La loca de la casa - Benito Pérez Galdos - E-Book

La loca de la casa E-Book

Benito Pérez Galdòs

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Beschreibung

La loca de la casa es una novela del autor Benito Pérez Galdós. Trata sobre un emigrante español que se ha enriquecido en sus viajes por América, y al regresar a Barcelona, se enfrenta a sus antiguos señores, que intentan casarlo con su hija por conveniencia.-

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Benito Pérez Galdós

La loca de la casa

Comedia en cuatro actos

Saga

La loca de la casa

Copyright © 1870, 2020 Benito Pérez Galdós and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726495591

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Imprimo completa esta obra, tal como fue presentada en el Teatro de la Comedia en Octubre del pasado año. Las exigencias de la representación escénica, como resultan hoy de los gustos y hábitos del público (más tolerante con los entreactos interminables, que con los actos de alguna extensión), han impuesto al autor de esta comedia la ley estrecha de la brevedad, y a la brevedad se atiene, salvando, en lo posible, la verdad de los caracteres y la lógica de la acción.

Mientras llega la ocasión crítica de descifrar el enigma que lleva en sí toda obra representable, esta se ofrece al público de lectores, medrosa, sí, pero con menos miedo que ante el público de oyentes. Y si Dios y la excelente compañía de la Comedia le deparan un resultado feliz en la representación, será impresa nuevamente en la forma y dimensiones de obra teatral.

1.° de Enero de 1893.

 

B. P. G.

PERSONAJES

VICTORIA, hija deMONCADA. GABRIELA, hija deMONCADA. DOÑA EULALIA, hermana del mismo.LA MARQUESA DE MALAVELLA. SOR MARÍA DEL SAGRARIO. CARMETA, criada de MONCADA. JOSÉ MARÍA CRUZ. DON JUAN DE MONCADA. DANIEL, marqués de Malavella.JAIME. HUGUET, amigo y agente de MONCADA. JORDANA, alcalde de Santa Madrona.LLUCH, portero de la fábrica.Hermanas de la caridad.Señoras y caballeros del vecindario de Santa Madrona, etc.

La acción es contemporánea, y se supone en un pueblo de los alrededores de Barcelona, designado con el nombre convencional de Santa Madrona.

—1→

Acto I

Salón de planta baja en la torre o casa de campo de Moncada, en Santa Madrona.-Al fondo, galería de cristales que comunica con una terraza, en la cual hay magníficos arbustos y plantas de estufa, en cajones.-En el foro, paisaje de parque, frondosísimo, destacándose a lo lejos las chimeneas de una fábrica.-A la derecha, puertas que conducen al gabinete y despacho del señor de Moncada.-A la izquierda, la puerta del comedor, el cual se supone comunica también con la terraza.-A la derecha de esta, se ve el arranque de la escalera, que conduce a las habitaciones superiores de la casa y al oratorio.-A la derecha, mesa grande con libros, planos y recado de escribir.-A la izquierda, otra más pequeña con una cestita de labores de señora.-Muebles elegantes.-Piso entarimado.-Es de día.

Escena I

La MARQUESA DE MALAVELLA con sus dos hijos, DANIEL y JAIME, que entran por el parque. Después GABRIELA.

 

MARQUESA.- Ya estamos... ¡Ay, hijos, me habéis traído a la carrera! (Volviéndose para contemplar el paisaje.) ¡Pero qué jardín, qué vegetación! —2→ Santa Madrona es un paraíso, y el amigo Moncada vive aquí como un príncipe.

JAIME.- No verás posesión como esta en todo el término de Barcelona. ¡Y qué torre, qué residencia señoril! Cuando entro en ella, eso que llamamos espíritu parece que se me dilata, como un globo henchido de gas.

DANIEL.- (Meditabundo.) Cuando entro en ella, la hipocondría no se contenta con roerme; me devora, me consume. (Apártase de su madre y de JAIME, y cuando estos avanzan al proscenio, vuelve hacia el fondo contemplando la vegetación.)

