La medicina sanitaria, la salud pública, la salud de la gente - Enrique Tanoni - E-Book

La medicina sanitaria, la salud pública, la salud de la gente E-Book

Enrique Tanoni

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"Este libro habla de la obra de un trabajador de la salud, que realizó una apasionada e intensa tarea a lo largo de su vida profesional para que el Derecho a la Salud se haga realidad en el ámbito de la Salud Pública. Es un relato autobiográfico que debe ser contextualizado en la década de 1960 en adelante, y especialmente en las provincias del norte de nuestro país, en donde existían los más bajos indicadores socioeconómicos y sanitarios. Puede entonces el lector apreciar la personalidad del Dr. Tanoni que, con gran capacidad técnica, un accionar inteligente y meduloso, supo mantener un bajo perfil dentro del espectro de las diferentes conducciones políticas, para poder llevar adelante un proyecto de salud de gran complejidad avalado por sorprendentes resultados positivos expresados en los indicadores sociosanitarios que se muestran, y en la satisfacción de la población que reconoció las efectivas acciones mientras ejercía el cargo de Ministro de Salud de Salta. Actualmente continúa colaborando como asesor en la capacitación de los Recursos Humanos en Atención Primaria de la Salud, y ha recibido todo tipo de reconocimientos por su impecable y fructífera trayectoria en la Administración Pública." Del prólogo de Luis Mario Bosio

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Enrique Tanoni

La medicina sanitaria,la salud pública,la salud de la gente

Historias que no se cuentan

Tanoni, Enrique

La medicina sanitaria, la salud pública, la salud de la gente : las historias que no se cuentan . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2014.

E-Book.

ISBN 978-987-599-417-1

1. Salud Pública. 2. Medicina. I. Título

CDD 613

© Libros del Zorzal, 2014

Buenos Aires, Argentina

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

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obra, escríbanos a:

<[email protected]>

Asimismo, puede consultar nuestra página web:

<www.delzorzal.com>

Índice

Prólogo | 5

Capítulo 1La medicina en el Altiplano Andino | 7

Capítulo 2La medicina sanitaria y social La atención primaria de la salud | 16

Capítulo 3Qué difícil y calamitoso es cumplir con la ley… | 22

Capítulo 4El Plan Salta | 36

Capítulo 5El Plan de Salud Dr. Ramón Carrillo | 48

Capítulo 6La salud en el mundo | 60

Capítulo 7Penoso | 65

Prólogo

Este libro habla de la obra de un trabajador de la salud, que realizó una apasionada e intensa tarea a lo largo de su vida profesional, para que el Derecho a la Salud se hiciera realidad en el ámbito de la Salud Pública.

Es un relato autobiográfico que debe ser contextualizado en la década de 1960 en adelante, y especialmente en las provincias del norte de nuestro país, donde existían los más bajos indicadores socioeconómicos y sanitarios.

La amena lectura recorre episodios de franca tensión emotiva, conmovedora y tierna como la historia de Juanita o la dura y dramática situación de los trabajadores de la zafra cañera, unos pocos años antes de la dictadura militar.

Puede entonces el lector apreciar la personalidad del Dr. Tanoni que con gran capacidad técnica, un accionar inteligente y meduloso, supo mantener un bajo perfil dentro del espectro de las diferentes conducciones políticas, para poder llevar adelante un proyecto de salud de gran complejidad avalado por sorprendentes resultados positivos expresados en los indicadores sociosanitarios que se muestran, y en la satisfacción de la población que reconoció las efectivas acciones mientras ejercía el cargo de ministro de Salud de Salta.

En su paso por la administración pública, ocupó cargos de jerarquía en el ejecutivo provincial, como legislador provincial y nacional. Muy pocas veces fue

visto con traje y corbata; lo reconocemos más fácilmente por su franca sonrisa, en camisa o guayabera o con su campera caminando firme por los barrios, establecimientos de salud o recorriendo la provincia, para saber y evaluar con los responsables el estado de salud de la gente y la marcha del programa.

Desde muy joven tuve el privilegio de compartir con el autor diversas actividades: siendo compañeros en la secundaria, practicando las artes culturales (coral alpina), deportivas (andinismo), en la Universidad Nacional de Tucumán en la carrera de Medicina y posteriormente en el ejercicio de la profesión relacionada a la Salud Pública.

Actualmente continúa colaborando como asesor en la capacitación de los Recursos Humanos en Atención Primaria de la Salud, y ha recibido todo tipo de reconocimientos por su impecable y fructífera trayectoria en la administración pública.

Luis Mario Bosio1

Capítulo 1La medicina en el Altiplano Andino

En marzo de 1965 recibí el título de Médico Cirujano, en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán.

Para el hijo de un trabajador carpintero, no fue nada fácil ingresar a la Facultad de Medicina. En el acto inaugural en el aula magna de la Facultad tuve el primer problema, pues un insigne decano, que daba su discurso ante 250 alumnos, me hizo un llamado de atención ante docentes, autoridades y alumnos, pues todos estaban pulcramente presentados, con traje, corbata y zapatos brillantes. Un solo alumno estaba con camisa “grafa” y zapatillas. “¡Así no se presenta un alumno de esta Facultad!”, bramó el ilustre decano de oligárquico apellido, señalando con un dedo amenazante al hijo del carpintero que llegaba a la facultad en bicicleta, pues vivía a treinta cuadras en un humilde barrio de la periferia tucumana.

