La mente del niño (traducido) - Maria Montessori - E-Book

La mente del niño (traducido) E-Book

Maria Montessori

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Beschreibung

- Esta edición es única;
- La traducción es completamente original y se realizó para el Ale. Mar. SAS;
- Todos los derechos reservados.ciência occult.

"El niño está dotado de poderes desconocidos, que pueden conducirle a un futuro brillante". En los primeros años de vida, nuestra mente es capaz de absorber, crear, aprender de una forma profunda y completamente distinta a como lo haremos en la edad adulta. Partiendo de este principio fundamental de su método, Maria Montessori se adentra en el misterio de un periodo crucial en la formación de nuestra identidad, en la etapa que define los caracteres y las posibilidades insospechadas de la vida futura. Con esta obra, publicada por primera vez en la India, donde el método conoció un éxito inmediato - "Somos miembros de la misma familia", dijo Mahatma Gandhi de Maria Montessori-, se sientan las bases de una educación que nunca debe ser constricción y opresión, sino ayuda a la vida y al desarrollo de todo el inmenso potencial de que está dotado el niño.

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Contenido

 

PRÓLOGO

I - EL NIÑO EN LA RECONSTRUCCIÓN DEL MUNDO

II - EDUCACIÓN PARA LA VIDA

III - LOS PERIODOS DE CRECIMIENTO

IV - UNA NUEVA ORIENTACIÓN

V - EL MILAGRO DE LA CREACIÓN

VI - EMBRIOLOGÍA: COMPORTAMIENTO

VII - EL EMBRIÓN ESPIRITUAL

VIII - LA CONQUISTA DE LA INDEPENDENCIA

IX - PRECAUCIONES QUE DEBEN TOMARSE EN LOS PRIMEROS AÑOS DE VIDA

X - SOBRE LA LENGUA

XI - EL ATRACTIVO DE LA LENGUA

XII - OBSTÁCULOS Y SUS CONSECUENCIAS

XIII - MOVIMIENTO TOTAL Y DESARROLLO

XIV - LA INTELIGENCIA Y LA MANO

XV - DESARROLLO E IMITACIÓN

XVI - DEL CREADOR INCONSCIENTE AL TRABAJADOR CONSCIENTE

XVII - PROFUNDIZACIÓN A TRAVÉS DE LA CULTURA Y LA IMAGINACIÓN

XVIII - EL CARÁCTER Y SUS DEFECTOS EN LOS NIÑOS

XIX - CONTRIBUCIÓN SOCIAL DEL NIÑO: NORMALIZACIÓN

XX - LA FORMACIÓN DEL CARÁCTER ES UN LOGRO

XXI - LA SUBLIMACIÓN DEL INSTINTO DE POSESIÓN

XXII - DESARROLLO SOCIAL

XXIII - SOCIEDAD PARA LA COHESIÓN

XXIV - EL ERROR Y SU CONTROL

XXV - LOS TRES GRADOS DE OBEDIENCIA

XXVI - EL PROFESOR MONTESSORI Y LA DISCIPLINA

XXVII - PREPARACIÓN DEL PROFESOR MONTESSORI

XXVIII - LA FUENTE DEL AMOR - EL NIÑO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

María Montessori

 

 

 

 

 

 

 

La mente del niño

 

 

 

PRÓLOGO

Este volumen se basa en las conferencias pronunciadas por la Dra. Maria Montessori durante el primer curso preparatorio que impartió en Ahmedabab tras su internamiento en la India, que duró hasta el final de la guerra mundial.

En este libro, trata de las energías mentales del niño, que le permiten construir y consolidar en el espacio de unos pocos años, solo, sin maestros, sin ninguna de las ayudas educativas habituales, aunque abandonado casi a sí mismo y a menudo obstaculizado, todas las características de la personalidad humana. Este logro de un ser, físicamente débil, nacido con grandes posibilidades, pero prácticamente sin que se haya desarrollado todavía en él ni uno solo de los factores de la vida mental, de un ser que puede llamarse "cero", pero que, en el espacio de seis años, supera ya a todos los demás seres vivos, es verdaderamente uno de los mayores misterios de la vida.

En este volumen, la Dra. Montessori no sólo arroja la luz de su penetrante perspicacia, fruto de una minuciosa observación y una justa valoración de los fenómenos de este primer y más decisivo período de la vida humana, sino que también indica las responsabilidades de la humanidad adulta para con el niño. La autora expone con realismo la necesidad, hoy universalmente aceptada, de una "educación desde el nacimiento". Es evidente que tal educación no puede lograrse a menos que la propia educación se convierta en una "ayuda para la vida" y trascienda los estrechos límites de la enseñanza y la transmisión directa de conocimientos o ideas de una mente a otra. Uno de los principios más conocidos del Método Montessori es la "preparación del entorno"; en ese período de la vida, mucho antes de que el niño vaya a la escuela, la preparación del entorno ofrece la clave para una "educación desde el nacimiento" y para el verdadero "cultivo" del individuo humano desde su primera entrada en la vida.

Se trata de una tesis basada en fundamentos científicos, pero también validada por las experiencias de quienes han ayudado a la manifestación de la naturaleza infantil en todo el mundo y pueden dar testimonio de la grandeza mental y espiritual de estas manifestaciones, en singular contraste con la visión que ofrece la humanidad, que, abandonada durante el periodo formativo, se convierte en la mayor amenaza para su propia supervivencia.

Mario M. Montessori

Karachi, mayo de 1949

I - EL NIÑO EN LARECONSTRUCCIÓN DEL MUNDO

Este libro es un eslabón en el desarrollo de nuestro pensamiento y trabajo en defensa de las grandes fuerzas de la infancia.

Hoy en día, cuando el mundo está dividido y se plantean planes para una futura reconstrucción, la educación se considera universalmente como uno de los medios más eficaces para esta reconstrucción, porque no cabe duda de que psicológicamente la humanidad está por debajo del nivel que la civilización predica que ha alcanzado.

Yo también pienso que la humanidad está lejos del grado de preparación necesario para esa evolución a la que tan ardientemente aspira: la construcción de una sociedad pacífica y solidaria, y la eliminación de las guerras. Los hombres aún no son capaces de controlar y dirigir los acontecimientos de los que más bien se convierten en víctimas.

Aunque se reconoce que la educación es uno de los medios para elevar a la humanidad, se sigue considerando únicamente como una educación de la mente basada en viejos conceptos, sin pensar en extraer de ella una fuerza renovadora y constructiva.

Que la filosofía y la religión deben contribuir inmensamente a la renovación, no lo pongo en duda. Pero, ¿cuántos filósofos hay en el mundo ultracivilizado de hoy, y cuántos ha habido antes y habrá en el futuro? Las ideas nobles y los sentimientos elevados siempre han existido y siempre se han transmitido a través de la educación, pero las guerras nunca han cesado. Y si la educación se concibiera siempre según los viejos patrones de transmisión de conocimientos, no quedaría nada que esperar para el futuro del mundo. ¿Qué importa la transmisión de conocimientos si se descuida la educación general del propio hombre? Existe, ignorada, una entidad psíquica, una personalidad social, inmensa en su multitud de individuos, un poder en el mundo que debe ser tomado en consideración; si la ayuda y la salvación pueden venir, sólo nos vendrán del niño; porque el niño es el constructor del hombre.

