Positivismo y gomecismo - Elías Pino Iturrieta - E-Book

Positivismo y gomecismo E-Book

Elías Pino Iturrieta

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Beschreibung

Si bien el positivismo es anterior al advenimiento del gomecismo y persigue, en esencia, metas diferentes, se adhiere de manera prácticamente indisoluble a la causa del gobierno y llega a convertirse en uno de sus principales instrumentos de legitimación. Así pues, la mixtura entre las ideas positivistas y la forma política a la cual sirven se estrecha hasta el punto de integrar un solo fenómeno. Este texto –que recoge además, en un epistolario, muestras escogidas y elocuentes de la relación entre los intelectuales y el personalismo gomecista– analiza la justificación del gobierno de Juan Vicente Gómez por cuatro de sus más conspicuos partidarios y fieles servidores: Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz y César Zumeta, quienes se valen de los principios del positivismo para construir una laboriosa apología del mandato autoritario. De esta forma, si el gomecismo implicó la primacía absoluta de un hombre en la génesis de la Venezuela contemporánea, el positivismo sirvió de ropaje erudito para presentarlo como el único régimen capaz de conducir hacia el progreso a una sociedad inestable a través de una autoridad robusta. Se justifica, de este modo, el personalismo de Gómez, de quien dependen la paz y el orden; y se justifica la presencia de los intelectuales positivistas, únicos calificados para aplicar una teoría coherente que sentara las bases para la creación de un Estado nacional.

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Contenido
Sobre el tercer regreso
Nota para la segunda edición
Introducción
I. El fundamento teórico
–a) La génesis de una ciencia
–b) Patrones de la ciencia positiva
–c) Una nueva historiografía
II. El diagnóstico del escenario
–1. América Latina
a) La especificidad
b) Los males del continente
c) Factores de progreso
–2. Venezuela
a) La raza nacional
b) La sociedad suicida
c) Presencia y poder del caudillismo
III. La nación hecha Gómez
–a) Las necesidades del momento
–b) Las virtudes del gendarme
–c) La obra del gendarme
Balance
Epistolario
–I. Correspondencia de Pedro Manuel Arcaya
–II. Correspondencia de José Gil Fortoul
–III. Correspondencia de Laureano Vallenilla Lanz
–IV. Correspondencia de César Zumeta
Bibliografía
Notas
Créditos
Positivismo y gomecismo
ELÍAS PINO ITURRIETA

Sobre el tercer regreso

De 1978 a 2016 ha transcurrido mucho tiempo. No solo han cambiado las cosas del país, sino también el conocimiento sobre ellas. En ese lapso circularon dos ediciones de Positivismo y gomecismo y ahora vuelve a los lectores debido al interés de los generosos autócratas de Alfa. Conviene, por lo tanto, insistir en lo que se dijo en 2005, cuando la Academia Nacional de la Historia lo dio a la estampa por segunda vez en la colección Libro Breve.

Recordar, primero, que el gomecismo se ha sometido a un caudaloso estudio a través del cual se pueden poner en remojo los conocimientos que se ofrecen de nuevo ahora sin modificaciones. La bibliografía sobre el período y sobre el dictador se ha enriquecido, hasta el punto de producir reflexiones que los historiadores no se habían planteado en la primera mitad del siglo XX. Deducir, por lo tanto, cómo es bien probable que lo escrito sobre el asunto hace más de tres décadas no deba consumirse con la misma confianza. Están avisados, estimados lectores. Es cuestión de meter la lupa con atención, para establecer analogías con las obras que vieron la luz en ese lapso y pescar las goteras que puedan advertirse en un techo demasiado trajinado.

Decir, después, algo sobre el estilo del escribidor. En 1978 llenaba sus páginas con una prosa que ahora ha cambiado y debido a cuya mudanza tuvo la tentación de una poda saludable, más a tono con las formas que ahora prefiere, pero decidió no hacerlo. El libro es el mismo de antes, aun cuando clamaba por retoques y por la eliminación de cierto estilo afectado con el cual se toparán otra vez para evitar cierta limpieza de carmín y diversas desapariciones de la tiesura que lo hubieran convertido en un trabajo distinto y, en consecuencia, fraudulento en alguna forma.

