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Esta obra, subtitulada «O la casa de los sueños» y presentada como «Novela de un discípulo de Platón durante el Renacimiento; el libro del alma hermosa», cuenta la historia de Marco, un hermoso joven florentino que, convertido en gobernante, instaura un sistema que consiste en «reformar lo bello».
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Seitenzahl: 228
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Alberto Nin Frías
Ó LA CASA DE LOS SUEÑOS
(Novela de un discípulo de Platón durante el Renacimiento) (EL LIBRO DEL ALMA HERMOSA)
Beaucoup d’entre vous ont une meure spirituelle, indépendante de leur demeure matérielle.
Saga
Marcos, amador de la belleza
Copyright © 1920, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726642469
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
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Esta Casa Editorial obtuvo Diploma de Honor y Medalla de Oro en la Expsición Regional de Valencia de 1909 & Gran Premio de Honor en la Internacional de Buenos Aires de 1910.
Quien más sabe de gloria sabe más sentir de pena.
F . De herrera.
El más puro padecer trae y acarrea el más puro entender...
Navarro ledesma.
Dakuóen guelasasa, palabras sublimes que el divino Homero pone en boca de Andrómaca ante el susto de su hijito Astianax, sorprendido por la deslumbrante presencia de su guerrero padre, son las que me vienen en mente al prolongar este ensueño de la dorada mocedad en flor.
Antes de pasar de lo real á lo imaginario, dos palabras, caro lector.
Vivía Sordello Andrea, griego de origen, inglés de crianza, en un país sin ideales, donde la gente existía vegetando, lo más fuera posible del trato de gentes.
Haec est hora vestra et potestas tenebrarum (Esta es vuestra hora de tinieblas), díjole su alado espíritu. Vedábanle la acción fecunda encumbradas personas parleras que todo lo disponían á gusto de su envidia, infatuación é ignorancia supina. Aunque animoso, viril y robusto, sólo le quedaba un recurso: el ensueño. Esta obra fué su sueño. Aprendió por ella á ver las cosas desde lo alto.
A thing of beauty is a joy for ever.
Its loveliness increases; it will never
Pass into nothingness.
Grande sólo por la mente y poderoso por el amor á la belleza, todo en Sordello quería ser anchuroso y amplio. Rebelóse el artista contra la servidumbre, y tuvo en el dolor su cuarto de hora de gloria pura y santa.
Comprendió lo que los helenos entendían por la pureza de la línea y de la forma. Saber buscó entusiasmado el helenismo que el Renacimiento resucitó. Sintióse frente á esas dos sublimidades cual Benjamín Haydn, cuando recién fueron descubiertos los mármoles de Elgin.
Rodeóse de influencias griegas y renacientes por el puro deseo de vivir más y mejor.
Luego se puso á meditar para él y los que aun conservan en el corazón nobleza de raza.
Por este ideal vivió ufano en medio del rigor y pudo alentar, aun en el yermo espiritual, su anhelo de libertad personal, de paz, de hogar, de amistad, de amor, que es el afecto de Dios.
Su vida aparecíasele, entre un círculo de insidias y suspicacias, cual la de aquellos mancebos en la flor deslumbrante de su juventud, hijos de poderosos reyes sojuzgados por el águila romana. Condenados á galeras, semidesnudos sobre el banco de forzados, aun mantenían tersa la frente, altivos los ojos y el continente bello de guerrera estirpe. Al remar sobre las aguas tranquilas, al resplandor de una noche de luna, podían olvidar su amargura mirando serenamente el infinito luminoso y creerse aún grandes. Á gusto podían soñar en los opimos frutos que su poderosa juventud podía asir tan fácilmente. Pero... el camino es eterno; efímero, sombra evanescente, el viandante. La inmensidad oscilante los conciliaba con sus verdugos. Pobres hombres eran ellos, que en la violencia de su vacuidad intelectual y afectiva no sabían lo que hacían. Despreciaban á quienes mejor podían servirles, ya con noble fidelidad de amigo ó la luz de su cerebro.
