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No podía olvidar aquellas ardientes noches en el desierto… Doce años atrás, en el desierto de Burquat, Julia le había entregado su corazón al jeque Kaden. Sus ardientes noches en las dunas, bajo un manto de estrellas, le habían hecho pensar que eran los únicos seres humanos en el planeta… hasta que una amarga traición lo destruyó todo. Cuando volvió a encontrarse con Kaden por casualidad, Julia decidió ignorar los recuerdos del pasado, pero el magnetismo sexual de Kaden hacía que la llamada del desierto fuese tan poderosa…
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Seitenzahl: 162
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Abby Green. Todos los derechos reservados.
LA LLAMADA DEL DESIERTO, N.º 2156 - mayo 2012
Título original: The Call of the Desert
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0090-8
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
EL EMIR de Burquat, Su Alteza Real el jeque Kaden bin Rashad al Abbas.
Kaden miró el salón del exclusivo Club Arqueológico de Londres, abarrotado de gente. Todos estaban mirándolo, en silencio, pero eso no lo molestó. Estaba acostumbrado a ser el centro de atención.
Bajó los escalones de mármol con una mano en el bolsillo del pantalón, observando que la gente apartaba la mirada. Bueno, los hombres apartaban la mirada, las mujeres no. Como la bonita camarera que esperaba al final de la escalera y que le sonrió, coqueta, mientras le ofrecía una copa de champán. Pero Kaden no estaba interesado; demasiado joven para su escéptico corazón.
Desde que era un adolescente había sabido que poseía cierto poder sobre las mujeres. Sin embargo, cuando se miraba al espejo se preguntaba si lo que sentían era el deseo de borrar esa expresión cínica y reemplazarla con otra más amable.
Una vez había sido más amable, pero tanto tiempo atrás que ya no podía recordarlo. Era como un sueño y, como todos los sueños, algo irreal.
Entonces algo llamó su atención al otro lado de la sala. Una cabeza rubia entre las demás…
«Aun ahora».
Se maldijo a sí mismo por pensar eso y sonrió cuando el director del club se acercó a saludarlo, agradeciendo la distracción y preguntándose por qué no era capaz de controlar tan arbitraria respuesta a algo que no había sido más que un sueño.
El corazón de Julia Somerton palpitaba con tal fuerza que empezaba a marearse.
Kaden.
Estaba allí.
Había desaparecido entre la gente después de bajar por la escalera, pero esa imagen de él apareciendo de repente como un dios de pelo oscuro estaría grabada en sus retinas para siempre. Era una imagen que ya estaba grabada de forma indeleble en su corazón. No podía borrarla, por mucho que lo intentase o por mucho tiempo que pasara.
Seguía siendo tan increíblemente apuesto como el día que lo conoció. Alto, de hombros anchos, moreno, con el atractivo exótico de un extranjero, alguien que provenía de una zona más árida, más inclemente.
Estaba demasiado lejos como para verlo en detalle, pero incluso desde donde estaba había sentido el impacto de esa mirada oscura; unos ojos tan negros en los que una mujer podía perderse para siempre.
¿Y no lo había hecho ella una vez?
Le parecía increíble que pudiese impactarla de tal modo después de doce largos años. Ahora era una mujer divorciada, nada que ver con la chica idealista que había sido una vez, cuando lo conoció.
La última vez que se vieron acababa de cumplir veinte años, unas semanas antes que él, algo sobre lo que Kaden solía tomarle el pelo diciendo que estaba con una «mujer mayor».
Al recordar eso se le encogió el corazón tan violentamente que tuvo que llevarse una mano al pecho…
–Julia, ¿estás bien? Te has puesto muy pálida –dijo Nigel, el director de la fundación para la que trabajaba.
Ella sacudió la cabeza, dejando su copa sobre una mesa.
–Debe de ser el calor –logró decir, casi sin voz–. Voy a… tomar el aire un momento.
Julia se abrió paso entre la gente, sin mirar a un lado o a otro, en dirección a la terraza que daba al jardín.
