La llave del dolor - Robert William Chambers - E-Book

La llave del dolor E-Book

Robert William Chambers

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Beschreibung

"No os preocupéis; se dirige a La llave del dolor. De esa isla no ha vuelto nadie vivo."Al lograr escapar de un grupo de hombres que quiere lincharle, Kent se tira al agua y se sube a una canoa donde empieza a remar con toda velocidad atravesando una misteriosa cortina de niebla y así llega a la isla llamada La llave del dolor. Allí, una extraña mujer lo recibe como si se tratara de un dios.En este paraíso que no ha conocido el crimen y la corrupción, Kent, quien lleva sobre sí el peso de un acto inconfesable, finalmente es alcanzado por su pasado...-

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Robert William Chambers

La llave del dolor

 

Saga

La llave del dolorCover art: brethdesign.dk Cover illustration: Shutterstock Copyright © , 2019 Robert William Chambers and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726338171

 

1. e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

El halcón salvaje al cielo que el viento barre,

El ciervo al salutífero monte,

Y el corazón del hombre al corazón de la joven,

KIPLING

I

Estaba haciendo muy mal su trabajo. Le rodearon el cuello con la cuerda y le ataron las muñecas con juncos, pero de nuevo cayó esparrancado, revolviéndose, retorciéndose sobre las hojas, desgarrándolo todo a su alrededor, como una pantera atrapada.

 

Les arrancó la cuerda; se aferró de ella con puños sangrantes; le clavó sus blancos dientes hasta que las hebras de yute se aflojaron, se deshicieron y se rompieron roídas por sus blancos dientes.

 

Dos veces Tully lo golpeó con una porra de goma. Los pesados golpes dieron contra una carne rígida como la piedra.

 

Jadeante, sucio de tierra y hojas podridas, con las manos y la cara ensangrentadas, estaba sentado en el suelo mirando al círculo de hombres que lo rodeaban.

 

—¡Disparadle! —exclamó Tully jadeante, enjugándose el sudor de la frente bronceada; y Bates, respirando pesadamente, se sentó en un leño y sacó un revólver de su bolsillo trasero. El hombre echado por tierra lo observaba; tenía espuma en la comisura de los labios.

 

—¡Retroceded! —susurró Bates, pero la voz y la mano le temblaban—. Kent —tartamudeó— ¿no dejarás que te colguemos?

 

El hombre por tierra lo miró con ojos refulgentes.

 

—Tienes que morir, Kent —lo instó—; todos lo dicen. Pregúntaselo a Zurdo Sawyer; pregúntaselo a Dyce; pregúntaselo a Carrots. Tienes que columpiarte por lo que hiciste ¿no es cierto, Tully? Kent, por amor de Dios ¡cuelga! ¡Hazlo por esta gente!

 

El hombre por tierra jadeaba: sus ojos brillantes estaban inmóviles.

 

Al cabo de un momento, Tully saltó sobre él otra vez. Hubo un crujir de hojas, ruido de ramas quebradas, un jadeo, un gruñido y luego el ruido de dos cuerpos que se retorcían entre las malezas. Dyce y Carrots saltaron sobre los hombres en el suelo Zurdo Sawyer cogió la cuerda nuevamente, pero las hebras de yute cedieron y él se cayó. Tully empezó a gritar:

—¡Me está ahogando!

Dyce se alejó con paso vacilante gimiendo con la muñeca rota.

 

—¡Dispara! —gritó Zurdo Sawyer, y arrastró a Tully a un lado—. ¡Dispara, Jim Bates! ¡Dispara en seguida, por Dios!

 

—¡Retroceded! —dijo jadeante Bates, poniéndose en pie.

 

La multitud se apartó a derecha e izquierda; resonó un rápido estampido… y otro… y otro. Luego desde el remolino de humo surgió vacilante una alta forma que asestaba golpes… golpes que sonaban duros como el chasquido de un látigo.

 

—¡Se ha soltado! ¡Disparad! —gritaron.

 

Hubo un galope de pesadas botas en los bosques, Bates, débil y atontado, volvió la cabeza.

 

—¡Dispara! —chilló Tully.

 

Pero Bates se sentía enfermo; su revolver humeante cayó por tierra; su rostro blanco y sus ojos pálidos se le contrajeron. Sólo duró un momento; en seguida fue en pos de los otros abriéndose camino trabajosamente entre malezas mimbreras y cicuta.