MARQUESA.- ¿Y Gabriela?

JAIME.- (Mirando hacia el comedor.) Ahora saldrá. Está dando la merienda a los niños.

MARQUESA.- ¿Chiquillos, aquí?

JAIME.- Sí, mamá: los seis hijos de Rafael Moncada, que han sido recogidos por su abuelo.

—3→

MARQUESA.- Es verdad... ¡Pobres huerfanitos! (Entra GABRIELA en traje de casa, muy modesto, con delantal.) Gabriela, hija mía, ángel de esta casa. (La besa cariñosamente.) ¿Pero cómo te las gobiernas para atender a tantas cosas?

GABRIELA.- ¡Qué remedio tengo! Ya ve usted... Estoy hecha una facha. (Quitándose el delantal.) Les he dado la merienda, y ahora van de paseo con el ama y la institutriz. (Saludando a DANIEL.) Dichosos los ojos...

DANIEL.- Tanto gusto... (Le estrecha la mano.)

GABRIELA.- (A la MARQUESA.) ¿Pero no se sienta usted?

MARQUESA.- No: dispongo de poco tiempo. Con dos objetos he venido. Primero: visitar a tu papá y a tu tía Eulalia; segundo: ver y alquilar, si me gusta, una de las casitas que han construido... ahí en el camino de Paulet.

JAIME.- ¿Sabes?, junto al convento de Franciscanos.

—4→

GABRIELA.- ¡Ah, sí! Son preciosas.

MARQUESA.- Y baratas, según dice este. Hija mía, los tiempos están malos, y lo primero que hay que buscar es la economía.

GABRIELA.- ¿De modo que seremos vecinas esta primavera?

MARQUESA.- Sí. (Bajando la voz.) Tenemos a Daniel bastante delicado... inapetencia, melancolías...

JAIME.- Y la Facultad (Por sí mismo.) ordena campo, aires puros, sosiego, trato continuo y familiar con la naturaleza.

GABRIELA.- ¡Pobrecito Daniel! (Los tres observan a DANIEL, que ha vuelto al fondo y está embebecido contemplando el paisaje.) ¿Trabaja demasiado?

MARQUESA.- Ya no... (Suspirando.) ¡Lástima de bufete, llamado a ser uno de los primeros de Barcelona! —5→ (Cariñosamente a DANIEL.) Hijo mío, ¿qué haces?

DANIEL.- Nada, miraba... Mucho ha cambiado Santa Madrona de seis meses acá... Dígame usted, Gabriela; allí veo una torre gótica, esbeltísima. (Señala al fondo por la izquierda, hacia un punto que no se ve desde el teatro.)

GABRIELA.- La de los Franciscanos. La concluyó papá hace un mes.

DANIEL.- (Señalando hacia la derecha.) ¿Y aquel gran edificio?

JAIME.- El hospital, Asilo de huérfanos y Casa de Expósitos que debemos a Jordana.

DANIEL.- ¡Soberbia construcción!

GABRIELA.- Hecha toda con limosnas, suscripciones y petitorios.

JAIME.- Y con funciones de teatro, bailes, tómbolas, rifas y kermesses... ¡Es mucho hombre ese Jordana!

—6→

MARQUESA.- (Queriendo recordar.) Jordana, Jordana...

DANIEL.- El alcalde perpetuo.

JAIME.- Sí, mamá, aquel que llamábamos el patriarca bíblico porque tiene veinticinco hijos.

GABRIELA.- No tanto... son quince.

MARQUESA.- ¡Jesús!... (Con prisa de marcharse.) ¿Puedo ver a tú papá y a Eulalia?

GABRIELA.- (Acercándose de puntillas a una de las puertas de la derecha.) Papá... escribiendo en el despacho. Mi tía no tardará en volver de la iglesia. (DANIEL se aleja de nuevo hacia la terraza.)