–No te vayas muy lejos, tienes que dar tu discurso –le advirtió Nigel.
Cuando por fin salió a la terraza, respiró profundamente para llevar oxígeno a sus pulmones. A mediados de agosto, cuando el calor en Londres era más opresivo, ella estaba temblando. El aire olía a tormenta y el cielo estaba cubierto de nubes, pero Julia no veía nada de eso. Como no veía el maravilloso jardín lleno de flores exóticas llevadas hasta allí por exploradores de todo el mundo.
Estaba tan angustiada que tuvo que sujetarse a la balaustrada de la terraza, perdida en los recuerdos.
Tantos recuerdos y tan vívidos como si todo hubiera ocurrido el día anterior.
Sintió entonces que una lágrima rodaba por su rostro y, de repente, experimentó una insoportable sensación de tristeza.
¿Pero cómo podía ser? Ella era una mujer de treinta y dos años, una mujer madura, dirían algunos. En lo mejor de la vida, dirían otros.
Pero el día que tomó un avión para marcharse del emirato de Burquat, en la península arábiga, algo dentro de ella había muerto. Y aunque había seguido con sus estudios, superando sus propios sueños al conseguir un doctorado y un máster, y había amado a su marido en cierto modo, nunca había vuelto a ser tan feliz como lo fue en Burquat. Y la razón estaba en aquella sala llena de gente.
Lo había amado tanto…
–Doctora Somerton, es hora de su discurso.
Esa petición la devolvió al presente y, sacando fuerzas de flaqueza, Julia se dio la vuelta. Iba a tener que hablar delante de toda aquella gente durante quince minutos, sabiendo que él estaría mirándola.
¿Recordando?
Tal vez ni siquiera la recordaría, pensó entonces. Desde luego, Kaden había tenido relaciones con suficientes mujeres desde entonces como para que su recuerdo se hubiera convertido en un simple borrón. Odiaba admitirlo, pero estaba tan al corriente de su vida amorosa como cualquier persona de la calle gracias a las revistas del corazón.
Tal vez ni siquiera su rostro le resultaría familiar. Tal vez no recordaría las noches en el desierto, cuando sentían que eran las únicas personas en el mundo bajo un interminable cielo estrellado. Tal vez no recordaría la emoción de convertirse en amantes, la primera vez para los dos, y cómo su ingenuidad pronto se había convertido en una pasión insaciable.
Tal vez ni siquiera recordaría lo que le había dicho bajo las estrellas:
–Siempre te querré. Ninguna otra mujer podrá ser la dueña de mi corazón como lo eres tú.
Y tal vez no recordaría aquel día terrible en el precioso palacio real de Burquat, cuando de repente se volvió frío, distante y cruel.
Convencida de que un hombre como Kaden la habría apartado de sus recuerdos, y conteniendo el deseo de salir corriendo, Julia esbozó una sonrisa mientras se dirigía a la tarima, intentando desesperadamente recordar de qué demonios trataba el discurso.
–Julia Somerton está a punto de dar su discurso, señor. Tengo entendido que utilizó sus investigaciones en Burquat para conseguir el doctorado –estaba diciendo el director del club–. Tal vez la conoció usted entonces. Ahora se dedica a recaudar fondos para varios proyectos arqueológicos.
Kaden miró al hombre que se había abierto paso entre la gente para saludarlo y asintió con la cabeza. El director del club arqueológico lo había invitado con la intención de conseguir una aportación económica para su proyecto, pero él estaba demasiado distraído como para mantener una conversación.
Julia Somerton… no, no podía ser ella.
Aunque no había habido otra Julia en Burquat, intentaba convencerse a sí mismo de que se trataba de otra persona.
Entonces era Julia Connors, no Somerton. Aunque una vocecita le decía que podría estar casada. De hecho, sería lo más lógico ya que también él se había casado.
Al recordar su matrimonio, Kaden volvió a sentir una oleada de furia… pero no debía recordar el pasado.
