Por la causa de las mujeres - Maria Montessori - E-Book

Por la causa de las mujeres E-Book

Maria Montessori

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Beschreibung

Mujeres: ¡álcense! Su primer deber en este momento es exigir el derecho al voto. La ley italiana es la más justa en el mundo civilizado y la más humanitaria: hónrenla. Esa misma ley, que nunca impidió el acceso de las mujeres a la universidad, al servicio médico en los hospitales —derechos, estos, que costó trabajo conseguir en otras naciones europeas —tampoco impide que las mujeres voten. Maria Montessori, conocida principalmente por la construcción de un método de enseñanza completamente nuevo y distinto del método de enseñanza tradicional, ofrece en esta colección de ensayos miradas diversas sobre el rol de las mujeres en las sociedades modernas: voto, maternidad, medicina son solo algunos de los temas abordados por Montessori en estas páginas.

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Seitenzahl: 91

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Maria Tecla Artemisia Montessori nació el 31 de agosto de 1870 en Ancona, Italia. En 1896, se convirtió en una de las primeras mujeres en tener un título de medicina en Italia. En 1926, se fundó la Real Escuela del Método Montessori, y cuando Montessori rechazó la ayuda que Mussolini quería brindarle, Mussolini mandó a cerrar todas sus escuelas.

En 1929, junto con su hijo, fundaron la Asociación Montessori Internacional. Durante la Segunda Guerra Mundial, Montessori se refugió en la India, donde formó profesores entre 1939 y 1946. Murió el 6 de mayo de 1952 en Noordwijk Aan Zee, Holanda.

Algunos de sus textos más conocidos son El descubrimiento del niño, La educación de las potencialidades humanas y El niño en familia.

Montessori, Maria, Por la causa de las mujeres / Maria Montessori. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: EGodot Argentina, 2025. Libro digital, Otros

Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-631-6689-03-0

1. Feminismo. I. Asins, Estefanía, trad. II. Título. CDD 305.4201

ISBN edición impresa: 978-987-8928-35-7

© The Montessori-Pierson Publishing Company, 1899-1907

© Traducción de Estefanía Asins para Altamarea Ediciones CB

© The Montessori-Pierson Publishing Company, 2020

The AMI logo is the copyrighted graphic mark of the Association Montessori lnternationale. Traducción española cedida por Altamarea Ediciones CB por mediación de Oh! Books Agencia Literaria

Título original Per la causa delle donneTraducción Estefanía AsinsRevisión y adaptación de traducción Victoria GarcíaCorrección Federico Juega SicardiDiseño de tapa e interiores Víctor MalumiánIlustración de Maria Montessori Max Amici

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, noviembre 2025

Por la causa de las mujeres

Maria Montessori

TraducciónEstefanía Asins

Índice

I. La cuestión femenina y el Consejo de Londres

II. El saludo de las mujeres italianas

III. El camino y el horizonte del feminismo2

El camino

El horizonte

IV. Proclama a las mujeres italianas

V. En defensa del voto femenino

VI. Alegato a favor del voto femenino

VII. Por el derecho al voto: la victoria

VIII. Maternidad: por reglamento y por pudor

IX. Feminismo: nuestras victorias

Notas al pie

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Hitos

Tapa

Contenido principal

Página de copyright

Portada

Índice

Capítulo 1

Colofón

Notas al pie

I. La cuestión femenina y el Consejo de Londres

[L’Italia femminile, 1 de octubre de 1899, pp. 298-299; 8 de octubre de 1899, pp. 306-307]

EN ALGÚN PERIÓDICO SE ha hablado del último Consejo femenino en Londres, que por sus proporciones y por la seriedad y multiplicidad de los temas tratados podría ser comparado con los mejores congresos que el trabajo masculino haya ofrecido para admiración del mundo. Alrededor de tres mil mujeres de todas las nacionalidades de Europa, de América, de Oceanía y de Asia se reunieron para llevar —junto a la elegancia de la moda y a aspectos nacionales del vestuario indio, sudanés, japonés, chino— el relato de las condiciones civiles y morales, y de la aportación de la mujer a sus respectivos países. Eran mujeres, en su mayor parte, cultas y bellas, con los ojos brillantes de inteligencia y de entusiasmo, y su historia decía que casi todas habían dejado en casa una familia, marido e hijos, y en su patria las beneficiosas huellas de su actividad.

Eran mujeres nuevas y estaban bien lejos de parecerse al modelo tan poco agradable que los hombres, completamente ignorantes de los principios feministas, clasificaron con el nombre de tercer sexo: es decir, mujeres que lloran por su destino; despiadadamente críticas y malévolas hacia el hombre; enemigas de la familia y de la patria; solteras feas y neuróticas con el corazón estéril y envenenadas por la abstinencia forzada. “Mujeres que van contra las propias leyes de la naturaleza con sus principios malsanos”, como dice Sergi, quien no se digna a hablar de feminismo porque lo considera una “fantasía” y lo toma como un tema adecuado, en el mejor de los casos, para una conferencia humorística.

Eran mujeres nuevas, en el sentido verdadero y admirable de la palabra: mujeres que trabajan por el progreso social, que contribuyen al bienestar universal; que se yerguen —meta consciente y robusta de la humanidad— para ofrecer su obra a la otra mitad de la humanidad y unirse en pro del bienestar común.

