La Promesa de Blake - Tina Folsom - E-Book

La Promesa de Blake E-Book

Tina Folsom

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Beschreibung

Blake Bond, vampiro y jefe de seguridad para híbridos en Scanguards, y Lilo Schroeder, humana, se cruzan en el camino cuando Hannah, su amiga mutua, desaparece. Mientras desentrañan el misterio de la desaparición de Hannah, descubren un peligroso complot de vampiros renegados que puede poner en peligro la vida de todos los humanos. Blake y Lilo no solo tienen que ir un paso adelante de sus enemigos, sino que también deben luchar contra la ardiente atracción entre ellos. A pesar del valor de Lilo ante el peligro, no se sabe cómo reaccionará cuando Blake le revele su verdadera identidad... SOBRE LA SERIE La serie Vampiros de Scanguards está llena de acción trepidante, escenas de amor ardientes, diálogos ingeniosos y héroes y heroínas fuertes. El vampiro Samson Woodford vive en San Francisco y es dueño de Scanguards, una empresa de seguridad y guardaespaldas que emplea tanto a vampiros como a humanos. Y, con el tiempo, también a algunas brujas. ¡Agrega unos cuantos guardianes y demonios inmortales más tarde en la serie, y ya te harás una idea! Cada libro puede leerse de manera independiente, ya que siempre se centra en una nueva pareja encontrando el amor. Sin embargo, la experiencia es mucho más enriquecedora si los lees en orden. Y, por supuesto, siempre hay algunas bromas recurrentes. Lo entenderás cuando conozcas a Wesley, un aspirante a brujo. ¡Que la disfrutes! Lara Adrian, autora bestseller del New York Times de la serie Midnight Breed: "¡Soy adicta a los libros de Tina Folsom! La serie Vampiros de Scanguards® es de lo más candente que le ha pasado al romance de vampiros. ¡Si te encantan las lecturas rápidas y apasionantes, no te pierdas de esta emocionante serie!" Vampiros de Scanguards La Mortal Amada de Samson (#1) La Revoltosa de Amaury (#2) La Compañera de Gabriel (#3) El Refugio de Yvette (#4) La Redención de Zane (#5) El Eterno Amor de Quinn (#6) El Hambre de Oliver (#7) La Decisión de Thomas (#8) Mordida Silenciosa (#8 ½) La Identidad de Cain (#9) El Retorno de Luther (#10) La Promesa de Blake (#11) Reencuentro Fatídico (#11 ½) El Anhelo de John (#12) La Tempestad de Ryder (#13) La Conquista de Damian (#14) El Reto de Grayson (#15) El Amor Prohibido de Isabelle (#16) La Pasión de Cooper (#17) La Valentía de Vanessa (#18) Deseo Mortal (Storia breve) Guardianes Invisibles Amante Descubierto (#1) Maestro Desencadenado (#2) Guerrero Desentrañado (#3) Guardián Descarriado (#4) Inmortal Develado (#5) Protector Inigualable (#6) Demonio Desatado (#7) La serie Vampiros de Scanguards lo tiene todo: amor a primera vista, de enemigos a amantes, encuentros divertidos, insta-amor, héroes alfa, parejas predestinadas, guardaespaldas, hermandad, damiselas en apuros, mujeres en peligro, la bella y la bestia, identidades ocultas, almas gemelas, primeros amores, vírgenes, héroes torturados, diferencias de edad, segundas oportunidades, amantes en duelo, regresos del más allá, bebés secretos, playboys, secuestros, de amigos a amantes, salidas del clóset, admiradores secretos, últimos en enterarse, amores no correspondidos, amnesia, realeza, amores prohibidos, gemelos idénticos, y compañeros en la lucha contra el crimen.

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Seitenzahl: 402

Veröffentlichungsjahr: 2025

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LA PROMESA DE BLAKE

VAMPIROS DE SCANGUARDS - LIBRO 11

TINA FOLSOM

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Epílogo

Orden de Lectura

Otros libros de Tina

Sobre el Autor

DESCRIPCIÓN DEL LIBRO

Blake Bond, vampiro y jefe de seguridad para híbridos en Scanguards, y Lilo Schroeder, humana, se cruzan en el camino cuando Hannah, su amiga mutua, desaparece. Mientras desentrañan el misterio de la desaparición de Hannah, descubren un peligroso complot de vampiros renegados que puede poner en peligro la vida de todos los humanos.

Blake y Lilo no solo tienen que ir un paso adelante de sus enemigos, sino que también deben luchar contra la ardiente atracción entre ellos. A pesar del valor de Lilo ante el peligro, no se sabe cómo reaccionará cuando Blake le revele su verdadera identidad...

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Editado por Josefina Gil Costa y Gris Alexander

© 2025 Tina Folsom

Scanguards ® es una marca registrada.

1

Ella no debió haber ignorado la llamada.

Lilo miraba por la ventanilla del taxi mientras se abría paso entre el tráfico de la hora pico. Su vuelo desde Omaha se había retrasado debido a la intensa nevada en Nebraska, y el avión había aterrizado en San Francisco bastante después de la puesta de sol. Ansiosa, golpeteaba sus dedos sobre el suave cuero de su bolso y repetía el suplicante mensaje de Hannah en su mente.

—Lilo, tienes que regresarme la llamada. No tengo a nadie con quien hablar de esto. Necesito tu ayuda. Tú siempre sabes qué hacer.

Una tenue sonrisa se dibujó en sus labios e, involuntariamente, sacudió la cabeza. Su mejor amiga desde la preparatoria tenía tanta confianza en ella. Como si ella pudiera arreglar cualquier cosa. Pero ¿y si no podía arreglar esto? ¿Y si ya era demasiado tarde?

Diablos, ni siquiera sabía qué había que arreglar. Hannah se había ido. Había desaparecido de la faz de la tierra.

La llamada de la Sra. Bergdorf la noche anterior lo había confirmado.

—Hannah nunca me llamó por mi cumpleaños. Lilo, sabes que siempre llama. No está contestando el teléfono. Estoy preocupada por ella.

Y Lilo también. Porque a pesar de todos sus defectos, Hannah siempre había sido una hija considerada. Si no había llamado a su madre para felicitarla por su cumpleaños, significaba que no había podido ponerse al teléfono. ¿Acaso Hannah se había enfermado y no estaba consciente de la fecha tan importante que se le había pasado? Era poco probable que una gripe o un resfriado la hicieran delirar tanto como para olvidar el cumpleaños de su madre. Quizás Hannah había tenido un accidente y era incapaz de comunicarse. Pero, aunque la hubieran llevado a un hospital, el personal del hospital le habría informado a su madre, y a Lilo también, porque ambas estaban como contactos de emergencia de Hannah. No, algo estaba mal. Ella podía sentirlo: a Hannah le había ocurrido algo terrible.

