se hará referencia a dos obras fundamentales, el Resumen de la Historia de Venezuela, escrito por Rafael María Baralt en 1842, y Venezuela heroica, de Eduardo Blanco, publicada en 1881.

El manual de Baralt es encargado por el presidente José Antonio Páez para que se convierta en memoria fundacional de la república, auspiciado por los altos poderes y promovido como brújula por los hombres que han saltado de los campos de batalla a la batuta del Estado nacional. El texto de Blanco forma parte de los homenajes patrióticos que promueve el presidente Antonio Guzmán Blanco, quien orquesta la apoteosis del Centenario del Libertador y se proclama como heredero de las glorias de un semidiós que vuelve de la tumba para iluminar a los hijos descarriados. Unas letras de encargo para la iniciación republicana y un ditirambo que gozará del favor de los lectores hasta llegar a la celebridad, como se puede constatar en la sucesión de numerosas ediciones, pueden resumir la tendencia que ha distorsionado el estudio de nuestro asunto y sobre cuyos resultados se sugerirá un análisis diverso.

Para una apreciación del texto de Baralt puede servir ahora la cita de unos fragmentos sobre el legado de la cultura española. Así, por ejemplo:

«[…] se veía con asombro convertida la América en un gran pueblo sin tradiciones, sin vínculos filiales, sin apego a sus mayores, obediente sólo por hábito e impotencia. ¿De qué provenía en Venezuela tan extraña novedad? […] De la incomunicación casi absoluta en que por mucho tiempo estuvo […] con todo el mundo, y aun con la metrópoli; incomunicación que produjo a un tiempo el efecto de conservar sin mezclas extranjeras las costumbres, y el de borrar los recuerdos españoles en el suelo de sus conquistas […] Otra causa de ello fue la falta de instrucción general, y muy particularmente la del cultivo de las bellas letras. En Venezuela no existió nunca una clase en donde se enseñaran la historia de España y su literatura, y aun a fines del siglo XVIII, cuando el comercio y la educación pública habían recibido mayor ensanche, las primeras ideas de los naturales acerca de las humanidades las aprendieron en libros extranjeros[1].»

Otro elocuente fragmento:

«Por otra parte, los colonos de raza europea no tuvieron relaciones con el pueblo conquistado: este, mantenido en tutela y despreciado, continuó siendo extranjero para la nueva sociedad. Por lo que hace a sí mismos, miraron con igual indiferencia las membranzas del país de su origen y las de aquel en que nacieron: su historia monótona, tan diversa de los cuadros amenos y variados de las colonias antiguas, no era conocida; y en sus dulces y enervados climas, donde la igualdad de las estaciones hace imperceptible el camino de la vida, gozaron y olvidaron sin dedicar un pensamiento al porvenir, ni una mirada a los pasados tiempos. Por esto y por no haber tenido un vecino poderoso y sabio que le sirviese de maestro, ni existencia política, ni parte alguna en las agitaciones del mundo, vino a componerse en Venezuela de criollos indolentes, de indios embrutecidos y de otras clases, cuyos únicos recuerdos se ligaban con una cadena de sufrimientos a la servidumbre[2].»

Eduardo Blanco, por su parte, hace una serie de presentaciones titánicas de la Independencia, en las cuales la naturaleza se mezcla con sorprendentes desafíos, como aquellos que puede recoger un viajero con sólo pernoctar en el Olimpo. A­parecen cuando el autor habla de los antecedentes del proceso. Los factores susceptibles de conducir a la separación de España se transforman en un arrebato que preludia la aparición de lapitas, monstruos y centauros. Escribe:

«De súbito, un grito más poderoso aun que los rugidos de la tempestad, un sacudimiento más intenso que las violentas palpitaciones de los Andes, recorre el Continente; y una palabra mágica, secreto de los siglos, incomprensible para la multitud, aunque propicia a Dios, se pronuncia a la faz del león terrible, guardián de las conquistas de Castilla. El viento la arrebata y la lleva en sus alas al través del espacio como un globo de fuego que ilumina y espanta. Despiertan los dormidos ecos de nuestras montañas, y cual centinelas que se alertan, la repiten en coro: las llanuras la cantan en sus palmas flexibles: los ríos la murmuran en sus rápidas ondas: y el mar, su símbolo, la recoge y envuelve entre blancas espumas, y va a arrojarla luego, como reto de muerte, en las playas que un día dejó Colón para encontrar el mundo […] Al grito de libertad que el viento lleva del uno al otro extremo de Venezuela, con la eléctrica vibración de un toque de rebato, todo se conmueve y palpita; la naturaleza misma padece estremecimientos espantosos; los ríos se desbordan e invaden las llanuras; ruge el jaguar en la caverna; los espíritus se inflaman como al contacto de una llama invisible; y aquel pueblo incipiente, tímido, medroso, nutrido con el funesto pan de las preocupaciones, sin ideal soñado, sin anales, sin ejemplos; tan esclavo de la ignorancia como de su inmutable soberano; rebaño más que un pueblo […] transformóse en un día en un pueblo de héroes. Una idea lo inflamó: la emancipación del cautiverio. Una sola inspiración lo convirtió en gigante: la libertad[3].»

¿Habla del inicio de un movimiento político como los que usualmente suceden, o como el que realmente sucedió entonces? Compone el prólogo de un sismo cuyo motivo es la conjugación de ideales nobles con los impulsos de la naturaleza. Pero en el epicentro no aparecen los sujetos que debieron emprender la faena, sino fuerzas superiores e incontenibles. Los resortes de la In­­­dependencia son elementos como el nevero, la ventisca y la ti­niebla desgarrados por un pensamiento inmarcesible. Habla de la hija de la tormenta, pero jamás de un proyecto alentado por seres humanos. Cuando debe poner a los personajes dentro de un teatro cuyos orígenes se presentan según apreciamos, los adjetivos se ocupan de concederles una patente de nobleza que les impida la vergüenza de desentonar. Cada uno porta una clámide como la de los actores de la Antigüedad, no en balde deben moverse como ellos entre el Pelión, el Ossa y el Olimpo. La guerra de Independencia, de acuerdo con Eduardo Blanco, es un eslabón de la bizarría clásica, no en balde agrega:

«Allí las ruinas de la patria de Príamo; allí el suelo aún palpitante de Maratón, Platea y las Termópilas; allí el Granico, Issus y Arbela; allí los campos de Trasimeno y Cannas; allí los de Farsalia y Munda; allí Actium con sus olas furiosas que proclaman la muerte de la Roma republicana […] Acaso no haya pueblo que deje de poseer uno de esos pedazos de tierra reverenciados por el patriotismo, consagrados por la sangre en ellos derramada. Boyacá, Carabobo y Ayacucho, hablan más alto a nuestro espíritu, que los poemas inmortales en que Homero y Virgilio narraron las proezas de los antiguos héroes: campos memorables donde aún resuena como eco misterioso el fragor del combate, las vibraciones del clarín y el grito de victoria[4].»

Hay un solo campo de Marte, comenzado en Maratón y perfeccionado en Ayacucho. De allí que, como leemos en otro lugar de la obra: «acaso al gran Homero y a Virgilio y a Tasso no le falten en nuestro suelo dignos imitadores»[5]. Es evidente que consiguen sucedáneo en el autor de Venezuela heroica, quien después de los parangones mete a los protagonistas de su historia en los atuendos confeccionados por los bardos de Grecia y Roma para encumbrar a sus criaturas.

Veamos un solo ejemplo, relativo a los oficiales que participan en la batalla de La Victoria:

«Montilla da alto ejemplo por su valor e hidalguía, es el prototipo de los antiguos paladines […] Rivas-Dávila es un meteoro de fúlgidos reflejos […] Murió como Epaminondas, en los brazos del triunfo y de la gloria […] Soublette es el Arístides americano. Esforzado en la lucha, prudente en el consejo; a las condiciones del guerrero une las dotes eminentes del filósofo y de hombre de estado[6].»