Fui practicante mayor por concurso en el Hospital Ángel C. Padilla desde agosto de 1963 hasta agosto de 1964, y médico agregado (sin salario) entre 1965 y 1966 en el Servicio de Neurocirugía del Hospital principal de la provincia de Tucumán.

El 1 de mayo de 1966 ingresé como médico del Hospital de Minas Pirquitas, a 4000 metros de altura en el altiplano jujeño. Para llegar hasta allí debía viajar ocho horas en tren desde Tucumán hasta

Abra Pampa (cerca de la Quiaca) y luego en camión otras cuatro horas para llegar a la mina. Los camiones llegaban a Abra Pampa transportando el mineral de estaño, plata y zinc que se extraía de la mina, desde allí el tren carguero lo transportaba a Rosario de Santa Fe, y por barco viajaban las piedras hacia Inglaterra. En la mina había unos 400 obreros y sus familias, más de 2000 personas.

El hospital era una vieja construcción de comienzos del siglo xx: un médico, dos enfermeras, dos mucamas y un chofer para manejar al viejo jeep

(de la Segunda Guerra Mundial) que hacía de ambulancia; era todo el recurso humano disponible.

Lo que me llamó la atención fue la cantidad de obreros con graves dificultades respiratorias: los labios y los dedos oscuros y morados. Haciendo números vi que el minero promedio de Pirquitas no pasaba de los 40 años. Esta enfermedad incurable se llama silicosis y se produce por el uso excesivo de los taladros neumáticos para las perforaciones donde se colocan las dinamitas: Las galerías y túneles, que están entre 100 y 200 metros bajo tierra siguiendo las vetas del mineral, se llenan de polvo

(sílice) de la roca en suspensión, y ese es el aire que respiran los mineros, que deteriora sin remedio sus pulmones. Después de cada explosión el ambiente se contamina más, y el poco aire del altiplano se hace irrespirable.

La primera vez que bajé al subsuelo del mundo, no podía creer lo que sentía y vivía: rescaté con oxígeno a un minero moribundo, subiendo en un canasto de hierro colgado de un cable de acero por un pozo vertical de 1,5 metros de diámetro, tallado en la roca. El escaso oxígeno, por la altura de la puna, competía con el humo de las explosiones y el polvo de roca que flotaba en el “socavón”; por suerte en

mi maletín llevaba un barbijo con el que pude evitar aspirar el polvo de sílice en suspensión cada vez que debía ir debajo del suelo puneño.

La gente llama puna al altiplano, y “apunarse” es sentirse mal por la falta de oxígeno en el aire en esas alturas de 4000 metros.

Además de atender los enfermos del campamento minero, una vez por semana –los sábados– debía viajar en jeep para atender a los pobladores de pequeños pueblos de la puna jujeña, que quedaban hasta a tres horas de viaje por precarios caminos del desierto altiplano (Rinconada, Cusi-Cusi y otros pequeños parajes).

El desierto era un paisaje de arena y roca, la vegetación se reducía al cardón esporádico y a un arbusto llamado tola. Algunos parajes tenían pequeños charcos de agua de vertientes y pastizales duros, donde pastaban algunas cabras.

El recuerdo más inolvidable de esas penosas travesías fue un sábado de mayo; un día helado, típico de la puna andina, a eso de las 10 de la mañana, conduciendo el viejo jeep que rebotaba en las piedras de la huella (léase camino), alcancé a ver una persona acurrucada detrás de unas tolas. 4 o 5 cabras buscaban comida vegetal en los alrededores, donde había una vertiente de agua. Detuve el vehículo pues intuía algo extraño (olfato médico). Al acercarme vi una coyita muy joven, una niña, que estaba llorando en cuclillas, con las manos apoyadas en el suelo. Estaba pariendo solita, tenía 14 años. Me costó que creyera en mi condición de médico y aceptara mi ayuda. A los veinte minutos nació la guagua, sana y fuerte. En el botiquín yo tenía algún instrumental, con la tijera corté el cordón umbilical que tuve que atar con un hilo de la lana del poncho que la Juanita había estirado en el suelo para hacer el parto. En una hora, los

tres estábamos en el jeep y ella me conducía a más de un kilómetro a campo traviesa hasta el ranchito donde vivía. Allí su madre abrió los ojos asombrados, pues no sabían que su guagua estaba embarazada. Pero todo marchó bien y yo seguí mi camino al pueblo donde tenía que atender.

A la semana siguiente volví al ranchito de Juanita y la guagua estaba muy bien, sólo le apliqué desinfectante en el cordón umbilical atado con lana de poncho. No tuve que enseñarle nada sobre la lactancia materna, pues las mujeres de los pueblos originarios tienen culturalmente incorporados y firmes los principios de la lactancia. No aceptaron nunca el “invento” de la leche en polvo y las mamaderas entre sus costumbres y cultura ancestrales.

Años después vi que, en los primeros meses de vida de los niños campesinos de pueblos originarios, la tasa de desnutrición era mínima, sólo una cuarta parte de la desnutrición en los niños urbanos y pobres, aunque eran dos veces más pobres que los bebés urbanos.