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«Sordello Andrea: Sus ideas y sentires» (1910) se trata de una ficción autobiográfica. Erroll Lionel, griego de nacimiento, comparte una relación pura y romántica con David Strathmore. Los adolescentes exploran su vida interior y se enfrentan a las imposiciones sociales de la época.
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Seitenzahl: 229
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Alberto Nin Frías
SUS IDEAS Y SENTIRES
(NOVELA DE LA VIDA INTERIOR
Saga
Sordello Andrea
Copyright © 1910, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726642476
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
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Este libro es una copa de oro vivo y perfumado, y aquel que para acercarlo á sí toma en su mano el eje simple y cándido como pieza forjada á una infantil memoria, la siente abrirse luego esplendorosa y abundante, como obra cincelada en gloria y plenitud de inspiración.
...Y el oro es vivo porque ha brillado en todos los ambientes, recogiendo al pasar el alma diversa de muchos pueblos y de muchas edades, á la luz y á la sombra, entre el fuego y la nieve, ante el fragor evolutivo y la quietud de las contemplaciones, proyectando en las imágenes antiguas un lampo original, y sobre el prisma vano el rayo de un eterno fulgor; prendiendo en la tiniebla bárbara una estrella del cielo cristiano, y sobre la aureola de los dioses sagrados la claridad de una sonrisa griega; luciendo en la quimera profana la solidez de su veta pulcra y en la profunda noche del enigma los matices fantásticos de un mito legendario... las patrias y las épocas con sus hábitos y sus teorías, sus triunfos y sus derrotas, sus pompas y sus decadencias, sus monumentos y sus ruinas fraternizan en un tibio reflejo,de modo que la historia se hace presente, la verdad se irisa, el horizonte crece, y hasta sobre la filosofía flota un vaho de primavera.
...Y el oro es perfumado porque el soplo humano y personal que le animó, soplo de un alto espíritu, le ungió también con la gracia perfecta del arte, y en el vaivén ilimitado y curioso de su excelsa vía, nunca turbó la propía guía espiritual, ni el surtidor de la emoción interna, ni le dejó perder jamás la pureza clásica y melodiosa del estilo.
Este libro, que es una copa de oro vivo y perfumado, está pleno de un sacro estímulo ideal, como un cáliz fecundo abierto al pensamiento infinito.
María Eugenia Vaz Ferreira.
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La personalidad de Alberto Nin Frías destaca admirablemente sobre el fondo gris de la nueva literatura americana, Rosee relieve natural, luz propia, grandes cualidades que lo nacen casi único, mereciendo el respeto, la simpatía de cuantos dan á la obra literaria algo más que el esfuerzo mecánico de la costumbre y no vacilan en escribir con sangre para probar que escriben con su espíritu.
Las letras americanas suelen ser, por desgracia, distracción de desocupados, cuando no pasatiempos de necios. Hubo una época en que el arte noble de la creación literaria quedala relegado para los políticos en vacaciones y para los niños el las primeras demostraciones de su actividad mental. Vuelto el político á la agitación de los comités y de las sesiones legisla ivas, hecho hombre el niño y atraído por ocupaciones de «carácter serio», no había nadie que se preocupara de la literatura, á no ser los políticos que á su vez quedaban vacantes y los nuevos jóvenes que salían á la vida, buscando unos y otros la notoriedad que por aquellos días daba un soneto ó un ensavo de novela...
Sin llegar hoy á tal extremo, tampoco el arte literario es lo que debiera ser. La vida agitada y tormentosa de América, esa vida llena de cosas inesperadas que crea la confusión heterogénea de razas aquí mezcladas, hace que las labores del pensamiento, las tareas dignificadoras de la creación intelectual, sean tenidas en menos de lo que valen, cuando no despreciadas en absoluto y juzgados como desertores de la fortuna colectiva los hombres que se dedican á algo más que á la reproductiva labor de acumular moneda sobre moneda...
Y ese equivocado juicio, ese concepto desgraciado del valor de la obra de arte dentro de los pueblos, cualquiera que sea su estado mental y su posición dentro de la marcha civilizadora, es la que aleja á muy altas y muy nobles inteligencias, forzadas á seguir otros caminos por la incomprensión general, obligadas por las necesidades del vivir á buscar más lucrativo campo de acción.
