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Esta obra es una recopilación de artículos y relatos de tesis de Alberto Nin Frías donde el autor analiza y reivindica el pasado grecolatino y el espíritu del Renacimiento europeo. Entre los temas tratados se encuentran la filosofía, el arte, la literatura y el homoerotismo.
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Seitenzahl: 200
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Alberto Nin Frías
Saga
La novela del Renacimiento y otros relatos
Copyright © 1910, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726642483
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Todo acto sincero creo tenga el máximo de probabilidades de ser verdadero, y en literatura como en la moral, esto resulta incontrovertible.
La retórica por la retórica va desapareciendo, y si hoy me cabe la honra de esta plática sobre el Renacimiento, la debo á haber sentido su significado en lo más hondo de mi ser. Si el espíritu de cada cual se cultivara con esmero, á mitad de la jornada nos apercibiríamos de que, en realidad, no hacemos otra cosa que pasar por donde anduvo la sociedad humana. Cada existir representa su Edad Media y su Renacer.
Mi vida no fué excepción de la regla. Viví lealmente durante mucho tiempo apegado sóloála letra del manmiento. Entreví parte de mi error, viviendo frente á una naturaleza gloriosa, expansiva y soberbia. Reaccioné entonces de un pasado del que, por comprender lo que significó para el desenvolvimiento de mi espíritu, no me arrepiento. En ese momento de profundo análisis espiritual, vislumbré la solemne y libertadora influencia que tuvieron sobre la mente humana los siglos XV y XVI.
Traté ávidamente de conocer la época más grande del mundo, pero para penetrarla á fondo tuve que renacer, y también, como aquellos jóvenes florentinos, transportándome en alas del estudio, al hervor de su vida y á la inspiración incalculable de sus creaciones geniales.
Los artistas (lo enunció ya uno de los más grandes), á semejanza de los dioses griegos, sólo se revelan unos á otros.
Opino después de mi investigación que esta época debiera constituir una de las bases de toda educación seria.
Italia, en esos tiempos, era sin réplica la maestra del mundo. Por más adelantos de que nos enorgullezcamos en el seno de nuestra sociedad, no la hemos sobrepasado todavía. Y si queréis, cansados de uniformidad y medianía intelectual, gozar todavía de lo más exquisito de la vida, venid á tener nuevas de nuestra madre inmortal.
Como los iniciados en los misterios de Isis, me contristece no poder relatar, sino muy imperfectamente, lo que he aprendido en mi viaje intelectual. Si mis narraciones carecen de interés, no culpéis al tema, sino al hierofante que, acaso, aun no sabe oficiar á la perfección sobre el altar de la suma belleza.
__________
De Grecia quedaron el atleta y el artista: la belleza psicológica, la sacra belleza del coraje físico y el refinamiento de los sentidos.
El Renacimiento aporta otros dos predicados sociales. El arte deja de servir únicamente á la religión, pone al hombre bien parecido, hábil y afortunado, en el lugar de las deidades mitológicas ó de los personajes de la Biblia.
El campeón de esta edad es el condottiere en lo dinámico y el artista en lo metafísico; es hombre que lo mismo maneja el buril que el pincel ó el compás del arquitecto.
Más confiado en su propio vigor, el ser humano reproduce, enriquecidos, los atributos helénicos. La mente se ensancha en los libros, en los edificios, en los grandes organismos sociales y sorprende no ya la acción cercana, sino remota de los dioses.
Por eso se singulariza este período de casi dos siglos por un gasto extraordinario de energía mental en favor del arte.
La función artística traslada las visiones del espíritu á términos concretos.
Como antaño la escultura en Grecia, la pintura sobresale entre todas las actividades superiores.
El cerebro innovador tenta palpar el cambio advenido en el mundo, visualizando las ideas, que ya libres de la censura eclesiástica y política, tramontan como una nueva creación.
Los superhombres intelectuales gobiernan y apaciguan á la bestia humana. La sociedad se habitúa á las actitudes del artista: el desinterés, el placer noble, la alegría subjetiva, desprecio por la trivialidad y el crimen.