MARQUESA.- Esperaremos un ratito. (A GABRIELA con extremos de cariño.) ¡Ah, dame otro beso! No me canso de mirarte, ni de admirarte, ni de alabar a Dios por la dicha que me concede haciéndote mi hija.

JAIME.- (Con entusiasmo.) Madre. ¿No es verdad que no la merezco? Dígame usted que no la merezco.

—7→

MARQUESA.- Sí, hijo, la mereces, ¿por qué no? Tú también eres bueno...

JAIME.- ¡Que no la merezco! Pero en fin, la tengo: lo mismo da. ¡Qué feliz soy! Y usted, mamá, también lo es. Diga que lo es... dígalo pronto, si no quiere que me incomode.

GABRIELA.- (A la MARQUESA que hace signos negativos.) Dígalo para que nos deje en paz.

MARQUESA.- Lo digo y no lo digo... Escuchadme: (Cogiendo a GABRIELA y JAIME por una mano y situándose entre los dos.) Soñé que cogía en mis manos la felicidad... enterita, completa, redonda, toda para mí... Era como una hostia. Al despertar de aquel sueño, encontreme que sólo poseía la mitad... La otra mitad, rota, caída, deshecha a mis pies... Tu padre, el buen Moncada, el consecuente amigo de mi esposo, tenía dos hijitas casaderas, ángeles si los hay... pues yo creo en los ángeles terrestres.

JAIME.- Yo no... pero en fin, pase.

MARQUESA.- Dos ángeles digo: tú y tu hermana Victoria. —8→ Yo tenía y tengo dos hijos. No por ser míos, ni por hallarse presentes, dejaré de afirmar que algo valen. Este te quiso a ti, Daniel a tu hermana. Dieron las niñas el sí con aquiescencia y regocijo de los padres. Doble matrimonio, dicha completa... Pero ¡ay!, de la noche a la mañana, Victoria se siente arrebatada de un misticismo ardiente, le nacen alas, levanta el vuelo, y no para hasta ingresar en la Congregación religiosa del Socorro; y mi pobre Daniel... (Mirándole desde lejos.) Ahí le tienes... sin haberse casado, parece un viudo inconsolable. Esa es la mitad de mi dicha perdida. La mitad alcanzada eres tú, que serás esposa de este indigno médico.

 

(Óyese sonido de campana, lejano.)

 

DANIEL.- Mamá, que es tarde...

MARQUESA.- Sí, vamos.

DANIEL.- Si te parece, después de ver la casa, entraremos un rato en los franciscanos. (A GABRIELA.) Ese esquilón... (Deteniéndose a oírlo.) ¡Qué extraño timbre, a la vez dulce y desgarrador!... No puedo oírlo sin estremecerme.

MARQUESA.- ¿Ya empiezas? (A GABRIELA en secreto.) ¡Pobre —9→ muchacho!, le tenemos tocado... de monomanía religiosa. (Alto.) En fin, me voy... Puesto que Eulalia no viene, la veré a la vuelta.

GABRIELA.- Tomarán ustedes chocolate con nosotros.

MARQUESA.- Si no se empeñan los franciscanos en que probemos el suyo, aquí nos tendrás. Vaya, adiós. (A JAIME.) ¿Tú te quedas?

JAIME.- Naturalmente.

MARQUESA.- Hasta luego... (Tomando el brazo a DANIEL, vanse por el fondo.)

Escena II

GABRIELA, JAIME.

JAIME.- Ya rabiaba por verte.

GABRIELA.- ¡Ocho días sin venir!

JAIME.- Que me han parecido ocho siglos. Habrás recibido mis ocho cartas, a carta por siglo.

—10→

GABRIELA.- Sí, y sólo te he contestado cuatro letras... ya ves; no tengo tiempo para nada. Con la anexión de los sobrinitos, necesito Dios y ayuda para atender a todo...