Esto hace que el arte literario sea en América labor secundaria, labor para los momentos de asueto, cuando el cuidado de la [fortuna ó la difícil lucha por el pan dejan un momento de reposo. No es la constante y pertinaz actividad de los que en ello ponen su vida, ni es la insistencia gloriosa del que lucha porque esa lucha es su modalidad vital. Los más escriben cuando pueden, cuando las circunstancias del vivir se lo permiten, cuando más urgentes ocupaciones no oponen un obstáculo á la obra de creación. Y así, esa obra carece de continuidad, muestra las vacilaciones, la inconsistencia de lo fragmentario, el mérito escaso de lo que no se apoya sobre toda una vida, entregada con generosidad que exime toda idea de sacrificio en aquello que constituye la propia modaldad, la esencia íntima del ser.
Algunos hay, empero, que á la vida del pensamiento le entregan por completo. Seres excepcionales, seres extraordinarios, desequilibrados en un medio donde el equilibrio es la vulgaridad mercantil, viven aislados, fuera de ambiente, desconocidos unos, olvidados otros, menospreciados casi todos por la masa burguesa, tan metódica, tan grave, tan aprovechada y «práctica». Son hombres aparte, hombres que aun creen en la bondad de lo bello; hombres que mantienen lailusión de lo justo. Sobre ellos caen las sombras del olvido, pero no lo lamentan. Felizmente, no han olvidado que la indiferencia del vulgo es una forma del silencio y del secreto, preparada por el destino. Viven en paz consigo mismos, entregados á la dulce labor de desarrollar su propia inteligencia, sin la preocupación de lo ajeno, sin la estólida pretensión de creer que con un libro, con una sinfonía, con una estatua pueden cambiar de inmediato la faz de la tierra. Saben ellos que la Venus de Milo dió á los hombres belleza y bondad, pero sólo después de haber permanecido largos siglos sepultada. El pensamiento sereno, la obra que se apoya en una idea de verdad y de bondad, necesita también de esa tierra de siglos que es la indiferencia. En la paz del olvido la obra arraiga. Cuando llegue el momento surgirán á la luz del sol las florescencias maravillosas. He ahí por qué debemos creer en la grandeza futura del arte americano: después de largas generaciones de menosprecio, de indiferencia brutal y bárbara, llegará la apoteosis y entonces se hará justicia. Entonces se reconocerá la importancia de esas vidas serenas, de esos hombres que hoy se obstinan en crear, viviendo su existencia sin la preocupación de un futuro que presienten glorioso.
En medio de la turbamulta de espíritus groseros, en medio de la gens literaria de nuestro tiempo y de nuestro ambiente, el nombre de Alberto Nin Frías ha resplandecido desde mucho como una promesa, hoy convertida en la más bella y esplendente de las realidades. Sobre los demás de su generación tiene la enorme superioridad de una educación excepcional. Esta le ha alejado de todas las mentiras de un arte que se mecaniza hasta convertirse en un oficio, más ó menos digno, según sean las condiciones morales del ambiente en que actúa.
La inconsistencia del medio americano se demuestra con harta claridad en la obra de sus escritores y artistas. Si éstos son menos grandes de lo que prometían y si el resultado de los esfuerzos laboriosos no es el que hacían suponer las grandezas materiales del ambiente, culpa es de la educación suministrada, muy diferente en verdad de la que reclaman las necesidades morales de la vida. No es este lugar apropiado para comentarios extensos en torno de ese problema; pero el sólo hecho de comparar la obra de Nin Frías—tan grave, tan seria, dignificada por un soplo de bondad—, con las de los más de su generación, basta para decir que las diferencias se deben á algo más fundamental que á las simples aptitudes personales de cada uno.
Mientras los escritores de esta parte de América pierden su tiempo en la absurda gestación de obras sin valor duradero, fáciles y triviales, como demostrando la inconsistencia de su propia mentalidad, Nin Frías se distinguió desde el primer momento por el entusiasmo reflexionado, por la constancia meditada y digna con que asumió sus funciones de escritor, que no podían ser las de «entretener» al público, como haciéndose perdonar el ser un prófugo de la actividad mercantil ó agrícola. Por el contrario, fué al desempeño de sus funciones literarias con gravedad inusitada entre nosotros, practicando un noble sacerdocio de alta cultura y de elevación moral.
