La literatura y otros cuentos - J.A. Bueno Álvarez - E-Book

La literatura y otros cuentos E-Book

J.A. Bueno Álvarez

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Beschreibung

Sorprendente colección de relatos en la que su autor, Juan Antonio Bueno Álvarez, nos da su particular visión de temas tan variados como el 11-M o la explotación laboral, así como miradas satíricas a la historia de España o historias intimistas en las que destaca una prosa inolvidable. Relatos certeros, potentes y actuales que tienen más relevancia que nunca.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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J.A. Bueno Álvarez

La literatura y otros cuentos

 

Saga

La literatura y otros cuentos

 

Imagen en la portada: Shutterstock

Copyright ©2019, 2023 J.A. Bueno Álvarez and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728392621

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Cartas desde el paraíso

Perdone, padre, si he tardado tanto en escribirle. A usted dos meses pueden parecerle muchos meses, pero le aseguro que aquí el tiempo corre de otra manera. Es una cosa muy difícil de explicar, hay que vivir aquí para saberlo. La gente es amable y siempre luce el sol, hasta cuando llueve luce el sol. No era mentira lo que contaba el primo: este es un país maravilloso para una joven como yo. Me imagino que allá habrá comenzado el frío y que por las mañanas tendrá que quitar la nieve con la pala. ¿Cómo sigue la Camelia? Cuídela bien, que ya va para vieja. ¿Sigue dando una leche tan buena como siempre? Aquí de esa leche no hay, eso es verdad. A veces, cierro los ojos y me llega el aroma de la ubre recién ordeñada. En todo lo demás, he salido ganando. No se puede usted imaginar lo que se come en este país, mejor que en las películas. El primo, que se preocupa mucho por mí, me dice que me cuide, y hasta me obliga a pesarme todas las semanas. Fíjese, lo mismo acabo siendo gorda como era madre de joven, cuando tenían cuatro cabras y dos cerdos. Pero el primo me dice que eso no está bien, que lo que vale para allí no vale para aquí. Y en eso tiene razón, hay que saber adaptarse a esta vida, como él se ha adaptado y como lo voy haciendo yo. De lo que puedo contarle y no parar es de la ropa, aunque usted es hombre y ya sé que eso no le interesa. Pero aquí hasta los hombres gastan una fortuna en vestirse. No me pongo dos días seguidos la misma ropa, con eso se lo digo todo. Hay que ir siempre muy limpia, vestida como para una boda. Cuando me levanto, abro el armario y me quedo como una tonta contemplando las blusas, las faldas y los vestidos. Todavía no me he acostumbrado a que todo eso sea mío. El primo dice que es solo el principio, que muy pronto tendré mucho más. Y es que aquí hay mucho trabajo, trabajan hasta los que no valen para nada. El primo ha colocado a uno de su pueblo que es medio idiota, un chico grandote con unos ojos sin expresión. Lo ha puesto en una puerta y allí se pasa las horas sin hacer nada. Y le pagan por eso, no se crea. El otro día le pregunté y me dijo lo que le pagaban. Para que se haga una idea: con el sueldo que cobra en un mes ese idiota, usted podría comprarse tres cabras. A mí no me pagan tanto. Es normal, acabo de llegar y todavía estoy aprendiendo, como dice el primo. Además, tengo que devolverle al primo lo que me dejó para el viaje y para establecerme, que eso aquí sale muy caro. Cuando me ponga al día, le iré mandando a usted y pronto la Camelia tendrá una compañera, ya verá. Bueno, tengo que dejarle, que ya es hora de trabajar. Dé recuerdos a mi hermana y dígale que me acuerdo mucho de ella.

 