El niño está dotado de poderes desconocidos, que pueden conducirle a un futuro brillante. Si realmente se quiere aspirar a la reconstrucción, el desarrollo del potencial humano debe ser el objetivo de la educación.

En los tiempos modernos, la vida psíquica del recién nacido ha despertado gran interés, y algunos psicólogos han hecho del desarrollo infantil el objeto de su observación desde las tres primeras horas después del nacimiento. Otros, tras un cuidadoso estudio, han llegado a la conclusión de que los dos primeros años de vida son los más importantes en el desarrollo humano.

La grandeza de la personalidad humana comienza con el nacimiento del hombre. Esta afirmación singularmente mística lleva a una conclusión que puede parecer extraña: la educación debe comenzar en el nacimiento. Pero, en la práctica, ¿cómo se puede educar a un niño nada más nacer o en su primer o segundo año de vida? ¿Cómo impartir lecciones a una criaturita que no entiende nuestras palabras ni sabe siquiera cómo moverse? ¿Acaso sólo nos referimos a la higiene cuando hablamos de educar a los niños pequeños? Desde luego que no.

Durante este período, la educación debe entenderse como una ayuda al desarrollo de los poderes psíquicos innatos en el individuo humano; es decir, no podía utilizarse la forma común y conocida de enseñanza que tiene el medio de la palabra.

Riqueza no utilizada

Recientes observaciones han demostrado ampliamente que los pequeños están dotados de una naturaleza psíquica especial propia, y esto nos señala una nueva dirección para la educación; una que afecta a la propia humanidad y que nunca ha sido tenida en cuenta. La verdadera energía constructiva, vital y dinámica de los niños permaneció ignorada durante milenios; al igual que los hombres pisaron primero la tierra y cultivaron después su superficie, sin conocer ni preocuparse de las inmensas riquezas que se esconden en sus profundidades, así el hombre moderno avanza en la civilización sin conocer los tesoros que se esconden en el mundo psíquico del niño.

Desde los orígenes de la humanidad, el hombre ha seguido reprimiendo y aniquilando estas energías, cuya existencia sólo hoy ha empezado a percibirse. Así, por ejemplo, Carrel escribe: "La época de la primera infancia es sin duda la más rica. Debe aprovecharse de todas las maneras posibles e imaginables mediante la educación. La pérdida de este periodo es irreparable. En lugar de descuidar los primeros años de la vida, es nuestro deber cultivarlos con el mayor esmero".1

La humanidad está empezando a darse cuenta de la importancia de esta riqueza sin explotar; algo mucho más precioso que el oro: el propio espíritu del hombre.

Los dos primeros años de vida abren un nuevo horizonte; revelan leyes de construcción psíquica, hasta ahora desconocidas. El propio niño nos ha hecho el regalo de esta revelación; nos ha introducido en un tipo de psicología completamente diferente de la del adulto. ¡He aquí el nuevo camino! No es el profesor quien aplica la psicología a los niños, sino que son los propios niños quienes revelan su psicología al estudioso.

Todo esto puede parecer oscuro, pero se aclarará enseguida si ahondamos en los detalles: el niño tiene una mente capaz de absorber conocimientos y el poder de educarse a sí mismo; basta una observación superficial para comprobarlo. El niño habla la lengua de sus padres; ahora bien, aprender una lengua es un gran logro intelectual; nadie ha enseñado al niño y, sin embargo, sabrá utilizar a la perfección los nombres de las cosas, los verbos, los adjetivos.

Seguir el desarrollo del lenguaje en los niños es un estudio de inmenso interés y todos los que se han dedicado a él están de acuerdo en que el uso de palabras y nombres, de los primeros elementos del lenguaje, cae en un cierto período de la vida como si una regla precisa de tiempo supervisara esta manifestación de la actividad infantil. El niño parece seguir fielmente un programa estricto impuesto por la naturaleza, y con una exactitud tan puntual que ninguna escuela, por hábilmente dirigida que esté, resistiría la comparación. Siguiendo siempre este programa, el niño aprende las irregularidades y las construcciones sintácticas del lenguaje con una diligencia impecable.

Los años vitales

Dentro de cada niño hay, por así decirlo, un maestro vigilante que sabe cómo obtener los mismos resultados de cada niño, esté donde esté. La única lengua que el hombre aprende perfectamente es, sin duda, la adquirida en el primer período de la infancia, cuando nadie puede enseñar al niño; no sólo eso, sino que si más tarde, el niño, habiendo crecido, tiene que aprender una nueva lengua, no valdrá la ayuda de ningún maestro para conseguir que hable la nueva lengua con la misma exactitud con que habla la lengua adquirida en la primera infancia. Existe, pues, una fuerza psíquica que ayuda al desarrollo del niño. Y esto no sólo en lo que respecta al lenguaje; a los dos años, será capaz de reconocer a todas las personas y cosas de su entorno. Si se reflexiona sobre este hecho, cada vez queda más claro que el trabajo de construcción realizado por el niño es impresionante y que todo lo que poseemos fue construido por el niño, por el niño que nosotros mismos fuimos en los dos primeros años de vida. No se trata sólo, para el niño, de reconocer lo que nos rodea o de comprender y adaptarnos a nuestro entorno, sino también, en un momento en que nadie puede ser su maestro, de formar el complejo de lo que será nuestra inteligencia y el esbozo de nuestro sentimiento religioso, de nuestros particulares sentimientos nacionales y sociales. Es como si la naturaleza hubiera salvaguardado a cada niño de la influencia de la inteligencia humana para dar precedencia al maestro interior que lo inspira; la posibilidad de edificar una construcción psíquica completa, antes de que la inteligencia humana pueda entrar en contacto con el espíritu e influir en él.

A los tres años, el niño ya ha sentado las bases de la personalidad humana y necesita la ayuda especial de la educación escolar. Sus logros son tales que se puede decir que el niño, que entra en la escuela a los tres años, ya es un hombre por los logros que ha alcanzado. Los psicólogos dicen que, si comparamos nuestra capacidad de adultos con la del niño, nos llevaría sesenta años de duro trabajo conseguir lo que el niño ha logrado en sus tres primeros años; y se expresan precisamente con las mismas palabras que yo he empleado: "a los tres años el niño ya es un hombre", aunque esta singular facultad del niño de absorber del entorno no se haya agotado todavía por completo en este período tan temprano.

En nuestras primeras escuelas, los niños llegaban con tres años; nadie podía enseñarles, porque no eran receptivos; pero nos ofrecían asombrosas revelaciones de la grandeza de la mente humana. El nuestro es un "Hogar Infantil" más que una verdadera escuela; es decir, un entorno especialmente preparado para el niño, donde asimila la cultura que el entorno le proporciona sin necesidad de enseñanza. Los niños de nuestras primeras escuelas pertenecían a las clases más humildes del pueblo y sus padres eran analfabetos. Sin embargo, esos niños sabían leer y escribir a los cinco años y nadie les había enseñado directamente. Si los visitantes de la escuela preguntaban: "¿Quién os ha enseñado a escribir?", los niños, asombrados, solían responder: "¿Enseñado? Nadie me ha enseñado".

Entonces parecía un milagro que niños de cuatro años y medio supieran escribir, y que hubieran llegado tan lejos sin que nadie les enseñara.