JAIME.- (Con entusiasmo.) ¡Mujer extraordinaria, sublime, excelsa!

GABRIELA.- Tonto, no adules,

JAIME.- Déjame, déjame que te eche muchísimo incienso...

GABRIELA.- ¡Fastidioso!

JAIME.- Dime: cuando nos casemos, ¿seguirás de reina Gobernadora en la casa de tu papá?

GABRIELA.- Es natural que sí. ¿Cómo quieres que le deje solo?

JAIME.- ¡Ah!, no... de ninguna manera... ¡Don Juan de mi alma! Pero es mucho trabajo para ti. ¿Por qué no había de ayudarte tu tía doña Eulalia?

—11→

GABRIELA.- ¡Mi tía! (Riendo.) No la saques de sus rezos, de su labor de gancho, de sus visitas a todas las monjas y frailes que hay en tres leguas a la redonda; no la saques de dar buenos consejos y traer malas noticias, y de opinar siempre en contra de los demás. Es buenísima; pero al nivel de su virtud, y un poquito más arriba, pongamos su inutilidad.

JAIME.- Bueno... Pues no nos acobardemos por el exceso de trabajo... ¡Ah! ¿Sabes que voy teniendo clientela? Decididamente, me dedico a la especialidad de enfermedades nerviosas.

GABRIELA.- Pues empieza por tu hermano... ¿Sabes que no me gusta nada su aspecto?

JAIME.- Pasión de ánimo. Lo que dijo mamá: soltero, y viudo inconsolable. Créelo, tu hermanita le desquició con el dichoso monjío. Lo más raro es que a Daniel le ataca también ese terrible asolador del humano cerebro: el bacillus mística.

GABRIELA.- ¿De veras?

JAIME.- Los Franciscanos de Barcelona cuidan de inoculárselo.

GABRIELA.- ¿Qué me cuentas?

JAIME.- Sí; mañana y tarde le tienes entre frailes más o menos descalzos, platicando de cosas abstrusas y enrevesadas, cháchara espiritualista, que yo, disector de cadáveres, no he podido entender nunca.

GABRIELA.- No desatines.

JAIME.- Y a propósito de enfermos. ¿Qué tiene tu papá?

GABRIELA.- (Con asombro.) ¿Papá? Nada... Ah, sí; algo tiene... Padece insomnios, tristezas... Apenas habla... Se me figura que ha sufrido estos días algún contratiempo gravísimo.

JAIME.- El incendio de los almacenes de Barceloneta.

GABRIELA.- No... algo más será... Presumo que pérdidas —13→ considerables en Bolsa. Huguet, su agente y amigo, viene casi todas las tardes.

JAIME.- Hoy también.

GABRIELA.- ¿Con vosotros?

JAIME.- No.

GABRIELA.- (Con interés.) ¿En qué coche venía Huguet?

JAIME.- En el de ese bárbaro... ¿Cómo se llama?... ¡Ah! Cruz, José María Cruz, que vive ahí, en casa de Jordana.

GABRIELA.- (Recelosa.) ¿Venía también Cruz?

JAIME.- Sí... Sabrás que mis amigos le llaman elgorilla, porque moral y físicamente nos ha parecido una transición entre el bruto y el homo sapiens.

GABRIELA.- Hombre de baja extracción, alma sórdida y cruel, facha innoble, la riqueza no le ha enseñado, como a otros, a sobredorar la grosería —14→ de sus modales, la vulgaridad zafia de sus pensamientos.

JAIME.- Mala persona, según dicen. ¿Y es cierto que se crió aquí, en tu torre?

GABRIELA.- Sí, hombre. Es hijo de un carretero que tuvimos en casa. Yo era muy niña entonces. Apenas me acuerdo.

JAIME.- ¡Qué cosas se ven!

GABRIELA.- Es de esos que van cerriles a América, y luego vuelven cargados de dinero. La Providencia nos ofrece a cada instante estas ironías horribles.