La culpa se apoderó de Lilo. Había estado bajo estrés por fechas límite, pues había tenido dificultad para terminar su última novela de misterio. Su editor le había estado respirando en la nuca, así que ella se había atrincherado y aislado del mundo exterior para terminar el maldito libro. ¿Pero a qué precio? Había roto su promesa con Hannah, una promesa que habían hecho en noveno grado: que siempre estarían ahí la una para la otra. Pero en lugar de llamar a su amiga para averiguar qué le pasaba, había terminado el libro para no incumplir el plazo de entrega.

Lilo suspiró. ¿Qué clase de amiga hacía eso? Había oído el tono suplicante en el mensaje de voz de Hannah cuando la había llamado unos días antes del cumpleaños de su madre. Hannah había sonado tensa, preocupada. Lilo deseó no haber dejado pasar la llamada al buzón de voz y haber descolgado para hablar con su amiga. ¿Y si Ronny, ese perdedor bueno para nada con el que salía, la había lastimado? ¿Por más diría Hannah que no podía hablar con nadie más que Lilo? Si tan solo supiera más sobre la relación entre Hannah y Ronny, pero su amiga se había mantenido muy hermética al respecto, sin revelar nunca gran cosa sobre lo que Ronny hacía. Como si se avergonzara de él de alguna manera.

Lo único que ella sabía era que Ronny era muy posesivo, y ese era un rasgo que a Lilo nunca le había gustado en los hombres. Era una de las razones por las que sus relaciones nunca duraban mucho. Ella necesitaba ser independiente, y confiar en alguien no le resultaba fácil. Quizás su cerebro de escritora de novelas de misterio tuviera algo que ver. Simplemente conocía la oscuridad de la psique humana y era más consciente que los demás de lo que podía acechar bajo la superficie.

Tras la llamada de la Sra. Bergdorf, Lilo había reservado el primer vuelo a San Francisco, decidida a encontrar a Hannah y averiguar qué había pasado. Y no volvería a casa hasta que hubiera cumplido esa tarea. Solo esperaba no tener malas noticias para la madre de Hannah cuando lo hiciera.

—Aquí es —dijo el taxista al detenerse frente a un edificio de tres pisos de departamentos—. Número 426.

Hannah había alabado el barrio cuando se mudó por primera vez, pero ahora, de noche y con pocas farolas que iluminaran la zona, Lilo no entendía el atractivo de esta calle empinada en North Beach. Se alegró de que el taxista se hubiera detenido directamente frente a la autora, así ella no tendría que arrastrar su maleta cuesta arriba.

Después de pagar por el viaje, Lilo se acercó a la puerta principal. Había seis timbres, uno para cada departamento. Bergdorf estaba escrito en uno de los timbres. Lo tocó. Como esperaba, no hubo respuesta. Pero no iba a permitir que un obstáculo tan pequeño la detuviera. Por algo era escritora de novelas de misterio. Y conocía a Hannah mejor que a su propia hermana. Después de quedarse encerrada en su nuevo piso y pagar una cantidad exorbitante por un cerrajero—una historia que su amiga le había contado con todo lujo de detalles—Hannah estaba determinada a no volver a quedarse sin llave, y juntas habían descubierto el mejor lugar para esconder un repuesto.

Lilo dejó que sus ojos recorrieran la entrada. Una buganvilia serpenteaba por un lado de la pared a lo largo de un enrejado. No estaba en flor. Ni siquiera en San Francisco, donde hacían unos templados diez grados centígrados afuera a principios de enero, hacía suficiente calor para que la planta floreciera. Las hojas ocultaban la mayor parte del enrejado de madera, pero Lilo sabía lo que buscaba: una cuerda marrón con una llave atada al extremo, perfectamente camuflajeada contra la pared. Tiró de ella. La llave salió de su escondite, una grieta profunda en los cimientos, probablemente causada por un terremoto.

Llave en mano, Lilo entró en el edificio y encontró el departamento de Hannah en el primer piso. Prestó atención a los ruidos procedentes del interior, pero todo estaba en silencio. Cuando empujó la puerta y entró, arrugó la nariz. Olía a comida podrida.

Accionó el interruptor de la luz y cerró la puerta tras de sí.

El lugar no era nada especial, un departamento de una recámara con una sala grande, una cocina independiente y un baño pequeño. A pesar de su tamaño, el toque de Hannah estaba por todas partes. Los muebles extravagantes y los adornos de todo el mundo eran la quintaesencia de Hannah. Este era su hogar.

Lilo se sacudió el abrigo y lo colocó sobre una silla, luego se dirigió a la puerta abierta de la que emanaba el fuerte olor. Era la cocina. La luz debajo del mostrador estaba encendida, y la causa del olor se hizo evidente de inmediato: una lata de comida para perro a medio comer yacía sobre el mostrador de la cocina. Ella miró a su alrededor. Había otra puerta, que daba al pequeño pasillo que conectaba con el baño y la recámara por un extremo y con la sala y la puerta principal por el otro.

En el suelo, cerca del refrigerador, había dos tazones, uno lleno de agua y el otro vacío, pero no limpio. Un perro había comido de él recientemente. Frankenfurter.

—¿Frankenfurter? —ella llamó al terrier de Hannah, pero no obtuvo respuesta.

Lilo tomó la lata echada a perder y la tiró a la basura; luego abrió la ventana de la cocina para que entrara algo de aire fresco, antes de volver a la sala.

¿Acaso Hannah le había dado de comer al perro, luego lo había sacado a pasear y nunca volvió? ¿O se había marchado a toda prisa para alejarse de Ronny, llevándose a Frankenfurter con ella? ¿Y si Ronny se hubiera presentado en su departamento y se hubiera peleado con ella? ¿Le había hecho daño o la había secuestrado? ¿Y si la hubiera matado y se hubiera llevado su cadáver?

Se estremeció al pensarlo, mirando a su alrededor buscando señales de lucha. Pero el lugar estaba ordenado. Unas cuantas revistas sobre la mesita, una manta sobre el sillón, un juguete del perro junto a una silla. Nada fuera de lo ordinario. Desde luego, no había manchas de sangre en la alfombra. Ella levantó un borde del viejo tapete. Tampoco había manchas de sangre debajo. Respiró con un suspiro de alivio.