La prensa empezó a hablar de "adquisición espontánea de la cultura"; los psicólogos se preguntaban si estos niños no eran diferentes de los demás y nosotros mismos estuvimos desconcertados durante mucho tiempo. Sólo después de repetidos experimentos llegamos a la certeza de que todos los niños tienen indistintamente esta capacidad de "absorber" cultura. Si es así", nos dijimos entonces, "si la cultura puede adquirirse sin esfuerzo, permitamos que el niño "absorba" otros elementos de la cultura". Entonces vimos que el niño "absorbía" algo más que la lectura y la escritura: botánica, zoología, matemáticas, geografía, y con la misma facilidad, espontáneamente, sin esfuerzo.

Descubrimos así que la educación no es lo que da el maestro, sino que es un proceso natural que tiene lugar espontáneamente en el individuo humano; que no se adquiere escuchando palabras, sino en virtud de experiencias en el entorno. La tarea del maestro no es hablar, sino preparar y disponer una serie de motivos para la actividad cultural en un entorno especialmente preparado.

Mis experiencias en distintos países duraron más de cuarenta años y, a medida que los niños crecían, sus padres me pedían que continuara la educación de los mayores. Así descubrimos que la actividad individual es la facultad que por sí sola estimula y produce el desarrollo, y que esto se aplica tanto a los niños en edad preescolar como a los que cursan la enseñanza primaria y superior.

El Hombre Nuevo se levanta

Ante nuestros ojos apareció una nueva imagen; no era la de una escuela o una educación. Era el Hombre elevándose, el Hombre revelando su verdadero carácter en su libre desarrollo; el Hombre demostrando su grandeza cuando ninguna opresión mental venía a limitar su funcionamiento interior y a agobiar su alma.

Por ello, sostengo que toda reforma educativa debe basarse en el desarrollo de la personalidad humana. El hombre mismo debe convertirse en el centro de la educación, y hay que tener en cuenta que el hombre no se desarrolla en la universidad, sino que comienza su desarrollo mental desde el nacimiento y lo lleva a cabo con la mayor intensidad en los tres primeros años de vida; a este período más que a ningún otro hay que prestarle una atención vigilante. Si actuamos de acuerdo con este imperativo, el niño, en lugar de imponernos una carga, se nos revelará como la mayor y más reconfortante maravilla de la naturaleza. Entonces nos encontraremos ante el niño ya no considerado como un ser sin fuerza, casi como un recipiente vacío que hay que llenar con nuestra sabiduría; sino que su dignidad surgirá ante nuestros ojos hasta el punto de que lo veremos como el constructor de nuestra inteligencia, como el ser que, guiado por un maestro interior, trabaja incansablemente con alegría y felicidad, según un programa preciso, en la construcción de esa maravilla de la naturaleza que es el Hombre. Nosotros, maestros, sólo podemos ayudar a la obra ya realizada como los siervos ayudan al maestro. Nos convertiremos entonces en testigos del desarrollo del alma humana; del surgimiento del Hombre Nuevo, que no será víctima de los acontecimientos, sino que, gracias a su claridad de visión, podrá dirigir y modelar el futuro de la sociedad humana.

II - EDUCACIÓN PARA LA VIDA

Vida escolar y social

Es necesario tener una idea desde el principio de lo que entendemos por educación para la vida desde el nacimiento, y es necesario entrar en los detalles del problema. Recientemente, el líder de un pueblo, Gandhi, enunció la necesidad no sólo de extender la educación a todo el curso de la vida, sino también de hacer de la "defensa de la vida" el centro de la educación. Y es la primera vez que un "líder" político y espiritual hace una declaración de este tipo. La ciencia, por su parte, no sólo ha expresado ya esta necesidad, sino que desde principios de nuestro siglo ha demostrado que la idea de extender la educación a toda la vida tiene posibilidades de llevarse a la práctica con seguridad de éxito. Sin embargo, este concepto de educación aún no ha entrado en el campo de acción de ningún ministerio de educación.

La educación actual es rica en métodos, objetivos sociales y propósitos, pero no puede decirse menos que no tiene en cuenta la vida misma. De los muchos métodos oficiales de educación que existen en los distintos países, ninguno pretende ayudar al individuo desde su nacimiento y proteger su desarrollo. Hoy en día, la educación, tal como está concebida, se desentiende tanto de la vida biológica como de la social. Todo el que entra en la educación llega a estar aislado de la sociedad. Se espera de los estudiantes que sigan las normas establecidas por la institución de la que son alumnos y que se ajusten a los programas recomendados por los ministerios de educación. Puede decirse que, incluso en un pasado más reciente, las condiciones sociales y físicas de los alumnos no se tenían en cuenta como un hecho que pudiera afectar a la escuela en sí. Así, si el alumno estaba desnutrido, o si tenía defectos de vista o de oído que disminuían sus posibilidades de aprendizaje, sin duda se le calificaba más bajo. Los defectos físicos fueron considerados, en épocas posteriores, pero sólo desde el punto de vista de la higiene física, mientras que nadie consideró, ni siquiera hoy, que la mente del alumno puede verse amenazada y sufrir daños por métodos educativos defectuosos e inadecuados. La orientación de la Nueva Educación en la que se interesaba Claparède, considera más bien la cantidad de disciplinas incluidas en los programas, tratando de reducirlas para evitar la fatiga mental. Pero no toca el problema de cómo los alumnos podrían enriquecerse con la cultura sin fatigarse. En la mayoría de las escuelas públicas oficiales, lo que importa es que se cumpla el programa de estudios. Si el espíritu de los jóvenes universitarios se ve golpeado por carencias sociales y cuestiones políticas que suscitan verdades apasionadas, la consigna es que el joven no se ocupe de política, sino que se atenga a sus estudios hasta terminarlos. Ocurre así que el joven, al salir de la universidad, tendrá una inteligencia tan limitada y sacrificada que no será capaz de identificar y evaluar los problemas de la época en que vive.

Los mecanismos escolares son tan ajenos a la vida social contemporánea como ésta parece excluida, con sus problemas, del ámbito de la educación. El mundo de la educación es una especie de isla donde los individuos, desvinculados del mundo, se preparan para la vida permaneciendo ajenos a ella. Puede ocurrir, por ejemplo, que un universitario esté aquejado de tuberculosis y muera de ella; ¿no es triste que la universidad, la escuela donde vive, lo ignore enfermo, mientras que de pronto aparece, con una representación oficial, en su funeral?2 Hay individuos extremadamente nerviosos, que cuando lleguen al mundo serán inútiles para sí mismos y causa de dolor para familiares y amigos. Sin embargo, la autoridad escolar no está obligada a ocuparse de casos especiales de psicología, y tal absentismo tiene plena justificación en los reglamentos que asignan a la escuela la tarea de ocuparse únicamente de estudios y exámenes. Quienes los aprueben recibirán un diploma o un título. Este es, para nuestros tiempos, el fin de la escuela. Los estudiosos de los problemas sociales señalan que los despedidos de las escuelas y universidades no están preparados para la vida, y no sólo eso, sino que en la mayoría de los casos incluso ven mermadas sus posibilidades. Las estadísticas revelan un aumento impresionante del número de lunáticos, delincuentes e individuos considerados "extraños". Los sociólogos invocan a la escuela como remedio a tantos males; pero la escuela es un mundo en sí mismo, un mundo cerrado a los problemas sociales; no está obligada a considerarlos ni a conocerlos. Es una institución social de tradición demasiado antigua para que sus normas puedan ser alteradas de oficio; sólo una fuerza que actúe desde fuera podrá modificar y renovar y remediar las deficiencias que acompañan a la educación en todos sus grados, del mismo modo que acompañan desgraciadamente a la vida de quienes van a la escuela.