Positivismo y gomecismo puede atraer a los lectores de nuestros días porque pretendió y pretende ser una aproximación solvente al asunto que ocupa sus páginas, pero también, en especial, por el retorno del personalismo al control de la sociedad y por la consiguiente aparición de los apologistas y los aduladores del mandón o de los mandones de turno, que ahora pululan sin el menor sonrojo. No calzan las botas de quienes legitimaron a don Juan Vicente, según se desprenderá de la lectura que hagan a continuación, pero llevan a cabo una faena semejante. Tal vez no hayan dejado constancia de las facturas cobradas por el servicio, no en balde la evolución de las servidumbres sugiere los ocultamientos de rigor; quizá no estén tan seguros de la trascendencia de su trabajo, como lo estuvieron las plumas gomeras, pero las han imitado con fervor digno de mejor causa.

Sea como fuere, el librito puede permitir el seguimiento de una permanencia capaz de aclarar muchas cosas de lo que fue y es en Venezuela un tipo de intelectuales al servicio de las dictaduras. Si hace algún servicio en tal sentido, el autor, sin ser positivista, se complace con el tercer paseíllo que hace con una obra de juventud que puede tener utilidad.

Elías Pino Iturrieta Caracas, 16 de febrero de 2016

Nota para la segunda edición

Caí en cuenta del envejecimiento del texto que hoy sale de nuevo de la imprenta cuando miré otra vez la parte de los agradecimientos en la Introducción de la primera tirada. Manifestaba entonces mi reconocimiento a un estudiante de Ciencias Políticas, Carlos Romero Méndez, quien se había ocupado de copiar fichas de trabajo y de cotejar algunas fuentes en las bibliotecas de la ciudad. Hoy Carlos Romero Méndez no es el beneficiario de una bolsa de trabajo en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, en cuyas tertulias de una época inolvidable le puse el ojo para que me auxiliara en averiguaciones sobre nuestros positivistas convertidos en apologistas de un autócrata, sino un destacado catedrático de la Universidad Central de Venezuela, un investigador de obra solvente y un analista a quien habitualmente se acude para que ilustre sobre relaciones internacionales y sobre asuntos de la política nacional. El tránsito del mozalbete, convertido hoy en un profesional reconocido por sus obras, llama la atención en torno a cómo han variado los conocimientos alrededor de un asunto investigado hace casi tres décadas.

Estábamos entonces en el Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad Central de Venezuela poniendo en marcha los primeros capítulos de un trabajo en equipo que se denominó «Proyecto Castro-Gómez», bajo la dirección del maestro Eduardo Arcila Farías y asesorados por el maestro Ramón J. Velásquez. Del esfuerzo salieron, aparte de un conjunto de monografías que cambiaron la óptica que se tenía del período transcurrido entre el comienzo del siglo XX y el año 1935, dos volúmenes de correspondencia privada elaborados por un entusiasta elenco cuyos integrantes –Héctor Acosta, América Cordero, Raquel Gamus, Elías Pino Iturrieta, Inés Quintero, Luis Cipriano Rodríguez y Yolanda Segnini– ascendimos sorprendidos y ufanos la escalera del estrellato al comprobar cómo los ejemplares se agotaban en las librerías mientras los destinatarios solicitaban nuevas entregas. El éxito de Los hombres del Benemérito. Epistolario inédito marcó un capítulo ineludible en los procesos de reconstrucción del pasado reciente desde un medio usualmente alejado de los relumbrones del best seller. En el tráfago de esas inquietudes apareció Positivismo y gomecismo, publicado por la Facultad de Humanidades y Educación en abril de 1978.

Tales realizaciones no solo traen estimulantes recuerdos, sino también una advertencia sobre el agua movida por el caudal de la historiografía ocupada del período y del personaje que constituyen el eje del análisis que ahora reaparece. En adelante sucedió una verdadera creciente, cuya desembocadura fue el tiempo de Juan Vicente Gómez. De la lectura benévola del autor se desprende que sus páginas no han perdido vigencia, que se pueden aprovechar para el entendimiento del gomecismo desde la perspectiva de la Historia de las Ideas, pero conviene tomar en cuenta los aportes que han enriquecido y modificado la interpretación de la época y el juicio sobre su ineludible encarnación. Seguramente conducirán a reproches que no ha visto el indulgente padre de la criatura. Lleno de prevenciones, pues, queda otra vez el texto en las manos de los lectores.