Sobre la mesa del comedor, la computadora de Hannah estaba abierta. Tocó el ratón para activar el sistema y una pantalla para iniciar sesión apareció en segundos. Pero sin conocer la contraseña de Hannah, ella no podría desbloquear la pantalla. Probó varias combinaciones: Frankenfurter, Bergdorf, AmoAMiMama, incluso su propio nombre, pero ninguna funcionó. Estaba claro que su amiga era demasiado sofisticada para utilizar una contraseña que pudiera adivinar fácilmente cualquiera que la conociera en lo más mínimo.

Si quería averiguar qué había estado haciendo Hannah antes de desaparecer, necesitaba entrar en su computadora. Quería comprobar su historial de búsquedas recientes y su bandeja de entrada para ver si había recibido algún correo electrónico preocupante. Cualquiera de estas cosas podría darle una pista sobre dónde estaba. Pero, antes que nada, tenía que ir a la policía para reportar su desaparición. Y lo haría justo después de darse un regaderazo y cambiarse de ropa por una menos gruesa, pues la hacía sentir como si estuviera en un sauna. Su piel estaba pegajosa, y ella se sentía cansada por el viaje. Una ducha la reviviría de nuevo y le daría la fuerza que necesitaba para buscar a su amiga.

2

Blake metió su celular de vuelta en el bolsillo de sus pantalones cargo mientras sus largas piernas se comían la distancia entre su oficina y la sala de conferencias en el otro extremo del largo pasillo del cuartel general de Scanguards en la Misión. A pesar del estrés y de las largas horas que conllevaba su trabajo, le encantaba. Le encantaba estar a cargo de la seguridad de los hijos híbridos de algunos de los vampiros más poderosos de la Costa Oeste, aunque eso significara anteponer sus propias necesidades a las de ellos. Cuando era humano, y mucho más joven, había sido un niño mantenido egoísta y engreído. Ahora lo estaba compensando.

Señaló con la cabeza a Oliver, su hermano de facto, quien salía del elevador.

—¿Apenas vas llegando? —preguntó Blake, sonriendo—. ¿Intentando tener otro bebé?

Oliver sacudió su rebelde melena. Su cabello no era largo, pero sí espeso, y sobresalía en todas direcciones.

—Con uno basta, muchas gracias. Y si pudieras hacer de tío y cuidar de Sebastian unas horas esta semana, para que Ursula pueda poner la casa en orden para la visita de sus padres, te lo agradecería.

—¡Oye, tu hijo prácticamente vive en mi casa! —O más bien en el refrigerador de Blake, que le costaba mantener abastecido, dada la cantidad de comida que podía devorar el niño de doce años.

Oliver soltó una risita.

—No deberías haber comprado esa casa tan grande. Ahora nunca te librarás de los chamacos. Admitámoslo, todos prefieren pasar el rato contigo que con sus padres.

Blake sonrió.

—Solo porque dejo que se descontrolen. —Apuntó a la sala de conferencias—. Zane y los demás son demasiado estrictos con sus vástagos. Demasiada disciplina no es buena. Necesitan una válvula de escape.

Oliver sonrió satisfecho.

—Como te dije, ahora nunca te librarás de ellos. —Se dio la vuelta y se alejó en otra dirección.

Por un momento, Blake se quedó allí de pie. Oliver y él no habían empezado con el pie derecho cuando se conocieron hacía más de veinte años. Pero los habían juntado porque eran parientes: Quinn Ralston, el cuarto bisabuelo de Blake, era el señor de Oliver, y habían vivido juntos bajo el techo de Quinn y Rose durante varios años. Rose, que no estaba emparentada consanguíneamente con Oliver, había dado a luz a la tercera bisabuela de Blake poco antes de convertirse, garantizando así la supervivencia del clan Ralston.

Sonriendo para sí, abrió la puerta de la sala de conferencias y entró. Varios miembros del equipo directivo de Scanguards estaban reunidos alrededor de una gran mesa de conferencias. Un teléfono con altavoz estaba justo en el centro de la mesa.

—Lo siento, llego tarde —él se disculpó ante nadie en particular y se sentó junto a Amaury.

El vampiro del tamaño de un defensa, con el cabello oscuro hasta los hombros y unos penetrantes ojos azules, lo reconoció con una mirada de reojo, señalando el teléfono mientras murmuraba:

—Donnelly nos está dando el informe semanal de crímenes. No te has perdido de nada.

—Lo que me preocupa, Samson —decía el detective Donnelly a través del altavoz—, es que hay muchos más robos y allanamientos de morada de lo habitual. Algo está pasando.

Samson, el fundador de Scanguards, un vampiro alto, de cabello negro liso y rostro y físico cincelados, apoyó los codos en la mesa y se inclinó un poco más hacia el altavoz.

—¿Qué quieres que haga, Mike? Sabes tan bien como yo que Scanguards solo se involucra en los asuntos de la ciudad cuando se trata de infracciones cometidas por vampiros. Ese es nuestro trato. Y por lo que nos cuentas, la mayoría de esos delitos se cometen durante el día.

La implicación era clara: los crímenes no podían haber sido cometidos por vampiros, que necesitaban la cobertura de la oscuridad para operar con seguridad.

Zane gruñó en señal de acuerdo. Blake le lanzó una rápida mirada. Como de costumbre, el vampiro calvo parecía dispuesto a arrancarle la cabeza a alguien. Zane miró su reloj y luego echó la silla hacia atrás, asintiendo a Samson.

—El vuelo sale en unas horas. Hay que prepararse.

Samson asintió de regreso e intercambió una mirada con su segundo, Gabriel.

Gabriel se encogió de hombros con indiferencia, pero la cicatriz que le marcaba un lado de la cara tintineaba, señal inequívoca de que el asunto lo afectaba. La cicatriz se extendía desde la oreja hasta la barbilla, un espantoso recordatorio del dolor emocional y físico que había soportado como humano.

—Vamos, chicos, la ciudad les compensa generosamente por sus servicios de consultoría—Donnelly añadió ahora—. Solo por esta vez. Solo haz que uno de tus chicos lo investigue.

Gabriel suspiró y miró directamente a Samson a los ojos.

—¿Qué tal John? ¿Quizás él pueda revisarlo, determinar si hay algo extraño en estos robos? No le llevará más de un día o dos, supongo.

Quinn, quien había permanecido en silencio hasta ahora, se pasó una mano por el cabello rubio. No aparentaba más de veintitantos años, aunque tenía casi doscientos más que Blake.

—Puedo sacar a John de la patrulla un par de noches, pero voy a necesitar quién lo reemplace.

—Llévate a Grayson —aceptó Samson—. Seguro estará ansioso por hacerlo.

Gabriel soltó una risita.