Y, sin embargo, una parte de su pasado que se había negado a desaparecer a pesar del tiempo estaba frente a él en aquel momento.
Si era ella.
Su corazón empezó a latir, desbocado.
En la sala se había hecho el silencio y cuando Kaden vio subir a la tarima a una mujer rubia con un elegante vestido negro de cóctel, el mundo pareció detenerse.
Era ella, Julia.
Sobre una tarima, como el pedestal en el que él la había colocado doce años antes; un pedestal donde no tenía derecho a estar. Pero, afortunadamente, algo había evitado que cometiese el mayor error de su vida.
Intentando sacudirse esos recuerdos, Kaden se concentró en Julia. Su voz era suave, un poco ronca, algo que lo había atraído desde el momento que la conoció. Entonces llevaba una camiseta, vaqueros llenos de polvo y un sombrero de safari que ocultaba parcialmente su rostro, pero tenía una figura tan sensual que se había quedado sin habla.
Entonces solo tenía diecinueve años y seguía pareciendo una niña. Ahora era más esbelta. De hecho, había en ella una fragilidad que no tenía antes.
Aquella mujer no tenía nada que ver con la joven cubierta de polvo que conoció doce años atrás. Con su pelo rubio sujeto en una coleta baja, la raya a un lado y el vestido de cóctel, era la elegancia personificada. Pero su elegante imagen no conseguía detener el torrente de imágenes carnales que aparecían en su mente… y en tal detalle que empezó a excitarse sin remedio.
No debería afectarlo de ese modo, pero así era. Aquello era inconcebible.
Pero lo cierto era que ninguna mujer lo había excitado como lo excitaba Julia. Jamás había vuelto a perder el control como lo había perdido con ella.
Y nunca había sentido un ataque de celos como el que sintió al verla en brazos de otro hombre…
Lo vívido de ese recuerdo casi lo mareaba y tuvo que hacer un esfuerzo para apartarlo de su mente.
Aquella mujer había sido una valiosa lección y desde entonces nunca había dejado que sus más bajos instintos le hiciesen perder la cabeza. Y, sin embargo, todo eso parecía olvidado en aquel momento.
Sorprendido por su reacción, e irracionalmente furioso con ella, Kaden apretó los labios. Oyó reír a los invitados en reacción a algo que ella había dicho y, más inquieto que nunca, murmuró una disculpa antes de salir a la terraza.
En cuanto el discurso de Julia terminase se marcharía de allí y jamás volvería a verla.
Julia bajó de la tarima. Había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para recordar su discurso cuando vio la cabeza morena de Kaden destacando entre todas las demás, sus ojos negros clavados en ella. Pero entonces, con un abrupto movimiento, lo había visto abrirse paso entre la gente para salir a la terraza. Y después de eso había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para concentrarse.
Afortunadamente, su jefe en la fundación se acercó en cuanto terminó de dar el discurso y cuando la tomó del brazo no se apartó como solía hacer.
Desde su divorcio un año antes, Nigel había dejado bien claro su interés por ella, a pesar de que Julia lo desanimaba constantemente.
Esa noche, sin embargo, necesitaba todo el apoyo posible. Y si pudiera marcharse de allí cuanto antes, tal vez podría olvidar que había vuelto a ver a Kaden.
Nigel hablaba sin parar, pero Julia no era capaz de concentrarse en lo que decía porque veía dónde la llevaba: hacia las puertas de la terraza. Allí había un hombre de espaldas, alto, de anchos y poderosos hombros, el pelo negro como el ébano rozando el cuello de la chaqueta, exactamente igual que el día que lo conoció.
Como una niña recalcitrante, Julia clavó los tacones en la alfombra, pero Nigel, que no se daba cuenta, seguía tirando de ella.
–Es un emir, así que no sé cómo debemos llamarlo… tal vez Alteza. Sería fabuloso que se interesara por la fundación.