Como ahora la estampa es patrocinada por la Academia Nacional de la Historia a través del Departamento de Publicaciones que dirige Simón Alberto Consalvi, editor escrupuloso y lúcido historiador, se puede creer que la investigación vuelve a la calle llena de ilusiones y de hallazgos cuando el asistente de sus orígenes, Carlos Romero Méndez, debe estar a punto de jubilarse como catedrático en la universidad, y cuando el «Proyecto Castro-Gómez» concluyó su ciclo después de una fructífera actividad. Ojalá tenga un poco de verdad la presunción, pero lo más probable es que haya resucitado por la magnanimidad de la Corporación y por el desprendimiento de un amigo excepcional.

Elías Pino Iturrieta Caracas, 26 de abril de 2005

Introducción

1. El pensamiento positivista inicia su influencia en Venezuela en la sexta década del siglo XIX para producir una efectiva renovación del quehacer intelectual. La temprana alocución de Rafael Villavicencio (diciembre de 1866) –recibida con entusiasmo por los estudiantes, divulgada por la prensa de Caracas– y la labor docente de Adolfo Ernst, Gaspar Marcano y Teófilo Rodríguez desbrozan el camino para la penetración del nuevo método. En las aulas de la Universidad Central, en la flamante Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales y en los fascículos de Vargasia y El Federalista, se reiteran las excelencias de la escuela de Comte y se dan a conocer los principios del evolucionismo. Tres generaciones de estudiosos –juristas, médicos, historiadores, sociólogos– divulgan la nueva corriente y hacen que predomine su ascendencia por lo menos hasta 1935. Fogosas polémicas con sectores del clero y con profesionales laicos aún apegados a los esquemas tradicionales dinamizan la escena académica con desacostumbrados debates, parecidos a los que promovió la penetración de la modernidad en los albores de la independencia. Desde el campo de la biología hasta el campo de la literatura, la nueva orientación conmueve al país durante el guzmanato[1].

En el ambiente predominan las directrices de Augusto Comte, en especial aquellas referidas a la posibilidad del descubrimiento de leyes sociales, a la conexión con la metodología propia de las ciencias físicas y naturales y al principio de los tres estadios a través de cuyo transcurso se produciría el advenimiento de la positividad racional. Asimismo, la exaltación extrema del progreso como meta de las colectividades y el vínculo de tal progreso con el establecimiento de un proceso ordenado de la vida gregaria. El evolucionismo de Herbert Spencer, cuyo fundamento encontrábase en los textos de Darwin, impacta de igual suerte a los venezolanos. Las obras de Stuart Mill, Littré, Renan, Taine y Le Bon adquieren gran fortuna en el gusto de los jóvenes que en el futuro gobernarán el país[2].

A primera vista el cuerpo doctrinario ofrecía la posibilidad de aplicar un lenitivo a los problemas nacionales. Su despectivo rechazo de la metafísica y de los antiguos sistemas de conocimiento, su exagerado parentesco con las ciencias naturales, su preocupación por el examen directo de los fenómenos, el énfasis puesto sobre el aspecto práctico del trabajo científico, la probabilidad de encasillar al individuo en un apretado conjunto de leyes sociales, el atractivo objetivo del progreso sobre el cual se machacaba con insistencia, hubieron de impresionar a quienes buscaban un nuevo derrotero para Venezuela[3]. Vistas desde el prisma de la recién llegada disciplina, las perspectivas se presentaban halagüeñas en un país que, próximo el siglo XX, no había logrado descifrar el rompecabezas de un destino en bancarrota. Ante el fracaso de los ensayos anteriores –la economía en decadencia, sujeta la nación a los caudillos, menguado el influjo del liberalismo tradicional– valía la pena atarse al dictamen del positivismo.

2. En esta oportunidad no se pretende estudiar en toda su magnitud el proceso de asimilación y divulgación de tan importante movimiento ideológico. Solo interesa el análisis de la justificación del gobierno de Juan Vicente Gómez por cuatro distinguidos acólitos de la corriente: Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz y César Zumeta, quienes se valen de las directrices del pensamiento positivo para construir una laboriosa legitimación del mandato autoritario.