—¿Vas a dejar que salga solo?

—Conoces a mi hijo tan bien como yo. Lleva meses dándome lata para que le dé su propia patrulla. Quizás esta sea una buena oportunidad para ver si está preparado.

—Tiene veintiún años, ¡ya es hora de que haga su parte! —intervino Quinn, riendo.

Amaury sacudió la cabeza.

—Espera a que se enteren los gemelos. También querrán su propia patrulla. Estás abriendo una gran caja de Pandora. —Los gemelos de Amaury, Benjamin y Damian, tenían veinte años, solo uno menos que Grayson, y eran unos auténticos demonios.

—¿No confías en que tus chicos hagan un buen trabajo? —preguntó Gabriel.

—No son Benjamin ni Damian quienes me preocupan. Nina no está preparada para dejarlos ir.

Blake tuvo que sonreír. La compañera de sangre de Amaury era una fuerza que tener en cuenta. Aunque era humana, Amaury era masilla en sus manos.

—Tienes que ponerte firme, Amaury.

Los ojos de Quinn brillaron con picardía.

—Demasiado tarde para eso. Eso pasa por dejar que tu compañera lleve los pantalones.

Amaury gruñó y lanzó una mirada a Quinn.

—¡Como si tú tuvieras más control sobre tu mujer que yo sobre la mía!

Samson levantó las manos en un gesto conciliador.

—Oigan, chicos, volvamos a los negocios.

Blake miró a su jefe. Sí, Samson estaba exactamente en el mismo barco que el resto de los vampiros unidos por la sangre: todos dependían de sus mujeres, y no les gustaría que fuera de otro modo.

—¿Entonces tenemos un trato? —preguntó Donnelly a través del altavoz.

—Sí, tenemos un trato. Haré que John llame y se coordine contigo. Tienes cuarenta y ocho horas. Luego lo sacaré.

—De acuerdo. Gracias. —Se oyó un suave crujido de papeles y Donnelly continuó—: ¿Podemos repasar ahora los expedientes de los casos de vampiros? Tengo algunas actualizaciones.

—Adelante —Samson aceptó.

Se escuchó un golpe débil a la puerta, seguida de un crujido al abrirse un poco. Finn, un joven empleado de Vüber, una de las filiales de Scanguards, asomó la cabeza. Varias cabezas se volvieron hacia él.

—Lo siento —se disculpó Finn rápidamente—, pero es importante. Blake, una palabra.

Blake se levantó.

—Discúlpenme un momento. —Salió y cerró la puerta tras de sí—. ¿Qué pasa?

Finn se movía de un pie a otro, con aparente nerviosismo.

—Bueno, no estoy seguro. Pero me dijiste que, si alguna vez había algún problema con Hannah Bergdorf, te lo hiciera saber personalmente.

Los latidos del corazón de Blake se aceleraron al instante. Hannah, una de las muchas conductoras humanas que trabajaban para Vüber, una compañía que transportaba vampiros por la ciudad durante el día, estaba bajo su protección personal.

—¿Hannah? ¿Qué está pasando?

—No estoy seguro, pero últimamente no ha aceptado ningún viaje. Y no ha llamado para decir que está enferma ni nada de eso. —Finn se encogió de hombros.

—¿Desde cuándo no trabaja?

—Quizás dos o tres días.

Blake sintió que se le subía el calor a la cabeza.

—¿Y no me lo dijiste antes?

—Ni me di cuenta al principio. Digo, los conductores de Vüber no tienen horarios fijos. Aceptan los viajes como van llegando. Supuse que se estaba tomando unos días libres, ya que trabajó en Navidad.

—¿Le llamaste?

—No contesta el teléfono. Va directo al buzón de voz.

—¿Alguien ya revisó su casa?

Finn negó con la cabeza.

—Ahora mismo no puedo prescindir de nadie. Estamos muy ocupados. Y tal vez solo se olvidó de poner su aplicación en modo Ausente. No quiero entrometerme si solo se está tomando un tiempo libre.

Blake asintió, preocupado y ansioso. Sin embargo, no quería disparar al mensajero.

—Me ocuparé de ello. Mientras tanto, envíame los datos de su último viaje a mi teléfono.

—Lo haré. —Finn giró sobre sus talones y se fue corriendo, claramente aliviado de que lo dejaran marcharse.

Blake tampoco perdió el tiempo. Marchó hacia el elevador y oprimió el botón para llamarlo. Mientras esperaba, intentó tranquilizarse. Quizás Hannah se había olvidado de decirle al equipo de Finn que no iba a trabajar unos días. Pero por mucho que quisiera creer en ese escenario, sabía que no era así.

Hannah era demasiado generosa y caritativa para su propio bien. Probablemente había ayudado a alguien y se había metido en problemas como resultado. Igual que le había ayudado a él en ese húmedo día de marzo cuatro años atrás. El día en que él habría muerto, de no haber sido por la intrépida acción de Hannah.

3

Lilo se secó el cabello rubio con una toalla antes de agarrar su cepillo para controlar sus mechones húmedos. Normalmente lo dejaría secar al aire, pero como pensaba ir a la estación de policía más cercana y no quería helarse, se agachó al gabinete debajo del lavabo y sacó la secadora de Hannah de ahí. Estaba a punto de enchufarlo y encenderlo, cuando oyó un ruido procedente de la otra habitación.

Se congeló a medio movimiento, su corazón dándole un vuelco.

¿Hannah había vuelto a casa? Ella escuchaba, instintivamente, esperando contra toda esperanza que fuera su amiga. Si era Hannah, vería la maleta y sabría que tenía visita. A juzgar por las calcomanías en el equipaje de Lilo, calcomanías que Hannah le había enviado de sus numerosos viajes, también sabría inmediatamente de quién se trataba.

Lilo esperó otros dos segundos, pero quienquiera que estuviera en la otra habitación no la llamó por su nombre. No podía ser Hannah.

Era un intruso, probablemente un ladrón. Tenía que serlo. Había escrito suficientes novelas de misterio como para saber cómo acabaría: él robaría todo lo valioso que tuviera a la vista, incluyendo su bolso y su computadora, lo que la dejaría varada. Y ella ya tenía bastantes problemas. Que le robaran sus objetos de valor no estaba en su agenda esta noche.

Estiró la mano hacia la repisa de cristal sobre el lavabo, buscando su teléfono, pero se detuvo.

Mierda, maldijo en silencio.

