Venezuela metida en cintura - Elías Pino Iturrieta - E-Book

Venezuela metida en cintura E-Book

Elías Pino Iturrieta

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Beschreibung

El siglo XX encontró una Venezuela fragmentada, un Ejecutivo debilitado por los conflictos bélicos presentes durante la mayor parte del siglo recién concluido, un país marcado por el caudillismo local y una economía rural. De ahí que Elías Pino Iturrieta recorra la primera mitad del siglo XX para mostrarnos cómo entró en cintura un país signado hasta entonces por el desorden. 'Venezuela metida en cintura' comienza con el castrismo y continúa con Gómez, cuando los pequeños liderazgos locales quedaron totalmente desterrados de la vida política y los sucesores del dictador salieron de sus filas. El desacuerdo pasó factura y sobrevino entonces el golpe de 1945, con el cual los nuevos políticos y los nuevos militares buscaron enterrar la tradición autoritaria. A partir de allí, Pino Iturrieta se adentra en la vida política más significativa de nuestros tiempos para explicar "cómo esa autoridad se encumbra sobre los venezolanos, sin solución de continuidad, en la fábrica de lo contemporáneo".

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Contenido
Un librito trajinado
Preámbulo
1. Así no era cuando Andrade
2. Otro hombre fuerte
3. Los primeros golpes
4. Socios disparejos
5. Ahora las viejas potencias
6. Milagros del nuevo César
7. ¿Comienza el nacionalismo?
8. La dictadura corrompida
9. Permanencias y cambios
10. Juan Vicente Gómez
11. Otra Venezuela
12. Antes del petróleo
13. Administración bicéfala
14. Los hombres fuertes
15. El dueño de los secretos
16. Razones para el loquero
17. Control severo y cruel
18. Mudanza de la vida
19. Los vaivenes del clan
20. Los líderes del futuro
21. El trapiche monolítico
22. Los partidos nuevos
23. Muerte en la cama
24. López el tintorero
25. Movimientos
26. Nuevas formas de control
27. Otras voces
28. La modernización
29. Selección en capilla
30. El gobierno de los notables
31. Libertad para los partidos
32. Juego nuevo
33. El pecado original
34. La candidatura loca
35. Dos temas del futuro
Epílogo con pregunta
Bibliografía básica
Créditos
Venezuela metida en cintura
(1900-1945)

ELÍAS PINO ITURRIETA (Venezuela, 1944). Doctor en Historia por El Colegio de México, individuo de número de 1a Academia Nacional de la Historia, profesor titular de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Católica Andrés Bello. Actualmente es editor adjunto del diario El Nacional. Fue director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello. Fue decano de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV y presidente de la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Ha sido investigador visitante en El Colegio de México, coordinador de Seminario en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla y conferencista en las universidades de Columbia, Georgetown, Bonn, Sevilla, Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Autónoma de México y El Colegio de Jalisco.

Un librito trajinado

La primera edición de Venezuela metida en cintura circuló en 1988, como parte de una serie denominada «Cinco repúblicas» que coordinó Manuel Rafael Rivero para los hermosos y útiles Cuadernos Lagoven, lamentablemente desaparecidos. Fue apenas la parte de un conjunto escrito por cinco autores –Manuel Rafael Rivero, Graciela Soriano de García Pelayo, Diego Bautista Urbaneja, Elías Pino Iturrieta y Luis Castro Leiva–, cada uno ocupado de los asuntos de su especialidad y de un período determinado que guardaba relación con los volúmenes que lo precedían o continuaban, sin entrar en explicaciones previas sobre los rasgos de sus contenidos. Cada cuaderno le abría camino al siguiente, o significaba la continuidad del anterior, en una trama simple que el coordinador describió en el principio de la publicación para evitar exigencias innecesarias del lector. Todos son textos pensados para leerse en conjunto, aunque también cumplen su función a solas. No se pidió a los autores el tratamiento exhaustivo de sus asuntos, sino solo un boceto capaz de resumir aquello que en esencia los pudo caracterizar. Pero se les sugirió, si era posible, el intento de unos análisis que se salieran de las explicaciones predominantes sin caer en extravagancias. Venezuela metida en cintura tuvo después dos nuevas ediciones, idénticas a la primera, en las prensas de la Universidad Católica Andrés Bello. Ahora circula gracias a la invitación de Editorial Alfa, con el añadido de dos breves fragmentos que anteceden al epílogo.

