Una agradable velada - Robert William Chambers - E-Book

Una agradable velada E-Book

Robert William Chambers

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Beschreibung

Un joven periodista que trabaja para el periódico Manhattan Illustrator se queja a un compañero de las exigencias de su jefe, al que llama el viejo gato capón, que además de hacerle trabajar todas las horas del día, únicamente le da reportajes banales, vacíos y tontos. El último que le ha encargado para tener listo al día siguiente es sobre los animales del zoológico.Cuando estaba haciendo un estudio del bisonte, se le acerca una joven misteriosa que le entrega dos cartas, mojadas y con olor a sal marina, diciéndole que ya sabrá cuándo debe abrirlas. De manera repentina, la joven desaparece sin que el periodista se de cuenta.Esa misma tarde, el joven se entera de que encontraron el cadáver de una joven en la desembocadura del río, y que por la descripción le remite inmediatamente a la joven de las dos cartas...-

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Robert William Chambers

Una agradable velada

 

Saga

Una agradable veladaOriginal titleA Pleasant Evening

Cover art: brethdesign.dk Cover illustrations: Shutterstock Copyright © 1896, 2019 Robert William Chambers and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726338218

 

1. e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Et pis, doucement on s'endort,

On fait sa carne, on fait sa sorgue,

On ronffle, et, c omme un tuyau d'orgue,

Le tuyau se met à ronffler plus fort…

ARISTI DE BRUANT

I

Al ascender a la plataforma de un vagón funicular de Broadway de la calle Cuarenta y dos, alguien dijo:

—Hola, Hilton; Jamison te está buscando.

—Hola, Curtis —contesté—. ¿Qué es lo que desea Jamison?

 

—Quiere saber qué has estado haciendo toda la semana —dijo Curtis aferrándose desesperadamente de la barandilla al ponerse el coche en movimiento—; dice que pareces creer que el Manhattan Illustrated Weekly fue creado con el sólo propósito de procurarte salario y vacaciones.

 

—¡El viejo gato capón e hipócrita! —dije indignado—. Sabe perfectamente dónde he estado. ¡Vacaciones! ¿Cree que el Campamento del Estado en junio es cosa fácil de sobrellevar?

 

—Oh —dijo Curtis— ¿has estado en Peekskill?

 

—Yo diría que sí —respondí mientras sentía crecer mi cólera al pensar en mi cometido.

 

—¿Mucho calor? —preguntó Curtis con aire ensoñador.

 

—Treinta y dos a la sombra —respondí—. Jamison quería tres páginas completas y tres medias páginas para impresión policroma y un montón de dibujos lineales por añadidura.

 

Podría haberlos inventado. ¡Ojalá lo hubiera hecho! Fui lo bastante tonto como para preocuparme y deslomarme con el fin de lograr algunos dibujos honestos y este es el agradecimiento que recibo.

 

—¿Llevabas una cámara?

 

—No. La llevaré la próxima vez. No desperdiciaré ya mi tiempo trabajando a conciencia para Jamison —dije malhumorado.

 

—No compensa hacerlo —dijo Curtis—. Cuando se me asigna algún tema militar, no represento el acto del artista que hace rápidos bocetos, puedes apostarlo; voy a mi estudio, enciendo la pipa, busco un montón de Illustrated London News, elijo varias escenas de batallas de Caton Woodville… y las utilizo.

 

El coche cogió la curva cerrada de la calle Catorce.

 

—Sí —continuó Curtis mientras el coche se detuvo por un momento frente a la casa Morton para lanzarse de nuevo hacia adelante en medio de furiosas campanas—, no compensa trabajar con honestidad para la pléyade de estúpidos que dirigen el Manhattan Illustrated. No son capaces de apreciarlo.

 

—Creo que el público sí lo aprecia —dije—, pero estoy seguro que Jamison no. Se merecería que hiciera lo que la mayoría de vosotros hacéis: echar mano de un montón de dibujos de Caton Woodville y Thulstrup, cambiar los uniformes, modificar con habilidad una figura o dos y crear un trabajo tomado "del natural". De cualquier forma, todo esto me tiene harto. Casi todos los días de esta semana me he estado corriendo de aquí para allá en ese campamento tropical o galopando tras esos regimientos. Tengo una página completa del "campamento a la luz de la luna", páginas enteras de "ejercitación en artillería" y "regimientos en acción" y una docena de dibujos menores que me costaron más gemidos y sudores que los que conocerá Jamison en toda su linfática vida.

 

—Jamison tiene ruedas —dijo Curtis—, más ruedas que bicicletas hay en Harlem. Quiere que tengas una página completa para el sábado.

 

—¿Una qué? —exclamé espantado.

 

—Sí, es lo que quiere… Iba a enviar a Jim Crawford, pero Jim debe ir a California para la feria de invierno, y tú tendrás que hacerla.

 

—¿De qué se trata? —pregunté frenético.

 

—De los animales en el Central Park —dijo Curtis con una risa ahogada.

 

Yo estaba furioso. ¡Los animales! ¡Vaya! Le demostraría a Jamison que tenía derecho a cierta consideración. Era jueves; eso me dejaba un día y medio para terminar una página entera, y después del trabajo realizado en el Campamento del Estado, sentía que tenía derecho a un poco de descanso. Además, objetaba el tema. Tenía intención de decírselo a Jamison… Tenía intención de decírselo con firmeza. No obstante, muchas de las cosas que, a menudo teníamos intención de decirle a Jamison, no eran nunca dichas. Era un hombre peculiar, ancho de cara, de labios finos, voz suave, modales gentiles y movimientos flexibles como los de un gato. Por qué nuestra firmeza cedía cuando estábamos concretamente en su presencia, nunca lo supe de cierto. Hablaba muy poco… como también nosotros, aunque a menudo íbamos a su encuentro con otras intenciones.

 

La verdad era que el Manhattan Illustrated Weekly era el mejor periódico ilustrado y que mejor pagaba de América, y nosotros los jóvenes no estábamos ansiosos por ser arrojados a la deriva. El conocimiento que tenía Jamison del arte era probablemente tan vasto como el de cualquier otro "director artístico" de la ciudad. Eso, por supuesto, no quería decir nada, pero el hecho merecía escrupulosa consideración de nuestra parte y, por cierto, se la concedíamos no poco.