Ninguna envidia, pesar alguno remontaban al deshecho corazón de la gran alma en pena en aquellas noches de embeleso lunar.
Las estrellas bailarían siempre así divinas. Babilonia, Nínive, Grecia, Roma, eso era lo irreal fundamentalmente, lo que no existía; la eternidad sólo era lo real, lo inconmovible.
Á pesar de lo enseñado en los palacios de mármol, cabe las telas flordelisadas, las copas escultas, las almas desenvueltas y de la sugestiva helenización, hallo que el héroe Marcos sólo era el mismo Sordello, bajo el disfraz de un mortal fascinador. Un ser grande es de toda edad...
Á quien belleza y amor han moldeado,
vive para siempre, para siempre.
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Á todos los amantes de la belleza y el pensamiento sereno, como lenitivo de la incultura ambiente, recomiendo este libro del alma hermosa...
Alberto Nin Frías.
Nur wer der Sehnsucht kennt,
Weiss was ich leide!
Klein und abgetrennt von aller Freude
Seh ich aus Firmament
Nach jener Seite
Ach! der mich liebt und kennt,
Ist in der Weite
Es schwindelt mir, es brennt
Mein Eigerweide
Nur wer dee Sehnsucht kennt
Weiss wass ich leide.
Kennst du das Land, wo die Zitronnen blühn,
Im dunkeln Laub die Goldorangen glühn,
Ein sanfter Wind von blauen Himmel weht,
Die Myrte still und hoch der Lorbeer steht?
Kennst du es wohl? Dahin!
Dahin! möchte ich mit der, o mein Gehebter, ziehn
Kennst du das Haus? auf
Saüler ruht sein Dach
Es glünzt der saal, es schimmert das Gemach
Und Marmorbilder stehn und sehen mich an;
Was hat man dir, du armes Kind getan?
Kennst du es wohl? Dahin!
Dahin! möchte ich mit, dir, o
Mein Beschützer, ziehn
Kennst du den Berg und seiner Wolkensteg?
Das Maultier sucht im Nebel seinen Weg,
In Höhlen wohnt der Drachen alte Brut
Es sturzt der Fels und über ihn die Flut:
Kennst du ihn wohl? Dahin!
Dahin geht unser Weg, o Vater, lass uns ziehn!
Goethe. —Lied de Mignon.
El viaje á Italia fué un momento decisivo en el desarrollo de Sordello Andrea: egresó del círculo encantador, mas limitado, del hogar. Su pequeña alma, sin despojarse de candor é inocencia, conoció la sensación de alegría desbordante que se apoderó de los diez mil ante el mar: ¡Halata! ¡Halata!
Finalmente el joven contemplaba su patria definitiva, porque donde es mayor el número de cosas bellas, allí sólo puede estar tranquilo nuestro corazón. En Italia, por la cual suspira todo verdadero artista, como la Mignon de Goethe, renació el alma de Sordello, despertósele el sentido literario. Su alma, blanca y pura, recibió—sugerido por el cielo de Nápoles, las ruinas de Pompeya, el Vaticano, Florencia, Roma, Venecia, para reducir á nombres tanto deslumbramiento—la impresión más profunda de su vida. Á ello debe, años después, el haber reunido en un solo haz el amor al Cristo de Leonardo y al Apolo de Bellvedere.
El tiempo, en su vuelo incesante, transmuta glorias de antaño en sueños de arte.
Italia proclamaba para Sordello el goce del vivir dignificado por el arte y la energía. Quiso reunir sus impresiones dispersas sobre la península eterna, impresiones nacidas en una época inmaculada, entre todas sinceras, y escribió Marcos, Amador De La Belleza. Es la fruición de su apasionamiento por Florencia, cuya grandeza no cesaba de ponderar. Y había en ello, por así decirlo, la nota ancestral, el eco lejano de su raza, que pretendía, no sin razón, haber emigrado á Atenas, en los tiempos que Pisa y Amalfi eran las reinas del mar Mediterráneo.
Cuando un Marcos nace, el mundo hospeda al superhombre.
Precedo, pues, la adolescencia pensativa de Sordello —el diario íntimo del viaje clásico con sus ingenuos balbuceos, su admiración serena, pero profunda—con esta novela corta. Preludio alguno podrá ajustar mejor nuestro psique á las más puras melodías de un artista que amanece.
Durante un día sereno, sentado yo en la pendiente rápida de una colina boscosa, mi espíritu se confundió con toda la belleza del árbol, cielo y aire puro. No sé por qué coincidencia reposó mi pensamiento en Florencia, y como sueño de una época gloriosa, vi desarrollarse las escenas de este cuento. Ha sido la última excursión al país de los ensueños infantiles, cuando amaba revivir la historia. Era entonces tan ardiente y plástica la imaginación, que los pájaros del aire, los peces del mar, los hombres de las cavernas y los camaradas de las villas, las reinas, princesas, hadas y gnomos, hacían cortejo al vuelo de mi espíritu. Mis armas no conocían la derrota; poseía el casco de la invisibilidad, las botas de siete leguas, la llave abridora de todas las puertas y la varita que transforma todo en oro. Era feliz: el invencible, el conquistador y mi reino, la infancia que ya jamás volverá á alegrarme. Este cuento fué el último de mis ensueños.
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Un dolce amaro, un si e no mi muove.
Á Vagn halfdan le Normand Simesen
dedico este libro del alma hermosa,Marcos , Amador De La Belleza , como homenaje á un afecto que tantas cosas hondas y bellas hizo decir á los más insignes intérpretes del humano Renacer. Me refiero á la amistad entre seres fascinantes y hombres de una vasta mente. Majadero sería citar á Shakespeare y el joven de principesco vivir á quien dirige su joyel de sonetos; recordar al cumplido caballero de la corte de Isabel de Inglaterra sir Philip Sydney fuera baladi; evocar á Leonardo da Vinci y sus discípulos adorantes, todos posesos de alguna condición física atrayente, ó pasar por algunos poemitas del diván persa de Goethe á Johann Joaehim Winckelmann, para quien la amistad inspiradora fué uno de los más poderosos motivos que hizo viviente su helenismo.
Tras toda cosa exquisita hay algo trágico.
Alberto nin frías.
FIÉSOLE
El sol se levantaba sublimemente sobre la ciudad dormida. Florencia, la capital del pensamiento y del amor á lo bello, se deshacía del velo que ocultaba sus encantos como una joven desposada. Aun yacía en la semiobscuridad la grandeza de los palacios y la esbeltez de los campanarios. Por momentos se iluminaba la cúpula de Brunelleschi y el campanario de Santa Cruz erguíase complacido á los tibios rayos del sol naciente.
En el palacio Pitti reinaba el silencio augusto. El Arno corría terso y suave bajo el puente marmóreo de la Trinidad. En el de los mercaderes comenzaba el movimiento pintoresco del abastecimiento local.
En los jardines de ensueño la frescura matutina penetraba gozosa á desperezar los cipreses y los álamos. Los rosales y lirios glorificaban á la aurora en sus vestes húmedas.
La mañana se anunciaba por el tañir de la campana del monasterio de Fiésole, que dominaba el Arno. Entre olivos y castaños, con la vista hacia Florencia, Fiésole se presenta como uno de los sitios más bellos del mundo.
Los monjes del célebre retiro eran llamados á maitines. Por los largos claustros, que un Luca della Robbia había ornamentado de clásicas molduras y bajorrelieves inspirados, caminaban los frailes, con el príor á la cabeza, en dirección á la iglesia.
Entre ellos se destacaba un joven de diez y ocho años, de porte digno y proporcionado. Su belleza era extraordinaria, de aquellas que nos maravillan. Giorgione parecía haber dibujado sus ojos profundos y lucientes; Boticelli los abundantes cabellos áureos. La dulzura característica del peregrino de Fra Angélico brillaba en su rostro. El encanto radiante de la juventud le circundaba como un nimbo de luz. La mirada serenísima revelaba una mente en éxtasis. Parecía caminar de nuevo sobre el mundo, Narciso ensimismado de su propia perfección. Era Marcos, heredero al protectorado de Florencia. Pertenecía á una de las familias más renombradas de la época, tan célebre por su sagacidad refinada como por su amor á lo bello. La mórbida herencia se había detenido en este príncipe, cuya vida era tutelada por la contemplación de la belleza. Sucedía en su favor lo que observara Goethe cuando una familia se mantenía por largo tiempo: la Naturaleza acababa por producir un individuo que encerraba todas las cualidades de sus antepasados, uniendo y complementando todas las disposiciones hasta entonces latentes.
Sus padres habían muerto envenenados, se decía, víctimas de la envidia que les tenía el déspota reinante, su tío. Por un milagro había escapado de la misma suerte el apuesto adolescente. Fué recluído en el monasterio de Fiésole con el designio de que se hiciese monje. El perverso deseo del tirano no se cumplió: Marcos creció como heredero presunto al gobierno de Florencia. Era él uno de esos seres que con su presencia nos hacen olvidar el mundo y sus mezquinos intereses. Atraía y sugería grandes pensamientos. Á su lado se sabía lo que debía ser la paz divina. No se borraban sus enormes ojos abiertos á lo invisible.
Su prodigiosa personalidad vivía en la belleza.
Sobreponiéndose por una esmeradísima educación á las crudezas bárbaras, su intelecto habíase emancipado por completo. Pasaba por la Italia de Maquiavelo y César Borgia como un Samuel.
No en balde había crecido en el destierro cerca de sus dulces padres, en el silencio maravilloso de un castillo que se alzaba vecino al mar Tirreno.
Había visitado la Hélade y Tierra Santa con su padre, noble caballero y erudito. Corrían boatos extraños sobre la infancia del príncipe. Gustábale manejar valiosísimas telas para figurar á Salomón, César ó Heliogábalo, arquetipos del esplendor humano. Cuando niño, su mayor deleite consistía en dar representaciones teatrales con los pajes y nobles jóvenes de su séquito. Gran movimiento reinaba entonces en el castillo. Se bajaban tapetes, cuadros, armas, cotas de malla, sedas y joyas. Organizaba cuadros vivos que sugerían las delicias de las cortes orientales ó el triunfo de algún emperador romano. Su espléndida madre, Beatriz de Saboya, veía en esta sed de lo eterno bello un pronóstico de próxima exaltación para su hijo.
Lo fantástico, lo singular, lo refinado, le atraía. Nada satisfacía tanto su instinto estético como andar en góndola, ricamente cubierta de paños y embalsamada por perfumes de Oriente y flores de la primavera. Á la luz argentada de la luna y al son de la viola ó el mandolín, se paseaba por el mar acompañado de dos amigos favoritos, Ghiberti de Carregi y Astor Manfredi, tan luminosos y agraciados como él. Durante esas noches de paraíso había balbuceado esta canción alada:
Llévame, góndola ligera,
do no hay pena;
boga, boga sobre el azul del mar;
del mundo huyo con mi amor.
Á lo lejos, de la sirena oigo el fascinante cantar.
y el abismo me atrae cual el placer.
Anda, anda, botecito,
cada vez más lejos,
mientras me mezcan brazos amantes
y despierte en la infancia de oro.
Á lo lejos oigo de la sirena el fresco cantar:
el abismo me atrae como el sol...
...Á veces desaparecía del castillo desde el amanecer con el infortunado Astor Manfredi, que pereció á manos de los sanguinarios Borgias. Tenía por entonces diez y siete años, y eran sus formas tan gráciles, que podrían haber servido de modelo al San Sebastián de Giovanni Bazzi. Cuando salía palpitante de su baño en la laguna del bosque, esparcía tanta gracia y armonía su cuerpo perfecto, que era fácil y encantador transportarse á los tiempos cuando el mundo adoraba á Diana y Apolo.
En el ambiente lleno de paz los dos amigos leían á Platón, con esa avidez por la antigüedad que indujo á Segismundo Pandolfo Malatesta á traer de Grecia los despojos mortales del filósofo Gemistos Plathon y enterrarlos en la soberbia iglesia de San Francisco de Rímini. La amistad de los dos jóvenes era apacible, espontánea, inspirada como el alma entusiasta y fervorosa del maestro ateniense. En el diálogo de los discípulos sobre las ideas gubernamentales del Divino, se exteriorizaba la dignidad de futuros gobernantes esclarecidos. Un observador hubiese atisbado en los rasgos antinoianos y los gestos elegantes el poético heroísmo y el coraje ideológico de la adolescencia, el encanto de ser estudioso, el culto del arte y la amplitud en la comprensión.
Benvenuto della Robbia, escondido tras un árbol, escuchó y refirió después en sus relatos de esta corte la conversación siguiente sobre la evolución del gobierno, según La República.
Como ofrenda á la memoria del maestro que encendiera tan poderoso amor en las almas jóvenes, se empezó el estudio con este soneto en alas de tierna melodía:
¡Gentil mariposa que vuelas hacia un lirio,
susurra al oído de quien, como tú,
liba la quintaesencia de la fruición!
¡En ti medito, Platón, ateniense pensativo,
con mi hermano del alma, Astor magnánimo!
¡Oh maese beato! ¡Ven á nuestro sabio ágape,
á posar con gesto ritual la hostia
del saber todo, potente, ideal!
¡No te atrae nuestra melodiosa juventud,
ebria de lo infinito!
Tus dioses son los nuestros.
La amistad nuestra rústica, fraterna, profunda,
¡ven con nos, como en divina alegoría,
estrella de Atenas, intérprete de Dios!
Se hizo una pausa anhelosa, y luego habló Astor con voz musical:
—¿Recuerdas, caro, la postrer lección de maese Marcilio Ficino sobre las formas sucesivas del Estado? El Divino considera á la aristocracia como el reinado ideal de los filósofos. Es el gobierno de los guardianes el concepto del estado perfecto. Cuanto se realiza en el mundo tiende luego á decaer. Se llega á la fruición tan sólo para desaparecer. La perfección fuera en ese sentir uno de los medios dispuestos por Natura para el aniquilamiento. El primer paso hacia otra forma se debe á la falta de sabiduría por parte de los guardianes. Ello subleva á la clase auxiliar. La timocracia se pronuncia. Honor relativo, amor á los puestos por la aureola en que se ven envueltos los agraciados, figuran entre las aspiraciones de los timócratas. El militarismo florece.
—Pasemos á la oligarquía—interceptó Marcos, y prosiguió en el tono abstracto que daban sus estudios:—Los guardianes se manifiestan avaros: el comercialismo se infiltra en las transacciones del Estado. La Naturaleza, apetitiva, busca satisfacerse. La ola del poder se dirige hacia la clase artesana. Constatemos aquí la transición entre el deseo y la voluntad. En seguida tenemos la democracia, reina de los apetitos. Impera el tercer elemento de la trinidad social. El lujo y la licencia se extienden á todas las clases. Este estado conduce al relajamiento, de las costumbres.
—La intuición de Platón es maravillosa—añadió Astor—; paréceme leer la ciencia de las mentes humanas en sus relaciones entre sí. La tiranía está madura para manifestarse. En el conflicto de los diversos apetitos, uno llega á preponderar sobre los demás. Impera entonces el deseo, la ambición del mando con el fin de impedir á la sociedad gobernarse á sí misma. Todos estos cambios, como es presumible, van precedidos de reacciones mentales y morales correspondientes. Cuando la aristocracia pierde sus raíces en el alma, declina y el guardián se vale de la astucia para gobernar. Considera al poder como un medio para enriquecerse. El hijo adora abiertamente lo que el padre cuidara de ocultar. Aunque todavía se deje guiar por la razón, adquiere más coraje. El joven timócrata ha perdido el amor á la sabiduría por ella misma y trasciende las consecuencias puramente éticas y espirituales. Á fin de distraer la opinión pública de su persona, fomenta la guerra. Abandona la serenidad del pensador por la agitación tumultuosa del héroe. La pasión del mando le impulsa á rodearse de una escolta, reclutada entre los que le admiran sin reserva. Como Julio César en Roma, se granjea el favor de los esclavos. Al establecer su guardia personal, le otorga verdaderas ventajas sobre las otras clases sociales.
—El joven oligárquico que le sucede—prosigue Marcos, cual si la mente de los dos mancebos tuviera, como el dios Jano, dos órganos de expresión—debilita el elemento heroico que aun seducía á su padre. Según aconteció otrora con la sabiduría, sucede ahora con el heroísmo. La riqueza embota los sentidos del mandatario. No puede sustraerse á su fascinación. Acaso su madre le señale muy quedamente el camino del éxito; son los contratiempos en que incurrió su padre. «No podrías ser más mundano, hijo mío», le susurra la madre. El joven cede al deseo y como Adán corre á gustar de la fruta prohibida. La fe que sus abuelos cifraron en los dioses invisibles, él la pone en los cofres fuertes. Sale apasionado del jardín de la razón divina para experimentarlo todo. No exige de la experiencia finalidad alguna, sino el goce del momento fugaz. Sólo permanece del lado asoleado de la casa del vivir. Aleja y evita todo pesar, toda fealdad. Á veces, si el alma conserva cierta pureza y la inteligncia no se ha eclipsado por completo, cultiva como lenitivo al remordimiento el amor á lo bello. Entonces, de repente, se revelan las aptitudes artísticas de la raza. El humor batallador, la conciencia, ceden á la imaginación en busca de oro. Es la situación de nuestra Itálica adorada! ¿Hay mayor placer para un príncipe que el ser recordado por grandes obras de arte? Decía el abuelo que dentro de cincuenta años nos expulsarían de Florencia, pero quedarían la Academia, San Marcos y las colecciones inestimables de libros y manuscritos reunidos por él. Los vicios de la sociedad y del tirano pierden parte de su fealdad en esta época sanguinaria y esteta, al rodearlos de tanta cosa magnífica y hermosa. El déspota gobierna halagando á la clase baja. Ésta finaliza por imitar su desenfreno en los apetitos. La armonía de la comunidad ha sido destruída por vez primera. Los ricos aparecen, y con ellos el pauperismo. Precipita este desequilibrio el avance del joven demócrata. Es él un usurpador: sin rastrear su origen á la clase más alta, ha vivido en su contacto, envidiándola desde el fondo de su corazón. Reflexiona sobre los medios de derribarla en su provecho. Ha gustado de todos los privilegios. Hasta entonces ha sido cortesano. Para servir su política se hace simpático á todos: adula al pueblo. En momento propicio lucha contra la aristocracia y termina gobernando despóticamente.
Hubo una pequeña pausa. Cada cual admiraba atentamente la sabiduría del maestro. Sentían en su dulce plenitud ese goce particular de comprender á fondo una gran idea. Mas no era posible continuar meditando ante la belleza tranquila del bosque. Por encima de los castaños primorosos se adivina el argentado hilo de agua que serpentea al pie de la colina. Una melodía fresca como la sonrisa de una joven flotaba en la atmósfera de paz: provenía de una cascada artificial, protegida por juveniles tritones y náyades esquivas hechas de mármol. En lontananza cual un punto brillante perfilábase Florencia, misteriosa como la adorable alegoría de Sandro Boticelli.
Si llamado á simbolizar su ciudad natal, el Tintoretto escogió por tema el paraíso, el sibarita florentino sólo podía pensar en la primavera.
Ardillas satisfechas de su libertad, cruzaban de cuando en cuando las largas avenidas de cipreses y olivos. La luz semejaba haber esparcido por sobre todos los objetos ligero polvo de oro, tan luminosos se destacaban ellos.
Imitando á los mil seres que por allí corrían, Marcos y Astor se echaron á correr. Asidos de la mano bajaron vertiginosamente la pendiente, mientras el goce del vivir más profundo dictaba á Marcos esta cancioncita:
Musita mi alma la mayor alegría.
Quisiera siempre permanecer en este momento,
¡Cantemos juntos á Apolo, vivamos en lo bello!
Eternamente unidos, como filósofos reinemos.
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El crepúsculo de esa tarde singular sirvió de ejemplo á Guido Reni para su grandioso triunfo de Apolo.
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La fausta nueva
La procesión ingresó en la capilla.
Meditabundo, Marcos se sentó cerca del prior. Vestía soberbio traje: malla celeste y jubón de terciopelo azul ribeteado de armiño. Un cinturón de hilo de oro, incrustado de inmensos diamantes y zafiros, ajustaba el talle. Sobre el pecho ostentaba una gran cruz bizantina, resplandeciente de piedras multicolores. El déspota sólo podía haber dirigido en parte los acontecimientos.
Marcos nunca habíase sentido tan feliz como en este ambiente de arte y santidad. Los monjes de Fiésole eran todos artistas, y de no escasos méritos. Construían su basílica, pintaban sus amplios muros y esculpían las imágenes de los santos. El joven se hizo querer de todos y ejercía la autoridad de su buen gusto. Vivía como soberano en un vasto relicario de arte. Frescos del Giotto; algunas vírgenes del idealista Sandro; madonas de Filippo Lippi; bambinos del Verrocchio; cuadros del donoso Andrea del Sarto y del nobilísimo Ghirlandajo, contábanse entre los tesoros ofrendados á la gloria del Altísimo por los sabios beatos.
Imaginaos, lector, el taller continuo que ofrecía el valle del Arno en este momento de exaltación artística. Al gigantesco esfuerzo del espíritu humano por alcanzar la perfección sensible, uníase el descubrimiento de las obras de la antigüedad, sepultadas por manos piadosas en las faldas de los montes ó los vergeles de las casas solariegas. La fiebre de materializar toda imagen de belleza culminaba en este sitio, tan lejano en algunos respecto del mundo, y por otros tan cercano á él. El alma de Marcos se empapaba aquí del ansia infinita de lo eterno armonioso. Para cultivar lo que más amaba, este retiro era excelso. Serenas transcurrían las horas de su vida...
Un día que vagaba por las laderas del parque con sus galgos favoritos, se detuvo ante una lagunita atraído por la calma perfecta en que sus aguas se hallaban. No pudo manos de sentirse como frente á un espejo, y se miró en él.
Lo que allí percibió, sólo él podría describírnoslo. Había columbrado sin duda en ese instante, el más feliz de su vida, algo más que sus facciones de elegido de la Naturaleza.
Largo tiempo permaneció empinado sobre el borde como en éxtasis: potente magnetismo del silencio divino. Experimentó esa imperiosa necesidad soberana de los superiores de hablar á solas con Natura, participarle sus deseos, aliviarse por supremas confidencias. Fuera de nosotros mismos, ¿quién nos comprende? Cual si de súbito el espíritu de la fuente se encarnara en la ninfa de antaño, oyó distintamente este plan filosófico: «Perfecciónate por el cultivo de un idealismo ensoñador. Será la escala conductora á un plano más alto donde nadie, sino la Divinidad ó los divinizados, puedan habitar.»
Volvió en sí porque sus lebreles, al observarle tan intranquilo, se sobrecogieron de espanto y comenzaron á ladrar. Levantóse un nuevo ser. Por vez primera se le había revelado el alma y sus posibilidades.
Esta sublime nueva nos llega por diversos conductos. En este caso fué al través de la belleza fisionómica donde el perfil clásico ostentaba la misma iluminación é inocencia que en Grecia. Desde ese día su vida iba á cambiar. No alcanzo á explicarme exactamente lo que por él pasó, mas creo se repitió la leyenda de las leyendas, la de Narciso, tan poco comprendida y amada. Semejante aquel garbo adolescente, vislumbró el alma allende la perfección de su cuerpo. Sólo podía vivir ya en un ensimismamiento completo. Quedó pensativo viéndose tan lleno de Dios. Desde ese momento su vida no pasaría inadvertida para el resto de los seres.