Preámbulo

La centralización es un rasgo dominante de la Venezuela contemporánea. Un solo núcleo, mayor y determinante, orquesta la vida de los ciudadanos. Alrededor de un selecto elenco giran los partidos políticos, el ejército profesional, la administración pública, los negocios de los particulares y la misma rutina de lo cotidiano. Aspectos tan diversos como la producción y distribución de la riqueza, las relaciones exteriores, el reparto de empleos, la composición de los cuerpos deliberantes, la escogencia de autoridades académicas, las condecoraciones y el color de los uniformes para los colegiales, por ejemplo, son dispuestos por un centro único que apenas ahora se comienza a discutir. Desde la ciudad capital se redacta una cartilla sobre lo sagrado y lo profano que puede juntarse a ciertas especificidades regionales, o al interés de algunos sectores, si no colide con las líneas impuestas por la cúpula. Así es hoy Venezuela, pero antes no lo era. Más bien fue lo contrario, hasta comienzos del siglo XX.

El país se hace distinto, como lo conocemos y lo sentimos en nuestros días, cuando culmina una disgregación secular que se origina en la Independencia y se profundiza después de 1830, a la hora de segregarnos de Colombia. Las batallas de la emancipación y los conflictos civiles del primer Estado nacional quebrantan los usos céntricos de la colonia. Entonces la república se fracciona. La ausencia de recursos materiales no permite a un solo jefe, ni a un solo partido, ni a un solo puñado de notables, establecer las reglas del juego. Los gobiernos pretenden imponer una suerte de manual de conducta común, pero sus propuestas permanecen en el papel. Amparados en la endeblez del Ejecutivo, en lo imprevisible de las cosechas y en el divorcio que caracteriza a la geografía rural de la época, los caudillos locales protagonizan el desconcierto, la falta de homogeneidad.

Hoy Venezuela es la antípoda, gracias a la modificación del rompecabezas decimonónico. En consecuencia, lo contemporáneo, es decir, la reunión de los signos que nos hacen peculiares en relación con lapsos precedentes, surge cuando las individualidades y banderías tradicionales reciben un golpe enfático. El golpe no solo le hace sangre a los capitanes del pasado, sino que le abre un boquete a su versión de la política, a sus nociones de administración y economía, a su lectura del país y del universo. Pero no derrumba del todo la muralla. En lugar de una fractura terminal, produce una soldadura de lo antiguo con lo nuevo cuyo corolario es una sociedad llevada a la coherencia por el vigor avasallante de la autoridad central. Cien camisas de fuerza son reemplazadas por una sola, sin que en el interior de la colectividad ocurran los movimientos precisos para generar un cambio radical. De cómo esa autoridad se encumbra sobre los venezolanos, sin solución de continuidad en la fábrica de lo contemporáneo, trata este escrito.

1. Así no era cuando Andrade

El descompuesto gobierno de Ignacio Andrade, que a duras penas puede mantenerse entre febrero de 1898 y octubre de 1899, condensa un modelo de extrema fragilidad. A pesar de los esfuerzos desarrollados en el guzmanato, desde los tiempos de El Septenio, el poder todavía reposa en la zozobra de los nexos amicales y en la privanza de los hombres de presa. Convertidas las instituciones en simples formularios, inexistente la milicia nacional, la agricultura atrasada, con deudas la Hacienda, manchada la reputación del Partido Liberal, el único que puede manejar la situación es Joaquín Crespo, héroe de la Federación, varias veces ministro y designado dos veces primer magistrado, dueño de fincas y prudente administrador de compadrazgos. El Taita de la Guerra resume la ley y el orden, debido a las cargas de machete que produjeron pavores en la Revolución Legalista y a su habitual presencia en las componendas del Ilustre Americano. Crespo ha impuesto al presidente de turno, desconociendo la voluntad de los electores, pero no le alcanzan los días para protegerlo del enemigo alzado. Muere en las primeras escaramuzas de una nueva guerra civil, para que su pupilo y el régimen queden a la deriva.