¿Y cuál será la labor social de la mujer? Podrá hacer todo cuanto el hombre hace, pero transmitiéndonos esa nota especial de bondad maternal, que suena a afectuosa protección hacia los débiles, a consuelo de toda miseria, a triunfo de la justicia y la paz universal. Y, mientras tanto, pone en práctica un gran principio civil: la solidaridad, la organización. Hace tan solo once años, surgió su grito en Washington: “¡Mujeres de todo el mundo, únanse!”. Y se agitó, para alcanzar este objetivo, una bandera que es casi un principio cristiano modificado según los tiempos: “Traten al prójimo como quisieran ser tratados”. “Hagan”, es decir, trabajen; pero trabajen para el prójimo, es decir, para la sociedad; y hagan el bien ajeno con aquella pasión que pondrían al buscar su propio bien, o sea: hagan “aquello que querrían que les hicieran a ustedes mismas”. Y en verdad ya pasó el tiempo en el que la mujer era pasiva, en el que bastaba con que ella no hiciese el mal, en el que cada virtud suya implicaba una negación: sé ignorante, no te ocupes de los asuntos públicos, no trabajes, no te responsabilices de los hijos, no te ocupes de la administración de tus bienes; sé pasiva, aniquilá tu voluntad en favor del marido; no vivas por otro más que por él, pero tampoco te esfuerces por comprenderlo; pensá solo en no hacer el mal, siendo el mal no hacer aquello que le gusta al marido. La mujer se liberó de este abrumador negativismo y pasó a la movilización, a la acción: “¡Trabajá! ¡Hacé el bien!”. ¿Y qué podrá hacer la mujer —que tiene un corazón tan refinado y sensible a las delicadezas del sentimiento— por el bien global de la humanidad? ¿Cuándo actuará de forma consciente y teniendo bien presente aquel áureo principio? ¿Qué hará? ¿Qué grandes trabajos podrá llevar a cabo? ¿Qué beneficios recibirá de ellos la sociedad en su conjunto? El porvenir lo dirá.

Por ahora, desde hace once años y con propaganda activa y constante, la mujer está siendo admirablemente organizada bajo esta inspiradora bandera. El objetivo no es hacer que un solo individuo logre grandes hitos; las discusiones no se centran en las potencialidades del genio individual de la mujer; aunque se diera el caso, no sería más que un episodio sin importancia de la gran epopeya. La meta es esta: unámonos todas por el bien universal, que cada una de nosotras tenga la ambición de contribuir con su trabajo al bienestar común y tenga la esperanza de dejar un mundo mejor del que recibió al nacer.

No por esto se va contra la familia, como demuestra el credo que está detrás del áureo principio: “Nosotras, mujeres trabajadoras de todas las naciones, creemos sinceramente que la más alta cima de la humanidad se alcanzará con la unidad de pensamiento, con la empatía y persiguiendo un único propósito; estamos convencidas, además, de que un movimiento organizado de mujeres velará mejor por el bien de la familia y del Estado y ayudará a que el áureo principio cale en la sociedad, en sus costumbres y en sus leyes”.

Por lo tanto, las mujeres trabajadoras consideran que su unión por el bien universal conservará mejor la familia. De hecho, cuando la mujer haga el bien, mostrará al hombre una inteligencia culta y capaz de comprenderlo, un corazón dispuesto a seguirlo en sus pasiones sociales y políticas o, con el trabajo, lo ayudará a mantener las comodidades de la familia; cuando, gracias a su espíritu iluminado, sepa cuidar bien del desarrollo físico de sus hijos y de su desarrollo moral, entonces esta mujer será a la vez amante exclusiva de su marido, su compañera de trabajo y la madre consciente de sus hijos. Esta mujer contribuirá a conservar mejor “el altísimo valor de la familia”.

Porque si un día la familia, tal y como está hoy constituida, tuviese que transformarse a través de una lenta evolución, y si estuviese hoy basada en algún error que la conciencia ilustrada tuviese que abatir, esto sucedería inevitablemente, sin que la actual “trabajadora” tuviera que preocuparse por ello. Esta quiere mejorar aquello que ya existe, quiere dar vida a aquello que languidece, quiere atesorarlo todo, ya que el hacer es en sí una fuerza.

Analicen las sociedades familiares: vemos que las mujeres frívolas, ineptas y degeneradas contribuyen con su actitud a debilitar las familias a las que pertenecen, y a las que empujan hacia una insana anarquía, pese a que ellas no hablen explícitamente en su contra. Y si, mientras la sociedad progresa, la mujer permanece inmóvil en un estado de inercia y de negativismo, esta será la clase de mujer que provocará la verdadera destrucción de la familia. Mientras que la otra, la mujer trabajadora, que sigue el movimiento general del progreso, lleva en sí la salud y la fuerza y podrá contribuir a la evolución de la familia, nunca a su destrucción; y su figura alcanzará un grado siempre mayor en la dignidad femenina y materna, hasta convertirse en verdadera señora y reina de su propia familia.

El principio general del feminismo que brillaba en el Consejo de Londres no era, entonces, contrario a ninguna ley social o divina: solo tendía a llevar estas leyes de la “teoría” a la “práctica” con un fin universalmente benéfico. Marcaba el despertar majestuoso de una vida nueva y fecunda, de la que los hijos de nuestros hijos recabarán un dulce y duradero bienestar.

¿Qué objetivo práctico tenía la imponente reunión de Londres? ¿Tal vez el de incitar al trabajo a las mujeres que ahora se ocupan solo de la casa y de los hijos? ¿Y su mensaje estaba acaso concebido para propagarse entre las familias y así alejar a la joven madre ama de casa de su hogar para obligarla a ocuparse de trabajos y cuestiones sociales?

No exactamente. El objetivo del movimiento femenino promovido por el Consejo es organizar las actividades femeninas ya existentes en todo el mundo: actividades impulsadas en gran parte por la actividad económica, que crea obreras, educadoras, profesionales, pero también por el progreso de la sociedad que, al multiplicar los medios