La edad preescolar

¿Qué ocurre con el niño desde que nace hasta que cumple seis o siete años? La escuela propiamente dicha no se ocupa de ello, por lo que esta edad se denomina preescolar, como fuera del ámbito de la enseñanza oficial. ¿Y qué puede hacer la escuela por los bebés? Allí donde han surgido instituciones para niños en edad preescolar, rara vez dependen de la autoridad escolar central o del ministerio de educación. Suelen estar controladas por municipios o instituciones privadas, que a menudo persiguen fines benéficos. El interés por la protección de la vida mental de los pequeños, como problema social, no existe; la sociedad afirma, además, que los pequeños pertenecen a la familia y no al Estado.

La nueva importancia concedida a los primeros años de vida no ha sugerido ninguna medida en particular; sólo pretende cambiar la vida de la familia, en el sentido de que ahora se considera necesaria la educación de la madre. Pero la familia no forma parte de la escuela, sino de la sociedad. El resultado es que la personalidad humana, o la educación de la personalidad humana, está dividida: por un lado, la familia, que forma parte de la sociedad, pero que vive aislada y desatendida o ignorada por la sociedad; por otro lado, la escuela, que también está aislada de la sociedad, y luego la universidad. No hay una concepción unitaria, ni una preocupación social por la vida, sino fragmentos que se ignoran mutuamente y se refieren sucesiva o alternativamente a la escuela, la familia y la universidad concebida como escuela, lo que afecta a la última parte del período educativo. Incluso las nuevas ciencias, que revelan el mal de este aislamiento, como la psicología social y la sociología, están aisladas de la escuela. No existe, por tanto, un verdadero sistema que ayude al desarrollo de la vida. El concepto de educación entendido en este sentido no es nuevo, como ya he dicho, para la ciencia, pero en el campo social aún no se ha realizado. Y éste es el paso que la civilización deberá dar pronto: el camino está trazado, los críticos han revelado los errores de las condiciones actuales, otros han aclarado el remedio que debe aportarse a las diversas etapas de la vida, todo está ya listo para la construcción. Las aportaciones de la ciencia pueden compararse a las piedras ya escuadradas, destinadas a esta construcción; es necesario encontrar a quienes tomen las piedras y las superpongan para levantar el nuevo edificio necesario para la civilización.

La tarea de la educación y la sociedad

El concepto de una educación que toma la vida como centro de su función altera todas las ideas educativas anteriores. La educación ya no debe basarse en un programa establecido, sino en el conocimiento de la vida humana. A la luz de esta convicción, la educación del recién nacido adquiere de repente una gran importancia. Es cierto que el lactante no puede hacer nada, que no se le puede enseñar nada en el sentido ordinario de la palabra, y que sólo puede ser objeto de observaciones y estudios destinados a poner de manifiesto sus necesidades vitales; pero hemos hecho tales observaciones para averiguar cuáles son las leyes de la vida, pues si queremos ayudarle, la primera condición es el conocimiento de las leyes que la rigen; y no sólo el conocimiento, pues si sólo tuviéramos esto, nos quedaríamos en el campo de la psicología y no entraríamos en el de la educación.

Pero este conocimiento del desarrollo psíquico del niño debe difundirse ampliamente: sólo entonces la educación podrá adquirir una nueva autoridad y decir a la sociedad: "Éstas son las leyes de la vida; no podéis ignorarlas y debéis actuar de acuerdo con ellas; pues apuntan a derechos humanos amplios y comunes a toda la humanidad".

Si la sociedad considera necesario proporcionar una educación obligatoria, esto significa que la educación debe impartirse de forma práctica, y cuando se admite que la educación debe comenzar en el nacimiento, es necesario que la sociedad se familiarice con las leyes del desarrollo infantil. La educación en lugar de ser ignorada por la sociedad debe adquirir autoridad sobre ella, y el mecanismo social tendrá que adaptarse a las necesidades inherentes a la nueva concepción: que la vida debe ser protegida. Todos están llamados a cooperar, padres y madres deben asumir su responsabilidad; pero cuando la familia no tiene posibilidades suficientes, la sociedad está obligada no sólo a proporcionar educación, sino también a dar los medios necesarios para criar a los hijos. Si la educación significa ocuparse de la persona, si la sociedad reconoce medios necesarios para el desarrollo del niño que la familia no puede proporcionar, corresponde a la sociedad proporcionarlos, corresponde al Estado no abandonar al niño.

La educación emprenderá así la tarea de imponerse con autoridad a la sociedad de la que había permanecido apartada. Si bien es evidente que la sociedad debe ejercer un control benéfico sobre el individuo humano, y si bien es cierto que la educación debe ser considerada como una ayuda para la vida, este control nunca debe ser coerción y opresión, sino que debe proporcionar ayuda física y psíquica. Es decir, el primer paso que deberá dar la sociedad es dedicar medios más amplios a la educación.

Las necesidades del niño durante los años de crecimiento han sido estudiadas, y los resultados de estos estudios se han dado a conocer a la sociedad; ésta debe ahora asumir conscientemente la responsabilidad de la educación, mientras que la educación, por su parte, extenderá a la sociedad los bienes adquiridos en su progreso. La educación así concebida ya no concierne sólo al niño y a los padres, sino al Estado y a las finanzas internacionales; se convierte en un estímulo para cada miembro del cuerpo social, en un estímulo para la mayor de las renovaciones de la sociedad. ¿Hay hoy algo más inmóvil, estancado e indiferente que la educación? Cuando un país tiene que economizar, la educación es sin duda la primera víctima. Si se pregunta a un hombre de Estado cuál es su opinión sobre la educación, responderá que la educación no es asunto suyo, que ha confiado la educación de sus hijos a su mujer para que ella, a su vez, se la confíe a la escuela. Pues bien: en el futuro, será absolutamente imposible que un estadista formule semejante respuesta y muestre tal indiferencia.