En ese momento, Julia recordó el día que conoció a Kaden. Llevaba apenas un par de semanas trabajando en la expedición arqueológica de Burquat y estaba inclinada limpiando fósiles con su brocha cuando un par de zapatos apareció en su línea de visión.
–No siga –le advirtió–. Está a punto de pisar un fósil que seguramente lleva en esta región más de treinta mil años.
–¿Siempre saluda a la gente con tanto entusiasmo? –lo oyó replicar.
Julia apretó los dientes. Desde que llegó a Burquat había sido objeto de deseo y especulación por parte de muchos hombres, pero no se hacía ilusiones; siendo la única mujer entre cincuenta arqueólogos era de esperar.
–Si no le importa, estoy trabajando.
–Sí me importa, soy el príncipe Kaden y quiero que me mire cuando hable conmigo.
Julia había olvidado por completo que el emir de Burquat iba a visitar la excavación ese día con su hijo…
Cuando por fin levantó la mirada, el sol le daba en los ojos y solo pudo ver una alta y formidable figura.
Quitándose los guantes, se incorporó… para encontrarse cara a cara con el hombre más guapo que había visto en toda su vida. La túnica blanca destacaba su tez bronceada y sus anchos hombros y, aunque llevaba turbante, unos rizos oscuros escapaban por detrás. Y tenía unos ojos negros que parecían hipnotizarla.
Abrumada de repente, Julia se quitó el sombrero y le ofreció su mano…
–Y esta es la doctora Somerton, nuestra directora de Recursos, cuya labor recaudando fondos para nuestras excavaciones es fundamental para la fundación.
El pasado se mezcló con el presente y Julia se encontró ofreciéndole su mano a Kaden en la terraza.
Kaden, con un traje de chaqueta oscuro y una camisa blanca abierta en el cuello, tenía un aspecto imponente e infinitamente más formidable que cualquier otro hombre.
No había perdido pelo ni tenía barriga después de tantos años. Al contrario, exudaba virilidad, vitalidad y un magnetismo sexual más poderoso que nunca.
El puente de su nariz, ligeramente torcido, aumentaba esa sensación de peligro. Recordaba el día que se lesionó mientras jugaba al brutal juego nacional de Burquat…
Y se le encogió el corazón al ver que sus facciones eran más marcadas ahora. Aunque su boca era tan sensual como recordaba; el labio inferior grueso y el superior ligeramente más fino. Le encantaba pasar un dedo por sus labios…
Era una boca que inspiraría deseo hasta en la más descreída de las mujeres.
La fuerza de ese deseo sorprendió a Julia. Pero no podía seguir deseándolo después de tantos años… ¿o sí?
Kaden la miraba tan fijamente como lo miraba ella, pero eso no era ningún consuelo. Resultaba evidente que la había reconocido, pero también que no le gustaba aquel encuentro.
La mano de Kaden envolvió la suya y un millón de sensaciones explotaron por todo su cuerpo…
Demasiado civilizado como para cometer una grosería como negarle su mano, Kaden apretó los dientes ante el inevitable contacto, pero no sirvió de nada. El mero roce de su piel lo hizo desear apretarla contra su pecho, acariciarla como lo hacía antes…
Le gustaría redescubrir a aquella mujer y el deseo era tan fuerte que desató una tormenta de proporciones gigantescas en su interior.
Se preguntó entonces cuándo estrechar la mano de una mujer había provocado tal reacción…
Pero él lo sabía muy bien: doce años atrás, bajo el inclemente sol del desierto de Burquat, entre polvorientas reliquias, cuando aquella misma mujer lo miró con una tímida sonrisa en los labios.
Derrotado, Kaden tuvo que reconocer que su deseo de marcharse de allí y olvidar que había vuelto a verla se disolvía en una nube de deseo.
EL ROCE de su mano provocó en Julia un pequeño terremoto y Kaden no parecía dispuesto a soltarla… tan poco dispuesto como ella. Reconocer eso la avergonzó y, sin embargo, no parecía encontrar energía para apartar la mano.