JAIME.- La riqueza en perfecto consorcio con la barbarie.

GABRIELA.- (Con vehemencia.) En fin, es hombre el tal Cruz, cuya presencia y cuya voz me atacan los nervios... Apenas cambio el saludo con él... Y el muy bruto no conoce la antipatía, la repugnancia que me inspira... y... vamos, ¿te lo cuento?

JAIME.- (Receloso.) ¿Qué? Me asustas.

GABRIELA.- Anteayer iba yo por el jardín... ¡Pasé un susto...! Estaba sola. Presentóseme saliendo de unas matas, como res brava perseguida de cazadores; y al verle delante de mí quedeme fascinada, sin poder hablar. Quise dar un grito; pero no lo di, hijo, no lo di.

JAIME.- Eso es lo que no sabe ninguna mujer: gritar a tiempo.

GABRIELA.- Pues con una inclinación muy torpe de cabeza y cuerpo me saludó, y al querer ser fino y galán, parecía que se iba a poner a cuatro patas.

JAIME.- (Con repentina cólera.) Gabriela... ¿ese animal tiene el atrevimiento increíble de prendarse de ti?

GABRIELA.- Algo de eso me dio a entender con sus gruñidos...

JAIME.- No me lo digas...

—16→

GABRIELA.- ¿Pero yo que culpa tengo...?

JAIME.- (Muy inquieto.) ¡Enamorado de ti! ¡Ay, qué idea me asalta, qué recelo, qué presentimiento horrible! Gabriela, ese hombre te quiere comprar. Dime, por tu vida, dímelo; dime que no te vendes... que no cambiarás mi honrada personalidad por la de ese alcornoque cargado de bellotas de oro...

GABRIELA.- ¿Pero estás loco? (Viendo salir a MONCADA.) Cállate... Mi padre...

Escena III

Dichos. MONCADA, que sale por la derecha, muy caviloso y triste; después HUGUET.

 

MONCADA.- (¡Qué ansiedad! ¡Lo que tarda Huguet!...)

JAIME.- Señor don Juan...

MONCADA.- ¡Ah, Jaime! (Con indiferencia.) ¿Qué tal? ¿Y tu mamá?

JAIME.- Ha venido conmigo y con Daniel.

—17→

GABRIELA.- ¿Sabes, papá?... La Marquesa alquila una de las casitas de abajo...

MONCADA.- (Que no se ha fijado en lo que JAIME y GABRIELA le han dicho.) Dime: ¿me traes alguna mala noticia?

JAIME.- (Sorprendido.) ¿Mala noticia?

MONCADA.- ¿No?... Es que... Hace días que no entra aquí una persona sin anunciarme algún desastre.

JAIME.- ¡Don Juan!

MONCADA.- Cuantas desdichas pienso, suceden. Toda la mañana me la llevo... pensando que ha caído un rayo en mi casa de Barcelona.

JAIME.- ¡Qué disparate!

MONCADA.- (Viendo salir a HUGUET por el fondo.) ¡Ah!, gracias a Dios.

GABRIELA.- (Aparte a JAIME.) (Huguet... estamos demás aquí.) (Retírase por la izquierda. JAIME la sigue.)

—18→

JAIME.- (Reparando en la expresión sombría del rostro de HUGUET.) (Mal cariz tiene el agente.)

GABRIELA.- (Ordenando a JAIME que salga por el parque.) Tú por allí... (Vanse.)

Escena IV

MONCADA, HUGUET.

 

MONCADA.- (Impaciente.) ¿A ver...? ¿Qué hay? ¿Qué nueva desgracia me traes hoy?

HUGUET.- (Cohibido.) Hombre, aguarda...

MONCADA.- Tu cara no puede engañarme. De tanto leer en ella me la sé de memoria.

HUGUET.- Te diré... La cosa es grave; pero aún...

MONCADA.- (Con firmeza.) Déjate de atenuaciones, Facundo. No las necesito.