Disculpe, padre, que haya tardado tanto en contestarle. No se puede usted figurar lo que es aquí la vida. Ahora mismo he tenido que dejar un asunto pendiente para escribirle estas pocas líneas. No hay un rato de respiro, pero no me quejo. Las cosas me van mejor que bien. El primo mira mucho por mí y me cuida como si fuese una hermana, o como si nos conociéramos de toda la vida y hubiésemos pasado juntos la infancia. Él dice que se acuerda de cuando yo era una niña, de un día que jugamos con la nieve. Yo no puedo acordarme, claro, pero él debía de ser ya un mocetón. A la que no conoce es a mi hermana, nació después de que él se viniera para acá. Y dice que tiene muchas ganas de conocerla. Contando, la otra tarde, le salían cincuenta primas y cuarenta y dos primos, fíjese. Y con usted, casi cuarenta tíos. Aquí no existe nada parecido con la familia. Los padres, los hermanos y, como mucho, los primos carnales. Y a veces ni eso. El otro día llegó una chica que también es prima del primo, aunque por parte de su madre. Pero él dice que todos formamos una misma familia, sobre todo estando en un país extranjero. Y la chica, que se llama como yo, fíjese qué casualidad, se ha venido a vivir a mi habitación. Así compartimos los gastos y sale más barato. Quiero darle cuanto antes una compañera a la Camelia, por ella, para que no esté tan sola, pero también por usted y por mi hermana, que con una cabra nada más se pasa muy mal. No sé cuándo podrá ser eso, primero tengo que pagarle al primo todos los gastos. Ya sabe que yo soy un desastre para los números, así que el primo se encarga de las cuentas. El otro día me dijo que ya quedaba poco de la deuda, aunque la pena es que aquí, aunque se gana mucho, la vida está por las nubes. Por eso, con la otra chica en mi habitación, todo irá más deprisa. Lo malo es que antes tenía el armario para mí sola y ahora tengo que compartirlo con ella, así que a veces la ropa se me arruga un poco, pero usted es hombre y eso le parecerá una tontería. En cambio, aquí los hombres son de otra manera, no digo que mejores, y dan mucha importancia a esas cosas. Bueno, que tengo que seguir trabajando. Dé recuerdos a mi hermana. Prometo escribirle a vuelta de correo la próxima vez.

Ya, ya sé que prometí escribirle pronto, pero no se puede usted imaginar el trabajo que tengo aquí. No es una excusa, es la verdad. Me figuro que allí ya estará floreciendo el campo y que la Camelia se pasará las horas de aquí para allá, saltando en cuanto que le despiertan los primeros rayos de sol, aunque la pobre va para vieja y, a lo mejor, ya no tiene tantas energías como antes. Eso de los viejos es una de las cosas que más me asombran de aquí. Los hombres de su edad, y no es que yo diga que usted es un viejo, padre, se comportan como chiquillos. El primo dice que eso es bueno, que ayuda a la economía. Al primo no se le cae de la boca esa palabra, la economía. Parece como si tuviera estudios, por la forma en la que habla. Y él dice que no, que sus estudios han sido la vida y tener siempre los ojos muy abiertos. Se maneja de maravilla en la lengua de aquí, y eso también le ha ayudado mucho. Yo voy haciendo progresos, cada día aprendo una palabra nueva, aunque algunas no valen la pena, son insultos y cosas feas que la gente, sobre todo los hombres, usa como si nada. Al principio, no me daba cuenta, pero ya me voy enterando y hago que no las escucho. El primo dice que no le dé importancia a eso, que son costumbres como las que hay en otras partes, en unos sitios no comen cerdo, en otros no comen vaca, y aquí comen de todo pero se emplean muchas palabras feas. Ya sé que en nuestro idioma las hay también, pero en el pueblo las he oído muy pocas veces, y nunca a usted ni a mi madre cuando vivía. Bueno, no le aburro con esto de las palabras feas, que aquí también las hay muy bonitas. Y no solo las palabras: el sol, la gente, las tiendas llenas de cosas, los coches. Y el mar, el primo me ha prometido que me va a llevar unos días al mar, y yo estoy como loca por conocerlo. Lo vi durante el viaje, pero no es lo mismo. El primo dice que en verano, sobre todo en agosto, las ciudades se quedan vacías, todo el mundo se va a disfrutar del mar. Y que nosotros no vamos a ser menos. Lo malo es que tendré que seguir trabajando, aunque de otra manera, más tranquila. Y es que el trabajo aquí es una bendición, nunca falta, pero también cansa un poco: no hay domingos ni vacaciones. Mejor así, porque pagaré antes la deuda y podré comenzar a ahorrar para que la Camelia tenga una compañera y usted y mi hermana no pasen tantos apuros, que por mucho que diga que no, que no necesitan de nada, yo sé que no es verdad. Y no se me enfade, pero no gasto más de la cuenta en ropa ni en salir, como me dice en su última carta. Salir no salgo, puede creerme, y la ropa me la compra el primo muy barata, que sabe mis gustos, aunque a veces se equivoca con la talla y tiene que devolverla. La próxima vez espero darle una alegría y mandarle un poquito de dinero. Y dígale a mi hermana que escriba más claro, que a veces no hay quien le entienda la letra.

