La pelota no se mancha - Liza Toro Soto - E-Book

La pelota no se mancha E-Book

Liza Toro Soto

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Beschreibung

En octubre de 2021, un reconocido profesor de básquetbol se suicida en la ciudad de Linares. La comunidad se agita y un grupo de exalumnos intenta lidiar con la ambivalencia: comparten el alivio de que el entrenador ya no abusará sexualmente de niños y adolescentes, pero también sienten rabia y frustración por no haberlo visto encarcelado. La muerte, de hecho, ocurre pocos días antes de su formalización y de un reportaje periodístico que haría pública la vivencia de los jóvenes.

La pelota no se mancha es una crónica de laberintos, perversiones y fragilidades. Un relato estremecedor en el que las voces de los afectados tienen el espacio para compartir y procesar el daño. La escritora y psicóloga Liza Toro organiza los sucesos ocurridos a lo largo de dos décadas y, a la vez, indaga en el nocivo estereotipo de género masculino que dificulta el reconocimiento de las experiencias abusivas. Un libro valiente y conmovedor.

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En octubre de 2021, un reconocido profesor de básquetbol se suicida en la ciudad de Linares. La comunidad se agita y un grupo de exalumnos intenta lidiar con la ambivalencia: comparten el alivio de que el entrenador ya no abusará sexualmente de niños y adolescentes, pero también sienten rabia y frustración por no haberlo visto encarcelado. La muerte, de hecho, ocurre pocos días antes de su formalización y de un reportaje periodístico que haría pública la vivencia de los jóvenes.

La pelota no se mancha es una crónica de laberintos, perversiones y fragilidades. Un relato estremecedor en el que las voces de los afectados tienen el espacio para compartir y procesar el daño. La escritora y psicóloga Liza Toro organiza los sucesos ocurridos a lo largo de dos décadas y, a la vez, indaga en el nocivo estereotipo de género masculino que dificulta el reconocimiento de las experiencias abusivas. Un libro valiente y conmovedor.

Liza Toro Soto

La pelota no se mancha

Una crónica de abuso y silencio

La Pollera Ediciones

www.lapollera.cl

Índice
Vorágine
Head coach
Tierra encantadora
El reloj se detiene
Alzar la voz
La pelota no se mancha
Justicia
Epílogo

Reason never seems to come to guilty men

Things that meant so much mean nothing in the end

That function is dysfunction and to hide the truth

Distracted by their faith, ignoring every proof

Ancestral - Steven Wilson

You’ll take my life but I’ll take yours too

You’ll fire your musket but I’ll run you through

So when you’re waiting for the next attack

You’d better stand there’s no turning back.

The Tropper - Iron Maiden

Las preguntas son brutales porque la búsqueda de la verdad es una especie de cirugía, y la cirugía duele.

Oriana Fallaci

Vorágine

1

El jueves 21 de octubre de 2021, pasadas las tres y media de la tarde, el grupo de WhatsApp conformado por diecinueve exbasquetbolistas se alteró irremediablemente. El chat se llamaba “La pelota no se mancha” y el primero en advertir la noticia fue Rodrigo Barrera Cáceres.

urgente

urgente

al parecer se suicidó Rickter

por favor confirmar la noticia

Otro de los integrantes del grupo, Marco Bustos Cortínez, estaba trabajando esa tarde en Rancagua. Desde su escritorio en el tercer piso de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), intentó corroborar la noticia con Marcelo Labra Navarrete, funcionario de la Policía de Investigaciones que estaba a cargo de la investigación. Labra Navarrete rápidamente confirmó la información. Marco miró por la ventana que daba hacia el norte, se detuvo en el Mall Vivo Rancagua y pasó sus manos por su cabello ondulado. Estaba perplejo.

Marco también llamó al periodista Martín Browne, quien publicaría en pocos días un reportaje del caso en el diario La Tercera. Browne escuchó la noticia, se levantó de su escritorio hacia la oficina del editor, le comentó lo ocurrido y le devolvió el llamado.

—Estoy impactado, Marco —le dijo—. El reportaje se retrasará, pero de todas maneras se publicará. Por favor no hagan nada público.

—No te preocupes —respondió Marco.

—Les pediré a algunos de ustedes una declaración por el suicidio —comentó Browne antes de cortar.

Pero Héctor Suazo Gajardo, otro de los integrantes del grupo, propuso hacer carteles e ir con ellos al velorio y al funeral. Suazo, un joven delgado y de cabello muy liso, había preparado un afiche de denuncia que compartió por el mismo chat: una foto de Rickter Valenzuela acompañada de un mensaje que negaba su formalidad y profesionalismo. Al ver la foto, Marco dijo: ¡Hueón! Respeten el trabajo de Martín.

En ese momento era esencial no tomar decisiones apresuradas, como rayar o lanzar piedras a su casa; pero era muy complejo no dejarse llevar por la rabia. Otros compañeros del chat también pidieron mantener la calma y el silencio antes de la publicación del reportaje de Browne. Héctor Suazo atendió y entendió estos mensajes.

Algunos integrantes del grupo enviaron apoyo y abrazos. Uno de ellos comentó que había tenido que salir cuatro veces a gritar al baño de la impotencia. Otro compañero les sugirió dejar las redes sociales de lado, los invitó a no guardarse las emociones y compartirlas solo con su círculo más cercano. Aunque no era el desenlace que esperaban, dijo, cada uno procesaría esta experiencia de manera diferente.

Me comuniqué con Marco Bustos y fue el primero que se atrevió a contar su historia. Cuando le pregunté por el suicidio de Rickter, su cuerpo se rigidizó, puso sus codos sobre las rodillas, apretó los puños y miró hacia el suelo.

—Eran sensaciones que no conocía —dijo Marco—, no sabía qué hacer. Me sudaron las manos, me dolió el pecho y el estómago. Sentía dolor de cabeza, estaba ansioso, quería salir de la oficina y a la vez sentía que no debía estar en ninguna parte. Estuve alrededor de una hora viendo el celular sin comprender mucho. Decidí irme de la oficina, tomé un colectivo hacia la casa. Durante todo el trayecto me sentía muy raro, pensé que iba a tener una crisis, que me podría desmayar. Trataba de controlar mi cuerpo, porque estaba lejos de mi familia y no quería que nadie supiera lo que estaba pasando.

Al llegar a casa, armó su mochila.

Quería llegar pronto a Linares y no perder el bus que salía a las 18:30. En el terminal se encontró con un ex compañero de equipo de la universidad, evitó extender la conversación. Fue una larga espera. Mientras tanto, les informó a sus colegas de oficina que al día siguiente no iría a trabajar. Lo apoyaron, algunos lo llamaron, pero no contestó, no quería hablar con nadie. Héctor les dijo en el chat que iría a la casa del “guatón culiao”. Una vez arriba del bus, el viaje para Marco fue interminable.

—Sentía impotencia, frustración. Lloraba a ratos y me daba vergüenza, no quería que nadie me viera y me preguntara qué pasaba. Había taco en la carretera, hablaba por el grupo y con mi familia. Llegué a Linares con dos horas de retraso, me esperaba mi papá y fuimos a la casa de mi mamá. Me mostraba tranquilo, pero por dentro estaba destruido.

En el grupo teorizaban sobre el suicidio de Rickter. Supusieron que se sintió acorralado, que no soportó la presión. Nuevamente se generó una discusión sobre los carteles, proponían ir a rayar su casa, su vereda, para que todos se enteraran de quién era realmente esta persona.

Héctor Suazo estaba sobrepasado y lo demostraba en sus mensajes. Marco también, pero insistió en que cualquier cosa se hiciera después del domingo. Enfatizó, nuevamente, que debían respetar el trabajo de Martín, quien les había creído desde el primer momento.

El hueón ya está muerto

De acá al domingo ¿Qué va a pasar? ¡Nada!

El domingo hacemos mierda su memoria

Dos años estuvimos esperando

20 vivimos con esto

Cuando Héctor supo la muerte de Rickter estaba en el patio de su casa junto a su madre, su hermano y su polola. Su primera respuesta en el chat fue: “Avisen para destapar el champagne”. Pero a pesar de esta expresión festiva, no lo podía creer. Era una costumbre del grupo bromear con su muerte. Ahora su cuerpo se invadió de adrenalina. Se superponía la alegría de su muerte y la rabia por no haberlo visto sufrir. Temblaba, su corazón latía muy rápido. Pensaba que Rickter no podía fallecer e irse tranquilo de este mundo como una persona normal.

—Yo quería verlo preso —contó Héctor—, rodeado de personas haciéndole mucho daño físico. Quería que no pudiera dormir en las noches pensando que algo le podría pasar, sufriendo como lo merecía. Justicia con gusto a venganza, ese era mi más profundo deseo. Me puse un polerón, tomé mi bicicleta y salí de la casa para confirmar lo que había leído. Con la adrenalina a mil llegué a su casa y comprobé que era cierto: estaba el Servicio Médico Legal, Carabineros, tal vez también la Policía de Investigaciones (PDI), y mucha gente observando. En el lugar se percibía respeto frente al vecino fallecido, eso me molestó mucho, porque no sabían quién era realmente este tipo. ¡No puede ser, no puede ser!, repetía en mi mente. Esta mierda de persona se mató y se fue sin pagar, sin sufrir. Por ello grité con todas mis fuerzas: “¡Este guatón culiao se mató porque es un pedófilo!”. Lo repetí unas cuantas veces. Se me acercó un familiar de manera intimidante preguntándome quién era. “Y a voh qué te importa, conchetumadre”, le respondí, “este guatón culiao se mató porque es un pedófilo”.

Una vecina hizo callar a Héctor y le exigió respeto. Él respondió, alterado: “Cállate, vieja culiá”. Se fue pedaleando del lugar y, antes de girar por calle Rengo, otra señora lo miró con compasión y le dijo: —Yo le creo, mijito. No era normal que llevara tantos niños a su casa.

Héctor sintió consuelo con este comentario, pero seguía viviendo una mezcla de insatisfacción y desahogo. Al llegar a su casa, en el grupo estaban comentando los gritos acontecidos en calle San Martín.

—Les conté que había sido yo quien había gritado “por mí y por ustedes cabros” —recordó Héctor—. Durante largo rato estuvimos hablando sobre el tema aquella tarde. Había opiniones divididas. Varios pensamos que murió sin pagar, otros pensaron que con su muerte ya estaba todo cerrado, y los respetamos. Algunos nos quedamos en el grupo, porque queríamos que todos supieran que Rickter era un pedófilo, sentíamos que socialmente se lamentaba la muerte de un buen profesor.

Pero Héctor no estaba tranquilo ni conforme. Decidió ir al velorio. Él quería verlo muerto, deseaba reírse en su cara con desprecio. Añoraba volver a gritar la alegría que sentía, sin embargo, no pudo hacerlo. Allí, en el lugar, decidió dejar una nota en el libro de condolencias: “Qué bueno que te mataste, pedófilo de mierda”.

Un hombre que acompañaba el libro de condolencias le agradeció, pero Héctor se entristeció. Respondió solo con una sonrisa sarcástica y dejó el lugar.

Rodrigo Barrera, en tanto, supo que el velorio de Rickter sería en la parroquia El Carmen. Decidió tomar la bicicleta y asistir.

—Mi hermano Ricardo me preguntó para dónde iba —contó Rodrigo—, qué me pasaba. Yo estaba muy ofuscado. Le respondí: voy al velorio, quiero patear y escupir el ataúd a este hueón. ¡Voy a sacarlo, botarlo y patearlo! ¡Me voy a desquitar!

Su hermano lo retuvo, le quitó la bicicleta y lo abrazó.

—No, hermano, no se te ocurra hacer esa hueá porque, si hay pacos afuera, vai a cagar y vai a seguir pagando tú por culpa de este hueón. Quédate conmigo o si quieres vamos juntos, yo te acompaño.

Mientras se escuchaban pájaros y el movimiento de las hojas en la Alameda de Linares, Rodrigo me dijo que no podría describir lo que sentía. Con la ayuda de su hermano prefirió quedarse en la casa y no ver la cara de Rickter.

Se había suicidado Rickter Andrés Valenzuela Bustamante, instructor de básquetbol y fundador del Club Linares MYT. Fuera de su casa, en la calle San Martín, en el sector sur de la ciudad de Linares, había una camioneta del Servicio Médico Legal detenida con las luces de emergencia encendidas. Varias personas observaban en la vereda.

Las sensaciones de las víctimas frente al suicidio fueron diversas y contradictorias.

El fallecimiento del agresor denunciado por abuso sexual, luego de casi dos décadas de acontecidos los hechos, provocó que la fiscalía aplicara el sobreseimiento de la causa. Un impacto estrepitoso en el proceso judicial y una medida dolorosa para sus víctimas. Por una parte, sintieron alivio porque el agresor nunca más abusaría de niños, pero, a la vez, había amargura frente a la imposibilidad de verlo enfrentar el juicio y ser declarado culpable. Una eterna espera de justicia que no se concretaría.

Al día siguiente del suicidio, la agrupación “Basket sin abusos”, conformada por el grupo de jóvenes reunidos en el grupo de WhatsApp, emitió un comunicado que se viralizó a través de Instagram. Aunque estaban decididos a esperar la publicación de La Tercera, decidieron –de todos modos– advertir a la comunidad respecto de las agresiones sufridas. ¿La razón? Percibieron que se estaba informando la noticia como la pérdida de un destacado profesor. Los elogios hacia Rickter descolocaron a los chicos y decidieron contar su verdad. Esta fue la primera manifestación pública. Una invitación a develar a quienes también sufrieron y aún se encontraban silenciados.

2

En 2001 desapareció en Punta Arenas el estudiante Ricardo Harex González y aún no se sabe su paradero. Al reabrirse el caso, en 2011, el sacerdote Rimsky Rojas –quien sumaba una serie de denuncias de abusos sexuales y fue vinculado a la desaparición del estudiante– también se suicidó. Como relata el periodista Óscar Contardo en su libro Rebaño (2018), Rojas se colgó en la llamada Casa de Salud de la congregación, “un edificio en la comuna de Macul que cumple la función de hogar de retiro para sacerdotes ancianos o enfermos”. En su investigación Contardo aborda la cultura del silencio y encubrimiento de abusos sexuales a menores de parte de la Iglesia Católica. Respecto al funeral de Rimsky Rojas, observa: “No existió la discreción que habitualmente marca el entierro de un acusado que, además, decidió quitarse la vida. Tampoco piedad con las víctimas ni la colaboración con la justicia civil. El sacerdote suicida fue recordado como se hace con las grandes personalidades; asistieron a su funeral las máximas autoridades de su congregación e incluso se involucró a seminaristas en la organización de la ceremonia”.

Vemos que el suicidio emerge en estas historias de abuso sexual de menores como un escape hacia la impunidad.

Por lo general, la sociedad muestra compasión hacia el muerto, aunque este sea un asesino, abusador o violador. Las víctimas parecen no ser importantes, prevalece el duelo por el fallecido y se le rinde honores. El suicidio se convierte en la última jugada de los agresores, quedando libres de la justicia y en parte del escrutinio público. Fue la jugada de Rimsky, de Rickter y de tantos otros. Falsedad, silencio y el poder de cerrar el círculo pagando el precio y muriendo, pero jurídicamente inocentes.

Camila, una compañera de curso de Rickter del colegio Instituto Linares, me dijo por teléfono que –de acuerdo a lo que recordaba de su personalidad– asoció su suicidio a una posible depresión.

Camila hablaba rápido, transmitía su necesidad de referirse al tema.

Ella y otros compañeros fueron a entregar condolencias a la familia. Lo conversaron en el grupo de WhatsApp del curso y estuvieron dispuestos a ayudar. Algunos que no estaban en Linares enviaron dinero para gastos. Compraron una corona de caridad.

—En el velorio había una hermana de Rickter —recordó—. Ella no se esperaba su suicidio, pero no sé si estaba en shock. Llegó alguien que participaba de un coro y me preguntó si yo era familiar, le respondí que fui su compañera de curso. Me aseguró que Rickter era una excelente persona.

Mientras Camila estaba en el velorio, llegó al grupo de WhatsApp del curso un pantallazo que se viralizó. Era el comunicado de la agrupación “Basket sin abusos”. Se hicieron llamadas de manera interna. Camila estaba en shock y miró alrededor buscando respuestas. La congoja que sentía se transformó en rabia.

—Fue como una juguera de emociones —cuenta Camila— y llegó un momento en que dejamos de hablar; de hecho, no hemos tenido la actividad que teníamos antes desde que sucedió esto.

A Camila le llamó la atención que nadie dudó de lo que se estaba contando. Se sentía el rechazo y la vergüenza. Dudaron del envío de la corona de caridad luego de contar con esta información y, finalmente, no la mandaron.

Al hablar en privado con algunas personas del curso de Rickter, algunas comentaron que habían visto cosas raras en él. Camila, en tanto, aún no encuentra respuestas: ¿por qué nadie dio luces?, ¿por qué nadie dijo nada? Le costó comprender cómo no pudo darse cuenta. Recuerda que Rickter no tenía amigos y, a veces, usaba terno. Esto último era muy extraño por la edad y porque nadie más acostumbraba a vestirse así. Siempre parecía una persona mayor a su edad. Él no mostraba complicaciones por su forma de ser, pero no encajaba con la mayoría del curso, no participaba en fiestas, no salía a bailar, no iba a cumpleaños.

Head coach

1

Rickter era el menor de seis hermanos. Nació en Linares el 9 de mayo de 1981. Siempre vivió con su madre, a quien cuidó hasta que falleció en 2010. Estudió en el colegio marianista Instituto Linares, creció y falleció en la casa ubicada en San Martín 72, casi al llegar a la calle Rengo, donde se emplaza el centro de salud familiar Valentín Letelier y una feria que durante los veranos se llena de vendedores de choclos para preparar las humitas y el pastel. Una vecina me dijo que lo conoció desde pequeño, pero que nunca vio nada extraño. Recuerda haberlo saludado en la adultez, llamándolo profesor.

Llamé a la casa –blanca con una reja negra y baja– y nadie atendió. Repetí varias veces aló hasta que un hombre abrió la puerta y se acercó, era uno de sus hermanos. Me observó extrañado y saludó atentamente. Se quedó tras la reja. Era calvo, con algo de cabello en los costados de su cabeza y ojos hinchados. Vestía una camisa ajustada con los botones a punto de salir disparados. Al presentarme y preguntarle si podía entrevistarlo, me respondió cordialmente que no estaba interesado. Agregó que se enteró de lo ocurrido cuando estalló la noticia en los medios.

En un almacén cercano, la señora de la caja me dijo que la hermana de Rickter trabaja en una farmacia en el centro. Al día siguiente fui, ella no estaba, dejé mi nombre y celular para que me contactara, pero nunca se comunicó.

Camila no recuerda haber ido a alguno de los cumpleaños de Rickter. Se acuerda que sus padres eran mayores en comparación con el promedio del resto. Ella nunca conoció a sus hermanos y no tiene en su memoria que alguien del curso haya compartido con él y su familia en su casa. Era una persona aislada, muy ensimismada.

Rickter era muy responsable, nunca llegaba tarde, tenía la asistencia completa, dentro de un curso que se caracterizaba por la indisciplina. Sus más cercanos eran los ñoños, como por ejemplo el encargado del libro de clases.

—Era como una persona adulta en un cuerpo adolescente, era muy raro a los quince años vestirse de camisa, pantalón y chaqueta de tela. Lo molestaban, trataban de ridiculizarlo, nada tan traumático, pero, por ejemplo, él era encargado de tocar el timbre, entonces los compañeros cerraban la puerta, trataban de persuadirlo, pero él era muy correcto, muy responsable y se esforzaba en esa labor. Siempre estuvo ligado al básquetbol, apoyaba a un profesor del colegio en los entrenamientos.

2

En la Alameda de Linares, entre las calles Freire y O´Higgins, hay una cancha de básquetbol bautizada como Arnaldo Toro Godoy en honor a un destacado dirigente deportivo y social. Se abrió el 12 de julio de 2012 y en agosto de 2019 fue reinaugurada. En la actualidad presenta un importante deterioro en el piso y rayados en los murales de sus costados y en su placa nominativa.