—19→

HUGUET.- Bueno. Pues... lo que temíamos, Juan, un pánico horroroso, que no hemos podido contener comprando hasta comprometernos con ciega temeridad. Artús y yo hemos hecho verdaderas locuras. ¡Esfuerzo inútil! Las acciones del Banco Mercantil y Naval, ofrecidas a veinticinco.

MONCADA.- (Llevándose las manos a la cabeza.) ¡A veinticinco!

HUGUET.- Ya me lo temía...

MONCADA.- (Con ansiedad.) Di: ¿podré esperar que la Compañía Insular y Continental me apoye para evitar el último desastre?

HUGUET.- ¡Ay, querido Juan!, pues tienes un alma bien templada para el infortunio, te diré que...

MONCADA.- (Vivamente.) No sigas. Mi pesimismo me da un gran poder de adivinación. Hace un rato, pensaba en la espantosa baja... ¡La veía! Y he visto que la Compañía Insular es también cosa muerta... ¿Acerté?

—20→

HUGUET.- (Con honda tristeza.) Sí. (Pausa.) Han venido para ti tiempos malos, compensación de los buenos que gozaste. Así es el mundo.

MONCADA.- ¡Ay, sí! La fortuna me halagó con increíble perseverancia durante treinta años. Tú, todos, yo mismo, nos asombrábamos de mi loca fortuna.

HUGUET.- Sí... Tanta ventura no podía seguir. Decíamos que el Destino... ¿Te acuerdas de la broma?...

MONCADA.- Que el Destino me cebaba para comerme después. Acertasteis. Llegó un día en que eso que llamamos suerte, ese misterio eterno, por todos temido, por nadie descifrado, se volvió contra su favorito. Empezaron mis desdichas con la muerte de mi esposa, mi idolatrada Luisa. ¡Ay! La prosperidad entró con ella en mi casa, y con ella se fue... Cuatro meses después de aquel golpe, recibí otro que también me hirió en lo más vivo del alma. Mi hija Victoria, la más parecida a su madre, la que me reproducía su bondad, su inteligencia, su viveza y gracia seductoras, es bruscamente, asaltada de un religioso entusiasmo que más bien parece exaltación insana. Su jovial carácter sufre una crisis profunda, que termina con la resolución de tomar el hábito en el Socorro. Mi cariño y el de su hermana y su tía, no pueden nada contra su piedad despiadada. Comprometida a casarse con Daniel de Aransis, a quien amaba desde que ambos eran jovenzuelos, lo abandona todo, padre, hermanos, novio, casa, familia y amigos...

HUGUET.- Su apasionada vocación es digna de respeto.

MONCADA.- Si no digo nada contra su vocación... Allá la tienes a punto ya de cumplir el plazo del noviciado y profesar. ¡Hija de mi alma!... ¡Perderte viva!... (Desechando una idea triste.) Pues sigo: al mes de ver partir a mi Victoria para el convento, (...¡cómo se eslabonan en esta cadena infame de la suerte las cosas divinas con las profanas!...) ocurre la espantosa baja de los algodones, que me hace perder en un día... ya lo sabes. Al mes siguiente, una inundación hace estragos en la fábrica de Igualada. Pasan veinte días, y el fuego me destruye parte de los almacenes de Barceloneta. Y así continúan estos que bien puedo —22→ llamar arañazos del monstruo, comparados con la inmensa desventura del mes anterior. Mi hijo, mi único varón, el hereu, la esperanza y el orgullo de mi casa, inteligencia poderosa, corazón grande, el que puso la fábrica de cerámica (Señalando el paisaje del fondo.) en el pie de prosperidad en que la ves... (La aflicción no le permite concluir la frase.)

HUGUET.- ¡Tristísimo recuerdo!

MONCADA.- Sucumbió, víctima de una rápida enfermedad infecciosa... Ahí tienes a sus seis niños, también huérfanos de madre, sin más amparo ya que su abuelo...