Su teléfono celular seguía en su bolso en la sala, lejos de su alcance, lo que quería decir que no podría llamar a la policía para pedir ayuda. No tenía elección. Tendría que tomar la iniciativa y sorprender al tipo. La mayoría de los ladrones, lo sabía por sus investigaciones, daban media vuelta y se iban corriendo en cuanto se daban cuenta de que no estaban solos. Tendría que hacer suficiente ruido para despertar a los vecinos si el tipo no huía al instante.

Agarrando la secadora con más fuerza, se miró a sí misma. Ayudaría que no estuviera vestida con la batita rosa de baño de Hannah. Pero bueno. Tendría que confrontar al intruso vestida como estaba. Había dejado su ropa en la sala porque no había espacio para ella en el minúsculo baño sin arriesgarse a mojarla.

Solo imagina que eres Morgan West. El protagonista de su popular serie de misterio de cazarrecompensas no estaría temblando de miedo en sus botas como ella lo estaba haciendo ahora. Pero, en su defensa, ella no llevaba botas. Estaba descalza. Genial, estaba a punto de convertirse en la protagonista de una película de terror: una rubia en paños menores, sin zapatos, corriendo por su vida. ¿Podría ser más patética esta situación?

Basta, se amonestó en silencio. Si tan solo su imaginación no fuera tan activa. Se le ocurrían todo tipo de escenarios posibles para este momento, y todos acababan mal. A veces ser escritora de novelas de misterio era una maldición: sabía demasiado sobre los elementos peligrosos y malvados de la sociedad. Elementos como el ladrón que ahora oía claramente hurgando en la sala. En unos minutos se habría ido y, con él, su bolso y su computadora.

Es ahora o nunca.

Tomando un respiro profundo, giró la manija de la puerta con la mano izquierda mientras apretaba la secadora con la derecha. Al menos podría golpear al tipo con ella si se le acercaba.

Lilo abrió la puerta lo suficiente para poder asomarse al corto pasillo. Pero no podía ver a nadie desde ese ángulo. Con cautela, abrió más la puerta y dio un paso adelante. Bajo su pie descalzo, el viejo suelo de madera crujía. El sonido parecía hacer un fuerte eco, aunque podía ser fruto de su imaginación nerviosa e hiperactiva.

Un paso más y ella estaba en el pasillo. La parte de la sala que podía ver estaba vacía. Su maleta seguía donde la había dejado, aunque alguien había trasculcado su contenido y lo había aventado todo sobre el sillón.

Eso lo demostraba. Definitivamente no era Hannah quien había entrado al departamento. Lenta y silenciosamente, ella entró a la sala, manteniéndose cerca de la pared tanto como pudo, antes de asomarse por la esquina para poder ver toda la habitación. Estaba vacía. La pequeña luz de lectura que había prendido antes seguía encendida, pero lo demás estaba a oscuras, lo que probablemente dio al intruso la impresión de que el departamento estaba vacío.

Otro sonido llegó a sus oídos. El ladrón había pasado a la cocina. ¿Así fue como había entrado? ¿A través de la ventana de la cocina que ella había abierto para que saliera el mal olor?

Mientras se acercaba a la puerta abierta de la cocina, empezó a dudar. Si lo sorprendía en aquel espacio reducido y confinado, él podría asustarse y arremeter contra ella. No, no era inteligente acorralarlo así. ¿Y si él se defendía?

Sus ojos cayeron en el contenido de su bolso sobre el sillón. Si pudiera llegar a su celular, entonces ella podría escabullirse por la puerta principal y llamar a la policía sin que el ladrón la oyera, y todo saldría bien.

Dejó la secadora en el sofá y se inclinó sobre el sillón, rebuscando entre sus pertenencias. Se movió involuntariamente. Su pie cayó sobre algo blando. Un chillido rasgó el silencio.

¡Mierda! Acababa de pisar uno de los juguetes chillones de Frankenfurter.

Frenéticamente, intentó encontrar su celular, pero no estaba en la silla. El intruso debió habérselo llevado.

¡Maldita sea!

Unos pasos pesados detrás de ella la hicieron remolinearse. Era demasiado tarde. Un hombre extraño entró a la sala de estar, mirándola como si ella fuera la intrusa. La luz se reflejaba desde algún lugar, haciendo que sus ojos parecieran rojos, como si fuera el diablo encarnado.

¡Carajo! Este tipo no era de los que se dan la vuelta y se van corriendo.

Lilo se lanzó hacia la puerta principal, desesperada por escapar. Siempre podía comprar una computadora nueva y hacer que la compañía de su tarjeta de crédito le emitiera una nueva tarjeta. Mejor correr ahora y atenerse a las consecuencias más tarde.

Su mano estaba en la manija de la puerta cuando fue jalada de vuelta por dos manos fuertes que la agarraban por los hombros. El tipo le dio la vuelta y la arrojó en la otra dirección. Ella aterrizó de espaldas sobre el viejo sofá, con las piernas en el aire.

Ella se levantó rápidamente, intentando alejarse, pero él ya estaba cargando de nuevo contra ella.

—¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude! —gritó desde lo alto de sus pulmones, pero en el próximo instante todo el aire fue expulsado de sus pulmones cuando el intruso la presionó de nuevo contra los cojines con tanta facilidad como si fuera una niña pequeña y no una mujer adulta.

Supo al instante que, a pesar de las clases de defensa personal que había tomado en la universidad, no tenía ninguna posibilidad contra un asaltante así de fuerte.

Su siguiente grito de auxilio fue sofocado bajo la ancha palma de él y solo salió como un sollozo ahogado. Nadie la escucharía.

¡Mierda! ¿Qué haría Morgan West ahora? ¿Cómo saldría de este predicamento? ¿Patearía a su agresor en los huevos? Claro, si ella pudiera levantar la rodilla, cosa que no podía, porque él la había inmovilizado con su peso. Además, Morgan no estaría en esta situación en primer lugar.

—¿Dónde está esa cosa? —él gruñó.

Ella ignoró su pregunta, pues no entendía de qué estaba hablando, y en su lugar trató de grabar su rostro en su memoria. Pasara lo que pasara, ella haría todo lo posible para poder identificarlo en una rueda de reconocimiento más tarde.

Sus ojos seguían brillando en rojo, aunque probablemente fuera una ilusión causada por su miedo, ya que era imposible que la luz de la habitación se reflejara en su iris desde este ángulo. Unas líneas profundas cruzaban su frente, y su boca estaba marcada en una línea sombría. Su cabello oscuro estaba revuelto, su cara bien afeitada. Tenía pómulos altos y prominentes, pero ninguna otra marca que haría fácil identificarlo.

El sonido de una puerta abriéndose la hizo apartar su mirada del rostro de su agresor y asomar más allá de sus hombros.