El niño creado por el hombre

Consideremos los informes de varios psicólogos que han estudiado al niño desde el primer año de vida. ¿Qué puede deducirse de ellos? Que el crecimiento del individuo, en lugar de dejarse al azar, debe dirigirse científicamente con mejores cuidados; lo que conducirá a un mejor desarrollo del individuo. La idea en la que todos están de acuerdo es que el individuo mejor cuidado y asistido está destinado a crecer más fuerte, más equilibrado mentalmente y con un carácter más enérgico. En otras palabras, el concepto concluyente es que, además de la higiene física, el niño debe estar protegido por la higiene mental. La ciencia ha hecho nuevos descubrimientos en torno al primer período de la vida: se han manifestado en el niño energías mucho mayores de lo que generalmente se imagina. Al nacer, psíquicamente hablando, el niño no es nada; y no sólo psíquicamente, ya que al nacer es incapaz de movimientos coordinados y la casi inmovilidad de sus miembros no le permite hacer nada; tampoco puede hablar, aunque ve lo que ocurre a su alrededor. Después de un tiempo determinado, el niño habla, camina y va de un logro a otro hasta que construye al hombre en toda su grandeza e inteligencia. Y aquí surge una verdad; el niño no es un ser vacío, que nos debe todo lo que sabe y con lo que le hemos llenado. No, el niño es el constructor del hombre, y no hay hombre que no haya sido formado por el niño que fue. Las grandes energías constructivas del niño, de las que ya hemos hablado muchas veces, y que han atraído la atención de los científicos, han permanecido ocultas hasta ahora bajo un complejo de ideas formadas en torno a la maternidad; se decía: la madre formó al niño, le enseña a hablar, a andar, etc. Ahora bien, todo esto no es en absoluto obra de la madre, sino logro del niño. Lo que la madre crea es el infante, pero es el infante el que produce al hombre. Si la madre muere, el niño crece y completa la construcción del hombre. Un niño indio traído a Estados Unidos y confiado al cuidado de estadounidenses aprenderá inglés, no indio. Por lo tanto, no es de la madre de quien procede el conocimiento de la lengua, sino que es el niño el que se apropia de la lengua como se apropia de los hábitos y costumbres del pueblo entre el que vive. Por lo tanto, no hay nada hereditario en estas adquisiciones, y el niño, absorbiendo de su entorno, forma al futuro hombre a partir de sí mismo.

Reconocer esta gran obra del hijo no significa que disminuya la autoridad de los padres; cuando se persuadan de que no son los constructores, sino simplemente los ayudantes en la construcción, mejor podrán cumplir con su deber y ayudar al hijo con una visión más amplia. Sólo si esta ayuda se presta adecuadamente, el hijo logrará una buena construcción; así pues, la autoridad de los padres no se basa en una dignidad en sí misma, sino en la ayuda que prestan a sus hijos, y ésta es la verdadera y gran autoridad y dignidad de los padres.

Pero consideremos también al niño en la sociedad humana desde otro punto de vista.

La idea marxista esbozó la figura del trabajador tal y como modernamente la adquiere nuestra conciencia: el trabajador productor de bienestar y riqueza, colaborador esencial en la gran obra de la vida civilizada, reconocido como tal por la sociedad a los efectos de sus valores morales y económicos, con derecho moral y económico a que se le proporcionen los medios y materiales necesarios para realizar su trabajo.

Ahora llevemos esta idea a nuestro terreno. Comprendamos que el niño es un trabajador y que la finalidad de su trabajo es producir al hombre. Los padres proporcionan, es cierto, a este trabajador los medios esenciales de vida y de trabajo constructivo, pero el problema social con respecto al niño debe considerarse de mucha mayor importancia, porque el trabajo del niño no produce un objeto material, sino que crea la humanidad misma: no una raza, una casta, un grupo social, sino la humanidad entera. Cuando consideramos este hecho, está claro que la sociedad debe tener en cuenta al niño, reconociendo sus derechos y satisfaciendo sus necesidades. Cuando tomamos la vida misma como objeto de nuestra atención y estudio, podemos llegar a tocar el secreto de la humanidad y tener en nuestras manos el poder de gobernar y ayudar a la humanidad. También nosotros, cuando hablamos de educación, predicamos una revolución, pues a través de ella se transformará todo lo que hoy conocemos. Considero que ésta es la revolución definitiva: una revolución no violenta, y mucho menos sangrienta, que excluya la más mínima violencia, porque cuando hay una sombra de violencia, la construcción psíquica del niño quedaría herida de muerte.

Hay que defender la construcción de la normalidad humana. ¿No se han dirigido todos nuestros esfuerzos a eliminar los obstáculos en el camino del desarrollo del niño y a suprimir los peligros y malentendidos que lo rodeaban?

Esta es la educación como ayuda a la vida; educación desde el nacimiento, alimentando una revolución libre de toda violencia y uniendo a todos por un propósito común y atrayéndolos hacia un centro único. Madres, padres, estadistas, todos convergen en respetar y ayudar a esta delicada construcción, elaborada en condiciones psíquicamente misteriosas, bajo la guía de un maestro ulterior. Esta es la nueva y brillante esperanza de la humanidad. No reconstrucción, sino ayuda en la construcción que el alma humana está llamada a completar, construcción entendida como el desarrollo de todo el inmenso potencial con el que el niño, el hijo del hombre, está dotado.

III - LOS PERIODOS DE CRECIMIENTO

Según algunos psicólogos, que siguieron a niños y jóvenes desde el nacimiento hasta la edad universitaria, existen varios períodos diferenciados en el curso del desarrollo. Esta concepción, derivada de W. Stern, fue pronto adoptada por otros, en particular por Ch. Bühler y sus seguidores, mientras que puede decirse que, desde otro punto de vista, la escuela freudiana la había desarrollado considerablemente. Se trata de un concepto distinto del que se había seguido anteriormente, según el cual el individuo humano tiene un contenido muy pobre en sus primeros años, que se enriquece a medida que crece; según el cual, es decir, el individuo es algo pequeño en proceso de desarrollo, algo pequeño que crece, pero que conserva siempre la misma forma. Abandonando este viejo concepto, la psicología ha llegado ahora a reconocer que existen diferentes tipos de psique y de mente en diferentes períodos de la vida.3 Estos períodos son claramente distintos entre sí y es curioso observar que coinciden con las diferentes fases del desarrollo físico. Los cambios son de tal magnitud, psíquicamente hablando, que ciertos psicólogos, tratando de aclararlos, han exagerado hasta expresarse así: "El desarrollo es una sucesión de nacimientos. En un determinado período de la vida, cesa una individualidad psíquica y nace otra. El primero de estos períodos va desde el nacimiento hasta los seis años. En este período, aunque tiene manifestaciones considerablemente diferentes, el tipo mental sigue siendo el mismo. De los cero a los seis años el período tiene dos subfases distintas: la primera, de los cero a los tres años, revela un tipo de mentalidad al que el adulto no puede acercarse, es decir, sobre el que no puede ejercer una influencia directa y, de hecho, no hay escuela para estos niños. Sigue otra subfase: de los tres a los seis años, en la que el tipo mental es el mismo, pero el niño empieza a ser influyente de una manera particular. Este periodo se caracteriza por las grandes transformaciones que tienen lugar en el individuo. Para convencerse de ello, basta pensar en la diferencia entre el recién nacido y el niño de seis años. De momento no nos interesa saber cómo se produce esta transformación, pero el hecho es que a los seis años el individuo, según la expresión común, se vuelve lo suficientemente inteligente como para ser admitido en la escuela.

El siguiente periodo va de los seis a los doce años y es un periodo de crecimiento, pero sin transformación. Es un período de calma y serenidad y, desde el punto de vista psíquico, es un período de salud, fortaleza y estabilidad segura. "Esta estabilidad, física y mental", dice Ross, escribiendo sobre los niños de esta edad, "es la característica más sobresaliente de la infancia avanzada. Un ser de otro planeta, que no conociera la raza humana, podría fácilmente tomar a estos pequeños seres de diez años por adultos de la especie, si no tuviera ocasión de ver a los verdaderos adultos."4

En cuanto a lo físico, hay signos que parecen marcar los límites entre estos dos periodos psíquicos. La transformación que se produce en el cuerpo es muy visible; sólo mencionaré el hecho de que el niño pierde su primera dentadura y comienza la segunda.