Nadie puede entender cómo de las tinieblas de don Rafael María se eleve un pueblo a la cumbre de las Termópilas construida por don Eduardo, pero es el caso que la píldora de ese curioso tránsito se ha tragado sin cautela en el país para que se continúe nadando en un mar de «explicaciones» insostenibles.

Se espera que basten estas perlas de un collar atesorado en las aulas y en las bibliotecas venezolanas desde el momento de su fragua, así como los fragmentos de Baralt mostrados antes, para resumir la orientación predominante en la apreciación de la Independencia, y para despertar las ganas de cambiarla. Gracias a la fundación de las escuelas universitarias de Historia y al consecuente desarrollo de una historiografía profesional con toda la barba, puesta en marcha desde entonces, se ha investigado de manera escrupulosa y densa el período, sin provocar una metamorfosis real del conocimiento en las grandes capas de la población toda­vía sujetas a las antiguas apologías y a las absurdas cerrazones; no sólo por la precedencia de ellas frente a los destinatarios sino también por la acción de los gobiernos, cuyas cabezas, independientemente de su orientación ideológica, se han solazado en la recreación de un santoral del cual sacan provecho en cada posteridad anunciándose, sino como sus criaturas, como sus albaceas.

Seis proposiciones

Existe un nuevo conocimiento de la Independencia de Venezuela, desde luego, pero limitado a un cenáculo de usuarios e infructuoso en la tarea de divulgar su aporte en términos masivos. Permanecen los lugares comunes del principio y, según se puede pensar sin exageración, conmemoraciones como la del Bicentenario los pueden apuntalar, o aprovecharse de ellos para llevar la brasa hacia la sardina más apetecible para el régimen de turno, mientras los historiadores apenas ocupan espacios limitados o subalternos en la difusión de sus obras.

De allí la necesidad de proponer unos planteamientos a través de los cuales se puede desembocar en análisis más objetivos. No refieren sino a aportes e ideas procedentes, desde hace décadas, del empeño de la historiografía profesional que merecen mayor difusión, o trabajos de profundización, sin ninguna pretensión de intrepidez ni de originalidad, pero sin los cuales continuará fluctuando el estudio de la Independencia entre la estrechez y la hipérbole aludidas antes. Veamos, en forma somera, los que parecen más dignos de atención.

Las relaciones de la Independencia con la sociedad colonial

: en lugar de insistir en la fractura que se opera entonces entre las vicisitudes del Antiguo Régimen y la vida que comienza a florecer, ¿por qué no detenerse en la demostración del hecho de que no pudo darse el divorcio sin que crecieran y se fortalecieran en el seno del proceso anterior sus criaturas más robustas, esto es, los miembros de un cenáculo selecto? Sólo a través de la maduración de unos protagonistas capaces de liderar los movimientos de autonomía, realizada dentro de los contornos del sistema vigente, valiéndose de las alternativas de ascenso permitidas o toleradas por la Corona y gracias a la circulación de un conjunto de ideas de cuño moderno, buena parte divulgadas por la Ilustración peninsular, puede entenderse la marcha de los sucesos inmediatamente posteriores. La mayoría de los padres conscriptos se formó en las aulas de la Universidad Real y Pontificia de Caracas, o fomentó en sus mansiones tertulias de talante moderno para la discusión de temas de actualidad, o dispuso de medios económicos suficientes, no sólo para parangonarse con los funcionarios metropolitanos sino también para ufanarse de su estatus privilegiado y para buscar la manera de proteger y administrar tales recursos por cuenta propia. De allí la fragua de un designio que conduce progresivamente a la emancipación, sin el auxilio de resortes extremos que difícilmente se podían digerir con comodidad.