La libertad interior - Jiddu Krishnamurti - E-Book

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Jiddu Krishnamurti

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Beschreibung

Durante años, el centro de acción de Krishnamurti en Occidente fue en la localidad de Saanen, un bellísimo lugar de los Alpes suizos al cual acudían personas de todo el mundo para escuchar su enseñanza. Enseñanza paradójica, pues Krishnamurti invitaba a sus oyentes a prescindir de la autoridad de los maestros: no hacen falta gurús ni principios generales; lo esencial es la propia liberación, el descondicionamiento, La libertad interior. Al hilo de esa libertad, Krishnamurti va enfocando en el presente libro los grandes temas del amor, la religión, las ideologías, el dolor, la belleza, la felicidad, la meditación… Sus palabras son un estímulo y no una imposición. Un estímulo para que cada lector acceda, por sí mismo, a su propia e irreductible realización.

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Jiddu Krishnamurti

LA LIBERTAD INTERIOR

Título original: TALKS AND DIALOGUES SAANEN 1968

© 1970 by Krishnamurti Foundation Trust Ltd.

Brockwood Park, Bramdean, Hampshire S024 OLQ

England

© de la edición en lengua española

1993 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

La presente edición en lengua española ha sido contratada –bajo la licencia de la Krishnamurti Foundation Trust Ltd (KFT) (www.kfoundation.org - [email protected])– con la Fundación Krishnamurti Latinoamericana (FKL), (www.fkla.org - [email protected]).

Composición: Pablo Barrio

Primera edición en papel: Octubre 1993

Primera edición digital: Septiembre 2019

ISBN papel: 978-84-7245-283-1

ISBN epub: 978-84-9988-732-6

ISBN kindle: 978-84-9988-733-3

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

CAPÍTULO 1 La seriedad. Las ideologías. La cooperación. Las divisiones ideológicas y religiosas. Los peligros de la autoridad. Las guerras. El problema total y esencial del ser humano. La naturaleza del pensamiento.CAPÍTULO 2 El problema total y esencial del hombre. La libertad. El condicionamiento y las diferencias ideológicas. Los sistemas, métodos o disciplinas. La autoridad.CAPÍTULO 3 Los sistemas. Los hábitos. La tradición. El condicionamiento. La seguridad. El observador y lo observado. La mente condicionada.CAPÍTULO 4 La mente religiosa. El condicionamiento. La manera total de mirarnos a nosotros mismos. La verdadera libertad para mirar.CAPÍTULO 5 La acción. La acción correcta. El mundo en que vivimos. La vida total. El motivo. El amor. El placer. El estado de amor. La acción que no engendra conflicto. La vida religiosa.CAPÍTULO 6 El placer. El amor. La belleza. El placer y el pensamiento. La autoexpresión. La vacuidad o el vacío interno. La inatención y la atención completa.CAPÍTULO 7 Los hábitos. La ausencia del amor. Los hábitos y el temor. Los escapes. El observador y lo observado. La naturaleza del pensamiento. Los sueños. El amor.CAPÍTULO 8 Lo inexpresable. Lo conocido. La aceptación, la autoridad y la fórmula. El dolor. El pensamiento. El morir y el vivir. La vida de bienaventuranza.CAPÍTULO 9 La meditación. Los “gurús”. La carga del conocimiento psicológico. La virtud. La disciplina. La verdad. El amor. El condicionamiento. Lo que es. El observador y lo observado.CAPÍTULO 10 La sensación de belleza y amor. La comunicación. La intención y el motivo. La naturaleza de la religión. La comprensión del temor. Lo que es la religión. Lo conocido y lo desconocido. La vida religiosa.

CAPÍTULO 1

La seriedad. Las ideologías. La cooperación. Las divisiones ideológicas y religiosas. Los peligros de la autoridad. Las guerras. El problema total y esencial del ser humano. La naturaleza del pensamiento.

Espero que desde el primer día y durante estas reuniones seamos muy serios. Temo que la mayoría de nosotros hayamos venido con un espíritu de vacaciones a contemplar las colinas y las montañas, los verdes valles y los arroyos que fluyen; a estar tranquilos, a encontrarnos con los amigos y a divertirnos un poco, todo lo cual está bien; pero si hemos de sacar algo que valga la pena de estas reuniones, tenemos que ser muy serios desde el principio.