El tercer periodo va de los doce a los dieciocho años y es un periodo de tales transformaciones que recuerda al primero. Este último periodo puede dividirse en dos subfases: una de doce a quince años y otra de quince a dieciocho. Este periodo también se caracteriza por las transformaciones del cuerpo, que alcanza la madurez de su desarrollo. Después de los dieciocho años, el hombre puede considerarse plenamente desarrollado, y ya no se produce en él ninguna transformación notable. Sólo envejece.

Lo curioso es que la educación oficial ha reconocido estos diferentes tipos psíquicos. Parece haber tenido una oscura percepción de ellos. El primer período, desde el nacimiento hasta los seis años, se reconocía claramente como excluido de la enseñanza obligatoria, mientras que se señalaba que a los seis años se produce una transformación por la que el niño es lo suficientemente maduro como para ser admitido en la escuela. Así pues, se reconoció que el niño ya sabe mucho, lo que puede permitirle asistir a la escuela. En efecto, si a los seis años el niño no sabe orientarse, ni andar, ni entender cuando habla el maestro, no podrá participar en la vida colectiva. Se trataba, podríamos decir, de un reconocimiento práctico. Pero los educadores nunca han pensado que si el niño puede ir a la escuela, orientarse, comprender las ideas que se le transmiten, debe haberse desarrollado mentalmente, ya que al nacer era incapaz de nada.

También se ha dado un reconocimiento inconsciente al segundo periodo, porque en muchos países los niños suelen dejar la escuela primaria a los doce años para entrar en la secundaria. ¿Por qué se ha considerado que el período comprendido entre los seis y los doce años es adecuado para impartir las primeras y básicas nociones de cultura a los niños? Puesto que es así en todos los países del mundo, no se trata sin duda de una inspiración aleatoria: sólo una base psíquica común a todos los niños podría haber hecho posible este tipo de escolarización, que es sin duda la conclusión de un razonamiento basado en la experiencia. Se ha experimentado que durante este período el niño puede someterse al trabajo mental exigido por la escuela: puede comprender lo que dice el maestro y tiene suficiente paciencia para escuchar y aprender. A lo largo de este periodo es constante en su trabajo y fuerte de salud: por lo tanto, este periodo se considera el más adecuado para recibir la cultura. Después del duodécimo año, se comienza una escuela de orden superior, lo que significa que la educación oficial ha reconocido que en ese año comienza un nuevo tipo de psicología para el individuo humano. También ha reconocido que este tipo se manifiesta a través de dos etapas, como lo demuestra el hecho de que las escuelas superiores estén divididas en dos partes. Tenemos una escuela secundaria inferior y una escuela secundaria superior; la inferior dura casi tres años y la superior a veces cuatro; no importa, sin embargo, el período exacto de años en que se divide la educación; sólo interesa considerar la sucesión de dos períodos también en la escuela secundaria. En general, este período es menos fácil y tranquilo que el anterior. Los psicólogos, que se han interesado por la educación durante el período de la adolescencia, lo consideran un período de tales transformaciones psíquicas que lo comparan con el primero, el comprendido entre el nacimiento y los seis años de edad; generalmente a esta edad el carácter no es estable y hay manifestaciones de indisciplina y rebeldía. La salud física no es tan estable y segura como en el segundo periodo. Pero la escuela no se preocupa por esto. Se ha elaborado un programa determinado y se espera que los chicos lo sigan, de buena o mala gana. Incluso en este periodo, los jóvenes tienen que sentarse y escuchar al profesor, tienen que obedecer y pasar el tiempo memorizando los conocimientos impartidos.

La coronación de la vida escolar es la universidad, que no difiere esencialmente de los tipos de escuela que la preceden, salvo quizá en la intensidad del estudio. Incluso en la universidad, los profesores hablan y los alumnos escuchan. Cuando yo estaba en la universidad y los hombres no solían afeitarse, era curioso ver en las aulas a esos jóvenes, algunos con barbas más o menos impresionantes y todos luciendo las más diversas variedades de bigotes. Sin embargo, estos hombres maduros recibían el mismo trato que los niños: tenían que sentarse y escuchar; someterse a sus profesores; depender para los cigarrillos y el transporte de la liberalidad de unos padres dispuestos a reprenderles cuando suspendían los exámenes. Y eran hombres adultos, cuya inteligencia y experiencia dirigirían un día el mundo, cuya herramienta de trabajo era la mente y a los que estaban destinadas las profesiones más elevadas: futuros médicos, ingenieros, abogados. Y, podríamos añadir, ¿de qué sirve un título hoy en día? ¿Asegura la vida de quienes lo obtienen? ¿Quién recurre a un médico recién licenciado? ¿Quién confía la construcción de una casa a un joven ingeniero recién salido de la escuela? ¿O un pleito a un abogado recién autorizado a ejercer su profesión? ¿Y cómo explicar esta falta de confianza? La razón es que estos jóvenes han pasado años escuchando la palabra de los profesores, y escuchar no forma a un hombre; sólo el trabajo práctico y la experiencia llevan a los jóvenes a la madurez. Por eso encontramos jóvenes médicos que tienen que ejercer durante mucho tiempo en hospitales; jóvenes abogados que tienen que ejercer en los despachos de un abogado ya experimentado; ingenieros que tienen que hacer lo mismo para llegar al ejercicio independiente de su profesión y adquirir experiencia propia. Y añadamos que, para encontrar dónde ejercer, es necesario que los licenciados busquen apoyo, recomendaciones y superen dificultades considerables. Se puede decir que este triste hecho ocurre en todos los países. Un caso típico se dio en Nueva York, donde se organizó una procesión de intelectuales formada por cientos de personas que no habían podido encontrar empleo. Llevaban una pancarta que decía: "Estamos sin trabajo, tenemos hambre. ¿Qué debemos hacer?". La situación no ha cambiado. La educación está fuera de control y no abandona sus inveterados hábitos. Sólo ha reconocido la existencia de diferentes tipos de desarrollo en diferentes periodos de la vida durante el crecimiento del individuo.

El periodo creativo

En los años de mi juventud, no se tenía en cuenta a los niños de entre dos y seis años. Ahora, en cambio, hay instituciones preescolares de diversos tipos, que acogen a niños de tres a seis años. Pero incluso hoy, como en el pasado, se considera que la parte más importante de la educación es la universitaria, porque de la universidad salen los que mejor han cultivado la facultad esencialmente humana llamada inteligencia. Pero ahora que los psicólogos se han volcado en el estudio de la vida misma, ha surgido una tendencia de la que puede decirse todo lo contrario; muchos sostienen hoy, como yo, que la parte más importante de la vida no es la que corresponde a los estudios universitarios, sino el primer período, el que se extiende desde el nacimiento hasta los seis años, porque es precisamente en este período en el que se forma la inteligencia, la gran herramienta del hombre. Y no sólo la inteligencia, sino también el complejo de facultades psíquicas. La nueva idea ha producido una gran impresión en quienes tienen cierta sensibilidad para la vida psíquica; y muchos se han entregado al estudio del lactante, del niño de un año, que crea la personalidad del hombre. Concentrados en esta misteriosa revelación de la vida, los estudiosos sienten la misma emoción que aquellos que en la antigüedad meditaban sobre la muerte. ¿Qué ocurre cuando llega la muerte? Esta pregunta estimulaba la meditación y despertaba la sensibilidad en el pasado, pero hoy es el hombre, en su primera aparición en el mundo, quien se convierte en objeto de intensa reflexión. En el recién nacido se descubre al Hombre. ¿Por qué ha de tener una infancia tan larga y dolorosa? Ningún animal tiene un período infantil tan difícil. ¿Qué ocurre durante este período?