HUGUET.- (Animándole.) Y les basta y les sobra... Vamos, Juan, ánimo.

MONCADA.- ¡Ay, Facundo! ¿no te parece a ti que Dios debe darme algún descanso? HUGUET.- Y te lo dará.

MONCADA.- (Con desaliento.) No; ya no espero nada. Me arrojo en brazos de la ciega fatalidad. Me siento incapaz —23→de prevenir nuevos males, y de poner remedio a los que ya me agobian... Aquel tino mío para los negocios, aquel golpe de vista, Facundo, ya no existen. Soy todo indecisión, torpeza. Ya no tengo ideas. Sólo queda en mí una especie de estupefacción terrorífica, el continuo, el angustioso esperar de nuevos golpes. No me atrevo a dar un paso: creo que la casa se me cae encima. Cuantas personas veo paréceme que expresan el duelo de una desdicha que por compasión no quieren revelarme. Siento caer un plato, y me suena como si se hundiera un tabique. Temo al aire que respiro y a la luz que me alumbra. Tiemblo por mi hija, por Gabriela, mi solo consuelo ya. Tiemblo también por esos pobres niños. Pienso que jugando en el jardín se caen al estanque, o que les muerde un perro rabioso...

HUGUET.- (Cortándole la palabra.) No más, no más ideas lúgubres. Lucharemos contra la adversidad... Más sereno que tú, yo veo caminos de salvación.

MONCADA.- (Desconfiado.) ¿Cuáles? La venta de inmuebles de que hablamos el otro día?, ¿el préstamo hipotecario?

HUGUET.- Sí.

—25→

MONCADA.- Ya es tarde. Tendría que ser en condiciones ruinosas.

HUGUET.- Quién sabe... Te diré. He hablado con Cruz.

MONCADA.- (Vivamente.) ¿Y tiene noticia del horrible crack de hoy?

HUGUET.- Si todo lo sabe. No creas que se presenta mal. Insiste en comprarte la fábrica y los terrenos de la Gran Vía.

MONCADA.- ¿Pero en qué condiciones? Es usurero. Se enroscará en mí, como el boa, y me ahogará.

HUGUET.- Y también parece dispuesto, si no quieres vender tus inmuebles, a hacerte el empréstito con garantía...

MONCADA.- Facundo, por Dios, no me des esperanzas que luego resultan fallidas... ¿Y crees tú que podrá...?

HUGUET.- (Asombrado.) ¡Que si puede! Es hombre de inmenso capital...

MONCADA.- (Ensimismado.) Inmenso, sí... ¿Habéis venido juntos de Barcelona?

HUGUET.- Y juntos entramos en tu parque. Ahí le dejó paseándose con Jordana, que no le suelta.

MONCADA.- ¿A ver? (Aproximándose al foro para mirar hacia el parque.)

HUGUET.- (Solo en el proscenio.) (¿Cuajará mi proyecto? Atrevidillo es. Pero Eulalia conspira conmigo, y es mujer que lo entiende.)

MONCADA.- No veo a nadie... Mi hermana es la que viene ahí. (Volviendo al proscenio, desalentado.) Ya estoy temblando. ¡Si me traerá malas noticias!...

HUGUET.- ¡Oh, no!

Escena V

Dichos. DOÑA EULALIA, vestida de negro, con sombrilla y un libro de rezos. Es señora de cabellos blancos, de rostro pálido y sin movilidad.

 

DOÑA EULALIA.- ¿Pero qué? ¿No ha vuelto Florentina?

—26→

MONCADA.- No; yo creí que estaba contigo.

DOÑA EULALIA.- (Secamente.) No; sólo he visto a Jaime. Buenas tardes, Facundo. (A MONCADA.) ¿Y tú, qué tal te encuentras? Fuertecito... animado. ¡Ay cómo te admiro!

MONCADA.- (Alarmado.) A mí, ¿por qué?