Hay enormes problemas a los cuales hemos de enfrentarnos como seres humanos. Como vivimos en un mundo insensato y estupido. tenemos que ser serios. Y me parece que las personas que son realmente serias, en su corazón, en su íntimo ser –no de un modo neurótico, ni con arreglo a ningún principio o compromiso determinado–, tienen ese carácter, esa condición de seriedad que es necesaria.

Cuando uno observa lo que está pasando en este mundo: la situación de la juventud, la ansiedad por la guerra, la pobreza extrema, los odios y motines raciales, la forma lamentable en que los pequeños países soportan su situación monetaria, etc., uno siente que no sabe lo que está sucediendo. Hemos oído muchísimas explicaciones de los filósofos, los intelectuales, los teólogos, los sacerdotes, los psicólogos, de todas las burocracias organizadas, y así sucesivamente. Pero las explicaciones no son bastante buenas, y aún conociendo la causa de estas perturbaciones, no se resuelve la cuestión. Aquí, durante estas reuniones, vamos a ser responsables como individuos y como seres humanos: vamos a ver si podemos entender el problema de nuestra existencia con su desorden, su caos, la desdicha y el enorme dolor, que es a la vez interno y externo. Evidentemente, estamos obligados a disipar las tinieblas que como individuos hemos creado en nosotros y en los demás. Por eso, tenemos que ser muy serios.

Como ustedes saben existen personas que son serias de un modo neurótico; creen que son serias si siguen cierto principio, creencia, dogma o ideología, y si continúan practicándolo. Tales personas no son serias. Tienen una creencia, y esa creencia engendra un extraordinario estado de desequilibrio. De modo que uno tiene que estar sumamente alerta para descubrir qué es lo que significa ser serios.

Podemos ver que las ideologías desempeñan un enorme papel en la vida del hombre en todas las partes del mundo, y que, en efecto, dividen al hombre en grupos: el republicano y el demócrata, la izquierda y la derecha, etc. Separan a las personas y por su misma naturaleza, estas ideologías llegan a convertirse en “autoridad”. Y entonces los que asumen el poder tiranizan de manera democrática o despiadada. Esto se puede observar en todo el mundo. Las ideologías, los principios y las creencias, no sólo separan a los hombres en grupos, sino que en realidad impiden la cooperación; sin embargo, lo que necesitamos en este mundo es cooperar, colaborar, actuar juntos, sin que usted lo haga de una manera por pertenecer a un grupo, y yo de otra. La división surge inevitablemente si usted cree en determinada ideología, sea la comunista, la socialista. la capitalista, etc.; sea cual fuere esa ideología, tiene que dividir y crear conflicto.

El ideólogo no es serio, no ve las consecuencias de su ideología. Por lo tanto, para ser en realidad serio, uno tiene que desechar completamente, totalmente, estas divisiones nacionalistas y religiosas, negar lo que es absolulamente falso: y entonces, como resultado, quizás habría una posibilidad de ser real y verdaderamente serios. Tenemos que construir un mundo enteramente distinto, que nada tenga que ver con el mundo de hoy, lleno de manías, conflictos y competencias, un mundo cruel, brutal y violento.

Sólo la mente religiosa es verdaderamente revolucionaria. No existe otra mente revolucionaria; aunque se llame de extrema izquierda o de centro, no será revolucionaria. La mente que a sí mismo se llama de izquierda o de centro está tratando con un fragmento de la totalidad y divide incluso este fragmento en otras partes diversas. Esto no es, en absoluto, una mente verdaderamente revolucionaria. La mente realmente religiosa en el sentido profundo de esta palabra es revolucionaria, porque esta más allá de la izquierda, de la derecha y del centro. Comprender esto y cooperar unos con otros es producir un orden social diferente. Y esa es nuestra responsabilidad. Si pudiéramos desechar todas estas cosas pueriles, toda esta inmadurez, creo que podríamos ser la sal de la tierra; y este es el único motivo de habernos reunido. ustedes no van a sacar nada de mí, ni yo de uds. Lo que es absolutamente esencial no es posible lograrlo por medio de una ideología. Creo que esto, desde el punto de vista histórico y de los hechos, es muy obvio. Lo que está pasando en el mundo muestra la división y el conflicto que crean las ideologías. Si usted conoce y se adhiere a una ideología por superior, grande y noble que sea, se incapacita para la cooperación. Quizás esa ideología pueda dar lugar a una destructiva tiranía de la derecha o de la izquierda, más no es posible que pueda traer la cooperación de la comprensión y el amor.