Sin duda, el periodo infantil es un periodo de creación; al principio no existe nada y aproximadamente un año después del nacimiento el niño lo sabe todo. El niño no nace con un poco de inteligencia, un poco de memoria, un poco de voluntad, listos para crecer y desarrollarse en el periodo siguiente. El gatito puede maullar desde su nacimiento, aunque sea imperfectamente, el pájaro o el ternero también tienen su vocecita, la misma voz que será, más ampliada, la voz de su especie. El hombre sólo tiene un medio de expresión al nacer: el llanto. En el caso del ser humano, por tanto, no se trata de desarrollo, sino de creación, que parte de cero. El maravilloso paso que da el niño es el que le lleva de la nada a algo, y es difícil para nuestra mente captar esta maravilla.

Dar este paso requiere una mentalidad distinta de la nuestra como adultos. El niño está dotado de otros poderes, y la creación que lleva a cabo no es poca cosa: es la creación de todo. No sólo crea el lenguaje, sino que da forma a los órganos que le permiten hablar. Crea todos los movimientos físicos, todos los elementos de nuestra inteligencia, todo aquello de lo que está dotado el individuo humano. Maravilloso logro, que no es producido por una mente consciente. Los adultos somos conscientes: si los adultos tenemos la voluntad y el deseo de aprender algo vamos a hacerlo, pero en el niño no hay ni conciencia ni voluntad, porque la conciencia y la voluntad hay que crearlas.

Si llamamos consciente a nuestro tipo de mente adulta, la mente del niño debería llamarse inconsciente, pero una mente inconsciente no significa una mente inferior. Una mente inconsciente puede ser rica en inteligencia. Este tipo de inteligencia es fácil de encontrar en todos los seres, incluso en los insectos; inteligencia que no es consciente aunque a veces parezca dotada de razón. Es de tipo inconsciente, y el niño alcanza sus maravillosos logros, empezando por el conocimiento del entorno, porque está dotado de este tipo de mente. ¿Cómo puede el niño absorber su entorno? Precisamente por una de las características especiales que hemos descubierto en él: un poder de sensibilidad tan intenso que las cosas que le rodean despiertan en él un interés y un entusiasmo que parecen penetrar en su vida misma. El niño asimila todas estas impresiones, no con su mente, sino con su propia vida. La adquisición del lenguaje es el ejemplo más evidente de ello. ¿Cómo es que el niño aprende el lenguaje? La respuesta es que está dotado de oído y escucha las voces de los seres humanos, con lo que aprende a hablar. Aun admitiendo este hecho, debemos preguntarnos por qué, entre los millones de sonidos y ruidos diferentes que le rodean, sólo oye y capta la voz del hombre. Si es cierto que el niño oye, y si es cierto que sólo aprende el lenguaje de los seres humanos, es señal de que el lenguaje humano debe causarle una gran impresión. Estas impresiones deben ser tan fuertes, y causar tal intensidad de sentimiento y tan profundo entusiasmo, que ponen en movimiento fibras invisibles en su cuerpo, fibras que comienzan a vibrar para reproducir esos sonidos. Para hacer una comparación, pensemos en lo que nos ocurre a nosotros mismos cuando asistimos a un concierto; al poco tiempo una expresión de arrobamiento se dibuja en los rostros de los oyentes, las cabezas y las manos comienzan a moverse. ¿Qué los puso en movimiento sino las impresiones causadas por la música? Algo similar debe estar ocurriendo en la mente inconsciente del niño. La voz produce en él tales impresiones, que las que despierta en nosotros la música son, en comparación, casi inexistentes. En el niño casi vemos los movimientos de la lengua vibrando, de las pequeñas cuerdas temblando y de las mejillas; todo vibra y se tensa, preparándose en silencio para reproducir los sonidos que han causado tan profunda emoción en la mente inconsciente. ¿Cómo es que el niño aprende el lenguaje en su exactitud, y tan exacta y firmemente que llega a formar parte de la personalidad psíquica? Esta lengua adquirida en la infancia se llama lengua materna, y se distingue claramente de todas las demás lenguas que pueda aprender más tarde, del mismo modo que se distinguen los dientes postizos de los naturales.

¿Cómo es posible que estos sonidos, al principio sin sentido, de repente traigan comprensión e ideas a su mente? El niño no sólo ha "absorbido" las palabras, ha absorbido precisamente "la frase, la construcción de la frase". Si no entendemos la construcción de la frase, no podemos entender el lenguaje. Cuando decimos, por ejemplo: "El vaso está sobre la mesa", el significado que damos a estas palabras resulta del orden en que las colocamos. Si dijéramos: "El vaso está sobre la mesa", sería difícil captar una idea. Lo que entendemos es la secuencia de las palabras. El niño absorbe las construcciones del lenguaje.

La mente absorbente

¿Y cómo ocurre esto? Se dice: "Recuerda cosas"; pero, para recordar, hay que tener memoria, y el niño no la tiene, más bien debe construirla. Debería tener la capacidad de razonar para darse cuenta de que la construcción de una frase es necesaria para hacerla comprensible. Pero el niño no tiene la facultad de razonar, debe crearla.

Nuestra mente, tal como es, no llegaría a donde llega el niño; para un logro como el del lenguaje, se requiere una forma de mente diferente; y esta forma es precisamente la que posee el niño: un tipo de inteligencia diferente a la nuestra.

Podríamos decir que nosotros adquirimos conocimientos con nuestra inteligencia, mientras que el niño los absorbe con su vida psíquica. Por el simple hecho de seguir viviendo, el niño aprende a hablar la lengua de su raza. Es una especie de química mental la que opera en él. Somos recipientes; las impresiones se vierten en nosotros, y las recordamos y retenemos en nuestra mente, pero permanecemos distintos de nuestras impresiones, como el agua permanece distinta del vaso. El niño, en cambio, sufre una transformación: las impresiones no sólo penetran en su mente, sino que la forman. Se encarnan en él. El niño crea su propia "carne mental" utilizando las cosas de su entorno. Hemos llamado a su tipo de mente la mente absorbente. Nos resulta difícil concebir las facultades de la mente infantil, pero sin duda la suya es una forma privilegiada de mente.

Imaginemos lo maravilloso que sería que fuéramos capaces de mantener la prodigiosa capacidad del niño que, mientras vive alegremente, salta y juega, es capaz de aprender un idioma con todas sus complicaciones gramaticales. Qué maravilloso sería que todo el conocimiento entrara en nuestra mente simplemente viviendo, sin requerir más esfuerzo que el que nos cuesta respirar o alimentarnos. Al principio no sentiríamos nada en particular, luego, de repente, los conocimientos adquiridos se revelarían en nuestra mente como estrellas brillantes del saber. Empezaríamos a sentir que están ahí y seríamos conscientes de todas las nociones que se han convertido sin esfuerzo en nuestro patrimonio.