Desde el primer momento, sin vacilaciones, sin desfallecimientos de ninguna especie, serenamente, se entrega á la crítica, y esto es lo que obliga á suponer y á afirmar que no es la diversificación de su gusto lo que así le encamina en la hora temprana en que el alma adolescente se entrega al azar de las facilidades cuando no le guía una sana educación superior. Nin Frías, en la edad en que otros vacilan, inquietos de un porvenir que no aciertan á definir completamente, ya tiene su camino trazado. Y es confortador verle aparecer en aquella hora temprana de su vida con un libro que por su carácter especial revelaba las excepcionales condiciones de su autor.
La aparición de Nin Frías entre los escritores del Río de la Plata, allá por 1899, puede señalarse como un acontecimiento de capital importancia. Era, después de muchos fracasos, la repetición de la bella promesa de un alto espíritu. Como él otros muchos habían comenzado, como él no pocos habían hecho concebir la esperanza de una firme y serena mentalidad dedicada á los estudios superiores, pero sobre la mayoría de ellos—y esto no ocurría en el caso de Nin Frías—, la educación, mala en todo sentido, había dejado paso á las ideas dísolventes del medio ambiente, haciendo fracasar todas las ilusiones tejidas en torno suyo.
Nin Frías venía de Europa: habíase educado en Inglaterra y en Suiza: su espíritu estaba contagiado de las ideas modernas y en su fondo había la base de una sólida creencia religiosa, contrastando con los indiferentismos que forman el concepto general de la juventud americana para cuanto se refiere á religión.
Su educación y sus sentimientos eran europeos; pero como su espíritu permanecía ligado á lo uruguayo por lazos de afectos familiares, su obra no resultó ajena al ambiente, ni aun en aquellos días difíciles del comienzo, cuando las orientaciones del joven escritor podían ser tomadas á cuenta de imitaciones, cuando la malevolencia disfrazada de crítica podía ir oponiendo peros y levantando suspicacias en torno de sus producciones.
Pero no importó la malevolencia de los eternos envidiosos, de los incapaces de nada serio, de nada útil. Nin Frías, después de establecer netamente su personalidad en aquel primer libro, Ensayos de crítica é historia, continuó la tarea difícil de enseñar, de instruir, de ser algo más que un hombre capaz de divertir á la masa en un momento de tregua de sus labores. Prosiguió su labor, y hoy, á los pocos años, puede ofrecer al aplauso de su pueblo el ejemplo valioso de una obra crítica del más largo alcance moral, digna y fuerte como una lección de vida. Ahí están los Nuevos ensayos de crítica, los Estudios religiosos, El árbol,Sordello Andrea, La fuente envenenada y muchos otros trabajos, porque esa misma realidad que valoriza su labor, seriedad altiva y digna, le hacen producir mucho, y no hay publicación, no se encuentra revista de algún valor, uruguaya, brasileña, argentina y hasta la misma prensa diaria, donde frecuentemente no aparezcan sus producciones, demostración de una firme voluntad.
Estudiar esa personalidad, seguir analizando su vida al través de su obra, puede ser de gran utilidad en los momentos presentes, cuando en el alma de la juventud americana se está produciendo una gran evolución.
Será, al mismo tiempo, rendir el debido homenaje á su constancia, á su infatigable voluntad, á su tesón, honrando en él á uno de los espíritus más altos y más dignos de la nueva generación, llamada en su país á muy altos destinos.
En un estudio crítico que al primer libro de Nin Frías dedicó Unamuno en La Lectura, de Madrid, hacía notar cómo la idea cristiana que constituye el fondo, la base de la obra de nuestro autor, le libraba de caer en el literatismo en que de ordinario sucumben no pocos literatos americanos. Evidentemente, la serenidad, la gravedad, el recto y sano criterio que informa toda la labor de Nin Frías, tiene su base en el cristianismo, en la idea cristiana, practicada, ampliada por un alto concepto filosófico, dando á la vida y á la obra todo el mérito de un alto ejemplo. Hacer literatura es en realidad cosa fácil. Hoy que la difusión de la educación permite ciertos lujos á todos, hasta al más inútil de los hombres, haciendo, como dijo un pensador francés, «de un imbécil inofensivo un imbécil ofensivo y armado», escribir es uno de los oficios más fáciles y cómodos, aun cuando no sea, por eso mismo, uno de los más productivos. Pero como en la mayor parte de los casos no se trata de un medio de vida, sino de un sistema para satisfacer vanidades, son cada día más los que se lanzan á la tarea literaria.