Para borrar la pesadilla medioeval, siglos de laboriosa gestación, el arte se brinda generosamente y cubre á la península de inmortales beldades, que tan de menos echan los artistas en los países nuevos. Fuerza es destruir toda imagen del mundo anticuado, inapto á los cultos de lo bello que durante veinte décadas forma el ideal supremo. Por él y para él se vive y se lucha. El estilo gótico cae en desuso, se eslabona la arquitectura de entonces con la de Grecia y Roma. Á todo trance, la sociedad huye del claustro y de lo lúgubre. Vida nueva, vivir exuberante, el arte entremezclado á todas las cosas, días alcióneos aparecen, porque se vuelve á considerar á la Naturaleza.
No debe limitarse esta revolución, espiritual, según Burkhardt, tan luego á una renovación de la clásica antigüedad, sino su trabazón con la genialidad del pueblo italiano.
El verbo humano es encarnado en la gloria de la libre Naturaleza. Á causa de la manifestación estética reconstruímos mejor la redención espiritual.
El arte á la sazón era puramente subjetivo, sin ningún elemento social consciente. Lejos nos vemos de la condenación del esfuerzo colectivo con que sueñan algunos teorizadores modernos. Artista vale decir individualidad y no puede ser de otra suerte sin falsear por completo el concepto. Á pesar de ello, estudiado de lejos, el conjunto histórico se pronuncia en todos esos fuertes creadores, que lograron, dentro de la sublime sencillez, los más recónditos secretos del arte.
Un humanismo de fuerza inagotable despuntó en ellos; porque siempre ocurre que siendo muy intensamente personales, reflejamos á la masa. Todo es uno y lo mismo.
Renacimiento é individualismo designan una misma cosa. Resucitad, para convenceros, los diversos Estados peninsulares y sus infinitas maravillas. Soñad en Venecia y la suntuosidad inenarrable de sus hijos. El vivo colorido de sus palacios, decorados por el Tiziano, el Tintoretto ó Pablo Veronese, surge junto al Gran Canal, La Guidecca, San Marcos, reluciente como un tizón encendido. Florencia, la Toscana, ningún libro soñado asaz voluminoso para aquilatar sus riquezas artísticas. Es el hogar del genio, si lo hubo ó habrá jamás.
El gusto más depurado, la fuerza más fecunda, una actividad incansable y la profundidad de la idea, diferencian á los admirables toscanos.
«Bellísima y famosísima hija de Roma, Florencia», la saluda el Dante.
En cada una de las iglesias, los cuadros, las esculturas ó los libros señalan una personalidad robusta.
Desde 1420 á 1540 los arquitectos toscanos levantan palacios como los de Pittí, Rucellai, Strozzi; iglesias cual las de San Lorenzo, Santo Spirito y otras no menos grandiosas.
El anhelo de rodearse de cosas bellas, favorece á los interiores, también otrora fríos y desmantelados. ¡Qué joyas de decoraciones muestran las salas artesonadas! Sus paredes decoradas de frescos monumentales, tapices de inestimable valor, ya sobre los muros ó los embaldosados preciosísimos; aquí y allá una virgen de Lorenzo di Creda ó algún mármol de Donatello, difundiendo por la estancia un rayo sereno de luz espiritual. Y olvidaba la policromía de los Della Robia, arte sedativo donde la vista reposa y se delecta en la fuerza armónica de líneas blancas sobre fondo azul.
El sol magnífico que baña esta ornamentación, se concentra en los patios estilo Brunelleschi, con su algibe de mármol, y allí confinan las magníficas gradas que conducen á las logias ó á los terrados luminosos. Si el detalle más nimio revela un ingenio superior en la parte arquitectural, ¿qué decir de los otros, de hermosura indescriptible, construídos sobre espacios escalonados donde el mármol matiza el verdor obscuro del ciprés? semejan sitios encantados.
Horas, días, años de exquisito contento de ánimo podríamos pasar en este recinto, casi confundible con la Urbe perfecta de Platón. Añoran en nosotros, á pesar del deseo de hacer labor puramente didáctica, líneas melódicas de una canzone que el Dante elevó á su mística dama:
Io non la vidi tanta volte ancora,
Ch’io non trovassi in lei nuova bellezza.