 

Qué cosas tiene usted, padre, figurarse que entre el primo y yo hay algo. Pero si él tiene allí su mujer y sus hijos, cómo iba yo a consentir una cosa así. No le veo mucho, no se crea, porque aunque trabajamos en la misma empresa, cada uno tiene su cometido. Y si no le cuento más de mi trabajo no es por nada, sino porque usted, no se ofenda, no lo entendería. A veces, no lo entiendo ni yo. Aquí las cosas no son tan sencillas como en el pueblo, con su carpintero, su cartero, su cerrajero y poco más. Aunque ahora que lo pienso, puede que lo mío se parezca un poco a lo de la maestra. Sí, para que se haga una idea, es como si hiciera de maestra. Y de azafata de las que salen en las películas, pero sin avión. Ahora estoy otra vez sola en la habitación, por eso no puedo mandarle nada todavía. Por ese lado he salido perdiendo, pero por todo lo demás me alegro de que se haya ido la prima del primo. No había forma de hacer carrera de ella, el primo dice que hay personas a las que les cuesta más adaptarse a este país, aunque a mí me da que no es culpa del país, que hay que reconocer, eso sí, que tiene lo suyo. Según lo voy conociendo mejor, aprecio más lo que tenemos allí. Le digo una cosa: con cuatro cabras y dos cerdos, en el pueblo se puede llevar una vida de reyes. Solo con eso, ya no envidiaría a nadie de aquí. Me figuro que las mañanas ya serán casi todas agradables y que usted y mi hermana habrán comenzado a bajar al río. Me lo imagino metiendo la cabeza en el agua fresca y secándose deprisa para que no le entre la tiritona. Y, luego, rasurándose la barba con los ojos fijos en el espejo del río. Y cantando esas canciones que usted se sabe y que yo, algunas veces, tarareo para mis adentros mientras estoy trabajando. Es una de las cosas buenas que tiene mi trabajo, que como cada uno va a lo suyo, puedes pensar en lo que te dé la gana y el tiempo se pasa más deprisa. Y hablando del tiempo, me parece mentira que haga nueve meses que llegué, a veces siento que llevo aquí una vida entera, pero otras me creo que fue ayer cuando me despedía de usted y de mi hermana. En la próxima carta a ver si le envío un poco dinero, que como esto tarde la Camelia se va a morir sola.

 

Ayer volvimos de la playa, padre. Al final, no ha sido para tanto. Como el primo es tan responsable, solo me he podido dar unos bañitos después de comer. Y es que el trabajo no puede parar. El agua no era como la de las películas: tenía un color oscuro, mucho más oscuro que la del río, como si hubiera estado alguien echando barro todo el día. Eso, según nos dijeron, era porque el mar andaba revuelto. Pero caliente sí que estaba, aquí hasta mi hermana se metería de golpe. Y hablando de mi hermana, de momento no va a poder ser lo que usted dice. Ya sé que ella quiere, pero es muy joven y tampoco me gusta que usted se quede solo. Ya sé que está sano, padre, y que si pasa cualquier cosa, en el pueblo no falta quien le ayude. Además, ya ve que le mando un poquito de dinero, no es mucho, pero es la primera vez. No le he dicho nada al primo, porque todavía no le he liquidado la deuda. Me daba apuro pedirle el favor, aunque seguro que él lo hubiera entendido y hasta me habría dicho que metiera dos o tres billetitos más. Pero ha sido mejor así. Seguro que la próxima vez que le escriba ya no me tengo que andar con estas cosas. Calculo, si todo va como espero, que para después de Navidad la Camelia tendrá una compañera. Me preocupa eso de que cada día da menos leche. ¿Qué van a hacer mi hermana y usted si les falta la leche de la Camelia? Pero no pensemos en las cosas malas, que ya hay demasiadas por todos lados. Usted cuénteme del pueblo y olvídese de preocuparse por mí, que de verdad que vivo como una reina. Y olvídese de lo de mi hermana, y dígale a ella que se olvide también. A lo mejor más adelante, cuando pasen unos años. Claro que yo pienso volver antes. En cuanto que pague la deuda, verá todo lo que le mando. Cuando se quiera dar cuenta, me tiene otra vez con usted, y con cuatro cabras y dos cerdos que dará gloria verlos. Qué cosas tiene usted, cómo me voy a quedar aquí para siempre. No se preocupe, que yo no me caso con ninguno de aquí, pierda cuidado. Por ese lado, ande tranquilo. Y no me diga que el primo lleva no sé cuántos años aquí, el primo es el primo y yo soy yo. Disculpe, padre, pero tengo mucho trabajo y no me puedo entretener más. Dé recuerdos a mi hermana y dígale que se esmere más con la letra, que parece letra de diablo y no de mujer.