Pensar, en cambio, ya es más difícil, y para pensar se necesita algo más. Necesítase, ante todo, una sólida base de educación y de cultura, necesítase un fondo de moral que sólo puede dar el ambiente en que la inteligencia despierta. Y esto es, precisamente, lo que se encuentra en la obra de Nin Frías, diferenciada de la de los jóvenes escritores de su tiempo y de su país por esa idea cristiana, noble, serena y digna, aunque incomprensible en el ambiente de América, donde la fiebre de los negocios no permite pensar en esas cosas del espíritu dándoles toda la importancia de que han menester.
Ese cristianismo, á veces batallador, ha llevado á Nin Frías lejos de las corrientes habituales del pensamiento contemporáneo; pero en otras, por comprensible desviación de esas mismas ideas, le ha aproximado á ciertos aspectos de la gran lucha social. En todo caso, siempre ha dado valor extraordinario á toda su producción, alejándola de las trivialidades insubstanciales de la juventud americana, tan escasamente resistente á las influencias de ciertas novedades peligrosas. Ha sido ese cristianismo el que le ha evitado caer en la exageración de algunas doctrinas filosóficas que tanto atractivo encierran para la juventud. El atractivo de esas teorías consiste en ser accesibles, puesto que se limitan á la facilidad de una destrucción sistemática, sin necesidad de esfuerzo mental de ninguna especie, como lo exige toda especulación filosófica de verdad, que es siempre una construcción. Esta manera de ser no le ha puesto en el trance difícil de detenerse á medio camino para hacer una rectificación de valores, si bien con la satisfacción del que por lo menos conoce los medios de que se valdrán sus enemigos para atacarle, también con el dolor de reconocer una equivocación, con la angustia de sentir media vida fracasada.
Adelantar sin vacilaciones, adelantar sin volver la cabeza para despedir una ilusión, para esconder un remordimiento, eso es lo que pocos, muy pocos, pueden hacer actualmente. Todos hemos sido un poco exagerados, todos hemos entendido la juventud por locura y disipación, y todos ahora, en el momento grave de las responsabilidades, tenemos que proceder á una revisión de valores, negando mucho de lo que afirmáramos, volviendo á aceptar, como verdad más ó menos discutible, casi todo aquello que habíamos rechazado.
Pero felices aún aquellos que al volver la cabeza pueden reconocer ideas que ya habían sido suyas. Felices los que al buscar en el mar de la vida una idea salvadora á que asirse pueden ver brillar á lo lejos la luz que iluminó las noches suaves de su infancia... No importa la idea; todas ellas son buenas cuando se practican con serenidad y elevación; lo malo es carecer de ellas, lo peligroso es continuar, como en los días locos de la adolescencia, formando entre las filas de los que nunca tuvieron un principio, una moral, una fe... La idea cristiana útil ó despreciable, según la interprete Renán ó la comente Nietzsche, siempre merece agradecimiento, siempre se la debe respetar como una fuente de sana moral.
Acéptese ó no, la idea cristiana permanece en el fondo de nuestro vivir como un admirable foco de luz; y es dulce, es confortador en las horas tristes, en los momentos difíciles, volver atrás la mirada y saber que no estamos solos. La idea cristiana, aun desde lejos, aun abandonada, es sólida base para toda obra elevada y digna.
«En el arte sólo tienen importancia los que crean almas y no los que reproducen costumbres.»
Eça de Queiroz.
La primera obra de Nin Frías le presenta como discípulo ferviente del autor de los Orígenes de la Francia contemporánea, el famoso y nunca bastante ponderado Taine, cuyo positivismo mal parece adunarse con el misticismo que llena el alma del joven escritor uruguayo. Algo, empero, les une, y ese algo es el amor común á Inglaterra; la admiración que ambos sienten por la patria de tantos pensadores.
Taine es para el nuevo escritor americano algo más que un simple historiador y crítico. Es un verdadero maestro—entendida esta palabra en su más vasta significación—, tanto que algunos de sus trabajos de aquella época merecen llevar el sello del gran pensador. Merece citarse, como característico de esa inconsciente asimilación de un método, el Ensayo sobre la vida y obras de Taine, en que la aproximación de los espíritus ha producido la más exacta de las similitudes.
Los Ensayos de crítica é historia (1902), así como los Nuevos ensayos de crítica (1904), revelan la existencia de una personalidad vigorosa, cuya firme voluntad y serena inteligencia levantábanle muy por lo alto, por encima de un ambiente de vulgaridades insubstanciales y superficialidades dolorosas.