En Milán, si son menos las sorpresas, encontramos la Cena de Da Vinci, florentino al servicio de Ludovico Sforza; la Pietá de Giovanni, San Ambrosio, el octógono bizantino de San Lorenzo; el Ospedale, y á pocas leguas, la admirable cartuja de Pavía.
Sin el más leve error de apreciación, Walter Pater define el Renacer como un movimiento de variados aspectos que se caracteriza por el amor de las cosas del intelecto y de la imaginación por ellos mismos, juntamente con un anhelo de modalidades más liberales y hermosas en el vivir.
Insistiendo en lo propio, otro comentador genial atribúyele grandeza por no haber buscado resolución de ningún problema social ni preocuparse de ellos, sino haber dejado al hombre desarrollarse libre, bella y naturalmente. De este modo surgieron grandes artistas individuales y personalidades.
Existía en toda parte un febril encendimiento, del cual surgió uno de los mayores indicios del secreto que aun enropa á la vida humana.
La obra de la clásica antigüedad se mostraba cual el símbolo de la majestad. Una inspiración divina anima á los que describen su civilización, en el arte y la literatura.
La sociedad entera considera que una sola cosa perdura, la creación sugestiva del artista.
Tout passe, l'art robuste
seul a l'eternité.
Le buste survit á la Cité.
La mentalidad creadora de los italianos encuentra la belleza en todos los objetos, aun en los más modestos del lar doméstico.
La vida social adquiere una elegancia, una dignidad que solamente ha vestido en los áureos días del imperio romano.
Observad á los renacientes en sus archilujosos trajes, preparados con géneros deslumbrantes, ribeteados de marta cibelina ó armiño; miradlos en sus corazas labradas como joyas; en los cascos relucientes, terminados en grifos, quimeras ó dragones, vomitando fuego devastador.
Contemplad el soberbio retrato del joven gentilhombre atribuído á Rafael.
Se vacila entre la ponderación de la faz voluntariosa, el duro mirar, las cuidadas manos, el tinte de una frescura auroral ó de la veste carmesí, cuyo fulgor mitigan las tonalidades más apagadas del jubón del cuello de pieles. Los pliegues cadenciosos del manto, ejecutados á maravilla, son en verdad degli habiti antichi de esta civilización fastuosa. Á su lado la nuestra no cautiva ni conmueve.
Recorred toda la galería de Giorgione; sus discretos patricios venecianos ó sus suaves y delicados adolescentes, con visajes tranquilos, francamente aristocráticos. ¡Cómo seducen la urbanidad de los gestos y la elegancia del atavío! Inmóviles, hablan como Pericles, con los brazos retenidos.
«Vivimos en una época de carácter—nos dicen—, escuchamos á la única maestra capaz de enseñarnos cosa alguna, á la Naturaleza; gozamos noblemente de los sentidos; enaltecemos á los artistas, porque ellos eran los más aptos á transmitir en toda su pureza las imágenes del universo. Si acaso en nombre de una libertad ó moral políticamal comprendidas y peor empleadas, fuimos esclavos de déspotas, fué únicamente porque ellos acordaban al ingenio un lugar eminente. Conocimos la infinita paciencia que pone un sello inmortal á toda producción. Amamos la magnificencia que prestaba á todo acto el relieve de la escultura...»
Giorgio Borbarello ha sido bautizado con razón el Heraldo del Renacimiento. Sí que lo es, por la intuitiva desenvoltura que aureola por toda la gente de positiva influencia.
Una ráfaga de ansias sublimes sopla por sus telas de jóvenes, siempre seguros de sí mismos, maravillosamente prendados de alegría, esperanzados, ardorosos y entusiastas por el tiempo en que viven. Giorgione ha sabido encalmar para siempre, como Botticelli, los más sonrientes aspectos del Renacimiento; la exaltación romanesca, su salud tranquila, la esencia misma de esta olimpiada, su atmósfera espiritual, para decirlo todo con una expresión socorrida.
La belleza inexhausta del momento histórico, agiganta su profundidad al aislarlo de la parte política, pues si su arte fue. Ariel, el gobierno siguió la férula de Calibán y tiranizó á las masas.