Como se sabe, Juan Vicente Gómez instaura en Venezuela una cruenta dictadura que se prolonga de 1908 a 1935. Después de adquirir fama nacional como figura de la cúpula administrativa y castrense de la «Restauración Liberal», se adueña del poder ejecutivo sin restricciones y de manera vitalicia. Merced al reemplazo de los caudillos del liberalismo tradicional, gracias a la fundación de un ejército moderno y fiel, apoyado sin tasa por el imperialismo foráneo, construye un sistema enérgico en cuyo centro prevalece su absoluta potestad y la de sus allegados. Individuo de origen campesino, apasionado de la vida rural, silencioso y buen observador, poco afecto a las ostentaciones, complaciente en exceso con el capitalismo monopolista, va a gobernar con mano de hierro durante 27 años.

Entonces las prisiones, la muerte y las torturas concluyen el ciclo de las banderías políticas, cercenan la incipiente asociación gremial e impiden la penetración de nuevas ideas. La fiscalización oficial detiene la entrada de noticias sobre las naciones vecinas y el conocimiento del pensamiento revolucionario que circula para la época. Apenas tienen acceso las doctrinas que acomodan al gobierno, o que por lo menos no son sospechosas de «exotismo». Los periódicos cierran sus páginas al recuento de las conmociones del mundo europeo, y en las universidades se reitera la enseñanza programada en el siglo XIX. Según la lógica elemental de Gómez, «de los enemigos, como de los muertos, mejor no hablar». Las compañías explotadoras de petróleo saquean la riqueza del subsuelo con anuencia de un gobernante cuyas arcas rebosan de dinero mientras el pueblo continúa sumido en extremas privaciones. Es el período de consolidación de la influencia de la burguesía y de nacimiento del proletariado. Surge, en suma, la Venezuela contemporánea, secuestrada por el último de los grandes gamonales[4].

Los intelectuales objeto de estudio constituyen la más elevada representación de la intelligentsia que rodea al dictador. Disfrutan de especial valimiento y desempeñan posiciones claves en el régimen. Frecuentan la residencia del jefe y hacen su cuotidiana alabanza. Atienden a las necesidades de la burocracia y a los domésticos intereses del presidente. Son la pluma y, en algunas ocasiones, la voz de Juan Vicente Gómez.

3. En efecto, Pedro Manuel Arcaya fue individuo de gran figuración durante la dictadura. Nace en Coro el 8 de enero de 1864 y, luego de obtener el grado de abogado en la Universidad Central de Venezuela (1895), ejerce posiciones de importancia a nivel regional como concejal y secretario de Gobierno en el estado Falcón. Sus simpatías por el alzamiento del Mocho Hernández frente al presidente Castro le conducen a una breve prisión y cortan su flamante carrera. Sin embargo, a partir de 1909 otra vez desarrolla con éxito sus funciones en la administración pública. Se traslada a Caracas y es designado miembro de la Corte Federal y de Casación (1909-1913) e individuo de número de la Academia Nacional de la Historia (1910). Se aproxima cada vez más al círculo que rodea a Gómez y en 1913 es designado procurador general de la Nación, cargo que desempeña hasta su traslado al despacho de Relaciones Interiores, del cual es ministro entre 1914 y 1917. En 1925 ocupa de nuevo dicha cartera, hasta 1929. A pesar de sus elevados cargos políticos, no descuida la actividad intelectual. Escribe profusamente ensayos sobre la historia y la sociedad venezolanas, en los cuales repite la doctrina positivista que había consumido en la juventud, compone textos de apoyo entusiasmado al régimen, funda y preside la Academia de Ciencias Políticas y Sociales (1916) y se incorpora a la Academia Nacional de la Lengua (1917). En 1919 es elegido presidente del Congreso Nacional, luego de un año en el Senado como representante por el estado Falcón. Del Parlamento pasa al campo diplomático como embajador en los Estados Unidos (1922-1924; 1930-1935), para retirarse de la vida pública cuando culmina la misión en Norteamérica. Fallecido el dictador, la nación le acusa en dos ocasiones por excesos en el ejercicio de funciones públicas, pero defiende su gestión con valentía y continúa pregonando las excelencias del gomecismo. Muere en Caracas el 12 de agosto de 1958. Deja cerca de cuarenta obras de diferente extensión, entre las cuales destacan: Estudios de sociología venezolana (1948), Influencia del elemento venezolano en la Independencia de América Latina (1916), Historia del Estado Falcón (1920), Insurrección de los negros en la serranía de Coro (1949), Historia de las reclamaciones contra Venezuela (1945) y The Gómez regime in Venezuela and its background (1936)[5].