La solidaridad sólo es posible cuando no hay «autoridad» alguna. Como ustedes saben. una de las cosas más peligrosas del mundo es la «autoridad». Uno asume «autoridad» en nombre de una ideología o en nombre de Dios o de la Verdad. Y es imposible que produzcan un orden mundial el individuo o el grupo de personas que han asumido esa «autoridad».

Espero que ustedes estén escuchando todo esto y que no se hallen hipnotizados por las palabras, ni siquiera por la intensidad del que habla; espero que estén compartiendo estas cosas con él.

La autoridad le da mucha satisfacción al hombre que la ejerce –no importa el nombre en que lo haga–; deriva inmenso placer de ello y por lo tanto él es el más… Uno tiene que poner una atención intensa en semejante persona. Desde el principio de estas charlas, debemos tener bien claro por lo menos este punto: la seriedad implica no aceptar ninguna autoridad, ni siquiera la del que está hablando. Algunos vienen del Oriente y afirman, desafortunadamente, que tienen las experiencias más extraordinarias: que pueden mostrar a otro el pasado, que conocen alguna palabra que les ayudará a meditar con máxima excelencia, etc. No sé si ustedes han caído en esta clase de trampa; a muchas personas les ha pasado, a millares, a millones. Tal autoridad le impide al ser humano ser una luz para sí mismo. Cuando cada uno es luz para si mismo, sólo entonces puede cooperar, amar; sólo entonces hay un sentído de comunión de unos con otros. Pero si usted tiene su particular autoridad, tanto si esa autoridad es un individuo como si es una experiencia que usted mismo ha tenido o conocido, entonces esa experiencia, esa autoridad, esa conclusión, esa postura definida, impide una comunicacion mutua. Sólo una mente realmente libre es la que puede estar en comunión, la que puede cooperar.

Durante estos días les ruego que sean muy sensatos y no acepten la autoridad de nadie, ni la propia –cultivada mediante la experiencia, el conocimiento u otras varias conclusiones a las que ustedes hayan llegado– ni la autoridad del que habla, ni la de ningún otro. Sólo entonces, cuando la mente es libre, libre de verdad, es cuando puede aprender; una mente así es a la vez el maestro y el discípulo. Es vital que comprendamos esto, porque es lo que vamos a investigar en todas estas charlas y discusiones.

Uno tiene que ser al mismo tiempo, para sí mismo, tanto el maestro como aquello que es enseñado. Y esto únicamente es posible cuando hay un sentido de observación, de ver las cosas en uno mismo tal como son. Como ustedes saben, la mayoría de nosotros somos inconscientes de nosotros mismos. No sé si habrán observado a las personas que continuamente están hablando de sí mismas, haciendo la propia valoración de su posición en la vida. «Primero yo, y en segundo lugar todo lo demás».

Si ha de haber solidaridad entre nosotros, comunicación y comunión entre uno y otro, es evidente que tiene que desaparecer esta barrera de «primero yo, y todo lo demás en segundo lugar». El «yo» asume una importancia enorme. ¡Se expresa de tantas maneras! Por eso llegan a ser un peligro las organizaciones. Y, sin embargo, es necesaria la organización. Los que están a la cabeza de una organización o que asumen el poder de ella, se convierten poco a poco en la fuente de la «autoridad». Y con esas personas uno no puede cooperar, no puede estar en comunión.

Tenemos que crear un mundo nuevo. Estas no son meras palabras, una simple idea. Tenemos que crear, efectivamente, un mundo por completo diferente, en el que, como seres humanos, no estemos combatiendo unos con otros, destruyéndonos mutuamente; en que uno no domine al otro con sus ideas ni con sus conocimientos; en que cada ser humano sea libre en realidad, no en teoría. Y sólo en esta libertad es posible aportar orden al mundo. Vamos, pues, a desenredar si es que podemos, la red que hemos tejido en torno a nosotros mismos, la cual impide la cooperación y nos divide; y produce tan intensa ansiedad, dolor y aislamiento.