Si os dijera que existe un planeta donde no hay escuelas, ni maestros, ni necesidad de estudiar, y donde, viviendo y caminando, sin ningún otro esfuerzo, sus habitantes llegan a saberlo todo y a fijar firmemente en sus cerebros la totalidad del saber, ¿no os parecería un hermoso cuento de hadas? Pues bien, esto, que suena tan fantástico como para parecer la invención de una imaginación fértil, es un hecho, una realidad; porque éste es el camino de aprendizaje del niño inconsciente. Este es el camino que sigue. Todo lo aprende inconscientemente, pasando poco a poco del inconsciente a la conciencia, avanzando por un camino todo alegría y amor.

La conciencia humana nos parece un gran logro. Llegar a ser conscientes, ¡adquirir una mente humana! Pero tenemos que pagar por esta conquista, ya que tan pronto como nos hacemos conscientes, cada nueva adquisición de conocimiento nos causa trabajo duro y fatiga.

El movimiento es otro de los maravillosos logros del niño. Cuando es un bebé, permanece quieto durante meses en su cuna. Pero he aquí que, al cabo de un tiempo, camina, se mueve en su entorno, hace algo, disfruta con ello, es feliz. Vive día a día y aprende a moverse cada vez más; el lenguaje, con toda su complejidad, entra en su mente, y también el poder de dirigir sus movimientos según las necesidades de su vida. Pero eso no es todo: aprende muchas otras cosas con una rapidez asombrosa. Todo lo que le rodea lo hace suyo: hábitos, costumbres, religión se fijan firmemente en su mente.

Los movimientos que realiza el niño no se forman al azar, sino que están determinados en el sentido en que se adquieren en un período concreto del desarrollo. Cuando el niño comienza a moverse, su mente, capaz de absorber, ya ha hecho suyo el entorno; antes de que comience a moverse, ya se ha producido en él un desarrollo psíquico inconsciente, y cuando inicia sus primeros movimientos comienza a ser consciente. Si observas a un niño de tres años, verás que siempre está jugando con algo. Esto significa que está procesando con sus manos y poniendo en su conciencia lo que su mente inconsciente ha absorbido previamente. A través de esta experiencia del entorno, en forma de juego, examina las cosas y las impresiones que ha recibido en su mente inconsciente. A través del juego se hace consciente y construye al Hombre. El niño es dirigido por un poder misterioso, maravillosamente grande, que poco a poco va encarnando; así se convierte en hombre a través de sus manos, a través de su experiencia: primero a través del juego y luego a través del trabajo. Las manos son el instrumento de la inteligencia humana. En virtud de estas experiencias, el niño adquiere una forma definida y, por tanto, limitada, ya que la conciencia es siempre más limitada que la inconsciencia y la subconsciencia.

Entra en la vida y comienza su misterioso trabajo; poco a poco asume la maravillosa personalidad adecuada a su tiempo y entorno. Construye su mente, hasta que pieza a pieza construye la memoria, la facultad de comprender, la facultad de razonar. Aquí está, por fin, en su sexto año. Entonces, de repente, los educadores descubrimos que este individuo comprende, que tiene la paciencia de escuchar lo que le decimos, mientras que antes no teníamos ningún medio de llegar a él. Vivía en otro plano, distinto del nuestro. Nuestro libro trata de este primer período. El estudio de la psicología infantil en los primeros años de vida nos revela tales milagros, que cualquiera que se acerque a ellos con comprensión no puede dejar de quedar profundamente impresionado.

Nuestro trabajo como adultos no es enseñar, sino ayudar a la mente del niño en el trabajo de su desarrollo. Sería maravilloso si pudiéramos, con nuestra ayuda, con un trato inteligente del niño, con una comprensión de las necesidades de su vida, prolongar el período durante el cual opera en él la mente capaz de absorber. Qué servicio prestaríamos a la humanidad si pudiéramos ayudar al individuo humano a absorber la cognición sin esfuerzo, si el hombre pudiera encontrarse rico en cognición sin saber cómo la adquirió, casi como por arte de magia. ¿No está la naturaleza llena de magia y milagros?

El descubrimiento de que el niño está dotado de una mente absorbente ha producido una revolución en la educación. Ahora es fácil comprender por qué el primer período del desarrollo humano, en el que se forma el carácter, es el más importante. En ninguna otra edad de la vida hay mayor necesidad de ayuda inteligente que en ésta, y todo obstáculo que se interponga entonces disminuirá las posibilidades del niño de perfeccionar su obra creadora. Por lo tanto, ayudamos al niño no porque lo consideremos un ser pequeño y débil, sino porque está dotado de grandes energías creadoras, que son de una naturaleza tan frágil que requieren - si no queremos dañarlas y herirlas - una defensa amorosa e inteligente. Queremos aportar ayuda a estas energías, no al niño pequeño, ni a su debilidad. Cuando nos demos cuenta de que esas energías pertenecen a una mente inconsciente, que debe hacerse consciente a través del trabajo y de la experiencia adquirida en el entorno, cuando nos demos cuenta de que la mente del niño es diferente de la nuestra, de que no podemos llegar a ella a través de la enseñanza verbal, de que no podemos intervenir directamente en el proceso de paso del inconsciente a la consciencia, y en el de construcción de las facultades humanas, entonces todo el concepto de educación cambiará y se convertirá en el de una ayuda a la vida del niño, al desarrollo psíquico del hombre, y no en una imposición para sostener ideas y hechos y palabras nuestras.

Este es el nuevo camino que ha emprendido la educación: ayudar a la mente en sus diversos procesos de desarrollo, secundar sus diversas energías y fortalecer sus diversas facultades.

IV - UNA NUEVA ORIENTACIÓN

En nuestra época, los estudios biológicos tienen una nueva orientación. Antes, todas las investigaciones se realizaban sobre el ser adulto, y los científicos sólo tenían en cuenta especímenes adultos cuando estudiaban animales y plantas. Lo mismo ocurría en el estudio de la humanidad; sólo el adulto era objeto de consideración, ya fuera para el estudio de la moral o de la sociología. Así, la muerte era el campo predilecto de atención y meditación para los estudiosos, y era lógico, ya que el ser adulto, a medida que avanza por la vida, avanza hacia la muerte. Del mismo modo, el estudio de la moral era el estudio de las normas y las relaciones sociales entre adultos. Hoy en día, los científicos, tomando una dirección opuesta, parecen proceder hacia atrás, tanto en el estudio de los seres humanos como en el de otros tipos de vida. No sólo consideran a los seres como jóvenes, sino que se remontan al origen de los seres. La biología se ha orientado hacia la embriología y el estudio de la vida celular. De esta orientación hacia los orígenes ha surgido una nueva filosofía que no es de naturaleza idealista. Podríamos decir que es más bien científica, porque surge de la observación y no de las deducciones abstractas de los pensadores. El desarrollo de esta filosofía va de la mano del progreso de los descubrimientos realizados en los laboratorios.

Cuando penetramos en el campo de los orígenes del individuo, que es el campo de la embriología, se nos revelan cosas que no existen en el campo de la vida adulta o, si existen allí, son de naturaleza muy diferente; la observación científica revela un tipo de vida que es completamente disímil de lo que la humanidad estaba acostumbrada a considerar, y saca a la luz la personalidad del niño.