Son esas obras bellas promesas que el tiempo no ha desmentido. Á medida que pasan los años se comprende la seguridad que ya en aquel entonces animaba el espíritu del joven escritor, empeñado en tareas de dignificación colectiva, precisamente en los días tristes en que sus hermanos llenaban las vastas llanuras en el afán de la guerra y de la destrucción.
Siempre se ha distinguido el Uruguay por la constante producción de sus artistas y pensadores. Tierra privilegiada, donde el vivir parece concentrar en actividades excepcionales, la pequeña República Oriental se ha señalado en América por sus hombres, inteligentes y activos como pocos. En esa actividad, empero, ha habido siempre algo anormal; es una actividad un tanto enfermiza, como la de sus multitudes afanosas, constructoras admirables, que sin contar con lo porvenir se han lanzado siempre á largas y difíciles guerras civiles, destruyendo en un año la labor de veinte, y haciendo luego una paz apresurada—tregua más que paz—con objeto de reponer sus fuerzas, y haciendo de la normalidad lo anormal.
Hasta Nin Frías no hemos visto en la literatura del Río de la Plata al verdadero hombre de letras, al pensador que siguiendo una línea rectamente trazada hace de su vivir fuente fecunda de enseñanzas. Antes de él era la irregularidad, el tumulto; él ha enseñado la compostura, el orden, la sana reglamentación de la labor cotidiana.
Á los Ensayos siguieron los Estudios religiosos (1909), en que analizó el idealismo cristiano al través de un criterio protestante, y en los que se acerca más al ideal sajón, un tanto reflexivo, que al nuestro, latino, todo impulsión y entusiasmo.
En 1910 publicó El árbol, libro de bondad y de cariño, dedicado á los niños uruguayos, con objeto de enseñarles á comprender y á amar la Naturaleza en los árboles, y que alcanzó el más grande de los éxitos.
En 1911 publicó La fuente envenenada, ensayo de novela que más adelante estudiaremos, considerándola como parte integrante de Sordello Andrea, especie de autobiografía introspectiva. Y en los momentos en que escribo estas líneas está en curso de publicación una obra de alto interés espiritual, Marcos, el amador de belleza, que se relaciona íntimamente con el ensayo publicado sobre el Renacimiento italiano.
Esta última faz de su producción es la que más nos interesa, pues viene á descubrirnos un nuevo Nin Frías, un nuevo temperamento, una nueva manera de ser. La frialdad que á su espiritu comunicaba la sequedad austera del protestantismo parece fundirse al calor del arte. Sobre su espíritu, donde helaba sus tristezas la apacibilidad del dogma cristiano, florece ahora la flor del arte, alimentada por esa luz ardiente que viene hasta nosotros desde la época maravillosa del Renacer.
En Sordello Andrea, que tiene no poco de autobiografía bajo la apariencia novelesca, se hace notar ya su evolución hacia los campos maravillosos de la idea serena y límpida que el helenismo inspira.
Erroll Lionel, griego de nacimiento, resume en el más admirable de los tipos literarios ese encaminamiento hacia la grandeza de un ideal más humano y más puro. Como dice Nin Frías, sintetizando su propia aspiración, «quiso reunir en un mismo abrazo la virgen de los ojos claros y el Cristo del soñoliento mirar».
Sordello Andrea cautiva desde las primeras páginas. Algo incoherente, algo deshilvanada, como obra de memorias en que el autor pasa de lo vivido á lo imaginado sin transición de ninguna especie, tal vez desagrade á los artistas puros, á los amadores de la forma perfecta, de la corrección literaria limada hasta el exceso. Mas cuantos gusten de la idea pura y agrade seguir la evolución de un espíritu, desde los primeros y tardos pasos infantiles hasta la consagración viril del hombre, han de ver en Sobdello Andrea una síntesis de sus aspiraciones y anhelos.
«Novela de la vida interior» la subtitula Nin Frías, y ese subtítulo explica suficientemente la enorme cantidad de impresiones vertidas por el autor, que se ha complacido esta vez en volcar lo más íntimo de su espíritu—cosa por otra parte no nueva en él, pero nunca con tan grande y espontánea sinceridad.
Los capítulos referentes á la infancia y á la pubertad del héroe merecen detenido estudio. En ellos Nin Frías hace interesantes observaciones sobre psicología infantil, sobre educación y sobre moral, consiguiendo dar mayor interés á la que podría ser monótona relación de hechos sin importancia, como pueden serlo los que llenan la vida de un niño en ambiente de facilidades y placideces.