Del lado de los contemplativos se avista la serenidad de las horas. El poder ejecutivo explota su acrecimiento de energía en satisfacer ambiciones de expansión territorial.
El arte, sin embargo, distrae aún de sus crueldades á los peores de los tiranos. Ni su astucia ni su ferocidad les inhibe proteger á las artes.
Á todos se impone el creador de belleza. El ré gimen, aunque imperfecto, concede al bel viver el primer puesto.
Benvenuto Cellini, varias veces asesino, escapa á toda sación penal. El mismo Papa es el encargado de disculparlo, sugiriendo que un hombre de tales condiciones está por encima de las leyes.
Ya antes de Clemente VII, Cosme, su abuelo, el pater patriae, había absuelto á Filippo Lippi de una grave falta, el rapto de una religiosa. Á la queja de los parientes de la monja, el gran ciudadano responde con el encierro. Dada el alma ardiente y exaltada del pintor, nada puede detener al enamorado. Fabrica con las sábanas de su cama una escala y huye para reanudar su aventura.
Por fin, Cosme de Médicis le otorga plena libertad, justificando su noble gesto con estas palabras que nos transmiten su pasión por el arte sublime:
«Que se le deje libre; los hombres de talento son esencias celestiales y no bestias de carga; no es menester encarcelarlos ni violentarlos.» Razón suficiente acompaña á Hipólito Taine cuando atribuye á los italianos de entonces el propósito de conducir la vida como una bella fiesta.
Donde la audacia personal, el virtu y el cálculo más sutil consiguen todos los éxitos, pocos escrúpulos pesan. Para descansar de los manejos y horrores que abocan en desmedidas ambiciones, recurren los poderosos al gran ilusionador, al mundo armónico delatado por el artista. El remordimiento se diluye como el azúcar en el búcaro cincelado por Cellini.
«Para asir bien el sentimiento particular de este arte exquisito—escribe la más penetrante de las pensadoras modernas—, examinad al mismo tiempo retratos italianos del siglo XVI. ¿Otra época? ¿Sobre todo otra raza? Bien quietos se mantenían en sus marcos esos italianos famosos por su verbosidad, gesticulación y pasiones sin tasa.
»Antes de posar frente al artista, quizá habían apuñalado á alguien ó lo hicieran al salir. En los retratos son de una inmovilidad sorprente; los ojos apacibles, las manos sin proyectos. Sucede que los grandes retratistas expresan con sus modelos pasajeros el alma fija de su raza y que hoy el inglés, bajo la fría corrección de las apariencias, está hondamente agitado, mientras el alma italiana, no obstante el medio violento, es de manera notable, tranquila... Sin embargo, existe un retrato del Tiziano en el cual se revela la agitación interior. Es la efigie de un hombre. Él no está allí para siempre, no posee la paz. Recuerda y quiere. Los más bizarros secretos palpitan en las niñas de sus ojos; se trata del cuadro de aquel joven inglés que se ve en Florencia» ( 1 ).
Á César Borgia le describen altanera la cara, la mirada de acero, el cuerpo erguido como una barra férrea, dotado de trágica superhombría. El Bronzino lo ha pintado en un pomposo jubón carmesí con aplicaciones de piedras preciosas. Bajo sus hispanísimos rasgos, en los cuales se piensa divisar sangre mora, vive este hombre-sierpe en una estética apostura. Poco molestaremos los manes de este bravo, cuyo puñal no respetó ni al mismo hermano, el atildado duque de Gandía. En los propios brazos del padre hunde el acero toledano en el cuerpo efebo de Perosi, facsímile de Antinoe.
Sin exagerar, semeja la divisa del momento: gozar ó matar.
Los que acaban en todo caso por imperar en la evolución social, son los espíritus constructores. En tanto que á los Borgias, algunos Médicis, los Sforzas y los Aragón de Nápoles y otros de su temperamento apasionadamente sensual y sanguíneo, se les resucita para promover la indignación, resplandecen con destellos siempre nuevos Lorenzo de Médicis, Juliano de Médicis, León X, Julio II, Miguel Ángel, Rafael Savonarola, Leonardo da Vinci, Pico della Mirándola, Policiano, Pulci, Boti celli, Correggio, Federico de Urbino, Leonardo Aretino, Maquiavelo, Alberti, Eneas Silvio Picolomini y otros, cuya sola enumeración necesitaría un infolio.