Otro hombre, igual de alto que su atacante, cargó hacia ellos.

¡Oh, carajo! ¿Podría empeorar su suerte? El ladrón no había venido solo. Había traído a un cómplice. Ahora eran dos.

4

Blake se abalanzó sobre el agresor. Había oído el grito de una mujer desde el interior del depa de Hannah justo cuando forzaba la cerradura de su puerta.

No cabía duda de que el hombre era un vampiro. Así como era evidente que la mujer siendo atacada no era Hannah, sino una rubia en paños menores, cuyas largas piernas desnudas salían por debajo de su agresor.

Blake agarró al atacante por los hombros y lo apartó de su víctima de un tirón. El vampiro hostil se remolineó, gruñendo con saña, pero Blake no perdió el tiempo y le asestó un golpe en la cara. Esta se desvió hacia un lado por un instante, antes de volver bruscamente. Ahora aún más encabronado porque le interrumpieran su diversión, el cabrón se defendió.

Esquivando los puñetazos del tipo, Blake no tuvo oportunidad de revisar que la mujer estuviera ilesa. Solo oyó sus gritos asustados y vio un destello de algo rosa moverse en su visión periférica. Tuvo que conservar la cordura para mantener a su atacante a raya. El desconocido tenía ventaja sobre Blake, porque era más pesado, aunque su técnica de pelea era menos refinada. En eso Blake tenía ventaja. Aun así, el tipo consiguió asestarle unas cuantas patadas y golpes sin importancia.

Cuando el puño del imbécil volvió a abalanzarse sobre él, Blake se agachó y lo embistió contra el librero. Libros y baratijas se estrellaron contra el suelo, pero el vampiro no se dio por vencido. Agarró la lámpara de pie que tenía a su izquierda y la arrojó contra Blake, quien se lanzó hacia otro lado, dejando que se estrellara inofensivamente contra la pared.

Pero el atacante no se detuvo. Se apartó del librero y alcanzó una silla que estaba cubierta por una pila de revistas. Blake sabía exactamente lo que el tipo planeaba hacer con la silla, la silla de madera. Pero no pensaba darle la oportunidad.

—¡Buen intento, amigo! —Blake gruñó y saltó, apartando la silla de la mano del agresor antes de que pudiera golpearla contra la pared y hacerse una estaca. Cuando Blake giró hacia atrás para asestar un puñetazo en la cabeza del agresor, un puño hecho bola lo golpeó en las tripas, haciendo que se doblara por una fracción de segundo.

Pero había pasado por cosas peores. Scanguards lo había entrenado bien en el combate cuerpo a cuerpo. Nadie lo derrotaría tan fácilmente, ni siquiera un vampiro que pesara unos quince kilos más que él.

Siguió intercambiando golpes con el asaltante, evitando tantos golpes directos como pudo, aunque el atacante aterrizó unos cuantos puñetazos bien colocados, justo cuando Blake logró entregar algunos golpes decentes al rostro cada vez más agitado del tipo. No pasaría mucho tiempo antes de que tanto él como el atacante mostraran los colmillos, a pesar de la humana que había en la sala. Al no saber si la mujer sabía lo que eran, quiso evitar esa complicación.

Eso lo animó a irse aún más duro contra el vampiro hostil, y ahora usaba sus piernas para asestar poderosas patadas, movimientos que había aprendido de varias disciplinas de artes marciales. Pero el agresor no se derrumbó. Siguió avanzando, golpeando y pateando con más ferocidad cada minuto, como si la lucha estuviera reponiendo su energía. No había forma de detenerlo con medios ordinarios. Solo una estaca o una bala de plata derribarían a este imbécil tan determinado. Pero eso no era una opción ahora mismo, sobre todo porque lo quería vivo.

Blake apretó los dientes y recurrió a todas sus reservas, machacando al agresor con fuerza y velocidad vampíricas. De regreso, el vampiro se volvió aún más salvaje. Sus ojos ahora brillaban enrojecidos.

Un grito agudo de la mujer en la habitación distrajo a Blake por una fracción de segundo. ¿Había visto los ojos brillantes del atacante?

Un puñetazo en la sien lo hizo tropezar un paso atrás. Blake giró el brazo hacia atrás y apuntó a la barbilla del vampiro hostil, pero cuando volvió a dar un paso adelante para usar todo su peso contra su oponente, su pie se enganchó en algo y resbaló. Se detuvo a media caída y saltó hacia atrás, pero el otro vampiro ya se dirigía hacia la puerta abierta.

Frenético, Blake desenredó su pie del cable eléctrico de la lámpara, en el que había quedado atrapado, y corrió tras él. La cocina era pequeña, y de ella salía una segunda puerta al pasillo. El asaltante se dirigía hacia ella, pero Blake lo jaló de regreso y lo hizo girar.

Pero antes de que Blake pudiera asestar un puñetazo, el atacante se apoyó en la encimera de la cocina y golpeó con ambas piernas el estómago de Blake, haciéndolo caer de nalgas. Eso dio al vampiro hostil tiempo suficiente para elevarse por encima del fregadero y lanzarse hacia la ventana abierta.

Blake ya se había levantado de nuevo para abalanzarse hacia la ventana, cuando algo duro lo golpeó desde un lado. Momentáneamente desorientado, giró la cabeza hacia la puerta abierta, donde la mujer escasamente vestida estaba de pie con una secadora en la mano.

—¡Mierda! —él maldijo y saltó sobre el mostrador, abalanzándose hacia la ventana. Pero cuando miró afuera, el vampiro ya estaba a cincuenta metros del edificio y montado en una motocicleta.

Se alejó a toda velocidad. A pesar de su visión nocturna de vampiro, Blake no pudo distinguir los números de la placa: los había tapado la suciedad.

—Carajo —él maldijo, golpeando la mano contra la pared, antes de saltar y volverse hacia la mujer—. ¿Por qué carajos me golpeaste con esa cosa? ¡Ya lo tenía!

Ella alzó la barbilla.

—¡No lo tenías! Te estaba partiendo la madre. ¡Yo te estaba ayudando, carajo!

—¡Sí, qué gran ayuda fuiste! —él gruñó—. No te deberías haber metido.

—¿Ah? ¿Sí? ¿Y hacer de damisela en apuros? —se quejó.

Él dio un paso hacia ella, furioso ahora.

—Tú eras la damisela en apuros.

Él respiró hondo y, por primera vez, la miró de verdad. Sí, y qué damisela más hermosa era. Carajo, ni siquiera se había dado cuenta. Pero ahora sí que se había dado cuenta.