 

Pero ¿qué le ha dado a mi hermana con lo de venirse? Ya tendrá tiempo de ver mundo, que es muy joven. ¿Y lo de venirse usted también? Esa sí que es buena. Tiene usted unas ocurrencias que no sé si son para echarse a reír o para echarse a llorar. De todas formas, he hablado con el primo y me ha dicho que no es buen momento, que ahora las cosas en la empresa no están como antes. Y eso es verdad, no hace falta que él lo diga. Lo de buscarle una compañera a la Camelia va a tener que esperar. No será para Navidad, sino para el verano. Con los gastos que hay aquí, no termino de pagarle la deuda al primo. No sea usted desconfiado, que no me está engañando. Antes creía que tenía algo con él, y ahora que me estafa. Pues ni una cosa ni la otra. El viaje costó más de lo que parece, y hubo que pagar muchas cosas. No se crea que la dejan a una establecerse en un país extranjero así como así: todos se llevan su parte. Y tenga en cuenta la ropa, que me vine con lo puesto. Pero el primo me ha buscado otra chica para que la habitación me salga más barata. También es prima suya por parte de madre. Esta vez me disculpará que no le mande nada. Y haga el favor de contarme de allí, dígame cómo sigue la gente, si el chico de la panadera se ha puesto bueno ya. Me figuro que ya estará al caer la nieve, tengo tantas ganas de verla otra vez, de ponerme detrás de la ventana del hogar y de que usted me acaricie la cabeza como cuando era una niña. Hágalo con mi hermana, pásele las manos por esas trenzas de oro mientras anochece y cántele una de las canciones que usted se sabe. Yo las llevo metidas en el alma, muy adentro, y las canto para mí cuando algo no me gusta. A veces, trabajando, las canto muy bajito, tan bajito que nadie se entera de que las estoy cantando. Y es como si fuera otra vez una niña, una niña muy pequeña recogida en el regazo de mamá o entre los brazos de usted. No me haga caso, no sé qué me pasa hoy que digo estas cosas tan tristes. Debe de ser el tiempo, este cielo tan gris que parece el lecho del río cuando se llena de cieno. Un beso para mi hermana y otro para usted.

¿Y me lo dice ahora? La Camelia lleva muerta desde antes del verano y usted no me lo ha contado. Pobrecilla, ya me temía que se iba a morir sola, sin una compañera. Y pobrecillos mi hermana y usted, ¿de dónde van a sacar para vivir? Lo que le mando no es mucho, ya lo sé, pero de momento no me es posible conseguir más. Ya le he pagado la deuda al primo, pero ahora me quedan los intereses. Claro, como al principio una no tiene nada, paga muy poquito a poco y, entonces, los intereses suben una barbaridad. Van a tener que defenderse como puedan, y pasar apuros hasta el verano o así. Pero no se desespere, padre, que yo todos los meses, puntual, le mando como en esta carta o, incluso, un poquito más. Ya veré la forma de hacerlo. El primo es bueno, pero muy serio con los asuntos de la economía, como él la llama. Por eso, prefiero que no se entere de nada. Y quítele a mi hermana esa idea de venir, quítesela, por favor, que entre las dos no iremos más deprisa, ni mucho menos. ¿No ve que ella también tendría que pagar la deuda y los intereses? Paciencia, padre, que para el verano ya tendrá otra Camelia con usted, y más joven y con mejor leche, ya lo verá. Y un año después, cuatro cabras y dos cerdos, como cuando usted se casó con mamá. Y estaremos los tres juntos, bañándonos en el río los días de verano y calentándonos en el hogar en el invierno. Y mi hermana y yo nos casaremos con dos buenos chicos y le daremos a usted muchos nietos sanos y robustos. Y cuénteme cosas del pueblo, aunque a usted le parezcan naderías, que a mí me anima mucho saber de allí.

 

Pero ¿qué ha hecho usted? ¡Cómo le ha escrito al primo para que le pague el viaje a mi hermana! Usted está loco y ella también. No la deje venir, padre, no la deje venir, que este país no es para una joven como ella. No me obligue a decirle más. Le digo que con una hija aquí ya tiene bastante, conserve a la otra allí. Espero que no sea demasiado tarde cuando lea usted estas letras.

 

Padre, ya estoy aquí. Y lo primero que he hecho, casi sin bajar del autobús, es escribirle. No se puede ni imaginar este país, es para volverse loca. Como ya casi es Navidad, todas las calles están llenas de luces, de estrellitas y de bombillas de colores. Y a la gente se la ve feliz, sonriente y cargada de paquetes. El cielo es azul y siempre hace sol. Y el primo, muy bueno, como si me conociera de toda la vida. Tenía usted razón, no hay nada como la familia. Lo primero que ha hecho ha sido comprarme ropa, un armario lleno de ropa para mí. He estado tres horas probándome todo, y me sienta de maravilla. Me ha dicho que mañana empiezo a trabajar en su empresa, porque es el dueño de una empresa muy importante, y que tengo que estar muy guapa. A mi hermana aún no la he visto. El primo dice que es muy buena trabajando y que por eso no tiene ni un momento libre. Mañana se va a llevar una sorpresa cuando me vea. Ya me estoy imaginando lo bien que lo vamos a pasar las dos juntas en esa oficina tan grandota, porque seguro que es una oficina llena de cristaleras y de compartimentos como las que salen en las películas. Y hasta con una neverita para tomar una bebida fría cuando te apetezca.