Detengámonos ante los mejores hijos del neopaganismo, frente á los que pensaron más personalmente. Los movía la religión de la belleza y un respeto, casi supersticioso, por la jerarquía de los talentos.
Adoptado el lenguaje divino del Dante, al mencionar á Tomás de Aquinas podría invocarse de ellos quienes «en la carne compenetraron más la naturaleza angélica y su ministerio».
Mirado de lejos, el Renacer aparece como un gigante adolescentuario. Al traspasar el umbral veremos animarse dolcissimo salutare, para servirnos de mentor, aquel mozo culto amigo de Giorgio Castelfranco.
Es hermoso, más hermoso que todos los Narcisos, por lo viril del continente y el señorío del robusto cuerpo.
Glabro, ancha la frente ambarina, los ojos serenos, llenas las mejillas y sombreadas por una abundosa cabellera que cae graciosamente sobre el cuello, se adelanta hacia nosotros en su veste violácea.
Pertenece, se adivina de inmediato, á esa sociedad veneciana, esencialmente aristocrática, que el Tiziano inmortalizará más tarde en sus magníficas telas. He aquí la altivez de la persona que, á fuer de bella, disfruta de todos los privilegios del patriciado y de una mente clara. Ha cuajado su ideal este mancebo garbo, lo que se lee en la emoción espiritual y se desprende de su noncuranza y la señoril donosura de la pose.
Este cuadro hermosea la realidad vivida, resucita el trabajo interno, sutil y múltiple; equivale á una biografía; está tomado cuando el joven había profundizado la sabiduría de su inocencia.
Aduna el análisis anatómico de la escuela en boga á la síntesis avasalladora de Rodin. Visión pascual, el existir está más influído aún por el ambiente de elegante epicureísmo que por las torturas de la sensibilidad moderna. Desconoce la evanesencia de la belleza, crepúsculo de la hora perfecta, la complicación angustiosa de ideas opuestas y criterios éticos en pugna perpetua. Sabe de la vida el instante adorable del refinamiento espiritual. El retratado respira la hermosura irónica de la victoria de su patria, como sus otros camaradas por bosquejear aquí. Aun el cuerpo humano en su fruición, es tenido por la más preciada ofrenda al Estado. El cuadro aludido, el más seductor de los de la época, luce todas las cualidades que eternizarán el encanto del Renacimiento.
Ese busto representa el despertamiento de la juventud después de los fatigosos sueños de una edad caduca.
Conozco entre las maravillas de Rodin, una estatua de adolescente que corresponde á esta pintura por su simbolismo. Es La edad de bronce, ático duplicado de ese mohín ascensional ejecutado por el hombre, toda vez que vitorea la intuición sobre el prejuicio secular.
Florencia y Venecia alcanzan la una el cetro del arte, la otra el del comercio; en el mundo no tienen rivales. Han recibido dadivosamente, con el imperio de la inteligencia, la virtualidad del físico.
Los habitantes de esas ciudades afortunadas, galardonan esa poesía íntima que inspira y sostiene á toda sociedad muy civilizada.
Este doncel de la luenga cabellera undosa, para distinguirlo una vez de todas, aparenta haber reunido en un haz la fruición de la vida quatrocentesca; encantadora, vibrante y poderosamente creativa.
Á Dios se le humaniza. Penetra la razón que el misterio del vivir involucra todos los devenires que nos acerquen cada vez más á la omnipotencia. Hase realizado el pensamiento de Cristo: buscad dentro del reino de los cielos. Ya no zozobran las apariencias engañosas: Elohin está más vecino á nos que lo que hasta la sazón ha dejado entrever el sacerdocio mediador. Ese es el descubrimiento inicial que agita á todos y les selecciona entre los representantes de la Evolución histórica.
Siempre que esa verdad ha sido escuchada ha florecido un notable movimiento artístico é intelectual.