Sería maravilloso que, al terminar estas reuniones, pudiéramos salir y decir. «Miren, lo he conseguido». No es que usted «posea» algo, sino que usted mismo vea que está libre por completo, que se ha convertido en un ser humano con vitalidad, energía, claridad e intensidad. Así, pues, esa es la cuestión Tal vez sea esto demasiado, pero a menos que lo logremos, traeremos al mundo mucha desdicha, y las guerras continuarán; de las cuales somos responsables –no los norteamericanos o los norvietnamitas–; todo ser humano es responsable. Y los que viven en este país, exento de peligros, son tambien responsables. Asimismo, todos lo somos por la división que continúa en el mundo, no sólo en lo ideológico, sino también en lo religioso. De modo que, por favor, si es posible, vamos a poner en esto nuestra mente y nuestro corazón. Hacerlo no requiere mucho esfuerzo intelectual. El intelecto nada ha resuelto. Puede inventar teorías, puede dar explicaciones, puede ver la fragmentación y crear más fragmentos. Pero siendo el intelecto un fragmento, no puede resolver todo el problema de la existencia humana. Tampoco pueden hacer nada el emocionalismo y el sentimentalismo: ambos son también la reacción de un fragmento.

Únicamente es posible actuar de manera completa, y no en fragmentos, cuando vemos todo el problema humano en su totalidad, no sólo los fragmentos. ¿Cuál es, pues, el problema? ¿En qué consiste el problema total, esencial del ser humano, que una vez comprendido, una vez visto (como vemos un árbol, una bella nube), nos permite resolver todos los demás fragmentos? Partiendo de ahí usted puede actuar. ¿Qué es, pues, esta percepción total, esta visión total? Yo pregunto y ustedes tienen que hallar la respuesta. Si aguardan a que yo dé la respuesta y la aceptan, entonces no será de ustedes; entonces yo me convierto en «autoridad», cosa que aborrezco. ¿Cuál es, pues, la respuesta de usted como ser humano que vive en este mundo, con toda la confusión, los disturbios, las revoluciones; con esta terrible división entre hombre y hombre; con una sociedad inmoral, con la inmoralidad religiosa de los sacerdotes? Cuando usted ve todo esto desplegado ante sus ojos, y ve la agonía del hombre, ¿cuál es su respuesta? ¿Cómo actúa según cada caso? O pertenece usted a una parte, a un fragmento y trata de reducir todos los fragmentos al suyo particular –cosa que evidentemente muestra mucha falta de madurez, de sentido–, o ve toda esta fragmentación y este mismo hecho de ver le da una percepción total. ¿Cuál es, pues, para usted el problema, la cuestión esencial, el reto único que, habiéndolo comprendido totalmente, disuelve todos los demás problemas, o le hace a usted capaz de comprenderlos o acometerlos?

Es muy interesante –¿no es así?–, que descubra usted mismo cuál es la cuestión esencial en la vida, no según la opinión del psicólogo, del filósofo, del teólogo, o de Krishnamurti, no de acuerdo con nadie, sino descubrirla usted mismo. ¿Cómo va usted a descubrirla? Puede ser que no haya pensado sobre ello. O si lo ha pensado, ¿cómo va a encontrar esa respuesta o cuestión esencial? ¿Va usted a preguntarle a otro? Claro que no, porque cuando usted mira en cualquier dirección, está mirando hacia la «autoridad». Lo que dice la «autoridad» no es real, a usted le interesa la más importante cuestión, y ésta tiene que descubrirla usted mismo. Si no busca a otro para que le ayude a descubrir cuál es la cuestión fundamental, verdadera, entonces, ¿qué hará usted? ¿Cómo la descubrirá? Por favor, este es un asunto muy serio.

Primeramente, ante todo, ¿se ha formulado alguna vez semejante pregunta? ¿Se ha preguntado uno a sí mismo si hay una cuestión esencial, en cuya comprensión está la respuesta de todas las demás cuestiones menores? Si usted no se la ha formulado, yo se la planteo. Si la escucha como espero que la esté escuchando, entonces ¿cómo va a descubrirla?

¿Cómo va a investigar? ¿Lo hará por medio del pensamiento, pensando mucho sobre ello, sobre cada problema, cada cuestión, cada fragmento; complicándose cada vez más, y luego llegando a una conclusión y diciendo: «Esta es la cuestión esencial»? ¿Le ayudará el pensamiento? ¿Le ayudará una indicación, por sutil que sea? Porque si se fía de ella, usted está perdido otra vez. De modo que el pensar sobre ello no da la respuesta, ¿verdad?