Las reflexiones que Sordello viene haciendo en torno de su existencia de niño le revelan creyente, monárquico convencido, hombre de autoridad y de fuerza. El arte viene después; el arte, para Sordello, es una espiritualización. Pero la aplastante filosofía práctica del ambiente sajón ahoga las expansiones artísticas, hasta que un momento más oportuno llega. La amistad desdobla el espíritu, ensancha el horizonte de los conocimientos, permite ver más claro y más hondo.
El hombre, en la soledad, interioriza en su propio ser, devor ándose en su propia llama. La amistad liberta, enseña á ver el mundo y á admirar y comprender las cosas. La contemplación de la Naturaleza enseña el secreto del vivir, y Sordello Andrea, en su viaje á Italia, tuvo la revelación maravillosa de la vida.
Esta era algo más que la frialdad temible de las meditaciones religiosas; había en ella mayores encantos que los de la reflexión en la hora triste de los grandes abandonos morales.
La visión de Italia, el estudio de la historia gloriosa y magnífica del Gran Renacer, la contemplación de sus obras de arte, llevan á Erroll Lionel—digamos mejor á Alberto Nin Frías—á pensar en la grandeza moral de la vida y en los múltiples encantos que ofrece al artista capaz de interpretarla.
Y es desde este momento, con su estudio sobre el Renacimiento, con Marco, amador de belleza, cuando Nin Frías parece decir su adiós conmovido y entusiasta á las meditaciones filosóficas de que llenó su alma la influencia del ambiente sajón, para entrar, gozoso y alegre, en la senda luminosa del arte, inspirado en los eternos ideales helenolatinos.
La disparidad de criterio entre las dos razas que se han disputado el reino del mundo y que continúan disputándoselo, aparece visible en esta evolución de pensamiento en el joven escritor uruguayo, que se ha entregado con alegría inusitada al descubrimiento de esos nuevos horizontes que antes ni siquiera sospechaba.
La belleza no se le muestra ya como un arte del demonio. La gracia de lo existente aparece como una compensación de las amarguras sufridas, y el espíritu comprende que la vida se ha obtenido para gozar de ella, para vivir la plenitud del esfuerzo.
Un nuevo ideal surge en el alma cuando se estudia de cerca la época luminosa y ardiente del Renacimiento. Estudiando esa edad maravillosa se comprende la dualidad histórica, el equilibrio moral que sustenta el mundo, las grandes afirmaciones y las negaciones terminantes, la sombra y la luz, que po nen de relieve las acciones humanas.
La historia, á partir del Renacimiento, ha sido sofisticada. Se nos ha enseñado que todo el esplendor de aquellos días ocultaba la más honda miseria moral, y en vez de permitir el análisis comprobador pretendióse cerrar con triple llave el arca de los secretos. Harto tiempo se respetó la voluntad del misterio; pero al fin se ha impuesto la verdad y hemos podido comprender que en el fondo de ese grandioso drama del Renacimiento no había lo que se nos dijera; no era la verdad lo que triunfaba con Lutero; como bien dice Peladan, «un triple amontonamiento de mentiras nos oculta el radioso Renacimiento: el odio de los septentrionales contra la hegemonía meridional que llena todos los manuales; la sistematización de los reformados que se comprometieron en descubrir el Anticristo al Vaticano y la pusilanimidad del mismo Vaticano, que se avergonzó de León X y de su humanismo».
El odio á la verdad radiante y esplendorosa de los cielos latinos empujó la mentira y la sostuvo durante cuatro largos siglos. Pero al fin se ha comprendido cómo debía interpretarse la historia, y ya no se avergüenza el espíritu de lo que hace medio siglo causaba rubor.
Hemos aprendido á interpretar la vida y no se nos oculta que la rectificación de muchos errores se impone. Macaulay mismo, uno de los grandes genios de la literatura crítica, se avergüenza en sus Estudios literarios de aquella obra maravillosa que se llama El príncipe. Macaulay, en el fondo un hombre sencillo, repleto de escrúpulos á la manera sajona y protestante, no podía comprender «sin escándalo y horror», el célebre tratado. Decía Macaulay que «un lujo tan cínico de perversidad, expuesta en toda su repugnante desnudez, fría y sistemáticamente, y elevada á ciencia, antes parece obra del infierno que no producto del ingenio humano».
El famoso crítico, á pesar del talento político dem ostrado en sus campañas contra los tories,