José Gil Fortoul fue también personalidad prominente en los cuadros mayores del gomecismo. Nacido en Barquisimeto el 29 de noviembre de 1861, estudia a nivel medio y superior cuando se fomenta en el país el imperio del positivismo. Luego de figurar entre los jóvenes opositores al guzmanato, se gradúa de doctor en Ciencias Políticas (1885) para iniciar una dilatada carrera que le conduce a las más elevadas plazas de la burocracia nacional. Entre 1886 y 1900 reside en el exterior, mientras desempeña funciones consulares en Burdeos, Hamburgo, Trinidad y Londres; y misiones diplomáticas en Francia, Suiza, Alemania y Holanda. Cuando retorna al país, Gómez lo designa miembro del Consejo de Gobierno y ministro de Instrucción Pública (1911-1912) y luego lo hace incluir en las curules de su Congreso, que preside en 1913. Hombre de confianza, entre agosto de 1913 y abril de 1914 se encarga de la Presidencia de la República, para retornar más tarde al Parlamento. A partir de 1916 vuelve al mundo diplomático para cumplir misiones de trascendencia en el Ministerio Plenipotenciario para la disputa de límites con Colombia ante el presidente de la Confederación Helvética (1916-1917), en la jefatura de la Delegación de Venezuela ante la Sociedad de Naciones (1923) y en el Ministerio Plenipotenciario en México, destinado a la reanudación de nexos diplomáticos (1933). Escritor, sociólogo, historiador y jurista, descuella en las corporaciones de la cultura oficial como miembro de las Academias de la Historia y de las Ciencias Políticas, como catedrático universitario de Derecho Constitucional y como presidente de la Sociedad Venezolana de Derecho Internacional. Su deceso ocurre el 15 de junio de 1943. De su profusa producción intelectual destacan los siguientes títulos: Filosofía Constitucional (1890), El Hombre y la Historia (1890), Filosofía Penal (1891), El humo de mi pipa (1891) e Historia Constitucional de Venezuela (1907)[6].

El papel de Laureano Vallenilla Lanz no fue entonces menos trascendente. Vallenilla Lanz nace en Barcelona el 11 de octubre de 1870 y comienza a adquirir figuración durante el mandato de Ignacio Andrade, cuando trabaja como secretario del Ministerio del Interior. Mientras gobierna Cipriano Castro empléase como cónsul, en Santander y Ámsterdam, para retornar después del golpe que da comienzo a la privanza de Gómez. Entonces es designado superintendente de Instrucción Pública y, de inmediato, director del Archivo Nacional y senador de la República. Entre 1918 y 1930 es el portavoz del presidente en el Congreso Nacional, institución que preside durante cinco períodos. Como director de El Nuevo Diario, periódico fundamental de la causa, se constituye en manipulador de la propaganda del régimen y en figura política de extraordinaria entidad. Incursiona en la diplomacia como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Venezuela en Francia (1931), y sobresale como miembro de las Academias Nacional de la Historia –que llegó a presidir–, de la Lengua y las Ciencias Políticas. Muere en París el 16 de noviembre de 1936. Aparte de discursos y alocuciones menores, destacan en su producción: Cesarismo Democrático (1926), Disgregación e Integración (1930), Críticas de sinceridad y exactitud (1921) y El sentido americano de la democracia (1926)[7].