Era en 14... cuando el Renacimiento daba sus más preciados frutos. La sociedad había desellado para siempre la fuente de Juvencía. El arte y el pensamiento, tanto tiempo comprimidos, rompían los férreos moldes. Los dioses que se creían perdidos, resucitaban más lozanos. Se sucedían sin cesar las justas, fiestas, triunfos y cortejos. Boticelli garzoneaba sus veinticinco años; Ghirlandajo frisaba veinte, y treinta y cuatro el Verocchio. Donde tan ardorosa juventud sentaba sus reales, fingíanse visiones de un mundo arrobador. La risueña y magnífica mocedad pontifica este amanecer. Sobresale el varón hermoso, espléndidamente modelado, voluntarioso, levantisco, capaz de las mayores pasiones y de la placidez más poética. Á juzgar por los pintores, el vestirse constituye un deber de los que más preocupan á estos enamorados de la vida terrenal. La plétora de artistas señala hasta el exceso la intensidad de la vida bajo las formas del esplendor esteta. El italiano sentía, en verdad, ser ciudadano del país más avanzado de la tierra. Todos los cuadros de entonces ofrecen crónicas en colores del desnudo personalísimo vivir. ¡Franca y vigorosamente se pronuncian, progresando en el descifrar de las cosas temporales y eternas!
Cuéntase de Luca Signorelli—refiere Vassari—que perdió un hijo en Cortona, rapaz, de singular belleza fisionómica y apuesto de cuerpo, que él amaba tiernamente. En su dolor, el padre desnudó al hijo, y con una constancia de alma extraordinaria, sin pronunciar una queja ni verter una lágrima, pintó el retrato de su hijo finado para poder, mediante la labor de su propia mano, contemplar lo que Natura le había dado y arrebatado una adversa fortuna. Con almas tan apasionadas y soberanas deleita remontarnos á las causas de la majestad itálica. L'uomo universale sólo podía aparecer entre estas atildadas personalidades.
Ampliando una inscripción esculpida al pie de un reloj de sol, en un yerto jardín de Venecia, podía resumirse la perfectibilidad de estos hombres extraordinarios:
«Tan sólo vivían cuanto las horas de la triunfal conquista de un alma más serena, más noble, más luminosa, más desbordante de amor por todo lo ascendente.»
Jóvenes agraciados, hermosas doncellas, matronas dignísimas, ilustres senadores, comerciantes, grandes señores, papas egregios, cardenales, embajadores, doges, á todos les han inmortalizado en la hora del éxito. Aun en los cuadros bíblicos, la irresistible dicha asoma al punto: el Cristo, la Virgen, San Juan, los apóstoles, los mártires, han pasado por la Hélada, grácil y sonriente. Allí perdieron todo sentir ascético. La canción compuesta por Lorenzo el Magnífico para el triunfo de Baco y Ariadna, anuncian tersamente el ansia de cosas nuevas, la busca del placer y el esplendor del lujo:
¡Quanto é bella giovinezza,
che si fugge tuttavia;
chi vuol esser liete, sia:
di doman non c'é certezza! ( 2)
Se vivía de prisa como si el momento siguiente suspendiese el sensorio de la belleza dinámica. Los personajes representativos mueren jóvenes. Pongo por ejemplo, la muy alabada Giovanna degli Albizzi y Simonetta dei Cattanei: Juliano de Médicis y Lorenzo Toruabuoni. Todos ellos fueron símbolos vivientes. La raza vuelve á beber el sol vernal. No gusta maridarse la belleza sino con formas juveniles.
Lorenzo Toruabuoni y su esposa, la preciosa Vanna, tejen, con su existir cercenado, la perfecta imagen de la exaltación efímera. Lorenzo de Médicis dispone su casamiento y lo hace celebrar en Santa María de las Flores. La novia llega al duomo, escoltada por quinientas doncellas pertenecientes á las más ilustres familias y vestidas de blanco. El acontecimiento se desarrolla entre los portales brónceos de Ghiberti, los bajorrelieves del Giotto y la cúpula de Brunelleschi. Los testigos oculares de tanta pompa se llaman Boticelli, Verocchio, Ghirlandajo, Niccolo Florentino. Casi al día siguiente estos artistas se preparan á perpetuar tanto fausto, sabedores de que este vertiginoso vivir no puede durar, sino extinguirse, mientras la cosa de arte se eterniza.