Cuando lo miró a los ojos sintió una emoción tan poderosa, un anhelo tan profundo, que casi la asustó. Tuvo que hacer un esfuerzo para recordar dónde estaba y con quién, pero era casi imposible. La realidad era que estando tan cerca de Kaden no podía ver a nadie más.
Y, de repente, él dejó de mirarla para mirar a Nigel. Había soltado su mano y una oscura y premonitoria nube parecía haberse instalado sobre sus cabezas.
–Encantado de conocerlo, Alteza –empezó a decir Nigel, nervioso.
–Lo mismo digo –murmuró él, volviéndose hacia Julia–. Doctora Somerton.
Su voz era tan dolorosamente familiar que le gustaría poder agarrarse a algo para mantenerse firme.
El director del club arqueológico estaba hablando con Kaden, pero su voz parecía llegar desde muy lejos…
–Tal vez ya se conocen, doctora. Cuando estuvo en Burquat…
Julia miró a Kaden, sin saber qué decir, y él esbozó una parodia de sonrisa antes de responder:
–Sí, creo recordar que nos vimos alguna vez. ¿Para qué estuvo en Burquat?
Su rechazo era tan doloroso que Julia estuvo a punto de dar un paso atrás. La horrible sensación de soledad que había experimentado cuando se marchó de Burquat doce años antes tan fresca en su mente y su corazón como si hubiera sido el día anterior.
Tal vez pensaba que estaba evitándole un momento incómodo, pensó entonces, recordando cómo le había suplicado aquel último día.
Haciendo un esfuerzo, logró esbozar una sonrisa tan amable y distante como la suya.
–Fue hace tanto tiempo que tampoco yo lo recuerdo. Y si no me necesitan, me temo que debo disculparme. He vuelto esta tarde de Nueva York y el cambio de horario empieza a afectarme.
–¿Su marido la espera en casa? ¿O tal vez está aquí? –preguntó Kaden.
Julia se quedó sorprendida por la pregunta. ¿Cómo se atrevía a fingir que no la recordaba y hacer luego una pregunta tan personal?
–No estoy casada, Alteza. Mi marido y yo estamos divorciados.
A Kaden no le gustó nada la cascada de emociones que provocó esa respuesta. Pero había imaginado que Julia volvería a casa para ser recibida por un hombre sin rostro y la furia que provocó esa imagen lo había obligado a hacer la pregunta.
–¿Y por qué sigue usando el apellido de casada? –insistió, sin poder contenerse.
–Es más sencillo porque todo el mundo en la profesión me conoce como doctora Julia Somerton. Pero tengo intención de cambiarlo en el futuro.
Era como si estuviese en una burbuja con aquella mujer, pensó Kaden; sus acompañantes olvidados por completo.
En ese momento Nigel se acercó perceptiblemente a ella para tomarla del brazo, en un gesto notoriamente posesivo.
Un segundo antes, Julia había deseado poder apoyarse en algo o alguien, pero se apartó, notando el gesto sorprendido de Nigel y el del director del club arqueológico, que miraba de unos a otros con cara de no entender nada.
Había sido presentada como una mera formalidad. A partir de aquel momento, era Nigel quien debería intentar recabar la ayuda del jeque para sus excavaciones, de modo que ella podía marcharse.
Y de haber sabido que Kaden estaría allí aquel día habría encontrado cualquier excusa para no acudir al club.
–Encantada de volver a verlo, Alteza –se despidió.
Ignorando la mirada sorprendida de Nigel y la actitud fría de Kaden, se dio la vuelta. Le pareció que tardaba una eternidad en atravesar el salón y estaba casi en la puerta cuando sintió una mano en su brazo.
–¿Me vas a contar qué ha pasado? –exclamó Nigel.
–Nada –respondió ella–. Estoy cansada y quiero irme a casa, eso es todo.
Esperaba que el pánico que sentía no se notara en su voz, pero cuando sacó el tique para recoger su chaqueta del guardarropa vio que le temblaban las manos.