César Zumeta destacó igualmente como colaborador de Gómez. Nace expósito en Caracas el 19 de marzo de 1864, y en su juventud la actividad política no le permite concluir estudios de leyes. Guzmán Blanco y Joaquín Crespo lo destierran y apenas puede, durante una de sus breves estadas en el país, ocupar la dirección del diario El Universal. Luego dirige en Nueva York la Editorial Hispanoamericana (1894). Durante los primeros años de la «Restauración Liberal» colabora con Cipriano Castro, quien le encarga labores propagandísticas en Europa, lo nombra cónsul general en Inglaterra y lo incluye en la nómina senatorial por el estado Bermúdez. Cuando se le auguraba una exitosa carrera junto al gobernante andino, rompe sus vínculos con el régimen y se convierte en declarado antagonista. Regresa después de la reacción de 1908, para ocupar en adelante importantes posiciones. En 1910 representa a Venezuela en la conmemoración del Centenario de la Independencia de Argentina; en 1912 es designado ministro de Relaciones Exteriores; en 1913 se desempeña como director de Política del Ministerio de Relaciones Interiores; en 1914 es ministro del mismo despacho y en 1932 es elegido presidente del Congreso. Personaje cardinal de nuestra diplomacia, en 1930 preside el Consejo y la Asamblea de la Sociedad de Naciones y coordina legaciones importantes en Europa. Su muerte ocurre en París el 28 de agosto de 1955. Individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, miembro correspondiente de la Academia de la Lengua, periodista de excepcional calidad, dejó dispersas sus colaboraciones en publicaciones periódicas como: El Anunciador (Caracas, 1883), La América (Estados Unidos, 1884-1889), El Pueblo (Caracas, 1890), Cosmópolis (Caracas, 1894-1895), América (París, 1900), La Revista (París, 1901), Némesis (Nueva York, 1903), y La Semana (Nueva York, 1906-1908). El Continente Enfermo, La ley del Cabestro, Las potencias y la intervención en Hispanoamérica son volúmenes que recogen sus escritos de mayor significación[8].

4. La obra del cuarteto no se ha estudiado a cabalidad, a pesar de que conforma un capítulo de trascendencia en el desenvolvimiento de nuestra vida intelectual. En el conjunto de su producción refléjanse con elocuencia por lo menos tres asuntos de entidad: el problema de la importación del pensamiento como vehículo para la fábrica de un proyecto nacional, la consecuente forja de una filosofía a través del calco de la conceptuación foránea y la caracterización de un período capital de las relaciones entre los intelectuales y el poder.

Este trabajo pretende aproximarse a tales ocurrencias en forma panorámica, sin ocuparse a fondo del análisis independiente de la obra de cada uno de los autores. Es decir, antes que la completa investigación de todas las orientaciones incluidas en las fuentes, se procura la selección de los argumentos relativos al objeto político, sin la exposición de la peculiar concepción del mundo y de la historia que, a nivel general, pudo tener cada sujeto expresante. En la indagación sobre marco tan preciso se esboza el panorama de los presupuestos teóricos que distinguen al mensaje, y estúdiase la aplicación de tales presupuestos en el rastreo del ambiente inmediato y en la alabanza del dictador. El análisis encuentra exclusivo fundamento en material primario, cuya abrumadora cantidad se trabajó con base en las referencias que parecieron más elocuentes, para evitar así repeticiones innecesarias.

Solo con el fin de no permanecer en el plano de la simple descripción, se incluye al final un breve epistolario inédito cuyo contenido aclara la etiología de las ideas objeto de estudio. No se trata de un apéndice, sino de una parte mayor del trabajo sin cuya lectura queda incompleto el marco de relaciones que se examina. Quienes pretendan ver otra cosa en el agregado de tal correspondencia desvirtúan el oficio del historiador profesional, cuya función consiste en reconstruir lo anterior y no en destruir la reputación de los protagonistas del pasado.

Tanto la recopilación de la correspondencia como la redacción del aspecto referido al andamiaje ideológico se efectuaron en el Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la Facultad de Humanidades, dentro de los trabajos que conforman el «Proyecto Castro-Gómez», labor colectiva de investigación cuyo objetivo es la elaboración de monografías, estudios panorámicos y antologías documentales sobre el lapso comprendido entre 1899 y 1935, amplio pórtico de nuestra contemporaneidad. Coordinado por el maestro Eduardo Arcila Farías y asesorado por el historiador Ramón J. Velásquez, dicho «Proyecto Castro-Gómez» ya cuenta con dos etapas concluidas y editadas. Nuestro trabajo es apenas una pieza de ese conjunto mayor que crece progresivamente.

Las cartas proceden del Archivo Histórico de Miraflores, cuyo rastreo facilitó ampliamente la Secretaría General de la Presidencia de la República. En el fichaje de fuentes primarias se contó con la cooperación de Carlos Romero Méndez, estudiante de Ciencias Políticas y beneficiario de una bolsa de trabajo en el Departamento de Investigaciones del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Para él nuestra sincera gratitud.