Era rubia natural, su cabello del color del trigo. Caía en cascada por sus hombros y rozaba la piel expuesta de su escote, donde se abría la bata rosa. Bajo la tela, sus pechos se agitaban por la fuerza de su respiración agitada, posiblemente por el esfuerzo de golpearlo, ciertamente por la indignación que le producía su amonestación. A él no le importaba la visión. Para nada, de hecho. Ella era algo digno de verse. No era menuda ni frágil, sino alta y atlética.

Sus ojos vagaron más abajo. La túnica solo le llegaba a medio muslo, y las piernas que ahora admiraba eran esbeltas y un poco pálidas por la falta de sol. Pero podía imaginar que en verano su piel se volvería del color del bronce, acentuando su cabello dorado. Involuntariamente se movió, la repentina opresión en sus pantalones lo obligó a buscar una postura más cómoda, antes de que la belleza frente a él se diera cuenta que traía los comienzos de una erección, y que era su culpa.

Un resoplido lo hizo levantar la vista hacia su rostro. Sus ojos azul aciano lo escrutaban ahora con una sospecha apenas disimulada. Podría perderse en sus profundidades, si ahora no estuvieran clavados en él.

—¿Quién eres y qué haces aquí?

Él inclinó la cabeza a un lado.

—¿Quieres decir aparte de salvar tu lindo trasero de ese pendejo? —Señaló la ventana.

Un poco de color subió a sus mejillas.

—Sí, aparte de eso.

—Podría preguntarte lo mismo. Porque seguro que tú no eres Hannah. Y este es su depa. Entonces, ¿qué haces aquí?

—¡Qué descaro! —ella espetó—. ¿Entras aquí a la fuerza y me preguntas a mí qué hago?

Involuntariamente, él señaló en dirección a la puerta principal.

—Si yo no hubiera derribado esa puerta, sabe Dios qué te habría hecho ese tipo. Estabas gritando y pidiendo ayuda, ¡así que discúlpame si no toqué el puto timbre de la puerta! —Maldita sea, ¡la mujer podía irritarlo!

Ella contuvo el aliento, pero en lugar de soltar otro insulto, pareció calmarse.

—Lo siento, pero muchas cosas han pasado y supongo que estoy un poco agitada. Digo, ese ladrón… No es como si no tuviera ya bastante en la cabeza.

¿Un ladrón? ¿Eso creía que era ese vampiro? Por ahora la dejaría creerlo, pero estaba casi seguro de que el atacante tenía algo que ver con que Hannah no se presentara a trabajar. Si el desconocido hubiera sido humano, claro, podría haber sido un ladrón corriente, pero ¿un vampiro, cuando Hannah trabajaba con vampiros? Era demasiada coincidencia.

Lentamente, él asintió. Al menos la mujer ya no se mostraba combativa. Podía aceptarlo.

—¿Eres amiga de Hannah?

—Lilo. Su mejor amiga de casa. ¿Vives en el edificio?

—No. Soy un amigo. Hannah y yo trabajamos para la misma compañía. Diferentes divisiones. —Le ofreció la mano—. Soy Blake.

Lilo vaciló y pasó la secadora a la otra mano, antes de estrechar la suya.

—Ella nunca te mencionó.

—Ella nunca te mencionó tampoco. —Aunque no tenía motivos para creer que Lilo estuviera mintiendo—. ¿La has visto?

Lilo parpadeó antes de contestar.

—No. El departamento estaba vacío cuando llegué esta noche.

Blake miró a su alrededor.

—No se ha presentado a trabajar. No ha llamado para decir que está enferma, lo cual no es propio de ella. Estamos preocupados.

—Yo también. Por eso volé hasta acá. Creo que le pasó algo. —De repente, ella se desplomó contra el marco de la puerta y todo el aire abandonó sus pulmones.

Instintivamente, Blake la alcanzó, pero ella se apartó, entrando a la sala de estar.

—Lo siento, no pretendía… —empezó. Se pasó una mano por el cabello—. No era mi intención asustarte. Supongo que ese ladrón ya hizo su parte. ¿Estás bien?

Ella forzó una leve sonrisa, pero negó con la cabeza.

—No. No estoy bien. Mi amiga ha desaparecido. Su perro también ha desaparecido. Y no contesta al celular. Su madre está muy preocupada. —Se apretó más la bata alrededor del torso—. Y tengo que presentar una denuncia por desaparición.

—Puedo ocuparme de eso —él se ofreció, aunque no tenía intención de acudir a la policía. Se trataba de un asunto de vampiros. Era primordial que él mismo se ocupara de la desaparición de Hannah; no quería involucrar a la policía.

Ella negó con la cabeza, con vehemencia.

—No. Tengo que ir a la policía. Se lo debo. Es mi culpa que se haya ido.

Blake se acercó instintivamente.

—¿Qué? ¿Por qué es tu culpa?

El hermoso rostro de Lilo adoptó una expresión de dolor.

—Me dejó un mensaje diciendo que necesitaba hablar. Algo la preocupaba y no respondí. Estaba demasiado ocupada.

—¿Y eso lo convierte de algún modo en tu culpa? —Sacudió la cabeza—. Eso es absurdo.

Lilo se estremeció de repente, y él se dio cuenta que el aire frío que entraba por la ventana de la cocina la molestaba. Se dio la vuelta y la cerró, luego la condujo al sofá de la sala.

Ella levantó los ojos y su mirada chocó con la de él.

—Debí haberla llamado cuando me necesitaba. Es mi culpa.

5

—Siéntate, por favor. Estás más alterada de lo que pensaba.

La voz de su salvador era profunda y melódica y la hizo estremecerse una vez más. Lilo se dio cuenta de que ni siquiera le había dado las gracias todavía. En lugar de eso, lo había insultado y tratado con sospecha. Pero él estaba ahí, tomando la secadora de la mano, dejándola a un lado, y guiándola a ella suavemente hasta el sofá, como si fuera frágil y fuera a romperse en cualquier momento. Y tal vez lo haría. Ella no era uno de los valientes personajes de sus libros, que se enfrentaban a diario al crimen y no tenían miedo de nada.

—Yo…

—¿Qué está pasando aquí? —La voz masculina venía de la puerta principal.

Lilo giró la cabeza en su dirección. En el marco abierto de la puerta había un hombre de mediana edad, vistiendo pijamas y una bata de baño larga de color verde oscuro. Él echó un vistazo al interior del departamento.

Blake ya caminaba hacia él.

—Nada de qué preocuparse. Todo ya está arreglado. —Llegó a la puerta y le bloqueó la vista, continuando su conversación con el vecino preocupado, bajando tanto la voz que ella no podía escuchar lo que él decía.

Un momento después, Blake se dio la vuelta y cerró la puerta tras de sí. Estaban solos de nuevo.

Mientras él se dirigía hacia ella con su andar seguro, ella aprovechó la oportunidad y lo miró. Medía poco más de metro ochenta y era atlético. Su cabello era oscuro, sus ojos azul celeste. Tenía una barbilla fuerte y cuadrada y una nariz larga y recta. Bajo su playera polo, ella podía ver los músculos de su pecho flexionándose.

Era guapo; bastante. Tal vez treinta y pocos años. Robusto, en un sentido romántico. Y se veía exactamente como ella siempre había imaginado Morgan West, el cazarrecompensas de su serie de misterio, se vería en la vida real.

Ella sacudió la cabeza para intentar volver a la realidad. No estaba viviendo en uno de sus libros, para variar. Esta era la vida real. Un peligro real. Y este hombre la había salvado de una verdadera amenaza.

—Ni siquiera te he dado las gracias —empezó ella.

Él se detuvo frente a ella y se sentó en el borde de la vieja mesita de madera. Sonrió.

—No hace falta. Solo me alegro de que hayas dejado de pegarme.

Ella se encogió.

—Solo te pegué una vez. Y fue un accidente. Iba detrás del otro tipo. Lo siento.

—Olvídalo. —Se inclinó un poco—. Cuéntame qué pasó.

Lilo se aferró de la bata de baño que había pedido prestada de Hannah.

—Me estaba dando una ducha rápida después del vuelo, preparándome para ir a la policía, cuando oí algo. Pensé que debía de ser un ladrón. Así que se me ocurrió ahuyentarlo antes de que robara algo.

—¿Ahuyentarlo? ¿Por qué no llamaste al 911?

—Lo intenté. —Apuntó al sillón, donde el contenido de su bolso seguía desparramado. Ella todavía no podía ver su celular entre sus cosas—. Pero no pude encontrar mi celular. Creo que lo agarró antes de entrar a la cocina. Y entonces él me oyó, y ya era demasiado tarde. —Se estremeció—. No sé qué habría hecho.

Blake apretó los labios y asintió, frunciendo el ceño.

—Menos mal que llegué a tiempo. Será mejor que te vistas y recojas tus cosas. No puedes quedarte aquí ahora. —Se levantó.

Ella se levantó del sofá de un salto.

—No puedo irme así porque sí. Tengo que quedarme aquí. ¿Y si vuelve Hannah? Sin mi teléfono, no tiene forma de contactarme.

—Aquí no es seguro. —El tono filoso en su voz no toleraba rechazo alguno.

Y eso la irritó al instante.

—¿Por un ladrón? Eso pasa siempre en las grandes ciudades. No soy una pueblerina que…

—No tiene nada que ver con eso —él interrumpió y la fulminó con la mirada—. Esto no fue un robo al azar. Ese tipo va a volver. Y no quiero que estés aquí cuando lo haga.

Su corazón empezó a retumbar y en el fondo de su mente algo intentó salir a la superficie.

—¿Por qué piensas eso?

—Trabajo en seguridad. Tengo intuición para este tipo de cosas. Confía en mí. Este tipo buscaba algo en específico. —Señaló el contenido de su bolso—. ¿Por qué se llevó tu teléfono, pero no tu cartera? ¿Qué ladrón deja efectivo y tarjetas de crédito?

Lilo siguió su gesto. Tenía razón: su cartera estaba abierta sobre el sillón. Pudo ver que el dinero seguía dentro. Y entonces recordó lo que el ladrón le había dicho mientras la tenía en el sillón.

—Me preguntó dónde estaba esa cosa —dijo en voz alta.

—¿Dónde estaba qué cosa?

Ella negó con la cabeza.

—No sé de qué estaba hablando. Me apretó contra el sofá y dijo: ¿Dónde está esa cosa? Eso es todo. Luego entraste tú.

—¿Traes algo de valor contigo?

—No. Solo mi computadora, mi celular, que no encuentro, y mi cartera. No traigo joyas. Nada de valor para nadie más que para mí. Viajo ligera.

Blake asintió y miró a su alrededor, posando los ojos en la computadora sobre la mesa.

—¿Es tuya?

—No. Es de Hannah. Intenté entrar para revisar sus correos, pero está protegida con contraseña.

—Está bien. Nos la llevaremos. Voy a revisar si ella dejó su celular o cualquier otra cosa que pueda darnos una pista de dónde está. Mientras tanto, vístete y recoge tus cosas. Te vienes conmigo. —Su voz era autoritaria, como si estuviera acostumbrado a que sus órdenes se cumplieran sin preguntas.

—Pero tengo que ir a la policía y denunciar su desaparición.

Por un momento, él se limitó a mirarla, estudiando su rostro. Luego suspiró.

—Bueno. Pasaremos por la policía en el camino.

Ella vaciló e instintivamente se ciñó más la bata.

—No te conozco…

—Lo comprendo. Pero si realmente yo quisiera hacerte daño, podría haberlo hecho un millón de veces.

Lo miró a los ojos azules y vio la sinceridad que había en ellos. Lentamente, asintió. Él tenía razón.

—Bien, dame unos cuantos minutos para recoger mis cosas.

Y para calmarse y recuperarse del impacto de haber sido atacada—y luego rescatada por un hombre capaz de hacer palpitar el corazón de cualquier mujer. Hasta el suyo.

6

Mientras Lilo se vestía en la recámara, Blake empleó el tiempo sabiamente y rastreó el lugar en busca de cualquier cosa que pudiera ayudar a localizar el paradero de Hannah. También envió un mensaje de texto.

Ahora metía la maleta de Lilo en el maletero de su Aston Martin, un regalo de sus cuartos bisabuelos, Rose y Quinn, después de que destrozara su BMW cuatro años atrás, y una forma de burlarse de él. Al fin y al cabo, a los veinte años se veía a sí mismo como su tocayo británico, Bond, e intentaba conquistar chicas con el saludo característico del 007. Qué patético había sido entonces. Ahora era mucho más, más de lo que jamás había soñado ser. Miembro de un grupo de vampiros cuya misión era proteger a los inocentes.

Blake colocó la computadora y la tableta de Hannah en una bolsa junto al equipaje de Lilo. No había encontrado el celular de Hannah, lo que podía resultar una buena noticia. Si lo llevaba encima y estaba encendido, sería fácil de rastrear: la aplicación Vüber tenía un GPS incorporado. Ni siquiera tendría que ponerse en contacto con su equipo de Informática para triangular el teléfono.