El deceso del caudillo le alumbra fugazmente el camino a José Manuel Hernández, el Mocho, soldado de mala estrella y candidato derrotado en las elecciones de 1897. Ahora, sin la presencia del zambo gigantesco y con el apoyo de los curas pueblerinos cuya misión es combatir al liberalismo ateo, pretende ganar la primera epopeya de su vida. Le prende una insignia del Corazón de Jesús a la bandera de la revolución, con el objeto de derrocar al usurpador huérfano. Sin embargo, Andrade saca un rey de la manga. Encarga a Ramón Guerra, el Brujo, famoso adalid de buena cabeza para las batallas campesinas, que termine con el movimiento «godo». Antes de que logre el cometido, la guerra se extiende: Antonio Jelambi combate en Carabobo; Gregorio Riera, en Coro; Manuel Guzmán Álvarez, en Barcelona; Espíritu Santo Morales, Juan Araujo, Carlos Rangel Garbiras y Ventura Macabeo Maldonado, en los Andes; Zoilo Bello y Loreto Lima, en los corredores de Cojedes. Otra vez la fauna de los caciques organiza sus tropas particulares, para hacer fortuna en la volada. La convulsión dura unos cuatro meses. En cuanto Ramón Guerra logra derrotar a Hernández, con el auxilio del general Antonio Fernández, la calma reina entonces en la casa de gobierno.

Pasajera tranquilidad, no obstante. La paz deja pendiente un entuerto: ¿quién sucede al caudillo supremo? Andrade, desde luego, pretende agregar a los paramentos presidenciales la investidura de jefe del Partido Liberal, como el Taita fallecido. Buscando continuidad y fortaleza en el mandato promueve la reforma constitucional, cuyo anuncio alarma a las circunscripciones militares y produce la sublevación de Ramón Guerra, ocurrida en febrero de 1899. El primer magistrado y el Brujo quieren ocupar el lugar de Crespo, en un pugilato que conduce a la candela. Gracias al armamento moderno de Augusto Lutowski se le apuntala a Andrade el aporreado trono, pero los hombres de armas no se sienten bien representados por el individuo que lo sigue ocupando. Comienzan a conspirar en Caracas y a comunicarse con los exilados.

Mientras el gobierno se ocupa del conflicto intestino, cuyo seno se mantiene ardiendo por un debate sobre la reforma constitucional, aumentan las dificultades para obtener créditos en el extranjero. Nadie le quiere prestar a un país descabezado y moroso, a un país que solo tiene tiempo para matarse. En breve disminuyen los ingresos por concepto de aduanas y baja el precio del café. Además, sobreviene una epidemia de viruelas que el descontento carga al inventario del oficialismo. Reina, en suma, un desencanto evidente en relación con la conducta de la dirigencia. Se anhela un panorama diverso, la aparición de un fenómeno susceptible de provocar una mutación.

Las contingencias indican el agotamiento del ensayo intentado desde las postrimerías de la Guerra Federal. Ninguna figura de relieve entre los miembros de la clase política parece adecuada para manejar a una muchedumbre de reyezuelos campestres. Del Partido Liberal no surge el mensaje que toque la fibra de los venezolanos. Antes que una organización civil, es el tenderete de los más encontrados apetitos. A través de la prensa los publicistas se pierden en los vericuetos del personalismo menor, sin gastar las neuronas en un esquema capaz de referir los problemas en su médula. Poco espacio se le dedica, en las imprentas y en las oficinas de los ministerios, a la planificación del fomento material. El propio Ignacio Andrade, en una frase que comprime lo crítico del capítulo, dice a la sazón en el Congreso que Venezuela apenas está viviendo «minutos de República». Cualquiera puede, por consiguiente, pescar en río revuelto, a menos que una propuesta disímil genere un cambio a última hora, antes de que se paralice el reloj.

2. Otro hombre fuerte

Sin embargo, el desenlace viene atado a la peinilla de un hombre, antes que a la forja de un nuevo proyecto nacional. El movimiento que inicia otra estación en la historia de Venezuela, estación cardinal en la fábrica del puente hacia el centralismo redondo mediante el apabullamiento de las facciones y la adopción de actitudes flamantes en el manejo de lo doméstico, así como en el enfrentamiento del panorama internacional, carece de algún peculiar bagaje doctrinario o teórico. Aun de ideas que le sirvan de distintivo y le otorguen especificidad ante los fenómenos antecedentes. No se soluciona el caos por un planteo diferente, sino por la simple substitución de personalismos.