Caracas, febrero de 1978

I. El fundamento teórico

El estudio de la teoría forjada por los intelectuales venezolanos –Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz y César Zumeta– para justificar el mandato de Juan Vicente Gómez supone el anterior conocimiento de sus fundamentos doctrinarios. El cuerpo ideológico cuyo objeto es la demostración de la legitimidad de la dictadura se produce por influencia del positivismo, entonces vigente en las esferas oficiales. En consecuencia, antes de demostrar el vínculo que se advierte entre el gomecismo y el pensamiento de dichos personajes, conviene una aproximación panorámica al proceso de asimilación y divulgación de sus presupuestos filosóficos. Mediante una indagación de esta naturaleza puede captarse la coherencia o incoherencia del mensaje en el momento de su aplicación al medio venezolano, sus limitaciones y su fisonomía frente a expresiones semejantes.

En los textos referidos a la matriz ideológica, nuestros autores se presentan como pioneros de un método cuyas innovaciones absolutas iban a producir un estado de positividad racional, en el cual la sociedad, colmada de armonía interior, llegaría a un grado de sumo adelantamiento. El conducto para el acceso del nuevo período no era otro que la aplicación de la ciencia a la observación de los fenómenos sociales, con el objeto de investigar las leyes de las cuales en todo trance dependían. El imperio de los principios empíricos a través de los cuales se comprendería la evolución del país y se proyectarían las ocurrencias posteriores daba comienzo a una etapa cardinal de nuestra historia. Precisamente en la conciencia de tener las llaves para la apertura de tal lapso se encuentra el punto de arranque del aparato teórico que ahora interesa.

a) La génesis de una ciencia

En efecto, los intelectuales próximos a Gómez se sienten poseedores de un nuevo método científico, susceptible, en términos excluyentes, de disipar las penumbras dejadas por el estudio defectuoso de Venezuela. Solo con el infalible dictamen de la ciencia positiva, clave única para la comprensión de los fenómenos, podían las investigaciones desarrollar cabalmente sus objetivos. Los exámenes realizados hasta entonces eran apenas vagos rastreos de dudosa confiabilidad.

«Nada es más cierto que en la historia la influencia de las nociones vagas, de las verdades incompletas, de las ideas generales imperfectamente comprendidas, de las puras abstracciones semejantes a las nubes de Aristófanes, 'divinidades de los espíritus perezosos', solo sirven para engendrar revoluciones y demagogos...» dice Vallenilla[9], para hacer más adelante un diagnóstico severo del panorama que ofrecía el conocimiento del país antes de la recepción del pensamiento positivista. Apunta al respecto:

«La razón de que hasta hace poco tiempo no se haya emprendido en Venezuela la importante labor de investigar los orígenes políticos y sociales para explicarnos con exactitud nuestra evolución histórica, debemos buscarla en los errores científicos que aún viven en nuestra atmósfera intelectual como resabios persistentes de viejas teorías metafísicas que atribuyen a influencias extranaturales o a la voluntad libre del hombre las bases esenciales de todo fenómeno humano (…) con respecto al verdadero papel de nuestros hombres dirigentes vivimos en completa ignorancia científica, en lo que se refiere al análisis de los acontecimientos jamás se ha tenido en cuenta la noción de causa y de evolución que prevalece en la ciencia moderna, y con lamentable ligereza se han venido atribuyendo al azar, o a influencias puramente individuales, fenómenos que tienen sus orígenes en las fuentes primitivas de nuestra sociedad[10].»

Convenía, según Arcaya, «... introducir en la mentalidad de la clase intelectual el concepto sociológico y, por ende, pragmático con que deben verse las instituciones destinadas a regir los organismos colectivos»[11]. Mientras César Zumeta agrega, siguiendo también a Comte: «Juzgamos la más noble labor a que pueden consagrarse nuestros modernos investigadores la de aplicar al estudio de la evolución nacional los fecundos métodos positivos, a fin de que el pasado obscurecido por viejos conceptos y por la literatura épica, sea en realidad fuente de fructíferas enseñanzas»[12].

Debía partirse de cero, en cuanto los estudios anteriores no podían resistir siquiera un ligero cotejo con los corolarios producidos por la nueva ciencia. Gracias a ella: